Recientemente abrimos una carpeta que contenía recortes escritos y citas diversas, referentes a la bondad y humanidad de nuestras tropas para con el enemigo vencido y, en especial, para con las ciudades de Flandes. El conjunto tenía una intención, de lo que ahora se llama triunfalismo. Nuestra Madre Rafols en el escenario de una Zaragoza en armas contra los franceses, aparece como la precursora de Florencia Nightingale, y los derrotados de las Ciudades de Flandes por los soldados de España, se quedan tranquilos en sus casas sin miedo al saqueo sin son ciudadanos civiles, o salen gloriosamente sin son hombres de armas: “que todos los vecinos, vivanderos y demás personas… podrán… salir libremente con sus armas, barcos, muebles, y todo su bagage”.(Capitulaciones de la Plaza de Ostende 20 de Septiembre de 1604; rendida al Marqués de Spínola). Y también: “se ha acordado que salgan con… banderas desplegadas, tocando las caxas, con todas sus armas, balas en boca, mecha encendida por los dos cabos” (Rendición de Breda, 2 de Junio de 1625 capitulaciones).
Encontramos también en la carpeta la fotografía de un hombre quijotesco en la apariencia, de grandes bigotes y perilla centroeuropea, ojos soñadores, uniforme de cuello rameado y el pecho cuajado de condecoraciones. Al pie de la fotografía dice: “El Ilustrísimo Sr. D. Nicasio Landa Álvarez de Carballo, Fundador e Inspector General de la Asociación de la Cruz Roja Española”.
Leímos después sus informes y sus escritos y más tarde la Historia de la Medicina Militar Española de Don Antonio Población y Fernández, cuya introducción firma en Burgos; Abril de 1884.
Nos parecieron a través de sus escritos hombres de gran vocación médica, enfocada hacia el amor al soldado. Son sensibles e ingenuos, características juveniles de apostolado o de dirigentes de empresas espirituales. Y apasionados.
¿Cómo es posible encontrarse tan lejos y tan cerca de estos hombres y de su circunstancia, señalada tan solo a una distancia de 100 años? La respuesta quizás se encuentre en la avalancha de descubrimientos, originando una revolución técnica que trituró como en un molino, el alma y el cuerpo del hombre hasta convertirlo en lo que es hoy: probablemente ni mejor ni peor que su padre y abuelo, pero sí menos firme y más angustiado. Dios, Patria y Rey podían ser una trilogía falsa, pero su aceptación indiscutida, constituía una sólida cimentación para soportar la vida y aceptar la muerte.
Hemos conocido hace años un campesino con abarcas caminando alegre por un sendero en la montaña. En el sobaco, un manojo de esparto. Las manos entretenidas tejiendo o fascando pleita, para hacer después una espuerta o un serón. Este campesino es de estatura más bien baja, los ojos chispeantes, interesados y alegres. Cocina su comida en un pucherillo de barro y a veces le añada guindilla. Conozco también al nieto de este hombre: es estudiante de Químicas, alto, rubio, neurótico, protestón y mal soldado. Estos personajes reales podrían representar la caricatura de dos tipos de épocas cercanas en el tiempo del reloj y bastante lejanos en el de la historia.
En la Historia de la Medicina Militar se nos ofrecían nueve mil quinientas hojas de servicio de médicos militares ilustres, esperando en el archivo de Segovia. Cada una merece seguramente ser escudriñada por un estudioso. Al hojear una colección de la Revista de Sanidad Militar Española y Extranjera del año 1864, apareció un dibujo con cuatro camillas señalando la evolución desde la parihuela manual de campaña de 1837, hasta la camilla española de 1860. Por asociación de ideas recordamos a los porteadores y a los heridos y enfermos recogidos y transportados en ella. Si en la guerra de Corea un herido americano podía tardar tan sólo 6 horas en alcanzar un quirófano, y el solo hecho de rebajar este tiempo record todavía a 4 y hasta a 2 horas en la guerra del Vietnam, supuso, según cálculo estadístico, el ahorro de 14.000 soldados, que hubieran muerto necesariamente, de no haber mejorado todavía más las condiciones y tiempo de rescate, bien merecía trasladar el problema al siglo pasado. Así hemos podido caminar junto a nuestros médicos y camilleros desde la Conchinchina hasta los picos del Maestrazgo y hemos asistido a través de la legislación y comentarios de las campañas, al nacimiento primero de las Compañías Sanitarias ya la fusión posterior de las mismas en la Brigada Sanitaria.
Recogiendo material escrito para este trabajo que presentamos como Tesis Doctoral y cuando estábamos desempolvando diecisiete tomos de Boletines y Colecciones Legislativas, pensamos que debíamos intentar el encontrar un documento vivo y palpitante para aportarlo a nuestro trabajo.
Recorrimos varios rincones soleados en donde se reúnen ancianos y jubilados, y escuchando una remiscencia afortunada de uno de ellos, descubrimos un voluntario de la Brigada Sanitaria del año 1913, que además estuvo en el Cuerpo Expedicionario de Marruecos; tiene 82 años, es inteligente y con buena memoria. No se cohíbe frente al magnetofón y su historia bien merece un capítulo de este trabajo.
Un artista de vocación y afición, de vieja estirpe en Sanidad Militar, el Coronel Médico Don Joaquín Anel Urbez nos ha hecho el regalo de vestir con sus maravillosas acuarelas a muchos de los personajes. Quiera Dios que acertemos aponerlos en movimiento y a recoger su lección.