El pensamiento religioso en la música de Arnold Schönberg La centralidad de la noción de relación y la propuesta existencial de Moses und Aron Josep Barcons Palau TESI DOCTORAL UPF / ANY 2013 DIRECTORS DE LA TESI Dr. Amador Vega Esquerra i Dr. Benet Casablancas Domingo Departament d’Humanitats A la constelación de maestros, familiares, amigos y alumnos. Y, especialmente, a mis abuelos, a mis padres y a Georgina. Sin la relación con ellos, esto no sería posible. 3 Resumen La noción de ‘relación’ ocupa un lugar central en el pensamiento de Arnold Schönberg y es fundamental para entender su desarrollo artístico, intelectual y humano. Su importancia se sustenta en tres ámbitos: 1) el contexto sociocultural vienés, donde las relaciones entre realidad y apariencia eran poco transparentes; 2) la situación del lenguaje musical tardo-romántico, cuya hipertrofia sintáctica obligó a Schönberg a buscar nuevas relaciones entre los sonidos; 3) la inquietud espiritual de Schönberg que —más allá de confesiones concretas— estaba preocupado por la relación efectiva entre inmanencia y trascendencia. Esta noción de ‘relación’ marcará cada vez más la producción de nuestro autor, hasta culminar en la ópera Moses und Aron, donde formula una propuesta existencial para habitar el mundo después del desmoronamiento de los discursos metafísicos. Anticipando la crisis religiosa de la segunda mitad del siglo xx, la propuesta existencial de Schönberg abre al hombre a la ética del siempre avanzar y a la dimensión experiencial de lo sagrado. Palabras clave: Schönberg, Moses und Aron, religión, espiritualidad, ética, movimiento, filosofía relacional, existencialismo. Abstract The notion of ‘relationship’ occupies a central place in the thought of Arnold Schoenberg and is fundamental to understanding his artistic, intellectual and personal development. Its importance is based on three areas: 1) the Viennese sociocultural context, where the relationship between reality and appearance lacked clarity; 2) the situation of Late-Romantic musical language, whose overblown, sclerotic syntaxis forced Schoenberg to find new relationships between sounds; 3) Schoenberg’s spiritual concerns which – beyond any particular belief – focused on the relationship itself between immanence and transcendence. This notion of ‘relationship’ increasingly determines Schoenberg’s work, culminating in the opera Moses und Aron, where he formulates an existential idea about how to live in the world after the collapse of the metaphysical discourses. Foreseeing the religious crisis of the second half of the twentieth century, Schoenberg’s existential proposition sets human existence in front of the ethics of ‘ever advance’ and the experiential dimension of the sacred. Keywords: Schönberg, Moses und Aron, religion, spirituality, ethics, movement, relational philosophy, existentialism. Índice Resumen / Abstract Introducción 3 9 Parte I La base relacional del pensamiento schönberguiano 1 Una función estructural del pensamiento 1.1. Unos agradecimientos reveladores: las Structural Functions 1.2. El estilo: una preocupación 1.2.1. 1.2.2. 1.3.1. 1.3.2. 1.3.3. 1.4.1. 1.4.2. 1.4.3. 1.4.4. 1.4.5. ¿Qué es el estilo? El estilo: el adecuado rostro de la idea De lo abstracto a lo concreto: ¿componer de manera pedagógica? El Verein: la posibilidad de una buena escucha A cada cual lo suyo: intérprete, artesano y artista Génesis, propósito, cronología y concomitancias La autoexpresión: cómo (no qué) representar La estructura de MG y su conexión con el ZKIF La coherencia musical Coherencia metafísica, comandante supremo y doctrina de las correspondencias 1.3. La idea y su representación. El ejemplo del Verein 1.4. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación 17 17 23 23 28 31 31 34 39 41 41 46 50 55 61 65 1.5. El expresionismo: necesaria expresión e imposibilidad de lo inmediato 4 Índice 1.5.1. 1.5.2. 1.5.3. 1.5.4. 1.5.5. 1.6.1. 1.6.2. 1.6.3. 1.7.1. 1.7.2. 1.7.3. 1.7.4. Aniquilar los intermediarios sensuales: el expresionismo más allá del movimiento artístico Rapidez de escritura, tempo y comprensibilidad La cuestión de la representación y la función del artista El parón creativo (1913-1917) y el inicio de la pregunta por la representación La representación: cuestión clave y preocupación fundamental La inquietud y la ética del movimiento El desarrollo de la historia de la música: la serie de armónicos El desarrollo musical de la composición: la tensión generatriz La idea musical y sus tentativas de definición La tonalidad: un sistema de relaciones. La definición (relacional) de dodecafonismo El sonido también es relación Todo lo musical se fundamenta en relaciones 5 65 68 73 76 80 82 82 85 89 93 93 99 103 106 1.6. El dinamismo de la idea musical 1.7. Idea, tonalidad, sonido. . . : ¡todo es relación! 2 La ‘relación’ como noción nuclear: contexto cultural, lenguaje musical y vivencia religiosa 111 2.1. Pensar es poner en relación 111 2.1.1. Las leyes del pensar 111 2.1.2. Verhaltnis y Beziehung: la relación lo explica todo 114 2.1.3. Los ámbitos del pensar y la forma de ser 117 2.1.4. El origen de la noción de relación. Unión de vida y obra 120 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae 125 2.2.1. La falta de reconocimiento y el replanteamiento de la identidad 125 2.2.2. 2.2.3. 2.2.4. 2.3.1. 2.3.2. 2.3.3. El problema de la Darstellung y su influencia sobre la noción de relación Adolf Loos y Stefan Zweig: el delito del ornamento y la coherencia con los tiempos Una «fuerza histórica inevitable» y el encuentro con Adolf Loos Un exilio del sistema musical Brahms, Wagner y el fin de la tonalidad Tonalidad fluctuante y tonalidad suspendida 130 137 144 154 154 160 166 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 6 2.3.4. Índice El colapso del sistema tonal y los conceptos de monotonalidad y de función estructural 2.4. Religión y relación 2.4.1. 2.4.2. 2.4.3. 2.4.4. 2.4.5. La cuestión de la relación en tres obras religiosas Confesionalismo y búsqueda espiritual Judío de nacimiento, agnóstico de joven, protestante (¿católico?) de adulto Idolatría e iconoclastia: vista, oído y dimensión pictórica El retorno al judaísmo en la madurez 174 186 186 192 194 203 213 Parte II La configuración del pensamiento relacional y sus implicaciones existenciales en Moses und Aron 3 La creación de una poética propia 3.1. Propósito, enfoque analítico y estado de la cuestión: el correlato entre vida y obra 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 3.2.1. 3.2.2. 3.2.3. 3.2.4. 3.3.1. 3.3.2. 3.3.3. 3.3.4. 3.3.5. Del autodidactismo a los lieder opus 1, 2 y 3 Verklärte, Pelleas, Gurre y un libreto supersticioso El Primer cuarteto, la Sinfonía de cámara y el plano de volúmenes de Loos En el umbral de la atonalidad: los opus 12, 13 y 14 La dimensión programática del Segundo cuarteto: del trítono a la atonalidad Testamento vital y actividad pictórica De George a Glückliche: el descubrimiento de Strindberg y el paso de lo estético a lo espiritual La Harmonielehre como sello de una etapa: la ética de la búsqueda y la dimensión religiosa Las últimas piezas atonales (del op. 19 al op. 22): la mística de Herzgewächse y la poesía de Rilke 227 227 233 233 236 243 254 260 260 271 280 293 306 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura Índice 3.3.6. Algunas consideraciones contextuales sobre la atonalidad: cultura y política 7 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 3.4.1. 3.4.2. 3.4.3. Die Jakobsleiter y el espacio multidireccional de Swedenborg El dodecafonismo: el cuadrado mágico y la cruz Del opus 27 al opus 35: «comunicaciones del otro lado», drama bíblico y comedia de enredos 316 319 319 329 339 353 353 353 357 369 379 381 381 384 392 399 414 425 437 437 439 452 462 462 467 475 483 4 Moses und Aron: una lectura existencial 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana 4.1.1. 4.1.2. 4.1.3. 4.1.4. 4.2.1. 4.2.2. 4.2.3. 4.2.4. 4.2.5. 4.2.6. Enfoque y valoración crítica La centralidad de la noción de relación en Moses und Aron: cuestiones biográficas, compositivas, estructurales y dramáticas Breve historia de la obra, con alguna consideración numerológica Advertencia analítica y nomenclatura serial utilizada Breve perspectiva general Una extraña obertura de siete compases El nombre de Dios: entre el Deus absconditus y el Deus revelatus La primera escena: los imperativos divinos y la función fática del lenguaje (Acto I, 1) Poéticas encontradas: Moses versus Aron (Acto I, 2) ¿Cómo anunciar?: el encuentro con el pueblo y los milagros (Acto I, 3-4) 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación 4.3.1. 4.3.2. 4.3.3. Breve perspectiva general De la invisibilidad del interludio a las orgías ante el Becerro de oro (Acto II, 1-3) De la destrucción del Becerro y de las Tablas a la palabra que falta (Acto II, 4-5) 4.4. El tercer acto: ética y teología mística 4.4.1. 4.4.2. 4.4.3. Breve perspectiva general La muerte de Aarón (Acto III) y la apertura a la teología mística La muerte de Aarón (Acto III) y la apertura a la ética del siempre avanzar 4.5. Moses und Aron como propuesta existencial 8 A modo de conclusión By way of conclusion Apéndice 1 Apéndice 2 Apéndice 3 Bibliografía Índice de figuras Índice de pistas del CD Índice 493 505 517 543 551 565 592 595 Introducción Esta es —para los tiempos que corren— una tesis extremadamente larga, fruto de 12 años de dar vueltas a una temática escurridiza y de 3 años de escritura. A pesar de ser músico de formación, mi interés por Arnold Schönberg (Viena, 1874 - Los Angeles, 1951) y particularmente por su ópera Moses und Aron nació, más por cuestiones intelectuales que auditivas, a raíz de una conferencia que Lluís Duch pronunció en otoño del año 2000 en la magnífica Casa Macaya de Barcelona en un ciclo titulado Mito y modernidad. Recién licenciado, en aquel palacete modernista de Passeig de Sant Joan, se produjo lo que una vez nos comentaba Raimon Panikkar en la pausa de un seminario académico en la universidad: que «los temas de tesis son como las novias: crees que los eliges tú, pero son ellas las que te escogen». Y así fue. Sin saber muy bien por qué, fui entrando poco a poco en el mundo de Schönberg. La asistencia en otoño de 2001 a unas jornadas sobre Arnold Schönberg en la Universidad de Valladolid propició el primer contacto con Christian Martin Schmidt (responsable de la edición crítica de Moses und Aron) y con Christian Meyer (director del Arnold Schönberg Center de Viena, de reciente creación), que consolidaron mi interés por el pensamiento y la música del compositor austriaco. Un interés que acabó de fraguarse unos meses después, cuando las palabras de Nuria SchoenbergNono sobre su padre en una conferencia al lado de Stefan Litwin en Madrid (y su amable invitación a compartir la cena con ellos) me hicieron descubrir el «lado humano» de ese personaje que, en lo intelectual y artístico, ya me había fascinado. Esta tesis quería ser fundamentalmente un estudio de la partitura que la bibliografía especializada considera como la obra magna de Arnold Schönberg: la ópera Moses und Aron, al ser en ella donde el pensamiento y las inquietudes espirituales de nuestro autor (que tenía cincuenta y tantos años en el momento 9 10 Introducción de escribirla) se manifiestan de modo más certero. No queríamos acometer, por ello, un análisis estrictamente musical de la misma, sino tratar de ofrecer una lectura que —partiendo de los religious studies, la semiótica musical y los conocimientos adquiridos a lo largo de la licenciatura y el máster en Humanidades en la Universidad Pompeu Fabra— fuese lo más omnicomprensiva posible. Para asentar y enmarcar bien nuestro análisis, queríamos escribir una introducción relativamente breve (de unas 30 o 40 páginas) sobre el pensamiento de Arnold Schönberg que sirviera de frontispicio al grueso del trabajo, que debería ser propiamente el análisis de la ópera. Pero a lo largo del proceso de investigación y de escritura, estas 30 o 40 páginas fueron adquiriendo tanta relevancia que se convirtieron en los dos primeros capítulos, de una extensión seis o siete veces mayor de lo previsto. Después de múltiples lecturas, cursos, seminarios, audiciones, análisis y barruntos varios, nuestra singladura empezó por una intuición: la de considerar —a modo de hipótesis no pretendida de antemano— que el pensamiento de Arnold Schönberg no era tanto un pensamiento dual (tal como sostiene el grueso de la bibliografía) como un pensamiento relacional. Lo que inicialmente fue sólo una intuición, poco a poco cobró envergadura al ver —para nuestra propia sorpresa— que la noción de relación parecía estar en el núcleo de las preocupaciones musicales, estéticas, filosóficas y espirituales de nuestro autor. Si esto se confirmaba, esta noción de relación permitiría entender las múltiples facetas de Schönberg (tanto a nivel creativo como a nivel personal) bajo un mismo sello; e incluso quizás permitiría considerar —como vimos con posterioridad— que su obra magna, Moses und Aron, es fundamentalmente la exploración última de las implicaciones que trae consigo la noción de relación. Contrariamente a lo que teníamos en mente, pues, nos detuvimos largo y tendido en el estudio de esta noción, a la cual dedicamos la Primera parte de nuestro trabajo. Así, en la Segunda parte ya podríamos entrar a ver cómo esta noción resulta crucial para entender la producción artística de nuestro autor y, particularmente, su ópera Moses und Aron. Sin arreglo a la cronología, el Capítulo 1 trata de hacer un bosquejo del pensamiento de Arnold Schönberg, poniendo de manifiesto cómo detrás de sus hitos más significativos (la formulación de la díada estilo-idea, la creación del Verein für musikalische Privatauffürungen, su filosofía compositiva, su concepción de la música y del sonido, etc.) e incluso detrás de cuestiones aparentemente insignificantes (la forma de dar las clases, la meticulosidad en los ensayos, el control sobre las traducciones de sus textos, etc.), aparece siempre de un modo 11 u otro la cuestión de la relación. Después de analizar la dimensión relacional del concepto clave de «idea musical», estas primeras páginas permiten ver también cómo en sus preocupaciones por la coherencia y cómo bajo el proyecto de su libro más ambicioso pero inconcluso (Der musikalische Gedanke und die Logik, Technik, und Kunst seiner Darstellung), la cuestión de la relación es absolutamente nuclear. Después de descubrir que la propia actividad del pensar tiene para Schönberg un funcionamiento relacional, el Capítulo 2 explora tres ámbitos que pueden haber contribuido a que la noción de relación tenga esta centralidad en el pensamiento de nuestro autor. Por un lado, su contexto cultural vienés; por el otro, la situación histórica del lenguaje musical postromántico; y finalmente su periplo espiritual y religioso. En cuanto a Viena, veremos cómo lo que se ha venido llamando el «problema de la Darstellung» es, en esencia, un problema de inadecuación (es decir, de relación no pertinente) entre realidad y apariencia, entre significado y significante, entre forma y contenido, y cómo la intelligentzia vienesa (y fundamentalmente Karl Kraus y Adolf Loos, con los que Schönberg mantenía lazos estrechos) ponía el dedo en la llaga en esta falta de coherencia. Al hablar de la situación del lenguaje musical postromántico, veremos cómo las relaciones armónicas se llevaron hasta tal extremo que la tonalidad perdió su poder constructivo y cómo, ante tal situación, Schönberg necesitó encontrar un nuevo entramado de relaciones (primero relaciones motívicas en la atonalidad y después relaciones seriales en el dodecafonismo) que permitiera escribir un discurso cohesionado. Finalmente, entraremos en el terreno privado de la religiosidad de Arnold Schönberg para ver cómo su periplo espiritual, independientemente de su adscripción confesional, estuvo marcado por la preocupación de cómo trazar un puente efectivo (una relación) entre inmanencia y trascendencia. Una vez analizados estos tres ámbitos, el Capítulo 3 realiza un recorrido cronológico por la obra de Arnold Schönberg, poniendo de manifiesto cómo la noción de relación articula su evolución creativa a nivel musical, estructural y temático. Ya desde los primeros opus se puede observar una constante ampliación de las relaciones armónicas del lenguaje postromántico, que progresivamente desfundamentan el poder configurador de la tonalidad. Pero en estas primeras composiciones también aparece la noción de relación a nivel temático, con la predilección por argumentos en los que se explicitan, por ejemplo, relaciones sentimentales atormentadas. Con la extensión gradual del uso de relaciones armónicas extremas, los opus de Schönberg van fundamentando su 12 Introducción coherencia más en relaciones motívicas que armónicas, lo cual catapulta su obra hacia el abandono de la tonalidad. Pero el poder cohesionador de lo motívico en las obras atonales de Schönberg parece no ser suficiente para nuestro autor que —sumido en una profunda crisis personal y creativa, y después de escribir un Tratado de armonía que tiene una profunda carga ética— empieza a profundizar en sus inquietudes espirituales, que quedarán reflejadas en su obra tanto a nivel temático como a nivel puramente musical. Incluso la formulación del dodecafonismo (en el centro de cuya definición aparece la palabra ‘relación’) parece estar conectada de un modo u otro con cuestiones de índole espiritual que tienen su formulación más perfecta en la ópera Moses und Aron. El Capítulo 4, que es el más extenso, está dedicado íntegramente al análisis de esta partitura, que Schönberg compuso entre 1930 y 1932 y cuyo tercer acto quedó sin musicar. A partir del análisis de la música y del texto, a lo largo de casi 150 páginas, veremos cómo en esta composición Schönberg plasma temática y musicalmente sus inquietudes filosóficas y religiosas, de tal modo que esta obra maestra puede entenderse no sólo como la manifestación más certera de su pensamiento y de su sabiduría musical, sino incluso como una propuesta existencial para habitar un mundo (el contemporáneo) en el que la validez de los discursos metafísicos ha quedado deslegitimada. Aunque Schönberg no fuera un filósofo, su profunda conciencia histórica, el hondo calado de sus reflexiones y la dimensión ética de su magisterio, permiten entender que el contenido de Moses und Aron va mucho más allá de lo puramente musical. La propia audición de la obra —tal como sugerimos en unas conclusiones deliberadamente breves y quizás poco conclusivas— sitúa al oyente ante el imperativo ético de la búsqueda perenne, del movimiento perpetuo, de la ética del siempre avanzar, e incluso ante la propia experiencia dislocadora de experienciación de lo sagrado. A pesar de contar con multitud de análisis musicales y de utilizar terminología y maneras de las ciencias humanas y la filosofía, hemos pretendido escribir un texto lo más autónomo y ameno posible, asequible a la buena voluntad de cualquier persona con intereses culturales amplios. A ello, al igual que a la progresiva formulación de nuestro pensamiento, han contribuido indudablemente las incontables horas de conversación con aquellos amigos y maestros que —a lo largo de todos estos años— me han visto «luchar con la formulación» de esta tesis, para parafrasear a Schönberg. A todos y cada uno de ellos (y a pesar de ser imposible nombrarlos: Marc Angelet, Mercedes Conde, Jordi Alomar, Laia Masramon, Octavi Rumbau, Ma. Jesús Culleré, M. José Santos, Laia Colell, Raquel Bouso, Francesc Ibáñez, Núria Fenollosa, Carles Merino, Marta Vale- 13 ra, Raül Viana, Clara Puerto. . . ) les doy mis más sinceras gracias, puesto que ha sido la relación (dialógica) con ellos lo que ha permitido esclarecer muchas ideas y recibir el coraje y el empuje para seguir adelante en el proyecto. Son también de agradecer las ayudas institucionales que han facilitado la realización de esta tesis a lo largo de su dilatada confección. La primera, la beca FI del Departament d’Universitats, Recerca i Societat de la Informació de la Generalitat de Catalunya, que me vinculó al Departament d’Humanitats de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona entre enero de 2001 y diciembre de 2004, y que permitió fundamentalmente la realización de una investigación que, en su momento, dio lugar a la redacción de la tesina titulada La configuració del pensament relacional en Arnold Schönberg, cuyas reflexiones —pertinentemente ampliadas y depuradas— se subsumen en el presente trabajo. La segunda, el Ajut a la Recerca de la Fundació Joan Maragall, concedido para el curso 2011-2012. Y la tercera, la Avenir Foundation Forschungsbeihilfe del Arnold Schönberg Center de Viena en 2012, que no sólo facilitó el contacto directo con los tesoros materiales y personales de este fantástico archivo, sino que me permitió alojarme en la que fue la vivienda (recién remodelada) de Arnold Schönberg en Mödling y disfrutar —como hiciera él mismo entre 1918 y 1925— del fresco verano austriaco bajo los árboles de su jardín. Esta estancia en Viena propició el encuentro personal con Larry Schoenberg. En tanto que responsable de Belmont Publishers le agradezco el permiso para reproducir las imágenes que acompañan este texto. Pero sobre todo le agradezco (al igual que a su hermana Nuria) la información de primera mano y la valoración positiva del enfoque de esta investigación, al considerar que «makes sense» con la educación recibida de su padre, que le decía —cuando era un niño de apenas 10 años— que tenía que «ser honesto con lo que sabes que está bien». Y que, al preguntarle qué era lo que estaba bien, le contestaba que «lo que está bien está dentro de ti». Las estancias en Viena no habrían sido lo mismo sin la amabilidad exquisita del director del Arnold Schönberg Center, el Dr. Cristian Meyer, sin la disposición y diligencia de Therese Muxeneder y Eike Feß ante cualquier consulta en el archivo, sin los horarios inverosímiles de Karin Nemec y sin las atenciones de Bernhard Sieber. A ellos, mi más sincera gratitud. Al igual que a Aina Vega por su acogida incondicional en la ciudad en dos ocasiones; a Sara Moreno por haber leído y revisado con interés y esmero este trabajo; a Rebecca Simpson por la ayuda en la traducción del texto al inglés; a Iñigo Aranburu por haber pasado más de una jornada mano a mano editando las imágenes de los apén- 14 Introducción dices; y a Andreas Gomà por haber ayudado con los intríngulis del —muchas veces— complicado alemán de Schönberg. A Jesús Barcons le agradezco, entre muchísimas otras cosas, sus inestimables recomendaciones en el uso del programario; y al Dr. Àngel Gil su ayuda generosa y atenta en las minucias de la edición. Agradezco muy especialmente al Dr. Amador Vega y al Dr. Benet Casablancas haber aceptado codirigir —con sabiduría en la dilatada administración de los tempi — esta tesis: su disposición, sus consejos y su aliento han honrado la larga trayectoria recorrida. Con más paciencia y amor del que ella cree, Georgina ha sabido crear el contrapunto adecuado a cada melodía. Y la serie básica la debo a mis padres: sin ellos, la composición de esta tesis no habría sido en absoluto posible. Parte I La base relacional del pensamiento schönberguiano 15 Capítulo 1 Una función estructural del pensamiento 1.1. Unos agradecimientos reveladores: las Structural Functions En marzo de 1948, tres años y medio antes de morir, Arnold Schönberg ponía punto y final al texto de las Structural Functions of Harmony, su último libro sobre teoría musical terminado en vida.1 La génesis del libro se remontaba a 1 Schönberg dejó incompletos los manuscritos Fundamentals of Musical Composition y Preliminary Exercices in Counterpoint, cuya edición póstuma correría a cargo de dos de sus discípulos. Tal como detalla el editor de este último título en su prólogo, a la vez que este libro sobre contrapunto, se empezaron algunos otros, más o menos por la misma época, pero sólo dos, excluyendo sus ensayos en Style and Idea, fueron completados: Modelos para estudiantes de composición y Funciones estructurales de la armonía. Otros, como el presente sobre contrapunto y otro sobre los Fundamentos de la composición musical fueron abandonados en varios estadios de finalización a la muerte de Schönberg en 1951. (Leonard Stein, «Editor’s Foreword», en Arnold Schoenberg, Preliminary Exercices in Counterpoint, ed. L. Stein, Belmont Music Publishers, Los Angeles, 1963, p. xiv). Las citas de las fuentes schönberguianas se darán siempre bien en traducción propia bien teniendo en cuenta la traducción al castellano, pero siempre partiendo de la lengua original (ya sea inglés o alemán). La mención del título de las obras en el cuerpo del texto se efectuará indistintamente en su idioma original y en castellano. En cuanto a la grafía del apellido, se utilizará siempre (excepto en los títulos de las referencias bibliográficas) el original ‘Schönberg’, en vez del ‘Schoenberg’ que el autor incorporó poco antes de su llegada a los 17 18 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento las clases que impartió unos años antes en la Universidad de California, en Los Ángeles, en las cuales intentaba proveer a sus estudiantes —por lo general poco preparados— de unos conocimientos armónicos básicos y fundamentales. Durante algún tiempo, en aquellas lecciones, Schönberg tuvo como ayudante a un antiguo alumno suyo llamado Leonard Stein, que le asistió también en el momento de redactar el libro. En los «Agradecimientos», como era de esperar, Schönberg no se olvidó de él y le dedicó un último párrafo con los siguientes elogios: «Me complace utilizar esta oportunidad para agradecerle su asistencia inteligente, cuidadosa, asidua y perspicaz» (SFH, p. vii).2 Pero antes de que esto suceda, Schönberg, más que unos agradecimientos al uso, ha escrito un verdadero aunque muy breve prólogo. En menos de trescientas palabras (que reproducimos integramente) explica la génesis del libro, introduce la figura de Stein, detalla el proceso de elaboración del trabajo y formula una cuestión de orden lingüístico cuya importancia creemos que es fundamental: He estado siempre descontento con los conocimientos de armonía de mis estudiantes de composición de la Universidad de California, en Los Angeles. Para remediar esta deficiencia instauré una nueva clase que debía tener como requisito previo la enseñanza de la armonía convencional: Funciones Estructurales de la Armonía. Por aquel entonces (1939) un joven antiguo estudiante mío, Leonard Stein, ya se había convertido en mi asistente y continuó siéndolo durante los tres años siguientes. Por eso, naturalmente, cuando empecé a escribir el presente libro no podía seleccionar a nadie mejor para ayudarme a expresar mis ideas. Él había observado el desarrollo de esas ideas desde el principio y me había visto luchando con su formulación. No me equivoqué en esta selección. Mientras quizá un perfeccionista podría haberme torturado con correcciones a mi inglés, perturbando el flujo de ideas, él tuvo la paciencia de dejarme pronunciar mis frases en sus formas más rudas si conseguían expresar la idea con claridad. Por supuesto los errores gramaticales más graves tenían que eliminarse, pero el refinamiento del estilo podía posponerse. (SFH, p. vii). Estados Unidos de América en 1933, y cuya primera utilización documentada se fecha el 16 de septiembre de ese mismo año en una postal remitida al matrimonio Stiedry desde París. El cambio obecede a cuestiones tipográficas y fonéticas dado que, optando por la grafía «oe», Schönberg se aseguraba la correcta pronunciación de su apellido en los EUA. Sin embargo hay quien ve en esta modificación de la grafía una ruptura con la cultura germánica a raíz de su compromiso con el pueblo judío. Lo cierto es que, a partir de octubre de 1933, incluso en las cartas escritas en alemán, Schönberg va a firmar habitualmente como Schoenberg, si bien hay algunas muestras de lo contrario en los meses inmediatamente posteriores al cambio. 2 Para no atropellar el discurso con excesivas notas, las referencias bibliográficas de los escritos de Schönberg se indicarán siempre en el cuerpo del texto, según las abreviaciones referenciadas en la página 565 y de acuerdo con las ediciones mencionadas. 1.1. Unos agradecimientos reveladores: las Structural Functions 19 A simple vista parece natural que para alguien como Schönberg, que apenas tenía conocimientos rudimentarios del inglés antes de su llegada a los Estados Unidos de América en 1933, la corrección gramatical fuese un motivo de preocupación. Y más todavía si se tiene en cuenta que este vienés nacido en 1874 tuvo que familiarizarse con el nuevo idioma cuando rondaba ya los sesenta años. Pero no es ésta la cuestión lingüística a la que nos referíamos. Una lectura más pormenorizada del texto citado nos hará caer en la cuenta de que las preocupaciones reales de Schönberg no se refieren tanto a la ortografía o a la sintaxis, sino que apuntan a una dimensión más profunda de la lengua: a la cuestión misma de la expresión. O, para decirlo con otras palabras, a la distancia problemática que existe entre el pensar y el decir. A nuestro modo de ver, los circunloquios que emplea Schönberg («ayudarme a expresar mis ideas», «luchando con su formulación». . . ) ponen de manifiesto que para él existe un estadio intermedio entre el pensamiento y su formulación. Eso significa que la relación existente entre pensar y decir no es algo obvio, sino que estas dos instancias están separadas por un territorio problemático que hay que recorrer. A partir de las palabras a simple vista triviales de Schönberg, nos damos cuenta de que para el compositor austriaco existe una brecha nada insignificante entre el estadio del pensamiento y la materialización de lo pensado. La referencia ya de por si significativa a la tensión del binomio pensar -decir resulta más relevante todavía si tenemos en cuenta el momento y el lugar donde aparece formulada. Schönberg la saca a colación al final de su larga trayectoria docente cuando escribe un tratado destinado a alumnos con escasa preparación y solvencia musical. El contexto no es baladí. ¿Cómo se puede entender que un profesor como Schönberg —con discípulos de la talla de Alban Berg o Anton Webern (por citar sólo los más reconocidos), y con más de cuarenta años de experiencia en las aulas— tenga que «luchar con [la] formulación» de unas ideas elementales, destinadas a unos alumnos con conocimientos armónicos rudimentarios? ¿Cómo entender que en esa situación un maestro como él precise de un asistente para «ayudar[le] a expresar [sus] ideas» si lo que tiene entre manos es —en palabras del mismo Leonard Stein— un «texto básico de armonía» (SFH, p. x)? Sólo cabe suponer que la «lucha por la formulación» y la «expresión de las ideas» nos sitúan ante una preocupación estrictamente fundamental de las reflexiones schönberguianas; ante un verdadero modo del pensar o, para ser más exactos, ante un modo de su pensar. Incluso —si se nos 20 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento permite la broma con el título del libro (que hay que tener en cuenta que es el último que llegó a publicar en vida: ¡vaya juegos se permite el destino!)— podríamos afirmar que estamos ante una función estructural (no de la armonía sino) de su pensamiento. Pero dejémonos de bromas y destinos, y adentrémonos en la cuestión. ¿Qué tiene de particular este su modo de pensar? Lo primero, y quizás esencial, es su carácter dicotómico. Algo que ya apuntaba Robert Jay Fleisher en un estudio pionero al afirmar que el «dualismo» era un «principio estructural» de «la filosofía y de la estética» schönberguianas.3 Sin embargo, más que a la mera oposición pensar-decir, Schönberg parece dar más importancia, a tenor de las palabras que hemos analizado, al hueco existente entre el pensamiento y su formulación. Así pues el carácter dicotómico no se agota —como sucede en toda buena dicotomía— en la simple oposición de sus partes. Más bien sucede lo contrario: lo más interesante de la dicotomía es el espacio intersticial existente entre los dos elementos del binomio. Más que la oposición binaria entre dos términos, Schönberg subraya, pues, la distancia que los separa. Este hueco, esta brecha, esta tierra de nadie, es el ámbito que requiere «lucha» y para el cual se necesita «ayuda» incluso si lo que se va a formular es algo tan simple como un texto básico de armonía; algo elemental; algo, por así decirlo, que no tendría que suponer esfuerzo ni complicación ninguna. Esa estructura dicotómica que subyace como modo del pensar en Schönberg va a reflejarse en múltiples ámbitos y formulaciones, hasta el punto que —para Jean Christensen— constituye «el “sello personal” que delata el conjunto de los escritos de Schönberg, desde sus proyectos más ambiciosos hasta incluso las anotaciones más efímeras y circunstanciales en los papeles de Los Angeles». Para Christensen, este “sello” es el producto de una consistente filosofía personal en cuyo núcleo reside el concepto de una oposición entre lo espiritual y lo material. Esta idea religioso-filosófica, expresada por vez primera de forma explícita en Die Jakobsleiter (1915-1922), estructuró todo su pensamiento. De acuerdo con las categorías de espíritu y materia evaluó a personas y acontecimientos y creó un esquema de divisiones que, aunque flexible y nunca doctrinario, fue la fuente de su inagotable idealismo. Utilizó estas categorías cuando definía los principios de su ética, cuando explicaba su modelo jerárquico de existencia humana, cuando evaluaba actividades culturales y cuando desarrollaba sus ideas sobre la naturaleza del arte, sobre las obligaciones de los artistas y sobre J. Fleisher, Schoenberg, Dualism and Moses und Aron, Thesis, University of Illinois, 1980, p. v. 3 R. 1.1. Unos agradecimientos reveladores: las Structural Functions la relación entre verdad y belleza y entre progreso y tradición. En cada una de estas áreas las categorías duales de espíritu y materia fueron sus piedras de toque.4 21 Enumerar, pues, las manifestaciones concretas de este pensamiento dicotómico supondría una tarea tan inabarcable como fútil, cuyo resultado no iría mucho más allá de la simple catalogación. Más bien preferimos señalar que ésta va a ser una divisa presente en todos sus ámbitos de actuación, sumándonos a las consideraciones todavía más radicales de Boaz Tarsi cuando afirma que la preocupación [de Schönberg] por las ideas abstractas y sus representaciones tangibles aflora frecuentemente a lo largo del conjunto de su obra. Este tema se refleja tanto en sus escritos y en su música como en su propio desarrollo personal espiritual y, hasta cierto punto, en el transcurso de los acontecimientos de su vida.5 Así pues, el enfoque dual entre abstracción y concreción o entre idealismo y materialismo (por así llamarlo) acaba configurando, en Schönberg, una manera de ver (y, por ende, de vivir) el mundo. Obviamente, esta dicotomía no es algo propio y exclusivo de nuestro compositor y, a juicio de Pamela C. White, tiene un claro antecedente platónico y sobre todo schopenhaueriano. La primera vez que Schönberg cita a Schöpenhauer es en 1911, en la Harmonielehre, pero lo cierto es que nuestro compositor barajaba ya una linea dual de pensamiento mucho antes de que tomara contacto directo con los textos del filósofo alemán.6 Prueba de ello es el libreto 4 J. Christensen, «The Spiritual and the Material in Schoenberg’s Thinking», Music & Letters, vol 65, n. 4, Oct. 1984, p. 338-339. 5 B. Tarsi, «Manifestations of Arnold Schoenberg’s Abstract versus Concrete Dichotomy», Modern Judaism, n. 21, 2001, p. 239. La formulación tan certera de Tarsi se inscribe en una línea de investigación jalonada por trabajos como los de M. Cherlin, R. J. Fleisher, J. Christiansen o P. C. White referenciados en la bibliografía. 6 Cf. P. C. White, «Schoenberg and Schopenhauer», Journal of the Arnold Schoenberg Institute [en adelante, JASI ], vol. VIII, n. 1, June 1984, pp. 39-57. El artículo es una revisión de parte del segundo capítulo de la tesis doctoral de White, defendida en Harvard en 1983 y publicada posteriormente bajo el título Schoenberg and the God Idea. The opera Moses und Aron, UMI Research Press, Studies in Musicology n. 83, Ann Arbor, 1985. En la página 42 de su artículo, White documenta que Schönberg poseía prácticamente la obra completa de Schopenhauer en 1913 y que la primera referencia directa al filósofo alemán aparece en 1911 en la Harmonielehre. Sin embargo, White omite el hecho de que la dicotomía entre abstracto y concreto ya fuera para Schönberg objeto de preocupación mucho antes de esa fecha (no sabemos si a raíz de haber leído a Schopenhauer, por el espíritu de los tiempos, o por propia inquietud personal), tal como demostramos en el cuerpo del texto. Vale decir en defensa de White que algunos textos previos a la Harmonielehre en los que aparecen cuestiones que podrían tener filiación schopenhaueriana no estaban compilados cuando realizó su tesis. Hoy 22 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento Aberglaube (‘Superstición’), escrito por Schönberg en 1901, donde el binomio material-inmaterial se presenta de modo incontestable: «Yo, que languidezco con el deseo de lujo, arte, colores, sonidos, estaba sentada junto a aquella gente y me mortificaba conversando sobre cosas abstractas» (ASR, p. 28). Este planteamiento dicotómico aparece de modo todavía más evidente en una carta que Schönberg escribe a los 20 años, el 25 de julio de 1895, a su amigo David Josef Bach: Pero precisamente así como el movimiento de las relaciones sociales es el producto de la lucha de clases, la estética debe presentarse como el producto de la lucha entre la visión materialista e idealista del mundo (ASR, p. 16). El dualismo entre lo matérico y lo intangible aparece, pues, en Schönberg bastante antes de cualquier citación directa a la filosofía schopenhaueriana, lo cual no tiene nada de extraño si tenemos en cuenta que este tipo de pensamiento dual (que algo tenía de post-kantiano) era algo común al contexto cultural vienés del momento, al que Schönberg no era para nada ajeno. Y no sólo vienés sino, muy probablemente, centroeuropeo. Para citar sólo un caso paradigmático, se nos antoja que el dualismo de Schönberg no está tan alejado de aquella célebre formulación (también dual) de Ferdinand de Saussure —de quien Schönberg, por cierto, no tenía conocimiento— en su Cours de linguistique générale, editado póstumamente en 1916 al cabo de tres años de su muerte. Mientras Saussure fundaba sus pertinentes y fructíferas reflexiones en torno al binomio significante-significado (reinterpretado posteriormente por la glosemática como forma-contenido), Schönberg haría lo propio con la díada estilo-idea.7 Por ello, en día no están todavía editados completamente, pero aparecen de modo fragmentario bien en recopilaciones o estudios, bien en el catálogo consultable vía web en www.schoenberg.at. 7 De acuerdo con la práctica común en la literatura schönberguiana, normalmente traduciremos el término alemán ‘Gedanke’ por la voz castellana ‘idea’. De este modo, hacemos nuestro este comentario de Alexander Goehr: «siguiendo la tradición que se expresa en el título Style and Idea, he traducido la palabra Gedanke como ‘idea’; si bien los estudiantes de filosofía alemana desde Kant en adelante probablemente preferirían la palabra ‘pensamiento’» (A. Goehr, «Schoenberg and Karl Kraus: The Idea behind the Music», Music Analysis, vol. 4, n. 1/2, March-July 1985, p. 70). Es relevante también la observación de Charlotte M. Cross al respecto: En alemán hay varios términos que pueden ser traducidos por la palabra inglesa ‘idea’ [idea] y cada una tiene una leve implicación diferente. Schönberg utiliza ‘Begriff ’, ‘Gedanke’ y ‘Einfall’ pero no ‘Idee’, que en filosofía se refiere normalmente a las ideas en el sentido platónico. [. . . ] ‘Gedanke’ es el término más importante y más frecuente que Schönberg utiliza para ‘idea’. [. . . ] Una traducción libre de ‘Gedanke’ 1.2. El estilo: una preocupación 23 más que intentar trazar una errática genealogía que difícilmente nos llevaría a esclarecer las fuentes del dualismo schönberguiano, haremos hincapié en la formulación dual por excelencia del pensamiento del compositor austriaco, para así intentar llegar al fondo de sus implicaciones. 1.2. 1.2.1. El estilo: una preocupación ¿Qué es el estilo? Consciente de que éste era un punto neurálgico en el pensamiento de su maestro, y de que ésta era quizás su formulación más feliz y certera, Dika Newlin tituló la primera antología de textos de Schönberg como Style and Idea.8 El podría incluir ‘idea’ [idea], ‘pensamiento’ [thought], o ‘noción’ [notion], pero también puede implicar un ‘diseño’ [design], un ‘propósito’ [purpose] o un ‘plan’ [plan]. [. . . ] La ‘idea’ de Schönberg emerge en sus escritos como un concepto multidimensional (Ch. M. Cross, «Three Levels of “Idea” in Schoenberg‘s Thought and Writings», Current Musicology, n. 30, 1980, p. 25). En la misma línea se encuentran las consideraciones de Patricia Carpenter y Severine Neff, editoras de Der musikalische Gedanke: Schönberg utiliza tres palabras alemanas que pueden ser traducidas al inglés como ‘idea’ [idea]: ‘Idee’, ‘Gedanke’ y ‘Einfall’. ‘Idee’, del griego ‘idein’ (ιδείν), ‘ver’, puede tener connotaciones filosóficas. ‘Gedanke’, del alto alemán antiguo ‘denken’, ‘pensar’, es un pensamiento concreto [concrete thought]. ‘Einfall’, del alto alemán antiguo ‘fallan’, ‘caer’ o ‘desplomarse’, es un concepto diferente; es ‘inspiración’, la idea «que golpea como el rayo». ‘Idee’ y ‘Gedanke’ eran habituales en la literatura de teoría musical. Combinando ‘Gedanke’ y ‘Einfall’, Schönberg transformó el concepto tradicional. (P. Carpenter & S. Neff, «Commentary», en A. Schoenberg, The Musical Idea and the Logic, Technique and Art of Its Presentation, Columbia University Press, New York, 1995, p. 17). Tal como apuntan Carpenter y Neff, etimológicamente, el verbo ‘denken’ (‘pensar’) guarda relación con ‘Gedanke’. Téngase en cuenta que, al seguir la propuesta habitual de traducir ‘Gedanke’ por ‘idea’ (en vez de hacerlo por ‘pensamiento’), esta conexión etimológica se pierde. 8 El libro —bajo la supervisión de Schönberg— apareció en la Philosophical Library de Nueva York en 1950, con un total de 224 páginas y 15 artículos antologizados. Posteriormente, Leonard Stein realizó una magna ampliación para la segunda edición del libro, publicada en 1975, que mantenía el mismo título pero pasaba a tener 560 páginas y recopilaba 104 artículos. La edición de Stein sólo suprimía dos artículos, minúsculos, de la primera edición: «A Dangerous Game» y «To the Wharfs». Nuestras citas siempre se refieren a esta segunda edición de Stein (que abreviamos como SI ). Cuando tengamos que referirnos a la primera edición, lo haremos utilizando la abreviación SI-1. La traducción castellana de El estilo y la idea (aparecida en 1963 en Taurus y reeditada en 2005 en Idea Books) se hizo en base a la primera edición de Dika Newlin. Es por ello 24 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento título no era original de Newlin, sino que estaba extraído de una conferencia que Schönberg había pronunciado en la University of Chicago el 16 de mayo de 1946. La conferencia en cuestión (antologizada en el volumen) se titulaba «New Music, Outmoded Music, Style and Idea» y era la reformulación de un manuscrito previo fechado el 10 de febrero de 1933 que llevaba por título «Neue und Veraltete Musik, oder Stil und Gedanke», que Schönberg había escrito en Berlín y que a su vez reformulaba el texto de una primera conferencia pronunciada en Praga el 22 de octubre de 1930.9 El volumen editado por Newlin incluía artículos escritos originalmente por Schönberg tanto en inglés como en alemán, lo cual implicaba tener que traducir algunos textos. A la hora de traducir los textos alemanes, Schönberg advirtió a su discípula que debía «adherirse tan literalmente al estilo original como el uso del inglés permitiera» (SI-1, p. v). La cuestión de la fidelidad de las traducciones había preocupado a Schönberg en varios momentos de su vida. En 1932, por ejemplo, llegó a proponer al presidente de la Academia Prusiana de Música hacer una ley que «debería de empezar a incluir también en su ámbito de aplicación estas cuestiones más sutiles» (ASL, 146).10 Pero esta vez, en la advertencia a Newlin, llama la atención que en vez de recalcar la precisión léxica o la corrección terminológica (que sería lo propio dada la naturaleza ensayística y técnica de los artículos), Schönberg hiciera hincapié en la cuestión de la fidelidad al estilo original, tal como Newlin detalla en el «Prefacio». Antes de esta advertencia, Schönberg ya había dado muestras de gran celo estilístico por sus textos teóricos en una agria carta a su discípulo Serge Frank, que —antes que Newlin— se había encargado de traducir algunos escritos del compositor: que nuestras citas siempre van a referirse al volumen inglés de 1975, y las traducciones van a ser siempre propias. En cuanto a los criterios de citación y el manejo de fuentes, vid. las aclaraciones al inicio de la Bibliografía. 9 La génesis de este texto tan relevante es coetánea, pues, a la composición de la ópera Moses und Aron. Para la información de fuentes, vid. Arnold Schönberg, Stile herrschen, Gedanke siegen, ed. A. M. Morazzoni, Schott, Mainz, 2007, pp. 209-210. El texto definitivo está fechado en noviembre de 1945. 10 Es muy interesante, también, la carta del 24.VI.1921, en la que habla de la traducción inglesa de la Harmonielehre. La carta se reproduce parcialmente en Bryan R. Simms, «Review of Theory of Harmony by Arnold Schoenberg: Roy E. Carter», Music Theory Spectrum, vol. 4, Spring 1982, p. 158; y puede consultarse íntegramente en http://www.schoenberg.at/ letters/search_show_letter.php?ID_Number=612 [24.12.2012]. 1.2. El estilo: una preocupación Querido señor Frank, me desespera tener que verme obligado a escribirle una carta como ésta; pero realmente no podía prever que usted, un europeo culto, respetara tan poco la contribución espiritual de otro como para proponerle que acepte modificaciones como las que usted hace en mis artículos. Usted añade, omite, dilata lo que está dicho claro y conciso, elige expresiones inadecuadas para reemplazar a las pertinentes; sí, modifica incluso la construcción en párrafos separados y la de artículos que yo mismo he reescrito. Realmente no puedo entenderle. [. . . ] Compréndame bien: sólo puedo publicar bajo mi nombre lo que yo mismo he hecho, o al menos lo que he aprobado después. No vacilaría en reconocer y en mejorar un auténtico error. Pero sus modificaciones sobrepasan la medida de lo que puede admitir mi ya ancha conciencia americana. No quiero dejar de mencionar que Mr. Hoffmann y Mr. Leibowitz encuentran muy buena su traducción del «Mahler». Pero no puedo admitir modificaciones. [. . . ] Pese a algunas insuficiencias, soy mejor escritor de lo que usted cree; y una tal manera de expresarse [Ausdrucksweise] sólo empeorará a través de las mejoras. (ASL, 219). 25 De un modo menos airado, pero no menos tajante, leemos en una carta anterior al mismo Frank: ¿Cambió alguien mi original? Lo prohíbo estrictamente. Si hay que cambiar algo, insisto en que se me tiene que preguntar si estoy de acuerdo o si quiero hacer el cambio yo mismo.11 Al final, la fidelidad estilística al alemán que Schönberg prescribió para Style and Idea derivó en una sintaxis un tanto desnaturalizada que —tal como atestigua Humphrey Searle— «no contribuye a la lectura fácil».12 Como tampoco es excesivamente idiomática la prosa directa de Schönberg en inglés, que resulta cuando menos —a juicio de Winton Dean, un recensor de la época— «falta de gracia».13 Pero Schönberg era categórico al respecto: «No tengo intención de esconder el hecho de que no nací en este idioma y no quiero aparecer adornado con los méritos estilísticos de otra persona» (SI-1, p. v). Para entender este reparo de Schönberg a ser adornado con méritos estilísticos ajenos, tendremos que preguntarnos qué es lo que Schönberg entiende por estilo. Pero una pregunta de esta índole es difícil de contestar, ya que un 11 Carta de 3.11.1947 a Serge Frank, que no aparece en la antología A. Schoenberg, Cartas, ed. E. Stein, trad. A. F. Mayo, Turner, Madrid, 1987. Como ya hemos dicho antes, la correspondencia completa de Schönberg puede consultarse en el portal www.schoenberg.at, bajo la ruta Archiv/Katalogue/Briefe [12.10.2011]. 12 H. Searle, «Review: Schönberg’s “Style and Idea”», Tempo New Series, n. 19, Spring 1951, p. 29. 13 W. Dean, «Schoenberg’s Ideas», Music & Letters, vol. 31, n. 4, October 1950, p. 295. 26 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento recorrido por los escritos schönberguianos a la búsqueda del término no solventa demasiado la cuestión. Los textos donde aparece el término ‘stile’ (en alemán) o ‘style’ (en inglés) fueron redactados a lo largo de más de 40 años, sin vocación sistemática alguna, y en ellos el término está asociado casi siempre a la palabra ‘Gedanke’ o ‘idea’, respectivamente. Así pues, más que preguntarnos qué entendía Schönberg por estilo intentaremos averiguar por qué el estilo era para él una cuestión tan relevante como para seguir siendo —incluso al final de su trayectoria— una preocupación común a los prefacios casi coetáneos de las Structural Functions of Harmony y de la primera edición de Style and Idea. De nuevo, recurriremos a esas dos fuentes, tratando de analizar minuciosamente algunas de sus formulaciones. Para ello, apelamos tanto la paciencia como la máxima atención del lector, para que nos siga en el filo de la argumentación. Veamos: en el prefacio de Style and Idea, por un lado, Schönberg se niega a «aparecer adornado con los méritos estilísticos de otra persona» (SI-1, p. v), mientras que por el otro, en las Structural Functions of Harmony, acepta que «el refinamiento del estilo [puede] posponerse» (SFH, p. vii). Estas dos formulaciones hechas casi a la par (la primera de 1948 y la segunda de 1950), parecen a simple vista un tanto contradictorias. Una tercera cita algo anterior, sin embargo, permitirá arrojar un poco de luz sobre la cuestión. El texto es lo más parecido que tenemos a una definición de qué es el estilo, y fue escrito por Schönberg en 1946: «El estilo es la calidad de una obra y se basa en condiciones naturales, expresando a aquél que la ha producido» (SI, p. 121). Atención a las palabras de Schönberg, porque en muy poco espacio ha puesto en evidencia muchas cosas. La primera, que estilo y calidad artística sean equiparables demuestra la importancia que tiene el asunto para Schönberg. La segunda (más importante todavía) es que esta calidad se deba a condiciones naturales (es decir, no culturales), lo cual implica que se trata de un talento innato (no sujeto, por lo tanto, a decisión, sino a vocación).14 Y la tercera (y aún más significativa) es que el estilo diga algo de su hacedor, que lo «exprese». Es decir: que el estilo delate a su autor, que sea —por así decirlo— revelador. 14 Y, ante la vocación, es imposible hacer oídos sordos. Avanzando el curso de nuestra exposición, diremos que esto es algo que tendrá implicaciones en Moses und Aron, porque Moisés —a pesar de querer apacentar sus ovejas en paz— no podrá renunciar a la misión que se le encomienda. La vocación (y el deber de cumplir con ella) es algo que afecta tanto al artista como al profeta, según Schönberg. 1.2. El estilo: una preocupación 27 Al cabo de más de 25 años de esta consideración schönberguiana, el filósofo francés Jacques Derrida afirmaba que el estilo es la marca (la incisión, la traza) que queda en un texto a causa de su proceso de escritura; una marca que puede ser tan sutil como la de una pluma (stylo) o tan peligrosa como la de un punzón (stylet: estilete) o un puñal. Derrida prosigue sus reflexiones relacionando el estilo con un espolón: la parte que remata la punta de una nave y que, en caso de ataque, sirve también para embestir los buques enemigos. El espolón es, pues, lo que sobresale, lo que reviste, lo que recubre y lo que, siendo superficial, da el primer impacto; el estilo es —según la línea de pensamiento de Derrida quizás anticipada por Schönberg— la apariencia; el rostro.15 El estilo es pues —como el rostro— algo idiosincrático, que pertenece a uno mismo. Por eso es lógico que, aunque se pueda refinar a posteriori, como hemos visto que afirmaba Schönberg en los «Agradecimentos» de las Structural Functions (SFH, p. vii), no lo pueda embellecer nadie más que su autor. Por eso Dika Newlin —que comprendió bien la preocupación de su maestro— se encarga de recordárnoslo en el «Prefacio» de Style and Idea citando la renuncia de Schönberg a «aparecer adornado con los méritos estilísticos de otra persona» (SI-1, p. v); una renuncia al embellecimiento estilístico ajeno que ahora entendemos mejor: un tal embellecimiento sería algo grotesco, ya que desnaturalizaría y desfiguraría el rostro —léase la apariencia, el estilo o la calidad— de su autor. Sólo el autor, pues, puede retocar su estilo. Nadie que sea ajeno al pensamiento tiene potestad para hacerlo, ya que el pensamiento es propio, único, exclusivo e —íbamos a decir— intransferible. Pero justo cuando estábamos a punto de escribir la palabra ‘transferencia’, nos hemos dado cuenta de que quizás acabamos de topar con la que es la clave de la concepción schönberguiana del estilo; con la que es una de las (pre)ocupaciones fundamentales —acaso la principal— de las obras de Schönberg: la cuestión de la transferencia. O, dicho de otro modo, la posibilidad de transmisión. Es precisamente en esta cuestión donde radica lo fundamental de la concepción schönberguiana del estilo. 15 Cf. J. Derrida, Espolones. Los estilos de Nietszche, Pre-textos, Valencia, 1981. 28 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento 1.2.2. El estilo: el adecuado rostro de la idea La transferencia del pensamiento se da a través de una forma, de una realización, que tiene un estilo concreto. Un estilo que, realmente, no puede ser otro que el que se ha utilizado a la hora de decir la idea que se quería expresar: «componer —dice Schönberg— es por encima de todo el arte de inventar [erfinden] una idea musical y su adecuada representación [angemessene Darstellung]» (SHGS, p. 152 / SI, p. 374). El estilo (la representación) tiene que ver absolutamente con la idea, por más que en realidad —añada Schönberg en tono quejoso en otro ensayo— «el arte de una representación verdaderamente variada de una idea es muy poco común» (SHGS, p. 125 / SI, p. 256). Así como hemos visto que Schönberg anticipaba de algún modo una línea de pensamiento derrideana, en este caso —y será harto más evidente en las siguientes citas— parece que anticipa también una formulación que tendría en la glosemática post-hjelmsleviana a su máximo representante: la forma es el contenido. Schönberg lo formulaba casi a modo de imperativo metafísico: «aquel que está incesantemente ocupado haciendo justicia a la idea [. . . ] puede estar seguro de que, si se hace todo lo que la idea requiere, la apariencia externa será adecuada» (SI, p. 121). Llegados a este punto, y pertrechados con los necesarios referentes glosemáticos y derrideanos, estamos en disposición de parafrasear a Schönberg diciendo que el estilo es el reverso de la idea; su materialización; su necesaria apariencia, esto es, su modo de aparecer. O lo que es lo mismo —y para ponerlo en términos teológicos (nada ajenos a Schönberg, como veremos más adelante)—: el estilo es la encarnación de la idea; o —para usar la atinada formulación de Lluís Duch— su empalabramiento.16 En definitiva: el estilo es el rostro de la idea; y es por ello que es tan importante. Si no fuera así, la preocupación schönberguiana por formular adecuadamente (angemessene, diríamos en alemán) incluso los conceptos armónicos más básicos a los que aludíamos al principio del capítulo estaría fuera de lugar, y sería poco más que una manía insensata y desprovista de todo fundamento. No es de extrañar, pues, que para Schönberg incluso el contenido más elemental se formule (se ex-prese) a través de la lucha. Ya que la ex-presión no es inmediata, sino todo lo contrario: mediada y meditada. V.v.a.a., Emparaular el món: el pensament antropològic de Lluís Duch, Fragmenta, Barcelona, 2011. 16 Cf. 1.2. El estilo: una preocupación 29 Etimológicamente: la expresión se da sólo bajo presión; o sea, ex pressio. Se da sólo en el proceso de prensar. Sin presión, sin dificultad, sin esfuerzo, sin fuerza. . . no hay expresión posible. Es desde esta óptica que lograremos entender algo mejor una frase un tanto hermética de nuestro autor: «La técnica —dice Schönberg ya en 1910— nunca existe desprovista de invención [Erfindung]; lo que sí existe es la invención que todavía tiene que crear su técnica» (SHGS, p. 59 / SI, p. 366).17 Eso no significa que la idea pueda existir independientemente de su expresión (ya que la expresión es la garante y la condición sine qua non de su formulabilidad), sino que la idea es ontológicamete primera a su formulación. Siguiendo la línea de pensamiento de su maestro, Erwin Stein (discípulo de Schönberg en Viena, que no debe confundirse por tanto con su asistente Leonard Stein en Los Angeles) desarrolló y ahondó en esta idea del siguiente modo, en un artículo publicado en un volumen conmemorativo del quinquagésimo aniversario de Schönberg: «Pero entonces, ¿la música no es expresión?» Ciertamente, entre muchas otras cosas es también expresión; no, sin embargo, porque estaría bien que lo fuera, sino porque cada manifestación del pensamiento o el sentimiento humano necesariamente tiene que ser expresión: la expresión de la mente que expresa. No merece la pena tratar de ser expresivo si no se tiene nada que expresar. [. . . ] No olvidemos que la expresión es la forma, y que lo que generalmente se considera música ‘expresiva’ es aquella forma que refleja adecuadamente un sentido profundo, un significado que sólo podemos alcanzar en la forma de. . . es decir, como forma.18 Schönberg le da todavía un nuevo matiz: «Un contenido expresivo quiere hacerse comprensible; su movimiento lleva así a una forma» (SHGS, p. 59 / SI, p. 367).19 De lo que se deduce no sólo la primacía ontológica de la idea sobre la forma a la cual ya nos hemos referido, sino la importancia del movimento, 17 Aunque en Style and Idea Leonard Stein feche el artículo «Problems in teaching Art» en 1911, damos por buena la fecha de 1910 propuesta por Anna Maria Morazzoni en el más actualizado Stile herrschen, Gedanke siegen, donde el artículo aparece en el original alemán bajo el título «Probleme des Kunstunterrichts». En caso de duda, seguimos siempre la propuesta de Morazzoni. 18 E. Stein, «New Formal Principles», Orpheus in New Guises, Rockliff, Londres, 1953, p. 77. El libro es un interesante compendio de artículos de Stein centrado en autores que van de Brahms a Britten, con especial atención a la Segunda Escuela de Viena. El volumen conmemorativo en el que apareció originalmente el artículo de Stein era Musikblätter des Anbruch, publicado en Viena, el 13 de septiembre de 1924. 19 En la traducción inglesa, el término «Bewegung» del original alemán que nosotros hemos traducido como ‘movimiento’, se traduce por «upheaval» (esto es: ‘agitación’). Otra buena traducción sería ‘impulso’. El original alemán está en SHGS, p. 58-63. 30 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento de la acción, del dinamismo, para que la plasmación formal (esto es: material, estilística, factual) llegue a realizarse. Si lo importante es el movimiento que lleva del contenido a la forma, y se pretende hacer «justicia a la idea» (SI, p. 121), la preocupación intrínseca por el estilo como un fin en si mismo es accesoria y falta de sentido: lo único que importa es la transmisión adecuada de la idea. Schönberg lo vuelve a poner de manifiesto con insistencia casi obsesiva al decir que «nacida una idea, ésta tendrá que ser moldeada, formulada, desarrollada, elaborada, llevada a término y perseguida hasta el final» (SI, p. 124). ¡La cantidad de matices es tan extraordinaria como significativa! Si eso sucede, da igual que las frases —tal como leemos en las Structural Functions of Harmony— puedan ser «rudas si conseguían expresar [if only they expressed] la idea con claridad» (SFH, p. vii). En cuanto al estilo literario de Schönberg, esta rudeza afectaba a la sintaxis, obviamente, pero también al léxico. Ya que, para ser fiel a la idea, a veces es necesario recurrir a nueva terminología, aunque «cueste días encontrar la terminología correcta». Así lo cuenta Gerald Strang (colaborador de Schönberg a la vez que Leonard Stein) en el «Editor’s Preface» de los Fundamentals of Musical Composition, escritos casi paralelamente a las Structural Functions of Harmony, pero cuya publicación Schönberg no alcanzó a ver: Desde buen principio el libro se concibió en inglés, en vez de en el alemán nativo de Schönberg. Eso creó muchos problemas de terminología y de estructura lingüística. Él desestimó gran parte de la terminología tradicional en ambas lenguas, escogiendo, en cambio, tomar prestados o inventar nuevos términos (FMC, p. xiii).20 La creación de nueva terminología responde, pues, a la necesidad de ser fiel a la idea. Una idea que, si es nueva (o se ha pensado de nuevo, en sentido estricto) ya no puede formularse a través de categorías preexistentes. No es que no se deba poner el vino nuevo en odres viejos, sino que realmente no se puede. Así lo atestigua otra frase lapidaria de Schönberg: «alguien que conozca sus capacidades [. . . ] nunca empezará [a escribir] desde una imagen preconcebida de 20 Incomprensiblemente, la traducción castellana mutila tanto este prefacio del editor como la «Explanatory Note» del original inglés. Cf. A. Schönberg, Fundamentos de la composición musical, trad. A. Santos, Real Musical, Madrid, 2001. A la muerte de Schönberg, dice Strang, «la mayor parte del texto había experimentado más o menos cuatro revisiones completas [. . . ]. Dado que había trabajado con Schönberg en el libro durante todo el tiempo [de 1937 a 1948], la señora Schönberg me pidió que asumiera la tarea de reconciliar las distintas versiones y preparalo para la publicación» (FMC, p. xiii). 1.3. La idea y su representación. El ejemplo del Verein 31 un estilo» (SI, p. 121). Visto desde el otro lado: una nueva terminología indica un nuevo pensamiento. Por eso mismo el estilo no es una post-ocupación de la que pueda ocuparse cualquiera sino —como apuntábamos en el título de esta sección— una radical pre-ocupación. Una verdadera ocupación (preocupante, desde luego) que se da en el mismo momento que se pretende comunicar una idea. Ya que la garantía de que una idea pueda comprenderse depende de la eficacia de su materialización. Hay que encontrar el estilo que diga la idea. Hay que encontrar cómo decir el qué. Este es el trabajo; esta es —como decía Schönberg en los «Agradecimientos» de las Structural Functions of Harmony— la lucha por la formulación. Un trabajo que, en el mismo orden de cosas, no era sólo literario, sino —¡por supuesto!— eminentemente musical, tal como puntualiza muy bien Leonard Stein en el prefacio de su edición de Style and Idea: «El estilo literario de Schönberg refleja, en muchos sentidos, la remarcable originalidad de su mente musical. Al mismo tiempo demostró ser tan riguroso en la elección de palabras como en la formulación de sus ideas musicales» (SI, p. 14). 1.3. 1.3.1. La idea y su representación. El ejemplo del Verein De lo abstracto a lo concreto: ¿componer de manera pedagógica? Hemos dicho que el estilo es el rostro de la idea, su manifestación. Schönberg, que era fino y perspicaz en sus análisis, afirmaba, como hemos visto, que «el estilo es la calidad de una obra» (SI, p. 121). Así pues, la calidad de una obra no radica, como podríamos pensar a bote pronto, en su idea, sino en su formulación. No puede ser de otro modo si estamos atentos —como lo estaba Schönberg— a la distinción de planos ontológicos: la calidad sólo puede predicarse de aquello manifiesto y no de aquello incógnito. Es decir: la idea sólo puede manifestarse bajo la forma del estilo; y la calidad sólo puede predicarse de lo manifiesto. La calidad no se puede deducir de la idea; sólo del estilo. Pues bien: si el estilo es el rostro, este rostro indica algo (es un índice) de aquello que tiene detrás. Recurriendo a la cosmovisión griega, podríamos parafrasearlo de este modo: la máscara es aquello que determina y que caracteriza a un personaje (character, en inglés). Hasta tal punto que, de hecho, la máscara es el personaje. La importancia de esta máscara es fundamental, dado que garantiza la posibilidad de que un personaje sea reconocido y, además, posibilita 32 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento su expresión; ya que, por su peculiar configuración acústica, la máscara sirve para proyectar la voz que se esconde detrás de ella: sirve per sonare. Así es como nace la per-sona; es decir, aquello que, etimológicamente, suena. Por eso si el rostro —como reza el refrán— es el espejo del alma (su sonajero, digamos), va a ser sólo a través del rostro que podamos iniciar el recorrido hacia el alma. O, para volver a la terminología de nuestro compositor: desde el estilo podremos trazar el camino de regreso hacia la idea. En ese recorrido (inverso al del escritor o al del compositor, que va de la idea a su plasmación) se reconoce —ésta es la marca punzante del estilo— el empeño y el esfuerzo en la formulación. Es quizás porque conocía tan bien la importancia del camino de lo abstracto a lo concreto21 que Schönberg ponía tanto énfasis en la capacidad de escucha del auditorio; esto es, en la posibilidad de recorrer en las mejores condiciones el “camino de vuelta” —por así llamarlo— del estilo a la idea, trazando el recorrido inverso al que en su momento realizó el compositor, que hizo el paso de la idea al estilo, es decir, el “camino de ida”. Más allá de su compromiso con la coherencia y la claridad en la presentación de las ideas (que sirven para establecer bien el paso de lo abstracto a lo concreto, como veremos más adelante), Schönberg se preocupó sobremanera de que el “camino de vuelta” fuese certero, dando al auditorio las mayores facilidades para saber escuchar, ayudándole a entrenar el oído. ¿De dónde nace esta preocupación? ¿Por qué Schönberg se preocupó de dar herramientas para que el auditorio escuchara? Plantear esta pregunta es entrar de lleno en una cuestión clave: la cuestión de la pedagogía, con la que Schönberg estuvo profundamente vinculado, como excelente profesor que fue. Pero la vinculación de Schönberg con la pedagogía no tuvo sólo carácter práctico, sino que el propósito fundamental de la pedagogía parece coincidir con 21 Para precisar la justa dimensión de la dicotomía abstracto-concreto, hacemos nuestro el comentario de Patricia Carpenter y Severine Neff, «Commentary», en A. Schönberg, The Musical Idea and the Logic, Technique and Art of Its Presentation, Columbia University Press, Nueva York, 1995, p. 2: «Así como la obra es concreta, presentada para la experiencia inmediata y no para el intelecto, del mismo modo la idea musical que lleva a cabo no es un concepto abstracto [Begriff ] sino un pensamiento concreto [Gedanke]». Dese por supuesto que cuando hablamos de la diferencia abstracto-concreto lo hacemos para referirnos a esa dualidad de planos, no para catalogar como abstracta a la idea que se esconde detrás de la obra. 1.3. La idea y su representación. El ejemplo del Verein 33 la cuestión nuclear que —a nuestro modo de ver— articula el pensamiento de Schönberg: la cuestión de la relación, de la que hablaremos más adelante y que juega un papel fundamental (en esta misma dimensión pedagógica) en el Moses und Aron. El propósito fundamental de la pedagogía es hallar el modo de que algo se formule de modo adecuado a alguien. Se trata de mediar adecuadamente entre el objeto de conocimiento y el sujeto que debe conocer. Para ello hay que tener muy en cuenta las capacidades de este alguien, con lo cual, habitualmente, se adapta la explicación del objeto de conocimiento a las capacidades del conocedor. Para ello, las más de las veces, se simplifica la explicación del objeto conocido para que las facultades de comprensión del sujeto cognoscente no queden sobrepasadas. O que se sobrepasen sólo en la medida en que estas capacidades se puedan ensanchar sin llegar al colapso. Este es el buen pedagogo: el que a partir del objeto de conocimiento es capaz de ensanchar las capacidades de conocimiento del discípulo. Pero, para hacerlo, acostumbra a ser necesario simplificar el objeto de conocimiento a las facultades del alumno; por lo menos hasta que éstas se han ensanchado suficientemente como para comprender el objeto sin reducción alguna. Pero a la hora de componer, no se puede ser pedagógico. No se pueden tener en cuenta las capacidades de comprensión del auditorio. Porque —según Schönberg— la tarea del compositor es «hacer justicia a la idea» (SI, p. 121). Así pues, el estilo (que es el rostro de la idea) debe permanecer independiente a cualquier factor externo y se debe sólo a la idea. En otras palabras: el modo de aparecer de la idea (esto es, el estilo) no puede maquillarse en función de las circunstancias, ni puede ser de un modo u otro en función del auditorio que vaya a escuchar la obra. Es fundamental, pues, que a la hora de presentar la idea (en la forma del estilo), el estilo no falsifique a la idea, que no la pervierta, que no la simplifique o que no la reduzca. El estilo no puede ser pedagógico, ya que poner el estilo al servicio del oyente es no hacer justicia a la idea. Esta radical sumisión del estilo a la idea propia de la composición puede conducir, sin embargo, al aislamiento de la idea, si su modo de aparecer (su estilo) está demasiado lejos de las capacidades del auditorio. Esto supondría condenar la idea (y el estilo que la presenta) a la incomprensión, lo cual, por supuesto, tampoco es bueno. Lo que se puede hacer, entonces, es tratar de aumentar las capacidades de audición del público, que es lo que —a nuestro modo de ver— Schönberg perseguía con la creación del Verein für musikalische Privataufführungen (la Sociedad para audiciones musicales privadas), que 34 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento fundó en Viena en 1918. Los motivos de esta organización eran múltiples, y cabe no olvidar que el panorama cultural austriaco en 1918 no debía pasar sus mejores momentos, después del fin de la Primera Guerra Mundial. Más allá de su posible tarea de dinamización cultural, lo cierto es que la creación del Verein establecía un nuevo modo de presentar las obras musicales. Dado que un compositor no puede actuar como el pedagogo (que simplifica el objeto en función de las capacidades de comprensión), lo suyo será intentar aumentar las capacidades de comprensión del público. 1.3.2. El Verein: la posibilidad de una buena escucha Las directrices de Schönberg para el Verein für musikalische Privataufführungen (la Sociedad para audiciones musicales privadas, fundada por él y sus discípulos en Viena en 1918, que estuvo activa hasta 1921) son célebres. Schönberg proponía una larga serie de ensayos abiertos al público y, posteriormente, la audición doble de las piezas en cuestión. La intención no era otra que facilitar lo que hemos nombrado como “camino de vuelta”: es decir, lo que lleva de la audición de la obra a la comprensión de la idea con la cual se originó. Si en las artes plásticas (e incluso en la literatura) el espectador puede administrar su tiempo de visión o lectura de la obra, en la música el oyente está sujeto al tempo de la interpretación. Por ello Schönberg quería dar al oyente la posibilidad de familiarizarse al máximo con las obras que iba a escuchar, ya que «no se conoce la música después de haberla escuchado una vez. El melómano y especialmente el artista que tiene que reproducir la música, tiene que haberla escuchado a menudo» (SI, p. 372). Sólo dando al oyente la posibilidad de escuchar las obras a menudo (las grabaciones no estaban aún a la orden del día) podía garantizarse un aumento de sus posibilidades de comprensión de su estilo y de su idea. Este pensamiento parecía estar detrás de un folleto que circuló por Viena a principios de abril de 1918: Arnold Schönberg, a instancias de la administración de conciertos de Hugo Heller, anuncia el proyecto de interpretar su Sinfonía de cámara que el Cuarteto Rosé y el conjunto de viento de la Ópera de la Corte Real e Imperial estrenaron en Viena hace ya algunos años. Schönberg va a interpretar la partitura de un modo que representa una novedad en la vida de conciertos de hoy en día. En vez de interpretar la partitura sólo en un único concierto, Schönberg piensa dirigir una serie de diez ensayos que serán abiertos al público. En el ensayo general, la sinfonía será intepretada de arriba abajo al menos una vez sin interrupción. Este enfoque va a brindar al oyente la posibilidad de escuchar la música con suficiente frecuencia 1.3. La idea y su representación. El ejemplo del Verein como para que sea capaz de comprenderla tanto en su globalidad como en cada uno de sus detalles particulares.22 35 Tanto en los estatutos de la Sociedad como en su propósito anual, los principios estaban bien claros: La Sociedad, fundada por Arnold Schönberg en noviembre de 1918, tiene este propósito: proporcionar a los artistas y a los amigos del arte un conocimiento real y preciso de la música moderna. De ningún modo el propósito de la Sociedad es hacer propaganda de una cierta dirección artística o ser útil a los autores interpretados, sino que será el de servir a los miembros exclusivamente, estableciendo claridad en lugar de la oscura y problemática relación con la música moderna que se ha dado hasta la fecha. Así pues, no es una Sociedad para compositores, sino exclusivamente para la audiencia.23 Pero, aunque las miras del Verein estuviesen puestas en la audiencia, el público no era libre de expresar su opinión. Al contrario: le estaba terminantemente prohibido cualquier signo «de aprobación, de disgusto o de gratitud», ya que «el único éxito que puede tener el autor es aquél que debe ser el más importante para él: hacerse comprender».24 La jerarquía estética de Schönberg no deja lugar a dudas: es mucho más importante lograr hacerse comprender que conseguir el aplauso del público. Para ello, todas las facilidades imaginables (ensayos abiertos, varias interpretaciones de la pieza una vez montada, explicaciones previas. . . ) se ponían al servicio de la familiarización con la obra (es decir: con su forma, con su estilo), para así poder llegar a la comprensión de su idea. Unas obras que eran de distinta índole y de estéticas dispares ya que —como rezaba otra de las divisas de la sociedad— «no se prefiere ningún estilo específico».25 Así, en los conciertos del Verein se escucharon, entre otras, obras con directrices estilísticas tan dispares como las de —por citar sólo algunos de los nombres más relevantes— R. Strauss, M. Reger, G. Mahler, C. Debussy, F. Busoni, B. Bartók, M. Ravel o A. Scriabin, 22 Citado en J. Meibach, «The Society for Musical Private Performances: Antecedents and Foundation», JASI, vol. VIII n. 2, November 1984, p. 163. (La biografía de H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, trad. A. Agud, Alianza, Madrid, 1991, también se hace eco de este fragmento, en la página 212). Los estatutos completos del Verein pueden encontrarse en Joan Allen Smith, Schoenberg and His Circle. A Viennese Portrait, Schirmer, Nueva York, 1986, pp. 249-254. En las páginas 255-268 se encuentra una relación de las obras interpretadas en el Verein. 23 Ibid., p. 164. 24 Ibid., p. 165. 25 Ibid., p. 164. 36 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento además de las del propio A. Schönberg y de sus discípulos.26 Estas obras no se podían escuchar fácilmente en la Viena de la época, y Schönberg y sus discípulos se encargaron de transcribirlas para la formación de la que disponían (ya fuera piano solo o pequeña orquesta de salón, como era habitual en la época). Sin embargo, el hecho de transcribirlas suponía —sobre todo en las obras originales para gran orquesta— presentar las partituras en una apariencia distinta de la que les había dado el compositor; es decir, contraviniendo, aunque sólo en la instrumentación, su sello estilístico. Pero si se querían escuchar obras no sólo camerísticas, no había otra opción que recurrir a transcripciones, aunque a varios miembros de la Sociedad —y particularmente a Webern— no les gustara una «presentación de su música en el blanco-y-negro del teclado».27 Pero se trataba de eso o de no poder escucharlas. Sin embargo, tal como hemos apuntado antes, el propósito del Verein no era sólo el de la difusión de la música moderna, sino que cumplía fundamentalmente un objetivo pedagógico: dotar al oyente de cuantos más elementos mejor para comprender cada una de las obras modernas que allí se presentaran. Sólo a través de la familiarización con los rasgos externos de la obra (es decir: con su máscara, con su estilo —y la orquestación es sólo uno de esos elementos estilísticos—), se puede llegar a su comprensión esencial; esto es, llegar a su idea. De ahí la necesidad —contemplada en los estatutos— de que la presentación de los rasgos tenga que ser hecha desde la «claridad y la precisión», de lo contrario «las obras no pueden y no deben ser interpretadas en la Sociedad».28 Y aquí, nuevamente, las palabras utilizadas por Schönberg vuelven a ser de lo más atinadas: claridad y precisión. Dos conceptos que llevan implícitos —nue- 26 El catálogo de obras interpretadas así como su arreglista (Schönberg, Webern, Berg, Steuerman o Sachs) puede encontrarse en el trabajo de W. Szmolyan, «L’Associazione per esecuzioni musicali private di Vienna», en G. Borio (ed.), Schönberg, Mulino, Bologna, 1999, pp. 185-199. Y también, como hemos dicho en la nota 22, en el trabajo de Joan Allen Smith, Schoenberg and His Circle, pp. 249-254. 27 A. Beaumont, «Schönberg’s “Verein” and its Orchestra», Arnold Schönberg Wiener Kreis. Bericht zum Symposium 12.-15. September 1999. Journal of the Arnold Schönberg Center, vol. 2/2000, p. 85. En su artículo, Beaumont habla sobre la distorsión de la idea musical original que supone cualquier transcripción y reproduce aquella conocida frase de Busoni —¡gran transcriptor!— que dice que «una transcripción no destruye el original» (Ferrucio Busoni, Entwurf einer neuen Ästhetik der Tonkunst, C. Schmidl & Co, Trieste, 1907, p. 102). En este volumen del simposio hay dos artículos más que tratan sobre el Verein. 28 Ibid., p. 165. 1.3. La idea y su representación. El ejemplo del Verein 37 vamente— una dualidad de planos: lo claro es lo que deja ver algo a través suyo, y lo preciso implica la fina adecuación de una instancia a otra.PCon su meticulosidad terminológica, Schönberg parece trazar un nuevo binomio que podemos relacionar con el que ya conocíamos: el estilo es a la idea lo que la interpretación es (o debe ser) al estilo. Gráficamente: Idea Estilo → ≈ → Estilo Interpretación En ese nuevo binomio estilo-interpretación, la precisión y la claridad son fundamentales, ya que de ellas depende que el oído pueda recorrer el camino de vuelta hacia la idea. El viaje se dibuja, entonces, lleno de mediaciones: el oído capta la intepretación; la interpretación es la traslación sonora del estilo; y el estilo es la manifestación concreta de la idea. En el primer estadio, la responsabilidad pertenece al oyente, que tiene que estar preparado para escuchar lo mejor posible (y es por ello que Schönberg quiere facilitarle la tarea a base de ensayos abiertos y múltiples audiciones de las obras). En el segundo, el énfasis está puesto en el intérprete (que tiene que ser claro y preciso). Y en el tercer estadio (que está en el origen, realmente), es el compositor el que debe garantizar que el estilo se corresponda con la idea. Estos estadios suceden en medio de lo efectivo; es decir, suceden en el proceso (en la distancia, en el hueco) que separa una instancia de otra. La clave no radica en los estadios como tales, sino en aquello que media entre ellos. De acuerdo con el gráfico, lo relevante son las flechas, ya que es ahí donde sucede lo que se puede controlar. Lo otro son estadios finales, sobre los que los agentes encargados de cada proceso no tienen control. Las flechas a la derecha indican lo que hemos llamado “camino de ida”. Unas supuestas flechas a la izquierda indicarían el “camino de vuelta”, para el cual es necesario que las flechas a la derecha se hayan trazado correctamente: Idea → (compositor) Estilo → (intérprete) Interpretación → (oyente) Audición Así pues, es tarea del compositor lograr que la forma sea la adecuada (angemessene, según veíamos en la página 28), ya que «la forma en las artes, y 38 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento especialmente en la música, tiene como propósito primario la comprehensibilidad» (SI, p. 215). Pero no menos importante en esa comprehensibilidad es el papel que juega el intérprete, al cual Schönberg dedica alrededor de 1924 un texto breve que tenía que ser el comienzo de un jamás escrito Tratado de interpretación. En él, Schönberg reúne las tres instancias (compositor, intérprete y oyente) de las que acabamos de hablar: El principio más elevado para cualquier reproducción de música tendría que ser que lo que ha escrito el compositor se transforme en sonido de tal modo que cada nota sea realmente audible; y que todos los sonidos, sucesivos o simultaneos, estén relacionados entre ellos de tal modo que ninguna parte oscurezca jamás a la otra parte, sino que contribuya a asegurar que todas destaquen claramente las unas de las otras. Todo compositor, sea cual sea su experiencia, dispone sus notas de esa forma, tanto si está escribiendo para instrumento solista, para un pequeño grupo de cámara o para orquesta. Esta es la condición previa para hacer música, y quien no logre conseguir eso jamás podrá satisfacer a un oyente culto y sensible, incluso con todos los otros recursos del intérprete (SI, p. 319). Como no puede ser de otro modo, a Schönberg le concierne más lo que separa la audición y la idea (con su entramado de engranajes intermedios en el “camino de vuelta”: audición → interpretación → estilo → idea), que la teorización sobre cada uno de estos estadios. Es por ello que, en la medida de lo posible, intentó meter baza en cada uno de los procesos que separan el manuscrito de la audición. Más que manía omnicontroladora, la actitud de Schönberg partía de su compromiso para hacer «justicia a la idea» (SI, p. 121), procurando que hubiese el mayor grado de fidelidad posible entre la audición final y la idea inicial. Si se nos permite la boutade, la situación es similar a lo que sucede en el juego del teléfono: según las distorsiones a las que sea sometido el mensaje inicial, es imposible llegar a reconocerlo. Por ello, ¡ya en 1904!, con 30 años, Schönberg se lamentaba de que los compositores quedaran relegados fuera de la vida musical: La gente más cercana a la música —los creadores— no tienen que quedar excluidos permanentemente de la vida musical real. Tienen que dar pasos para reemplazar su relación indirecta y distorsionada con el público por una que sea directa, como la que consiguieron hace ya tiempo los pintores y escultores, para gran beneficio del arte (ASR, p. 44). Esta presencia del compositor en la vida musical (con una relación «directa» y no una «relación indirecta y distorsionada», según las propias palabras de Schönberg) es fundamental para que el mensaje del compositor no se desfigure; y para ello hay que intentar asegurar al máximo la fiabilidad de cada transmisión (edición de la obra, ensayos, interpretación, sala de audición, tipo 1.3. La idea y su representación. El ejemplo del Verein 39 de público. . . ). Sin embargo, por más que se intenten establecer las mejores condiciones posibles en cada estadio, los dos últimos elementos (interpretación y público) se escapan no sólo de la tarea sino también de las manos del compositor. Pero Schönberg, tenaz, no ahorró esfuerzos para incidir decisivamente en ellos. Si bien la capacidad auditiva es algo para lo que tiene que prepararse el oyente por su cuenta, Schönberg contribuyó a facilitarle el camino con el modus operandi del Verein. Y, por lo que respecta a la claridad de la interpretación (que concierne al intérprete), Schönberg —casi más que ningún otro compositor, dado que éste es un tic del oficio— se cuidó desmesuradamente de asegurarla. 1.3.3. A cada cual lo suyo: intérprete, artesano y artista Schönberg dedicó varios textos teóricos a la interpretación. Los títulos de algunos de estos textos no dejan lugar a dudas: «For a Treatise on Performance», «Today’s Manner of Performing Classical Music», «Performance Indications (Dynamics)», «About Metronome Markings», etc.29 Pero es que, además, veló al máximo por la puntual interpretación de sus partituras. En este sentido, sus cartas son de lo más reveladoras y basta hojear su correspondencia para encontrarse con innumerables ejemplos de peticiones de ensayos suplementarios, de instrucciones detalladas sobre tal o cual obra, de discusiones con intérpretes, de amonestaciones a directores, etc. Consciente de llegar a ser un tanto quisquilloso y tiquismiquis, Schönberg se justifica a veces con sus intérpretes más admirados. Es el caso de la cantante Marya Freund, a quien Schönberg se dirige en estos términos en 1922: Me gustaría hablar con usted de bastantes cosas referentes a la ejecución de mis obras. Pues me interesa aclararle por qué no puedo admitir, en la realización de mis ideas musicales expuestas en sonidos, ninguna otra voluntad sino la mía; y por qué en esta realización ha de llegarse a aplicar esta severidad radical, este rigor inexorable: porque también fueron compuestas así». (ASL, 46). Así pues, aunque se preocupara también por la ejecución y recepción de sus obras, Schönberg sabía muy bien que lo suyo propio como compositor era tratar de hacer «justicia a la idea» (SI, p. 121) a través del estilo pertinente, desde la «severidad radical» y el «rigor inexorable» (ASL, 46). 29 Proporcionamos el título que tienen en SI. 40 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento Esta es —para Schönberg— la divisa ética que tiene que guiar a cualquier artista, ya que lo propio del artista es su capacidad de expresión. Según palabras de Schönberg, «la idea del creador tiene que ser presentada, sea cual sea el carácter que está impelido a evocar» (SI, p. 215),30 ya que «el arte no viene del poder, sino del Deber» (SHGS, p. 58 / SI, p. 365).31 Es precisamente en esa necesidad que el artista se distingue del artesano. Así lo explica Schönberg en 1911, empezando de esta manera el ensayo «Problemas de la enseñanza artística»: El arte no viene del poder, sino del Deber. El artesano puede. Ha desarrollado aquello con lo que ha nacido; y con sólo querer hacer algo, puede hacerlo. Puede hacer lo que quiere —bien y mal, de modo superficial y profundo, a la moderna y a la antigua—: puede [kann]! Pero el artista debe [muß]. No tiene sobre ello ninguna influencia, no depende nada de su voluntad. Pero dado que debe, también puede. Por sí solo, adquiere aquello con lo que no ha nacido: la habilidad manual, el dominio de la forma, el virtuosismo. Pero no el de los otros, sino el suyo propio. Este poder desarrollado bajo presión desde el interior, este poder-de-autoexpresarse es esencialmente distinto del poder del artesano, que en realidad expresa a alguien distinto que el autor. El artesano puede hacer lo que el artista tiene que crear. La destreza y la adaptabilidad le permiten aplicar, como recurso artístico, aquello que el espíritu creativo hizo inconscientemente cuando forzó el material hacia aquellas consecuencias que satisfacen a una necesidad expresiva (SHGS, p. 58 / SI, p. 365). Años después, en el fundamental artículo «New Music, Outmoded Music, Style and Idea» (escrito inicialmente en 1930 y reformulado en 1933 y 1945), Schönberg lo volvía a dejar claro: aunque «lo más importante en una obra de arte [sea] la Idea», la tarea principal del artista no tiene que ver con la idea per se (que es algo que escapa a su control, que está fuera de sí), sino con «hacerle justicia» (SI, p. 121). De lo que debe ocuparse el artista (en este caso, el compositor) es principalmente de la relación que guarda la idea con su formu- 30 Con respecto al verbo inglés ‘present’ utilizado por Schönberg, téngase en cuenta lo dicho infra en la nota 34. 31 Schönberg escribe el texto «Probleme des Kunstunterrichts» en 1911, que en SI aparece traducido como «Problems in Teaching Art». En esta traducción leemos: «I believe art is born of “I must”, not of “I can”» (SI, p. 365), mientras que en el original alemán vemos: «Ich glaube: Kunst kommt nicht von können, sondern vom Müssen» (SHGS, p. 58), con la mayúscula gramaticalmente innecesaria en ‘Müssen’. En la versión inglesa, pues, aparecen comillas y cursivas que no se encuentran en el original alemán; y en la versión alemana aparece una significativa mayúscula que hemos mantenido en nuestra traducción. Tal como hemos explicitado en la nota sobre nuestro uso de las fuentes (vid. página 23), nuestras traducciones tendrán siempre como base el idioma original, pero para facilitar el manejo de citas daremos también la referencia más común de SI, cuando proceda. 1.4. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación 41 lación; de su posibilidad de ser dicha. Ya que —como hemos dicho— componer es «por encima de todo el arte de inventar una idea musical y su adecuada representación [angemessene Darstellung]» (SHGS, p. 152 / SI, p. 374).32 Teniendo esto en cuenta, y dada la dimensión pedagógica de Schönberg, que se sabía «destinado a la enseñanza por naturaleza» (ASL, 6), no es de extrañar que a lo largo de su vida escribiera varios artículos dedicados a la cuestión de la formulabilidad de la idea. Y no sólo artículos, sino que trató de escribir un par de obras teóricas de gran calado (nunca terminadas, sin embargo) con el propósito de sentar las bases de una verdadera teoría de la composición. 1.4. 1.4.1. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación Génesis, propósito, cronología y concomitancias Tal como hemos intentado empezar a sugerir en los apartados anteriores, el pensamiento de Schönberg se caracteriza no sólo por el dualismo al que se referían Robert Jay Fleisher, Jean Christensen o Boaz Tarsi,33 sino sobre todo —y esta pretende ser una de las aportaciones de esta tesis— por la importancia que tenía para el compositor el espacio que se abre entre las dualidades pensar/decir, concepción/realización, o —por antonomasia— idea/estilo. En cualquiera de estas formulaciones (y en otras que veremos más adelante), la separación existente entre los elementos binomizados parece ser más importante que los elementos mismos, de tal modo que tenemos que entenderla —a nuestro modo de ver— como un elemento nuclear (quizás el que más) del pensamiento de Schönberg. 32 En otros lugares Schönberg da otras definiciones de lo que es componer. Pero en ninguna explicita este tan sintomático “por encima de todo” que hay que tomar en serio, tratándose de alguien tan meticuloso a la hora de escribir. Una definición particularmente graciosa (aunque hay que tener en cuenta que se trata sólo de una anotación en una libreta, y no de un ensayo) es la siguiente: «Componer es: pensar en tonos y ritmos» (SHGS, p. 116). 33 Vid. los ya citados J. Christensen, «The Spiritual and the Material in Schoenberg’s Thinking», Music & Letters, vol 65, n. 4, Oct. 1984, pp. 338-339; R. J. Fleisher, Schoenberg, Dualism and Moses und Aron, Thesis, University of Illinois, 1980; y B. Tarsi, «Manifestations of Arnold Schoenberg’s Abstract versus Concrete Dichotomy», Modern Judaism, n. 21, 2001, pp. 238-255. 42 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento Una prueba más de que esta era una cuestión esencial de su pensamiento (un modo de su pensar, decíamos) lo tenemos en los dos trabajos de gran calado teórico con los que Schönberg quería construir una verdadera teoría de la composición. El ejemplo más maduro es el texto Der musikalische Gedanke und die Logik, Technik, und Kunst seiner Darstellung (es decir: La idea musical y la lógica, técnica y arte de su representación), en cuyo título tienen mucho más peso específico la «lógica, la técnica y el arte de su representación» que «la idea musical» misma.34 Al puntualizar «Logik, Technik, und Kunst» Schönberg enfatiza claramente lo que media entre la idea y su realización. Las variantes del manuscrito atestiguan que Schönberg daba bastante importancia a estos elementos, que sufrieron algún que otro cambio de orden hasta llegar a su formulación definitiva. Del inicial «La idea musical y el arte, lógica y técnica de su representación» se llegó a la formulación final, priorizando primero la lógica, después la técnica y finalmente el arte de la representación, tal como puede verse en la figura 1.1. El primer título barajado por Schönberg (arte-lógica-técnica) establecía una Schoenberg, The Musical Idea and the Logic, Technique, and Art of Its Presentation, ed. bilingüe, ed. y trad. P. Carpenter y S. Neff, Columbia University Press, Nueva York, 1995. Traducimos el término alemán Darstellung por la voz ‘representación’, aunque las editoras del texto utilizan en inglés el término presentation (presentación). Reservamos ‘presentación’, en cambio, para traducir siempre que podamos el término Vorstellung, de implicaciones más neutras; aunque a veces tendremos que traducirlo también como ‘representación’, particularmente en Moses und Aron, donde unvorstellbarer será ‘irrepresentable’, dado que sería muy extraño traducirlo por ‘impresentable’. El prefijo alemán dar parece enfatizar sobre todo la manera, el cómo algo llega a poder ser hecho o, en este caso, presentado; mientras que el prefijo vor (análogo al latino pre) parece enfatizar sobre todo la procesualidad, marcando la distancia en la que se encuentra el lugar de proveniencia o el origen desde donde se hace algo. Es relevante, en este sentido, la apreciación de Jean Claude Gallard, Le dernier Schoenberg: synthese et depassement, Université Paris VIII, Thèse, 2005, p. 300: «Profundamente ligado a la noción de Idea, Schönberg se preocupa constantemente a la vez por la concepción o representación mental de ésta (Vorstellung) y por su presentación o representación estética (Darstellung).» Hay que tener en cuenta que a partir de la raíz verbal stellen (‘poner’, ‘colocar’) el alemán genera un sinfín de posibilidades a través de la ductilidad de sus prefijos, cuyos matices son difícilmente traducibles a otras lenguas si se quiere mantener la presencia de la raíz común. Para tratar de generar esa sensación, nuestro criterio va a ser traducir stellen por ‘sentar’ (en el sentido de ‘poner’), vorstellen por ‘presentar’, y darstellen por ‘representar’. Mantener la equivalencia en otros términos empleados por Schönberg como hersstellen (‘producir’, ‘fabricar’) o aufstellen (‘erigir’, ‘proponer’, ‘establecer’) resultaría forzado en extremo. Cuando sea relevante, especificaremos el término alemán original. 34 A. 1.4. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación 43 Figura 1.1: Parte inferior de la primera página de MG gradación que iba de de lo más abstracto (lo artístico) a lo más concreto (lo técnico), como si la idea musical estuviera situada en un plano superior y el camino que conduce a su representación estuviese mediatizado —en una especie de descensus— por estas tres instancias. El segundo título (lógica-técnica-arte) mantiene también esta noción de gradación descensional en lo que se refiere al plano lógico y al técnico, pero sitúa el arte al final del proceso, no como algo que se dé de modo previo a la lógica y a la técnica, sino como algo que aparece sólo después de que éstas hayan realizado pertinentemente su función. Sea como fuere, lo cierto es que el elemento mediador (es decir, lo que separa la idea de su representación) está sin duda enfatizado y puesto de relieve. El volumen —publicado en 1995 por Patricia Carpenter y Severnie Neff, que en adelante abreviaremos como MG— es la recopilación y reordenación de las cerca de 200 páginas que Schönberg escribió bajo este nombre en cuatro libretas consecutivas entre 1934 y 1936. Después de la Harmonielehre (el Tratado de armonía), publicada en 1911, y del proyecto nunca concluido titulado Coherencia, contrapunto, instrumentación, teoría de las formas (esbozado en 44 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento 1917 y conocido como ZKIF ),35 éste iba a ser el segundo gran texto teórico de Schönberg, destinado a recoger su pensamiento musical de los últimos años. De hecho, desde 1923, Schönberg ya había empezado a escribir algunos textos sueltos sobre la representación de la idea, que alcanzan un veintena de páginas, y que se conocen con el hiperónimo de Gedanke manuscripts.36 Hay un par de cuestiones curiosas en el ZKIF y en los Gedanke manuscripts que queremos apuntar ahora (y sobre lo que volveremos más adelante). La primera curiosidad es que coinciden en el tiempo con dos hitos de la producción schönberguiana: el libro sobre la coherencia coincide con la finalización del texto de Die Jakobsleiter (primavera 1917), mientras que el primero de los Gedanke manuscripts coincide en el tiempo con la formulación del método dodecafónico (primera mitad de 1923), en los primeros pasos del cual jugó un papel imprescindible —según la opinión del mismo Schönberg— la composición precisamente de Die Jakobsleiter.37 Y hay otra coincidencia no menos importante: tanto el ZKIF como Der musikalische Gedanke (con los Gedanke manuscripts como estadios intermedios) están inacabados, al igual que Plainakobsleiter y Moses und Aron. Un Moses und Aron que casi todos los estudiosos consideran que es la piedra angular de la producción schönberguiana, y en cuya composición Schönberg trabajó precisamente mientras esbozaba algunos textos de los Gedank e. Estas coincidencias no son para nada fortuitas, sino que presentan importantes vínculos temáticos: mientras Der musikalische Gedanke und die Logik, Technik, und Kunst seiner Darstellung trata de la formulabi- 35 A. Schönberg, Coherence, Counterpoint, Instrumentation, Instruction in Form / Zusammenhang, Kontrapunkt, Instrumentation, Formenlehre (ZKIF), ed. bilingüe de S. Neff, trad. Ch. M. Cross y S. Neff, University of Nebraska Press, 1994. 36 Estos Gedanke manuscripts se encuentran parcialmente en los apéndices del volumen MG de Carpenter y Neff, y completos en SHGS, pp. 101-123 (a excepción del manuscrito largo que constituye Der musikalische Gedanke und die Logik, Technique, und Kunst seiner Darstellung). 37 Vid. «My Evolution», en SI, p. 88. Severine Neff identifica como un «rasgo principal» del trabajo de Schönberg «la correspondencia entre significativa actividad teórica y puntos de inflexión cruciales en su desarrollo compositivo». Vid. «Introduction», en A. Schönberg, ZKIF, p. xxv. 1923 es la fecha en la cual Schönberg formula el método dodecafónico, y es la fecha que da, también, el Arnold Schönberg Center en su cronología. Sin embargo, el descubrimiento (cuya formulación se daría en 1923) fue realizado según atestigua el propio Schönberg en 1921: «Antes de escribir mi primera composición estrictamente con doce sonidos —en 1921— tuve que atravesar varias etapas» (SI, p. 248). Vid. más información al respecto en la nota 79. 1.4. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación 45 lidad de la idea, la ópera Moses und Aron trata de la formulabilidad de la revelación y de la legitimidad de la figura profética. Una figura profética que es emisaria y —por lo tanto— desempeña una función mediadora, mediatizadora y “rellenadora” de un espacio intersticial. Pero volvamos sobre el libro. Al principio de su primer verano en los Estados Unidos, el 6 de junio de 1934, y sólo un día después de empezar las anotaciones del plan de la obra en la primera libreta (reproducido en las figuras 1.2 en la página 51 y 1.3 en la página 52), Schönberg mandaba una carta llena de entusiasmo a Carl Engel, editor de la casa Schirmer, en la que afirmaba: Muy apreciado y estimado señor Engel, este verano quiero escribir una de las obras teóricas en las que llevo trabajando desde hace veinte años. Me gustaría primero [abordar] el por así llamarlo “libro clave”: La idea musical y su representación. Este libro pretende establecer teóricamente los principios fundamentales para toda la enseñanza de la composición. Tendrá aproximadamente de 240 a 300 páginas, incluirá numerosos ejemplos musicales y podría estar listo para imprenta aproximadamente en octubre.38 A pesar de estos firmes propósitos, Schönberg nunca llegó a concluir el proyecto, con lo cual el material editado por Carpenter y Neff tiene un marcado carácter de esbozo. Pero ello no impide que ésta sea «una de las explicaciones más exhaustivas del pensamiento de Schönberg sobre música».39 Y no deja de ser sorprendente que el título bajo el cual Schönberg aglutina sus reflexiones enfatice sobre todo aquello que media entre la idea y su efectiva representación. Esto es: aquello que hay entre la idea y el estilo, entendiendo —como hemos visto— que el estilo recoge no sólo la idea, sino la propia lucha por su formulación; es decir, sus entresijos, que Schönberg formula en términos de lógica, técnica y arte de representación, siguiendo —como apuntábamos más arriba— una cierta gradación a modo de descensus. 38 Carta a Carl Engel, de 6.6.1934, que no aparece en la antología Arnold Schoenberg Letters. Vid. http://www.schoenberg.at/letters/search_show_letter.php?ID_Number=2703 [20.04.2011]. 39 P. Carpenter y S. Neff, «Editor’s Preface» en A. Schoenberg, The Musical Idea and the Logic, Technique, and Art of Its Presentation, Columbia University Press, Nueva York, 1995, p. xv. 46 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento 1.4.2. La autoexpresión: cómo (no qué) representar En el «Prefacio» de Der musikalische Gedanke, escrito el 21 de junio de 1934, Schönberg deja claro —aunque sea por omisión— que el objeto de estudio de este texto no va a ser la idea en sí misma, sino la forma de representarla. Pero este estudio no se puede realizar de cualquier manera, sino exclusivamente a partir de modelos concretos: Aquí no se enseñará cómo representar una idea, sino cómo una idea ha sido representada. Este no es ningún manual a partir del cual el estudiante pueda aprender cómo tiene que hacerlo, sino cómo lo han hecho otros. Pero nada más lejos de mi intención sostener que realmente lo han hecho ellos, aunque lo parezca. Porque lo ha hecho por ellos su “comandante supremo” (MG, p. 88).40 Dejemos por un tiempo esta cuestión del «Comandante supremo», y volvamos sobre lo más obvio: ¿por qué un libro que tiene a la idea en su título no va a estudiarla, si precisamente dice Schönberg que la idea es a su juicio «lo más importante en una obra de arte» (SI, p. 121)? Básicamente porque la idea en sí es algo que está fuera del ámbito en el que se mueve el compositor. La idea sólo se da si se da, y no se puede forzar su aparición ni enseñar a nadie a tener una. Como mucho lo que se puede enseñar es el modo de llevarla a expresión, ya que expresar la idea es el deber de todo aquél que tiene una.41 Pero incluso tratar de enseñar a alguien a expresar su idea supone para Schönberg un problema. Precisamente porque es la idea de ese alguien. Y, dado que la idea es de quien la tiene, sólo quien la tiene puede hacerle justicia: «una idea no la puede decir nadie que no la pueda concebir», sentencia Schönberg en un artículo de 1929 titulado «Sobre la cuestión de la enseñanza de la composición moderna». Es por ello que «el verdadero arte de la composición será siempre, igual que la verdadera ciencia, una ciencia secreta» (SHGS, p. 153 / SI, p. 375). 40 El original alemán de este último párrafo dice así: «Fern sei es aber von mir zu behaupten, dass die es wirklich getan haben, obwohl es so aussieht. Denn getan hat es für sie ihr “höherer Auftraggeber”». El «für sie» de la última frase podría traducirse bien como «para ellos» bien como «a través de ellos». La traducción «por» que hemos dado en el cuerpo del texto trata de mantener este doble matiz. 41 Schönberg habla de este “deber del artista” en varias ocasiones. Además de las citas de los dos artículos que hemos proporcionado en la página 40, téngase en cuenta, por ejemplo, la siguiente valoración, a la que ya nos hemos referido en la página 30: «Nacida una idea, ésta tendrá que ser moldeada, formulada, desarrollada, elaborada, llevada a término y perseguida hasta el final» (SI, p. 124). 1.4. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación 47 Por eso mismo Schönberg deja bien claro en el prefacio de MG que no pretende enseñar «cómo representar una idea, sino cómo una idea ha sido representada». Es decir: enseñar el modo en que otros han realizado sus ideas, recorriendo el “camino de vuelta” al que nos referíamos antes. Y esto es posible porque para Schönberg (según dice en 1929 en «Zur Frage des modernen Kompositionsunterrichtes») está claro que las leyes del viejo arte son también las del nuevo arte. Quien las ha identificado y formulado correctamente una vez y ha sabido aplicarlas correctamente, no siente la necesidad de una nueva enseñanza. La evaluación de una pieza, de una idea, de su representación se produce del mismo modo que se ha producido en cualquier momento por aquellos que son verdaderos conocedores. Lo que fue un descubrimiento hoy lo sigue siendo, la lógica no ha cambiado, la belleza ha permanecido igual; y las formas se construyen también hoy en día a partir de los requisitos de la idea y a través de la ocurrencia dada en su modo de representación (SHGS, p. 153 / SI, p. 375-376). O, como decía todavía de modo más claro en la Harmonielehre, publicado en 1911: La enseñanza que ha de recibir un artista podría ser, sobre todo, ayudarle a escucharse a sí mismo. La técnica, los medios artísticos, no pueden ayudarle. Estos podrían ser una especie de saber oculto, al que sólo tuviera acceso el que lo encontrase por sí mismo. Quien se escucha a sí mismo, adquiere esta técnica. [. . . ] El “cómo” de los procedimientos artísticos antes aleja que acerca al “qué” del arte. Por eso no recomiendo al alumno el empleo de procedimientos artísticos modernos. Cierto es que debe ejercitar su mano para alcanzar una capacidad que le permita realizar lo que le exija su espíritu. Pero para esto bastan los medios antiguos. Los nuevos perjudican. Pero quizá hay aún sobre ellos un derecho de propiedad, un orgulloso derecho de propiedad que se niega a dar vía libre a todo el que no se esfuerce por conquistarla. El que se esfuerce, encontrará el camino; y lo encontrará de manera que justifique su uso (HL, p. 492). Así, da igual que la enseñanza se base en el arte antiguo o en el nuevo mientras a partir de él se pueda identificar y formular lo que es fundamental en cada obra, ya que lo relevante para un compositor —o para un estudiante de composición— no es la apariencia de la obra, sino cómo esta apariencia representa la idea que hay detrás. Así debemos entender la frase de la Harmonielehre sobre el cómo y el qué, que no es contradictoria con lo que acabamos de decir: el “cómo” aleja del “qué” si se utiliza un “cómo” (esto es, un estilo) sobrevenido; un estilo que no sale del “qué” (de la idea) y que es, en cambio, una simple imitación del estilo de alguien. Por eso basta con estudiar los procedimientos antiguos si éstos han servido para expresar bien la idea que hay detrás. Por un lado porque todo estilo que haya conseguido esta expresión es un ejemplo digno de estudiar, no para imitar el estilo en sí, sino para ver cómo ha funcionado el trasvase de la 48 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento idea a este su estilo. Por el otro —suponemos— porque trabajando sobre un estilo antiguo se evita que el alumno tenga tentaciones de imitarlo (sería un anacronismo escribir como Bach o Beethoven en el siglo xx), mientras que si se enseña a partir de estilos modernos, la imitación per se se puede producir con mayor facilidad. Para parafrasear el título de MG diremos que sólo si hay una lógica de continuidad entre la idea y lo representado podemos hablar de arte, siendo la técnica una de las garantías fundamentales de la correcta realización. Por eso, la tarea del profesor consiste en ayudar a los alumnos a conocer las leyes que rigen la composición, mostrando y guiando a través del conocimiento de las obras nuevas o antiguas, pero jamás adoctrinando. Y mucho menos instruyendo en un estilo en concreto (por eso da igual si las obras son nuevas o antiguas), ya que el estilo es la forma del decirse de la idea a través de su autor, donde el sufijo reflexivo es de importancia capital: el estilo tiene que ver inextricablemente con la idea y con el autor. O, mejor dicho: cada estilo tiene que ver con su idea y con su autor. En este sentido, es significativo lo que dice Schönberg en un texto dedicado a Mahler a modo de homenaje en 1912 —un año después de su prematura muerte—, revisado posteriormente en 1948: Mahler fue capaz de la mayor consecución posible de un artista: ¡la autoexpresión! Se expresó sólo a sí mismo, y no a la muerte, al destino o a Fausto. Esto también podría ser compuesto por otros. Él expresó sólo aquello que, independientemente del estilo o del ornamento, lo retrataba a él y sólo a él, y que por lo tanto va a permanecer inaccesible para cualquiera que trate de conseguirlo mediante la imitación del estilo (SI, p. 454). Esto es algo que Schönberg ya había apuntado un año antes, en 1911, en su Harmonielehre (dedicado, precisamente, a Mahler): «El artista no tiene necesidad de ella [la belleza]. Le basta la veracidad. Le basta haberse expresado. Le basta decir lo que tenía que decir según las leyes de su naturaleza» (HL, p. 389). Queda claro, pues, que una formación orientada a la adquisición de un estilo (o de una determinada categoría estética) sería lo propio del artesano, no del artista, ya que en el caso del artesano la idea (por ejemplo de silla) es siempre la misma idea. En el terreno artístico, en cambio, sucede justo lo contrario, y cada idea necesita su particular formulación. Por eso, como se deduce del artículo de 1911 titulado «Problemas de la enseñanza artística», el maestro sólo puede guiar al alumno a encontrar su modo de expresión. Algo que también queda claro en otro apartado del Tratado de armonía (publicado también en 1911): 1.4. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación Al imitar la técnica de los modelos, el alumno no aprende a expresarse a sí mismo. Propiamente, al verdadero artista no se le puede enseñar. Se le muestra «cómo debe hacerse», alegando que otros lo han hecho así, pero esto podrá ser una enseñanza artística, no una enseñanza del artista. La capacidad de expresarse no depende ciertamente de la clase y número de medios artísticos que se tengan a la disposición. Pero la incapacidad sí. (HL, p. 489). 49 Para ilustrar este punto de vista, en «Zur Frage des modernen Kompositionsunterrichtes» de 1929, Schönberg saca a colación el caso de J. S. Bach que, aunque no escribió ningún tratado de composición, enseñó a sus discípulos no su estilo, sino «algo esencial» (‘wesentliches’, dice Schönberg en alemán) sobre la composición; algo que tiene que ver con la propia esencia de componer. Para Schönberg, la prueba máxima de que las enseñanzas de Bach apuntaban a lo esencial, está en que «su reconocido talentoso hijo Philipp Emanuel se apartó bien explícitamente del arte anticuado de su padre y escribió en un nuevo estilo» (SHGS, p. 153 / SI, p. 375). Y de hecho —añadimos nosostros— no sólo lo hizo Carl Phillip Emanuel, sino que Wilhelm Friedemann y Johann Cristian también se apartaron del estilo de su padre. En este sentido, no deja de ser significativo que, junto con Johann Sebastian Bach, quizás sólo Schönberg haya sido el único gran compositor capaz de que sus discípulos (como sucede con Alban Berg y Anton Webern) ocupen un lugar privilegiado entre los nombres propios de la Historia de la Música. E incluso podríamos hablar de John Cage, que también fue alumno de Schönberg, aunque durante poco tiempo, y que —al igual que Philipp Emanuel— siguió unos derroteros estéticos bien alejados de los de su maestro.42 Con respecto a su modo de enseñar, decía Schönberg en 1910: Siempre he mostrado lo que se puede aprender conmigo y también he mostrado lo que se aprende conmigo; esto es, a que cada uno desarrolle su talento tal como le 42 En cuanto al periodo de formación de un estudiante, Schönberg escribe desde Los Angeles, en 1945: «Mientras en Austria y en Alemania enseñaba exclusivamente a los compositores jóvenes más talentosos, con la mejor formación (piense sólo en Alban Berg, Anton von Webern, Hans Eisler, etc.), aquí enseño generalmente a principiantes; y aunque muchos de ellos son muy talentosos y prometedores, es poco probable que les pueda enseñar durante los cinco o seis años que considero necesarios para un conocimiento real de un artista» (ASL, 200). Hermann Danuser afirma que «Schönberg es el único verdadero gran compositor en la historia de la música reciente que enseñó con pasión y con éxito consiguiente y que ejerció una influencia formativa semejante» (H. Danuser, «Schoenberg’s Concept of Art in Twentieth-Century Music History», en J. Brand / Ch. Hailey (ed.), Constructive Dissonance, University of California Press, Berkeley, 1997, p. 182). 50 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento corresponde. No fuerzo a nadie a escribir moderno si no siente moderno; pero éste aprende a entender el arte clásico de un modo bastante más profundo que con los expertos señores académicos (ASL, 5). El verdadero arte de la composición, pues, nada tiene que ver con enseñar un estilo, sino con enseñar algo bien distinto. Algo que es, precisamente, de lo que se va a tratar el «“libro clave”» —según decía Schönberg a Engel, poniendo la expresión entre significativas comillas— al abordar la temática de «la idea musical y su representación».43 1.4.3. La estructura de MG y su conexión con el ZKIF Volvamos, pues, sobre el libro. Si damos un vistazo a los esbozos de estructura que tenía Schönberg en la cabeza, puestos sobre papel el 5 de junio de 1934 (vid. las figuras 1.2 en la página siguiente y 1.3 en la página 52), salta a la vista algo que nos parece suficientemente relevante como para prestarle atención. Se trata de la palabra «coherencia». Es significativo que en un libro que trata de la «representación de la idea», lo primero que aparezca en el diseño de la estructura sea el término «coherencia», puesto al mismo nivel que la «comprensibilidad» y que la propia «representación de la idea» (abreviaciones a la izquierda de los números). A la hora de representar la idea —parece decir Schönberg— lo primero que hay que tener en cuenta es la cuestión de la «coherencia» y luego la de la «comprensibilidad», para finalmente acceder a la propia «representación de la idea». Además Schönberg habla de coherencias en plural. Estas coherencias tienen que darse en varios ámbitos, a saber: en el material, en la forma, en la configuración del movimiento y en las demás consecuencias. Es decir, esta coherencia debe de existir desde el ámbito más mínimo (el material) hasta la configuración general de todo el movimiento (a través de sus divisiones internas: la frase, la sección, etc.). Como hemos avanzado al inicio de esta sección, la cuestión de la coherencia ya había sido objeto de análisis por parte de Schönberg en un trabajo anterior, también inconcluso, titulado Zusammenhang, Kontrapunkt, Instrumentation, cita completa en la página 45. realizadas y compaginadas según las páginas 3 y 5 del facsímil: http: //www.schoenberg.at/writings/edit_view/transcription_view.php?id=203. 44 Traducciones 43 Vid. 1.4. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación 51 Figura 1.2: Esbozo de estructura de MG, página 1/2 (MG, p. 96) 52 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento Figura 1.3: Esbozo de estructura de MG, página 2/2 (MG, p. 98)44 Formenlehre (es decir: Coherencia, contrapunto, instrumentación, teoría de las formas, abreviado habitualmente como ZKIF ). Dado que el ZKIF había quedado inacabado, es del todo lógico que Schönberg iniciase su nuevo proyecto a partir de la noción clave de su proyecto anterior. Ciertamente, las reflexiones que el ZKIF recoge sobre la coherencia acabarían desembocando a partir de MG en la noción de idea musical, que «suplantó la más temprana teoría general de la coherencia como el núcleo de la teoría de la composición de Schönberg».45 Las 50 páginas del manuscrito del ZKIF Neff, «Introduction», en A. Schönberg, Coherence, Counterpoint, Instrumentation, Instruction in Form / Zusammenhang, Kontrapunkt, Instrumentation, Formenlehre 45 S. 1.4. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación 53 —redactadas febrilmente entre entre el 11 y el 23 de abril de 1917— sePlain Laleer, de hecho, como un embrión tremendamente fructífero del pensamiento de Schönberg sobre música. Tal como apunta con atino Severine Neff, las cuatro materias de ZKIF resultaron seminales para las obras teóricas principales de la vida posterior de Schönberg. «Zusammenhang» para el manuscrito largo como un libro Der musikalische Gedanke und die Logik, Technik, und Kunst seiner Darstellung; «Kontrapunkt» para Preliminary Exercices on Counterpoint; «Instrumentation» para el manuscrito incompleto «Teoría de la orquestación»; y «Formenlehre» para Fundamentals of Musical Composition.46 Pero además de la redacción del ZKIF, aquellos días de primavera de 1917 fueron testigos de la finalización del texto del oratorio Die Jakobsleiter, y de una intensa búsqueda de nuevas formas de estructurar el discurso musical, en una sincronía de acontecimientos que —como veremos posteriormente— no es irrelevante en absoluto. A tenor de lo dicho por Severine Neff, y dado que la cuestión de la coherencia es el elemento inicial de Der musikalische Gedanke, parece sensato echar un vistazo al manuscrito de 1917 antes de adentrarnos en la cuestión de la idea musical. Lo primero que salta a la vista es una evidencia: si en Der musikalische Gedanke und die Logik, Technik, und Kunst seiner Darstellung —que, como hemos visto, era para Schönberg un «libro clave»— la coherencia aparecía al inicio del plan de la obra, en Zusammenhang, Kontrapunkt, Instrumentation, Formenlehre la coherencia aparece en el propio título, englobando a los otros elementos en un planteamiento totalizador. Así lo constata nuevamente Neff al afirmar que «mientras los libros proyectados sobre contrapunto, instrumentación y forma iban a ser manuales prácticos, Schönberg tenía la intención de que el texto sobre la coherencia presentara una teoría que unificase las disciplinas separadas del contrapunto, la instrumentación, la forma y la armonía».47 Sin embargo, como le sucedía con frecuencia a Schönberg, «los planes de una teoría unificada quedaron incompletos»,48 aunque las páginas destinadas a la coherencia ocupan más de la mitad del manuscrito. (ZKIF), ed. bilingüe de S. Neff, trad. Ch. M. Cross y S. Neff, University of Nebraska Press, 1994. p. lii. 46 Ibid., p. xxv. 47 S. Neff, «Preface», en Ibid., p. xix. 48 S. Neff, «Introduction», en ibid., p. li. 54 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento Este hecho de querer plantear una teoría global de la música tenía que ver, sin duda, con la concepción schönberguiana del arte como algo orgánico. No como una suma de partes independientes, sino como una globalidad totalizadora cuyas partes tienen una interdependencia similar a la de un organismo vivo. Esta concepción orgánica de la realidad era algo muy propio de la época, y Schönberg recurriría a ella en múltiples ocasiones, comparando elementos de índole artística con el funcionamiento del cuerpo y de sus partes.49 En cualquier caso, lo que resulta significativo es que el elemento escogido por Schönberg para aglutinar orgánicamente sus trabajos teóricos fuera la noción de coherencia. Esto se debe, quizás, al hecho de que en alemán el término ‘composición’ [Komposition] puede ser referido también como Zusammensetzung, que guarda un inequívoco parentesco con el término ‘coherencia’ [Zusammenhang]. Sea como sea, lo cierto es que el término ‘coherencia’ había estado ausente de la teoría musical (que no de la composición, ¡por supuesto!) hasta que Schönberg le dio carta de naturaleza en sus trabajos. Esto sucedió también con la noción de «función estructural de la armonía», acuñada por Schönberg para describir algo que por supuesto era inherente a las obras escritas dentro del sistema tonal. Y pasó lo mismo con la noción de «variación desarrollante»,50 un procedimiento esencial en tantas y tantas obras 49 En ibid., p. liii, S. Neff resume el punto de vista de Schönberg del siguiente modo: «En arte el constructo no es mecánico, como por ejemplo un reloj, cuyas partes se ponen en movimiento siguiendo las leyes de la física. La obra de arte es, en cambio, una imagen que posee la unidad vital de una criatura viviente». En palabras de Schönberg, citadas por Neff: «la obra de arte, como cualquier cosa viviente, está concebida como un todo —igual que un niño, cuyo brazo o pierna no se conciben separadamente» (SI, p. 458). Schönberg da muestra de esta concepción en varios momentos de su obra teórica. He aquí algunas muestras: «la obra de arte es como cualquier otro organismo completo. Es tan homogénea en su composición [Zusammensetzung] que en cada pequeño detalle revela su más verdadera y profunda esencia. Si se corta cualquier parte del cuerpo humano, la sangre que sale es siempre la misma. Si se escucha un verso de un poema o un compás de una pieza musical, se está en disposición de comprender el todo» (SHGS, p. 69 / SI, p. 144). «Para simbolizar la construcción de una forma musical, quizás se pueda pensar en un cuerpo viviente central y total que dispone de un cierto número de miembros a través de los cuales es capaz de realizar sus funciones vitales» (MG, p. 120). O esta otra cita, no menos reveladora, en la que resulta relevante la conexión léxica entre estructura y miembro: «la estructura [Gliederung] en la composición se consigue porque: 1. existe un cuerpo y porque 2. los miembros [Glieder ] realizan distintas funciones y están creados para estas funciones» (SHGS, p. 127 / SI, p. 257). 50 «Variación desarrollante» sería la traducción apropiada del alemán entwickelnde Variation y del inglés developing variation, neologismos, ambos, propuestos por Schönberg. En 1.4. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación 55 de Mozart, Beethoven o Brahms (por citar sólo algunos nombres), pero que no había sido descrito a nivel teórico hasta que Schönberg lo bautizó. Si bien estos fenómenos indudablemente ya se habían dado como tales a lo largo de la historia de la música clásica occidental, el hecho de darles nombre (el hecho de encontrar una formulación para referirse a ellos) supone un hallazgo incuestionable, si tenemos en cuenta que toda nominación conlleva un reconocimiento, una explicitación y una nueva forma de mirar aquello nominado. Y Schönberg hizo lo propio, pues, con el término ‘coherencia’. Un término rescatado por Schönberg para beneficio de la teoría musical. 1.4.4. La coherencia musical ¿Qué es lo que Schönberg entiende por coherencia? En la treintena de páginas de anotaciones de ZKIF dedicadas al término, Schönberg no propone ninguna definición explícita del término. Así pues, tendremos que averiguar qué es lo que Schönberg debía entender por coherencia indagando en formulaciones colaterales. La primera de las formulaciones que vamos a analizar es una especie de plan del libro, escrito —curiosamente— el último día que Schönberg escribió en la libreta. Entre las anotaciones del día 23 de abril de 1917, encontramos una especie de estructura de contenidos, que Schönberg cataloga como «tentativa de una disposición para la coherencia». Esta «tentativa» se divide en cuatro partes, tal como vemos en la figura 1.4 en la página 57.51 En la primera de estas partes, Schönberg expone que hay tres tipos de coherencia (que citamos castellano, la primera traducción que nos consta del término es la que hizo Ramón Barce al traducir la primera edición de Style and Idea (es decir, la compilación debida a Dika Newlin). Barce traduce allí por «variación progresiva», en lo que es una infidelidad nada habitual en sus magníficas traducciones. Vid. Arnold Schönberg, El estilo y la idea, trad. R. Barce, Taurus, Madrid, 1963, p. 70. A veces el término se ha traducido también por «variación desarrollada», lo cual es incorrecto, dado que tanto el alemán (entwickelnde) como el inglés (developing) utilizan el participio presente y no el participio pasado. Lo substancial de la developing variation es que la variación es desarrollante: es decir, que al aplicar el procedimiento de la variación se está produciendo también el desarrollo. 51 Dos días antes, el 21 de abril, había ensayado un «Esbozo para la disposición del Tratado sobre la coherencia» (vid. ZKIF, pp. 6-10). Este «esbozo» contemplaba dos partes en vez de cuatro, y es más explicativo y menos organizativo que la «Tentativa». Nos vamos a referir a algunos de estos contenidos más adelante. 56 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento aquí sin las abreviaciones): 1. una «simple coherencia lógica» (puntos I a III, unidos por un semicírculo) 2. una «coherencia metafísica» (punto IV) 3. una «coherencia psicológica (punto VI) Y además, Schönberg señala que entre estas distintas coherencias hay una «relación» y «correspondencia» mutua, tal como vemos en los puntos V y VII (ZKIF, pp. 2-4). Un poco más adelante, Schönberg hace tres anotaciones —con palabras subrayadas y doble subrayadas: ¡atención!— que constituyen casi un silogismo: «La coherencia es lo que une los fenómenos sueltos en formas»; «el uso artístico de la coherencia tiende a la comprensibilidad»; «el grado de comprensibilidad depende del tipo y del número de coherencias utilizadas» (ZKIF, p. 8). Hay que andarse con cuidado porque en muy poco espacio Schönberg ha dicho mucho, y además ha introducido un término de lo más relevante: la noción de comprensibilidad, que casi veinte años más adelante, ocuparía un lugar preeminente en Der musikalische Gedanke. Lo primero que dice Schönberg es que la coherencia une los fenómenos sueltos en formas. Sin coherencia, pues, no hay forma. Y la forma —repetiría Schönberg en varios artículos posteriores— tiende principalmente a la comprensibilidad.52 Pero lo más significativo aquí es que la noción de comprensi- 51 Traducción realizada y compaginada según las páginas 35 y 36 del facsímil: http://www. schoenberg.at/writings/edit_view/transcription_view.php?id=345. 52 Damos sólo algunos ejemplos. En «Brahms the Progressive», escrito en 1947, leemos: «La forma en música sirve para traer comprensibilidad a través de la memorabilidad» (SI, p. 399). Seis años antes, en 1941, leemos en «Composition with Twelve Tones (I)»: «La forma en las artes, y especialmente en música, pretende primariamente la comprensibilidad» (SI, p. 215). En «Eartraining through Composing» de 1939, leemos: Es un grave error creer que el objeto de la forma es la belleza. No hay belleza en ocho compases por el hecho de que sean ocho, ni falta de belleza en diez. La asimetría de Mozart no es menos bella que la simetría de Beethoven. La principal función de la forma es facilitar nuestro entendimiento. [. . . ] Las formas son principalmente organizaciones para expresar ideas de una manera comprensible. (SI, pp. 380-381) Hasta en 1923, en «Glossen zu den Theorien anderer», era consciente de su insistencia en esta cuestión: «Por encima de todo he insistido en el propósito de todas las formas: una distribución que garantice la comprensibilidad» (SI, p. 316). Precisamente el dodecafonismo 1.4. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación 57 Figura 1.4: Tentativa de una disposición para la coherencia (ZKIF, pp. 2-6) 58 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento bilidad aparece ligada a la noción de coherencia. Schönberg lo hace con una gran ecuación: «el grado de comprensibilidad depende del tipo y del número de coherencias utilizadas». Por un lado, la comprensibilidad depende del tipo (!) de coherencias utilizadas (es decir, de la lógica, la metafísica y la psicológica). Pero además, depende del número de coherencias que se utilicen. En resumen: a mayor coherencia, mayor comprensibilidad. Aunque instantáneamente advierte de que «los límites de la comprensibilidad no son los límites de la coherencia. Ésta puede darse allí donde la comprensibilidad ha cesado» (ZKIF, p. 8). Es decir, que algo no se comprenda no significa que no sea coherente. Sin embargo, lo que se comprende, se puede comprender porque es coherente. Algo más adelante del manuscrito (ZKIF, p. 10), Schönberg anota una frase que es lo más cercano que tenemos a una definición del término coherencia, aunque lo cierto es que propiamente el término no aparece. (Téngase en cuenta, como hemos dicho, que el ZKIF es sólo un esbozo, y que fue redactado de modo casi compulsivo en menos de 15 días, con lo cual esta anotación podría haber derivado en una definición propiamente dicha). Schönberg anota, a secas: «La técnica de la conjunción musical [Der musikalische Verbindungstechnik ]». Deducimos pues —pero quede claro que es sólo una suposición, ya que no está formulado como una definición— que la coherencia tiene que ver con la conjunción; es decir, con la unión, con la cópula, con el establecimiento de relaciones musicales. En otro lugar del manuscrito, Schönberg trata de establecer cuándo se da la coherencia, pero para ello utiliza una sintaxis bastante embarullada: Así pues se puede decir que se perciben como coherentes con un objeto o concepto aquellos objetos o conceptos cuya relación [Beziehung] con el objeto o concepto nos es conocida (independientemente de si éste realmente se da o no se da como tal) (ZKIF, p. 16). Lo esencial en la coherencia no es pues la entidad de los objetos o conceptos como tales (¡que pueden incluso llegar a no darse!, dice Schönberg), sino la relación que se establece entre ellos. Schönberg insiste en ello unas páginas más adelante, cuando habla de la comprensibilidad. Una comprensibilidad que —tal tenía principalmente este propóstito, tal como afirma Schönberg tajantemente en el ya citado «Composition with Twelve Tones (I)»: «La composición con doce sonidos no tiene otro propósito que la comprensibilidad» (SI, p. 215). 1.4. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación 59 como formulaba Schönberg a través de aquella especie de silogismo— se deriva de la coherencia. Dice Schönberg: Algo es comprensible cuando el todo se puede abarcar con un vistazo y consiste en partes que tienen relaciones no demasiado lejanas entre sí y con el todo (o mejor: que tienen unas tales relaciones que son comprensibles para el espíritu del espectador), y cuando la disposición de esas partes es tal que la relación entre ellas y con el todo no se pierde. [. . . ] Las relaciones entre las partes con el todo y entre ellas mismas son cercanas cuando al menos una de las más esenciales se encuentra en otras (ZKIF, p. 22). Estas consideraciones algo abstrusas cobran más sentido cuando las aplicamos directamente al plano musical, que es lo suyo: los distintos motivos que componen una obra tienen que guardar relación entre sí; y estos motivos o fragmentos también tienen que tener una relación clara con las otras partes y con la obra en su totalidad. Esto es lo que dice —ya con contenido musical— en otro pasaje, lleno también de subrayados y doble-subrayados: Un contenido musical es musicalmente comprensible cuando sus componentes pequeños y minúsculos (periodos, fragmentos, frases, motivos) tienen una tal coherencia entre ellos y con el todo como se requiere en general para la comprensibilidad. Dado que el motivo resulta ser la parte más pequeña (el más pequeño común denominador) de una pieza musical, en general la presencia de esta parte más pequeña en cada una de las grandes puede garantizar la consecución de la comprensibilidad (ZKIF, p. 24). Más adelante, Schönberg enumera el tipo de relaciones estructurales que se pueden dar entre los distintos elementos de una composición (entre motivos, frases, periodos, etc.). Para Schönberg, estos principios estructurales básicos son: 1) el principio de repetición 2) el principio de cambio (variación) 3) el principio de desarrollo 4) el principio de contraste (ZKIF, p. 36). A estos principios se suma también el crucial concepto (que aparece aquí por vez primera, según atestigua Neff)53 de variación desarrollante, derivado en cierta manera de la amalgama de los procedimientos 2 y 3. Al catalogar estos cuatro principios como principios estructurales, Schönberg parece indicar que 53 S. Neff, «Introduction», en A. Schönberg, ZKIF, p. lxiv: «La ilustración de la variación desarrollante en “Zusammenhang” no es sólo el primer estudio de este principio en las obras teóricas de Schönberg, sino el primer gran análisis de Schönberg conservado en prosa». 60 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento ¡lo estructural en una composición no son los motivos o las frases en sí, sino la relación que guardan entre ellos! Algo que puede pasarnos desapercibido, pero que es de suma importancia y que casi tiene algo de cuántico: lo constructivo no es el material, sino ¡las relaciones entre los materiales! Lo importante a nivel compositivo no es, pues, la propia constitución de los motivos, sino el principio estructural que los pone en relación; aquello dinámico que garantiza su mutuo interactuar. Pero es que incluso a la hora de hablar de qué es un tema o un motivo, Schönberg se fija más en lo dinámico que en lo estático, en una formulación casi perteneciente al campo de la física: «Casi cualquier tema se presenta como el resultante de [la interacción de] distintas fuerzas» (ZKIF, p. 34). Así, aquella «simple coherencia lógica» de la que hablaba Schönberg en la «Tentativa de una disposición para la coherencia» (fig. 1.4), la encontraríamos en el entramado de relaciones entre las distintas partes de una composición. Esto pertenece, pues, al plano material o físico de la obra, es decir, al plano de la «coherencia lógica». Pero ¿qué quiere decir Schönberg cuando habla de «coherencia metafísica» y de «coherencia psicológica»? En el manuscrito, Schönberg no habla explícitamente de la «coherencia metafísica» en ningún otro sitio que en la «Tentativa de una disposición para la coherencia». De la «coherencia psicológica» habla sólo en la «Tentativa» y en el «Esbozo» al que nos hemos referido en la nota 51. En la página 8 leemos: «la coherencia musical se basa en las características del material y en las [características] físicas y psicológicas del oyente». Nada más. La coherencia psicológica, pues, tiene que ver con el oyente; y, más concretamente, con su capacidad de comprensión, tal como leemos más adelante: La comprensibilidad depende del grado de obviedad o falta de obviedad con que se utilizan o se elaboran las afinidades esenciales o inesenciales. Se puede reducir al mínimo si al intérprete le trae sin cuidado la capacidad de comprensión de su oyente; se puede aspirar al máximo si el autor se dirige a un gran número de oyentes o a oyentes con poca capacidad (ZKIF, p. 18). La comprensibilidad depende, pues, de un tipo de coherencia que tiene que ver no sólo con la capacidad de comprensión del oyente, sino con la capacidad empática tanto del intérprete como del autor, que tienen que ser conscientes de las capacidades del oyente para así —coherentemente— adaptarse a él. Este es el tipo de coherencia que —si la cita está bien escogida— podríamos catalogar como «coherencia psicológica», ya que en ella juegan elementos intencionales que van más allá del oyente (el traer sin cuidado o no, el auditorio al que uno se 1.4. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación 61 dirige, etc.). Esta necesaria conciencia permite luego utilizar o elaborar un tipo u otro tipo de afinidades (es decir, de elementos compartidos, de conexiones mutuas), más o menos esenciales y más o menos evidentes. Algo que nos recuerda lo que ya habíamos dicho sobre las intenciones del Verein en la sección anterior y que Neff resume muy bien: «La comprensibilidad reposa sobre tres factores: 1) la destreza del compositor para presentar la idea, 2) la destreza del intérprete a la hora de interpretarla y 3) más crucial todavía, la habilidad del oyente para captar y finalmente entender la idea en el acto de escucha».54 Todo ello, en definitiva, tiene que ver de un modo u otro con la preocupación por la pedagogía a la que nos referíamos al final del apartado 1.3.1.55 1.4.5. Coherencia metafísica, comandante supremo y doctrina de las correspondencias Pero ¿qué pasa con la «coherencia metafísica»? Aparte de referirse a ella en la «Tentativa de una disposición para la coherencia», Schönberg no vuelve a hablar explícitamente de la «coherencia metafísica» en ningún lugar del texto, pero podemos presuponer que tiene que ver con la idea musical per se. Porque la idea musical es —por antonomasia— de naturaleza metafísica, dado que es previa (temporal y ontológicamente) a su realización, a su materialización, a su fisicidad; así pues, por estar más allá de la física, la idea musical es de naturaleza eminentemente meta-física.56 Y la coherencia metafísica entendemos que se refiere, pues, a la idea musical. Pero quizás se refiere también a algo más. . . p. lxii. pensamiento de Schönberg no es sistemático y —claro está— va evolucionando con el tiempo. Mientras en el ZKIF (de 1917) habla de esta coherencia psicológica en virtud de la cual el autor y el intérprete tienen que tener en mente al oyente, en «New Music, Outmoded Music, Style and Idea» (de 1945, pero con estadios previos de redacción en 1930 y 1933) habla de hacer «justicia a la idea [. . . ], haciendo todo lo que la idea exija» (SI, p. 121). Al final, se trata de un juego de equilibrios entre los requerimientos de la idea y las capacidades del público. Algo que va a ser, también, una de las cuestiones fundamentales del Moses und Aron y que tiene que ver con el problema nuclear —tanto en la ópera como en el pensamiento de Schönberg— de la transmisibilidad. 56 Neff, por ejemplo, también llega a la misma conclusión desde otro enfoque: «La singularidad del punto de vista de Schönberg reside en su creencia de que la esencia de una obra, su idea musical, es a priori: más allá del tiempo y del espacio, quizás incluso de naturaleza metafísica». Ibid., p. lv. 55 El 54 Ibid., 62 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento Además de referirse al territorio meta-físico en el que se encuentra la idea musical, quizás la «coherencia metafísica» puede tener algo que ver también con aquella sorprendente noción de «Comandante supremo» que Schönberg ponía entre comillas y que habíamos dejado aparcada al principio de esta sección. Son muy pocas las ocasiones en que Schönberg utiliza estas palabras exactas. De hecho, a parte de encontrarla en la página 89 de Der musikalische Gedanke (fragmento reproducido en la página 46), la encontramos solamente en dos ensayos bastante tardíos: en «Composition with Twelve Tones (I)», de 1941, y en «On Revient Toujours», de 1948, en ambos casos ya sin comillas. En este segundo ensayo, Schönberg lo saca a colación al hablar del paso de la música tonal a la música atonal; un paso que suponía ir por un «camino más difícil», que era el que le había deparado el «Comandante supremo» (SI, p. 109). Pero la referencia que nos interesa para nuestra investigación sobre la coherencia es la del primer artículo, «Composition with Twelve Tones (I)», cuando Schönberg habla del uso de varios procedimientos imitativos en el cuarto movimiento del Cuarteto de cuerda, op. 135 en Fa M, de Beethoven: Si este procedimiento fue utilizado conscientemente por Beethoven no importa en absoluto. Por mi propia experiencia sé que también puede ser un regalo recibido subconscientemente del Comandante supremo (SI, p. 222). La cita es lo más parecido a un alegato en favor del análisis formalista, aseverando que lo que está en la obra es válido per se, independientemente de la voluntad de su autor. Y Schönberg dice que lo sabe ¡por su «propia experiencia»! Esta «propia experiencia» referida por Schönberg tiene que ver con la próxima cita, que nos hará avanzar un poco en nuestro análisis. Pertenece al artículo «My Evolution», de 1949, en el cual Schönberg repasa su trayectoria. En él, el compositor habla de una conexión entre los dos temas principales de su Kammersymphonie, op. 9 que le había pasado inadvertida en el momento de componerla. Al no encontrar una relación entre ambos temas, Schönberg estaba intranquilo («al acabar la obra, estaba muy preocupado por la aparente ausencia de ningúna relación entre los dos temas», SI, p. 222) pero años más tarde, al analizar la partitura, descubrió con asombro que sí existía una relación entre ellos, aunque fuese de una complejidad mayúscula.57 En la ci- 57 Además de con la Kammersymphonie, le sucedió algo parecido con Verklärte Nacht, tal como explica a Bruno Walter en una carta del 23 de diciembre de 1943. Vid. J. Auner, A Schoenberg Reader, p. 297. 1.4. ZKIF y Der musikalische Gedanke: coherencia y representación 63 ta aparecen términos tan relevantes como «lógica» o «coherencia»; y también aparece la referencia a un «Todopoderoso» equivalente sin duda a la noción de «Comandante supremo»: Puede haber compositores capaces de inventar temas sobre la base de una relación tan remota, pero yo no soy uno de ellos. Sin embargo, una mente entrenada concienzudamente en la lógica musical, puede funcionar lógicamente bajo cualquier circunstancia. Externamente, la coherencia se manifiesta a través de una aplicación inteligible de la relación y la similitud inherente en las configuraciones musicales. Lo que creo, de hecho, es que si uno ha cumplido con su deber con la mayor sinceridad y lo ha trabajado todo tan cerca de la perfección como es capaz, entonces el Todopoderoso le ofrece un regalo con características de belleza adicionales que nunca habría podido producir con su solo talento (SI, p. 85-86). En sólo cuatro frases, la cita nos aporta una enorme cantidad de información que glosaremos lo más brevemente posible. En primer lugar nos aporta información en cuanto al funcionamiento de la coherencia lógica (o de la lógica musical a secas): una mente que la posea podrá producir obras coherentes gracias a procedimientos de relación y similitud, que para Schönberg son lo propio (son «inherentes», dice) en la composición musical. En segundo lugar, la cita no aporta información acerca de los tres planos de la coherencia. Veamos cómo. La coherencia lógica aplicada conscientemente puede verse favorecida por la actuación del «Comandante supremo» (o el «Todopoderoso»), que puede intervenir —dice Schönberg— si ha habido una actitud comprometida de fondo. Esta actitud comprometida tiene que ver con un planteamiento ético basado no en la excelencia, sino en el desarrollo máximo de las potencialidades de cada cual. Es decir, basado en dar lo mejor de uno mismo, siguiendo un planteamiento ético que Schönberg reconocía en Brahms: «“Un buen tema es un regalo de Dios”, decía [Brahms]; y concluía con un dicho de Goethe: “Merécelo para poseerlo”» (SI, p. 67). En definitiva, el «Comandante supremo» en su 1) coherencia metafísica se relaciona coherentemente con quien —bajo el influjo de la 2) coherencia psicológica, explícita en una ética de dar lo máximo de uno mismo y en el compromiso con los oyentes— tiene una mente coherentemente entrenada en la 3) coherencia lógica musical. Esta unión de las tres instancias parece ser la que Schönberg planteaba —sin desarrollar— en los puntos V y VII de la «Tentativa para una disposición de la coherencia», y que nosotros hemos tratado de explicitar a base de reconstruir su posible argumentación. En la cita de «My Evolution» que hemos proporcionado en la página 63, vemos aparecer el mismo pensamiento que parecía esconderse 32 años atrás en la primera parte de la «Tentativa de una disposición» del ZKIF (vid. la figura 1.4), donde Schönberg no sólo enumeraba las tres instancias (coherencia 64 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento lógica, coherencia psicológica, coherencia metafísica), sino que las entrelazaba, y estipulaba que entre ellas tenía que haber «relación» y «correspondencia». Así, Schönberg no sólo se fija en la coherencia que tiene que haber dentro de cada instancia, sino en la conexión que hay entre ellas, lo cual implica un grado todavía mayor (situado un plano más arriba, diríamos) de conexión o de correspondencia. Algo que, de hecho, la misma palabra ‘Zusammenhang’ ya lleva implícito. En una traducción literal algo pedestre podríamos decir que ‘Zusammenhang’ significa ni más ni menos ‘disposición junta’; esto es: conexión, enlace, nexo, correspondencia. Y correspondencia no es, para nada, un término neutro, teniendo en cuenta que Schönberg —que coqueteó con la teosofía—58 era conocedor de la visión swedenborguiana del mundo. En el citado artículo «Composition with Twelve Tones (I)», Schönberg dice, hablando de la unidad del espacio musical: En este espacio, al igual que en el cielo de Swedenborg (descrito en Serafita de Balzac) no hay abajo, ni derecha o izquierda, ni delante o detrás absolutos. Cada configuración musical, cada movimiento de notas tiene que ser comprehendido primariamente como una relación mutua de sonidos, de vibraciones oscilatorias que aparecen en diferentes espacios y tiempos. Para la facultad creativa e imaginativa, las relaciones en la esfera material son tan independientes respecto de las direcciones o planos como lo son, en su esfera, los objetos materiales respecto de nuestras facultades perceptivas. Igual que nuestra mente siempre reconoce, por ejemplo, un cuchillo, una botella o un reloj, independientemente de su posición, y puede reproducirlo en la imaginación en cada posición posible, así mismo la mente de un creador musical puede operar subconscientemente con una serie de sonidos, independientemente de su dirección, independientemente de la manera como un espejo puede mostrar sus relaciones mutuas, que siguen siendo una cualidad dada (SI, p. 223. El subrayado es nuestro). La cuestión de la coherencia, pues, tiene que ver con la relación que se establece no sólo entre elementos pertenecientes a un mismo plano, sino entre planos distintos. Lo aclaraba también Anton Webern en el precioso El camino hacia la nueva música, recopilación de las 16 conferencias que el genial discípulo de Schönberg dictó ante un exiguo auditorio entre 1932 y 1933, un año antes, pues, de que Schönberg emprendiera la redacción de Der musikalische Gedanke (lo cual no significa que sus planteamientos no fuesen bien conocidos ya por sus discípulos). A propósito de la coherencia —casi con toda seguridad siguiendo 58 Vid. B. A. Föllmi, «“Schönberg ist Theosoph”. Anmerkungen zu einer wenig beachteten Beziehung», International Review of the Aesthetics and Sociology of Music, vol. 30, n. 1, June 1999, pp. 55-63. 1.5. El expresionismo: necesaria expresión... la divisa de Schönberg— decía Webern: Con esto acabamos de introducir un concepto [coherencia] sobre el que podríamos estar hablando días enteros. Es imprescindible hablar de estas cuestiones —quiero decir de unas cosas de ámbito tan general— que serán comprendidas por todo el mundo. [. . . ] La coherencia es, ciertamente, lo que nunca puede faltar cuando algo tiene que tener un sentido. Coherencia es, en un sentido muy general, la introducción de la mayor relación posible entre las partes. Es, por lo tanto, aclarar al máximo, tanto en la música como en cualquier otra manifestación humana, las relaciones entre las partes confrontadas; en una palabra: mostrar cómo una realidad conduce a la otra.59 65 Y de esa conducción de una realidad a otra es de lo que trata precisamente Der musikalische Gedanke und die Logik, Technik, und Kunst seiner Darstellung; en cuyo título —como decíamos al inicio de la sección— Schönberg daba mucha más importancia a la «lógica, la técnica y el arte de su representación» que a la «idea musical» misma. Si lo hacía, era quizás por la enorme importancia que tiene el vínculo que une —como decía Webern— «las partes confrontadas». Es decir: lo que une los distintos elementos de un mismo plano, pero también lo que une los distintos planos entre sí (el ideal y el material; el metafísico y el físico. . . ). Es en la impronta de esos vículos donde se fundamenta la comprensibilidad, que —como hemos visto— es a lo que aspira el arte. Y que, no lo olvidemos, era algo fundamental para Schönberg. Por eso la coherencia es tan importante. Según palabras del propio Schönberg: «En beneficio de la comprensibilidad, será necesario hacer aparecer los componentes que crean coherencia con suficiente claridad» (MG, p. 138). Es decir, será necesario relacionar todo aquello que sea susceptible de ser relacionado. 1.5. 1.5.1. El expresionismo: necesaria expresión e imposibilidad de lo inmediato Aniquilar los intermediarios sensuales: el expresionismo más allá del movimiento artístico La principal tarea del compositor es, pues, asegurar no sólo la correcta coherencia entre los motivos, los temas, las frases o los movimientos, sino velar Webern, El camí cap a la nova música, trad. J. Casanovas, Antoni Bosch, Barcelona, 1982, pp. 63-64. 59 A. 66 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento por la correcta traslación de la idea musical al plano físico y psicológico de su comprensibilidad; es decir, velar por la pertinente materialización de la idea en el estilo —que, como hemos visto, no sólo contiene la idea sino la lucha por su formulación. Esto era algo que Schönberg quería tratar con profundidad en ZKIF y en MG, y que aparece también en un buen número de sus ensayos y conferencias. Pero ¿de dónde viene semejante insistencia en la cuestión de la representación de la idea? En su ensayo Representation and the Imagination, Daniel Albright nos da una interesante pista. Quizás tanta insistencia en la cuestión de la formulabilidad tiene que ver con la misma esencia del expresionismo, cuya culminación Albright sitúa en la ópera breve Die glückliche Hand (1908-1913) de Schönberg, y concretamente en el clímax de los compases 135-153 [CD - Pista 1], cuando la orquesta hace un impresionante crescendo que acompaña la transformación lumínica de la que el protagonista es testigo en escena. Dice Albright: Este momento es, a mi modo de ver, el punto final del expresionismo. La expresión corre el peligro de ser ex-presión literal, extrusión del tejido cerebral; las barreras entre el dentro y el fuera, entre la calavera y las impermeables meninges, están a punto de romperse por un exceso de presión; el arte está frustrado por no poder ir más allá de las condiciones del arte, hacia la aniquilación de los intermediarios sensuales, hacia la inserción directa de electrodos, exoencefálicamente.60 Lo característico del expresionismo sería para Albright el intento por parte del artista de reducir al máximo el espacio entre aquello que siente y aquello que muestra, casi exponiendo las vísceras en público, llegando a una forma tan directa de mostrar que apenas haya diferencia entre lo interno y lo externo. O, para decirlo con la formulación mucho más sintética de Kandinsky en Der Blaue Reiter, el almanaque en el que también participó Schönberg, en 1912: «la forma es la expresión exterior del contenido interior ».61 Años más tarde, en Das neue Lexikon de 1926, el reputado musicólogo Alfred Einstein apuntaba que el expresionismo «pretende la expresión inmediata del acontecer anímico»;62 es decir, la (imposible) exteriorización de lo interior sin mediación alguna. Es lógico, pues, que los expresionistas (y Schönberg era parte del grupo) pusieran 60 D. Albright, Representation and the Imagination. Beckett, Kafka, Nabokov, and Schoenberg, University of Chicago Press, 1981, pp. 20-21. 61 V. Kandinsky, «Sobre la cuestión de la forma» en V. Kandinsky / F. Marc, El jinete azul, ed. K. Lankheit, trad. R. Burgaleta, Paidós, Barcelona, 2002, p. 133. 62 Citado en J. M. García Laborda, La música del siglo XX. Primera parte (1890-1914). Modernidad y emancipación, Alpuerto, Madrid, 2000, p. 166. 1.5. El expresionismo: necesaria expresión... 67 tanto énfasis en la cuestión de la expresividad, entendida en su acepción más literal; es decir, como la pura posibilidad de que algo se llegue a expresar, de que algo pueda llegar a ser dicho. Por supuesto, esta no era una preocupación de nuevo cuño, sino que engarzaba con la problemática de la mímesis ya planteada por Platón en el Crátilo y en la República. Pero el caballo de batalla de los expresionistas no tenía que ver con una mímesis en el sentido tradicional del término, sino con una mímesis que tiene su origen en la visión interior. Como dice José María García Laborda, «el expresionismo busca un rechazo del objeto en favor de la vuelta hacia la interioridad. No interesa ya al expresionista imitar la naturaleza, sino crearla (no la natura naturata, sino la natura naturans).»63 Así, como si fuese una coletilla del subjetivismo romántico, se da un estatuto privilegiado al mundo interior del artista, dado que son los artistas quienes «experimentan el destino de la humanidad» y quienes «no apartan los ojos para protegerse de las emociones, sino que los abren de par en par para abordar lo que tiene que ser abordado» según decía el propio Schönberg en un aforismo de 1910 (SHGS, p. 25). Y proseguía, afirmando que, al girar la mirada hacia su interior, los artistas «a menudo cierran los ojos para percibir lo que los sentidos no transmiten, para ver en el interior lo que pasa sólo aparentemente en el exterior. Y en el interior, en ellos, se da el movimiento del mundo» (SHGS, p. 25). Esa mirada al interior no es, pues, un refugio de la realidad, sino un compromiso total con ella. Y es por este compromiso que —para los expresionistas en general y para Schönberg en particular— el arte no es algo accesorio ni algo que el artista pueda elegir tirar adelante o no, sino algo que tiene que ser asumido como un deber: «el arte no viene del poder, sino del Deber» (SHGS, p. 58 / SI, p. 365), habíamos visto que decía Schönberg en 1911. Esta concepción del arte seguía vigente para Schönberg en 1937, al escribir: «si bien componer para mí había sido un placer, ahora se convirtió en un deber. Sabía que tenía que cumplir una tarea: tenía que expresar lo que era necesario que fuese expresado» (SI, p. 53). En 1947, en su fundamental artículo sobre Brahms, todavía ahonda más en esta cuestión, y vemos que el grado de obligatoriedad a la hora de expresar una idea viene condicionado por la profundidad de la misma: «Uno no puede [penetrar en las más remotas consecuencias de una idea] con una idea 63 Ibid., p. 161. 68 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento superficial; pero uno puede hacerlo, y puede solamente, con una idea profunda —y entonces, debe» (SI, p. 439). Así, el expresionismo de Schönberg es algo que va mucho más allá del movimiento artístico específico y se convierte en una constante de su concepción del arte. Para Adorno, lo que «instaló entre los expresionistas al músico par excellence de la expresión» no fueron tanto «los vínculos personales, que ciertamente no faltaron», sino «la definición del arte de Schönberg como música de expresión extrema, que la acompañó hasta el umbral del dodecafonismo».64 Si el deber del artista es expresar lo que tiene que ser expresado, consiguientemente, también es un deber que el artista encuentre la mejor formulación para expresar su visión interior. Una visión que Schönberg bautiza en términos de «idea musical»; y esta es una formulación que —al tratarse de un músico— no deja de ser un tanto curiosa, como veremos a continuación. 1.5.2. Rapidez de escritura, tempo y comprensibilidad Aunque en 1918 Hermann Bahr, «en su Expressionismus, hable de “música del ojo” para la visión interior que en el músico, como en el pintor, no es ocasionada por ningún estímulo externo»,65 no deja de ser remarcable que para hablar de una cuestión musical Schönberg utilizara precisamente el término ‘idea’, que tiene su origen en el verbo griego eidos (mirar), y pertenece al campo de lo visual. Del mismo modo que resulta chocante que Kandinsky, un pintor, hablase del ‘sonido’ —un término que pertenece indudablemente al campo de lo musical— para referirse al elemento primigenio de la forma: «El sonido es el alma de la forma, que solamente puede vivir mediante el sonido y actuar desde el interior hacia el exterior»,66 decía el artista ruso, con el que Schönberg tenía una estrecha amistad. Pero es que en el expresionismo, quizás como en ningún otro movimiento artístico, lo sinestésico es fundamental. Y, de hecho, como también decía el 64 Th. W. Adorno, «Fragmento sacro. Sobre el Moisés y Aarón de Schönberg», en Escritos musicales I-III. Obra completa, 16, trad. A. Brotons y A. Gómez, Akal, Madrid, 2006, p. 471. 65 F. Cagianelli, Tra fenomenologia e strutturalismo: l’opera teorica di Schönberg, Perugia, 1971, p. 28. 66 V. Kandinsky, «Sobre la cuestión de la forma», en V. Kandinsky / F. Marc, El jinete azul, p. 133. 1.5. El expresionismo: necesaria expresión... 69 propio Kandinsky, «la forma es siempre temporal, es decir, relativa».67 Algo que no está demasiado alejado de lo que Schönberg podría decir del «estilo». En definitiva, la percepción interior (bien sea la schönberguiana «idea musical» o el kandinskyano «sonido que es el alma de la forma») debe expresarse a través de una materia (de una forma, de un estilo), en un proceso de transformación del que Schönberg habla en términos de coherencia o de representación y del que Kandinsky habla en términos de búsqueda: Cuando se cumplen las condiciones necesarias para la maduración de una forma precisa, el ansia y el impulso interior adquieren la fuerza de crear en el espíritu humano un nuevo valor, que empieza a vivir dentro del hombre consciente o inconscientemente. Consciente o inconscientemente el hombre intenta encontrar desde este instante una forma material para el nuevo valor que de forma espiritual vive dentro de él. Esta es la búsqueda por parte del valor espiritual de su materialización. Aquí la materia es la despensa de la que el espíritu elige en este caso lo necesario, como hace el cocinero.68 Lo que queda claro es que el camino que lleva a la expresión, por más que se pretenda inmediato, es y será siempre mediado. Es una quimera pretender que no sea así, aunque esto sea más cierto en unas artes que en otras. Las nociones literarias de escritura automática o de flujo de conciencia no son aplicables al campo de la música, donde la complejidad textural (la multiplicidad de voces) supone un obstáculo mayor que la supuesta linealidad de la escritura literaria. Pero aunque alguna vez se quejara de esta limitación temporal («a veces uno no puede escribir tan rápido como para mantenerse al ritmo del flujo de ideas» (SI, p. 439) lo cierto es que en las preocupaciones expresionistas de Schönberg, la inmediatez tiene poco que ver con el tiempo de escritura. La inmediatez tiene que ver, principalmente, con la coherencia entre lo sentido y lo expresado (coherencia entre el plano metafísico y el lógico), que no se consigue con simple “velocidad de transcripción”, para llamarlo de algún modo. Y eso que Schönberg normalmente escribía a una velocidad de vértigo, tal como atestigua en varios de sus escritos: Melodías simples y bonitas, ritmos saltones, armonías interesantes, formas sofisticadas, contrapunto complicado. . . ; el compositor de verdad escribe estas cosas con la facilidad con la que uno escribe una carta. «Como si estuviese escribiendo una carta»: esto es lo que dijeron admirados mis camaradas del ejército austriaco cuando, 67 Ibidem. 68 Ibid., p. 131. 70 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento en las barracas, escribí un poco de música para una fiesta organizada por la compañía. Que esta fuera una pieza no remarcablemente bonita sino sólo de mediana destreza no es relevante, porque a menudo toma tanto tiempo componer una carta como escribir música. Yo personalmente pertenezco a aquellos que generalmente escriben muy rápido, tanto si se trata de contrapunto «cerebral» como de melodía «espontánea». La gran mayoría de los amigos de mi juventud también eran escritores rápidos. [. . . ] Generalmente se consideraba que una semana era el tiempo necesario para empezar y acabar un movimiento de sonata. Pero una vez escribí los cuatro movimientos de un cuarteto de cuerda en este tiempo. Una canción para voz y piano debería requerir de una a tres horas —tres horas si por desgracia te pillaba un poema largo. Compuse tres cuartas partes del segundo y del cuarto movimiento de mi Segundo cuarteto de cuerda en un día y medio cada uno. Completé la media hora de música de mi ópera Erwartung en 14 días. Varias veces escribía dos o tres piezas de Pierrot lunaire y del ciclo de canciones Hängende Gärten en un día. Podría mencionar muchos más ejemplos así. Por eso les resultará tan asombroso a ustedes como les resultó a mis amigos cuando aparecí con la partitura de Verklärte Nacht y les enseñé un compás concreto en el que había estado trabajando una hora entera, si bien había escrito la partitura entera de 415 compases en tres semanas. Este compás es, de hecho, un poco complicado porque, de acuerdo con la convicción artística de aquel periodo (el post-Wagneriano), quería espresar la idea que hay detrás del poema, y el medio más adecuado para conseguirlo parecía ser una combinación complicada de contrapunto: un leitmotiv y su inversión tocados simultáneamente (SI, p. 55). Esta rapidez de escritura hace todavía más interesante la obstinación de Schönberg en la cuestión de la representación de la idea. Una idea que se encuentra detrás —y la cursiva es de Schönberg— del poema. Así pues, las reflexiones de Schönberg sobre la posibilidad de que algo pueda ser dicho no surgen en absoluto de eventuales dificultades técnicas o de condicionantes de oficio, sino que son algo fundamental en el terreno de su estética, algo profundamente enraizado en su pensamiento. De hecho, para mayor asombro, Schönberg afirma en el mismo artículo que cuando estaba trabajando en su Primer cuarteto de cuerda, op. 7 normalmente dando paseos matutinos, componía en mi cabeza de 40 a 80 compases completos en casi cada detalle. Necesitaba sólo dos o tres horas para transcribir estas largas secciones de memoria [. . . ], que incluso un escritor rápido no podría copiar en menos tiempo del que a mí me tomaba componerlos (SI, p. 61). La cuestión de la representación de la idea, pues, no tiene que ver con el “tiempo de transcripción” (con el hecho de transcribir muy rápidamente o casi sin pensar la idea concebida), sino con el mismo hecho de componer. Por eso, la velocidad de escritura no es esencial en el proceso de composición y, de hecho, Schönberg no habla de ella ni en ZKIF ni en MG, sino sólo en los fragmentos de carácter anecdótico que acabamos de citar y en un par de textos más de carácter retrospectivo. Pero así como la temporalidad no es esencial en el proceso 1.5. El expresionismo: necesaria expresión... 71 de composición, sí lo es, en cambio, en la articulación de la propia composición, dado que la música se las ha de ver con el tiempo. Por ello el tiempo lógicamente juega un papel clave a la hora de representar las ideas, y Schönberg se ocupa de él tanto en ZKIF y MG como en otros de sus escritos teóricos. La gran mayoría de estas reflexiones tiene que ver con la cuestión del tempo y con la cantidad de tiempo y de repeticiones que se necesitan para desarrollar una idea con garantías de comprensibilidad: La representación de ideas también tiene que tener en cuenta el tempo de una pieza musical. Está claro que lo que acontece rápidamente es más difícil de comprender que lo que acontece lento. Por eso en un tempo rápido el desarrollo tiene que ser más lento que en un tempo lento (MG, p. 134). Tal como Schönberg expone en otros pasajes, si se quiere que los acontecimientos sucedan a mucha velocidad, es necesario o bien reducir el número de acontecimientos o bien repetir con más frecuencia aquello que sucede. Del mismo modo, Schönberg afirma que el desarrollo musical en un tempo rápido tiene que ser más lento en los procesos de transformación de lo que requeriría un tempo lento. En un tempo rápido, pues, si se quiere sacar todo el partido al desarrollo, va a necesitarse más espacio (es decir, más tiempo). Para que nos entendamos: es como imaginar un pase de película a cámara rápida (para el tempo rápido) o a cámara lenta (para el tempo lento): el tratamiento de los acontecimientos —su cantidad, su presentación, su desarrollo. . . — no puede ser el mismo. Pero no sólo la rapidez de tempo hace necesario más espacio de tiempo para que el oyente pueda captar aquello que acontece. De hecho, cada elemento de la música requiere un tratamiento distinto (y una cantidad de tiempo distinta) en función de su facilidad de comprensión: La diferencia principal entre la armonía y la línea melódica es que la armonía requiere un análisis más rápido, porque los sonidos aparecen simultáneamente, mientras que en una línea melódica se concede más tiempo a la síntesis, porque las notas aparecen sucesivamente, resultando por ello más fácilmente comprensibles por el intelecto. En otras palabras: la melodía —que consiste en progresiones de notas desarrolladas lentamente— ofrece más tiempo para la comprensión de las relaciones y de la lógica que la armonía, donde el análisis tiene que funcionar mucho más rápido (SI, p. 87).69 69 Para otra presentación de la misma idea, cf. HL, p. 151. 72 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento Si bien la mayoría de las reflexiones de Schönberg en cuanto al tiempo tienen que ver con el espacio requerido para la correcta comprensión del acontecer del discurso musical, a veces sus comentarios tienen una dimensión de orden más poético. En uno de estos comentarios —escrito en 1930, justo cuando estaba en plena composición del Moses und Aron— Schönberg analiza cómo un planteamiento temporal específico cambia por completo el modo de representar. Y lo hace, precisamente, hablando de dos de sus obras dramáticas catalogadas unánimemente como expresionistas, Erwartung y Die glückliche Hand : El común denominador entre las dos obras viene a ser que en Erwartung el propósito es representar a cámara lenta todo lo que ocurre durante un único segundo de máxima excitación espiritual, alargándolo hasta la media hora, mientras que en Die glückiche Hand se comprime un drama entero en apenas 20 minutos, como si se sacara una fotografía con larga exposición (SI, p. 105). Esos 20 minutos contienen aquel fragmento que Albright calificaba como culminación del expresionismo. Y para escribirlos Schönberg empleó algo más de 3 años de trabajo, mientras que para escribir Erwartung tardó ¡apenas 15 días! La importancia de la temporalidad, pues, no tiene nada que ver con la velocidad de escritura. En otras palabras: la inmediatez con la que el artista quiere expresar su realidad interior no es una inmediatez temporal, sino una inmediatez que tiene que ver con suprimir los «intermediarios sensuales» de los que hablaba Albright. Pero estos intermediarios (que impiden lo inmediato) son parte esencial del arte. Y esto es algo que sabía muy bien Schönberg, tal como leemos en uno de sus textos más esclarecedores sobre esta cuestión, «Composition with Ttwelve Tones (I)», de 1941: Cuando nosotros, pobres humanos, nos referimos a una de las mejores mentes que hay entre nostros como a un creador, no deberíamos olvidar lo que es un creador en realidad. Un creador tiene una visión de algo que todavía no ha existido antes de esta visión. Y un creador tiene el poder de dar vida a su visión; tiene el poder de realizarla. De hecho, el concepto de creador y de creación tendría que formarse de acuerdo con el Modelo Divino; la inspiración y la perfección, el deseo y la consecución, la voluntad y el cumplimiento coinciden espontánea y simultáneamente. En la Creación Divina no había detalles para llevar a cabo luego; «Hubo Luz» a la par y en su última perfección. ¡Ay! A los creadores humanos, en caso de concedérseles una visión, tienen que recorrer el largo camino entre la visión y la realización; una dura senda en la que, expulsados del Paraíso, incluso los genios tienen que ganarse la cosecha con el sudor de sus frentes. ¡Ay! Una cosa es tener una visión en un instante creativo de inspiración y otra es materializar la propia visión conectando los detalles con esmero hasta que se fusionan en una especie de organismo. 1.5. El expresionismo: necesaria expresión... ¡Ay! Supongamos que se convierte en un organismo, un homúnculo o un robot, y posee algo de la espontaneidad de la visión; todavía queda organizar esta forma para que sea un mensaje comprensible «para aquél a quien pueda interesar» (SI, p. 215). 73 La mediación es el terreno en el que, para Schönberg, se mueve el artista, ya que ejerce de intermediario entre la visión y la realización. Su cometido es lidiar con los «intermediarios sensuales» a los que se refería Albright. No sensuales en el sentido de tentadores, sino sensuales en el sentido de que esta intermediación sirve para dar sensus, para hacer sensible; sirve para hacer que lo que sólo existe en el mundo privado del artista (una «visión», una «idea musical», un «sonido que es el alma de la forma». . . ) pueda llegar a ser percibido por los sentidos —sensualmente— de sus congéneres. El artista, pues, sensualiza, formaliza, representa; hace que algo que no existe en el mundo fenoménico pase a existir; hace que algo cambie de plano ontológico y pase del ámbito de las ideas al ámbito de las formas. Pero la obra de arte queda marcada inevitablemente por el esfuerzo que supone este alumbramiento, siendo el estilo (que es stylo y estilete, y que por tanto deja mella) lo que atestigua el proceso que ha permitido que la obra de arte llegara a existir. Algo así es lo que Schönberg confiesa con 20 años a su amigo David Josef Bach, en una carta escrita el 25 de julio de 1895, que ya hemos citado en la página 22: La estética tiene que presentarse como el producto de la batalla de la visión idealista y materialista del mundo, y el arte tiene que mostrar las marcas de la batalla de los sentimientos artísticos de estas dos concepciones (ASR, p. 16). 1.5.3. La cuestión de la representación y la función del artista No debe extrañarnos, pues, que Schönberg dijera en 1934 en la carta a Carl Engel (vid. página 45) que el «libro clave» iba a tratar de «la idea musical y su representación». Algo de lo que en 1917 ya se había ocupado en el ZKIF al tratar de la cuestión de la coherencia. En ZKIF, al hablar de los vínculos entre las distintas coherencias (metafísica - psicológica - lógica), Schönberg parece empezar a apuntar algo que sólo formularía más adelante: que la misión del artista es la de garantizar la coherencia (la correcta relación) entre el plano de la concepción y el de la realización. A esta coherencia entre lo metafísico y lo lógico —en la que no interviene el tiempo, aunque el proceso de composición se dé obviamente en el tiempo— es a lo que Schönberg acaba dando en Der musikalische Gedanke el nombre de «representación de la idea», reservando la 74 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento noción de «coherencia» para hablar de lo que en ZKIF era sólo la coherencia lógica. En MG, pues, la «coherencia» del ZKIF queda subsumida debajo del concepto ahora fundamental de «representación de la idea».70 Los dos proyectos (esbozados el primero en 1917 y el segundo en 1934, con los estadios intermedios que representan los Gedanke manuscripts empezados en 1923 y otros textos coetáneos) están absolutamente concatenados y vienen a ser el uno la reformulación del otro, atestiguando así la evolución del pensamiento schönberguiano sobre este particular, del que Schönberg mismo era bien consciente. En 1922, Schönberg confesaba a su buen amigo Kandinsky: A parte de esto, tengo planeado un tratado teórico más pequeño, «Lehre vom musikalischem Zusammenhang», que viene ocupando mi mente desde hace varios años —posiblemente no está maduro, todavía— y que una y otra vez he vuelto a aplazar (ASL, 42).71 La maduración de este proyecto cristalizó en Der musikalische Gedanke con el acuñamiento de la noción de «representación de la idea». Con ella, Schönberg avanza notablemente en su concepción de la función del compositor, encontrando un modo de formular algo que hacía tiempo que rondaba ya por su cabeza y que había empezado a tratar —sin voluntad sistemática— en otros escritos. Por su peculiar visión del artista, Schönberg entiende que su cometido principal es saber trasladar lo inmaterial a lo material, estableciendo un puente entre lo visto (la idea: eidos) y lo hecho (con stylo o estilete). Un cometido que no está demasiado lejos del que tiene el profeta, que es el encargado de transmitir el mensaje de una esfera de realidad (el mundo de la trascendencia) a otra (el mundo de la inmanencia). Una figura que Schönberg exploraría en el Moses und Aron, escrito a la vez que algunos de los Gedanke manuscripts. Teniendo en cuenta este paralelismo, no debería resultarnos extraña la siguiente frase, escrita por nuestro compositor en 1950 al hablar de Bach: «el artista es sólo el portavoz [mouthpiece] de un poder que dicta lo que hay que 70 Esta afirmación puede contrastarse analizando tanto el contenido completo de MG como su esbozo de estructura. En este esbozo, aparece Repr. en cursiva y en tipo grande arriba a la izquierda; en un nivel inferior, con tipo normal, a la izquierda de los números, aparecen Coh., Compr. y Repr. id. Tal como dice Severine Neff, «en 1923, las ideas de Schönberg sobre la naturaleza de la coherencia lo llevaron a formular su concepto de “idea musical”, que finalmente reemplazó a la coherencia como la base de su teoría unificada» (S. Neff, «Preface» en ZKIF, p. xix). 71 La carta, del 20.VII.1922, también se reproduce en A. Schoenberg / V. Kandinsky, Cartas, cuadros y documentos de un encuentro extraordinario, Alianza, Madrid, 1993, p. 78. 1.5. El expresionismo: necesaria expresión... 75 hacer» (SI, p. 396). Leer esta frase como un epígono —francamente muy tardío— de la noción del artista romántico (que tiene el privilegio de conectar con una esfera superior y revelar al pueblo sus dictámenes), sería una interpretación no sólo un tanto sesgada, sino sobre todo insuficiente. Creemos que es mucho más lógico leerla en cambio desde la analogía, entendiendo que el artista y el profeta tienen cometidos similares: hacer de mediadores entre planos ontológicos distintos. En el caso del profeta, su función es mediar adecuadamente entre la esfera de la trascendencia y la de la inmanencia (tal como se pone de manifiesto en Moses und Aron); mientras que en el caso del artista, se trata de mediar entre la idea y el estilo, «haciendo justicia a la idea» (SI, p. 121) a base de obedecer aquel «poder [suyo] que dicta lo que hay que hacer» (SI, p. 396). Esto es lo que también preocupaba a Schönberg en las Structural Functions of Harmony: superar el espacio intersticial que se abre entre el ámbito del pensar y el ámbito del decir, estableciendo entre ellos una correcta relación. Una relación que Schönberg matizaba con una significativa coma en un aforismo escrito en 1923: «Stile herrschen, Gedanken siegen» (SHGS, p. 32). Es decir: «los estilos dominan, las ideas triunfan».72 En definitiva, pues, con la redacción de Der Musikalische Gedanke und die Logik, Technik, und Kunst seiner Darstellung, Schönberg utilizaba una nueva terminología para algo que le había tenido ocupado desde hacía mucho tiempo: la cuestión de la relación que se establece entre distintos planos de realidad. Ya que en esto consiste componer. En palabras de John Covach, «la obra de arte musical, por supuesto, tiene que residir en, o como mínimo utilizar, el reino físico; pero dado que la visión del compositor es de algo esencialmente no físico, la composición de una obra de arte es el proceso de desplegar en el tiempo y el espacio algo que es fundamentalmente atemporal y no espacial».73 Esto es representar una idea musical, en cuyo proceso deben mediar la técnica, 72 Así como Dika Newlin tituló significativamente su antología con una formulación sacada de un título clave de Schönberg (Style and Idea), Anna Maria Morazzoni cogió este aforismo para titular su más reciente selección de escritos, elaborada en colaboración con Nuria Schoenberg-Nono e Ivan Vojtěch: A. Schönberg, Stile herrschen, Gedanken siegen. Ausgewählte Schriften, ed. A. M. Morazzoni, Schott, Mainz, 2007. 73 J. Covach, «The Sources of Schoenberg “Aesthetic Theology”», 19th-Century Music, vol. 19 n. 3, Spring 1996, p. 256. En este artículo Covach polemiza con el fundamental estudio de Carl Dahlhaus, «Schoenberg’s Aesthetic Theology», en C. Dahlhaus, Schoenberg and the New Music, trad. D. Puffett & A. Clayton, Cambridge University Press, 1987, pp. 81-93. 76 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento la lógica y el arte. Esto es pasar de la visión a la realización; es decir, de la idea al estilo; o, en otras palabras, del pensar al decir. 1.5.4. El parón creativo (1913-1917) y el inicio de la pregunta por la representación Schönberg era consciente de estar gestando su pensamiento sobre la cuestión de la representación desde alrededor de 1914. En la ya tantas veces citada carta a Carl Engel (vid. 1.4.1 en la página 45), escrita el 6 de junio de 1934, el compositor decía que llevaba trabajando en Der musikalische Gedanke «desde hace 20 años». En un artículo escrito en 1925 titulado «Tonalität und Gliederung» («Tonalidad y estructura») habla de estar trabajando en esta cuestión «desde hace más de 10 años» (SHGS, p. 126 / SI, p. 256).74 Y en otra carta inédita, escrita en 1932 en Barcelona, leemos que «durante casi veinte años he estado recogiendo material, ideas y bocetos para un completo tratado de composición que abarque todas las materias».75 Sin embargo, aunque las tres citas nos sitúan alrededor de 1913-1914 (curiosamente en los aledaños de la Primera Guerra Mundial), creemos que las preocupaciones por la cuestión de la representación son la manifestación de una cuestión mucho más nuclear en el pensamiento de Schönberg: algo que vamos a llamar la cuestión de la relación. Según nuestro modo de ver (y esta es una de las hipótesis principales de nuestra tesis), esta cuestión de la relación está presente en el pensamiento de Schönberg de un modo u otro (y la cuestión de la representación sería sólo uno de estos modos) desde bastante antes de 1914 y más allá de 1934, dado que creemos que se trata de un elemento esencial de su pensamiento. Por poner sólo dos ejemplos anteriores y posteriores a estas fechas, basta con recordar las incipientes reflexiones en torno a la relación entre lo material y lo espiritual en el libreto Aberglaube escrito en 1901, o la relación dicotómica entre pensar-decir que aparece en los «Agradecimientos» de las Structural Functions of Harmony de 1948 y que parece ser una reformulación cita más extensa en la página 80. carta en cuestión estaba dirigida a Edgar Prinzhorn, y fue escrita el 17 de abril de 1932. http://www.schoenberg.at/letters/search_show_letter.php?ID_Number= 2165 [02.04.2011]. Está citada en A. Goehr, «The Theoretical Writings of Arnold Schoenberg», Perspectives of New Music, 13:2, Spring/Summer 1975, p. 5. 75 La 74 Vid. 1.5. El expresionismo: necesaria expresión... 77 de las nociones de idea y estilo. Pero no avancemos acontecimientos. Decíamos que Schönberg situaba el inicio de sus reflexiones alrededor de la cuestión de la representación (inicialmente formulada como «coherencia») alrededor de 1913-1914: una fecha clave en la evolución compositiva de Schönberg. ¿Qué es lo que sucedió alrededor de 1914? En 1913 asistimos a un primer parón en su producción, que se había venido desarrollando ininterrumpidamente desde su primer opus, escrito en 1898. Desde 1907 hasta 1912 (coincidiendo con el auge del movimiento expresionista) Schönberg había experimentado un veradero boom creativo. En poco más de un lustro, entre los 33 y los 39 años, compuso una docena de obras (entre ellas su primera pieza atonal, en 1907), pintó múltiples cuadros y redactó su magno Tratado de armonía, publicado en 1911. Pero después de esta intensa actividad (culminación de la cual sería el ciclo Pierrot lunaire, escrito en 1912), Schönberg hace —a propósito o no— un alto en su camino, buscando nuevas formas de organizar el discurso musical. Contrastando enormemente con el boom creativo inmediatamente anterior, durante el parón de 1913 a 1917 Schönberg apenas produjo nada: no escribió ningún texto teórico relevante, casi dejó de pintar, y compuso sólo tres obras: dos de ellas totalmente incidentales (el arreglo coral Der deutsche Michel y la marcha Der eiserne Brigade) y una —sumamente significativa, sin embargo— de apenas 10 minutos de música: las Cuatro canciones para voz y orquesta, op. 22, que fueron escritas una en 1913, otra en 1914, otra en 1915 y otra en 1916. Esta escasez de obra no puede atribuirse a los avatares de la Guerra Mundial, ya que Schönberg estuvo enrolado en el ejército apenas 10 meses: de marzo a octubre de 1916 (durante el reclutamiento, como diversión para sus camaradas, compuso la Der eiserne Brigade), y de septiembre a diciembre de 1917, cuando fue relevado por los problemas respiratorios que, de hecho, padecía desde joven. Si no podemos imputar a la guerra este parón, ¿a qué debemos imputarlo? Probablemente al empeño de Schönberg por buscar nuevas formas de relacionar los sonidos entre sí, que le llevaron a dejar de componer. O viceversa: a la falta de impulso creativo, lo cual le lleva a plantearse nuevas formas de organizar y articular el discurso musical. Sea como sea, lo cierto es que esta búsqueda de nuevas formas de organizar el discurso musical coincide con las preocupaciones de Schönberg por la cuestión de la coherencia y la representación de la idea. Una preocupación y un estado anímico del que las Cuatro canciones op. 22 dan testimonio, a juzgar por los textos escogidos: Los textos de las canciones 2, 3 y 4 son de Rainer Maria Rilke, mientras que la primera canción se basa en un poema de Ernest Dowson, traducido por 78 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento Stefan George. Significativamente, esta primera canción se titula «Seraphita», en clara referencia a la novela homónima de Balzac, de gran influencia en Schönberg, en la cual se habla de una figura semiangélica que —como veremos más adelante— tiene dimensión mediadora. En los versos finales de esta primera canción leemos algo que podría asemejarse al estado de ánimo de Schönberg: «deja que tu mano (aunque ahora ya sea demasiado tarde) / se disponga a ayudar a deslizar mis ojos mortecinos y mi pelo abatido / antes de que la gran ola gane la última vana pelea» (op. 22/1). La segunda y la tercera canciones «Alle, welche dich suchen» («Todos los que te buscan»: el título ya dice mucho. . . ) y «Mach mich zum Wächter deiner Weiten» («Hazme guardián de tus espacios») pertenecen a El libro de las horas; y la cuarta, «Vorgefühl» («Presentimiento») a El libro de las imágenes.76 «Alle, welche dich suchen», utiliza «el mismo motivo que la primera canción», algo que «quizás no es más que una simple coincidencia», según Schönberg. Pero enseguida añade: «Sin embargo, quizás podría puntualizar que aquí, la conexión verdadera es otra. Pero esto nos llevaría demasiado lejos, y no sería estimable porque el resultado difícilmente se puede circunscribir a una pieza como esta canción» (SP, p. 64). Esta «verdadera conexión» tiene que ver, muy probablemente, con la misma conexión que supone la figura angélica de «Seraphita»; una conexión entre la pieza y algo que la trasciende.77 En las palabras de Rilke predominan las ideas de búsqueda, de maduración o de «seguir el curso de los ríos» (op. 22/3). Al final de la tercera canción leemos algo que tiene que ver con el punto en el cual se encontraba Schönberg, que estaba —como dice el texto— en unas «tierras despobladas»: «iré detrás de un anciano ciego / por la senda que nadie conoce». Y al ir por esta nueva senda lo hará «nunca más separado por ningún engaño de las voces y figuras [de los peregrinos]» (op. 22/3). La cuarta canción parece que habla del modo más explícito posible de este periodo de barbecho en el cual se encontraba Schönberg, que ya estaba a punto de empezar a andar por la nueva senda. Lo hace en forma de «presentimiento». Dice Rilke: 76 R. M. Rilke, El libro de las horas (Das Stunden-Buch), ed. bilingüe, trad. F. BermúdezCañete, Hiperión, Madrid, 2005; Rainer Maria Rilke, El libro de las imágenes (Das Buch der Bilder), ed. bilingüe, trad. J. Munárriz, Hiperión, Madrid, 2001. 77 Vid. R. Falck «Schoenberg’s (And Rilke’s) “Alle, welche dich suchen”», Perspectives of New Music, vol. 12, n. 1/2, Autumn 1973 - Summer, 1974, p. 98. 1.5. El expresionismo: necesaria expresión... Presentimiento Soy como una bandera rodeada de distancias. Los vientos venideros los barrunto y tengo que vivirlos mientras aún las cosas en lo bajo ni siquiera se rozan: las puertas aún se cierran suaves y hay calma en las chimeneas; las ventanas no tiemblan aún y el polvo aún es pesado. Pero yo noto ya las tormentas y como el mar me enarco. Y me despliego y luego me hundo en mi interior y me hecho a tierra y estoy solo por completo en la enorme tormenta.78 79 Parece que de este estar hundido «en la enorme tormenta», «en mi interior» (el mundo interior tan propio del expresionismo. . . ) es de donde acaba saliendo la fuerza de Schönberg para tirar adelante. Su parón creativo (entendido como fecundo periodo de búsqueda incesante) acabó conduciendo a la creación del método dodecafónico en 1921.79 Antes de formularlo, en 1917, escribiría el ZKIF y por la misma fecha empezaría a trabajar en Die Jakobsleiter. Ni el proyecto teórico ni el musical llegaron jamás a concluirse, pero fueron claves para la salida de este parón del que Schönberg mismo era bien consciente, tal como queda de manifiesto en un artículo de 1923, titulado «Los jóvenes y yo»: M. Rilke, El libro de las imágenes, p. 99. el artículo «Composition with Twelve-tones (II)», de 1948 (SI, pp. 245-249), Schönberg fecha su más famoso descubrimiento en 1921. La web del ASC, en cambio, lo sitúa en 1923, que es el año que Schönberg lo dio a conocer [www.schoenberg.at: 03.03.2012]. El 9 de mayo de 1923 Schönberg escribió su primer artículo sobre el método, que, aunque no lo tituló, se conoce como «Zur Komposition mit 12 Tönen» (SHGS, pp. 99-100 / SI, pp. 207-208). Es en 1921, sin embargo —coincidiendo pues con la fecha que da el propio Schönberg en «Composition with Twelve-tones (II)—, cuando encontramos la primera evidencia sobre el método. Aunque se trata de una evidencia velada. En la carta del 26 de julio a su querida amiga Alma Mahler leemos: 79 En 78 R. He empezado a trabajar otra vez. ¡Algo totalmente nuevo! Los arios alemanes, que me han perseguido en Mattsee, tendrán que agradecer a esto nuevo (especialmente a esto) el hecho de que durante más de 100 años se les va a respetar incluso a ellos por el hecho de pertenecer al estado que se ha asegurado con ello la hegemonía en el campo de la música. La carta se cita en E. R. Schoenberg, «The Most Famous Thing He Never Said», Arnold Schönberg und sein Gott. Bericht zum Symposium 26.-29. Juni 2002. Journal of the Arnold Schönberg Center, vol. 5/2003, pp. 27-30. En este interesante artículo, el autor (nieto de Schönberg) pone en duda la afirmación que Josef Rufer cuenta que Schönberg le hizo en verano de 1921: «He descubierto algo que asegurará la supremacía de la música alemana durante los próximos cien años». 80 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento Durante diez años no ha aparecido nada nuevo mío. Cualquiera que conozca globalmente hasta mi última obra puede suponer que a partir de ahora simplemente voy a seguir en aquella dirección, simplemente ensanchando aquel estilo, y que es tarea de los jóvenes continuar desde donde lo dejé. El foráneo ha considerado este parón como un hecho, en vez de considerarlo como un síntoma que conducía hacia otra dirección. He estado trabajando duro alargando el camino que he andado, pero (y esto es decisivo) no sólo he rehusado autoclasificarme ni he evitado confirmar una única dirección particular para mí, sino todo lo contrario: he estado buscando algo completamente nuevo. Y lo he encontrado (SI, p. 92-93). Pero aunque a ojos del público el parón fuese de 10 años, lo cierto es que Schönberg no estuvo parado (aunque en plena búsqueda) tanto tiempo. El parón creativo acabó en 1917, justo cuando Schönberg redactó a bocajarro las cincuenta páginas del ZKIF, en poco más de 10 días de abril de 1917. Con ellas formulaba por vez primera aquello a lo que debía haber estado dando vueltas desde hacía unos 3 o 4 años. Con la redacción del ZKIF parece desatascarse la capacidad compositiva de Schönberg, que de 1917 a 1923 estuvo ocupado en la composición —de forma más o menos paralela— de la inconclusa Die Jakobsleiter, de las Cinco piezas para piano, de la Serenade op. 24 y de la Suite para piano op. 25, que son obras clave en el camino hacia la composición dodecafónica. 1.5.5. La representación: cuestión clave y preocupación fundamental Hemos visto ya cómo los proyectos del ZKIF y de MG parecen estar concatenados. Tanto por la cronología, como por el contenido, como por las palabras del propio Schönberg sobre sus proyectos, es lógico pensar que se trataba de un único proyecto, que tuvo una primera tentativa de formulación en 1917 y una segunda en 1934. Pero la preocupación de base era la misma. ¿Cuál era esta preocupación? En «Tonalität und Gliederung», de 1925, Schönberg se encarga de remarcar que no es de orden técnico: El arte de una representación verdaderamente variada de una idea es muy poco común. Hoy, la mayoría aspira al «estilo, la técnica y el sonido», entendiendo por ello algo puramente externo, de características meramente llamativas, negligiendo de este modo la antigua cultura de la presentación [Vortrages] de una idea. [. . . ] Sería un error pensar que una representación [Darstellung] más artística es sólo cuestión de una determinada técnica. He trabajado desde hace más de 10 años en esto, para establecer estas diferencias teóricas, y estoy tan puesto en ello que la obra en cuestión estará escrita en breve (SHGS, p. 125-126 / SI, p. 256). Schönberg todavía tardaría nueve años en escribir «la obra en cuestión» (suponemos que se trata de Der musikalische Gedanke), pero ya hemos visto cómo 1.5. El expresionismo: necesaria expresión... 81 durante este tiempo (y ya desde 1923, de hecho) dedicó al asunto varios textos sueltos que constituyen los estadios previos a la redacción de Der musikalische Gedanke.80 Detengámonos, sin embargo, en lo que dice Schönberg en «Tonalität und Gliederung», donde afirma que la artisticidad de una representación no se fundamenta sólo en cuestiones técnicas. La técnica es un elemento necesario, claro está, pero no está en la raíz de la cuestión de la representación. En otras palabras, y tal como ya había dicho Schönberg en 1910: «la técnica nunca existe desprovista de invención [Erfindung]; lo que sí existe es la invención que todavía tiene que crear su técnica» (SHGS, p. 59 / SI, p. 366). Pero, si no es de orden técnico, ¿de qué orden es la preocupación? Nuestro punto de vista es que la preocupación es de orden filosófico, de concepción del arte y —casi nos atreveríamos a decir— de concepción de la vida misma. Si no fuera así, Schönberg no habría estado tanto tiempo dándole vueltas y no habría afirmado a Carl Engel que este era «el por así llamarlo “libro clave”» que «pretende establecer teóricamente los principios fundamentales para toda la enseñanza de la composición».81 Componer —ya lo hemos visto— significa asegurar la correcta relación entre la idea musical y su representación; entre la musikalische Gedanke y su Darstellung. De esto es de lo que tratan tanto Der musikalische Gedanke como ZKIF: de los modos de hacer que esta representación sea fiel a la idea. Se trata de que la representación sea coherente y lógica con aquello que se quiere (o se debe, según el imperativo del que hablaba Schönberg) representar. La artisticidad de una representación —explicita Schönberg en «Tonalität und Gliederung»— no depende de la técnica empleada; depende, en cambio, de que la relación entre la representación y la idea sea la que tiene que ser. Esta es la tarea principal del artista: estar al cargo de la cuestión de la expresión. Por eso Schönberg dedicó tantos textos y tantos esfuerzos a intentarlo esclarecer, aunque finalmente sus proyectos más ambiciosos quedaran 80 Además de los Gedanke manuscripts, estos textos son, fundamentalmente, los siguientes: «For a Treatise on Performance» de 1923 (SI, p. 319), «Formenlehre» de 1924 (SHGS, p. 123; SI, p. 253), «Tonalität und Gliederung» de 1925 (SHGS, p. 125-128 / SI, p. 255-257), «Zur Frage des modernen Kompositionsunterrichtes» de 1929 (SHGS, p. 151; SI, p. 373), «Zur Kompositionslehre» de 1931 (SHGS, p. 158; SI, p. 264) y «Probleme der Harmonie» de 1934 (SHGS, p. 135; SI, p. 268). 81 Carta a Carl Engel de 6.6.1934, http://www.schoenberg.at/letters/search_show_ letter.php?ID_Number=2703 [20.04.2011]. Cf. la página 45 de nuestro texto. 82 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento sólo en un esbozo. Pero ¿qué es lo que se expresa? Por un lado, como hemos visto, la obra acabada expresa en parte la lucha por su formulación, ya que el estilo (que es stylo y estilete, según Derrida) deja en la obra la marca de su propia escritura. Pero además de expresar la «lucha por su formulación» (SFH, p. vii) —es decir: además de expresar la propia relación que hay entre la idea y su realización—, la obra expresa sobre todo la idea musical que hay detrás de ella. 1.6. 1.6.1. El dinamismo de la idea musical La inquietud y la ética del movimiento Llegados a este punto, debemos preguntarnos por fin qué es la idea musical. Algo que, en cierta medida, hemos estado esquivando hasta ahora, porque la noción de idea musical es por lo menos tan problemática como la noción de estilo. Tal como hemos dicho en la sección 1.2, Schönberg no pretende desplegar un sistema filosófico, con lo cual no tenemos definiciones cerradas de los conceptos que empleaba. Unos conceptos que, además, fueron utilizados durante más de 40 años a lo largo y ancho de sus escritos. Pero, aunque sea difícil trazar una definición unitaria del término ‘idea musical’, si analizamos los textos donde Schönberg se acercó al concepto, veremos que existe un nexo común entre ellos. La primera vez que Schönberg saca a colación el término ‘idea musical’ es en el segundo de los Gedanke manuscripts, escrito el 5 de octubre de 1923. En él, aunque no aporte ninguna definición concreta, Schönberg advierte de la plurivocidad del concepto, y relaciona el término ‘idea’ con palabras hasta cierto punto análogas: Asimismo, idea es polisémico. La dificultad es menor cuando se suelta la expresión «una idea musical» (en vez de tema, o motivo o frase) (en música no hay ninguna otra). [. . . ] Lo mejor de las ideas subyacentes es que lo que así se piensa, así puede ser dicho (¡por supuesto musicalmente!) (SHGS, p. 102).82 En esta primera aproximación (algo cómica, a juzgar por la apostilla final), Schönberg no acaba aportando ninguna definición concreta del término. Justo 82 Este segundo manuscrito no se recoge en los apéndices de MG, y sí, en cambio, en SHGS. En el primero de los manuscritos (unas 100 palabras redactadas el 19 de agosto de 1923), Schönberg traza una distinción entre ciencia y arte, pero no habla específicamente del término idea. 1.6. El dinamismo de la idea musical 83 al contrario de lo que pasa en su última aproximación al término (en el ya citado «New Music, Outmoded Music, Style and Idea» de 1945) donde nos encontramos con su explicación más completa. Lo curioso es que, al igual que en el primer texto —y como si se cerrase el círculo—, en este último Schönberg también advierte de que el término es polisémico y saca a colación las mismas nociones de tema, motivo o frase que en su primera aproximación: Probablemente este no es el lugar para tratar detalladamente qué significa idea como tal en música, porque casi toda la terminología musical es vaga y la mayoría de sus términos se usan en varios sentidos. En su sentido más común, el término idea se utiliza como sinonimo de tema, melodía, frase o motivo. Yo mismo considero la totalidad de una pieza como la idea: la idea que su creador quiso presentar. Pero como faltan mejores términos, me veo forzado a definir el término idea del siguiente modo: Cada nota que se añade a una nota inicial pone en duda el significado de aquella nota. Si, por ejemplo, el sol sigue a un do, el oído no podrá estar seguro de si esto expresa do mayor o sol mayor, o incluso fa mayor o mi menor; y la adición de otros sonidos podrá o no clarificar este problema. De este modo se produce un estado de agitación, de desequilibrio que crece a lo largo de gran parte de la pieza, y se refuerza además con funciones similares del ritmo. El método por el cual se reestablece el balance me parece que es la idea real de la composición. Quizás las repeticiones frecuentes de temas, grupos e incluso secciones más largas pueden ser consideradas como intentos hacia un temprano balance de la tensión inherente (SI, pp. 122-123). Como hemos dicho ya anteriormente, este artículo de 1945 es la reformulación de un artículo anterior, escrito en alemán en 1930 y 1933 y titulado «Neue und Veraltete Musik, oder Stil und Gedanke». Por eso no tendría que extrañarnos (dada la cercanía de fechas) que en Der musikalische Gedanke, en un fragmento escrito el 13 de junio de 1934, nos encontremos con una formulación muy similar, de la que sin embargo no se llegan a sacar las mismas implicaciones: Si un sonido, por ejemplo do, es seguido por otro sonido, por ejemplo sol, aparece la duda de si do es una tónica (como se dice), y ahora este do tiene que demostrarlo, por ejemplo, volviendo nuevamente a do y probablemente permitiendo que le sigan otros sonidos característicos: la, fa, re, si, do. Pero una sucesión de este tipo puede significar muchas posibilidades y por esto la tónica tiene que hacer grandes esfuerzos para imponerse, igual que un partido revolucionario que, cuando llega al poder, tiene que dejar indefensos a aquellos que en algún momento se han cruzado en su camino (MG, p. 104). En el mismo manuscrito de MG, tres días antes, Schönberg había escrito también algo muy similar a lo que encontramos en «New Music, Outmoded Music, Style and Idea», al referirse de modo implícito a la noción de balance. Lo enrevesado de la formulación parece denotar por ella misma el movimiento y las fuerzas de las que habla Schönberg: La manera en que la forma original [Grundgestalt] es alterada bajo la influencia de las fuerzas que luchan en ella, en este movimiento al cual conduce la inquietud, el 84 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento modo en que vuelve luego a la quietud, esto es el desarrollo de la idea, esto es su representación (MG, p. 226). Las tres citas anteriores (y principalmente la primera de ellas, que las subsume) vienen a dejar claro que la idea, más que algo prefijado, es el cúmulo de tensiones compensadas entre los distintos elementos compositivos. Y es significativo que para hablar de ella, Schönberg se refiera a una tensión que ocurre al nivel más básico (el de la concatenación de sonidos), remarcando el elemento dinámico que supone cualquier enlace. Lo que Schönberg enfatiza, pues, no es ni un motivo, ni una frase, ni un ritmo, ni una nota, sino lo que sucede entre ellos. La idea musical parece ser, pues, algo no asible ni categorizable, sino algo absolutamente dinámico: es aquello que ordena las relaciones entre los elementos compositivos, regulando el balance entre los desequilibrios tensionales de una composición. En este sentido, la idea musical parece que tiene que ver con un concepto fundamental en Schönberg, que cobra importancia sobre todo en el Tratado de armonía, de 1911: la noción de movimiento. Precisamente, su excepcional traductor al castellano, el compositor Ramón Barce, hacía hincapié en este concepto al final del «Prólogo del traductor», en el glosario terminológico: Bewegung: Es, por así decirlo, la palabra mágica de Schönberg. Aplicada a la actividad espiritual quiere decir inquietud mental, espíritu de busca, inconformismo. Aplicada a una obra o fragmento musical quiere decir vida, sentido. He preferido en ambos casos la traducción literal: movimiento, ya que el autor, disponiendo de los otros términos, no los usa con este significado. (HL, p. xxi). Como sugiere Barce, la noción de movimiento tiene que ver con la noción de inquietud. Y precisamente es esta palabra la que utiliza Schönberg para referirse también a la idea musical. El 14 de junio de 1934, Schönberg apunta en MG, después de hablar de la indefensión en la que la tónica tiene que dejar a sus oponentes: A partir de la explicación de la idea musical como inquietud [Unruhe], también se explica por qué el desarrollo de la música siempre ha producido nuevos tipos de «inquietud»: cuando los estímulos antiguos ya no podían inquietar los nervios, fueron necesarios estímulos más fuertes; y surgió el interés por experimentar y vivir cómo se podían someter las inquietudes más fuertes; esto es, cómo se podía lograr de nuevo la quietud [Ruhe: el reposo] (MG, p. 106). Como casi siempre, las palabras de Schönberg dicen mucho más de lo que parece a simple vista. Por un lado porque, tal como dice Barce, la noción de inquietud (o movimiento) —como veremos más adelante, particularmente al hablar de la Harmonielehre y del final de Moses und Aron— es fundamental en Schönberg. Hasta el punto de que este llega a ser uno de los pilares de su 1.6. El dinamismo de la idea musical 85 ética, basada en una idea de búsqueda constante, de siempre avanzar, de no quedarse quieto; una ética basada, en definitiva, en el continuo movimiento.83 Por el otro, porque esta inquietud en el terreno ético tiene su plasmación en el campo de la teoría de la composición y de la concepción schönberguiana de la historia de la música. Según dice claramente en el fragmento que acabamos de citar, Schönberg considera que la inquietud es lo propio de la idea musical. No es sólo que «la idea real de la composición» sea «el método por el cual se reestablece el balance» (SI, p. 123), sino que la idea musical es, por sí misma, inquietud. ¡Menuda afirmación: la idea es inquietud! Pero, por si fuera poco, Schönberg va todavía más allá. Precisamente por el hecho de que la idea musical es inquietud per se, es lógico que la inquietud esté también en la base del propio desarrollo musical, dado que el desarrollo musical se genera a partir de ideas musicales. Pero ¿en qué sentido la inquietud está en la base del desarrollo musical? ¿En qué sentido —para decirlo con las palabras exactas de Schönberg— «el desarrollo de la música siempre ha producido nuevos tipos de “inquietud”» (MG, p. 106)? Uno, en el sentido del desarrollo histórico de la música; y dos, en cuanto al desarrollo musical que acontece dentro de cada composición. Lo veremos en cada uno de los apartados siguientes. 1.6.2. El desarrollo de la historia de la música: la serie de armónicos Empecemos por el primero. En cuanto al desarrollo de la historia de la música, Schönberg considera que éste se ha caracterizado por ir incorporando progresivamente al lenguaje musical los sonidos más lejanos de la serie armónica. Estos sonidos eran percibidos inicialmente como disonantes, generando la necesidad (dada la inquietud que generan tanto en el oyente como dentro del propio có- 83 Aunque trataremos esta cuestión más adelante, para justificar la afirmación que hemos hecho sobre la ética de la búsqueda y del movimiento, y más allá de la autoridad de Barce, avanzamos un aforismo precioso de nuestro autor, al que sigue una breve explicación. Se encuentra en el primer capítulo del Tratado de armonía: El impulso más noble de todos, el impulso de conocer, nos impone el deber de buscar. Y una doctrina errónea basada en una búsqueda honrada vale mucho más que la presuntuosa seguridad de aquellos que se oponen a tal búsqueda porque creen ya «saber» —¡saber sin haber buscado por sí mismos! (HL, p. 2). 86 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento digo musical) de resolver en una consonancia. A medida que se normaliza el uso de estos sonidos más alejados, pasan a ser percibidos como consonancias, haciendo necesaria la conquista de sonidos más lejanos. Y así sucesivamente, hasta llegar a la «emancipación de la disonancia», acaecida con el advenimiento de la música atonal —un término que, dicho sea de paso, no gustaba nada a Schönberg.84 Schönberg expone esta cuestión de la lejanía de sonidos de la serie armónica en varios puntos del Tratado de armonía, pero hacia el final, lo resume así: Estas durezas armónicas, que ocurren en Bach y que por lo tanto no son faltas contra la belleza, son precisamente exigencias de la belleza, si ella misma es ya una exigencia. [. . . ] Pero lo esencial es que existía ese impulso para escribir sonoridades duras, impulso que para mí es idéntico al de introducir los armónicos superiores más alejados. Él las usó de paso, luego nosotros las podemos usar libremente; usaba salvavidas, luego nosotros podemos nadar sin él. Pues Bach, a su vez, nadaba libremente allí donde sus predecesores tenían necesidad de salvavidas. Aunque no he intentado de antemano presentar un sistema de la naturaleza, sino sólo un sistema de exposición, he encontrado uno, al menos uno, que permite una consideración unitaria de la armonía del pasado desde un punto de vista que posibilita también echar un vistazo al futuro, ya que su fundamento es: que las disonancias son las consonancias más alejadas de la serie de los armónicos superiores (HL, pp. 392-394). Obviamente, esta progresiva incorporación de los sonidos en virtud de su proximidad no es una incorporación de sonidos per se, sino que la lejanía o cercanía se mide por la relación que guardan con el sonido fundamental (vid. la figura de la nota 86). Es la mayor o menor distancia entre el sonido fundamental y los sonidos superiores lo que marca su grado de consonancia o disonancia. La progresiva aceptación de las relaciones menos obvias, más lejanas y más complejas es algo definitorio, según el compositor, del desarrollo de la historia de la música. Y este es un enfoque cuanto menos peculiar. No sólo porque fundamenta la evolución musical en un fenómeno físico (la serie armónica), sino que la liga a algo psicológico: la progresiva comprensibilidad por parte del público 84 Leemos en el Tratado de armonía: «Lo que no se podrá es llamar “atonal” a una relación de sonidos, cualquiera que sea, lo mismo que una relación de colores no podría ser designada como “inespectral” o “incomplementaria”» (HL, p. 484, nota). Se entiende que para un germanohablante como Schönberg, el término atonal referido a la música no tenga ningún sentido. En alemán, ‘nota’ o ‘sonido’ es ‘Ton’; con lo cual, hablar de “música atonal” viene a ser como para un hispanohablante hablar de “música asónica” o “música afónica”. En otro sitio («Hauer’s Theories», escrito en 1923), Schönberg insiste: «Creo que la expresión “música atonal” es sumamente desafortunada. Sería como hablar de volar como “el arte de no caer”, o de nadar como “el arte de no hundirse”» (SI, p. 210). 1.6. El dinamismo de la idea musical 87 de las relaciones armónicas más lejanas, como veremos en la siguiente cita. Porque —teniendo en cuenta que la comprensibilidad es un imperativo del arte— sólo cuando las relaciones más lejanas son comprensibles al oído, éstas pueden incorporarse como elementos de pleno derecho del lenguaje musical.85 Así lo 85 No entraremos a hacer valoraciones críticas de tipo sociológico sobre si Schönberg estaba en lo cierto o no en esta cuestión. Para él, por ejemplo, «la composición con doce sonidos no tiene otro propósito que la comprensibilidad» (SI, p. 215); y en cambio está claro que la comprensibilidad del dodecafonismo por parte del gran público no ha sido probablemente la que Schönberg hubiese deseado. En buena medida, es cierto que la capacidad de audición del oyente habitual ha ido disminuyendo progresivamente, mientras la complejidad de según qué discursos musicales ha ido en aumento. Esta es una de las posibles causas del desencuentro entre público y música contemporánea. Al fin y al cabo, Schönberg lo tenía claro: La presentación de la idea tendrá que tener en cuenta la capacidad de comprensión del oyente que se tiene en mente. A un oyente experto se le podrá conducir hacia reflexiones más lejanas de un modo más rápido que a uno inexperto. Así, en la base de las leyes de la comprensión se encuentra la diferencia entre la música popular y la música artística, entre las ideas superficiales y las profundas, entre la representación frívola y la representación fundamentada de la idea: característica y criterios (MG, p. 134). En un texto de 1926 titulado «Folk-music and Nationalism», Schönberg saca más implicaciones de las diferencias entre música artística y música popular, criticando el hecho de que ideas propias de la música popular se traten sin más en la música artística. Nótese que Schönberg no distingue entre popular y culto, sino entre popular y artístico, hecho que no tienen en cuenta aquellos que califican sus apreciaciones de elitistas. Sea como sea, al final del artículo leemos: La diferencia entre estas dos formas de presentar una idea fue pasada por alto, y tiene que haber incluso una diferencia subyacente entre lo que son totalmente dos formas de pensar. Algo sólo puede adquirir el sentido de música popular si está al alcance de todo el mundo; es decir, si está concebido o expresado de tal modo que todo el mundo lo puede entender; mientras que una característica esencial de las ideas elevadas es que apenas pueden ser captadas a menos que la mente esté entrenada hasta un cierto punto (SI, pp. 168-169). Estas dos últimas citas —en cierta medida complementarias pero también un tanto contradictorias entre sí— ponen de manifiesto que Schönberg trataba de equilibrar la balanza entre la «justicia a la idea» y el «tener presente al oyente» a los que nos hemos referido ya en un par de ocasiones. Nos permitimos aportar tres citas más. Una, de febrero de 1937, en una carta a la mecenas Elizabeth Sprague Coolidge: «Usted ya habrá advertido que no soy ambicioso y que no espero que la gente comprenda mi música a la primera audición. Estoy contento si no les disgusta después de escucharla por decimoquinta vez» (ASL, 174). Otra, de una misiva al director Hans Rosbaud, escrita en mayo de 1947, cuando el compositor tenía 72 años, con un tono casi de divertimento: «No hay nada que desee más ardientemente (si es que puedo) que se me tenga por una suerte de Tchaikovsky —Dios lo quiera: sólo un poquito mejor, pero con eso basta. A lo sumo, incluso, que la gente conozca y silbe mis melodías» (ASL, 212). Y finalmente, una menos jocosa, en respuesta a una pregunta para una entrevista que le 88 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento remarca Schönberg en el tercer capítulo de su Tratado de armonía, titulado precisamente «Consonancia y disonancia»: Los [armónicos] más próximos parece que contribuyen más o de manera más perceptible al fenómeno total del sonido, es decir, al sonido como susceptible de producir arte, mientras los más alejados parece que contribuyen menos o de manera menos perceptible. Pero que todos contribuyen más o menos, que en la emanación acústica del sonido nada se pierde, eso es seguro. Y también es seguro que el mundo sensorial está en relación con ese complejo total de los armónicos. Si los más lejanos no pueden ser analizados por el oído, son en cambio percibidos como timbre. Lo que quiere decir que el oído musical ha de renunciar aquí a un análisis preciso, pero que la impresión se percibe perfectamente. Se captan con el inconsciente, y cuando afloran a la consciencia se analizan y se establece su relación con el complejo sonoro total. Esta relación, digámoslo otra vez, es la siguiente: los armónicos más lejanos contribuyen más, los más lejanos menos. La diferencia entre ellos es de grado, no esencial. No son —ya lo expresa la cifra de sus frecuencias— opuestos, como tampoco lo son el número dos y el número diez; y las expresiones «consonancia» y «disonancia», que hacen referencia a una antítesis, son erróneas. Depende sólo de la creciente capacidad del oído analizador para familiarizarse con los armónicos más lejanos, ampliando así el concepto de «sonido susceptible de hacerse arte», el que todos estos fenómenos naturales tengan un puesto en el conjunto. Lo que hoy es lejano mañana será quizá cercano; basta con ser capaz de acercarse. En el camino que la música ha recorrido, ha ido introduciendo en el ámbito de sus medios expresivos cada vez un número mayor de posibilidades y de relaciones ya contenidas en la constitución del sonido (HL, p. 16. El subrayado del término ‘relación’ es nuestro). Esta forma de ver las cosas es algo fundamental y propio de la comprensión de la historia de la música que tenía Schönberg. Aunque el hecho de ser fundamental, no quiere decir que sea algo exclusivo. De hecho, cuando estaba corrigiendo las primeras pruebas de la Harmonielehre, Schönberg dio con el libro Un nuevo estilo musical de Georg Capellen, cuya lectura le suscitó el siguiente comentario, que aparece en una nota en las últimas páginas del texto: [Capellen] cita luego al profesor Stumpf, y dice que es imaginable y verosímil «que poco a poco vayan siendo consideradas como consonancias las relaciones 4:7, 7:8, 5:7 y otras semejantes». En tales momentos lamento saber tan poco. Tengo que adivinar. ¡Si yo me hubiera figurado que un sabio como Stumpf defendía los mismos puntos hicieron en 1910: - ¿Cree que el público será capaz de seguir este desarrollo? Al fin y al cabo, creo que el grueso de la masa siempre se adherirá a ciertas formas musicales. - Creo que el nivel de la educación media tiene que elevarse sustancialmente, o el arte será, tal como era antes, un asunto de un selecto grupo de la gente más cultivada de su tiempo. Pero espero, para ser sincero, que suceda lo contrario (ASR, p. 59). 1.6. El dinamismo de la idea musical de vista que yo! Me faltan todas esas fuentes, y tengo que limitarme a una sola: a pensar. ¡Así se progresa muy lentamente! Pero se progresa (HL, p. 471 nota).86 89 No sólo es Schönberg, pues, quien entiende el progreso en la historia de la música según el límite entre consonancia y disonancia que cada época sitúa en un lugar distinto de la serie de armónicos. Pero aunque su aportación no fuera inédita, lo más relevante para nuestro propósito de desentrañar cuál es la estructura de su pensamiento, es que —según sus palabras— llegara a esta conclusión de modo absolutamente personal, entendiendo que el desarrollo de la historia de la música se fundamentaba sobre la complejidad de relaciones de la serie de armónicos. 1.6.3. El desarrollo musical de la composición: la tensión generatriz Pero lo que dice Schönberg acerca de la inquietud no tiene sólo implicaciones a nivel del desarrollo histórico de la música (que acabamos de analizar), sino a nivel de desarrollo de la propia composición musical (como veremos ahora). Para hacerlo, empezaremos con la cita de un fragmento de MG, escrito por Schönberg el 10 de junio de 1934: La continuación de la idea musical (para seguir con el caso) sólo puede darse si se muestra en todas sus consecuencias el problema de la inquietud contenida en la 86 Las relaciones de las que habla Stumpf configuran los intervalos de séptima menor, segunda menor y quinta disminuída, tal como se puede deducir de la figura que presentamos a continuación. Una explicación muy elemental de la serie de armónicos sería la siguiente: todo sonido pone en vibración un sinfín de sonidos superiores con los cuales este sonido fundamental está en relación armónica o concomitante. Aunque el número de estos sonidos es teóricamente ilimitado, se acostumbra a delimitar a dieciséis, configurando así lo que se conoce como serie armónica. Las primeras relaciones son las más simples. Así, 1:2 marca la relación de octava justa, 2:3 la de quinta justa, 3:4 la de cuarta, 4:5 la de tercera, con las cuales se forma la sonoridad del acorde perfecto mayor. Figura 1.5: Serie de sonidos armónicos o concomitantes 90 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento forma básica [Grundgestalt]87 o en el motivo (a través del cual se formula o no el tema, si no se ha establecido [aufgestellt]). Estas consecuencias son representadas [dargestellt] a través del destino del motivo o de la forma básica. La manera como la forma básica es alterada por la influencia de las fuerzas que luchan en ella, la manera como este movimiento que lleva la inquietud vuelve luego a la quietud. . . esto es el desarrollo de la idea; esto es su representación [Darstellung] (MG, p. 226). La representación de la idea acaba dando como resultado, pues, la obra entera. Con el entramado de relaciones que la componen, la obra acaba constituyéndose a partir de las potenciales implicaciones (la capacidad latente de desarrollo) que tiene la forma básica, siempre y cuando se sigan las leyes de la coherencia compositiva: La representación de ideas se basa en las leyes de la coherencia musical. De ellas se deduce que todo lo que se da en una pieza musical cerrada tiene que poder explicarse a partir del origen, desarrollo o derivación de un motivo básico o por lo menos de una forma básica (MG, p. 134). Según cual sea la naturaleza de esta forma básica, se va a generar un desarrollo distinto acorde con su «destino», que depende de las «fuerzas que luchan en ella» (MG, p. 226). Así, los derroteros acontecidos en el proceso de representación de la idea (es decir, los caminos que toma la música al desarrollarse) dependen de las tensiones implícitas en la forma básica. Esta forma básica puede conducir principalmente a dos estilos distintos, tal como aclara Schönberg en un artículo dedicado a Bach escrito en 1950: La música del estilo de composición homofónico-melódico —esto es, la música con un tema principal, acompañada y basada en la armonía— produce su material por lo que yo llamo variación desarrollante. Lo cual significa que la variación de las características de una unidad básica produce todas las formulaciones temáticas que garantizan la fluidez, el contraste, la variedad, la lógica y la unidad por un lado, y 87 Lo que entiende Schönberg por forma básica queda detallado en el apunte que dedica al término: Las formas básicas [Grundesgestalten] son aquellas formas que (posiblemente) se dan en una pieza y a las cuales se pueden retrotraer las formas derivadas. (Antes se le llamaba motivo; pero esta es una denominación muy superficial, porque las formas y las formas básicas están constituidas por varias formaciones motívicas [Motivformen]. El motivo es siempre la parte más pequeña) (MG, p. 168). Optamos por traducir ‘Grundesgestalt’ por ‘forma básica’, pero hay que tener en cuenta que el término ‘forma’ tiene al menos una doble nomenclatura en alemán. De un lado ‘Gestalt’ ; del otro ‘Form’. Por ello, cuando sea necesario, proporcinaremos el equivalente alemán. Es lógico que para evitar tener que dar siempre la equivalencia entre corchetes, las traductoras inglesas hayan mantenido el germanismo ‘Gestalt’ (y sus derivados) en la traducción. En nuestro texto, al ser un estudio y no una traducción, preferimos optar por lo primero. 1.6. El dinamismo de la idea musical el carácter, el humor, la expresión y cualquier diferenciación que se precise por el otro, elaborando de este modo la idea de la pieza. En cambio, la composición contrapuntística no produce su material por desarrollo [development], sino por un procedimiento que podría llamarse desenredamiento [unravelling]. Esto es, una configuración básica o una combinación cogida a trozos y vuelta a juntar en un orden distinto contiene todo lo que después producirá un sonido diferente del de la formulación original (SI, p. 397). 91 En Der musikalische Gedanke, 16 años antes del artículo sobre Bach, Schönberg lo formulaba de un modo más sucinto: El principio de la música homofónica es la «variación desarrollante» [Entwickelnde Variation]. El de la música contrapuntística es el «desenvolvimiento» [Abwicklung].88 Ambos principios satisfacen las leyes de la comprensibilidad» (MG, p. 136). El desarrollo de una obra (su acontecer) es para Schönberg el fruto del desarrollo de las tensiones propias de la forma básica. O, en otras palabras, de 1923: «todo (o casi todo) desarrollo tiene lugar por la alteración de las relaciones recíprocas entre los distintos componentes de la idea» (SHGS, pp. 99-100 / SI, p. 208). Las tensiones de la forma básica tienen, pues, poder generatriz. Si la idea es, en sí misma, un cúmulo de fuerzas que se compensan (lo cual significa que es dinámica), la obra como representación de la idea debe ser también algo dinámico. ¡He ahí la noción de movimiento que Barce considera como la palabra mágica de Schönberg! Pero es que, además, este movimiento se produce también en el propio proceso de representar la idea, ya que la «lucha por la formulación» de la que se hablaba en el prólogo de las Structural Functions of Harmony también queda presente en la obra, como la marca del estilo. Todo es entonces absolutamente dinámico, en consonancia con la propia naturaleza de la música, que transcurre en el dinamismo del tiempo.89 Componer, pues, es ser fiel a esta naturaleza dinámica del tiempo, llenando este tiempo con juegos de interrelaciones (dinámicas) entre notas, motivos, frases o secciones. Y ahí radica precisamente una de las diferencias fundamentales entre 88 Quizás, forzando un poco la traducción con el fin de mantener la raíz común entre ‘Entwicklung’ y ‘Abwicklung’, podríamos optar por verter los términos como desarollo y desenrollo respectivamente. Pero esta denominación sería bastante liada, en vistas al uso corriente de la terminología musical. Quizás al escribir ‘unraveling’ en inglés, Schönberg tiene en mente la noción de ‘Abwicklung’ alemana. 89 En «New Music, Outmoded Music. . . », Schönberg afirma al respecto: «En múltples sentidos, la música utiliza tiempo. Utiliza mi tiempo, utiliza tu tiempo, utiliza su propio tiempo» (SI, p. 116). 92 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento la música artística y la no artística (la popular, o incluso la de los sonidos de la naturaleza), según Schönberg: Una pieza musical de la naturaleza está condenada a un cierto estancamiento; [. . . ] o permanece corta o se repite incesantemente; la idea, una vez formulada, se queda tal como es; en cambio, una pieza de música artística puede extenderse en todas direcciones, y despliega, desarrolla y elabora sus ideas (SI, p. 310).90 En otras palabras, si la idea musical es dinámica por naturaleza, lo propio es que genere consecuencias. Esto es, que pida ser desarrollada. Así, lo que decía Schönberg en el segundo de los Gedanke manuscripts al formular por vez primera el concepto de ‘idea musical’ no era sólo una gracia: «Lo mejor de las ideas subyacentes es que lo que así se piensa, así puede ser dicho (¡por supuesto, musicalmente!)» (SHGS, p. 102).91 La idea musical «puede ser dicha así» porque «es pensada así». Es decir, al ser dinámica sólo puede generar consecuencias dinámicas. No puede estarse quieta, sino que pide ser desarrollada y formulada. Este es el «poder que dicta lo que hay que hacer» (SI, p. 396). La idea, por su naturaleza dinámica, lleva implícita no ya la posibilidad, sino la necesidad de ser dicha, de ser representada. Y en eso es en lo que tiene que aplicarse el compositor, cuya tarea —componer— no es sino «el arte de inventar una idea musical y su adecuada representación [angemessene Darstellung]» (SHGS, p. 152 / SI, p. 374). Es haciéndose eco de esta cuestión que Rudolf Stephan llega a la siguiente conclusión: «La idea musical es aquello que tiene que ser representado, la representación de la idea es, con todo, la idea misma. La idea existe sólo en la representación.»92 90 Recuérdese lo dicho por Schönberg sobre las diferencias entre música artística y popular, según la cita proporcionada en la nota 85. 91 Vid. página 82 para la cita completa. 92 R. Stephan, «Der musikalische Gedanke bei Schönberg», Österreichische Musikzeitschrift, 37/10, 1982, p. 532. 1.7. Idea, tonalidad, sonido. . . : ¡todo es relación! 93 1.7. 1.7.1. Idea, tonalidad, sonido. . . : ¡todo es relación! La idea musical y sus tentativas de definición Pero ¿qué es propiamente la idea musical? ¿Qué es eso que tiene que ser representado y cuyo modo de hacerlo ocupa tanto a Schönberg? Ya lo hemos visto: la idea es algo dinámico, algo inquieto, algo que tiene que ver con las tensiones y los balances. Esto es lo que hemos sacado en claro de dos de las definiciones que hemos visto que Schönberg daba de la idea musical. Lo recordamos. En 1945, en «New Music, Outmoded Music, Style and Idea», Schönberg decía que «el método por el cual se reestablece el balance me parece que es la idea real de la composición» (SI, p. 123). Doce años antes, en 1934, Schönberg hablaba de «la explicación de la idea musical como inquietud», tal como escribía en Der musikalische Gedanke (p. 106). Pero nos hemos detenido aquí, porque la noción de «inquietud» nos ha llevado por otros derroteros, al hablar primero de su dimensión ética y después de sus implicaciones a nivel de desarrollo histórico y desarrollo composicional. Por eso ahora vamos a retomar el hilo y ver qué otras definiciones de idea nos da Schönberg y —lo más importante— qué tienen en común. Ciertamente no son muchas las definiciones que Schönberg da de «idea musical», aunque el concepto aparece a menudo en sus escritos. La mayoría de ellas se encuentran en Der musikalische Gedanke und die Logik, Technik, und Kunst seiner Darstellung y en los textos conocidos como Gedanke manuscripts. Dado el carácter de esbozo de estos textos, y dado que el proyecto de libro trataba precisamente de la idea musical, es lógico pensar que Schönberg intentara definir qué significaba idea para él. Sin embargo, sus aproximaciones al concepto muchas veces no tienen propiamente carácter de definición, como cuando dice, por ejemplo, que «cada pieza musical es la representación de una idea musical » (MG, p. 421); algo que no deja ninguna duda sobre la «significancia de su concepto de idea musical no sólo para su pensamiento sobre música sino sobre todo para su composición».93 En general, pues, la definición de qué es una idea musical es sumamente 93 P. Carpenter y S. Neff, «Commentary» en A. Schoenberg, The Musical Idea and the Logic, Technique, and Art of Its Presentation, Columbia University Press, Nueva York, 1995, p. 11. 94 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento esquiva, pero rebuscando entre las palabras de Schönberg podemos entrever su visión de qué es y de cómo actúa la idea musical. En una de las últimas anotaciones del manuscrito, realizada a finales de septiembre de 1936, leemos lo siguiente: La tentativa de definir y reconocer la idea musical está en clara contradicción con la poética concepción sentimental de que una composición surge a partir del motivo como un germen de la totalidad, igual que una planta surge de la semilla. Esta es una concepción infantil, aparte de que ni se pregunta ni responde al problema que se sigue: de dónde viene entonces la semilla y qué es. ¿Que fue primero, el huevo o la gallina? (MG, p. 108).94 Y pronto prosigue, en una explicación maravillosa: El origen de esta concepción poética es clara. No solamente la vida de las plantas, sino nuestra propia vida y la de los otros seres vivos. . . , toda vida orgánica, de hecho, parece que se desarrolla de un modo similar, en la medida en la que se refiere a la reproducción. Pero si se entiende el amor como el deseo de los niños para ser concebidos y llegar a nacer, entonces muchas cosas se verían de un modo distinto (MG, p. 108). Es una lástima que Schönberg no saque más implicaciones de esta intuición, que —dicho sea de paso, como veremos— aporta una respuesta al dilema del huevo y la gallina. En lo que se refiere a la idea musical (que es de lo que se está hablando), si le aplicamos esta concepción del amor como «deseo de ser», parece que Schönberg viene a decir que la idea musical genera por sí misma el deseo de ser expresada, de modo análogo al deseo de nacer del niño; un deseo que se manifiesta como amor y mediante el cual acaba propiciando su concepción. Si la idea genera por sí sola el deseo de ser expresada, el compositor es sólo el medium que —«haciendo justicia a la idea» (SI, p. 121), o sea, en coherencia con ella— tiene que conocer la técnica para no interponerse entre la 94 Otra perspectiva afín a esta cuestión la encontramos en los apuntes de Leonard Stein, que asistía como alumno de Schönberg en la University of California, Los Angeles (UCLA). Lo que anota Stein en sus apuntes el 30 de junio de 1936 es un germen (permítasenos la broma) de lo que escribirá Schönberg dos meses más tarde en MG. Stein apunta: Motivo: número compuesto de características de ritmo + intervalos pasa a ser un motivo en la manera como se utiliza. Manera de utilizarlo: repetición variada o invariada. (‘Motivo idea de una pieza’: error) [Un motivo es un] elemento que se utiliza para expresar [una] idea musical, no [el] ‘germen’ de [la] pieza —porque un compositor no compone desde el germen: tiene que saber [la] duración de [la] pieza. (Citado por D. W. Bernstein, «Themes and Variations. John Cage’s Studies with Arnold Schönberg», JASC 4/2002, p. 331). 1.7. Idea, tonalidad, sonido. . . : ¡todo es relación! 95 idea y su representación. Esto es casi idéntico a lo que Schönberg plantea en el Moses und Aron (escrito apenas un lustro antes esta formulación) al abordar la incapacidad del binomio Moisés-Aarón para transmitir la idea de Dios —que quiere anunciarse: «Verkünde! », dicen las Seis voces solistas y la Voz desde la zarza en la primera escena de la obra— sin distorsión.95 Pero volvamos sobre la noción de amor como generador de no sólo lo producido sino de las condiciones para que se produzca. El deseo del niño para nacer genera no sólo su nacimiento y concepción, sino que motiva las propias condiciones de posibilidad del acto de la concepción. Aplicado al huevo (que Schönberg saca a colación), esto vendría a significar que su naturaleza misma genera no sólo al pollito posterior sino incluso a la gallina que lo puso, resolviendo así la paradoja. Pero tanto la referencia al amor como al dilema del huevo y la gallina no dejan de ser analogías para hablar de la idea musical, que es lo que nos importa. De acuerdo con la cita del «amor como el deseo de los niños para ser concebidos y llegar a nacer», parece ser que sería la propia idea musical la que generaría la necesidad de expresión y las condiciones para expresarse. Con lo cual sería sensato hablar de la obra acabada como la re-producción de algo producido por la misma idea. Pero ¿qué es lo que produce la idea? En el comienzo del décimosegundo texto de los Gedanke manuscripts —que, al igual que el quinto y el undécimo, no está fechado— leemos:96 95 Esta no-distorsión es algo ciertamente muy difícil de conseguir, ya que el hecho de que la idea musical sea dinámica en sí misma dificulta su representación, su fijación. Esta fijación, en música, parece que queda salvada de la petrificación absoluta a que pueda someterla el compositor por la necesidad performativa del hecho musical, que requiere siempre la intervención del intérprete. Un tal requisito indispensable en el fenómeno musical no se da siempre, en cambio, en el ámbito religioso. Según la tradición religiosa a la que se pertenezca, la representación (la fijación) de la idea de Dios precisa en mayor o menor medida de unos intérpretes legitimados (es decir, de sacerdotes que actúen ante los feligreses de modo similar a como actúa el intérprete ante el público). En cualquier caso, está claro que la preocupación por las figuras mediadoras es algo que concierne a Schönberg en múltiples ámbitos de su pensamiento, incluido el espiritual. Quizás se trata de una “deformación profesional” derivada del hecho de ser músico y haber tomado consciencia del vasto sistema de mediaciones y mediadores que precisa el ámbito musical: idea musical → representación de la idea, a cargo del compositor → interpretación de la representación de la idea que ha hecho el compositor, a cargo del intérprete → recepción y comprensión de la interpretación que ha hecho el intérprete de la representación de la idea que ha hecho el compositor, a cargo del oyente. 96 La numeración que seguimos para los Gedanke manuscripts es la de Patricia Carpenter 96 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento Si se puede designar como ideas la producción de relaciones [Herstellung von Beziehungen] entre cosas, conceptos y similares (por lo tanto, también entre ideas), entonces en el caso de una idea musical esta relación sólo se puede producir entre sonidos, y sólo puede ser una relación musical (MG, p. 425). Si en el texto de 1945 Schönberg hablaba de la idea musical como sistema de balance y en el de 1934 como de inquietud, en este manuscrito Schönberg sugiere que la idea musical es la producción de relaciones entre los sonidos, habida cuenta de que los sonidos son el elemento fundamental del lenguaje musical. Esta noción de idea musical como relación entre sonidos aparece por vez primera en el segundo de los Gedanke manuscripts, un texto escrito el 6 de julio de 1925: Una idea musical se caracteriza (dejando de lado los impulsos sensoriales y emocionales que es capaz de producir y que de ella se derivan) por una serie de peculiaridades de la relación de alturas de sonidos entre sí y con una unidad de tiempo subyacente. Y, en tanto que se representa con nuestras voces o a través de múltiples sonidos, se pueden ver las mismas relaciones dentro de estas múltiples voces y dentro de la que se reconoce como voz principal (SHGS, p. 104). En este texto Schönberg deja claro a qué tipo de relaciones se refiere. Al igual que en un texto de 1926, titulado «Mechanical Musical Instruments»: El verdadero producto de la mente —la idea musical, lo inalterable— se establece en la relación entre las alturas y las divisiones de tiempo (SI, p. 326). Tres años después, en un texto de apenas un párrafo escrito el 4 de diciembre de 1929 y titulado «From an Expert’s Opinion for the Akademie!», vuelve a repetir la idea, pero precisándola todavía más y sacando a colación cada uno de los elementos constitutivos del sonido. De sus cuatro parámetros básicos (altura, duración, intensidad y timbre), queda claro que los fundamentales para Schönberg son los dos primeros. Lo esencial no son la dinámica ni el timbre, sino las alturas y la rítmica:97 y Severine Neff, editoras de MG. Pero, como ya hemos dicho, en el apéndice de su volumen no aparecen todos los Gedanke, que sí están en cambio (a excepción del décimo, que es el corpus de Der musikalische Gedanke) en SHGS, pp. 101-123. 97 Al final del Tratado de armonía Schönberg habla de las cualidades del sonido, y sólo cita tres, olvidándose curiosamente de la duración (que es la propia del ritmo): «Se reconocen al sonido tres cualidades: altura, timbre e intensidad» (HL, p. 500). En cambio, en ZKIF dice: «el sonido tiene las siguientes cualidades: altura, duración, timbre y dinámica» (SKIF, p. 10). Al final del Harmonielehre, Schönberg prosigue hablando de la importancia que ha tenido la dimensión de la altura frente a las otras dos, siendo la única que tiene un sistema de notación 1.7. Idea, tonalidad, sonido. . . : ¡todo es relación! Lo esencial no es la calidad del sonido —da igual cuánta intención haya puesto el compositor a la hora de escribir sonidos particulares— sino lo que está escrito: las relaciones (geométricas, matemáticas o «arquitectónicas») entre las alturas y las fracciones de tiempo. Cuando el compositor piensa en calidad del sonido, dinámica y tempo, pasa a ser él mismo el intérprete de sus ideas. Esto es, emplea los medios de la interpretación para dotar a sus ideas de mayor accesibilidad. Los músicos intérpretes entonces son, hasta un cierto punto, intérpretes de una interpretación. Aunque la idea es ya un producto final —sin interpretación alguna— en el preciso momento en que es anotada.98 97 preciso y definido. Pero en vez de denostar la dimensión del timbre, la pone en primer lugar, subordinando a ella la propia dimensión de la altura, para llegar a formular, finalmente, el bello concepto de «Klangfarbenmelodie»; esto es, la «melodía de timbres». Dado que se trata de las últimas palabras de la Harmonielehre y que son tan preciosas como relevantes, las reproducimos íntegramente, aun a riesgo de entorpecer la marcha del texto principal: El timbre es, así, el gran territorio dentro del cual está enclavado el distrito de la altura. La altura no es sino el timbre medido en una dirección. Y si es posible, con timbres diferenciados sólo por la altura, formar imágenes sonoras que denominamos melodías, sucesiones de cuyas relaciones internas se origina un efecto de tipo lógico, debe ser también posible, utilizando la otra dimensión del timbre, la que llamamos simplemente «timbre», constituir sucesiones cuya cohesión actúe con una especie de lógica enteramente equivalente a aquella lógica que nos satisface en la melodía constituida por alturas. Esto parece una fantastía de anticipación y probablemente lo sea. Pero creo firmemente que se realizará. Y creo firmemente que contribuirá de una manera extraordinaria a aumentar el goce sensible, espiritual y anímico que el arte ofrece. Creo firmemente también que esto nos acercará a lo que nuestros sueños nos reflejan; que ensanchará nuestras relaciones con aquello que hoy nos parece inanimado, dando vida con nuestra vida a lo que por ahora está muerto para nosotros sólo porque nuestros vínculos con ello son mínimos. ¡Melodías de timbres! ¡Qué finos serán los sentidos que perciban aquí diferencias, qué espíritus tan desarrollados los que puedan encontrar placer en cosas tan sutiles! ¡Y quién se atreve aquí a aventurar teorías! Nótese cómo el término ‘relación’ aparece en un par de ocasiones, y cómo la noción de ‘vínculo’ es de suma importancia (los subrayados son nuestros). La cita que sigue en el cuerpo del texto, escrita en 1929, parece estar en contradicción con lo afirmado aquí en el Harmonielehre en 1911. La disparidad de opinión (y de tono) puede entenderse por el contexto. En el párrafo final de la Harmonielehre Schönberg está abriendo un mundo después de haber puesto ya negro sobre blanco todo lo que quería decir. En cambio, en la formulación que sigue en el cuerpo, Schönberg estaba todavía tratando de esclarecer la cuestión que toda la vida le tuvo ocupado, y que jamás lograría formular definitivamente: la cuestión de la mediación. 98 El texto no se encuentra ni en SI ni en SHGS, ni pertenece a ninguno de los manuscritos citados. Aparece en L. Stein, «Schoenberg: Five Statements», Perspectives of New Music, 14:1, Fall/Winter 1975, p. 173. En cuanto a la «interpretación del intérprete», véase la nota 95 en este capítulo. Nótese que si bien el dodecafonismo serializa las relaciones entre alturas de sonidos, el serialismo integral postweberniano de Darmstadt va a serializar los elementos que Schönberg consideraba «no esenciales»: no sólo el ritmo, sino también la dinámica y la tímbrica, e incluso otros parámetros de naturaleza secundaria como los ataques, las articulaciones, etc. Tal como remarca Carl Dahlhaus, esto se debe a que «el parámetro central de la música 98 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento En 1941, al hablar de la composición con doce sonidos en un artículo de mucho más calado, vuelve a aparecer esta idea, circunscribiendo nuevamente las relaciones a los intervalos (esto es, a la dimensión de altura del sonido): Una idea musical, por consiguiente, si bien tiene melodía, ritmo y armonía, no es sólo ni lo uno ni lo otro, sino los tres a la vez. Los elementos de una idea musical se incorporan parcialmente al plano horizontal como sonidos [sounds] sucesivos, y parcialmente en el vertical como sonidos simultáneos. La mútua relación de tonos [tones] regula la sucesión de intervalos así como su asociación en armonías (SI, p. 220). Pero la definición más chocante de idea musical aparece en el artículo «Probleme der Harmonie», un texto que Schönberg escribió en Berlín entre el 14 y el 19 de enero de 1927, y que revisió el 19 de abril de 1934, a los cuatro meses de su llegada a los Estados Unidos. Unas fechas que son inmediatamente anteriores y posteriores a su trabajo en el Moses und Aron —algo que, para nuestro enfoque, no es en absoluto casual— y que coinciden también con la redacción de los Gedanke. Veamos lo que dice Schönberg: Una idea en música consiste principalmente en la relación de sonidos entre ellos [in dem Verhältniss von Tönen zueinander ]. Pero cada relación usada demasiado a menudo, independientemente de lo mucho que se haya modificado, tiene que verse finalmente como agotada; ya no es capaz de dar expresión a una idea digna de ser dicha. Por esto cada compositor está obligado a inventar —a inventar de nuevo— nuevas relaciones de sonidos [Tonverhältnisse] para elaborarlas y ponerlas en discusión, y extraer así sus consecuencias (SHGS, pp. 135-136 / SI, p. 269). ¿Qué podemos sacar en claro de todas estas definiciones de la idea musical? ¿Qué es lo que tienen en común? Pues, por encima de cualquier otra característica, el hecho de que en todas ellas aparece siempre, de modo insoslayable, el término ‘relación’. En casi todas de forma absolutamente explícita; y en un par de ellas (las dos primeras que hemos citado, en las páginas 82 y 83) de modo implícito.99 artística es su estructura “diastemática”, o de alturas. (Cualquiera que trate de descubrir como una pieza musical se cohesiona internamente va a buscar automáticamente aquello que Hans Mersmann bautizó como “relación de sustancia” entre sus partes divergentes ostensibles, donde por “sustancia” se entiende casi de modo invariable las estructuras de alturas.)» Pero esto no es así en todos los compositores, sino que, por ejemplo, «el estilo sinfónico de Bruckner, sin embargo, a diferencia de la música de cámara de Brahms o de los dramas musicales de Wagner, es primariamente rítmico en vez de diastemático». Vid. C. Dahlhaus, Nineteenth Century Music, trad. J. Bradford, University of California Press, Berkeley, 1989, p. 272. 99 Las definiciones de «idea musical» que hemos proporcionado son todas las que hemos 1.7. Idea, tonalidad, sonido. . . : ¡todo es relación! 99 1.7.2. La tonalidad: un sistema de relaciones. La definición (relacional) de dodecafonismo Pero volvamos sobre nuestra última cita ya que, además de contener la palabra ‘relación’, aporta una nueva precisión sobre el valor de las ideas musicales y, consiguientemente, de su dignidad para ser expresadas. Esta dignidad depende —según Schönberg— de la naturaleza de las relaciones entre sonidos que pone en juego cada idea musical. En otra muestra de precisión excepcional, Schönberg no habla de que las ideas musicales estén agotadas, sino del agotamiento de relaciones entre sonidos que hacen que las ideas musicales acaben siendo dignas de expresión o no.100 De ello se sigue que la tarea de inventar nuevas ideas consiste en proponer nuevas relaciones entre sonidos. Sólo inventando nuevas relaciones entre sonidos, se inventan nuevas ideas musicales. Por esto es necesario que el lenguaje musical evolucione con el paso del tiempo, ampliando —como veíamos en el apartado anterior— los sonidos susceptibles de ser empleados (es decir, relacionados), hasta llegar a la emancipación de la disonancia, un término que Schönberg acuñó en su Tratado de armonía. De este requerimiento evolutivo, Schönberg saca una nueva conclusión: «es por ello que la técnica musical también tiene que desarrollarse tan rápido y tan a menudo» (SHGS, p. 136 / SI, p. 269), en alusión directa a la evolución de la noción de consonancia y disonancia y a la propia naturaleza del sistema tonal. Llegados a este punto del artículo «Probleme der Harmonie», Schönberg da un paso más. Después de afirmar que las ideas musicales son «relaciones entre sonidos», quiere investigar qué es lo que sustenta el sistema tonal. Y llega a la conclusión de que el sistema tonal es en sí mismo —¡sorprendentemente!—un encontrado en nuestra investigación, después de haber buscado en Style and Idea, en Stile herrschen, Gedanken siegen, en Coherence, Counterpoint, Instrumentation, Instruction in Form (ZKIF), en The Musical Idea and the Logic, Technique, and Art of Its Presentation (MG) y en bibliografía secundaria, como el citado texto de Leonard Stein, «Schoenberg: Five Statements». Puede haber otras definiciones que nos hayan pasado por alto, pero dudamos de que difieran mucho de las que hemos aportado. Y estamos seguros de que, en caso de encontrarlas, la noción de ’relación’ aparecería en ellas de forma más o menos explícita. 100 Esta consideración permite entender la admiración profunda que Schönberg sentía por sus contemporáneos Puccini o Gershwin que, fundamentándose en el sistema tonal, habían encontrado formas de expresión genuinas y novedosas que estaban —¡qué duda cabe!— en las antípodas del estilo de Schönberg. Esta admiración de Schönberg por sus colegas desmiente cualquier tipo de sectarismo y dogmatismo estético, que tan a menudo se le ha atribuido. 100 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento «sistema de relaciones entre sonidos»: Investiguemos primero el concepto de tonalidad [Tonalität]. Este concepto coincide en cierto grado con el de armadura [Tonart], dado que no se trata de entender meramente la relación de unos sonidos entre ellos [Beziehung von Tönen untereinander ], sino sobre todo la manera particular en que todos los sonidos se relacionan con un sonido fundamental, especialmente con el sonido fundamental de la escala, por el cual también la tonalidad se entiende en el sentido de una escala particular. Así, por ejemplo, hablamos de una tonalidad de do mayor, etc. Si queremos investigar qué es en realidad la relación de unos sonidos con otros [Beziehung von Tönen zueinander ], se plantea de entrada esta pregunta: ¿sobre qué se basa la posibilidad de que a un primer sonido inicial le siga un segundo? ¿Cómo es posible lógicamente? Esta pregunta es más importante de lo que parece a simple vista; pero que yo sepa no se ha planteado nunca hasta ahora. Si bien se han considerado todos los problemas posibles y de gran alcance, nadie se ha preguntado todavía ¿cómo se puede, al fin y al cabo, unir dos sonidos? (SHGS, p. 136 / SI, p. 270). Igual que antes, intuimos que esta última pregunta no es de naturaleza técnica, sino que va mucho más allá. Pero atención al modo que tiene Schönberg de plantearla, porque pone sobre el tapete algo que deja atónito: si esta cuestión «no se ha planteado nunca hasta ahora» quiere decir que ¡nadie antes que él había reparado en cuál es el verdadero fundamento del sistema tonal! Antes de colgarle precipitada e injustamente el sambenito de ególatra, veamos cuál es su respuesta: Mi respuesta es la siguiente: una tal sucesión [Aneinanderreihung] de sonidos, que deberá producir un vínculo [Verbindung] del cual podrá surgir una pieza musical, sólo es posible porque existe una relación [Beziehung] entre los sonidos mismos. Sólo se puede unir lógicamente aquello que tiene directa o indirectamente una relación mutua.101 En una pieza musical no puedo unir por defecto un sonido con una goma de borrar porque no tienen una relación musical (SHGS, p. 136 / SI, p. 270). ¿Qué es, en suma, lo que Schönberg expone? Ni más ni menos que el sistema tonal se fundamenta en las relaciones que tienen los sonidos entre sí. Una cuestión 101 El original dice «unmittelbare oder mittelbare». Hemos traducido por ‘directa o indirectamente’, pero también se podría haber traducido, en una versión más literal pero menos idiomática, por ‘mediada o inmediatamente’. Esta segunda opción sería pertinente (y hay que considerarla, pues) a la luz de lo que diremos más adelante sobre la cuestión de la mediación. Y más todavía teniendo en cuenta que, tal como hemos dicho, Schönberg escribe este texto en 1927 y lo revisa en 1934, que son fechas totalmente cercanas a la composición del Moses und Aron. La cuestión de la mediatez e inmediatez (o mediación e inmediación) tan substancial en la ópera, parece tener su correlato técnico-musical en esta formulación. 1.7. Idea, tonalidad, sonido. . . : ¡todo es relación! 101 de la que se siente descubridor, ya que «nadie la ha planteado hasta ahora». En definitiva, Schönberg afirma que ¡nadie antes que él se había dado cuenta de que el sistema tonal funciona por un entramado de relaciones subyacentes! Aunque pueda parecerlo, nuestra última afirmación no tiene rintintín alguno. Schönberg no piensa haber descubierto la sopa de ajo. Obviamente, la propia naturaleza de la tonalidad determina un sistema particular de relaciones entre los sonidos. Y es precisamente la idiosincrasia de estas relaciones lo que nos permite hablar de sistema tonal; si no, estaríamos hablando de otro sistema. Pero una cosa es que el sistema funcione así y otra es que alguien repare en ello, teorice al respecto y le dé la relevancia que le da Schönberg. No hay duda de que Brahms, Beethoven, Mozart, Haydn o Schubert conocían muy bien el sistema tonal y su entramado de relaciones, ya que sólo conociéndolos a la perfección se puede escribir música tonal. Pero nadie antes que Schönberg había puesto tanto el dedo en la llaga en el sistema tonal, hurgando en su base y preguntándose en qué se fundamenta. En definitiva, Schönberg define el sistema tonal como un sistema de relaciones entre sonidos y se siente el primero en plantearlo de este modo. A la vez, considera que cualquier idea musical es la explicitación de algunas de las relaciones sobre las cuales el sistema se fundamenta. Quizás aquí tenemos la explicación de por qué —como en el caso del huevo y la gallina— la propia idea musical genera la necesidad de expresión, de movimiento, de inquietud. Si esto sucede es porque la idea musical tiene en su fundamento un sistema de balances; es decir, un engranaje de perpetuos equilibrios de relaciones entre los sonidos sobre los que esta idea se basa. Así pues, queda claro que los sistemas de organización de los sonidos (la tonalidad de la que ha hablado Schönberg, pero también el dodecafonismo que él mismo propondrá) se fundamentan en las relaciones que guardan sus sonidos constituyentes entre sí. Vemos, pues, que Schönberg no sólo define la «idea musical» como una «relación entre sonidos», sino que explica el propio sistema tonal a partir de la «relación entre los sonidos» que lo constituyen. No tiene que extrañarnos, pues, que a la hora de formular el método dodecafónico, el término ‘relación’ ocupe un lugar preeminente. Al definir su hallazgo como «composición con doce sonidos exclusivamente relacionados entre sí», una vez sacados los elementos técnicos imprescindibles («composición», «sonidos» o «doce»), la palabra ‘relación’ aparece como el eje central de la definición. Esta definición tan peculiar es la que mantendría Schönberg a partir de 1925, aunque antes había hablado, en general, de la «composición con doce sonidos». Según cuenta el propio 102 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento Schönberg en 1936, en «Schoenberg’s Tone Rows», la primera vez que habló públicamente de la «Komposition mit Zwolf Tönen» fue en 1923:102 Al principio, cuando utilicé por primera vez series de doce sonidos en otoño de 1921, me di cuenta de la confusión que podría generarse si hacía público este método. Por consiguiente permanecí en silencio durante casi dos años. Y cuando en 1923 reuní a una veintena de mis discípulos para explicarles el nuevo método, lo hice porque tenía miedo de que se me tomara por un imitador de Hauer, que por aquel entonces había publicado su Vom Melos zum Pauke. Pude mostrar que estaba en el camino de este método durante más de diez años y pude probarlo con ejemplos de obras escritas durante este periodo. Pero, al mismo tiempo, ya no lo denominaba ‘sistema’ sino ‘método’, y lo consideraba como una herramienta de composición y no como una teoría (SI, p. 213). Es notable que Schönberg no lo denomine «sistema» sino «método», lo cual indica que el dodecafonismo no es una teoría, una explicación acústica o un complejo omnicomprensivo, sino sólo una herramienta, una ayuda para componer. Así, mientras se habla de «sistema tonal», se habla en cambio de «método dodecafónico». Esto es algo que Schönberg subrayaba ya el 1 de diciembre de 1923 en una respuesta a Josef Matthias Hauer (compositor y teórico austriaco nacido en 1883, que había ideado un sistema de composición —bastante distinto al de Schönberg— con doce sonidos), declinando una propuesta de clases conjuntas: «Para mí, decididamente no se trata de otra teoría, sino del método de la “composición con 12 sonidos”, como —tras muchos errores y divagaciones— lo llamo hoy (espero que definitivamente)» (ASL, 78). La nomenclatura no fue definitiva, y en 1925 Schönberg encontró la fórmula exacta de «composición con doce sonidos exclusivamente relacionados entre sí [Komposition mit zwölf nur aufeinander bezogenen Tönen]», que mantendría ya hasta el final de sus días y en la que —como hemos dicho ya— el término ‘relación’ ocupa curiosamente el lugar central de la definición.103 Fue en una cuestiones de datación del método, vid. también la nota 79 en la página 79. vocablo alemán ‘Ton’ significa tanto ‘sonido’ como ‘nota’: en nuestra traducción, optaremos indistintamente por un término u otro. Jamás emplearemos la palabra ‘tono’, que en castellano se utiliza como sinónimo de tonalidad. La traducción inglesa del libro de Josef Rufer, Die Komposition mit Zwölf Tönen se titula significativamente Composition with Twelve Notes. Su traductor, Humphrey Searle (que tiene un profundo conocimiento de la obra de Schönberg y cuyo criterio es digno de observar), advierte: 103 El 102 Para Hay que decir algo acerca de la traducción de los términos técnicos. Se ha optado por hablar siempre de «doce notas» [twelve notes] en vez de «doce sonidos» [twelve tones]; el primero es más acurado para los lectores ingleses. Sin embargo, el propio Schönberg, en sus artículos ingleses escritos mientras vivía en América, naturalmente utilizó el término americano «doce sonidos» [twelve tones] (H. Searle, «Translator’s 1.7. Idea, tonalidad, sonido. . . : ¡todo es relación! 103 conferencia titulada «Gesinnung oder Erkenntniss?» («¿Opinión o conocimiento?»), escrita el 27 de octubre de 1925 para una intervención en la Sorbona, en la que no falta la ironía característica de nuestro autor: Si hay que dar un nombre a este método de composición por desgracia hoy tan generalmente mencionado, encuentro sólo uno, que no es un eslogan y que por suerte no resulta adecuado para una pancarta de un partido: composición con doce sonidos exclusivamente relacionados entre sí (SHGS, p. 132 / SI, p. 263). 1.7.3. El sonido también es relación Pero Schönberg va a rizar más el rizo y, después de definir la idea musical como una relación de sonidos, el sistema tonal como una red de relaciones entre sonidos y proponer un método de «composición con doce sonidos exclusivamente relacionados entre sí», define los sonidos mismos como complejos de relaciones. Lo cual, por supuesto, no es ninguna novedad. Al contrario: esto es algo que, desde Pitágoras, no ha sido jamás desconocido por la física. Pero nadie como Schönberg había dado tanta importancia a este hecho, a excepción de los espectralistas que, ya en la década de los 60, basarían por completo sus composiciones en el análisis del espectro armónico de un sonido dado. Schönberg prosigue, y en el mismo artículo «Probleme der Harmonie» leemos: Para esclarecer las relaciones entre los sonidos primero hay que recordar que cada sonido es un sonido compuesto, que consta de un sonido fundamental más fuerte y de una serie de armónicos. Se puede decir, y en buena medida esta afirmación se puede probar y demostrar, que todos los fenómenos musicales se pueden referir a la serie de armónicos, con lo cual todo se plantea como la utilitzación más fácil o más compleja de las relaciones de esta serie (SHGS, p. 136 / SI, p. 270-271). ¡De nuevo, el término relación! Y eso que Schönberg, esta vez, podría habérselo ahorrado, si hubiese suprimido la última cláusula de la frase. Pero aunque la cláusula no existiera, lo cierto es que la concepción del sonido de Schönberg seguiría siendo la misma, a tenor también de lo que leíamos en el Tratado de armonía, publicado en 1911, sobre la naturaleza relacional del sonido al basarse sobre la noción de concomitancia de la serie de armónicos.104 Tal como veíamos en la Harmonielehre, cuando el sonido fundamental (audible como altura) Preface» en J. Rufer, Composition with Twelve Notes, Barrie & Jenkins, Londres, 1970, p. vi). 104 Vid. supra página 85 y siguientes. 104 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento vibra, despliega encima de él (verticalmente, diríamos) una serie de sonidos (audibles como timbre) con los cuales mantiene un invariable sistema de proporciones. Estas proporciones —claro está— establecen unas relaciones entre estos sonidos entre sí y y entre cada uno de ellos con el sonido fundamental. En resumen: una idea musical es primordialmente —lo hemos visto en todas las definiciones que hemos encontrado sobre ella— una relación entre sonidos. A su vez, estos sonidos se organizan dentro de un sistema de relaciones (bien sea el sistema tonal, bien sea la serie dodecafónica). Y cada sonido en sí, físicamente, está constituido por un complejo de relaciones entre él mismo y sus armónicos superiores. Unas relaciones que hacen que el sonido sea, en sí mismo, dinámico, y que traspase este dinamismo a todo lo que de él se deriva, propiciando el consiguiente desarrollo (tanto histórico como puramente compositivo) que hemos visto que generaba. Algo que Schönberg ya intuía también en la Harmonielehre: El oído primitivo escuchó el sonido como algo indivisible, pero la física descubre hoy su ley estructural. Pero entre tanto los músicos han descubierto ya que el sonido es capaz de progreso, es decir, que en él subyace el movimiento. Que esconde problemas que luchan entre sí; que vive y que quiere proliferar (HL, p. 376). Pero volvamos por un momento sobre lo que Schönberg dice del sistema tonal: ¿por qué es Schönberg —y no cualquier otro compositor en cualquier otro momento histórico— quien hace hincapié en la cuestión de las relaciones que lo sustentan? Y todavía más: ¿por qué, a los ojos de Schönberg, si esta es una cuestión tan importante, nadie más que él (por lo menos a nivel teórico) «la ha planteado hasta ahora» (SHGS, p. 136 / SI, p. 270)? Lo repetimos: al recalcar esta cuestión, Schönberg no descubre la sopa de ajo, sino que explicita los fundamentos de una receta que venía siendo usada desde el momento en que el sistema tonal empezó su andadura. Así pues, ¿por qué Schönberg? ¿Por qué tenía que ser precisamente él quien señalara que lo fundamental del sistema tonal son las relaciones que se establecen entre los sonidos? Probablemente porque Schönberg nació en un momento en que el sistema de relaciones de la tonalidad había entrado en quiebra. Y el hecho de tener que plantear cómo seguir construyendo de una manera lógica sin el poder configurador de la tonalidad, le obligó a ver qué había en la base de este sistema. Su óptica fue privilegiada, porque —como reza el tópico— es cuando perdemos algo que nos damos cuenta de su importancia y, por lo tanto, somos capaces de escudriñar al máximo sus características. Para formularlo más académicamente, siguiendo a Massimo Cacciari, «es formulable la tierra 1.7. Idea, tonalidad, sonido. . . : ¡todo es relación! 105 solamente en el momento en que desaparece».105 O, para ir a la raíz del asunto, sacando a colación la noción griega de teoría: el teórico es aquél que ve desde fuera, que ob-serva [θεωρειν, en griego], y que tiene por ende la suficiente distancia crítica para ver aquello que quien está dentro no puede haber visto por falta de perspectiva.106 Schönberg, pues, analiza como nadie cuáles son los fundamentos del sistema tonal, porque por la época en la que le tocó vivir, tuvo que presenciar su agotamiento. Pero el alcance de la pregunta sobre por qué fue Schönberg quien habló de la importancia de la noción de relación en el sistema tonal, creemos que va mucho más allá de cuestiones meramente técnicas o del momento histórico y de desarrollo musical en que le tocó vivir. Es cierto que Schönberg se cuestiona el fundamento del sistema tonal porque éste ha llegado a un callejón sin salida. Pero podría haber llegado a conclusiones distintas, que no se fundamentasen sobre la noción de relación. La pregunta, pues, debe formularse de un modo distinto: ¿por qué Schönberg fundamenta su explicación del sistema tonal sobre la noción de relación? Y, todavía más importante: ¿por qué cree que su planteamiento aporta algo totalmente nuevo, que «no se ha planteado nunca hasta ahora» (SHGS, p. 136 / SI, p. 270), y que, por lo tanto, es algo propio y exclusivo suyo? Probablemente porque, por sí sola, la noción de relación es fundamental para Schönberg y, tal como hemos tratado de demostrar hasta ahora, aparece implícita o explícitamente en casi todas sus reflexiones musicales. Tanto en sus aproximaciones al concepto de ‘idea musical’, como en su definición del sistema tonal y del método dodecafónico, como en su visión de la dimensión compuesta del sonido a partir de las relaciones que se establecen dentro de la serie armónica. 105 M. Cacciari, Krisis. Ensayo sobre la crisis del pensamiento negativo de Nietzsche a Wittgenstein, Siglo XXI, México, 1982, p. 179. 106 Esta noción de teoría, como bien puede suponerse, es deudora de la lectura heideggeriana del mundo griego. Cf. M. Heidegger, «Ciencia y meditación», en Filosofía, ciencia y técnica, trad. J. Acevedo y F. Soler, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1997. Para una reexposición derivada de este enfoque, vid., por ejemplo, F. Martínez Marzoa, Historia de la filosofía antigua, Akal, Madrid, 1995. A Schönberg no le habría resultado extraño este enfoque. En el Tratado de armonía leemos: «la belleza sólo se da precisamente desde el momento en que los improductivos comienzan a echarla en falta» (HL, p. 389). 106 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento Pero esto no quiere decir que la noción de relación nazca y se derive exclusivamente de las reflexiones de Schönberg alrededor de la idea musical; más bien creemos que el hecho de reflexionar sobre la idea musical ayudó a desarrollar un germen que ya estaba presente desde mucho antes en la estructura del pensar de nuestro compositor. 1.7.4. Todo lo musical se fundamenta en relaciones Acabamos de ver cómo a la hora de definir la idea musical, el sistema tonal, el método dodecafónico y la misma naturaleza del sonido, Schönberg se apoya en el concepto de relación. Y, de hecho, la noción de relación sirve a Schönberg para articular —en mayor o menor medida— sus reflexiones sobre el contrapunto (que es la relación que se establece entre las distintas voces),107 sobre la teoría de la forma o de la coherencia (que se preocupa de la adecuada relación de las partes entre sí y de las partes con el todo, como veíamos en ZKIF ), y sobre su tan deseada teoría global de la composición (el verdadero sueño de Schönberg, que iba a relacionar de modo omnicomprensivo todos los aspectos en los que se fundamenta el arte de la composición). Para no alargar nuestro texto con más citas sobre cada uno de estos ámbitos, reproduciremos sólo tres formulaciones más en las que Schönberg habla de qué es y de qué constituye una pieza musical, y veremos cómo en estas formulaciones la noción de ‘relación’ aparece de modo 107 Sólo a modo de ejemplo, en el segundo párrafo de Preliminary Exercices on Counterpoint, leemos: «las siguientes relaciones entre dos notas son consonancias (o intervalos consonantes)» (PEC, p. 1). Claro está que las consonancias o disonancias —ya lo habíamos visto— se establecen en función de la lejanía o cercanía de las relaciones entre los sonidos de la serie armónica. Y también es evidente —no puede ser de otro modo— que el contrapunto trata de la relación que se establece entre un punctus contra [otro] punctus (es decir, de una nota contra otra nota). Lo significativo en este segundo párrafo, pues, no es el contenido, sino la forma de presentarlo, poniendo al principio de la frase el término relación: es el tipo de relación lo que determina la clasificación en consonancia o disonancia, y no al revés. . . En la traducción castellana, esta peculiaridad sintáctica no se mantiene. Es comprensible, pues, el celo de Schönberg pidiendo a Dika Newlin «adherirse tan literalmente al estilo original como el uso del inglés permitiera» (SI-1, p. v) a la hora de traducir Style and Idea, del que hemos hablado al principio del capítulo. Efectivamente no es lo mismo «The following relations between two tones are consonances (or consonant intervals)» (PEC, p. 1) que lo que consta en la traducción castellana (que dice casi lo mismo, pero variando la sintaxis): «Son consonancias (o intervalos consonantes) las siguientes relaciones entre dos notas» (A. Schoenberg, Ejercicios preliminares de contrapunto, trad. M. A. Centenero, SpanPress, Cooper (Florida), 1997, p. 19). 1.7. Idea, tonalidad, sonido. . . : ¡todo es relación! 107 implícito o explícito. Las tres pertenecen a momentos distintos de su evolución artística, con lo cual aportamos una prueba más de que la noción de relación es nuclear en el pensamiento de Schönberg, y que está presente en su estructura mental casi como un a priori, más allá de arreglos cronológicos. La primera, es ésta, muy contundente, que encontramos significativamente al principio del ZKIF, escrito en 1917: Sonidos, armonías, ritmos son las partes que, ensambladas de modo correcto [die auf rechte Art zusammengefügt], conforman el resultado musical. [. . . ] La formulación de las conexiones [Zusammenhänge] conducirá al reconocimiento de los principios formativos (ZKIF, p. 6). La segunda, la encontramos en Der Musikalische Gedanke, en medio de un largo fragmento de unas 10 páginas escrito el 15 de octubre de 1936: Una pieza musical es sobre todo (quizás siempre) un organismo articulado [gegliederter ], cuyos órganos y miembros [Glieder ] desempeñan funciones específicas tanto por sus efectos externos como por sus relaciones recíprocas (MG, p. 118). Y la tercera, escrita en 1941, la encontramos en «Composition with TwelveTones (I)», justo después de que Schönberg haya sacado Swedenborg a colación en su explicación del espacio musical. Teniendo a Swedenborg en la cabeza (como debía tenerlo Schönberg), la lectura del fragmento en cuestión adquiere una nueva y fructífera dimensión significativa: Cada configuración musical, cada movimiento de notas, tiene que ser comprendido primariamente como una mutua relación de sonidos, de vibraciones oscilatorias que aparecen en distintos momentos y lugares (SI, p. 223). Si bien Schönberg empezó a poner en juego el término ‘ relación’ en su Harmonielehre al tratar de la naturaleza de la serie de armónicos, es en el ZKIF donde esta cuestión madura de modo substancial, al poner en juego la noción de coherencia. No hay duda de que la primera de nuestras tres últimas citas, aunque sea de modo implícito, se articula alrededor de la cuestión de la relación. La noción de ensamblamiento (Zusammenfügen) no difiere demasiado de la de coherencia o conexión (Zusammenhang), ni de la propia idea de composición misma (Zusammensetzung), dado que todas ellas tienen en común el prefijo ‘zusammen’. Tanto el propio prefijo (que por si solo significa ‘junto’ o 108 Capítulo 1. Una función estructural del pensamiento ‘juntos’) como la noción misma de coherencia, composición o conexión tienen que ver —¡qué duda cabe!— con la idea de ‘estar en relación con’.108 Pero, más allá de las cuestiones técnico-musicales a las que nos hemos venido refiriendo en estas últimas páginas, no hay que olvidar que el concepto de relación nutre una de las problemáticas schönberguianas por excelencia: la cuestión de la representación de la idea, a la cual Schönberg dedicó no en vano su proyecto de «libro clave». ¿Qué es la representación de la idea, si la idea musical es en sí misma la producción de relaciones entre sonidos? Ya lo hemos dicho: no es otra cosa que el establecimiento de la correcta relación (de la relación coherente) entre la propia idea y su realización, dado que «componer es por encima de todo el arte de inventar una idea musical y su adecuada representación» (SHGS, p. 152 / SI, p. 374). Así, el compositor, en su tarea de componer, pasa a ser el intermediario entre la idea y su plasmación. Por esto su propósito fundamental es hacer «justicia a la idea» (SI, p. 121), estableciendo el puente —la relación— que permita superar el espacio que se abre entre ambas instancias. No hay duda, pues, de que la noción de ‘relación’ tiene un lugar preeminente en el pensamiento musical de Schönberg, tanto en las dimensiones técnicas concretas (al hablar de sonido, sistema tonal, coherencia, desarrollo. . . ) como en el ámbito general de lo que significa componer. Pero, a su vez, la noción de ‘relación’ llega a traspasar el ámbito de lo exclusivamente musical. ¿Cómo hay que entender, si no, que al final de su vida Schönberg se preocupe por la distancia que hay entre el pensar y el decir, aunque aquello que tenga que decir sea algo sumamente básico, tal como veíamos que sucedía en los «Agradecimientos» de las Structural Functions of Harmony? Por eso, y a raíz de lo expuesto hasta ahora, osamos afirmar ya sin tapujos —y tal como sugerimos 108 A este respecto nos parece significativa la disparidad de criterios de tres traductores al inglés y al castellano de las Cartas de Schönberg, todos absolutamente respetables a juzgar por la gran calidad de su trabajo. En la carta n. 42, del 20 de julio de 1922, Schönberg cuenta a Kandinsky que tiene el proyecto de una Lehre vom musikalischen Zusammenhang. Los tres traductores proporcionan el título original y, al lado, dan su propuesta de traducción de este título. La disparidad es significativa: «Theory of Musical Unity» (traductores: Eithne Wilkins y Ernst Kaiser. Arnold Schoenberg Letters, University of California Press), «Teoría de la relación musical» (traductor: Ángel Fernando Mayo, Arnold Schönberg Cartas, Turner), «Teoría sobre la cohesión musical» (traductora: Adriana Hochleitner, Cartas, cuadros y documentos de un encuentro extraordinario). 1.7. Idea, tonalidad, sonido. . . : ¡todo es relación! 109 en el título de este primer capítulo— que la cuestión de la relación parece ser una función estructural del pensamiento de Arnold Schönberg. Capítulo 2 La ‘relación’ como noción nuclear: contexto cultural, lenguaje musical y vivencia religiosa 2.1. 2.1.1. Pensar es poner en relación Las leyes del pensar Si como acabamos de afirmar, la noción de relación no es clave sólo en términos de teoría musical, sino que es un elemento constitutivo de la forma de pensar de Schönberg, es lógico creer que esta noción va a proyectarse sobre los distintos ámbitos y aspectos de su vida. Así pues, la cuestión de la relación invade no sólo sus escritos teóricos sobre música, sino que creemos que se sitúa en la base de la evolución de su práctica compositiva, entendiendo que la primera no puede ser sino subsidiaria de la segunda. Como decía Schönberg, «soy mucho más un compositor [. . . ] que “un teórico ingenioso y capacitado”» (SI, p. 213). Pero aunque se considerase sobre todo compositor, Schönberg tenía claro que el pensamiento compositivo no es algo impermeable a la propia estructura del pensar en su globalidad; más bien al contrario. Aunque el pensamiento en su globalidad se configura a partir de las distintas áreas de pensamiento, Schönberg afirma que es el pensamiento en general y su estructura lo que acaba configurando un determinado pensamiento musical y, por ende, un modo de proceder a nivel compositivo. En el sexto Gedanke manuscript, escrito el 16 de 111 112 agosto de 1931, leemos: Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear El pensamiento musical [Das musikalisches Denken] se rige por las leyes y condiciones de nuestro otro pensamiento, si bien en este caso tiene que tener en cuenta las condiciones dadas por el material (MG, p. 421-422). Algo que Schönberg ya había formulado con anterioridad de modo más sucinto, en el ZKIF : «También transferimos nuestra manera de pensar (de cada tipo) al material de la música» (ZKIF, p. 60). Estas afirmaciones de Schönberg son un admirable gesto de autoconciencia y autoconocimiento, al argüir que el modo de proceder de su pensamiento musical está afianzado en el modo de proceder de su «otro pensamiento». Pero, más allá de cómo él mismo comprenda el funcionamiento de sus facultades cognitivas (lo cual es relevante a la hora de analizar qué imagen y comprensión tenía de sí mismo), es lógico creer que el pensamiento actúa siguiendo más o menos las mismas estructuras en todos sus ámbitos de acción. Utilitzando palabras de Schönberg: es lógico creer —así lo considera la psicología cognitiva— que el pensamiento en todos sus ámbitos obedece a unas determinadas «leyes y condiciones», o que hay una «manera de pensar» o un «tipo» de pensamiento que se transfiere a todos los ámbitos del pensar. Independientemente de si la noción de ‘relación’ se generó a partir del pensamiento estrictamente musical o a partir del pensamiento en general, de lo que no hay duda es de que hay una correspondencia entre ellos. Así pues, no tendrían que sorprendernos las siguientes afirmaciones de Schönberg, cuando juega a hacer epistemología y transfiere conceptos empleados en sus escritos musicales al modo en que según él opera el pensamiento. ¿Qué es pensar para Schönberg? Su respuesta la encontramos en un fragmento repleto de subrayados del sexto Gedanke manuscript, que sigue inmediatamente a la primera cita de este capítulo: Todo pensamiento [Alles Denken] consiste esencialmente en poner en relación [in Beziehung zu bringen] las cosas (conceptos, etc.) entre ellas. Una idea [Ein Gedanke]1 es la producción de una relación [Herstellung einer Beziehung] entre cosas entre las cuales esta relación no existía sin esta producción. El pensamiento va a buscar, pues, la coherencia [die Zuzammenhänge] entre las cosas. 1 Téngase en cuenta lo dicho en la nota 7 del primer capítulo. En resumidas cuentas: de acuerdo con la práctica habitual en la literatura schönberguiana, traducimos ‘Gedanke’ por ‘idea’, en vez de hacerlo por ‘pensamiento’. Esta opción no permite mantener en castellano la familiaridad etimológica entre el sustantivo ‘Gedanke’ (‘idea’ o ‘pensamiento’) y el verbo ‘denken’ (‘pensar’), que sin embargo hay que tener siempre presente. 2.1. Pensar es poner en relación Cada idea se sustenta pues en coherencias, y no puede pensarse por primera vez hasta que la coherencia de las respectivas cosas no se emplee para la representación [Darstellung] de una relación entre estas cosas (MG, p. 422). 113 Para Schönberg ‘pensar’ es «esencialmente» «poner en relación».2 Y el producto del pensamiento son las ideas. Así pues, las ideas (que son los resultados que surgen de un pensar que es relacional en su esencia misma) lógicamente van a estar marcadas por este carácter relacional. De ahí que una idea (y una idea musical) sea, lógicamente, el establecimiento de una relación entre cosas. Pero ¡atención a la última frase de la cita!, que lejos de ser un trabalenguas nos aporta una interesantísima apreciación. Al leerla de nuevo con atención veremos que el establecimiento de las relaciones entre las distintas cosas (esto es, la coherencia) no se produce hasta que estas relaciones no son puestas en juego para representar las propias relaciones que las constituyen. En otros términos, el pensamiento como facultad (y su producción: el pensamiento como producto; es decir, la idea) sólo existe en el mismo acto de pensar.3 Pero la cosa no acaba aquí, sino que este pensar tiene que ser representado (dicho, formulado), de lo contrario no es realmente pensamiento. El pensamiento —parece decir Schönberg— sólo se da propiamente cuando se ha representado, esto es, cuando se ha cruzado el puente que existe entre el pensar y el decir. El mismo acto de cruzar este puente —de salvar la distancia que hay entre la idea y el estilo— pone en relación el ámbito del pensar con el del decir, de un modo análogo a la forma de proceder del pensamiento, que pone en relación las cosas entre sí. El dinamismo que implica la formulación del pensar (poner en relación el pensar con el decir), viene a ser pues el correlato del propio dinamismo del pensar (que pone en relación cosas que antes no estaban relacionadas entre sí). Pensar y decir, pues, están íntimamente conectados en un dinamismo perpetuo, y su relación no es para nada irrelevante. Si no, no sería necesario escribir un «libro clave» sobre la idea musical y su representación. 2 En un texto de 1944, a tenor de una anécdota sobre Arturo Toscanini, Schönberg apunta que la «memoria fotográfica es algo enteramente mecánico, que no tiene nada que ver con la inteligencia (que recuerda relaciones)»; citado en ASR, p. 304. 3 La idea de que no hay pensamiento hasta que se piensa y se formula no dista tanto del célebre verso de Antonio Machado «caminante, no hay camino, / se hace camino al andar». La publicación de este poema en Campos de Castilla en 1912 (una década antes del inicio de la redacción de los Gedanke) sugiere una cierta concomitancia epocal. 114 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Porque el pensamiento sólo se reconoce en su formulación; una formulación que acaba siendo parte esencial del propio pensamiento. 2.1.2. Verhaltnis y Beziehung : la relación lo explica todo La íntima conexión y la indispensable interdependencia entre el pensar y su necesaria representación queda explicitada de un modo más llano (aunque no menos escurridizo) en la carta que Schönberg escribió a sus allegados el 20 de agosto de 1924 para que tuviesen noticias suyas en su quinquagésimo aniversario (el 13 de septiembre de 1924). En ella Schönberg explica brevemente en qué está trabajando, y dice que tiene muchos proyectos entre manos, que sin embargo no ha concluido: Pero todas estas obras —a pesar de la relativa gran cantidad de trabajo preliminar y de un considerable progreso— se encuentran en tal estado y están aún tan lejos de estar acabadas, que la prueba de [mi] ininterrumpida fuerza de producción sólo se podrá aducir probablemente a través de su finalización. Probablemente sólo así es creíble; por lo menos para aquellos que no son capaces de reconocer al creador en la concepción sino sólo en la realización. «¡Hágase la luz!». . . esto se puede creer y dejar estar sin más (SHGS, p. 383 / SI, p. 24). La concepción por sí sola no basta, sino que tiene que ser llevada a cabo. Tal como ya hemos visto en la cita de «Composition with Twelve Tones (I) (vid. página 72 y sig.), el verdadero modelo de la creación es —para Schönberg— el de la creación divina, en la cual el mandato de que se haga la luz y la aparición de la luz es algo que sucede «a la par y en su última perfección» (SI, p. 215). En definitiva, no se es creador si no se dan los dos requisitos: la invención y la formulación (aunque la instantaneidad entre ellos permanezca como algo exclusivo de la creación divina). Por un lado «un creador tiene una visión de algo que todavía no ha existido antes de esta visión» (SI, p. 215), pero por el otro «un creador tiene el poder de dar vida a su visión; tiene el poder de realizarla» (SI, p. 215). Si no puede realizarla, no es creador. Porque no hay creación efectiva si no se recorre el camino (la relación) que media entre la concepción y la realización. Basta recordar las palabras de Schönberg en este mismo artículo, «Composition with Twelve Tones (I)», de 1941: ¡Ay! Los creadores humanos, en caso de concedérseles una visión, tienen que recorrer el largo camino entre la visión y la realización; una dura senda en la que, expulsados del Paraíso, incluso los genios tienen que ganarse la cosecha con el sudor de sus frentes (SI, p. 215). Pero volvamos sobre la noción de idea como tal, más allá de su acepción musical. En el noveno de los Gedanke manuscripts (un texto escrito en inglés el 2.1. Pensar es poner en relación 115 4 de junio de 1934, siete meses después de su llegada a los Estados Unidos) Schönberg reduce la noción de idea al «establecimiento de relaciones». En este texto leemos: Una idea es el establecimiento de relaciones entre cosas o partes que no tenían relación antes de este establecimiento. Una relación inteligente sólo puede darse entre cosas o partes que se parecen las unas a las otras. [. . . ] Pero cuanto más iguales son, menos interesante es la relación. Y podemos suponer que hay una diferencia entre aquellas ideas que establecen relaciones entre cosas que se parecen mucho y aquellas que establecen una relación inteligente que une cosas muy diferentes (MG, pp. 422-423). En otro de los Gedanke manuscripts (de datación incierta y citado ya en la página 96), vemos cómo Schönberg habla casi en los mismos términos: Si se puede designar como ideas la producción de relaciones [Herstellung von Beziehungen] entre cosas, conceptos y similares (por lo tanto, también entre ideas), entonces en el caso de una idea musical esta relación sólo se puede producir entre sonidos, y sólo puede ser una relación musical (MG, p. 425). Aunque muy sutilmente, Schönberg ha dado aquí una nueva vuelta de tuerca: las ideas no son ya sólo relaciones entre cosas, sino la producción de estas relaciones. Si el mismo concepto de relación es dinámico (siempre se relaciona algo con algo), la producción de relaciones lo es todavía más, dada la procesualidad del termino producir, que —de modo análogo a lo que sucede con el prefijo ‘pro’ en la forma castellana— el alemán recoge etimológicamente en la composición de la voz ‘her-stellung’. Pero no sólo el pensamiento actúa a base de producir relaciones. Para Schönberg, todo el proceso cognitivo se fundamenta en el establecimiento de relaciones, tal como veremos en la próxima cita. Su formulación no descubre nada nuevo, ni aporta una visión revolucionaria a la ciencia epistemológica. Lo relevante de la formulación de Schönberg es —para nosotros— el hecho de que plantee las cosas de este modo, lo cual reafirma nuestra hipótesis de que el concepto de relación es fundamental y constitutivo de su modo de pensar y de ver el mundo. En el primer párrafo de «Formenlehre», un artículo de un par de páginas escrito el 29 de enero de 1924, leemos: El primer objetivo de una teoría de la forma tendría que ser mostrar el significado de todas las formas artísticas, así como el objetivo de los productos artísticos (cuya forma viene condicionada por un material ya existente externo a nosotros) por adoptar una tal constitución interna y externa que nos permita reconocerlos como algo que se corresponde con nuestras cualidades espirituales [Geistesqualitäten]; y que podamos comprenderlos, a través del parentesco [Verwandschaft], de la analogía [Analogie] y de la similitud [Ähnlichkeit] —mediante los cuales pensamos [denken], sentimos [fühlen] y tenemos sensibilidad [empfindsamen]— como algo que nos es similar, adecuado y parecido (SHGS, p. 123 / SI, p. 253). 116 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear La formulación de Schönberg vuelve a ser significativa: no es que nuestras facultades de pensar, sentir y tener sensibilidad sean autónomas, sino que es gracias al parentesco, a la analogía y a la similitud que pensamos, sentimos y tenemos sensibilidad. Pensar, sentir y tener sensibilidad es algo que sucede —a los ojos de Schönberg— por nuestra relación de similitud, adecuación y parentesco con aquello que pensamos, sentimos y para lo cual tenemos sensibilidad. De hecho, la palabra ‘parentesco’ (‘Verwandschaft’) significa en sí misma ‘estar relacionado’, y no es extraño que en la versión inglesa esta palabra aparezca traducida, sin más, como ‘relación’ (y más si tenemos en cuenta que los parientes, en inglés son los ‘relatives’). Es significativo que en un texto próximo a esta época, titulado «KunstGolem» y escrito en Traunkirchen —donde Schönberg solía pasar sus vacaciones estivales— el 15 de agosto de 1922, el concepto de relación se utilice —esta vez sí literalmente— no sólo para explicar (al igual que en el texto anterior) cómo funciona nuestra percepción del mundo y cómo nos relacionamos con él, sino cómo funciona el propio mundo. La fecha, 1922, no es casual. Porque si bien Schönberg ya había empleado la noción de relación en 1911 para explicar la constitución del sonido (tal como veíamos en el Harmonielehre), es alrededor de los años veinte cuando la noción de relación pasa a ocupar un lugar preeminente en sus reflexiones y en la configuración general de su pensamiento, tal como queda patente en los escritos que hemos ido analizando, empezando por el ZKIF (escrito en 1917) y continuando con los Gedanke manuscripts y sus artículos coetaneos (1923-1934), cuyos avances acabarían conduciendo a la escritura de Der Musikalische Gedanke (1934-1936). Además, entre 1917 y 1922 Schönberg estubo enfrascado en la composición del oratorio Die Jakobsleiter (La escalera de Jacob), en cuyo título la escalera aparece como una imagen suficientemente clara de unión —relación— entre dos ámbitos. Y fue también entre estas fechas que dio los pasos previos y llegó a la formulación del dodecafonismo, que se define —recordémoslo— como «composición con doce sonidos exclusivamente relacionados entre sí» (SHGS, p. 132 / SI, p. 263). Pues bien, en el texto en cuestión, titulado «Kunst-Golem», leemos: Dado que todo lo que sucede a nuestro alrededor puede ser descrito como el resultado de la interacción de fuerzas específicas que están en una relación específica entre ellas; dado que la interacción de todo lo que sucede a nuestro alrededor se encuentra a su vez en una relación específica con nosotros bajo el influjo específico de nuestras fuerzas (leyes) internas; dado que, por lo tanto, todos los acontecimientos de nuestro alrededor, en tanto que actúan sobre nosotros, tienen que estar referidos —por así decirlo— a un común denominador (nosotros mismos), entonces es cierto que las interacciones a nuestro alrededor realizadas por nosotros mismos estarán predis- 2.1. Pensar es poner en relación puestas a adaptarse a este común denominador, y más aún porque se pondrán en juego las fuerzas empleadas para crearlas (SHGS, p. 373).4 117 Nótese que para explicar el funcionamiento del mundo, Schönberg utiliza una formulación muy cercana a la del dodecafonismo, al hablar de fuerzas que están «en una relación específica entre ellas». Esto es, en alemán, «die in einem bestimmten Verhältnis zueinander stehen», mientras que en la definición de dodecafonismo leemos «nur mit einander bezogenen Tönen».5 Aunque a nivel sintáctico y léxico las dos formulaciones no guarden demasiado parecido, sí que parecen estar atravesadas por un mismo espíritu. La diferencia de vocablos en alemán para referirse a ‘relación’ (‘Verhältnis’ por un lado y ‘bezogenen’ —derivado del sustantivo ‘Beziehung’— por el otro) no es relevante, dado que Schönberg los emplea indistintamente con total equivalencia en sus escritos. Más allá de la simple coincidencia, lo significativo no es sólo que Schönberg explique el funcionamiento del mundo y el del dodecafonismo de un modo similar, sino que la palabra ‘relación’ esté en la base de ambas formulaciones. 2.1.3. Los ámbitos del pensar y la forma de ser Así pues, la importancia del término ‘relación’ no se circunscribe sólo al ámbito del pensamiento musical de Schönberg, sino que permea todo su pensamiento. Y lo hace llegando a cotas inusitadas, hasta el punto de que cuando se planteaba 4 El texto está traducido también en L. Stein, «Schoenberg: Five Statements», Perspectives of New Music, 14:1, Fall/Winter 1975, p. 165. En cuanto a la relación del conocedor con lo conocido, la afirmación de Schönberg no difiere demasiado de la noción de ‘coherencia’ que daba en el ZKIF en 1917, y que hemos citado ya en la página 58: Así pues se puede decir que se perciben como coherentes con un objeto o concepto aquellos objetos o conceptos cuya relación [Beziehung] con el objeto o concepto nos es conocida (independientemente de si éste realmente se da o no se da como tal) (ZKIF, p. 16). 5 En un artículo sobre los escritos teóricos de Schönberg, Alexander Goehr ve una concomitancia no menos interesante. Según él, en la Harmonielehre la noción de reciprocidad a la hora de hablar de ciertos enlaces armónicos parece prefigurar la reciprocidad de las relaciones dentro de la serie dodecafónica: «El primer ejercicio real es la combinación de todas las tríadas diatónicas las unas con las otras. (Este es un interesante pre-eco de la frase que siempre usa [Schönberg] en relación con los sonidos de la técnica dodecafónica que se relacionan sólo los unos con los otros).» Vid. A. Goehr, «The Theoretical Writings of Arnold Schoenberg», Perspectives of New Music, 13:2, Spring/Summer 1975, p. 7. 118 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear escribir una posible autobiografía (que nunca llegó a escribirse), lo hacía en estos términos: Durante mucho tiempo he planeado escribir una autobiografía que será llevada a cabo —si mi memoria alcanza— a base de presentar todas las personas con las que he estado en contacto (en la medida en la que ellas y su relación conmigo son de mi interés, tal como se me mostraron) y describiendo precisamente su relación entre ellos y yo. No se trata en primer lugar, claro está, de un acto de venganza, sino que más bien es un sistema que espero que abrirá mi memoria. [A medida que avance] emergerán los vínculos entre las diferentes personas y los acontecimientos separados; de tal modo que creo que podré ser lo más veraz posible, mientras que sin duda fracasaría en una tentativa de informe cronológico.6 ¿A qué ámbitos se extiende el pensamiento de Schönberg? Pues —aunque parezca una perogrullada— podemos decir que a casi todos, abarcando cualquier terreno de actuación y de vivencia humana, bien sea la pintura, la ética, la literatura, la religión, la inquietud espiritual o el diseño de juegos y artilugios. Unos ámbitos a los que Schönberg no sólo prestó atención, sino que se retroalimentaban los unos a los otros. No es extraño, pues, que sus textos de teoría musical estén impregnados de comparaciones, analogías y metáforas sacadas de los ámbitos más dispares: desde la estrategia miliar, al oficio de cerrajero, pasando por los últimos avances tecnológicos o la gastronomía. Ya que su modo de proceder estaba impregnado por la manía de relacionarlo todo. En un libro conmemorativo (un Festschrift) escrito por varios discípulos y amigos en 1912, cuando Schönberg tenía apenas 38 años, hay varias aportaciones que subrayan su capacidad relacionadora.7 Una de ellas es la del director y musicólogo Heinrich Jalowetz, que habla así de sus clases y de su Tratado de armonía: Uno podía aprender más composición escuchándole hablar de las cosas más remotas que leyendo los libros teóricos más gordos. Por otra parte, este manual de armonía tiene significado no sólo para el músico, sino para todo aquel que considere que los problemas artísticos son problemas de la vida, ya que el creador de este libro posee un brillante poder creativo que se combina con la insaciable ansia de conocimiento característica de los verdaderos filósofos, a los que les está reservado ver problemas 6 Citado en J. Christensen, «The Spiritual and the Material in Schoenberg’s Thinking», Music & Letters, vol. 65, n. 4, Oct. 1984, p. 337. El texto se reproduce también en la seguna página del magnífico Arnold Schönberg 1874-1951. Lebensgeschichte in Begegnungen, editado por la hija del compositor Nuria Schoenberg-Nono. En el facsímil que proporciona esta edición, leemos la fecha autógrafa: 15.VII.32. 7 El volumen en cuestión está traducido íntegramente en W. Frisch (ed.), Arnold Schoenberg and His World, Princeton University Press, 1999. Para Frisch (gran conocedor de Schönberg) «los Festschriften de Schönberg están entre las fuentes de información más importantes que tenemos hoy día sobre el compositor» (Ibid., p. 195). 2.1. Pensar es poner en relación en cualquier lugar. Para él no hay nada extrínseco, e incluso presta atención a las cosas más insignificantes, porque en ningún momento llega a perder de vista ni la vida del arte ni la vida misma. Es precisamente por esta razón que el discípulo adquiere un respeto desproporcionadamente mayor por el material artístico que el que le puedan infundir jamás los preceptos o las prohibiciones; porque aprende a ser consciente de las relaciones entre los detalles más insignificantes y la más profunda esencia de las cosas artísticas, con lo cual es ejercitado para conseguir la más alta meta de la educación: la honestidad.8 119 ¡Incluso Jalowetz llega a utilizar la palabra relación! y da cuenta de la manera de pensar de Schönberg, en la cual todo estaba relacionado con todo. No sólo a nivel de aquello que está en un mismo orden de cosas o en un mismo plano creatural, sino a nivel de microcosmos y macrocosmos —cosa para nada extraña si tenemos en cuenta que Schönberg coqueteó con la teosofía. Sin embargo, en su explicación de la correspondencia de planos micro y macrocósmicos no aparecen atisbos mixtificatorios, sino que recurre más bien a una lógica aplastante. En 1923, al hablar de la composición dodecafónica, en «Hauer’s Theories» escribe: O bien estamos sujetos a las leyes universales, en cuyo caso ellas también actúan en nosotros, o bien nuestro cerebro crea independientemente de las leyes cósmicas, en cuyo caso es superfluo tratar de conocerlas, porque ni las podremos comprender ni percibir. Pero creo que nuestro cerebro (en la medida en que podemos comprender el cosmos con él y con nuestras otras facultades comprensivas —la intuición, el sentimiento, etc.) funciona de acuerdo con las leyes del cosmos aunque no sea idéntico a él, y nos permite comprender y percibir sólo aquello que es el cosmos (SI, p. 212). En este sentido (y volviendo de nuevo a la cuestión epistemológica) es significativa esta otra apreciación de Schönberg: Una obra de arte confiere sólo la calidez que uno es capaz de dispensar por sí mismo y, al fin y al cabo, casi cada impresión artística es un producto de la imaginación del oyente. Desde luego provocada por la obra de arte, pero sólo si uno tiene un aparato receptor sintonizado igual que el aparato emisor (SHGS, p. 55 / SI, p. 195). Esta comparación con el sistema de transmisión radiofónico no sería nada del otro mundo si no hubiese sido escrita ¡antes de la invención de la radio!, que en 1909, cuando Schönberg escribió el artículo, era sólo —tal como recalca Rudolf Ploderer— «un interesante experimento de la técnica física todavía sin valor práctico [. . . ] del que Schönberg no debía tener más noticia que cualquier otro 8 H. Jalowetz, «The Harmonielehre», en W. Frisch (ed.), Schoenberg and His World, Princeton University Press, 1999, p. 231. En el valioso compendio de Frisch el texto aparece en traducción inglesa. El original alemán está en la web del ASC (www.schoenberg.at), bajo la ruta Schönberg / Über Schönberg / 1912 · Heinrich Jalowetz [03.04.2012]. 120 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear hombre instruido de su tiempo».9 Más allá de cualquier posible premonición, lo interesante de la cita de Schönberg es que nuevamente pone en juego de modo implícito la relación entre dos instancias; en este caso, «un aparato receptor» que tiene que estar «sintonizado igual» que un «aparato emisor». Con estas referencias, pues, resulta suficientemente claro que la noción de ‘relación’ es del todo fundamental en la Weltanschauung schönberguiana. Una noción que Schönberg utiliza sobre todo en sus escritos sobre teoría musical, pero que también configura su comprensión del mundo y, por ello, su modo de proceder, según hemos visto que atestiguaba su discípulo Heinrich Jalowetz. 2.1.4. El origen de la noción de relación. Unión de vida y obra Analizando los escritos teóricos de Schönberg, hemos deducido que la noción de relación ocupa un lugar central en su estructura de pensamiento. Ahora bien: ¿de dónde proviene esta centralidad? ¿Qué es lo que llegó a configurar esta estructura de pensamiento? Aunque nos gustaría poder contestar a estas preguntas, ciertamente escapan a las posibilidades de cualquier investigación, ya que sería como ir a buscar el fundamento infundamentado de una matriz de pensamiento. Esto es algo que siempre quedará incógnito y que no se podría esclarecer ni con el más minucioso trabajo de archivo que permitiera reconstruir exactamente las lecturas e impresiones que más marcaron a nuestro autor. Lo que sí podemos afirmar —a tenor de lo que hemos visto— es que la noción de relación va cobrando cada vez mayor importancia en el pensamiento y los quehaceres de Schönberg, lo cual demuestra que el paso del tiempo (esto es, la acumulación de experiencias en todos los ámbitos vitales) jugó un papel importante a la hora de ir configurando la centralidad de esta noción en su modo de pensar y de operar. En un plano más modesto que la pretensión de buscar el fundamento infundamentado de la dimensión relacional del pensamiento de Schönberg, sí que osamos afirmar que hay tres ámbitos que creemos que pudieron contribuir, de manera esencial, a configurar la dimensión relacional de su pensamiento. Aunque tenemos que asumir de entrada que no se puede trazar una causalidad indiscutible entre estos tres ámbitos y el propio pensamiento de 9 Citado en W. Reich, Schoenberg, Longman, Londres, 1971, p. 39. 2.1. Pensar es poner en relación 121 Schönberg. Sin embargo, el hecho de que estos ámbitos tengan que ver de un modo u otro con cuestiones relacionales, nos hace pensar que ayudaron a que ésta acabase siendo una noción nuclear en el pensamiento de Schönberg. Y más teniendo en cuenta que estos tres ámbitos fueron strictu sensu fundamentales en la vida del compositor. Se trata de: 1. El contexto cultural vienés 2. El agotamiento del sistema tonal 3. La dimensión religiosa En cuanto al contexto cultural vienés, hay que tener en cuenta que Schönberg había nacido en una Viena en la cual jamás se sintió bien acogido. La “falta de encaje” que sentía en su ciudad no sólo le llevó a mudarse a la cercana Mödling de 1918 a 1926 o a probar suerte en Berlín en tres ocasiones, sino que le acercó al sector más crítico de la intelectualidad vienesa, que se reunía en los cafés de la capital para despachar a gusto sobre los problemas del Imperio. Fue probablemente en estas tertulias donde tomó consciencia de por lo menos dos cuestiones.10 La primera, de que aquella era una Viena donde la relación entre realidad y apariencia no era para nada transparente: algo que se ha catalogado como el problema de la Darstellung. La segunda, de que las relaciones entre los distintos pueblos del imperio empezaban a ser problemáticas a raíz —entre otras cuestiones— del auge de los nacionalismos, con lo cual se ponía en entredicho el sentimiento de pertenencia a un mismo pueblo y tradición. Teniendo en cuenta que Schönberg era hijo de judíos praguenses emigrados y que fue amigo, admirador y contertulio de Karl Kraus y de Adolf Loos, estas dos cuestiones no debieron pasarle desapercibidas, habida cuenta de que Kraus y Loos fueron dos adalides de la lucha contra el maquillaje y el ornamento que —a nivel social y arquitectónico— campaban a sus anchas por la ciudad imperial.11 Tanto el literato como el arquitecto trataron de desmantelar las falsas 10 Hay constancia de que Schönberg participaba de la “vida de café”. En una de las cartas cruzadas con Karl Krauss (concretamente en la carta del 18.3.1910) leemos que éste le comenta: «Me gustaría comentar esto con usted de palabra, tal vez por la tarde en el Café Imperial». Vid. H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 90 y http://www.schoenberg.at/scans/DVD076/21332.jpg [7.7.2012]. 11 Tal como afirma Joan Allen Smith, «Schönberg se encontraba a menudo e interactuaba intelectualmente con Adolf Loos y, en menor grado, con Karl Kraus y Oskar Kokoschka. Sería 122 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear relaciones sobre las que se asentaba un imperio que, también en lo nacional y étnico (incluyendo aquí la problemática de la asimilación judía, que Schönberg vivió en sus propias carnes), estaba al borde del colapso. No menos relevante tenía que ser el hecho de que cuando Schönberg empezó a componer se estaba derrumbando el hasta entonces incuestionable marco de relaciones musicales del sistema tonal. La tonalidad —tal como hemos visto en el propio análisis que hace Schönberg de ella— es básicamente un sistema de relaciones entre los sonidos. Un sistema que había fundamentado el quehacer musical de la gran tradición musical germánica de Bach en adelante, de la cual Schönberg se sentía depositario y continuador. Que este sistema de relaciones estuviese en quiebra llevó a Schönberg a tener que plantearse la naturaleza de estas relaciones, con lo cual la propia noción de relación cobró importancia per se. La solución que Schönberg encontró a la quiebra del sistema tonal —que «también debió ocupar las mentes de todos mis contemporáneos» (SI, p. 86)— fue bien distinta de la que encontraron otros compositores. Y es relevante que tanto al hablar de la atonalidad como del dodecafonismo (sus dos grandes hallazgos) Schönberg mantenga la palabra «relación».12 Así pues, aunque con implicaciones muy distintas, es cierto que tanto el contexto social como el contexto musical de finales del s. xix y principios del xx estaban en crisis, porque estaban basados en unas relaciones tan frágiles e incoherentes que ya no servían para construir nada más sobre ellas. Esta problemática de la fragilidad de las relaciones se daba, pues, en dos ámbitos estrictamente fundamentales para Schönberg. Fundamentales en su sentido más palmario: el ámbito social era fundamento de la vida diaria del compositor; y el ámbito musical era el fundamento de su tarea artística. Así pues, que el marco de relaciones de estos dos ámbitos estuviera en quiebra, debía de generar en Schönberg la necesidad de replantearse cuáles eran estas relaciones, dado que ya no se podían dar por sentadas. El hecho de tener que replanteár- impreciso decir que estos cuatro hombres constituían un círculo. Hay una conexión relajada pero vital entre ellos; y la conexión era recíproca». J. A. Smith, Schoenberg and His Circle. A Viennese Portrait, Schirmer, Nueva York, 1986, p. 5. 12 Al hablar del dodecafonismo, la palabra aparece —como hemos visto sobradamente— en la definición misma. Al hablar de la atonalidad, el término aparece en múltiples ocasiones, dado que las garantías de coherencia discursiva pasaban a recaer en relaciones interválicas y motívicas, así como en la relación de la música con un entramado textual que —no en vano— está presente en casi todas las obras atonales de Schönberg. 2.1. Pensar es poner en relación 123 selas, necesariamente supuso tematizar la cuestión de la relación de un modo suficientemente fuerte como para llegar a configurar el pensamiento del jóven Schönberg. En lo social y en lo musical, el sistema de relaciones imperante hasta el momento estaba en quiebra. Y quizás también sucedía algo similar en el ámbito de la religión. Pero la importancia de la religión en la vida de Schönberg no tenía que ver con ninguna crisis institucional ni de sistema, ya que su vínculo con ella estaba por encima de los confesionalismos y de sus posibles problemas organizativos. Su vinculación con la religión tenía que ver con el hecho religioso en sí, y sólo en este sentido pudo la religión contribuir a configurar la estructura relacional del pensamiento de Schönberg. ¿De qué manera? Pues teniendo en cuenta la función misma de la religión, que tiene que ver estrictamente con la cuestión de la relación. Ya desde una dimensión etimológica (la de religión como religare), uno de los cometidos principales de la religión es el de trazar un vínculo entre el ámbito de la inmanencia y el de la trascendencia.13 Más allá de las funciones sociológicas que en su día tratara Durkheim, y más allá de cualquier cuestión doctrinal, la religión se erige como mediadora entre dos instancias separadas.14 Y precisamente la vivencia religiosa de Schönberg 13 Una de las posibles etimologías del término ‘religión’ es la que —según Lactancio y Tertuliano— deriva de religare (‘re-ligar’), en el sentido de trazar nuevamente un vínculo que se supone perdido, de reconectar con la trascendencia. Esta lectura —aunque lingüísticamente inverosímil según expone Émile Benveniste en Vocabulario de las instituciones indoeuropeas (p. 399-401)— ha sido una de las más afortunadas y es la que se correspondería con la visión schönberguiana de la religión. Otras etimologías a tener en cuenta son la propuesta por Cicerón, que deriva el término de relegere (‘releer’, en el sentido de ‘leer a fondo’ pero también de ‘reunir’), o la propuesta por Agustín de Hipona, que lo vincula a religere (‘tener en cuenta’). Vid. al respecto cualquier manual de historia de las religiones, las aportaciones etimológicas de Joan Coromines (que vincula el término al ciceroniano ‘tener escrúpulo’) o, en la web, el recurso: http://www.hispanoteca.eu/Foro-preguntas/ARCHIVO-Foro/ Religión-religare-relegere.htm [30.3.2012]. La definición de Lactancio y Tertuliano tendría una reformulación moderna en la aportación de Robert N. Bellah, que define la religión como «un conjunto de formas y actos simbólicos que relacionan (relate) al hombre con las últimas condiciones de su existencia», es decir, con «aquello que nos concierne incondicionalmente»: R. N. Bellah, Beyond Belief: Essays on Religions in a Post-traditionalist World, University of California Press, Londres, 1991, p. 21, citado por Ll. Duch, Armes espirituals i materials: religió. Antropologia de la vida quotidiana 4,1, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona, 2001, p. 112. 14 Muy grosso modo podemos decir que, para Durkheim, la religión desempeña sobre todo 124 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear parece estar profundamente enraizada en esta función relacionadora de la religión, tal como pone en evidencia su catálogo de obras, donde las composiciones religiosas tienen un peso significativo. Pero, curiosamente, ninguna de las composiciones religiosas de Schönberg —a excepción, quizás, del Kol Nidre— tiene adscripción cultual ni litúrgica alguna, en una falta de funcionalidad litúrgica totalmente inaudita en cualquier catálogo con una presencia tan significativa (aunque más por calidad que por cantidad) de obras religiosas. La preponderancia de la temática religiosa en el catálogo de Schönberg, pues, sólo puede entenderse desde una significativa dimensión de búsqueda espiritual, ajena a cualquier uso litúrgico y a cualquier adscripción confesional. En qué medida estos tres ámbitos (contexto vienés, contexto musical y fenómeno religioso) tienen influencia sobre Schönberg es algo también difícil de calibrar. Pero no hay duda de que el contexto cultural y musical de Schönberg fue un sustrato suficientemente fértil como para determinar aspectos de su modo de pensar, de su modo de proceder e incluso de su poética musical. En cuanto a la religión, no podemos hablar de que su aportación sea a nivel de sustrato (es decir, de cuna sobre la que desarrollarse), ya que el vínculo que tuvo Schönberg con ella se mantuvo a lo largo de su vida. La religión fue, más bien, una compañera de viaje. En resumen: la crisis de las relaciones socioculturales (en la Viena habsbúrguica) y musicales (en la estética post-romántica) hicieron que Schönberg no pudiera darlas por sentadas. Y creemos que el hecho de tener que replantear estos sistemas de relaciones contribuyó a crear en él una estructura de pensamiento en la cual la noción de relación ocupa un lugar de privilegio. En cambio, la problemática de la relación entre inmanencia y trascendencia es uno de los pilares (acaso el fundamental) del ámbito religioso. Más allá de todo confesionalismo, esta “razón de ser” de las religiones hizo que Schönberg las tuviera como compañeras de viaje. Y, en gran medida, la evolución de su pensamiento y de su poética musical corrieron a la par que su búsqueda espiritual. Para Dika Newlin (gran conocedora del universo schönberguiano, al ser discípula aventajada del compositor, y compiladora y traductora de la primera edición de Style and Idea) existe una vinculación indiscutible entre el ámbito religioso un papel de cohesión social. Vid. Émile Durkheim, Les formes elementals de la vida religiosa, trad. J. Parramon, Edicions 62, Barcelona, 1987 (1912). 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae 125 y el ámbito creativo de Schönberg. Una vinculación a la que pocas monografías han prestado atención y que, sin embargo, nos parece del todo esencial. Suscribimos plenamente, pues, las palabras de Newlin cuando afirma que : lejos de tratar con conceptos puramente abstractos, las principales obras religiosas de Schönberg presentan su autobiografía espiritual en un lenguage vívido y nada ambiguo. Además, creo que sólo a partir de esta suposición se pueden explicar determinadas anomalías en la historia de estas obras. Y, con más ahínco aún, estoy convencida de que las ideas religiosas y filosóficas de Schönberg están inextricablemente entreligadas con la génesis de las innovaciones técnicas con las que su nombre está inolvidablemente asociado.15 Antes de analizar la vinculación de Schönberg con la religión, nos detendremos brevemente en el contexto sociocultural vienés que lo vio desarrollarse (sección 2.2), y en el sustrato musical que se encontró al comenzar a escribir (sección 2.3). No para aportar nada nuevo, sino para dar sólo cuatro pinceladas que —más allá de atestiguar el conocimiento de la bibliografía pertinente— permitan el funcionamiento autónomo de nuestro texto. Después de haber dibujado brevemente el sustrato sociocultural y musical de Schönberg, trataremos de adentrarnos —aquí sí con mayor índice de aportaciones propias— en su dimensión religiosa y espiritual (sección 2.4). Sólo pertrechados con estas tres cuestiones, podremos adentrarnos —con arreglo ya a la cronología— en el universo creativo de nuestro compositor. En nuestra aproximación —y siguiendo la estela de Newlin— trataremos de vincular la obra, las aportaciones técnicas y el pensamiento de Schönberg con su ineludible dimensión religiosa y espiritual. 2.2. 2.2.1. El contexto cultural del Finis Austriae La falta de reconocimiento y el replanteamiento de la identidad Schönberg había visto la luz el día 13 de septiembre de 1874 en el segundo distrito de la ciudad imperial, concretamente en el número 5 de la Obere Donaustrasse, en pleno suburbio judío de Viena, conocido como la Leopoldstadt. Esta zona estaba rodeada por un lado por un ramal del Danubio y por el otro Newlin, «Self-Revelation and the Law. Arnold Schönberg in his Religious Works», Yuval, vol. 1, 1968, pp. 204-205. 15 D. 126 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear por un canal, formando una gran isla alrededor del Prater, y estaba poblada mayoritariamente por habitantes venidos de Galitzia, Bohemia, Moravia y Hungría, asimilados en mayor o menor grado. Su padre, Samuel Schönberg —que a pesar de nacer en la húngara Szécsény se trasladó al poco tiempo a Bratislava— había llegado a la capital imperial a los 14 años. Y fue en esta Viena de acogida donde se casó con Pauline Nachod, una chica judía como él (aunque más devota), que había nacido en Praga. A pesar de su filiación judía, por su educación en la Realschule y a causa de la tendencia librepensadora tanto del padre como del tío Fritz Nachod (paradigmas del éxito de la asimilación del pueblo judío en la cultura centroeuropea),16 Schönberg se sentía como un vienés más, y estaba lo suficientemente alejado de la religión judía como para declararse agnóstico, tal como se deduce de una carta escrita el 19 de mayo de 1891 a su prima Malvina Goldschmied: «Hace poco Ottilie [la hermana de Schönberg] ha comentado que tu (como yo) no crees en la existencia de un ser superior [höheren Wesens]».17 A la muerte del padre, con 15 años, Schönberg tuvo que dejar los estudios para emplearse en un banco y aportar recursos a la familia. En 1895 Schönberg dejó de trabajar en la sucursal para dedicarse en cuerpo y alma a la música. Dejando de lado las peripecias biográficas que cuentan H. H. Stuckenschmidt o W. Reich en sus trabajos,18 lo cierto es que la relación de Schönberg con su 16 Para una visión general sobre este particular puede consultarse el extensísimo M. A. Meyer (ed.), German-Jewish History in Modern Times, 4 vol., Columbia University Press, Nueva York, 1996. En cuanto a la importancia de la formación (la Bildung) como factor de asimilación, vid. A. Elon, The Pity of It All. A Portrait of the German-Jewish Epoch, 1743-1933, Picador, Nueva York, 2002. Steven J. Cahn, «The Viennese-Jewish Experience» en J. Shaw / J. Auner (ed.), The Cambridge Companion to Schoenberg, Cambridge University Press, 2010, p. 197, afirma: Sin embargo, en la década de 1890 ser «100 por 100 alemán» no era el imperativo categórico en una Austria multinacional y multiétnica, como lo era en Alemania. En la teoría de Rosenblit sobre la identidad judía de la Austria habsbúrguica [Marsha L. Rosenblit, Reconstructing a National Identity: The Jews of Habsburg Austria During World War I, Oxford University Press, 2001], los judíos profesaban una «identidad tripartita», manteniendo su vínculo con la etnicidad judía, mientras se declaraban leales al emperador y adoptaban la cultura alemana predominante. 17 La carta se encuentra —en una transcripción bastante ilegible— en el archivo físico del Arnold Schönberg Center y no es consultable a través de la web. Carta de 19.5.1891. 18 Vid. H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, Alianza, Madrid, 1991; y W. Reich, Schoenberg. A Critical Biography, Longman, Londres, 1971. 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae 127 Viena natal fue, cuando menos, problemática. Su primera composición de calado (el sexteto Verklärte Nacht, op. 4, de 1899) fue rechazada en el Tonkünstlerverein, supuestamente, por la aparición de un acorde de novena en tercera inversión. A pesar de los intentos de persuasión de su amigo y futuro cuñado Alexander von Zemlinsky el comité estimó —según recuerda el propio director y compositor— que aquello «sonaba como si alguien hubiese emborronado la partitura del Tristán cuando todavía estaba húmeda».19 Finalmente, la pieza fue estrenada por el cuarteto Rosé tres años más tarde, en 1902, pero aquella primera experiencia negativa pareció abrir la veda a las muchas desconsideraciones que recibirían las obras de Schönberg por parte de sus conciudadanos, que generalmente propinaban sonados abucheos a las audiciones de sus obras, causando veraderos escándalos que la prensa no tardaba en reseñar. Aparte de sus discípulos, sólo Gustav Mahler (distinguido director de la Hofoper, pero menospreciado a su vez como compositor) resultó ser el único punto de apoyo musical en un panorama sombrío, saliendo al paso de la críticas que recibían sus partituras. Pero su admirado Mahler se iría a los Estados Unidos en 1908. Quizás por eso, en 1909, escribía a Richard Strauss: «En Viena estoy enemistado con casi todo lo que existe. Yo sólo puedo ser amable con aquello que admiro; y por eso tengo en Viena pocos amigos.»20 Y es que, a nivel docente, las cosas tampoco le iban mucho mejor a Schönberg. Y, a pesar de su buena reputación y de sus probadas contribuciones en la escuela de la Dra. Eugenie Schwarzwald (donde enseñó de 1903 a 1904), el compositor no pudo ocupar jamás la plaza que le habría correspondido en la Wiener Musikakademie. Sólo en 1910 ocupó una plaza de Privatdozent (una categoría sin salario fijo) que pronto abandonaría. Así pues, el compositor jamás se sintió reconocido ni laboral ni creativamente en su ciudad de origen. Y es significativo que en tres ocasiones (entre 1901 y 1903, entre 1911 y 1915, y entre 1926 y 1933) probase suerte en Berlín, una ciudad en la cual —tal como puede leerse en varias de sus cartas— se sentía más arropado que en su Viena natal. Con motivo de su segundo traslado a la ciudad germánica, escribe el 19 de octubre de 1911: Viena me hacía poco bien. Y, sin embargo, ¡qué duro es para un vienés acostumbrarse a las maneras tan distintas de los berlineses! Pero Berlín tiene lo que le falta a 20 H. 19 Citado en W. Reich, Schoenberg, p. 7. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 64. 128 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Viena: el respeto por el trabajo honesto y la confianza que dan aquellos que están interesados seria y genuinamente en lo nuevo (ASR, p. 100). Estando en Berlín, desde la Wiener Musikakademie se le propone en 1912 ocupar una plaza de profesor de Armonía y Contrapunto. Pero Schönberg, a pesar de que en Berlín las cosas no le iban tampoco demasiado bien, renuncia a ella. Además de motivos de sueldo y de posición, alega que hay sobre todo un motivo fundamental para declinar la oferta: Mi motivo principal es: por el momento no puedo vivir aún en Viena. No he olvidado todavía lo que allí se me ha hecho, aún no estoy reconciliado. Y sé que no aguantaría dos años. [. . . ] He de rogarle, respetado señor presidente, que considere esta determinación como irrevocable. No iré, aunque fueran solucionadas todas estas consideraciones que afectan al puesto. Usted no puede acabar con el motivo principal: ¡mi aversión a Viena! ¡Al menos no por ahora! Quizá, si usted debe guardarme ahora rencor, como yo guardo ahora rencor a Viena, quizá llegue usted a pensar dentro de algún tiempo con mayor benevolencia, y quizá llegue yo a sentir el amor a la patria dentro de algún tiempo con mayor fuerza que ahora; quizá pensará usted entonces en mí, y entonces seguramente yo querré volver. Pero ahora no puedo (ASL, 9). También resulta significativo que, al volver de su segunda expedición berlinesa, permaneciera sólo tres años en Viena y en 1918 se trasladara a Mödling, una zona residencial a las afueras de la capital, donde residiría hasta su última partida hacia la capital alemana, cuando se le reclamó para sustituir al fallecido Ferruccio Busoni en la Academia Prusiana de las Artes, en 1925. De esta última estancia en Berlín —con el interludio de los 9 meses pasados en Barcelona (del 15 de octubre de 1931 al 1 de junio de 1932)—, se iría ya a París (del 17 de mayo al 25 de octubre de 1933), para tomar el transatlántico Île de France, desembarcar el 31 de octubre de 1933 en Nueva York y no volver jamás a pisar Europa. El reconocimiento vienés a Schönberg sólo llegaría al final de su carrera, a los 75 años, cuando se le concedió el título de Hijo predilecto de Viena. Un reconocimiento que llegaba muy tarde y al que Schönberg contestó con una nota escrita en inglés en vez de hacerlo —y quizás el gesto no está exento de socarronería— en el alemán de recibo. Su nota se iniciaba con un toque de fina ironía: Siete ciudades se disputan ser el lugar de nacimiento de Homero. Hasta hace bien poco, conmigo parecía suceder lo contrario. Si bien no había siete ciudades implicadas, aún recuerdo un hombre diciendo de mí con autoridad: «¡Aunque fuese Mozart en persona, se tendría que ir!» 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae Pero ahora, después de haber adquirido el honor de la ciudadanía americana, me viene otro honor: el alcalde, su excelencia el general Dr. Theodor Körner y el senado der Stadt Wien me han conferido el Ehrenbürgerrecht der Stadt Wien. Quizás es superfluo afirmar que este honor me hace extremadamente feliz y que estoy orgulloso de que sea esta ciudad por cuyo amor y reconocimiento haría mi mayor sacrificio (SI, pp. 29-30). 129 A pesar de los vaivenes y la falta de reconocimiento de su ciudad natal, Schönberg se sentía plenamente ciudadano del imperio y heredero de la gran tradición cultural germánica. Por lo menos hasta la década de los 20. En 1916, por ejemplo, se incorporó con entusiasmo al servicio de su país en la Primera Guerra Mundial, con un patriotismo nada disímil al de muchos de sus conciudadanos, aunque a toro pasado reconociera lo ingenuo de su actitud.21 Pero todo cambiaría a raíz del creciente antisemitismo que se respiraba en centroeuropa ya desde bastante antes de la ascención de Hitler al poder, en enero de 1933. Schönberg padeció este antisemitismo en su propia carne: en verano de 1921 tuvo que marcharse de su residencia estival del Mattsee, porque los judíos no eran bienvenidos allí. Aunque Schönberg inicialmente le quitara importancia al asunto (en una nota a Berg del 16 de julio de 1921, afirma: «La gente allí parecía que me despreciaban tanto como si conocieran mi música. Más allá de eso no pasó nada. (ASR, p. 159)», lo cierto es que este incidente —sumado a algunos otros— hizo cambiar la concepción que Schönberg tenía de su identidad, tal como veremos más adelante (vid. 2.4.5). Aquello de sentirse vienés en Berlín no sólo era agua pasada, sino que resultaba ser una nimiedad al lado de lo que —a partir de la década de los 20— sería fundamental en la identidad de Schönberg: el hecho de sentirse, por encima de todo, judío. Así lo expone amargamente a su amigo Kandinsky el 20 de abril de 1923, a raíz de rumores de antisemitismo en la Bauhaus: [he comprendido] que no soy ni un alemán, ni un europeo, ni quizás siquiera un ser humano (al menos los europeos prefieren a los peores de su raza antes que a mí), sino que soy, en cambio, un judío (ASL, 63). 21 En una carta de alto contenido político dirigida a Stephen Wise el 12 de mayo de 1934, leemos: En 1916, como soldado austriaco, participando con entusiasmo en el ejército, me di cuenta de golpe de que la guerra no sólo se dirigía contra los enemigos externos, sino por lo menos con el mismo ahínco contra los internos. Y entre estos últimos, además de los que se interesaban por el liberalismo y el socialismo, estaban los judíos. (http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=2688 [8.7.2012]) 130 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Las tres primeras décadas del siglo xx vieron cómo los sucesivos intentos de asimilación del pueblo judío en la cultura europea se precipitaban hacia el desastre final con los achaques del creciente antisemitismo. Una pulsión que —canalizada por la abominable maquinaria nazi— acabaría condenando millones de judíos no a la exclusión, sino al exterminio. 2.2.2. El problema de la Darstellung y su influencia sobre la noción de relación Aparte de la cuestión identitaria judía sobre la que volveremos más adelante (vid. infra, 2.4.5), hemos visto cómo Viena no reconoció jamás la valía artística de Schönberg. Y esto era algo que a un compositor que quería abrirse paso en el mundo musical de principio de siglo no podía no importarle. Esta falta de reconocimiento seguro que debió de insuflarle una actitud crítica próxima a la que se respiraba en las tertulias de café. Debió de ser en estos círculos donde Schönberg —más allá de la problemática personal de que su obra no fuese reconocida— tomó conciencia de la problemática profunda que asolaba aquella Viena finisecular y que la acabó catapultando hacia el finis Austriae. Éste no es lugar para exponer en detalle esta cuestión, al tener por seguro que nada podríamos aportar a las excelentes monografías dedicadas al asunto.22 Sin embargo, sí que creemos que es necesario remarcar algunos de los rasgos principales de aquella sociedad, agrupados alrededor de lo que se conoce como la problemática de la Darstellung. Porque esta problemática sociocultural guarda un paralelismo insoslayable (incluso terminológicamente) con la preocupación estudio pionero en este terreno es el de A. Janik / S. Toulmin, La Viena de Wittgenstein, Taurus, Madrid, 1974 (1973). Unos años antes había aparecido el también imprescindible C. E. Schorske, Viena Fin-de-Siècle. Política y cultura, Gustavo Gili, Barcelona, 1981 (1961). Dos trabajos complementarios a estas monografías son: M. Cacciari, Krisis. Ensayo sobre la crisis del pensamiento negativo de Nietzsche a Wittgenstein, Siglo XXI, México, 1982 (1976); y la magna monografía de J. Casals, Afinidades vienesas. Sujeto, lenguaje, arte, Anagrama, Barcelona, 2003. Una publicación que logra resumir brevemente los mayores hitos de estas contribuciones es el estudio de M. Polo, Les Vienes de Wittgenstein, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona, 2011. También cabe destacar el volumen recopilatorio editado por N. Casullo (ed.), La remoción de lo moderno. Viena del 900, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1991, así como el libro de la temporada 2004-2005 de la ONE cordinado por L. Gago (ed.), Viena 1900, Orquesta y Coro Nacional de España, Madrid, 2004. 22 El 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae 131 máxima de Schönberg: aquella que motivó la escritura del «libro clave» sobre la representación de la idea (Darstellung des Gedankens). Tal como hemos visto, la preocupación fundamental de Schönberg era que la relación entre la idea y el estilo (o entre el pensar y el decir) fuese lo más adecuada y coherente posible. Justo lo contrario de lo que sucedía en aquella Viena, donde la correspondencia entre lo que «era» y lo que «parecía» estaba muy pero que muy lejos de ser transparente. Esta falta de coherencia (que en términos lingüísticos suponía una disrupción entre la esfera del significado y la del significante) acabó teniendo un alcance social y cultural que la intelectualidad crítica de la época se encargó de airear. Para Schönberg —así como para sus contertulios— la cuestión tenía una innegable dimensión moral, tal como vemos en un primerizo texto de 1909, titulado «Über Musikkritik»: En Viena siempre va a haber un par de hombres rectos, pero van a tener que tratar con los no rectos; un par de decentes que cierran el puño en el bolsillo y así tratan con los corruptos de la forma más amable de la que son capaces; un par de veinteañeros con la lucidez y la sensatez de los sexagenarios, que saben derivar cada uno de sus impulsos más bravíos hacia el camino de la previsión y la inteligencia; y un par de cuarentones con la desconfianza de los escolares quinceañeros, con la malicia, la falta de sentimiento de responsabilidad y la irrespetuosidad por las cosas que no son capaces de comprender (SHGS, p. 57 / SI, p. 197). El problema que Schönberg veía en su ciudad natal no era sólo una cuestión de encaje a nivel de aceptación de su obra, sino un desvío moral que amigos suyos como Karl Kraus (de quien decía «haber aprendido más de lo que uno debiera aprender de otro si quiere permanecer independiente»)23 o Adolf Loos no dudaban en criticar, y que identificaban con la problemática de la Darstellung. ¿En qué consistía esta problemática? Fundamentalmente en que entre la esfera del «ser» y la esfera del «aparecer» no había una continuidad lógica y transparente. En otros términos: la relación que se establecía entre estas dos instancias ontológicas no era coherente ni adecuada (significativamente, ¡justo lo contrario de lo que defendía Schönberg en su pensamiento compositivo!). En términos lingüísticos, esta disfuncionalidad entre lo interno y lo externo había alimentado la conocida Carta de Lord Chandos escrita en 1902 por Hugo von Hofmannsthal, que abordaba el problema de la «bancarrota de la palabra»24 señalando la fractura insalvable que se abre entre ésta y la realidad objetiva. 23 Citado por A. Goehr, «Schoenberg and Karl Kraus: The Idea behind the Music», en Music Analysis, vol. 4, n. 1/2, March-July 1985, p. 64. 24 Debemos esta afortunada expresión a Claudio Magris. Vid. C. Magris, «La indecència 132 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear El texto de Hofmannsthal, pero también el Tractatus Logico-Philosophicus de Ludwig Wittgenstein, abordaba la que —según Allan Janik y Stephen Toulmin— era la problemática fundamental de la Viena finisecular: la cuestión de la Darstellung, que «había llegado a ser por el año 1910 un lugar común en todos los campos del debate cultural vienés».25 Pero ¿en qué sentido la cuestión de la Darstellung podía incumbir a toda la sociedad? La respuesta de Janik y Toulmin abarca 300 páginas, pero a grandes rasgos su tesis plantea que lo que sería una problemática meramente lingüística (la adecuada relación entre la palabra y la cosa, o entre significante y significado), había traspasado —o tenía su correlato— a nivel social en la falta de correspondencia entre la realidad y la apariencia, con cariátides que escondían columnas, valses que servían para disimular derrotas y una doble moral que —desde lo sexual a lo político— regía lo bueno y mejor de la sociedad vienesa. Sólo a modo de ejemplo diremos que la misma alta sociedad que facilitaba el desahogo de sus hijos varones en los burdeles (porque la mayoría de edad social que daba acceso al matrimonio llegaba mucho más tarde que la fisiológica), era la que bailaba decorosamente en los salones profusamente ornamentados. Precisamente las partituras de los Strauss servían de bálsamo y de cosmético de los descalabros sociales, militares y económicos del imperio. Si el encanto del Fledermaus distraía a los empresarios del gran cataclisma económico del Viernes negro (la quiebra del mercado de valores del 9 de mayo de 1973), En el bello Danubio azul la monarquía habsbúrguica ahogaba sus últimas pretensiones de hegemonía europea, y sus célebres acordes sonaban en los salones de la corte pocas semanas después de que Prusia ridiculizara al emperador en la derrota de Sadowa, en 1866. En palabras de Josep Casals, «más que por un rasgo definido, el rostro de la Austria imperial-real se caracteriza por ser una máscara detrás de la cual siempre asoma lo contrario».26 Toda esta falta de integridad, toda esta doble moral, toda esta desfachatez, tenía un trasfondo lingüístico, como muy bien se encargaba de poner de manifiesto Karl Kraus en sus artículos de Die Fackel. Al fin y al cabo —como muy sagazmente vieron dels signes», en H. v. Hofmannsthal, Carta de Philipp Lord Chandos a Francis Bacon / L’escriptura com a espai espiritual de la nació, trad. J. Llovet, J. de Sola y J. Vallcorba, Quaderns Crema, Barcelona, 2007, p. 8. 25 A. Janik / S. Toulmin, La Viena de Wittgenstein, p. 35. 26 J. Casals, Afinidades vienesas, p. 30. 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae 133 Mauthner, Hoffmansthal y Wittgenstein— la cosa se reducía a una cuestión de lenguaje, puesto que —tal como afirmaba el propio Kraus— «el lenguaje no es el aya, sino la madre del pensamiento».27 En palabras de Lluís Duch, en la Viena de los primeros decenios del siglo xx, en franjas cada vez más amplias de la población, se impuso el firme convencimiento de que el lenguaje tradicional, es decir, el conjunto de las antiguas palabras religiosas, políticas y estéticas, había fracasado estrepitosamente y se habían vuelto totalmente inadecuadas para expresar y construir los aspectos fundamentales de la existencia humana.28 Tal como se deduce de las palabras de Lluís Duch, lo que estaba en juego no era una cuestión de poca monta: ¡«expresar y construir los aspectos fundamentales de la existencia humana»! Ante semejante tarea, la reacción de la intelectualidad vienesa a la inutilidad de los lenguajes dominantes fue unánime, si bien —como explica Malcolm MacDonald— la manera de llevarla a cabo tuvo actitudes distintas: En los círculos artísticos crecía gradualmente la conciencia de estancamiento social, de una doble moral que impregnaba todos los campos de la vida y el pensamiento, y de un sentimiento de inminente desintegración, fuertemente evocado en los ensayos y relatos de Stefan Zweig, las obras de Hugo von Hofmannsthal y las novelas y obras de teatro del amigo de Schönberg, Hermann Bahr. Mientras estos escritores, conscientes de su impotencia, contestaban a la situación con una melancolía más o menos teñida de un amargo escepticismo, otros trataban de combatirla con una positiva oposición ética fundamentada en las tradiciones del humanismo europeo. Sus esfuerzos les condujeron, durante la última década del siglo diecinueve y la primera del veinte, hacia una posición extrema según la cual era necesario repensar radicalmente el lenguaje de sus respectivas disciplinas con tal de mantener su validez. En la medida en que esto no era escapismo, sino una respuesta a la presión social, su actitud podría resumirse como la creencia en que una determinada crítica de los distintos idiomas en los cuales se expresa una sociedad, es una crítica a la sociedad misma.29 Schönberg fue de los segundos: ¿qué duda cabe de que repensó radicamente el lenguage musical? Pero considerar que la doble revolución lingüística que llevó a cabo es simplemente una reacción a la situación contextual de la Viena de la época, sería incurrir en un reduccionismo imperdonable ya que, tal como apuntábamos, por lo menos hay que considerar los condicionantes del 27 K. Kraus, Contra los periodistas y otros contras, Taurus, Madrid, 1981, p. 81, citado por R. García Alonso, Ensayos sobre literatura filosófica: G. Simmel, R. Musil, R. M. Rilke, K. Kraus, W. Benjamin y J. Roth, Siglo xxi, Madrid, 1995, p. 109. 28 Ll. Duch, «Introducció», en A. Schönberg, Moisès i Aaron, ed. y trad. Ll. Duch y J. Barcons, Fragmenta, Barcelona, 2012, pp. 20-21. 29 M. MacDonald, Schoenberg, J. M. Dent & Sons, Londres, 1976, p. 17-18. 134 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear lenguaje musical y —a nuestro juicio y al de Newlin— la dimensión religiosa del compositor. Pero tampoco hay que minimizar la importancia que tuvo la situación sociocultural vienesa para Schönberg. Ciertamente, la problemática de la Darstellung no sólo ayudó a configurar su estructura de pensamiento relacional, sino que debió de ser clave en la relevancia que adquirió la ética (por ejemplo con la noción de «hacer justicia a la idea») en la vida y en la obra (en otras palabras, en la estética) del compositor. En resumidas cuentas: tanto a nivel estructural como a nivel ético, la falta de coherencia y de lógica no podían trascender al campo artístico. Era responsabilidad de los artistas hacer que esta parcela quedara inmune a la plaga general. Por eso no debe extrañarnos que la primera pieza dodecafónica publicada por Schönberg fuese precisamente un «Vals», terminado en 1923, que resultaba ser la quinta pieza de las Fünf Klavierstücke opus 23. Escrupuloso como era Schönberg a la hora de atorgar un número de opus a sus obras, el hecho de que la primera pieza dodecafónica publicada sea un vals puede interpretarse como un gesto absolutamente crítico con el status quo vienés.30 Y más todavía si pensamos que su fecha de composición coincide con el número de opus, que coincide con el lugar que ocupa en la obra como quinta pieza (2+3=5), y que Schönberg desfiguraba así la cronología compositiva de las primeras obras dodecafónicas, puesto que la primera composición dodecafónica terminada fue el «Preludio» de la Suite für Klavier op. 25, compuesto en 1921. Si el hecho de que la primera obra dodecafónica publicada fuese un «Vals» parece tener tintes simbólicos, la configuración formal de las dos primeras obras enteramente dodecafónicas (la Serenade op. 24 y la Suite op. 25) también tiene algo de simbólico, al estar basadas en formas antiguas (Preludio, Gavota, Minueto, Variaciones, Giga, etc.). Más allá de verter formas antiguas en un nuevo contexto, esto le permitía centrarse puramente en la utilización del método al confiar la forma de las obras en patrones estructurales rítmicos y organizativos de sobrada solvencia. El hecho de que el op. 25 sea precisamente una Suite también es significativo, porque entronca directamente la obra de Schönberg con las Suites de J. S. Bach, entendiendo al cantor de Leipzig como sumo sacerdote del lenguaje tonal y como fundamento de la tradición germánica, al lado del 30 Abordamos esta cuestión en nuestro primer artículo publicado sobre Schönberg: J. Barcons, «¿Cómo suena Schönberg hoy?», Movimiento actual, n. 130, abril 2003, pp. 33-35. 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae 135 Figura 2.1: Serie básica de la Suite für Klavier, op. 25 cual se situaría ahora Schönberg como iniciador de un nuevo lenguaje. El hecho de que la serie básica de la suite entera empiece su cancrizante (¡precisamente el cancrizante!) con BACH —tal como remarca Eike Feß,31 y tal como puede verse en la figura 2.1— viene a sugerir esta lectura. No es casual tampoco que las primeras piezas dodecafónicas que Schönberg escribió (el «Preludio» del op. 25) y publicó (el «Vals» del op. 23) fuesen piezas pianísticas. Si bien el piano sirvió a Schönberg como campo de pruebas en sus virajes fundamentales hacia la atonalidad y hacia el dodecafonismo,32 hay que tener en cuenta que el piano es el único instrumento en el que hay una inequívoca correspondencia entre la tecla pulsada y la nota emitida. Así pues, que las primeras piezas dodecafónicas escritas fuesen para piano parece un gesto programático de transparencia afín a la transparencia (y a la adecuada Darstellung entre material precompositivo y superficie musical) que pretendía el dodecafonismo. Así mismo, hay transparencia (o correspondencia honesta) entre los números de los tres primeros opus dodecafónicos y sus respectivos años de publicación. Anteriormente Schönberg ya había hecho coincidir años de publicación con números de opus, o números de opus con peculiaridades internas de las obras (como en el caso del Pierrot lunaire op. 21, compuesto en 1912, y que constaba de 21 piezas). Pero en la publicación de las primeras 3 obras dodecafónicas, Schönberg da una vuelta de tuerca más. Las Fünf Klavierstücke op. 23 se publicaron en 1923, la Serenade op. 24 en 1924 y la Suite für Klavier op. 25 en 1925. En las Fünf Klavierstücke donde aparecía la primera pieza dodecafónica, 31 E. Feß, «Introduction» a la Suite für Klavier op. 25, en http://www.schoenberg.at/ index.php?option=com_content&view=article&id=194&Itemid=369&lang=en [3.8.2012] 32 Las Drei Klavierstücke op. 11 y las canciones para voz y piano de los op. 12, 14 y 15 actúan un poco como campo de experimentación atonal, aunque la primera pieza atonal, en cuanto a número de opus, sea el Segundo cuarteto de cuerda, op. 10, como veremos infra. 136 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear la coincidencia del año 23 (2x3=6) con el opus 23 (2x3=6) tenía una innegable dimensión numerológica al sumar 12. El opus 24 (su mitad es 12) resaltaba entre dos opus pianísticos: el 23, parcialmente dodecafónico y el 25 totalmente, erigiéndose en algo así como una bisagra privilegiada entre dos formas de escribir. Además, esta Serenade op. 24 está escrita para una formación en cierta medida reminiscente de la del Pierrot lunaire (compuesto en 1912, mientras el op. 24 se empezó en 1921: nótese la simetría inversa 12-21), para la cual son necesarios 7 instrumentistas (para el Pierrot, 5: 7+5=12) y un cantante. Además, sus piezas se ordenan siguiendo una estructura simétrica totalmente coherente con el uso del procedimientos serial básico de la retrogradación. Tal como dice Camille Crittenden: Los siete movimientos se disponen simétricamente: 1 (Marcha) y 7 (Finale) comparten material musical, 2 (Minueto) y 5 (Escena de danza) tienen caracteres danzados similares, mientras que 3 (Variaciones) y 6 (Canción [sin palabras]) son más relexivos. El movimiento central, una canción (Soneto de Petrarca), proporciona el punto focal para el conjunto.33 Los siete movimientos, pues, tendrían su correspondencia con los siete instrumentistas (si exceptuamos el cantante, usado sólo en la pieza central) que se precisan en escena. Pero estábamos hablando del Vals del opus 23. El hecho de que la primera composición dodecafónica que apareciera a la luz pública pertenezca a este género, parece una crítica frontal al uso embelesador y cosmético que la alta sociedad daba a los valses de la familia Strauss. Y remarcamos: al uso que se les daba, no a los valses en sí. Porque, aunque demasiadas veces se cuelgue a Schönberg el sambenito de elitista, lo cierto es que no tenía nada en contra de la música popular y fácil. Así lo confiesa por extenso en «Why no great American Music?» de 1934 (SI, p. 178), donde saca a colación la anécdota de que Brahms, al oír los primeros compases de En el bello Danubio azul, exclamó: «¡Mecachis, no es de Brahms!». A este respecto resulta significativo comprobar cómo todas las referencias y juicios que Schönberg dedicó a Johann Strauss fueron siempre positivos. Como muestra, un botón: Es un hecho el que las únicas personas que pueden escribir de un modo popular y generalmente comprensible son aquellos que han nacido con una capacidad inventiva [Erfindungsgabe], un modo de pensamiento [Denkart] y una manera de represen- Crittenden, «Introduction» a Serenade op. 24: http://www.schoenberg.at/index. php?option=com_content&view=article&id=193&Itemid=368&lang=en [3.8.2012]. 33 C. 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae tar [Darstellungweise] que es popular. Los mejores ejemplos son Johann Strauss y Nestroy (SHGS, p. 161 / SI, p. 268). 137 Y, además, estos elogios a dos compositores “facilones” como Johann Strauss y Johann Nestroy incluyen dos términos clave de la concepción schönberguiana de la praxis compositiva: la capacidad inventiva [Erfindungsgabe] y la manera de representar [Darstellungweise]. Así pues, el «Vals» del opus 23 no podía oponerse a Strauss, sino al uso que se le daba. Contrariamente a las bellas melodías straussianas, la pieza de Schönberg (a pesar de su gracilidad inicial) no permitía maquillar ninguna realidad perturbadora. Y, por el hecho de ser dodecafónica, establecía una correspondencia absoluta y transparente entre el fundamento precompositivo y su resultado final. Además, el hecho de que sea casi la única pieza de toda la producción schönberguiana que contiene un adorno (el trino de los compasses 15, 16 y 17) nos parece significativo: puede ser un guiño altamente irónico a la función ornamental que desempeñaban los valses en aquellos salones vieneses llenos también de ornamento. Llenos —como diría Afolf Loos— de «ornamento» y de «delito». . . 2.2.3. Adolf Loos y Stefan Zweig: el delito del ornamento y la coherencia con los tiempos Uno de los artículos más conocidos de Adolf Loos es el que se titula «Ornamento y delito» (original de 1908), en el cual el célebre arquitecto expone por vez primera la naturaleza “delictiva” de lo ornamental, afirmando que «ningún ornamento puede nacer hoy de alguien que viva en nuestro nivel cultural».34 No porque lo ornamental sea aborrecible per se, sino porque es extemporáneo para la cultura europea del momento. Es así como Loos llega a su más célebre formulación: «la evolución de la cultura es proporcional a la desaparición del ornamento en los objetos utilitarios».35 Loos va repasando varias actitudes cotidianas, y suma cuestiones éticas y políticas al uso o desuso de lo ornamental. A partir de una de las tareas cotidianas que refiere, podemos entrar en el quid de la cuestión: 353. 34 A. Loos, «Ornamento y delito» en Ibid., Escritos, vol. I, El Croquis, Madrid, 1993, p. p. 347. 35 Ibid., 138 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Figura 2.2: Inicio del «Waltz» de las Fünf Klavierstücke, op. 23 [CD - Pista 2] Cuando quiero tomar un trozo de empanada, escojo uno que sea bien liso, y no uno que represente un corazón, un niño con pañales o un jinete recubierto de ornamentos. El hombre del siglo quince no me comprenderá. Pero sí todas las personas modernas. El defensor del ornamento cree que mi impulso por la sencillez equivale a una mortificación. ¡No, distinguido señor profesor de la Escuela de industrias artísticas, no me mortifico! Me sabe mejor así. Los vistosos guisos de siglos pasados, que mostraban toda clase de ornamentos para hacer parecer más apetecibles los pavos, los faisanes, las langostas, producen en mí el efecto contrario. Con horror voy por una exposición culinaria, si pienso que tendría que comerme esos cadáveres de animales disecados. Yo como roastbeef.36 36 Ibid., p. 349. 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae 139 El hecho de que Loos quiera comer una empanada que no tenga forma de algo que no sea la propia empanada se fundamenta esencialmente en la misma voluntad schönberguiana de que el estilo (el modo de aparecer) sea fiel a la idea (el modo de ser). En ambos casos se trata del problema de la representación: la forma debe presentar (o representar —esta es la palabra exacta que utilizan tanto Loos como Schönberg—) el contenido. Por eso la empanada no puede tener forma de corazón: el corazón no hace que la empanada sepa mejor. Al contrario: le quita integridad al disimular y esconder aquello que realmente es. Esta crítica de Loos no era distinta de la que practicaba Kraus. Tal como afirmaba el propio literato en un texto conmemorativo para el Festschrift del 60 aniversario de Loos: Lo que hemos hecho Adolf Loos y yo —él literalmente, yo lingüísticamente— no ha sido más que enseñar que hay cierta diferencia entre una urna y un orinal; y que es precisamente en esta diferencia donde la cultura tiene margen de actuación. Sin embargo los otros, los positivistas, se dividen entre aquellos que utilizan la urna como orinal y los que utilizan el orinal como urna.37 Lo que permitía confundir el orinal y la urna no era otra cosa que la ornamentación. Por eso «Loos creía que a los edificios y a sus contenidos debería permitírseles revelar sus elementos estructurales a través de su función y de sus materiales (un ideal no lejano del de Louis Sullivan “la forma sigue a la función”), sin que la decoración irrelevante las oscureciera».38 Esta ornamentación que lo confunde todo aparecía —según Loos— por el hecho de que la época moderna ya no tenía necesidad de ornamento. Y es así como durante la segunda mitad del siglo xix —siempre según Loos— la época moderna se revisitió con estilos anacrónicos, que ya no le correspondían. Tal como decía el arquitecto: Cada época tenía su estilo, ¿y sólo a nuestra época debía negársele un estilo? Por estilo entendían ornamento. Entonces dije: no lloréis. Ved, es esto lo que caracteriza la grandeza de nuestro tiempo: que no sea capaz de ofrecer un nuevo ornamento. Hemos superado el ornamento, nos hemos decidido por la desornamentación. [. . . ] Pero hay espíritus negros que no quieren tolerarlo. [. . . ] Las personas estaban suficientemente desarrolladas como para que el ornamento ya no les produjera sensaciones de placer. [. . . ] 37 K. Kraus, «Nachts», en Adolf Loos. Festschrift zum 60 Geburstag am 10-12-1930, Viena, 1930, p. 27. El texto se encuentra recogido también en K. Kraus, Werke. Beim Wort Genommen, vol. III, H. Fischer (ed.), Kösel, Munchen, 1955, p. 341. 38 J. A. Smith, Schoenberg and His Circle. A Viennese Portrait, Schirmer, Nueva York, 1986, pp. 24-25. 140 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Los espíritus negros oyeron esto con malhumor y el estado, cuya tarea es detener el desarrollo cultural de los pueblos, hizo suya la cuestión de desarrollar y reponer el ornamento. [. . . ] Pronto se vio en el Museo de industrias artísticas de Viena un bufet llamado «La buena pesca», pronto hubo armarios que llevaron el nombre de «La princesa encantada» o algo parecido, refiriéndose al ornamento con que estaban cubiertos estos desgraciados muebles. El estado austríaco toma su deber tan al pie de la letra que procura que no desaparezcan las polainas del territorio de la monarquía austro-húngara. [. . . ] Así, la epidemia ornamental está reconocida estatalmente y es subvencionada con dinero estatal.39 El ornamento, pues, era superfluo e iba en contra de dos cuestiones clave. Por un lado iba en contra de la estructura y del uso del objeto, escondiéndolos en vez de revelarlos, lo cual propiciaba la confusión entre la urna y el orinal. Por el otro, iba en contra de lo propio de los tiempos, en una Viena que adolecía ya demasiado de este mal: por poner sólo un ejemplo, basta decir que mientras la ciudad se electrificaba, el casi-eterno Francisco José seguía manteniendo la luz de carburo en palacio. El delito del ornamento radicaba, pues, en la doble vulneración de aquello que sería apropiado tanto funcional como temporalmente. La voluntad de eliminarlo venía casi de un mandato ético. Teniendo esto en cuenta, podemos entender todavía mejor las implicaciones de lo que dice Schönberg en el prólogo de la primera edición de Style and idea al que nos hemos referido al inicio del primer capítulo. Las palabras que utiliza Schönberg no pueden ser más exactas: «no quiero aparecer adornado con los méritos estilísticos de otra persona» (SI-1, p. v). ¿Por qué? Porque este «modo de aparecer» no sería acorde —ni intelectual ni ontológicamente— con su «modo de ser» y supondría traicionar tanto sus principios intelectuales como su propia entidad personal. Si aceptase aparecer adornado con un estilo impropio, aparecería de un modo que no es; y esta era precisamente la ruina cultural, moral y política de la Viena finisecular: la falsa relación entre el «modo de ser» y el «modo de aparecer». Y era esta relación incongruente entre los dos ámbitos lo que soliviantaba a la intelectualidad de la época; algo que por fuerza tenía que contribuir a configurar el «pensamiento relacional» de Schönberg. Quizás este status quo propició no sólo que el concepto de relación cobrara importancia en el pensamiento schönberguiano, sino que Schönberg fundamentara la enseñanza y la práctica de la composición en la adecuación entre la idea y el estilo. Tal como hemos visto, todos sus esfuerzos compositivos y docentes 39 A. Loos, Escritos, pp. 347-348. 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae 141 se centraron en procurar que la relación entre la idea y el estilo fuera coherente (para lo cual la obra tenía que gozar de relaciones internas cohesionadas) y en procurar que la relación entre el estilo y la capacidad del oyente fuese de una naturaleza tal que permitiera (lo lograra o no. . . ) la comprensibilidad de la obra. Coherencia, cohesión y comprensibilidad: he ahí una tríada insoslayable en toda composición. Porque la tarea del compositor —lo hemos visto sobradamente— consiste en hacer que la representación de la idea en el estilo sea la apropiada, es decir, coherente, y se garantice al máximo su comprensión final.40 Pero además de la adecuación entre la propia idea y su realización era necesaria la adecuación entre la estructura y la superficie musical. Y esto era algo que tenía que ver con la adecuación con los tiempos, asumiendo —como veremos en la siguiente sección— el estado en el que se encontraba la sintaxis musical de la época. Tal como decía Schönberg, «un compositor —un verdadero creador— sólo compone si tiene algo que decir que todavía no ha sido dicho y que siente que tiene que ser dicho» (SI, p. 165). Pero para decirlo, ¿qué duda cabe de que hay que decirlo en consonancia con los tiempos? La fidelidad a uno mismo y a aquello —¡cuidado con la formulación!— «que todavía no ha sido dicho y que [. . . ] tiene que ser dicho» implica estar atento a la demanda de los tiempos. Es por eso que, en resumidas cuentas, «no se puede empezar desde una imagen preconcebida de un estilo» (SI, p. 121). O, en palabras de Adolf Loos, «todas las formas modernas tienen que estar en correspondencia con los nuevos materiales y los nuevos requerimientos de nuestro tiempo, si quieren ser adecuadas a la humanidad moderna».41 Las palabras de Loos no tienen que extrañarnos, pues la cuestión de la asunción de los tiempos era casi un imperativo ético de aquella Viena en cuya 40 Una muestra más de ello la encontramos en «Criteria for the Evaluation of Music», de 1946, donde Schönberg dice: «Después de haber evaluado las ideas desde estos puntos de vista, el experto debe proceder a los problemas de estilo: ¿el espacio y el tiempo son adecuados para la imporancia o falta de imporancia de las ideas? ¿Las ideas principales se distinguen suficientemente de las secundarias [. . . ]? ¿La amplitud de la presentación está justificada?» (SI, p. 132). A estas primeras tres preguntas siguen ¡quince más!, que llenan generosamente un par de párrafos y evalúan la adecuada correspondencia entre la idea y su realización. 41 Citado en L. Münz / G. Künstler, Adolf Loos: pioneer of modern architecture, Thames & Hudson, Londres, 1966, p. 14. 142 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Figura 2.3: Fachada del edificio de la Secession, construido por J. M. Olbrich en 1897 Ringstrasse se levantaron en pocos años «un parlamento helénico, un ayuntamiento gótico, una universidad renacentista, [y] un teatro barroco», en «un ejercicio de historicismo por parte del Emperador que sería contestado a pocos metros de allí por el edificio de la Secession de Olbrich».42 Efectivamente, el edificio de Olbrich (1867-1908) se levantó en 1897 como casi un simple cubo blanco con una cúpula dorada, que parecía reaccionar a las gárgolas, volutas, cariátides, pináculos y bajos relieves que proliferaban en el anillo imperial. Y en su dintel figuraba una reluciente inscripción: «Der Zeit ihre Kunst. Der Kunst ihre Freiheit». Es decir: «Al tiempo, su arte. Al arte, su libertad». Esta máxima del escritor y periodista Ludwig Hevesi (1843-1910) que figuraba en la fachada de la Secession resumía a la perfección el espíritu de la época. Y, con el tiempo, se erigiría en un inequívoco paralelismo del inicio de De lo espiritual en el arte, que Vasili Kandinsky publicó en 1912: Toda obra de arte es hija de su tiempo, muchas veces es madre de nuestros sentimientos. De la misma forma, cada período de la cultura produce un arte propio que no puede repetirse. El intento de revivir principios artísticos pasados puede producir, Gago, «La antorcha en el ocaso», en Ibid. (ed.), Viena 1900, Orquesta y Coro Nacional de España, Madrid, 2004, p. 18. 42 L. 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae a lo sumo, obras de arte que son como un niño muerto antes de nacer.43 143 Nuria Schoenberg Nono, hija del compositor, refiere un pasaje que da muestras del humor de Schönberg al hablar de esta coherencia con los tiempos. Y, pasando de lo particular a lo universal, circunscribe la actitud de su padre en el contexto espiritual de aquella Viena finisecular, hablando de la labor sin par de la escuela de diseño vienesa iniciada por Koloman Moser y Josef Hoffman: Hiciera lo que hiciera, Schönberg trataba de cultivar las formas más actuales para adecuarse al espíritu del tiempo en el que vivía. Aplicó este principio a cada aspecto de la propia vida. Una vez declaró en una entrevista a un periódico: «El estilo Luis xiv no habría existido si Luis xiv hubiese preferido vivir con el estilo Luis xiii. Luis xv y sus sucesores eran bien conscientes de la propia época y rechazaban la idea de vivir con un estilo de segunda mano». Naturalmente, los estilos deben cambiar con los tiempos y un hombre moderno sólo se puede sentir a gusto con objetos de la propia época, sin que eso pueda impedirle apreciar el pasado en sentido histórico. En Alemania, el grupo de la Wiener Werkstätten lo rediseñó todo, de las fábricas a los saleros, de los proyectos de casas a los juegos de ajedrez, para responder a las exigencias estéticas y prácticas del hombre moderno.44 Así pues, aunque esta necesidad de asumir el signo de los tiempos podía ser una divisa espiritual y estética compartida por varios círculos artísticos centroeuropeos, en el contexto específicamente vienés venía azuzada sin duda por el anacrononismo reinante en un imperio que avanzaba a ciegas hacia su colapso, sin ninguna capacidad de análisis del presente ni de previsión del futuro.45 43 V. Kandinsky, De lo espiritual en el arte, trad. G. Dieterich, Paidós, Barcelona, 1996 (1912), p. 21. Kandinsky escribió el grueso del libro en 1910. 44 N. Schoenberg-nono, «Tra le carte di mio padre», en Letterature straniere &. Quaderni della Facoltà di Lingue e Letterature Straniere dell’Università degli Studi di Cagliari, al cuidado de A. Trudu, Carocci, Roma, 1999, p. 161. Schönberg mismo diseñó varios juegos de ajedrez, de cartas e incluso inventó nuevos juegos. El juego Coaliciones (una especie de ajedrez para cuatro jugadores) es un buen ejemplo de ello, y sus fichas son tanques, aviones, cañones, en vez de los estilizados alfil, torre o peón que —en su origen— también tuvieron una inspiración de estrategia bélica. Vid. Ch. Meyer (ed.), Arnold Schönberg. Spiele, Konstruktionen, Bricolagen, Arnold Schönberg Center, Viena, 2004. 45 Esta asunción del signo de los tiempos era algo que sucedía fundamentalmente en el ámbito de la centroeuropa cultural germánica. Tal como dice Stella Wittenberg en «Fin de siglo en la Viena de Karl Kraus: fachada, ornamento y máscara en el arte», en B. Marizzi / J. Muñoz (ed.), Karl Kraus y su época, Trotta, Madrid, 1998, pp. 29-30: Se ha definido la política de la época como un sistema de «infame fingimiento» al que estaban sometidas todas las instituciones en Alemania y en Austria-Hungría. Por ejemplo, en El hombre sin atributos, Robert Musil expresa de manera paradigmática el contraste entre la apariencia y la realidad en el terreno de la política. O también 144 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear No es casual, tampoco, que en el epígrafe de El mundo de ayer, Stefan Zweig (1881-1942) reaccionase contra esta actitud, y utilizase el siguiente verso extraído de la tercera escena del cuarto acto del Cimbelino de William Shakespeare: «Acojamos el tiempo tal como él nos quiere».46 La frase —que en el original de Shakespeare pronuncia el rey de los bretones al ser informado del mal estado de salud de su esposa y del avance de las tropas enemigas— venía que ni pintada a la situación tanto personal como política de la monarquía austriaca. Y lo cierto es que el texto de Zweig, a pesar de ser una autobiografía, sirve como retrato magnífico del finis Austriae y de la situación vivida por la sociedad de la época. La pertinencia del epígrafe y los finos análisis de Zweig son en gran medida extrapolables a todos los intelectuales que fueron sus compañeros de generación, y en particular a Schönberg, ya que las concomitancias entre los dos personajes no son anecdóticas. La de Schönberg, Zweig, Loos, Kraus, Wittgenstein, Schiele, Hoffmansthal, Kokoschka. . . fue una generación que —como dice el escritor en la primera página del libro— cargó «con el peso del destino como, seguramente, ninguna otra en la historia».47 2.2.4. Una «fuerza histórica inevitable» y el encuentro con Adolf Loos Este «peso del destino», este «acoger el tiempo tal como él nos quiere» no fue desoído por Schönberg. Y acarreó el mandamiento de compromiso histórico (de coherencia con los tiempos) hasta sus últimas consecuencias, hasta el punto de que —muy hegelianamente—se «consideró a sí mismo como una fuerza histórica inevitable»,48 imbuida casi de tintes mesiánicos. Egon Wellesz —discípulo Sigmund Freud disecciona el sistema de fingimiento e hipocresía en el terrno de la moral sexual. 46 S. Zweig, El mundo de ayer, trad. J. Fontcuberta y A. Orzeszek, Acantilado, Barcelona, 2002, p. 7. 47 Ibid., p. 9. 48 Ch. Rosen, Schoenberg, Antoni Bosch, Barcelona, 1983, p. 7. Es así como Charles Rosen empieza, sin más dilación, su breve pero lúcida y fundamental biografía sobre el compositor. En cuanto a la asunción de los tiempos, basta tener en cuenta la siguiente apreciación de Schönberg: La idea de que nosotros, los músicos occidentales, no podemos olvidar nunca los siglos de tradición sobre los que nuestra cultura está fundada. . . , esta idea encontrará sin duda eco en su propio corazón. Aunque seamos modernos, aunque tengamos 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae 145 de Schönberg, y autor del primer trabajo de calado dedicado al compositor, escrito en 1921, cuando éste tenía 57 años— relata una anécdota significativa al respecto: El oficial encargado de los reclutados le preguntó: «¿Usted es el compositor que genera tanta controversia? A lo cual Schönberg contestó: «Mucho me temo que he de decirle que sí. Pero permítame que me explique: alguien tenía que hacerlo. Y como nadie quería, tuve que encargarme yo.»49 En 1937, en el artículo «Heart and Brain in Music» Schönberg afirmaba: «Sabía que tenía que cumplir una tarea. Tenía que expresar aquello que tenía que ser expresado, y sabía que tenía el deber de desarrollar mis ideas en beneficio del progreso en música, me gustase o no» (SI, p. 53). Algo que el compositor reiteraría doce años más tarde, por extenso, en la circular de agradecimiento remitida a sus amigos con motivo de su 75 cumpleaños, en la cual se acuerda de de la misma anécdota que citaba Wellesz. El 16 de septiembre de 1949 Schönberg escribe: Desde hace muchos años me he resignado a que no puedo contar en vida con una plena y afectuosa comprensión de mi obra, esto es, de lo que tengo que decir musicalmente. Bien sé que algunos de mis amigos se han acostumbrado ya a mi forma de expresión y se han familiarizado con mis ideas. Serán ellos entonces los que cumplirán lo que, hace justamente treinta y siete años, predije en un aforismo: «La segunda mitad de este siglo hará malo por sobreestimación lo que la primera mitad ha dejado en blanco en mí por infraestimación.» Estoy algo avergonzado por todas estas exaltaciones [en motivo del aniversario]. Pero, no obstante, también veo algo estimulante en ellas. Esto es: ¿no es pues evidente que pese a la resistencia de todo el mundo, no cesa, sino que continúa apuntándose lo que se produce? No sé cómo han pensado sobre esto los grandes. Mozart y Schubert eran lo bastante jóvenes para no tener que entrar en esta cuestión. Pero Beethoven, cuando Grillparzer llamó confusa a la Novena, o Wagner, cuando el proyecto de Bayreuth amenazaba con fracasar, o Mahler, cuando todos lo encontraban trivial. . . , ¿cómo podían seguir escribiendo? Sólo conozco una respuesta: tenían cosas que decir, cosas que tenían que llegar a ser dichas. Una vez, en el servicio militar, se me preguntó si yo era realmente el compositor A. S. «Alguien tiene que serlo», dije, «nadie quiere serlo, así que yo me he prestado a ello». Quizá también tenía yo cosas que decir, aparentemente impopulares, que tenían que llegar a ser dichas (ASL, 261). conciencia de nuestro deber de atenernos a las exigencias del pensamiento actual, no olvidamos nunca lo que debemos a nuestros predecesores (ASL, 217). Wellesz, Arnold Schoenberg. The Formative Years, Galliard Paperbacks, Londres, 1971 (1921), p. xiii. 49 E. 146 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Schönberg asumió esta especie de misión, este compromiso con lo que era aparentemente impopular, dejando de lado su voluntad (es decir: le «gustase o no»). No se trataba de una elección, sino de un deber fundamentado en «la figura del “Comandante supremo” como una metáfora que encarna el principio más concreto de la conducta artística: la obligación del artista responsable de hacer lo que está convencido que se debe hacer, y que otros no quieren o no son capaces de hacer».50 Esta es la ética del artista, que implica un movimiento (Bewegung) hacia —a veces— un territorio distinto del que uno querría. Schönberg asumió este deber a pesar de que le hubiera sido más fácil —para decirlo con un lenguaje bíblico nada ajeno al compositor— apartar el cáliz de su boca. Pero no lo hizo. En 1909-10, aproximadamente dos años después de las primeras obras atonales, Schönberg escribía un aforismo en el que sacaba a colación la noción de necesidad: Nunca he sabido de inmediato si lo que compongo es bello, pero sí que era necesario. «Y el Señor vio que era bueno», pero sólo después de haberlo terminado (SHGS, p. 26).51 La referencia directa al relato bíblico de la creación no es baladí. Y mucho menos la puntualización final: «sólo después de haberlo terminado» (!), que añade un matiz fundamental y revela ya el pensamiento de Schönberg en la línea de lo que veíamos en la nota de la página 114, donde también se sacaba a colación el relato del Génesis. Es decir, «el Señor vio que era bueno» sólo una vez realizado; una vez la idea es reconocible en una obra acabada, después de que la idea haya sido vertida en el estilo que le corresponde. Para decirlo en otros términos: sólo es posible ver que algo es bueno una vez la correspondencia entre la idea y su realización es pertinente y adecuada. Porque justamente de lo que se trataba en la “revolución atonal” era de que el fondo (que ya no se organizaba tonalmente) tuviese también una adecuada (angemessene) representación a nivel superficial (es decir: dejando de lado la apariencia melódica o armónica de un sistema 50 M. Babbit, «Moses und Aron» en Ibid., The Collected Essays of Milton Babbit, Princeton University Press, 2003, p. 228. Babbit afirma que es en esta dimensión metafórica que debe entenderse lo que supone la figura del Comandante supremo. A la luz de lo dicho sobre la coherencia en la página 63, queda claro que Schönberg no entendía esta figura sólo a nivel metafórico. 51 Susana Zapke, en «Arnold Schönberg: la abstracción es atonal», Revista de Occidente, n. 297, febrero 2006, p. 176 puntualiza las resonancias bíblicas de la cita y la conecta con la anécdota del ejército contada por Hans Eisler. 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae 147 tonal que ya no servía como «función estructural de la armonía»). Se trataba de asumir el destino, aunque esto no fuera fácil. Efectivamente, esa «asunción del destino» no fue sencilla. Y, a pesar de que habría podido cosechar éxitos mayúsculos de haber seguido escribiendo en el estilo de sus primeras obras, que eran epígonos de un postromanticismo grandioso, optó por dar un paso adelante y ser fiel a lo que tenía que decir. Esta decisión de «expresar aquello que tenía que ser expresado» y «decir [aquellas cosas] que tenían que llegar a ser dichas»— indicaba (así lo percibía Schönberg) un fuerte compromiso con los tiempos y con la del propio lenguaje musical, dado que el paso se daba «en beneficio del progreso en música» (SI, p. 53) y era fruto de un «destino» que le había «forzado en esta dirección» (SI, p. 109). Si quería seguir adelante, Schönberg no podía seguir escribiendo en aquel estilo que tan bien conocía y que tanto dominaba. Lo que seguiría sería la atonalidad y el dodecafonismo. Pero el paso previo —verdadera bisagra entre el postromanticismo y lo que vendría luego— se produjo en la Sinfonía de cámara op. 9 (1906). Una obra que, para Schönberg constituía «el clímax de mi primer periodo» (SI, p. 84). En ella, Schönberg creía haber dado con la manera de atravesar el muro del callejón sin salida en el cual se encontraba el lenguaje musical de su época. En 1948 recuerda: Cuando acabé mi primera Kammersymphonie, op. 9, les dije a mis amigos: «ahora he establecido mi estilo. Ahora sé cómo tengo que componer.» Pero mi siguiente obra mostró una gran desviación de este estilo; fue el primer paso hacia mi estilo actual. Mi destino me había forzado en esta dirección —no estaba destinado a seguir a la manera de La noche transfigurada o los Gurrelieder o incluso el Pelleas y Melisande. El Comandante Supremo me había dispuesto un camino más duro (SI, p. 109). En cuanto al callejón sin salida, Schönberg lo tenía bien identificado, con nombre y apellidos. En un texto anterior, de 1937, al hablar también del opus 9 dice también haber encontrado su estilo, lo cual solucionaba varios problemas de un carpetazo: Después de haber acabado la composición de la Kammersymphonie no eran sólo las expectativas de éxito lo que me llenaba de alegría. Era otra cuestión, mucho más importante. Creía que ahora había encontrado mi estilo personal de composición, que todos los problemas que antes habían preocupado a un joven compositor habían sido resueltos y que se había mostrado un camino a partir de las perplejidades en las cuales nosotros, los jóvenes compositores, nos habíamos visto implicados a través de las innovaciones armónicas, formales, orquestales y emocionales de Richard Wagner. Creía haber encontrado maneras de construir y llevar a cabo temas y melodías comprensibles, característicos, originales y expresivos, a pesar de la armonía enriquecida que habíamos heredado de Wagner (SI, p. 49). 148 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear ¿En qué consistían estas «maneras»? ¿En qué consistía este «estilo personal de composición»? En sus análisis de la partitura, Schönberg apenas habla de la ingeniosa planificación tonal de la pieza, de su disposición formal o de los de los hallazgos armónicos que presenta. Lo cual es significativo, porque en todos estos aspectos la Kammersymphonie aportaba soluciones novedosas a tener en cuenta por sí mismas, de modo aislado. Pero Schönberg no se centra en ellas y, en cambio, dirige principalmente sus explicaciones a las conexiones entre estas innovaciones, sobre todo explicitándolas a nivel temático. ¿Qué quiere decir esto? Que en lo que Schönberg se fija es en cuestiones de coherencia y cohesión en la composición de la obra. Es decir, en cuestiones que tienen que ver con relaciones motívicas. Veamos la que constituye su apreciación más significativa —a nuestro juicio— sobre lo que representaba la Sinfonía de cámara: El clímax de mi primer periodo se consigue definitivamente en la Kammersymphonie, op. 9. En ella se establece una reciprodidad muy íntima entre melodía y armonía, en que las dos conectan relaciones remotas de la tonalidad en una unidad perfecta, dibujan consecuencias lógicas de los problemas que tratan de solucionar, y simultáneamente hacen un gran progreso en la dirección de la emancipación de la disonancia (SI, p. 84). Para el compositor, el paso adelante que supone la Sinfonía de cámara se debe al hecho de que se establece una «reciprocidad muy íntima entre melodía y armonía». ¡La formulación es preciosa!: initimidad recíproca. . . Lo cual, además, no es baladí: ciertamente la búsqueda de reciprocidad entre armonía y melodía guiará de por vida el modo de componer de Schönberg (en sus piezas atonales las conexiones recíprocas melódico-armónicas serían una de las mayores bazas para garantizar la cohesión). Pero además esta noción de «reciprocidad» estará en la base de su hallazgo técnico más famoso: el dodecafonismo. Y no sólo en la definición, sino en su esencia misma,52 ya que el hecho de que las doce notas se utilicen tanto a nivel melódico como armónico según el orden predeterminado por la serie, garantiza una «reciprocidad muy íntima entre melodía y armonía». Es decir, el propio método, por su propia naturaleza, garantiza —cosa que no sucedía con el sistema tonal— esta íntima reciprocidad o relacionalidad, independientemente de las reciprocidades melódico-armónicas (es decir, motívicas) 52 Recordemos que en la definición de dodecafonismo —como hemos visto en el apartado 1.7.2— el término ‘relación’ ocupaba un lugar de preeminencia: «composición con doce sonidos exclusivamente relacionados entre sí» (SHGS, p. 132 / SI, p. 263). 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae 149 que cada compositor ponga en juego a la hora de escribir (y dar coherencia a) una obra en particular. Pero volvamos sobre la Kammersymphonie. La reciprocidad de la que habla Schönberg tiene que ver con 1) «conectar relaciones remotas de la tonalidad» y 2) «dibujar consecuencias lógicas de los problemas» (recordemos el título de MG: Der musikalische Gedanke und die Logik, Technik und Kunst seiner Darstellung). En muy resumidas cuentas, se trata de generar la mayor coherencia posible; es decir: de ser coherente. Este nuevo «estilo personal de composición» (entendiendo el estilo —claro está— como concreción de la idea) estaba lleno de reciprocidades. Como no podía ser de otro modo, ya que —para Schönberg— la idea musical misma es en esencia un entramado de relaciones recíprocas. Esta reciprocidad entre armonía y melodía (de la que volveremos a hablar en el próximo capítulo) era algo que no se había dado —al menos para Schönberg, según se infiere de sus palabras— utilizando la armonía postwagneriana. Lo que Schönberg siente conseguir en el opus 9 es casi una especie de prefiguración —no a nivel estético pero sí procedimental o compositivo— de aquello que más tarde será la atonalidad (o su forma de escribir atonalmente) y el dodecafonismo. ¿En qué sentido? En el sentido de que, a lo largo de todo el opus 9, los elementos temáticos estan fundamentados en elementos armónicos, y viceversa. Emprender un análisis pormenorizado de este entramado de reciprocidades nos llevaría un tiempo y un espacio del que no disponemos. Por eso, sacaremos a colación sólo tres «reciprocidades» que pueden observarse a simple vista —quizás no todas a simple oído— al comienzo de la partitura, según vemos en la figura 2.4 en la página 151.53 La primera son las cuartas ascendentes de la trompa en el compás 6, que parecen anunciar —a modo de fanfarria— la importancia que la cuarta va a tener en la constitución armónica de la obra, tanto a nivel morfológico como sintáctico. La segunda es el movimiento cromático descendente del bajo en los compases 2-4, que es contrapunteado como inversión estricta (un pro- 53 Además hay varios análisis dedicados a ella, empezando por la guía de audición de Alban Berg (JASI, vol XVI, n. 1&2, June & November 1993, pp. 236-268). Vid., por ejemplo W. Frisch, «The Refactory Masterpiece. Toward an Interpretation of Schoenberg’s Chamber Symphony, op. 9», en J. Brand / Ch. Hailey (ed.), Constructive Dissonance, University of California Press, Berkeley, 1997; y también del mismo autor el capítulo nueve de The Early Works of Arnold Schoenberg. 1893-1908, University of California Press, Berkeley, 1993. 150 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear cedimiento cien por cien dodecafónico) por la línea cromática ascendente del violín segundo. Pero además, este movimiento armónico de los compases 2-4 se utiliza temáticamente en los vientos agudos en los compases 8 y 9 (marcado con un círculo). En último término, y como tercer ejemplo, hablaremos de la resolución por semitono cromático ascendente del la en la de violín y oboe de los compases 1-4 (intevalo de 1ª aumentada), que es interválicamente complementaria del gesto de 7ª mayor de los ictus do (c. 9 y 10) - si (c. 11) de clarinetes en la exposición de la primera idea melódica (fragmento señalado con un cuadrado).54 Pero ¿qué tiene que ver todo esto con Adolf Loos? Loos y Schönberg se conocieron en 1905 y, más allá de cuestiones puramente técnico-musicales, parece ser que el encuentro avivó en el compositor (entonces de 30 años) una conciencia artística que le acabaría conduciendo a escribir la primera pieza fuera de la tonalidad. Para Andrés Sánchez Pascual, este encuentro cultural fue el decisivo en la vida de Schönberg, con repercusiones inmediatas sobre su música. Adolf Loos fue quien hizo que Schönberg tomase conciencia de sí mismo. Es muy difícil o, mejor, es imposible saber qué habría sido de Schönberg sin su encuentro con Loos. Quizás no se habría despertado jamás en él su conciencia; o quizás lo hubiera hecho más tarde y de modo distinto.55 ¿En qué consistía esta conciencia? Fundamentalmente en 1) ser fiel a los tiempos y en 2) procurar que la superficie musical no traicionase ni la estructura que lo sustentaba ni su —para decirlo con terminología schönberguiana— «función estructural». Y esto era francamente muy similar a lo que proponía Loos en su arquitectura, tal como resulta evidente, por ejemplo, la Goldman & Salatsch Haus. En plena Michaelerplatz, las líneas rectas de este edificio eran una antítesis perfecta al estilo constructivo del Hofburg y de la Escuela de equitación, cuyas ventanas estaban adornadas con cornisas, rebordes y bajorrelieves que no tenían ninguna utilidad ni tenían nada que ver con la función real de una ventana. El edificio de Loos, apodado como «la casa sin pestañas» y ampliamente caricaturizado, suponía tal afrenta al gusto imperial que Francisco José siempre en sonido real. Sánchez-Pascual, «La ruptura cultural europea de fi de segle», L’Avenç, n. 119, octubre 1988, p. 24. Téngase en cuenta lo que dice Schönberg en HL, p. 322 sobre la «bofetada moral» que recibió de un ebanista checo que se negó a construir el atril que había diseñado cayendo en el pernicioso «“ornamentar” (como dice Adolf Loos) enmascarador de los simplificadores». 55 A. 54 Hablaremos 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae 151 Figura 2.4: Kammersymphonie, op. 9, c. 1-11 [CD - Pista 3] 152 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Figura 2.5: Caricatura de 1911 a propósito de la Goldman & Salatsch Haus, de A. Loos ordenó cerrar permanentemente las ventanas del palacio que daban a él. De hecho, Loos tuvo que salir al paso de las reticencias masivas generadas por su proyecto con una conferencia («Mi casa en la Michaelerplatz») a la que asistieron cerca de 2000 personas. Pero Loos no se amedrentó, consciente de que su gesto nacía no sólo de la fidelidad a los tiempos sino de la fidelidad que debía existir entre la estructura y la fachada, o entre la forma y la función. Y eso era algo que Schönberg debió de aprender sobre todo de la ética y de la estética del famoso arquitecto, ya que cuando los dos hombres se encontraron por primera vez, Loos había realizado sólo un par de proyectos. Después del encuentro con Loos en 1905, Schönberg dio un giro absoluto en su forma de escribir, procurando no sólo ser fiel a los tiempos, sino tratando de componer una obra cuya armonía y melodía (para decirlo muy sumariamente: cuya estructura y superficie) fuesen bien coherentes la una con la otra. Ya no era posible seguir escribiendo en un lenguaje que se había expandido demasiado después de las audacias wagnerianas, y cuya shaping force armónica había quedado en entredicho.56 Había llegado del momento de cambiar de paradigma: el el término ‘shaping force’ en el sentido de Ernst Toch. Vid. E. Toch, Elementos constitutivos de la música: armonía, melodía, contrapunto y forma, trad. P. Silles, Idea 56 Usamos 2.2. El contexto cultural del Finis Austriae 153 cambio era impostergable si no se quería hacer oídos sordos al maltrecho estado en el que se encontraba una sintaxis tonal cuyas relaciones constructivas ya no podían aguantar los gigantescos edificios sonoros del tardo-romanticismo. Sin embargo, aunque la sintaxis musical imperante en la época ya no se fundamentase en el poder constructivo y estructural de la tonalidad, lo cierto es que se seguían utilizando sin problema sus giros cadenciales y sus sonoridades más características. Y esto era una falta absoluta de coherencia y de honestidad. Porque implicaba traicionar la relación transparente que tendría que haber entre el fondo y la forma, entre la estructura y la superficie, entre la función y la apariencia. . . Por lo tanto era totalmente inadecuado seguir utilizando unas sonoridades tonales que ya no eran funcionales sino —para decirlo con Loos— exentas de toda funcionalidad. Lo significativo —como dice Sánchez Pascual— es que Schönberg diera el primer paso hacia este nuevo camino inmediatamente después del encuentro con Loos. Y que fuera precisamente en su primera composición después de este encuentro —en la Sinfonía de cámara de 1906— donde tratara de reestablecer esta «reciprocidad muy íntima entre melodía y armonía» (SI, p. 84), que era algo que no se había planteado hasta aquel momento. El giro definitivo se produjo en las dos obras subsiguientes: las Dos baladas op. 12, de 1907 y el Segundo cuarteto de cuerda, op. 10, escrito entre 1907 y 1908. En un texto retrospectivo titulado «My Evolution», Schönberg explica muy bien cómo lo que sucedió tenía que ver —al fin y al cabo— con una cuestión de coherencia; con procurar que el «modo de ser» de la estructura musical tuviera su correspondencia en el «modo de aparecer» armónico y melódico, y viceversa. Porque ciertamente la sobrecogedora multitud de disonancias ya no podía ser contrarrestada por regresos ocasionales a unas tríadas tonales representantes de la tonalidad. Parecía inadecuado forzar un movimiento hacia el lecho procrusteano de una tonalidad sin soportarlo con una progresión armónica que perteneciera a él. Este dilema era de mi incumbencia y también debería haber ocupado las mentes de todos mis contemporáneos. Que yo fuera el primero en arriesgarse a dar este paso decisivo no será universalmente considerado como un mérito. . . ; y esto es algo que lamento, pero que tengo que ignorar (SI, p. 87).57 Books, Barcelona, 2001. 57 Esta es una de las formulaciones más pintorescas de Schönberg, que no sólo atestigua su conocimiento de la mitología clásica, sino que da cuenta de los verdaderos motivos que le llevaron a abandonar la tonalidad y a criticar su uso indebido, sin que eso le impidiera 154 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Este paso traería enormes consecuencias para la historia de la música, porque significaba adentrarse en un paisaje absolutamente nuevo. Y Schönberg era consciente no sólo de lo que esto supondría para la música en general, sino para él en particular. Y esto lo formulaba con una imagen nada casual, repleta de resonancias bíblicas, al decir que este «era sólo el primer paso en una nueva dirección, aunque llena de espinas» (SI, p. 49). 2.3. 2.3.1. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico Un exilio del sistema musical Como veremos en la próxima sección (2.4), la noción de exilio no era ajena a Schönberg, sino que fue algo que le acompañó a lo largo de toda su vida. El propio Adorno afirma que cuando se lo encontró por primera vez, en 1925, le dio la sensación de que «tenía algo de inmigrante», de que «lo envolvía una capa de extraño, de no del todo asimilado, de no del todo integrado en la civilización occidental» que le confería un aire de «extraterritorialidad».58 ¿Por qué tuvo Adorno esta sensación? En primer lugar, y a pesar de las intenciones más o menos étnicamente hegemonizadoras de la monarquía habsbúrguica, porque Schönberg era un judío que —de padre húngaro y madre checa— había nacido en una Viena culturalmente germánica. Su judeidad, que no fue demasiado re- admirar profundamente a coetáneos suyos como Gershwin o Puccini que seguían escribiendo tonalmente. En este pasaje, Schönberg saca a colación la historia de Procusto, o Procrustres: un bandido y posadero del Ática que —según la mitología griega— construyó una cama de hierro en la cual ataba a sus huéspedes a traición. En vez de acomodar la cama a las personas (que sería lo lógico), Procusto cortaba las extremidades salientes de los más altos y estiraba —de ahí su nombre (Προκρούστης, literalmente ‘estirador’)— las de los más bajos hasta que sus huéspedes quedaban perfectamente ajustados a las medidas de la cama. Es fácil, a partir de la fábula, entender cuál es la crítica de Schönberg al mal uso de la tonalidad. Para Schönberg, atenerse sólo eventualmente a la morfología o a la sintaxis tonal no sólo deformaba y desnaturalizaba aquellas obras cuyas necesidades expresivas sobrepasaban los límites de la tonalidad, sino que suponía incurrir en una absoluta falta de correspondencia (coherencia) entre la obra y el sistema que la sustentaba, y entre la idea y el estilo final (deformado por quererse ajustar a un lecho impropio). Hablaremos más a fondo de esta cuestión en la siguiente sección. 58 Th. W. Adorno, «Viena», en Ibid., Escritos musicales I-III. Obra completa, 16, trad. A. Brotons y A. Gómez, Akal, Madrid, 2006, p. 447. 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 155 levante para Schönberg durante los primeros cuarenta y tantos años de su vida, pasó a ser importante a raíz de los acontecimientos antisemitas del Mattsee en 1921. Pero ya antes de estos acontecimientos, Schönberg se había sentido exiliado de su Viena natal en varias ocasiones dado que —como hemos visto ya en la sección anterior— sentía que su ciudad no le brindaba ni el reconocimiento ni la posición que merecía. En cualquier caso, estos —por así llamarlos— “pequeños exilios cotidianos” eran básicamente exilios interiores, bien porque los cambios de residencia de los Schönberg se produjeron siempre dentro del ámbito cultural germánico (tres veces a Berlín, una a Mödling), bien porque se trataba de una sensación interna. El exilio real se produjo en 1933, cuando Schönberg se vio forzado a salir —por primera vez en su vida— de una Europa que había dejado de ser un lugar seguro. Una Europa a la que jamás habría de volver. Cuando partió a bordo del transatlántico Île de France, Schönberg tenía 59 años recién cumplidos y estaba en pleno apogeo creativo y vital.59 Sin embargo, ni los exilios interiores ni el exilio a los Estados Unidos fueron sus mayores exilios. El mayor exilio le había llegado precozmente al tener que abandonar el territorio que le era más propio; el territorio artístico en el que se que había formado, en el que había empezado a escribir desde su formación autodidacta. El mismo territorio que había visto nacer las grandes obras de la historia musical de occidente, y que había guiado el desarrollo compositivo europeo desde la época de Bach. Al igual que la pérdida de la seguridad que se produjo en aquella Mitteleuropa de 1933, a finales del siglo xix y principios del xx la tonalidad había dejado de ser un lugar seguro. Esta necesidad de exiliarse del territorio propio le llegó a Schönberg al empezar a escribir unas obras que ponían en duda la solidez de un sistema hasta entonces incuestionado e incuestionable. Y esto le sucedió cuando rondaba sólo la treintena, a lo largo de la primera década del siglo xx. Entre los 26 y los 35 años nuestro autor se enzarzó en unas audacias compositivas inauditas que condujeron a una aceleración sin 59 En cuanto al apogeo creativo, basta consultar el catálogo de las composiciones escritas alrededor de aquella época, de una prodigalidad sólo equiparable a la de los años 1907-1911, y de aún mayor calado. Por lo que se refiere al apogeo vital, es suficiente señalar que se había casado en segundas nupcias nueve años antes con Gertrud Kolisch y que hacía un año y medio que había nacido en Barcelona su hija Nuria. 156 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear precedentes de los avances compositivos. Tal como relata Philip Friedhem, Nunca en la historia de la música occidental los acontecimientos sucedieron con tanta rapidez como en las composiciones de Schönberg entre 1900 y 1909. [. . . ] Cada nueva obra, cada pequeña canción o pieza para piano, tomaba algunos elementos armónicos o estructurales previos y los utilizaba de un modo nuevo y más radical. No se puede enfatizar suficientemente que para Schönberg el propio acto de la composición significaba moverse hacia áreas inexploradas.60 Hasta 1907, podría decirse que Schönberg construyó su discurso fundamentalmente sobre la gran tradición clásica, haciendo que cada obra avanzase un punto más de lo que había hecho la anterior. Este constante avanzar (lleno de hallazgos y atrevimientos, y afianzado en una dimensión ética de la búsqueda constante), sumado a las contribuciones de los compositores inmediatamente anteriores y coetáneos, hizo tambalear de tal modo el edificio tonal que Schönberg no tuvo más remedio que salir de él, en un gesto que creemos que puede considerarse como su exilio más doloroso. ¿Por qué hablamos de exilio? Porque —como sucede en todo exilio— el abandono de la tonalidad no surgió de un deseo, sino de una necesidad. El edificio tonal sobre el que Schönberg dio sus primeros pasos como compositor se había resquebrajado demasiado y sus cimientos ya no podían sostener su intrepidez constructiva. En vez de intentar apuntalar el edificio y seguir construyendo con andamios y contrafuertes limitadores, Schönberg —quizás bajo la influencia de un arquitecto como Loos— prefirió abandonarlo y empezar a edificar de nuevo, basándose en nuevos fundamentos. A pesar de que Schönberg siempre consideró que el abandono de la tonalidad no era una ruptura con la tradición, sino una consecuencia inevitable de ella misma (lo cual la conducía hacia un nuevo estadio), lo cierto es que la atonalidad y luego la dodecafonía se sustentaban sobre un fundamento distinto del que había sustentado la tonalidad. Aunque los procedimientos compositivos temáticos, motívicos, estructurales, etc. de la atonalidad no eran esencialmente distintos de los procedimientos compositivos de la tonalidad, lo cierto es que el fundamento sintáctico-armónico de la tonalidad murió con ella. No es de extrañar, pues, que Willi Reich titulara su insoslayable biografía sobre el compositor como Schönberg, oder der konservative Revolutionär.61 60 Ph. A. Friedheim, Tonality and Structure in the Early Works of Schoenberg, New York University, PhD, 1963, p. I. 61 Cf. W. Reich, Schoenberg. A Critical Biography. El original alemán, cuyo subtítulo des- 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 157 Reich parecía rememorar aquello que Schönberg dijo de sí mismo en 1936 al analizar su Segundo cuarteto de cuerda op. 10, la obra mediante la cual había abandonado la tonalidad en 1907: «tenía miedo de que se me tuviera por un revolucionario. Yo me consideraba a mí mismo como un conservador» (SP, p. 77). Si ya entonces Schönberg se consideraba más un conservador que un revolucionario, en los años venideros cada vez estaría más convencido de que sus innovaciones estaban perfectamente enraizadas en el legado musical de Occidente.62 Tal como decía en 1948, en un artículo retrospectivo titulado «A Self-analysis», pocas veces se da uno cuenta de que una mano que se atreve a renunciar a tantos logros de nuestros antecesores tiene que haber trabajado a fondo en las técnicas que tienen que ser reemplazadas por nuevos métodos. Pocas veces se da uno cuenta de que hay un vínculo entre la técnica de los antecesores y aquella de un innovador, y que en las artes no se crea ninguna técnica nueva que no haya tenido sus raíces en el pasado (SI, p. 76). El subtítulo del libro de Reich, pues, no podía ser más acertado, al plantear nítidamente la ambivalencia (casi el oxímoron) entre un Schönberg a la vez conservador y revolucionario. Conservador en el sentido de preservador, cuidador y venerador del legado musical europeo, y revolucionario en el sentido más etimológico del término: el de aquel que da un giro; en este caso, en la Historia aparece en la traducción inglesa, es de 1968. Vid. las interesantes observaciones de Hermann Danuser al respecto del Kunstbegriff (el concepto del arte) de Schönberg en H. Danuser, «Schoenberg’s Concept of Art in Twentieth-Century Music History», en J. Brand / Ch. Hailey (ed.), Constructive Dissonance, University of California Press, Berkeley, 1997, p. 180. 62 En «Composition with Twelve-tones (I)», de 1941, volvemos a ver esta dualidad: Tanto si uno se cataloga a sí mismo como conservador o como revolucionario, tanto si compone de forma convencional o progresista, tanto si trata de imitar estilos antiguos como si está destinado a expresar nuevas ideas. . . ; tanto si uno es un buen compositor o no. . . ; tiene que estar convencido de la infalibilidad de su propia fantasía y tiene que confiar en su propia inspiración (SI, p. 218). A Schönberg no le gustaba el término revolucionario, tal como vemos en una carta a Slonimsky, del 3.6.1937 (http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_ Number=2892 [4.8.2012]): Personalmente detesto ser llamado un revolucionario, cosa que no soy. Lo que hice no fue ni revolución ni anarquía. Desde mis inicios he tenido siempre un minuciosamente desarrollado sentido de la forma y una gran aversión por la exageración. No hay caída hacia el orden, porque jamás hubo desorden. No hay caída para nada, sino justo lo contrario, hay una ascensión hacia un orden más elevado y mejor. 158 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear de la música. Un giro que, con su fuerza (es decir, con sus revoluciones), hace avanzar la historia a la vez que sacude los vestigios de aquello que ya no sirve. Porque, realmente, para ser conservador (es decir: para conservar lo propio de la tonalidad y no desvirtuarla con formas de proceder ajenas a ella), a Schönberg no le quedaba más remedio que ser revolucionario y atreverse a abandonarla. A menos que renunciara a avanzar en la misma medida que lo habían hecho los grandes compositores uno tras otro desde los albores de la música occidental, a Schönberg no le quedaba —a su parecer— más remedio que abandonar la tonalidad. El avance estilístico y técnico había sido una constante a lo largo de la tradición musical europea. Así, la armonía de Beethoven introducía novedades sobre la de Mozart, y la de Liszt hacía lo propio en vistas a la de Schubert. Y sucedía otro tanto en el resto de aspectos constitutivos de la música. Pero hasta principios del siglo xx, todas y cada una de las innovaciones de estos aspectos podían ser absorbidas por el sistema tonal, y el conjunto de las prácticas compositivas podían irse ensanchando sin comprometer excesivamente su marco regulador. En cambio, después de Wagner, Brahms, Bruckner, Liszt o Mahler, no podía producirse ya un mayor ensanchamiento de la sintaxis tonal ni del lenguaje armónico. Porque sus composiciones estaban —en mayor o menor medida— al borde del propio sistema. Así, cualquier novedad que viniera después de ellos suponía una ruptura. Una ruptura necesaria si no se quería renunciar a seguir avanzando. Por eso Schönberg asumió su papel a nivel histórico y —muy a su pesar, tal como hemos visto en el apartado 2.2.4— dio un nuevo paso adelante, invistiendo su misión con tintes casi mesiánicos. Sea como fuere, el abandono de la tonalidad debió ser duro y traumático, porque Schönberg mismo había empezado a escribir bajo la estela de los dos pilares que —plenamente enraizados en el sistema tonal— habían dominado y polarizado el mundo musical germánico de la segunda mitad de siglo xix.63 63 Hay quien sostiene que en Schönberg no se produjo jamás un abandono total de la tonalidad, puesto que tanto en su música atonal como dodecafónica parecen pervivir algunos gestos, sonoridades y articulaciones tonales. Una de las formulaciones más atrevidas es probablemente la de B. Casablancas, Schönberg Barcelona, Fundació Caixa Catalunya (folleto de la exposición), Barcelona, 2006, p. 5, que afirma que «[Schönberg] de hecho no abandonó jamás del todo la tonalidad». Vid. también al respecto A. Mead, «‘Tonal’ Forms in Arnold Schoenberg’s Twelve-Tone Music», Music Theory Spectrum, vol. 9, Spring, 1987, pp. 67-92. Lukas Haselböck, «Drei Volkslieder op. 49», en H. G. Gruber (ed.), Arnold Schönberg. Interpretationen seiner Werke, Laaber, Köthen, vol. 2, p. 172, afirma que «a lo largo de su vida, y también en su periodo dodecafónico, Schönberg trató con la tonalidad en sus distintas 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 159 Dos pilares tan sólidos que nadie podía imaginar que, después de ellos, ya no se pudiera seguir construyendo en su misma línea. Estos pilares eran Johannes Brahms (1833-1898) y Richard Wagner (1813-1883). Ir más allá de lo que ellos habían hecho resquebrajaba de modo irreparable el sistema tonal, porque ellos mismos lo habían llevado hasta sus límites. Pero Schönberg —y cómo él, tantos otros— no podía cercar su ámbito expresivo de antemano y recorrer nuevamente sólo aquello que ya había sido explorado. Compositores coetáneos de Schönberg como Alexandr Scriabin (1872-1915), Claude Debussy (1862-1918), Béla Bartók (1881-1945), Charles Ives (1874-1954), Maurice Ravel (1875-1937), Edgar Varèse (1883-1965) o Igor Stravinsky (1882-1971), por citar sólo algunos de ellos, se encontraron con un paisaje similar; y resolvieron, cada cual a su manera, el callejón sin salida al que los grandes maestros del siglo xix habían acabado abocando a la tonalidad. Pero ninguno de ellos se sentía tan vinculado a la tradición musical centroeuropea como Schönberg, porque el lugar de origen de todos ellos era limítrofe y culturalmente ajeno a la tradición pangermánica.64 Y fue precisamente esta facetas». Aunque en ciertas obras esto es difícil de apreciar, sí que hay otras en las que auditivamente se puede percibir un cierto aroma tonal. Por poner sólo algunos ejemplos, diremos que en Pierrot lunaire parece rezumar la tonalidad de mi mayor (tonalidad que, dicho sea de paso, es un tanto infrecuente y que en Beethoven o Mozart —véase, por ejemplo el «Soave sia il vento» de Così fan tutte— parece asociarse, tal como resulta pertinente para el Pierrot, con el mundo nocturno y celeste). Vid. al respecto B. Casablancas, «Una obra maestra de la música del siglo XX: Pierrot Lunaire Opus 21. En torno a la Sociedad Privada de Conciertos», Residencia de Estudiantes, Madrid, 1992. Sobre la carga semántica de las tonalidades, cf. la monografía clásica de R. Steblin, A History of Key Characteristics in the Eighteenth and Early Nineteenth Centuries, University of Rochester Press, 1996. Otra obra de Schönberg que también parece tener un trasfondo tonal es el Concierto para piano y orquesta op. 42, tal como explicita D. Newlin, «Secret Tonality in Schoenberg’s Piano Concerto», Perspectives of New Music, vol. 13, n. 1, Autumn - Winter, 1974, pp. 137139. Y el propio Schönberg reconocía que «la Oda [a Napoleón Bonaparte, op. 41] suena al final como en mi bemol» (ASL, 216). 64 A excepción contada, quizás, de Richard Strauss (1864-1949) y de Max Reger (18731916). Aunque no es este el lugar para valorar la aportación de estos dos compositores dentro del área musical germánica en comparación con Schönberg, es indudable que la prematura muerte de Reger a los 43 años truncó una trayectoria singular, y que Strauss, después de los avances perpetrados en Salomé (1905) y Elektra (1909), puso riendas a su osadía y mantuvo su lenguaje musical dentro de los parámetros de la armonía wagneriana, en una clara regresión estilística. Quizás por esta autocontención o represión straussiana, su valoración de Schönberg pasó de la admiración y buena relación inicial al vilipendio posterior. Hemos 160 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear exterioridad lo que les permitió adoptar salidas bien distintas de las que adoptó Schönberg, que se sentía heredero como nadie (con la responsabilidad que ello conlleva) de la línea Bach-Haydn-Mozart-Beethoven-Brahms-Wagner, hasta el punto de vindicar su filiación con absoluta rotundidad: También es remarcable que nadie se haya percatado todavía de que mi música, que surge de la tierra germánica y no tiene influencias extranjeras, muestra un arte que se opone del modo más efectivo a las pretensiones hegemónicas románicas y eslavas, y que emerge a través de la tradición musical germánica (SHGS, p. 157 / SI, p. 173). Al fin y al cabo, esta herencia autoimpuesta le permitía enraizarse en aquello más parecido a una patria y a una sensación de pertenencia. Algo que le permitiera mitigar —Adorno dixit— su aire de «extraterritorialidad» y de «no del todo asimilado», en tanto que judío entre alemanes, artista entre burgueses, wagneriano entre brahmsianos y brahmsiano entre wagnerianos. Romper con la herencia que le proporcionaba su patria musical tenía que suponer, pues, un doloroso exilio. Quizás el mayor que Schönberg experimentó, y el primero de todos. Si en 1933, con 59 años, se exiliaba de Europa, en 1907, a los 33, abandonaba la tonalidad. El empujón definitivo se lo habían acabado dando Brahms y Wagner, cuya herencia Schönberg había asumido en toda su radical profundidad, llevando sus contribuciones hasta las más remotas consecuencias. 2.3.2. Brahms, Wagner y el fin de la tonalidad En 1874, año del nacimiento de Arnold Franz Walter Schönberg, la vida musical centroeuropea se polarizaba alrededor de las figuras de Johannes Brahms y Richard Wagner. Esta polaridad llegaba a generar, en algunos seguidores inflamados, encontronazos de todo tipo, dado que la obra de los dos compositores era entendida en términos de antagonismo estético e incluso político. Mientras Brahms era visto como el garante de la tradición y la crítica le etiquetaba de conservador, se consideraba a Wagner como un revolucionario que hacía avanzar la música hacia nuevos horizontes de acuerdo con el signo de los tiempos.65 aportado mayores datos sobre la regresión estilística straussiana en la nota 147 del segundo capítulo de nuestra tesina: J. Barcons, La configuració del pensament relacional en Arnold Schönberg, Universitat Pompeu Fabra, Barcelona, 2005, pp. 108-109. 65 Esta concepción de Wagner como garante de una estética acorde con los tiempos tenía que ver no sólo con cuestiones musicales de orden técnico, sino de género. Mientras Brahms se dedicaba a la «música pura», Wagner —en los tiempos bismarckianos de la construcción 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 161 Curiosamente sería un Schönberg konservative Revolutionär quien, en vez de polarizarse entre el Brahms conservador y el Wagner revolucionario, se sentiría —por influencia de su cuñado Zemlinsky— seguidor y heredero de ambos. Según las palabras del propio Schönberg, esta doble influencia era especialmente remarcable en el sexteto La noche transfigurada, escrito en 1899, dado que su «construcción temática está basada, por un lado, en el wagneriano “modelo y secuencia” sobre una armonía fluctuante, y por el otro en lo que yo llamo la técnica de la variación desarrollante de Brahms» (SI, p. 80). Este aunamiento de las dos estéticas sería una característica común a las primeras composiciones de nuestro autor, escritas entre los 20 y los 30 años, que a grandes trechos se corresponden con los opus que van del 1 al 8. Carl Dahlhaus lo resume muy bien, al afirmar que la diferencia entre los métodos wagneriano (o lisztiano) y brahmsiano de presentar y continuar una idea musical causó una divergencia en los procedimientos armónicos [. . . ]. Con el procedimiento wagneriano de las secuencias modulantes, las características principales de la escritura armónica pasaron a ser la alteración cromática y el socavamiento de la tonalidad, mientras el uso brahmsiano de la variación desarrollante, con el enriquecimiento del bajo fundamental, preservaba la integridad tonal. Después, hacia 1900, Arnold Schönberg forzó estas dos tendencias hasta unirlas nuevamente, pero esto no altera el hecho de que originalmente, en el siglo diecinueve, representaban alternativas: distintas soluciones al problema de establecer una técnica armónica apropiada al proceso de desarrollo motívico y a la estructura de la sintaxis.66 En el momento del nacimiento de Schönberg, en 1874, la polaridad entre Brahms y Wagner estaba en su apogeo y sus partidarios mantenían disputas encendidas, a pesar de que los dos compositores se profesaban respeto mutuo. A sus 41 años, Brahms era profesor en el Conservatorio de Viena y se armaba de valor para escribir su primera sinfonía, procurando superar la alargada sombra de Beethoven. Richard Wagner —veinte años mayor que Brahms— hacía giras con orquesta para recoger fondos para el sueño de Bayreuth, que finalmente vería realizado dos años más tarde del nacimiento de Schönberg, en 1876, sólo seis años antes de morir. A partir del profundo estudio de los maestros flamencos, Brahms había encontrado en el contrapunto un vehículo para redimir lo que —según él— era de la Gran Prusia— se dedicaba a (re)construir mitologías que fundamentaban cultural y sentimentalmente lo que sucedía a nivel político. 66 C. Dahlhaus, Between Romanticism and Modernism, trad. M. Whittall, University of California Press, Berkeley, 1989, p. 65. 162 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear su punto flaco como compositor: su falta de originalidad y desparpajo en la invención melódica.67 Esta supuesta laguna quedaba cubierta de sobras con su maestría contrapuntística, que le permitió construir enormes edificios a partir de un material mínimo, aprovechando hasta cotas inusitadas las posibilidades de desarrollo implícitas en los motivos más insignificantes. Esta capacidad titánica de maximizar el rendimiento de los recursos era algo que a Brahms le venía de su profundo conocimiento de la estética del clasicismo vienés, particularmente de Mozart. Su «punto flaco» quedaba cubierto, pues, con esta capacidad de autogeneración discursiva, que estaba basada en el empleo del «motivo autoacompañado» y de la «variación desarrollante»; un término, este último, acuñado por Schönberg en el ZKIF,68 y un procedimiento que acabaría siendo clave en su manera de componer. Muy grosso modo podría decirse que la gran contribución de Brahms a la historia de la música —según Schönberg— eran tanto la plasticidad de su discurso como el uso de la variación desarrollante (vid. «Brahms, the Progressive» en SI, pp. 398-441). Y Schönberg no tenía ningún reparo en reconocer que estas dos características brahmsianas habían influido en su manera de componer, al igual que la capacidad de componer con «economía y sin embargo riqueza» (SHGS, p. 158 / SI, p. 174). Tanto la cuestión de la economía como la variación desarrollante tenían un elemento en común: ambas proporcionan al tejido 67 Hay algunas declaraciones de Brahms en este sentido, y es por esta cuestión que hay que entender también que muchos de sus temas provengan de reelaboraciones de melodías populares. Véase, por ejemplo, la carta a Clara Schumann de 2 de octubre de 1891 en la cual puede leerse: «te debo más melodías a ti que los pasajes o cosas por el estilo que tú hayas podido coger de mí» (J. Brahms, Life and Letters, ed. Styra Avins, trad. S. Avins y J. Eisinger, Oxford University Press, 1997, p. 687). En otra confesión dramática a Clara afirmaba: «Ja, ich weiss ja, dass ich keine Individualität habe» («Sí, ya sé que no tengo ni pizca de individualidad»), citado en D. L. Brodbeck, Brahms: Symphony No. 1, Cambridge University Press, 1997, p. 44. 68 Tal como dice Severine Neff, «la ilustración de la variación desarrollante en “Coherencia” no es sólo la primera exposición de este principio en las obras teóricas de Schönberg, sino también el primer gran análisis escrito de Schönberg» (S. Neff, «Introduction» en ZKIF, p. lxiv). Aunque el procedimiento fuese explotado, sobre todo, por Brahms (que, a su vez lo aprendió de los maestros del clasicismo vienés), es relevante que sea Schönberg quien lo identifique, le asigne un nombre y le de carta de naturaleza. Esto dice mucho en favor del Schönberg analista y teórico, dado que dar un nombre significa sacar a la luz del día una realidad quizás inadvertida hasta el momento. De hecho, tanto en la mitología de los relatos creacionales indoeuropeos, como en la moderna lingüística, la cuestión de la nominación tiene estatuto creador. 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 163 musical una coherencia y una cohesión sin par, ya que enseñaban que de algo aparentemente insignificante (un motivo) se puede derivar el material de toda la obra, tal como sucede —de forma magistral— con el inicio de la cuarta sinfonía de Brahms, a la que Schönberg se refería como «la sinfonía de las terceras». Esta es la valoración que Schönberg hace de Brahms, a quien reivindica apodándolo como «Brahms, the Progressive»; esto es, «Brahms, el progresista», en clara oposición a la peyorativa valoración del hamburgués como compositor conservador y chapado a la antigua. Así, los procedimientos compositivos de un Brahms supuestamente conservador (cuyos principios de economía y de trabazón motívica son aprendidos por Schönberg) van a ser fundamentales a la hora de garantizar la comprensibilidad de las obras que se escriban a partir del momento en que desaparezcan algunos de los mecanismos de cohesión y coherencia que proporcionaba la tonalidad. De modo parecido a lo que sucedía en el clasicismo vienés, la aparente neutralidad de los temas brahmsianos daba pie a una enorme capacidad de transformación temática, hasta el punto de que todos los motivos y temas de una obra llegan a estar —y la palabra no es baladí— relacionados entre ellos. Así, resulta sumamente significativo que lo primero que remarca Schönberg al hablar del opus 98 de Brahms sea que «cuando Brahms, hacia el final del último movimiento de su Cuarta Sinfonía lleva a cabo algunas de las variaciones a partir de una sucesión de terceras, desvela la relación del tema del Passacaglia con el primer movimiento» (SI, pp. 405-406). He aquí el término, en boca de Schönberg: relación. Después de ejemplificar esta cuestión (vid. la figura 2.6), Schönberg acaba añadiendo que «la gente generalmente no sabe que la suerte es un regalo del cielo, equivalente y del mismo tipo que el talento, la belleza, la fuerza, etc. No se da porque sí. . . Al contrario: uno debe merecerlo» (SI, p. 406). Y el hecho de merecerlo viene de la integridad que ponga el compositor en la composición, tratando de que todo tenga un sentido en relación con todo, al igual que cuando hablaba —ya lo hemos visto en el apartado 1.4.5— del Comandante supremo. Pero otro polo era Wagner. Y si los motivos y giros temáticos de Brahms permitían ser explotados en extremo a lo largo de toda una obra (lo cual le confiere coherencia), sucedía algo parecido con las armonías y los leitmotiven wagnerianos. En el mismo artículo dedicado a Brahms, Schönberg afirma que «los leitmotivos de Wagner normalmente contienen algunas armonías germinantes a las cuales es inherente la necesidad de cambios modulatorios» (SI, p. 405). Es decir, el motivo en sí mismo (tal como pasa por antonomasia en 164 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Figura 2.6: Análisis de Schönberg sobre las relaciones temáticas entre el cuarto (ex. 10, 11, 13) y el primer movimiento (ex. 12) de la Cuarta sinfonía de Brahms (SI, p. 406) el acorde del Tristán) tiene por su propia constitución un enorme potencial desestabilizador y conduce por sí sólo hacia el dinamismo armónico. Este dinamismo armónico genera una perpetua irresolución de las tensiones del discurso musical, que se queda sin asideros tonales firmes. Y eso contraviene las reglas básicas del funcionamiento de la tonalidad, en tanto que las regiones tonales existen no para ser violadas y menoscabadas perpetuamente, sino para servir de centro gravitatorio del discurso musical. En vez de ceñirse a estos centros gravitatorios estabilizadores, la armonía wagneriana va a tender a la perpetua mezcolanza armónica. Mientras en el periodo clásico, la modulación (el cambio de una región tonal a otra) era un procedimiento que permitía viajar de una tonalidad a otra, pero siempre con la finalidad de establecer el discurso musical en una u otra de estas regiones tonales (a excepción de aquellos pasajes 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 165 que requerían por definición generar la sensación de inestabilidad tonal, tal como sucede en los desarrollos), en la armonía wagneriana lo fundamental va a ser —para caricaturizar un poco el procedimiento— la modulación perpetua, la ambigüedad constante y la desfundamentación reiterada del sentimiento de tonicidad, de reposo, de descanso, de estar en casa. Así, en vez de utilizar la modulación para viajar de una tonalidad a otra y permanecer en un marco tonal estable durante un tiempo considerable (que era lo propio del periodo clásico), en Wagner lo importante va a ser el perpetuo viaje armónico, que elude deliberadamente acomodarse demasiado tiempo en ningún universo tonal inequívoco. En vez de primar la estabilidad de los centros tonales y entender el viaje entre ellos como algo secundario, cuyo objetivo sea primordialmente salvar la distancia que hay entre ellos, en Wagner lo importante va a ser el viaje en sí mismo y la perpetua sensación de errancia. Y lo maravilloso de Wagner es que esta peculiaridad armónica, sintáctica y estructural, llena de tensiones generadas por la no-resolución sistemática de las cadencias, se corresponde a la perfección con la temática de sus óperas, en las cuales el viaje, la errancia y la búsqueda sin reposo son elementos esenciales, tal como resulta evidente en el argumento de todas y cada una de sus composiciones, desde El holandés errante hasta Tristan e Isolda, y desde Tannhäuser hasta Parsifal, pasando, claro está, por la Tetralogía. Este modo de operar según una armonía que oscila constantemente y que elude cualquier anclaje inequívoco propicia que Schönberg acuñe un nuevo término: el de tonalidad fluctuante (schwebende Tonalität), que aparece por vez primera en la Harmonielehre (vid. HL, cap. vii, pp. 145-152 y cap. xix, pp. 558-459), y en la cual juegan un papel fundamental los «acordes errantes» (HL, p. 152). Un término, nuevamente, made in Schönberg. Si es importante que Schönberg, para hablar de Brahms, instaure el término de «variación desarrollante», no lo es menos el hecho de que —para hablar de Wagner— necesite crear los neologismos de «tonalidad fluctuante» y «acordes errantes».69 Claro 69 Carl Dahlhaus —con sus estudios sobre el lenguaje tardoromántico— ha tratado de estas cuestiones con suma pertinencia. Cf. C. Dahlhaus, Between Romanticism and Modernism, trad. M. Whittall, University of California Press, Berkeley, 1989, especialmente el capítulo «Issues in Composition». Sobre la herencia lingüística recibida por Schönberg resulta también interesante el artículo de Christopher Lewis, «Mirrors and Metaphors: On Schoenberg and Nineteenth-Century Tonality», en J. Kerman (ed.), Music at the Turn of the Century. A 19th-Century Music Reader, University of California Press, Berkeley, 1990, pp. 15-31. 166 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear está que estas realidades ya existían efectivamente tanto en Brahms como en Wagner antes de que Schönberg las nominara, pero el hecho de que Schönberg las formule es algo sumamente significativo. Aunque —para ser escrupulosos a nivel lingüístico, y sin entrar en el terreno ontológico— también es cierto que como tales, estas realidades no existían (o habían pasado desapercibidas) hasta que Schönberg las identificó y les puso el nombre que ahora tienen. 2.3.3. Tonalidad fluctuante y tonalidad suspendida La primera vez que Schönberg habla del uso de la tonalidad fluctuante es en un par de páginas del capítulo xix del Tratado de armonía. En ellas, reconoce el procedimiento ya en algunos pasajes de Beethoven y Schumann, aunque afirma que se trata de algo más propio de Mahler y Wagner. Al hablar de sus propias contribuciones, saca a colación dos lieder de los opus 6 y 8, y explica que «estos dos casos no son producto del cálculo, sino de la invención» (HL, p. 458). Efectivamente, nada salía aquí de una experimentación aséptica y desencarnada, sino que las necesidades expresivas del tardo-romanticismo habían llevado a una sintaxis que subvertía de modo casi omnipresente aquello que en Beethoven o Schumann era un procedimiento utilizado sólo de modo excepcional, y que en Mahler y Wagner había impregnado ya una mayor parte del discurso. En palabras de Norton Dudeque, para Schönberg, la tonalidad fluctuante es característica de la tonalidad moderna, o de la tonalidad cromática de finales de siglo diecinueve y principios del veinte. Es decir, la monotonalidad governó el concepto de tonalidad hasta finales de 1800. El abandono de este principio se produjo como un intento de liberar la tonalidad de la sintaxis tradicional y condujo subsecuentemente hacia la atonalidad.70 El uso de la tonalidad cromática de finales del xix y principios del xx era algo sumamente problemático y en gran medida peligroso, porque si este modo de proceder se llevaba al paroxismo se producía una tal desfundamentación de la tonalidad que ésta acababa por no tener sentido, dado que el discurso musical fluctuante se construía a partir de la violación sistemática de lo normativo del sistema tonal, inutilizando por ende su capacidad funcional. La creación de universos ambiguos tenía que pagar el peaje de su osadía. Y esto podía 70 N. Dudeque, Music Theory and Analysis in the Writings of Arnold Schoenberg (18741951), Ashgate, Aldershot, 2005, pp. 124-125. El libro de Dudeque es clave para analizar las contribuciones schönberguianas a la presentación de la armonía tonal y ampliada. 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 167 resolverse en dos sentidos opuestos: por un lado, se podían intentar asegurar puntualmente los marcos de referencia tonales, con cadencias que actuaran como agarraderos firmes del discurrir musical; por el otro, se podía optar por prescindir de ellas por completo, lo cual podía conducir fácilmente a aquello que se conoce como —y el término también es de Schönberg— aufgehöbene Tonalität; es decir: tonalidad suspendida (HL, p. 459). Tonalidad fluctuante y tonalidad suspendida eran, pues, dos maneras de proceder habituales en la armonía de finales del xix y principios del xx.71 En palabras del propio Schönberg, que reproducimos in extenso: Quisiera decir algo más para profundizar en la cuestión [de la tonalidad fluctuante]. Si la tonalidad ha de oscilar, tendrá que estar asegurada en algún punto. Aunque no tanto como para que no pueda moverse con soltura. Para esto son idóneas dos tonalidades que tengan algunos acordes comunes, como la sexta napolitana o el 6 5 aumentado. En esta relación están, por ejemplo, do mayor y re mayor, o la menor y si mayor. Si se añaden también las tonalidades menores relativas, haciendo oscilar do mayor contra la menor y re mayor contra si menor, tendremos nuevas implicaciones: la menor y re mayor, o do mayor y si menor; la dominante de si menor es el acorde de 6 aumentado de la menor, etc. Naturalmente, los acordes errantes obtendrán aquí 5 un papel: acordes de séptima disminuidos y aumentados, sexta napolitana, tríadas aumentadas. [. . . ] Pueden hallarse otras muestras en Wagner. Por ejemplo, en el preludio de Tristán. Obsérvese que el acorde de la menor, aun cuando se escucha en cada giro, apenas aparece realmente fijado en toda la pieza. Siempre está orillado, evitado por cadencias interrumpidas. Por lo que se refiere a la tonalidad suspendida, todo depende aquí ineludiblemente del tema. Este, con sus giros, debe dar la disposición para tal libertad armónica. Desde el punto de vista estrictamente armónico se tratará aquí casi exclusivamente de acordes patentemente errantes. Las tríadas mayores o menores se interpretarían, aunque ocurrieran de paso, como rasgos de una tonalidad. Ofrece con esto un parecido no lejano el desarrollo en las obras clásicas, donde cada momento aislado expresa inequívocamente una tonalidad, pero tan escasamente consolidada que puede perderse en cualquier instante. Es fácil encontrar ejemplos en las obras de los compositores modernos. Pero también, en parte, ya en Bruckner y en Hugo Wolf (HL, pp. 458-459). En definitiva: la tonalidad fluctuante suponía la creación de relaciones tonales un tanto extemporáneas (ajenas, en definitiva, a la lógica de relaciones tonales primarias del círculo de quintas), como la «relación [en que] están, por ejemplo, do mayor y re mayor, o la menor y si mayor». Pero la tonalidad suspendida 71 Es insoslayable el enfoque que Carl Dahlhaus dedica a esta cuestión en Between Romanticism and Modernism. Four Studies in the Music of the Later Nineteenth Century, trad. M. Whittall, University of California Press, Berkeley, 1989, pp. 52-78. En este estudio Dahlhaus también habla de la desintegración de la sintaxis cuadrática y de la prosa musical, dos elementos claves en el desarrollo del lenguaje musical de finales del siglo XIX. 168 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear suponía la ruptura de estas relaciones, con lo cual los acordes empleados eran —sintácticamente— unos «acordes patentemente errantes», que están en relación no ya entre ellos (en virtud de una sintaxis reguladora) sino exclusivamente con el tema o la melodía de los que «todo depende aquí ineludiblemente». Así, esta relación acorde-tema (o notas del tema) era lo único que quedaba a nivel de enlaces armónicos una vez se había disuelto por completo la jerarquía sintáctica de la tonalidad. Tal como apuntaba Dudeque, a finales de siglo xix y principios del xx, se trataba de buscar no ya relaciones tonales dentro de un círculo de quintas cuya jurisdicción ya no era contemplada, sino relaciones ambiguas que permitiesen nadar entre dos aguas (tonalidad fluctuante) o relaciones melodía-acorde sin asidero sintáctico tonal (tonalidad suspendida). Con su armonía altamente cromatizada y su perpetua elusión de cualquier asidero en firme, a través de una utilización maravillosa de la tonalidad fluctuante, Wagner encaminó como nadie el sistema tonal hacia su desintegración, al desposeer a los acordes de su función estructural inequívoca. No debe extrañarnos, pues, que, cuando en las Structural Functions of Harmony Schönberg explica que «una sucesión de acordes puede ser afuncional, sin expresar una tonalidad inconfundible ni requerir una continuación definida» (SFH, p. 1), lo haga citando nada menos que cinco ejemplos de Wagner y uno de Schubert. Quizás esta afuncionalidad armónica, el uso sistemático de la tonalidad fluctuante y de la tonalidad suspendida eran la causa de que el propio Wagner buscase el poder unificador de los leitmotiven para dar coherencia a sus obras. Schönberg entendía que los leitmotiven tenían «una tarea organizadora» que tiene que ver con «una grandiosa intención de unificación del material temático de una ópera entera, y hasta de una tetralogía entera» (SI, p. 405). Si bien Wagner destruía la sintaxis tonal, aseguraba la coherencia de sus extensísimos dramas a partir de la cohesión melódica y motívica. Estos motivos aparecían por doquier garantizando la trabazón del discurso, y Schönberg reconocía haber aprendido de Wagner el hecho de poder utilizarlos «como ornamentos complejos, de tal modo que pueden ser utilizados en contra de las armonías, de modo disonante». De Wagner también había aprendido «la capacidad de manipulación temática de cara a la expresión y su correcta disposición para este fin»; pero también algo que afecta a la conexión entre lo microscópico y lo macroscópico, como es «el parentivo entre notas y acordes» (SHGS, p. 158 / SI, p. 174). Y parentivo significa trabazón, cohesión y, en definitiva, posibilidad de relación. 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 169 Figura 2.7: Círculo de quintas, que jerarquiza la sintaxis tonal Para Schönberg, lo relevante de Brahms y Wagner es —y no hay que olvidar que lo importante para nosotros es qué representan estos compositores para Schönberg; es decir: cuáles son el Brahms y el Wagner de Schönberg—, que estos dos autores consiguen a través de sus procedimientos compositivos generar en sus obras una coherencia (un entramado de relaciones) que un sistema tonal expandido ya no era capaz de generar enteramente por sí sólo. A esta situación se había llegado por el debilitamiento progresivo de unas funciones tonales que —de tan ajadas y estiradas como estaban— ya no garantizaban una sintaxis tonal inequívoca y efectiva. A esta disfunción sintáctica había contribuido tanto la cada vez mayor polisemia morfológica del lenguaje utilizado (con acordes o agregados sonoros cada vez más complejos, cuyas funciones eran cada vez más ambiguas), como la mayor complejidad de las relaciones sintáctico-armónicas entre estos acordes (tanto en el plano de la microforma como en el de la macroforma). En otras palabras. Por un lado, a nivel morfológico, se emplean cada vez más unas formaciones acórdicas compuestas por sonidos con relaciones cada vez más lejanas en la serie armónica, lo cual contribuye a su indefinición sintáctica. Mientras que por el otro, a nivel sintáctico, la jerarquía de las áreas y las funciones tonales (representada por su proximidad en el círculo de quintas, vid. la figura 2.7) era vulnerada con relaciones de sumisión un tanto dudosa. Aunque simplificando mucho (y sin espacio para dar ejemplos de estos argumentos), diremos que, en vez de la simplicidad de los acordes tríadas con 170 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear funciones tonales de tónica, subdominante o dominante claramente definidas propios del periodo clásico y preclásico, en el tardo-romanticismo predomina el uso de acordes cuatríadas y quintíadas, y son frecuentes las alteraciones cromáticas que potencian su ambivalencia funcional (como sucede, por antonomasia, en los acordes de sexta aumentada, aunque esta ambivalencia se produce también en las tríadas aumentadas y los acordes de séptima disminuída).72 Y es precisamente este uso/abuso de nuevas morfologías acórdicas lo que atenta contra el potencial jerarquizador sintáctico y estructural del sistema tonal, a causa de la ambivalencia funcional de estos acordes. De tal modo que la morfología actúa sobre la sintaxis; y viceversa, en un pez que se muerde la cola. Por un lado, pues, los acordes se construyen (morfológicamente) a partir de sonidos cuya relación en la serie de armónicos es cada vez más lejana; y por el otro, las relaciones sintácticas del círculo de quintas son, también, cada vez más lejanas e inverosímiles. Por ello, la ambivalencia funcional (es decir, la ambivalencia de la función que puede desempeñar un acorde) repercute directamente en el aumento de la flexibilidad en la sintaxis tanto de los encadenamientos acórdicos sucesivos como de la configuración del plan tonal de una obra. Así, la jerarquía modulatoria que establece el círculo de quintas (en base al cual se ordenan las doce notas) quedaba puesta en entredicho fácilmente a partir de las mayores facilidades modulatorias que aportaban tanto los acordes alterados como el uso cada vez mayor de acordes de pertenencia tonal ambivalente, lo 72 Vid. a este respecto las propias explicaciones de Schönberg en la Harmonielehre, especialmente los capítulos xiv, xviii, xix y xxii, y en las Structural Functions of Harmony, capítulos v y vi. Es fundamental, también, el librito de Max Reger, Contribuciones al estudio de la modulación, trad. R. Barce, Real Musical, Madrid, 1978 (edición original de 1903, 8 años antes que la Harmonielehre de Schönberg), con las interesantísimas notas previas del propio Barce. Para otras explicaciones de manuales de armonía posteriores, cf. D. de la Motte, Armonía, trad. L. Romano, IdeaBooks, Barcelona, 1998, pp. 144-154, 165-169, 216-250; W. Piston, Armonía, SpanPress, Cooper (Florida), 1998, pp. 403-520; V. Persichetti, Armonía del siglo XX, trad. A. Santos, Real Musical, Madrid, 1995, capítulos 3 y 5; o el capítulo primero del tercer libro de armonía de Joaquín Zamacois, cuya contribución (casi entomológica) al estudio de la armonía en el mundo hispanohablante ha sido demasiadas veces denostada de forma injusta: J. Zamacois, Tratado de armonía. Libro III, Labor, Barcelona, 1990. Es sumamente significativa la explicación que da Schönberg de los acordes de 5ª aumentada y de 7ª disminuída, y las implicaciones vitales que saca de ello, al hacer un paralelismo entre el hecho de que conducen «a la eliminación de la tonalidad» y el hecho de que «la muerte es un resultado de la vida» (HL, pp. 226-227). 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 171 cual permite catapultar el discurso musical hacia tonalidades lejanas. Esto es algo sobre lo que Schönberg teoriza, por ejemplo, en el decimoquinto capítulo de su Tratado de armonía, al hablar tanto de las modulaciones al «séptimo y octavo» y «quinto sexto círculo de quintas», como de la «modulación a los círculos más cercanos por fragmentación del camino y a través de tonalidades intermedias» (HL, pp. 319-340). El aumento de la capacidad modulatoria destruía el ordenamiento jurídico del círculo de quintas. Un círculo de quintas que tampoco tenía sentido ya a la luz de la perpetua cromatización de la armonía. Porque el abundante empleo del cromatismo ya no podía explicarse a partir de las relaciones diatónicas sobre las que se establece el círculo de quintas. Simplificando mucho la cuestión: si en el círculo de quintas las tonalidades de sol mayor y sol mayor están francamente lejos, a partir tanto de los prodecimientos cromáticos como de la ambivalencia de los acordes aumentados y disminuidos, estas tonalidades estaban a la vuelta de la esquina una de la otra. Su lejanía en el círculo de quintas (que obliga a dar múltiples pasos para ir de una a otra: 7 quintas en más o 5 quintas en menos) podía ser salvada con un salto directo entre ellas. Ante tal panorama, Brahms y Wagner jugaban roles distintos. Mientras el conservador Brahms podía generar sonoridades auditivamente complejas a través de interesantes juegos métricos y contrapuntísticos (como en la figura 2.8), que siempre eran explicables dentro de la funcionalidad de un marco tonal incorruptible, el revolucionario Wagner —con la omnipresencia del cromatismo estructural y de la irresolución armónica— desorientaba al oyente y hacía navegar la música por doquier (de ahí la melodía infinita), atracando lo menos posible en puertos tonales que proporcionaran estabilidad. En Wagner, esta ambivalencia sintáctica se producía a lo largo y ancho de sus óperas, y muchas veces estaba sustentada en construcciones temáticas altamente cromatizadas, como la que encontramos, por ejemplo, al inicio de la tercera escena del tercer acto de Tristán e Isolda (vid. figura 2.9), donde aparecen los doce semitonos en un breve espacio de tiempo, desafiando, así, el orden lógico del sistema tonal. Este modelo de construcción temática era deudor en gran medida de las terrazas tonales utilizadas por Franz Liszt que, además de generar la sensación de inestabilidad tonal a causa de las transposiciones a las que eran sometidas, 172 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Figura 2.8: J. Brahms, Segunda sinfonía, 1r movimiento, c. 224-226 Figura 2.9: R. Wagner, Tristan und Isolde, acto III, escena 3, c. 1-6 tenían una clara finalidad mnemotécnica.73 Así, y «a pesar de no haber sido Wagner el único —ni el último— en aventurarse hasta las fronteras de la tonalidad funcional, el “síndrome Tristán” llegó a ocupar el lugar de fantasma omnipresente para el mundo de la composición musical».74 Todo ello había contribuido a la desfundamentación de la tónica como marco de referencia básico y como centro gravitacional inequívoco. Y eso significaba atentar contra el principio básico del sistema tonal, al desfundamentar el poder de atracción de la tónica.75 Desde el momento en el que la tónica se destonifica, 73 En «Criteria for the Evaluation of Music», de 1946, Schönberg escribe al respecto: Las acomodaciones a las demandas populares se volvió todavía más imperativa cuando la evolución armónica de Wagner se expandió hacia una revolución de la forma. Mientras los compositores precedentes e incluso su contemporáneo Johannes Brahms repetían frases, motivos y otros ingredientes temáticos estructurales sólo de formas variadas (a ser posible en la forma de lo que yo llamo variación desarrollante), Wagner, para hacer sus temas aptos para la memorabilidad, tuvo que usar secuencias y semisecuencias; esto es, repeticiones invariadas o mínimamente variadas que no diferían en nada esencial de sus primeras apariciones, excepto por estar exactamente transportadas a otros grados (SI, p. 129). Fischerman, La música del siglo XX, Paidós, Barcelona, 1998, p. 36. aquí hemos hablado siempre de sistema tonal, pero, —tal como sugiere Rudolf Réti— sería más acertado hablar de sistema tonical que de sistema tonal, y de tonicalidad en vez de tonalidad, dado que lo relevante no es que haya un tono (es decir, un sonido, lo cual es común a todos los sistemas), sino que este tono tenga la función de tónica. Cf. R. 75 Hasta 74 D. 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 173 la tonalidad deja de ser funcional, ya que los sonidos aledaños no se pueden relacionar con subordinación a ella. Así, la tonalidad (o tonicalidad) deja de ser un sistema de funciones. Y era lógico, si el sistema de funciones estaba en quiebra, que tanto Brahms como Wagner suplieran la falta de anclaje tonal de sus atrevimientos con la trabazón motívica que Schönberg —y es relevante que ésta sea su mirada— descubre en sus obras. Por eso a Schönberg —según sus propias palabras ya citadas no demasiado lejos— le «parecía inadecuado forzar un movimiento hacia el lecho procrusteano de una tonalidad sin soportarlo con una progresión armónica que perteneciera a él» (SI, p. 87). Y, nuevamente, su precisión terminológica nos llena de asombro. Se trataba —efectivamente— de una cuestión de adecuación; no ya en el sentido trivial del término, sino en la acepción de ‘ser coherente’. Así pues, si la tonalidad (o tonicalidad) había dejado de ser un sistema útil, había llegado el momento de cortar por lo sano y derribar sus patrones ya inservibles. No tenía ningún sentido recurrir a sonoridades tonales como hecho meramente decorativo si éstas no se sustentaban ya sobre un fundamento sintáctico igualmente tonal. Recordémoslo: la decoración era lo que permitía confundir «una urna y un orinal»,76 según decía Kraus; y era también lo que —con cariátides por doquier— no permitía entender el sentido real de las columnas que sustentaban los edificios. En gran medida pues, el desmantelamiento de las sonoridades tonales (con la emancipación de la disonancia) se derivaba simplemente de adecuar la forma al fondo. Y esto era algo que Schönberg había aprendido de la ética de la coherencia con la que Loos y Kraus trataban de poner al descubierto el problema de la Darstellung en su inmediato contexto vienés. En el abandono de la tonalidad había, pues, además de motivos técnicos y expresivos, una gran carga ética. Se trataba, en gran medida, de restablecer la correcta relación entre la sintaxis y la morfología, y entre la forma y el fondo. Porque estas relaciones, en el tardo-romanticismo, ya no eran claras. Por un lado, no eran claras las relaciones sintácticas que vulneraban la jerarquía del círculo de quintas. Por el otro, la relación entre los acordes y su función tampoco Réti, Tonality, Atonality, Pantonality, Barrie and Rockliff, Londres, 1958. 76 K. Kraus, «Nachts», en Adolf Loos. Festschrift zum 60 Geburstag am 10-12-1930, Viena, 1930, p. 27. El texto se encuentra recogido también en K. Kraus, Werke. Beim Wort Genommen, vol. III, ed. Heinrich Fischer, Kösel Verlag, Munchen, 1955, p. 341. 174 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear resultaba transparente. Y, en última instancia, la presencia de sonoridades de raigambre tonal en un discurso que sintácticamente ya no se regía por la tonalidad, perpetuaba una disfunción evidente entre forma y fondo. Todo ello había llevado la estética musical hacia unos derroteros completamente alejados de lo que se suponía que era el sistema que garantizaba el discurso musical. La funcionalidad del sistema tonal estaba en entredicho. Y el único camino posible para Schönberg era el restablecimiento de un marco nítido de relaciones entre los sonidos. Un marco no fundamentado ya en las relaciones de frecuencia de la serie de armónicos (que regía tanto las formaciones acórdicas como las relaciones tonales jerarquizadas en el círculo de quintas), sino en una nueva ordenación de los sonidos ajena a ella. 2.3.4. El colapso del sistema tonal y los conceptos de monotonalidad y de función estructural La ordenación de los sonidos en un nuevo entramado de relaciones no se produjo hasta 1921, cuando Schönberg ideó el dodecafonismo, que ordenaba las doce notas del total cromático de acuerdo con una serie distinta para cada composición. Esta serie permitía que tanto a nivel sintáctico como a nivel morfológico, pero también a nivel temático y motívico, todo estuviera en relación. Es decir, con el dodecafonismo, todos los parámetros musicales que tienen que ver con la altura los sonidos pasaban a depender de la relación equitativa que la serie establecía entre las doce notas.77 Esta ordenación de los sonidos en una serie, pues, tenía influencia sobre la melodía, el contrapunto y la armonía, tanto morfológicamente (en cuanto a sonoridades verticales) como sintácticamente (en cuanto a los enlaces). Con la invención de la serie, que establecía un orden de notas, la práctica dodecafónica recuperaba en cierto modo el poder unificador sintáctico y estructural que tenía el sistema tonal. En la tonalidad clásica, este poder unificador dependía de un entramado de relaciones fijo, organizado a partir de las relaciones gravitatorias en torno a la tónica y de la jerarquía modulatoria del círculo de quintas. En las obras dodecafónicas, en cambio, esto sucedía no con un en- 77 Sería sólo con el serialismo integral post-weberniano de los años 50 que se serializarían no sólo las alturas, como propone el dodecafonismo, sino el resto de elementos del fenómeno musical, como la rítmica, la dinámica o la tímbrica. 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 175 tramado fijo sino con el entramado de relaciones que se instituían en la serie, y que era diferente para cada composición. Es por ello que, mientras la tonalidad es un sistema (cuyo entramado de relaciones es fijo y gobierna todas las composiciones), el dodecafonismo es un método, puesto que cada composición está gobernada por una serie distinta; es decir, por un sistema de relaciones entre notas diferente para cada composición. Pero la formulación del dodecafonismo no se produjo hasta 1921, mientras que el abandono de la tonalidad se había producido catorce años antes: en 1907. En el lapso de tiempo que va de 1907 hasta 1921 (y principalmente hasta 1914, dado que de 1914 a 1917 Schönberg tuvo su parón creativo y de 1917 a 1922 estuvo enfrascado casi exclusivamente en la composición de Die Jakobsleiter ), Schönberg escribió nada menos que catorce obras, que van de los opus 10 al 22 (más alguna sin número de opus). Sería una insensatez pensar que al rehusar la tonalidad como sistema de relaciones que —por no ser funcional— ya no aportaba coherencia, y al no haber llegado todavía a formular el dodecafonismo, estos opus estuvieran escritos sin coherencia alguna. Nada más lejos de la realidad. Porque las enseñanzas brahmsianas y wagnerianas en cuanto a la trabazón motívica proporcionaron a Schönberg la manera de dotar de coherencia —y por ende de comprensibilidad— todas y cada una de sus obras del periodo atonal. Aunque por ello tuviese que escribir obras no demasiado largas, y tuviese que recurrir (como sucede en diez de esos catorce opus) a la ayuda de un texto que permitiera articular su estructura. Aunque la ordenación dodecafónica tardó todavía 14 años en producirse, el empleo del total cromático sin disposición serial alguna (lo que se conoce como atonalidad libre) se sustentó sobre relaciones de tipo motívico. Esto es lo que Schönberg había aprendido de Brahms y de Wagner, tal como explicita tanto en «Brahms the Progressive» (SI, pp. 398-441) como en «Zu Nationale Musik» (SHGS, pp. 157-158 / SI, pp. 172-174). Y —hacia el final de su vida— reconocía en «Composition with Twelve-Tones (2)» que «desde 1906-1908, cuando comencé a escribir composiciones que condujeron al abandono de la tonalidad, he estado siempre ocupado buscando métodos que suplieran las funciones estructurales de la armonía» (SI, p. 247). El giro revolucionario de Schönberg hacia la atonalidad venía, pues, de la necesidad de restablecer un marco de relaciones musicales sincero, dado que el entramado de relaciones tonales sobre las cuales se fundamentaba la tonalidad había perdido por completo su poder constructivo o —en palabras 176 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear de Ernst Toch—78 su shaping force. Eso no había sucedido de un día para otro, en un amanecer de 1907, sino que la desfundamentación del sistema tonal venía de lejos. De hecho, aunque todavía se siguiese escribiendo una armadura, el poder configurador de la tonalidad se había abandonado ya con la con la práctica armónica wagneriana y el uso sistemático de la tonalidad fluctuante y la tonalidad suspendida, que —como hemos apuntado— se fundamentaban no sobre el sistema tonal sino sobre la perpetua vulneración de sus principios. Este no es lugar para tratar de analizar cómo el sistema tonal se fue desfundamentando desde mediados del siglo xix. Según la autorizada voz de Walter Frisch, «tendremos que esperar muchos años antes de que aparezcan teorías globales o sistemáticas de la música wagneriana y postwagneriana. Y entonces, precisamente por la diversidad y complejidad de la propia música, cualquiera de estas teorías será tan vasta que se colapsará bajo su propio peso».79 Desde un plano lógico, y sin entrar en casos particulares, René Leibowitz afirma que fue la propia naturaleza dinámica del sistema tonal lo que lo llevó a su colapso, de modo análogo a lo que pasó cuando la musica ficta destruyó las peculiaridades modales que acabaron conduciendo precisamente a la creación del sistema tonal.80 Sería inabarcable, pues, tratar de analizar caso por caso aquello que llevó al colapso del sistema tonal y, lamentablemente, tampoco podemos pararnos a dar ni siquiera una breve pincelada de la lógica que condujo a su colapso.81 Remarcaremos sólo, una vez más, que el sistema tonal es —por encima de todo— un sistema de relaciones. A pesar de ser indudablemente así, y a pesar de que, desde los tiempos de Bach, Händel y Vivaldi, la arquitectura E. Toch, Elementos constitutivos de la música: armonía, melodía, contrapunto y forma, trad. P. Silles, Idea Books, Barcelona, 2001. 79 W. Frisch, The Early Works of Arnold Schoenberg. 1893-1908, University of California Press, Berkeley, 1993, p. XV. 80 R. Leibowitz, Arnold Schoenberg et son école, J. B. Janin, París, 1947, pp. 9-61. Leibowitz escribe: «La conciencia polifónica no puede acomodarse durante mucho tiempo en un mundo sonoro inmutable. [. . . ] Todo sistema musical que permite la polifonía, o que la funda, trae, al venir al mundo, los gérmenes de su propia destrucción» (p. 31). No hay que confundir este fundamental ensayo de Leibowitz, escrito cuando Schönberg todavía estaba vivo, con la posterior biografía intelectual del compositor, publicada a los 18 años de su muerte: R. Leibowitz, Arnold Schoenberg, Seuil, París, 1969. 81 Esta tarea de dar una breve pincelada la acometimos parcialmente en nuestra tesina La configuració del pensament relacional en Arnold Schönberg, Universitat Pompeu Fabra, 2005, especialmente en las páginas 37-75. 78 Vid. 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 177 tonal ha funcionado poniendo en juego un sistema de relaciones cada vez más complejo, nadie hasta Schönberg había formulado que el sistema tonal es, en esencia, un sistema de relaciones —tal como hemos visto en el apartado 1.7.2. Esta va a ser la mirada distintiva de Schönberg sobre la tonalidad. Y no es extraño que Schönberg pueda (o ¡necesite!) mirar así: ya que él tuvo el privilegio —o el infortunio— de empezar a escribir música cuando el mundo tonal se estaba desmoronando. Desde su posición privilegiada, Schönberg pudo (o necesitó) hablar de las relaciones que habían gobernado la sintaxis tonal, tanto en el plano de la microestructura (Harmonielehre y Structural Functions of Harmony) como de la macroestructura (Fundamentals of Musical Composition). La necesidad de entender hasta sus consecuencias más remotas las relaciones de la música tonal (cosa que hizo hasta 1907, y más tarde, ya en los EUA, en la Suite para orquesta de cuerda o en el Tema y variaciones para banda, op. 43), y la necesidad de buscar nuevas relaciones entre sonidos una vez éstas ya no son viables, va a marcar la vida de Schönberg. Él mismo se daba cuenta de que «probablemente soy el último de los compositores modernos que se ha ocupado de la armonía tonal en el sentido de los viejos maestros» (SHGS, p. 126 / SI, p. 256). La necesidad o la posibilidad de entender el pasado musical principalmente a partir de las relaciones que existen entre los sonidos, va a llevar a Schönberg a formular un aparato teórico distinto del que se había utilizado hasta el momento. Un aparato en el cual la noción de ‘relación’ va a jugar un papel fundamental. Ya había sido así en la Harmonielehre, con las definiciones de ‘tonalidad’ y de ‘sonido’ como un entramado de relaciones. Pero será todavía más claro en las Structural Functions of Harmony, en las cuales Schönberg plasma, al final de su vida y aunque de modo muy sumario, el enfoque analítico que ha ido desarrollando en su larga trayectoria docente. Es en este libro (de cuyo prólogo nos hemos servido al inicio de nuestro texto) donde Schönberg acuñará los términos de «monotonalidad» y de «regiones» tonales (SFH, p. 19), además del término de «función estructural de la armonía» que aparece en el propio título. Lo que designan estos términos no es nada complicado, pero sí que supone una nueva manera de analizar el discurso musical, absolutamente irrenunciable ya en el vocabulario analítico de nuestros días. El más significativo es, quizás, el concepto de monotonalidad, que se funda en el argumento de que «sólo hay una tonalidad en una pieza» (SFH, p. 19). De este enfoque sale inevitablemente el nuevo término de «región tonal», ya que —como decía el propio Schönberg— 178 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear el concepto de regiones es una consecuencia lógica del principio de monotonalidad. De acuerdo con este principio, cualquier digresión de la tónica se considera que está todavía dentro de la tonalidad, tanto si mantiene con ella una relación directa o indirecta, próxima o remota. En otras palabras, hay sólo una tonalidad en una pieza, y cada segmento que antes se consideraba como otra tonalidad es sólo una región, un contraste armónico dentro de aquella tonalidad. La monotonalidad incluye la modulación-movimiento hacia otro modo e incluso el establecimiento de este modo. Pero considera que estas desviaciones son regiones de la tonalidad, subordinadas al poder central de la tónica. Así se consigue la comprensión de la unidad armónica dentro de una pieza. En el siguiente cuadro [vid. la figura 2.10 en la página siguiente] las regiones se presentan con símbolos en un orden que indica su relación. (SFH, p. 19). El concepto de monotonalidad nos indica fantásticamente cuál es la perspectiva con la que Schönberg necesita ver la música tonal: como algo global, entendiendo que cualquier parte está «subordinada al poder central de la tónica», y en una determinada relación con esta tónica (nótese como el término ‘relación’ aparece en dos lugares cruciales del extracto citado, y en tres ocasiones en el párrafo de la figura 2.10). Es decir, en sus análisis de una obra tonal, lo que Schönberg analiza ahora como regiones (formulando este nuevo concepto) es aquello que antes se consideraba una tonalidad per se. Musicalmente, nada cambia en las obras, porque el esqueleto modulatorio y estructural de las obras de Mozart, Beethoven o Bruckner es el que es. Lo que cambia es la manera de mirar estas obras, poniendo el foco no sobre las distintas áeras tonales en sí, sino sobre las relaciones que cada una de estas áreas o regiones establece con la tonalidad marco. Así, Schönberg entiende que estas regiones no son autónomas, sino que su importancia viene principalmente del hecho de estar «en una relación directa o indirecta, próxima o remota» con la tonalidad general gobernante. Con el concepto de «monotonalidad», Schönberg no inventa nada nuevo en música (es decir, no inventa la música «monotonal», por decirlo así), sino que inventa una manera específica de mirar. Así pues, Schönberg crea un nuevo aparato teórico (la monotonalidad, las regiones, etc.) para poder entender las relaciones armónicas que se establecen entre las distintas regiones de una composición. Schönberg necesita poder ver —y es para ello que se toma la molestia de crear todo un aparato teórico— que todo está relacionado. Es decir, su forma de mirar (que revela la matriz de su pensamiento) viene mediatizada por la noción de relación. Lo cual es bastante lógico, porque Schönberg empezó a componer precisamente cuando las relaciones tonales estaban ya muy maltrechas y resultaban difícilmente identificables, tal como hemos dicho que sucedía —por antonomasia— en la armonía errante de Wagner, por no hablar de lo que pasaba en la tonalidad suspendida. 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 179 Figura 2.10: Cuadros de regiones tonales (SFH, p. 20). Nótese el uso del término ‘relación’. 180 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear De un modo parecido, el concepto de «función estructural de la armonía» emerge también de la peculiar visión schönberguiana de la tonalidad como un sistema de relaciones, fruto, en gran medida, del momento histórico que le tocó vivir. Con la noción de «función estructural» (que Schönberg propiamente no define), el compositor formula algo que venía siendo así desde siempre, que es que la armonía tiene un papel sintáctico y estructural que permite armar los derroteros del discurso musical. Esta función estructuradora de la armonía se produce de acuerdo con el esquema de relaciones propio del marco tonal, que fue la base del desarrollo musical del siglo xvii en adelante, cuando la verticalidad armónica se erigió definitivamente como el principio que —cual jalones en un camino, y a partir de un juego tensional entre cada uno de estos jalones— permitía organizar las composiciones. Con la progresiva cromatización de la armonía y la utilización de acordes de función ambivalente, la función estructural de la armonía (con sus categorías de tónica, subdominante y dominante) fue perdiendo progresivamente su poder configurador. Y el discurso musical —tal como hemos visto al hablar del Brahms y del Wagner de Schönberg— empezó a fundamentar su coherencia sobre otros parámetros. Esto sucedía —según las avispadas palabras de Ramón Barce para caracterizar la estética de Max Reger (1873-1916)— porque la armonía de finales del siglo xix consistía en «saturar de prisa las fluctuaciones tonales».82 ¿Qué significaba esto? Significaba, en dos palabras, certificar la incompetencia estructural del sistema tonal. Porque era tal la plurivocidad y ambivalencia de los acordes utilizados en la armonía fluctuante que la jerarquía de enlaces propia del sistema tonal se orillaba por completo. Así, al negligir el sistema de relaciones acórdicas del sistema tonal, se desfundamentaba la función estructural que la armonía tenía en el sistema. Si, como muy bien decía Reger, amparándose en Liszt, «cualquier acorde puede seguir a cualquier otro acorde»,83 la 82 R. Barce, «Prólogo» en M. Reger, Contribuciones al estudio de la modulación, trad. R. Barce, Real Musical, Madrid, 1978, p. 16. 83 http://modusmixolidius.blogspot.com.es/2008/09/breve-biografa-de-max-reger-iv. html [5.11.2012] La cita se encuentra en una importante carta de Reger fechada el 17 de julio de 1902, uno de cuyos párrafos citaremos a continuación. Teniendo en cuenta que Reger había nacido un año antes que Schönberg, y que murió en 1916, antes de que Schönberg formulara el dodecafonismo, sus palabras resultan todavía más interesantes: En mis obras no son problemas técnicos como mis melodías armónicas los que crean dificultades. Yo digo que la tonalidad, tal y como la definió Fétis hace 50 años, es demasiado estrecha para 1902. Sigo el principio de Liszt de que «cualquier acorde 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 181 jerarquización del círculo de quintas (explicitada también por Schönberg en el parentesco entre las distintas áreas tonales que hemos reproducido en la figura 2.10) no tenía ya ninguna función en la construcción de los discursos musicales de la época.84 En un tiempo en el cual la funcionalidad estructural de la armonía había quedado en entredicho, era normal que Schönberg formulara que en la música anterior a finales del xix, la armonía tenía un papel funcional estructural. Algo que había dejado de ser así desde hacía muy poco tiempo. Algo que —por ser de recibo hasta entonces— nadie había tenido que explicitar. Si la armonía, debido a su enriquecimiento progresivo, había llegado a la hipertrofia sintáctica, ¿qué papel jugaba entonces en la práctica musical tardoromántica? Dado que su función estructural era cada vez más difícil de percibir, la armonía fue adquiriendo cada vez más un rol colorístico, puramente epidérmico, no arraigado en lo estructural. Así lo consideraba Schönberg, al afirmar que la armonía de Richard Wagner había producido un cambio en la lógica y el poder constructivo de la armonía. Una de sus consecuencias fue el llamado uso impresionístico de las armonías, especialmente practicado por Debussy. Sus armonías, sin significado constructivo, servían a menudo para el propósito colorístico de expresar humores y escenas. Estos humores y escenas, a pesar de ser extramusicales, se convirtieron en elementos constructivos incorporados a las funciones musicales, y producían una suerte de comprensión emocional. Así, la tonalidad quedaba destronada a la práctica, aunque no en el plano teórico (SI, p. 216). A los ojos de Schönberg, este modo de proceder contravenía por completo el significado y la naturaleza del sistema tonal, que había nacido desde una interacción perfecta entre las sonoridades utilizadas (lo morfológico) y su función estructural en la configuración de la forma y de los enlaces (lo sintáctico). Si estos dos elementos (lo morfológico y lo estructural) ya no estaban en corres- puede seguir a cualquier otro acorde» al pie de la letra. Hay pocos músicos que conozcan a los maestros antiguos y modernos tan bien como yo y eso garantiza que no hago estupideces. Soy joven, muy joven, un progresista hasta el extremo y aún estoy aprendiendo. Nada puede quebrar mi confianza en la generación que ahora despunta. En la Harmonielehre, al hablar de los acordes de séptima disminuida, leemos: «todo acorde puede ser enlazado con otro cualquiera», aunque pronto Schönberg advierte que esto sólo puede hacerse «bajo ciertas condiciones [. . . ] para que el sentido de la forma las asimile y para que pueda asumirse toda la responsabilidad» (HL, p. 285). En HL, p. 187, también afirma que «a toda tríada puede seguir toda tríada». 84 Charles Rosen es particularmente lúcido en su explicación de estas cuestiones. Vid. Ch. Rosen, Schoenberg, Antoni Bosch, Barcelona, 1983, pp. 40-47. 182 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear pondencia coherente el uno con el otro, ¿qué sentido tenía mantener el sistema tonal? Es así como Schönberg acaba asestando la estocada definitiva a la tonalidad, que —según él— no era apropiado utilizar a conveniencia. Si el poder estructurador de la tónica ya había desaparecido, ¿qué sentido tenía mantener su sonoridad de acorde consonante? O ¿qué sentido tenía forzar de vez en cuando el discurso musical hacia «el lecho procrusteano de una tonalidad sin soportarlo con una progresión armónica que perteneciera a él» (SI, p. 87), tal como sucedía, por ejemplo, en algunas óperas de Richard Strauss? Ni una ni otra cuestión eran lícitas, porque —tal como decía en «Tonalität und Gliederung» en 1925—, la «tonalidad no sólo sirve; al contrario, pide ser servida» (SHGS, p. 126 / SI, p. 256). No había problema si —como Puccini o Gershwin, ambos admirados por Schönberg—85 la tonalidad se utilizaba tal como tenía que ser utilizada. Se trataba (y la ética asoma aquí de nuevo) de una cuestión de coherencia, de que se estableciera la correcta relación entre lo que el sistema tonal requiere y lo que uno hace con él. O para decirlo con Adolf Loos, entre la forma y la estructura, sin ornamento de por medio.86 Schönberg no puede de ser amigos y jugar juntos al tenis en Los Angeles, Schönberg y Gershwin se profesaban admiración y respeto mutuos. Con Puccini, Schönberg había coincidido en la representación del Pierrot lunaire en Florencia. En una carta del 28 de enero de 1925 a Alfredo Casella, leemos: Me alegré mucho de que al principio contara usted la bonita historia de mi encuentro con Puccini, cuya muerte me ha impactado mucho. ¡Jamás creí que no volvería a ver a este gran hombre! Y estoy orgulloso de haber concitado su interés, y le estoy agradecido a usted de que les haya contado a mis enemigos este hecho que representa para mí un honor tan grande (http://81.223.24.109/letters/search_show_ letter.php?ID_Number=6519 [5.11.2012], y parcialmente en H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 255). 85 Además Tanto Gershwin como Puccini eran coherentes con la tonalidad, ya que el exterior de sus obras (melódicamente y armónicamente) estaba en consonancia con su interior (el plano tonal y formal). La importancia de esta coherencia (que hace que —independientemente del estilo empleado— las obras sean valiosas y honestas) era algo que Schönberg había aprendido de Adolf Loos y del diseño funcionalista vienés, para los cuales la forma no puede traicionar la función. Una máxima del campo del diseño que se puede aplicar —con las especificidades del argot musical— en el terreno musical, con lo cual cobra un significado de lo más pertinente: en una obra tonal, la forma (musical) no puede traicionar la función (estructural de la armonía). 86 De ahí que Schönberg no tuviera problema en utilizar de nuevo la tonalidad de vez en cuando, pero no como efecto de color en sus obras no tonales, sino siguiendo los dictámenes propios del sistema tonal. Según reseña su alumna Dika Newlin, Schönberg afirmaba que «todavía se puede escribir gran cantidad de buena música en do mayor». Vid. D. Newlin, «Secret Tonality in Schoenberg’s Piano Concerto», Perspectives of New Music, vol. 13, n. 1, Autumn - Winter, 1974, p. 137. Vid., por ejemplo, lo que decíamos en la nota 57 de este 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 183 ser más explícito en un texto fundamental de 1926, titulado «Gesinnung oder Erkenntnis», que citamos in extenso porque resume a la perfección el estado de la cuestión del lenguaje armónico post-romántico y la problemática que esto generaba para la función estructural que la armonía había tenido en el sistema tonal: La tonalidad no es un fin en sí mismo, sino un medio para un fin, y su conformación natural ofrece grandes ventajas a aquellos que la utilizan. Por esto los compositores de antes de nuestra época fueron extremadamente cuidadosos con la organización de la sucesión de armonías, hasta el punto de que a veces sólo utilizaban armonías cuya relación con la tónica y su accesibilidad a ella (más tarde subrayada por la convención) era fácil de captar. Pero la aparición de acordes errantes (tal como los llamo en mi Tratado de armonía) —un fenómeno cuyo mayor valor reside en su ambigüedad— ensanchó tanto el campo de acontecimientos accesibles desde una tónica que, incluso en mayor medida, la tónica ya no podía casi ser probada, intelectualmente, para estar al mando, a la vez que resultaba cada vez más difícil de oir. [. . . ] El puro entremezclamiento externo de algunos recursos que sólo en su presencia conjunta son capaces de generar unidad, no va a ayudar a la configuración de la forma, sino que tendrá meramente el efecto del «estilo», de ocultar las relaciones verdaderas a partir de razones de gusto. Cualquiera que desee usar la función coherentizante [zusammenhangbildende Funktion] de la tonalidad de manera apropiada puede hacerlo sólo con esta finalidad: asegurarse una eficacia formal fiable. Pero si uno lo hace meramente porque le gusta la tonalidad y no entiende cómo utilizarla para su verdadero fin y sólo para éste (y no, como suele suceder, para crear una atmósfera o para cumplir con los principios de su partido), entonces comete un pecado grave y actúa de modo tan ridículo como aquel que cubre una placa de mármol con barniz. Si, incluso siendo así, una obra de este tipo es efectiva formalmente, se deberá a influencias extramusicales, tales como la intepretación, el carácter, etcétera (SHGS, p. 131 / SI, pp. 261-262). La tonalidad clásica y romántica (no ya la post-romántica) tenía una ineludible función estructural. Y si los requerimientos expresivos de finales del xix y principios del xx atentaban contra esta función, lo mejor era abandonar del todo la tonalidad. Así pues, va a ser Schönberg quien ponga de relieve que la armonía tardo-romántica ya no era funcional y estructural, sino que tenía una dimensión puramente ornamental. Si lo estructural recaía ya en otros aspectos (como sucede, por ejemplo, con la música programática —¡tan abundante a finales del xix!— cuya estructura se sustenta sobre un fundamento extramusical), era mejor abandonar por completo la tonalidad. Este imperativo de abandonar la tonalidad fue algo que Schönberg vivió en sus propias carnes como compositor al inicio de su carrera, y que sólo pudo formular de modo teórico al cabo de mismo capítulo. 184 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear los años. Siendo coherente con lo que realmente significaba la tonalidad, pues, en 1907 Schönberg se decidió a abandonarla, y empezó la búsqueda de un nuevo sistema de relaciones propiamente musicales (no extramusicales) que sí se pudieran tener en cuenta. Si hasta aquel entonces la verticalidad de las funciones armónicas (estructurales) había marcado el discurrir de la música tonal, en la música atonal y dodecafónica va a primar —sobre todo— una dimensión mucho más horizontal de la música. Así, siguiendo la incorrompible ley del péndulo, se pasaba de una era eminentemente vertical y armónica (la era clásica-romántica: s. xvii-xix) a una era contrapuntística de carácter principalmente horizontal. Y —no por azar— esta nueva era vio en la trabazón motívica y en los procedimientos de transformación contrapuntística (aumentación, disminución, inversión, retrogradación. . . ) tan propios de los maestros flamencos (s. xv-xvi) y de Bach una vía de escape al colapso armónico tardo-romántico. Durante el periplo atonal, pues, Schönberg garantizó la coherencia estructural de sus obras principalmente de dos formas: por un lado, con una intensificación de los elementos de cohesión motívicos dispuestos según variados procedimientos imitativos; por el otro, con el uso de un texto cantado o recitado que —de modo extramusical— aportara un soporte estructural a la composición, una vez la función estructural de la armonía había desaparecido. Así, todas las obras atonales de Schönberg o bien son piezas instrumentales cortas (el motivo tiene un poder estructurador de no muy largo alcance), o bien tienen un soporte textual que permita cohesionar un discurso más extenso. Pero tener que garantizar la coherencia musical con motivos extramusicales, o reducir el discurso musical a lo epigráfico, era algo que no satisfacía a Schönberg; de ahí que buscara y buscara hasta que, en 1921, dio con el método dodecafónico. Un método que —como hemos dicho— garantizaba que lo armónico (morfológico y sintáctico), lo melódico y lo estructural de una composición no sólo estuviera relacionado entre sí, sino que estuviera relacionado también con una serie básica que gobernaba toda la pieza en virtud de las relaciones entre las notas dispuestas en la propia serie. Justo después de la formulación del dodecafonismo, los opus de Schönberg vuelven a ser mayoritariamente instrumentales y tienen una duración mayor que las piezas compuestas entre 1908 y 1921. En resumidas cuentas, pues, creemos que el momento histórico en el cual Schönberg empezó a componer hizo que —de un modo u otro— la noción de relación cobrase una importancia fundamental en su pensamiento musical y su quehacer compositivo. La desfundamentación de las relaciones tonales acaecida a finales del siglo xix lo llevó a construir un aparato analítico en el cual la no- 2.3. La hipertrofia del lenguaje musical tardoromántico 185 ción de relación jugaba un papel esencial.87 Pero el contexto musical no sólo lo condicionó en lo teórico, sino que el descalabro de la sintaxis tonal le hizo ver también la necesidad de establecer un nuevo entramado de relaciones entre los sonidos, que finalmente lo llevó a formular el dodecafonismo. La importancia de la cuestión de la relación en el ámbito musical, pues, (con un contexto de relaciones tonales que se desmoronaban, y cuyas sonoridades se mantenían epidérmicamente de modo insincero) se sumaba así a la importancia ética, estética y cultural de la cuestión de la relación en la problemática de la Darstellung vienesa analizada en la sección anterior. Y a ambas se añadiría, todavía, la dimensión religiosa, que se ocupa principalmente de la relación entre el plano de la inmanencia y el de la trascendencia. La problemática relación entre lo inmanente y lo trascendente va a ser algo que va a acompañar a Schönberg a lo largo de toda su vida, marcando un periplo espiritual de lo más singular que va a verse reflejado —de manera fascinante— en el grueso de su producción artística. 87 Es significativo que otro gran teórico como Heinrich Schenker (1868-1935), estricto contemporáneo de Schönberg, nacido en Galitzia pero cuya carrera se desarrolló en Viena, también fundamentara sus análisis sobre la explicitación de las relaciones tonales subyacentes a las obras musicales (vid. http://www.schenkerdocumentsonline.org [5.12.2012]). Y que el también vienés Ernst Kurth (1886-1946) hiciera algo parecido a nivel contrapuntístico, con su fundamental Grundlagen des Liniaren Kontrapunkts y con su explicación de la armonía wagneriana. Vid. E. Kurth, Selected Writings, ed. y trad. Lee A. Rothfarb, Cambridge University Press, 1991; y L. A. Rothfarb, Ernst Kurth as Theorist and Analyst, University of Pennsylvania Press, Philadephia, 1988. Este enfoque «relacional», pues, no era algo exclusivo de Schönberg, sino que era lógico que apareciera también en otros teóricos coetáneos, dado que tenía que ver —como hemos sugerido— con el status quo en el que se encontraba el lenguaje musical tardo-romántico. Para una exposición del desarrollo armónico en el ámbito vienés, vid. R. W. Wason, Viennese Harmonic Theory from Albrechtsberger to Schenker and Schoenberg, UMI Research Press, Ann Arbor, 1985. Y para una valoración un tanto escéptica —aunque respetuosa— de las teorías de Schenker a cargo de Schönberg, que las consideraba «un poco exageradas como mínimo, pero no diría que son falsas», vid. ASR, p. 334. 186 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear 2.4. 2.4.1. Religión y relación La cuestión de la relación en tres obras religiosas Dejando de lado la etimología de la propia palabra ‘religión’ entendida como religare a la que ya nos hemos referido en la nota 13, lo cierto es que el tratamiento que da Schönberg a la cuestión de la representación de la idea (es decir, de qué modo se pasa de una esfera de realidad —la idea, el pensar— a otra —el estilo, el decir—) tiene un evidente paralelismo con el enfoque de la temática religiosa que encontramos en muchas de sus obras. Títulos clave de su producción como el oratorio Die Jakobsleiter, la ópera Moses und Aron, o los Salmos op. 50 (su testamento compositivo),88 lejos de tener un enfoque pietista o de adscripción devota, recogen la búsqueda de un hombre que trata de ver cómo es posible relacionar la esfera de lo sagrado con la esfera de lo profano. Estas tres obras, al igual que los manuscritos del ZKIF y de MG, quedaron 88 El opus 50 de Schönberg está constituido por tres piezas corales: las dos primeras para coro mixto a capella y la última para coro mixto y orquesta. Sus títulos son Dreimal Tausend Jahre, De profundis y Moderner Psalm, y llevan la numeración op. 50a, op. 50b y op. 50c. Aunque propiamente sólo la segunda de las piezas sea un salmo bíblico (el n. 130), para abreviar, nos referiremos a ellas como Salmos. El texto del op. 50c era el primero de unos Salmos modernos (‘Moderner Psalmen’) que Schönberg había empezado a escribir a finales de 1950. Estos salmos sólo tienen letra, y no se sabe con certeza si Schönberg tenía intención de musicarlos todos o eran «sólo» literarios. Tal como refiere Josef Rufer: Entre finales de septiembre de 1950 y principios de julio de 1951, Schönberg escribió una serie de «Salmos» de contenido religioso y filosófico, que fueron concebidos como base para composiciones corales. Los primeros 10 salmos están numerados; la numeración de los 6 siguientes se dejó abierta. (J. Rufer, The Works of Arnold Schoenberg. A Catalogue of his Compositions, Writings and Paintings, trad. D. Newlin, Faber and Faber, Londres, 1962, p. 155). Según atestigua Anna Maria Morazzoni en SHGS, 487: Salmos modernos, luego cambiado a Salmos, plegarias y otras conversaciones con Dios, es el título de una serie de textos para coro. Los primeros diez textos fueron escritos entre septiembre de 1950 y febrero de 1951, con un segundo grupo empezado el 23 de marzo de 1951. El trabajo en el último texto fue empezado el 3 de julio, diez días antes de la muerte de Schönberg. Que el op. 50c se titule Moderner Psalm (‘Salmo moderno’) sumado al hecho de que la colección de salmos escritos se titulara inicialmente Moderne Psalmen (‘Salmos modernos’) y al hecho de que no exista un título genérico para las tres piezas del opus 50, puede llevar a error. Por esto, siempre que nos refiramos al op. 50 en su globalidad utilizaremos el hiperónimo —jamás propuesto por Schönberg— Salmos. Reservaremos Moderner Psalm (en singular) para el op. 50c y Moderne Psalmen (en plural) o Psalmen, Gebete und andere Gesproche mit Gott (‘Salmos, plegarias y otras conversaciones con Dios’) para los 16 salmos «literarios». 2.4. Religión y relación 187 inconclusas, aunque la intención de Schönberg era dedicar los últimos años de su vida a terminarlas. De hecho, la muerte lo encontró un aciago 13 de septiembre de 1951 a los 76 años de edad, a medio componer su Moderner Psalm op. 50c.89 En una carta escrita el 22 de enero de 1945 a la Fundación Guggenheim para solicitar una beca —que no le fue concedida— leemos: Siento que, mientras viva, he de esforzarme en terminar al menos algunas de las obras que desde hace muchos años aguardan que así sea. Siento que la obra de mi vida estaría cumplida sólo parcialmente si no me fuera dado conseguir acabar mis dos más extensas obras musicales y dos, o quizá tres, de mis obras teóricas (ASL, 200).90 En cuanto a las musicales, Schönberg cita acto seguido el Moses und Aron y Die Jakobsleiter, y en cuanto a las teóricas habla de un Manual de contrapunto, de las Funciones estructurales de la armonía y de o bien otro manual titulado Fundamentos de la composición musical o de un Manual de orquestación «cuyos esbozos se remontan a 1917».91 Si bien Die Jakobsleiter y Moses und Aron no fueron terminados, Schönberg sí terminó, a excepción del Manual de orquestación, los tres proyectos teóricos. Que los proyectos teóricos y las dos obras religiosas tengan un peso similar para cumplir «la obra de mi vida» se debe quizás al hecho de que —en resumidas cuentas, aunque desde distintos ámbitos— tratan esencialmente de la misma cuestión: de cómo conectar (es decir, relacionar ) esferas ontológicas distintas o planos de realidad concomitantes. En Moses und Aron y Die Jakobsleiter, a grandes rasgos, se trata de cómo conectar la esfera de la trascendencia con la de la inmanencia. En el Manual de contrapunto (reducido finalmente 89 El hecho de que muriera a los 76 años de edad (7+6=13) un día 13 no habría sido visto por Schönberg como algo casual. Él mismo, tal como dice su esposa, «tenía mucho miedo de aquel día» (H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 434). Para consideraciones numerológicas, vid. el apartado 4.1.3. 90 Merece la pena echar un vistazo a la respuesta del Sr. Henry Allen Moe, de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, aduciendo que la beca estaba destinada principalmente a «las necesidades de los jóvenes artistas e investigadores». Después de la negativa, la Fundación siguió pidiendo consejo a Schönberg a la hora de otorgar a jóvenes músicos la beca que él mismo había solicitado, tal como atestigua la correspondencia subsiguiente. 91 No se sabe si Schönberg había tenido jamás en mente escribir también un tratado de Fuga. En la carta a la Fundación Guggenheim no lo explicita. Sin embargo sí nos quedan dos brevísimas reflexiones sueltas sobre la fuga de 1924 y 1936, a cuál más interesante. Vid. SHGS, p. 42 y SI, pp. 297-298. 188 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear a unos Ejercicios preliminares de contrapunto),92 de qué relaciones deben establecerse entre las voces simultáneas. En las Funciones estructurales de la armonía, se trata del entramado de relaciones sintácticas que permiten generar una estructura con sentido. En los Fundamentos de la composición musical, de enseñar las «múltiples posibilidades de resolver problemas» (FMC, p. 215), esto es, de cómo pasar de la idea al estilo, aunque Schönberg acabe tratando más de lo realizado (de la forma) que del proceso que llevó a la realización (que era sin duda el objetivo inicial del libro, tal como se planteaba en MG). Y en el jamás escrito Manual de orquestación se supone que se debería tratar no de las peculiaridades de cada instrumento, sino del arte de orquestar; es decir, de combinar y relacionar los timbres de acuerdo (en relación) con su función en el tejido musical. Sin embargo, estos libros no acababan de ser lo que Schönberg hubiera querido que fuesen, tal como preveía ya el 19 de julio de 1938, al filósofo Jakob Klatzkin: Ahora trabajo —siempre que no tenga que contestar a cartas de desdichados de Alemania y Austria, y siempre que no me abandone a una depresión insoportable— en un Tratado de composición «práctico». Desde hace más de 20 años quería escribir una teoría, pero ahora tengo que despachar los resultados de mi trabajo y de todos mis conocimientos y capacidad en un manual práctico (ASL, 178). Los tres últimos títulos publicados por Schönberg (en colaboración con sus ayudantes) vendrían a ser los menudillos de aquella obra omnicomprensiva que planeaba escribir cuando empezó el ZKIF. Ahora los publicaba con un enfoque mucho más reducido, sólo para que no se perdieran con él los «resultados de mi trabajo», sin tiempo para materializar teóricamente ni lo que le había conducido a ellos ni la base filosófica que los sustentaba. Efectivamente, el tipo de excursos que se permite Schönberg en sus últimos trabajos nada tiene que ver con el alcance de los del Harmonielehre o incluso con los de los bocetos para ZKIF y MG. Pero volvamos a lo que íbamos: a ver el vínculo entre la noción de relación y la dimensión religiosa de Schönberg. La permeabilidad del pensamiento religioso de Schönberg hacia este concepto clave de sus enfoques teóricos puede deberse a razones de tipo cronológico. Parte del trabajo en Die Jakobsleiter fue paralelo a cual indica que tenía planeados más volúmenes sobre la cuestión, según sugiere Leonard Stein en el «Prólogo del editor» (PEC, p. 9). 92 Lo 2.4. Religión y relación 189 la redacción del ZKIF ;93 y la composición de Moses und Aron coincidió con la redacción de varios de los Gedanke manuscripts, y se interrumpió poco antes de que Schönberg empezase la escritura del más extenso de ellos, Der musikalische Gedanke und die Logik, Technik, und Kunst seiner Darstellung. Las concomitancias entre estas obras teóricas, el oratorio y la ópera no se deben sólo a la coincidencia de fechas. Efectivamente, tal como hemos avanzado cuatro párrafos más arriba, las obras de temática religiosa abordan también la cuestión de la relación que puede establecerse entre los distintos planos de realidad. En este caso, en vez de tratarse de la separación entre la idea y el estilo, se pone en entredicho la distancia entre el ámbito de la inmanencia y el de la trascendencia. Y no sólo en una sola dirección como hasta ahora (pasando unidireccionalmente de la idea a la representación o del pensar al decir), sino en un doble sentido. Por un lado, el paso de la trascendencia a la inmanencia (abordado en el Moses und Aron) y por el otro el de la inmanencia a la trascendencia (abordado tanto en el op. 50b a partir del salmo bíblico De profundis, como en el op. 50c, Moderner Psalm, con texto del mismo Schönberg). ¿Qué pasa en Die Jakobsleiter ? Para decirlo muy de pasada, en este oratorio Schönberg parece trazar el marco de relación entre estos dos ámbitos, haciendo algo parecido a sentar las bases para propiciar la comunicación entre ellos; esto es, establecer el canal —que no el código— comunicativo entre las dos esferas.94 ¿Cómo? Sacando a colación la imagen de la escalera que aparece en el título. Y no una escalera cualquiera, sino la escalera de Jacob: aquella por la cual —según el relato bíblico— «los ángeles de Dios subían y bajaban», y que viene a ser «la puerta del cielo» (Gn 28, 11-19). La elección de este título es sumamente significativa, ya que la obra de Schönberg no es ninguna recreación del pasaje del Génesis, sino una aproximación a distintas formas humanas de 93 Cf. la carta n. 28, de 5 de mayo de 1917, donde leemos: «Trabajo en algunas obras teóricas y además también en el texto para una obra grande con coro, solistas y orquesta». El trabajo voraz en el ZKIF se produjo entre el 11 y 23 de abril de 1917, la copia en limpio del texto de Die Jakobsleiter está fechada el 26 de mayo, y la composición se inició el 19 de junio del mismo año. Cf. J. Rufer, The Works of Arnold Schönberg, pp. 118-121. 94 Hablamos de canal y código en el sentido del esquema de la comunicación (sobre el que volveremos más adelante) formulado en 1958 por Roman Jakobson en una memorable conferencia en Indiana, publicada en 1960. Vid. R. Jakobson, «Lingüística i poètica» en Ibid., Lingüística i poètica i altres assaigs, Edicions 62 / Diputació de Barcelona, Barcelona, 1989. 190 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear relacionarse con la trascendencia, según distintos personajes. A lo largo del texto del oratorio, pues, la figura de la escalera no aparece en ningún lugar. Huelga decir que la escalera es una figura con una larga tradición iconográfica ligada a una innegable función relacionadora, dado que une niveles o planos distintos de realidad.95 Pero además de la escalera del título, es significativo que el primer personaje que aparezca en la obra —y que es, a la vez, el que aglutina (es decir, el que cohesiona o relaciona) las intervenciones de los otros personajes— sea una figura angélica: el arcángel Gabriel. Aparte de que —por definición— la misión principal de los ángeles está asociada a una clara función mediadora y que su misma naturaleza es una naturaleza fronteriza, el hecho de que sea Gabriel el ángel escogido es relevante. Gabriel es «el mensajero por excelencia [. . . ], aporta las noticias desde la misma fuente [y] es reconocido como el mensajero o el anunciador».96 Y lo significativo es también que, mientras en el relato bíblico Jacob ve en su sueño a Yahveh (que le habla directamente), aquí ninguno de los personajes hablará directamente con Dios, sino que el interlocutor será siempre Gabriel (que, aunque Schönberg no lo explicite, suponemos que se trata del arcángel).97 Por todo esto, podemos afirmar que Die Jakobsleiter parece dibujar un canal comunicativo que sente las bases físicas de esta comunicación. Una vez hecho esto, en Moses und Aron se problematiza la cuestión de la iconoclastia y la iconodulia y, sobre todo, la cuestión de la función profética y la posibilidad de transmisión de la experiencia de Dios, mientras que en sus tres últimas composiciones, Schönberg se servirá de la forma de plegaria por excelencia —el salmo— para, «sin embargo, rezar». Y no desde cualquier posición, sino que estas plegarias están hechas desde la más absoluta distancia temporal («hace tres mil años», leemos en el primer verso del primer salmo, escrito por el poeta Dagobert Runes) y desde la insalvable distancia que media entre el Señor y el abismo desde donde se le clama (según leemos en texto del De profundis 95 Vid., por ejemplo, Ch. Heck, L’échelle céleste dans l’art du Moyen-Âge, Flammarion, París, 1999. 96 N. López, Voz de ángel, Océano, Barcelona, 2009, p. 150. 97 Durante la I Guerra Mundial, Schönberg compuso el coro Der deutsche Michael, en el cual se da «una combinación del héroe popular alemán Deutscher Michel con el arcángel Miguel» (J. Shaw, «At the Crossroads. Schönberg’s Wartime Compositions and His Crisis of Faith, 1914-1918», JASC, 5/2003, p. 193). Es significativo que los nombres de los arcángeles por excelencia (Gabriel y Miguel) aparezcan en dos composiciones coetáneas. 2.4. Religión y relación 191 bíblico). A pesar la distancia patente en los dos primeros salmos, en el tercero —cuya letra es de Schönberg mismo— leemos: «y sin embargo, rezo; porque no quiero que se pierda la feliz sensación de la unidad [Einigkeit], del vínculo [Verbindung] contigo».98 Y aquí —de modo análogo a lo que sucedió con Die Jakobsleiter y con el Moses und Aron— la musica se detiene, quedando sin terminar el último versículo, que dice así: «Oh, Dios mío! Tu gracia nos ha dado la plegaria como una unión, una feliz unión contigo. Como una felicidad que nos aporta más que cualquier consecución».99 Así, este Moderner Psalm compuesto en 1950-51 está en clara sintonía con algo que Schönberg había escrito casi cuarenta años antes al poeta alemán Richard Dehmel. El 13 de diciembre de 1912, Schönberg le contaba que estaba dando los primeros pasos para componer un oratorio que hace ya mucho que quiero escribir, que tendría como contenido: cómo el hombre de hoy, que ha pasado por el materialismo, el socialismo y la anarquía, que era ateo, pero que ha conservado dentro de sí un pequeño resto de la antigua fe (en forma de superstición), cómo este hombre moderno disputa con Dios (véase también Jakobringt [El combate de Jacob], de Strindberg), y así consigue encontrar a Dios y volverse religioso. ¡Aprender a rezar! Esta metamorfosis no deben producirla una acción, golpes del destino o ni siquiera una historia de amor. O al menos deberían permanecer en segundo plano, dando algún estímulo, a lo sumo como indicios. Y ante todo, la manera de hablar, la forma de pensar, la forma de expresarse del hombre de hoy deberían estar allí: deberían tratarse los problemas que nos acosan. Pues los que disputan con Dios en la Biblia se expresan también como hombres de su tiempo, hablan de sus circunstancias, se atienen a su nivel social y espiritual. Por eso son vigorosos artísticamente, pero imposibles de componer para un músico de hoy que cumple con su deber. Primeramente tuve la intención de versificarlo yo mismo. Ahora ya no me creo capaz de ello. Después pensé en adaptar El combate de Jacob, de Strindberg. Finalmente decidí partir de una religiosidad positiva, y proyecté adaptar el capítulo final de la Seraphita de Balzac, «La ascensión». Pero no me abandonaba esta idea: «la plegaria del hombre de hoy», y pensaba a menudo: «¡Si Dehmel. . . !» (ASL, 11). Dehmel, con gran educación, no aceptó la propuesta y el proyecto de oratorio acabó convirtiéndose para Schönberg casi en la obra de toda una vida.100 100 Lo cual no es de extrañar si consideramos, con H. H. Stuckenschmidt, que la descripción que hace Schönberg «del “hombre de hoy” es una confesión autobiográfica» (H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 199). Al cabo de dos días de la carta de Schönberg, Dehmel firmaba ya su respuesta: 99 Ibidem. 98 Cf. el texto del Moderner Psalm, op. 50c. Estimado Sr. Schönberg, su carta me trajo una gran alegría, quizás la más grande que pueda conocer un artista, ya que la única prueba de nuestro poder creativo espiritual es que estimu- 192 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Primero, con el planteamiento de una Sinfonía para solistas, coro mixto y orquesta en la que Schönberg estuvo trabajando de 1912 a 1914; un proyecto que quedaría abortado y que acabó derivando hacia la composición de Die Jakobsleiter (1917-1922). Después, los planes iniciales para aquella sinfonía se dejaron ver en el resto de obras de temática religiosa, principalmente en el Moses und Aron y en los Salmos. Curiosamente, la negativa de Dehmel abrió paso a que Schönberg escribiera él mismo los textos de la mayoría de sus obras de temática religiosa, desde el propio Die Jakobsleiter a los Moderner Psalmen, pasando por el drama no musical Der biblische Weg (El camino bíblico) o por el Moses und Aron. Unos textos escritos en su gran mayoría de acuerdo con el enfoque del fenómeno religioso que Schönberg había expuesto a Dehmel en la carta de 1912. Así, a pesar de la negativa del poeta alemán, la propuesta de Schönberg es enormemente valiosa, ya que dice mucho de su concepción y su vivencia del hecho religioso. 2.4.2. Confesionalismo y búsqueda espiritual Efectivamente, el ámbito de la religión fue para Schönberg de máxima importancia. Pero no era para nada una religión vivida desde el confesionalismo.101 Al contrario. Más bien se trataba de una religión vivida desde su planteamiento esencial como vínculo con una realidad superior. Una realidad con la cual —precisamente por estar situada en un plano distinto del ordinario— hay que trazar un puente, no sólo en términos de canal, sino en términos de código lemos otros espíritus a la creación. En cuanto a su petición: de entrada me siento impotente. Porque una motivación tal no puede planearse; tiene que salir de uno mismo, tal como la luz va de una estrella a otra. Por lo menos yo no puedo escribir por encargo, para decirlo crudamente. Lo he intentado varias veces con la mejor voluntad del mundo, pero siempre me sentí tan supervisado de cerca por la voluntad de otro que mi alma no podía dar nada de su más profundo interior. (J. Rufer, The Works of Arnold Schoenberg, p. 117). La carta sigue, y Dehmel ofrece a Schönberg un texto que acababa de escribir y que en buena medida se correspondía con la petición de Schönberg. Sin embargo, Schönberg no lo utilizó y esbozó él mismo el proyecto de su propia Sinfonía para solistas, coro y orquesta que no pasó jamás de un estadio muy incipiente. 101 Es curiosa, cuando menos, la descripción que de él hace Frederick Goldbeck en «Schoenberg, ou le musicien saisi par la sonate», La revue musicale, París, septiembre-octubre 1934, p. 211: «una cara de heresiarca goloso de espiritualidad y furiosamente enérgico, de aquel tipo de energía que la inquietud parece endurecer en vez de molestar». 2.4. Religión y relación 193 comunicativo. Este canal vendría a ser la construcción de una escalera o de un aparato receptor y transmisor; pero el código tiene que ver con cómo subir y bajar por sus peldaños, o con cómo sintonizar la frecuencia adecuada entre los dos agentes; esto es, encontrar el alfabeto que permita establecer «cómo rezar». Esta preocupación por el «cómo», por el código, por la posibilidad de relación, es algo que Schönberg tratará en varias de sus obras, en las cuales traslada su vivencia personal al terreno artístico. Así se lo confiesa a su amigo Vassily Kandinsky en una carta escrita el 20 de julio de 1922, en la cual identifica su situación personal con lo que se trata en Die Jakobsleiter. Antes de ver la carta, sin embargo, será bueno recordar cuál era la situación en 1922. A nivel histórico, hacía apenas cuatro años que había acabado la Primera Guerra Mundial, en la que Schönberg combatió, y que supuso el final del imperio austrohúngaro. A nivel personal, Schönberg no estaba en su mejor momento, después de altibajos varios en la recepción de su música, viniendo de turbulencias sentimentales y a un año de la muerte de su primera esposa (que ocurriría el 18 de octubre de 1923). A nivel social, Schönberg había empezado a vivir en sus propias carnes los achaques del antisemitismo, al recibir la petición de abandonar su residencia vacacional en el Mattsee austriaco en verano de 1921 por el hecho de ser judío. Y a nivel creativo —recordémoslo— hacía años que no había visto la luz ninguna obra nueva. Refiriéndose a este periodo, pues, Schönberg confesaba a Kandinsky: Seguramente usted sabe que aquí también nosotros tenemos algo detrás: ¡hambre! ¡Fue muy duro! Pero quizá —pues nosotros, los vieneses, tenemos aparentemente mucha paciencia— quizá lo más duro fue el derrumbamiento de todo aquello en lo que se había creído antes. Eso fue lo más doloroso. Cuando uno se ha habituado, por su trabajo, a barrer todas las dificultades mediante un poderoso acto del pensamiento, y en estos 8 años se ha visto siempre ante nuevas difcultades, frente a las cuales era impotente todo pensar, todo sentir, toda energía, toda idea, eso significa, para quien ha tenido todo sólo por la idea, el hundimiento, a no ser que se haya apoyado cada vez más en una creencia superior. Lo que pienso, se lo diría mejor mi poema La escalera de Jacob (un oratorio): pienso —aunque sin todas las ataduras de la organización— en la religión. Ella fue en estos años mi único sostén —sea dicho aquí por primera vez (ASL, 42). Queda claro que la aproximación de Schönberg al terreno religioso nada tiene que ver con el confesionalismo, sino con una búsqueda espiritual fundamentada en la inquietud de encontrar la posibilidad de comunicación con la esfera de la trascendencia. Y para eso, «las ataduras de la organización» no son en absoluto necesarias. De hecho, el periplo religioso de Schönberg fue bastante curioso; y, en vez de profesar desde joven una misma fe, cambió de confesión. En cierta manera, la carta a Dehmel escrita en 1912 parece casi autobiográfica, cuando 194 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear habla del «hombre de hoy, que ha pasado por el materialismo, el socialismo y la anarquía, que era ateo, pero que ha conservado dentro de sí un pequeño resto de la antigua fe [. . . ], y así consigue encontrar a Dios y volverse religioso». 2.4.3. Judío de nacimiento, agnóstico de joven, protestante (¿católico?) de adulto Tal como detalla Hans Heinz Stuckenschmidt, Schönberg había nacido en un ambiente cultural judío, y como tal, fue circuncidado a la semana de nacer. Schönberg era hijo de un padre con tendencias librepensadoras —presentes también en el tío Fritz Nachod, muy cercano a la familia— y de una madre que «se sentía apegada a los viejos usos que había seguido la piadosa familia praguense Nachod desde hacía muchos siglos».102 En 1891, a los 17 años, en unas cartas en las que coqueteaba con su prima Malvina Goldschmied, se declaraba agnóstico y ya insinuaba —como sucedería con la carta a Dehmel escrita 21 años y medio más tarde— que la Biblia trata sus asuntos de acuerdo con el lenguaje de su época, que no se corresponde con el de la época actual: Me veo obligado a objetarte, en mi calidad de no creyente, que en la Biblia no hay ningún sinsentido. En ella se resuelven las más difíciles cuestiones referentes a la moral, legislación, economía pública, medicina, en la forma más sencilla; claro está que muchas veces desde el punto de vista de su tiempo, como en general la Biblia representa en realidad el fundamento del conjunto de las instituciones de nuestro estado (exceptuados el ferrocarril y el teléfono).103 Este agnosticismo quizás era más una pose de flirteo o una despreocupación religiosa propia de un adolescente, que una realidad, a juzgar por lo que —en 1922— diría a la cantante Marya Freund, preocupado por la reacción de escándalo religioso que había provocado algún número del Pierrot Lunaire: «en ninguna época de mi vida fui antirreligioso, ni siquiera nunca irreligioso» (ASL, 56). Sea como fuere, a partir de este agnosticismo adolescente y después de haber trabajado como director de coro de sociedades de trabajadores que le introdujeron —aunque sin llegar a militar activamente— en ambientes socialistas y anarquistas (algo que se corresponde casi al pie de la letra con lo dicho en la carta a Dehmel de 1912: «cómo el hombre de hoy, que ha pasado por el H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, Alianza, Madrid, 1991, p. 21. por H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 28, y consultado en el archivo del ASC. 103 Citado 102 H. 2.4. Religión y relación 195 materialismo, el socialismo y la anarquía, que era ateo, pero que ha conservado dentro de sí un pequeño resto de la antigua fe (en forma de superstición)»);104 decíamos que, a partir de este agnosticismo adolescente, algo le acabó conduciendo a bautizarse en una iglesia protestante. Este algo fue más bien un alguien, que actuó en su bautizo como su padrino: Walter Piau, un cantante de ópera bajo la influencia del cual —según el biógrafo H. H. Stuckenschmidt— «Schönberg se ocupó intensamente de la religión cristiana y de su credo evangélico»; lo cual acabó de confirmar que «en algún momento entre los 17 y los 21 años se apartó de la comunidad judía».105 Esta desvinculación se patentizó a los 23 años cuando, el 2 de marzo de 1898, Schönberg se separaba de la Israelitische Kultusgemeinde donde había sido inscrito al nacer. Tres semanas más tarde, el 25 de marzo de 1898, recibía el bautismo cristiano, tal como consta en el Libro Eclesiástico de la Dorotheer-Gemeinde (Confesión de Augsburgo), Viena I, Dorotheergasse 18. Contrariamente a lo que cabría haber esperado en una Viena tradicionalmente y socialmente católica, Schönberg no se convirtió al catolicismo, sino al protestantismo. La conversión, pues, no tenía nada de oportunismo político o social, al contrario de lo que hizo —forzadamente, para poder dirigir la ópera imperal— su admirado Gustav Mahler. Por lo raro de la elección (una elección «marcada», para hablar en términos de la crítica textual), creemos que esta conversión al protestantismo tiene un significado mayor del que habría tenido una posible conversión al catolicismo, independientemente 104 M. Mäckelmann, Arnold Schönberg und das Judentum. Der Komponist und sein religiöses, nationales und politisches Selbstverständnis nach 1921, Karl Dieter Wagner, Hamburg, 1984, p. 431, afirma: que «como joven “maestro de coro” de la Confederación de trabajadores cantores [. . . ] simpatizó durante un tiempo con las ideas de la socialdemocracia. En esto debió tener una gran influencia sobre Schönberg su amigo íntimo David Josef Bach. Bach era un marxista socialista.» En «My Attitude towards Politics», de 1950, Schönberg confiesa que jamás fue comunista, pero que: en mis primeros veinte tuve amigos que me introdujeron en las teorías marxistas. [. . . ] Por aquella época, cuando los socialdemócratas luchaban por una extensión del derecho de sufragio, tenía una fuerte simpatía por algunos de sus objetivos. [. . . ] Pero antes de los 25, ya había descubierto la diferencia entre un trabajador y yo; me di cuenta de que era un burgués y me desvinculé de todo contacto político. [. . . ] Cuando empezó la Primera Guerra Mundial, me sentí orgulloso de ser llamado a filas. [. . . ] Me había vuelto monárquico (SI, p. 505). 105 H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 34. 196 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear de la capacidad persuasiva que pudiera haber tenido Piau.106 En primer lugar porque la crisis de la representación en la que estaba sumido el imperio austriaco, algo tenía que ver con el propio catolicismo. Tal como afirma Lluís Duch, en Austria, atrasada en numerosos aspectos respecto a los países punteros de la Europa de aquel entonces (sobre todo Francia e Inglaterra), el progresivo declive de los valores individuales no podía identificarse con la crisis de la civilización burguesa, sino con la de la civilización aristocrática y clerical (católica) que era imperante en este país, y que había constituido su indiscutible referencia social, política y religiosa.107 En segundo lugar porque en buena medida —tal como dice Duch en otro de sus textos— «la visión del mundo protestante era más connatural a Schönberg que la católica».108 Algo que también parece entrever Moshe Lazar, cuando afirma 106 Bluma Goldstein, Reinscribing Moses. Heine, Kafka, Freud and Schoenberg in a European Wilderness, Harvard University Press, 1992, p. 138, resume (con profusión de referencias bibliográficas que suprimimos) los motivos que —según algunos estudiosos— pueden sustentar lo «marcado» de esta conversión: La conversión de Schönberg pudo estar motivada por un sinfín de razones: por el fervor religioso de su amigo protestante Walter Piau [. . . ]; por consideraciones culturales, tal como sostenía su mujer Gertrud; o quizás, como conjetura Alexander L. Ringer, por su cercana asociación con grupos corales obreros durante una época de animosidad entre la clase obrera y la iglesia católica. 107 Ll. Duch, «Introducció» en A. Schönberg, Moisès i Aaron. . . , p. 22. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que el contacto de Schönberg con Adolf Loos y Karl Kraus (que le introdujeron en la actitud crítica) no se produjo hasta bien entrada la primera década del nuevo siglo. Y aunque la Sezession vienesa se fundó en 1897, las aportaciones críticas explícitas de la Carta a Lord Chandos de Hoffmannsthal o de Die Fackel de Kraus no aparecieron hasta después de la conversión de Schönberg. La primera se publicó en 1903. El primer número de la revista de Kraus (que había nacido en 1874, como Schönberg) apareció en 1899, justo después de que el escritor renunciara al judaísmo. 108 Ll. Duch, Estaciones del laberinto, Herder, Barcelona, 2004, 289n. Por su interés y enjundia, reproducimos la nota íntegra de Duch, que empieza —muy amablemente— citando un trabajo de doctorado que le habíamos facilitado: Creemos que Josep Barcons («El silenci performatiu: l’actitud ètica i estètica del Moisès de Schönberg», texto inédito) tiene razón cuando afirma que no se trató de una conversión por oportunismo. En este caso, en la Viena de aquel entonces, le habría sido mucho más provechoso convertirse al catolicismo. Fueron motivos teológicos los que le impulsaron a hacerse protestante, los cuales, de una manera u otra, se mantendrán vigentes durante toda su vida. Por eso —y ese es un tema que permanece completamente abierto a futuras reinterpretaciones— nos parece bastante evidente que la interpretación teológica que ofrece Schönberg es la de un «judío protestante» o la de un «protestante judío». No cabe la menor duda de que, desde una Weltanschauung católica, Schönberg se hubiera manifestado de otra manera, 2.4. Religión y relación 197 que la conversión al protestantismo era «una elección religiosamente menos difícil, pero profesionalmente más arriesgada» que una posible conversión al catolicismo.109 Aunque ni Duch ni Lazar no expliciten los motivos de esta connaturalidad o de esa menor dificultad, quizás elección se produjo porque entre judaísmo y protestantismo hay mayor afinidad que la que existe entre judaísmo y catolicismo. En cierto modo, tanto el protestantismo como el judaísmo marcan una mayor distancia entre las esferas de la trascendencia y la inmanencia que la que marca el catolicismo, mucho más proclive a la credibilidad y visibilidad de sus mediaciones. La inaccesibilidad del Yahvé judaico (que no se deja interpelar directamente) algo tiene que ver con la doctrina de la sola fides protestante y de la imposible incoación de Dios por parte del hombre, cuya única comunicación posible puede establecerse a través de la gracia, de modo absolutamente unidireccional. Quizás precisamente por esto, por esta defección comunicativa, el protestantismo ha desarrollado mucho más que ninguna otra iglesia cristiana la teología de la segunda persona, por el hecho de entender al hombre —siguiendo a Agustín— como una massa damnata que, a partir del pecado original, ya no es capaz de establecer comunicación con Dios. Esta necesidad de encontrar el canal que permita una reciprocidad comunicativa entre el hombre y Dios (entre el hombre y el Ganz Anderes, lo absolutamente numinoso, en terminología del teólogo —no olvidemos que protestante— Rudolf Otto) es lo que puede haber llevado al desarrollo ingente de una teología de la segunda hipóstasis en el ámbito de la iglesia reformada.110 No tiene que extrañarnos, pues, que la cos- hubiera utilizado otra retórica. Pero, seguramente, la visión del mundo protestante era más connatural a Schönberg que la católica. En el fondo, osamos afirmar, en la cuestión de la primacía de los sentidos, el compositor se hubiera inclinado por el oído (en sentido protestante) en oposición a la vista (en sentido católico). En nuestro estudio Escenaris de la corporeïtat. Antropologia de la vida quotidiana 2, 1, Montserrat, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2003, 196-224, hemos ofrecido un esbozo de «antropología de los sentidos» que, según nuestra opinión, puede ser de algún provecho para la interpretación de las tomas de posición de Schönberg. 109 M. Lazar, «Arnold Schoenberg and His Doubles: A Psychodramatic Journey to His Roots», JASI, XVII, n. 1 & 2, June & November 1994, p. 11-12. 110 Vid. R. Otto, Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, trad. F. Vela, Alianza, Madrid, 1996 (1917). En este sentido son también valiosas las aportaciones del teólogo Eberhard Jüngel, en torno a la noción de Entsprechung (esto es, ‘correspondencia’ o ‘analogía’). Una noción que en ciertos aspectos puede resultar cercana a algunas de las implicaciones que puede tener el término coherencia en el pensamiento de Schönberg. Vid. 198 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear movisión protestante fuese un tanto connatural a Schönberg, como apuntaba Duch. No sólo por la posible similitud con lo vivido en el seno familiar judío, sino por el hecho mismo de que la búsqueda del canal era precisamente algo que le incumbía sobremanera, en sus preocupaciones por la correspondencia (relación) que debía de establecerse entre la idea y su representación, y por el sistema sintáctico (de relaciones) —en crisis profunda por aquel entonces— que tenía que fundamentar el discurso musical. A pesar de las posibles concomitancias entre judaísmo y protestantismo, huelga decir que la figura del Hijo en la tradición cristiana garantiza una comunicabilidad entre las esferas de la trascendencia y la inmanencia mucho mayor que la existente en el mundo judío. Y quizás, atraído por esta cuestión (la mayor posibilidad de relación entre ámbitos distintos), Schönberg se encaminó hacia el cristianismo. Lo curioso es que fuese precisamente hacia el protestantismo, donde si bien por un lado esta cuestión está teológicamente muy fundamentada, lo está precisamente por el hecho de que las mediaciones son algo problemático en el protestantismo, prueba de lo cual es el enfoque iconoclástico que mantiene hacia ellas.111 Como señala Bonhoeffer, la cristología protestante da una enorme importancia a la imagen del sepulcro vacío (= invisibilidad), lo cual acaba implicando que la comunicabilidad entre el hombre y Dios carezca hasta cierto punto de un modelo viable a imitar, justo en las antípodas de lo que sugiere la católica y devota Imitatio Christi atribuida a Tomás de Kempis (= visibilidad). En el abandono del mundo por parte de Cristo (del Verbo, de la Palabra), el cristianismo —según su vertiente protestante, que es la que enfatiza esta cuestión— se queda sin un modelo de redditus fehaciente. Esta «falta de la Palabra» que impide sustentar un modelo comunicativo feliz entre el hombre y Dios viene a ser la otra cara de la moneda de la «palabra que falta» a Moisés al final del segundo acto de Moses und Aron para hablar de Dios al hombre. Obviamente, en el judaísmo, la palabra (entendida como E. Jüngel, Dios como misterio del mundo, Sígueme, Salamanca, 1984. Son relevantes las apreciaciones sobre Jüngel que encontramos en J. A. Martínez Camino, Recibir la libertad, Dos propuestas de fundamentación de la teología en la modernidad: W. Pannenberg y E. Jüngel, Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 1992, capítulo 6. 111 A grandes rasgos, se podría llegar a afirmar que las teologías de cada una de las tres grandes iglesias cristianas se centran principalmente en una de las tres personas trinitarias. A saber, la católica en la del Padre, la protestante en la del Hijo, y la ortodoxa en la del Espíritu. 2.4. Religión y relación 199 sabiduría y no como segunda hipóstasis) no es suficiente para determinar un modelo comunicativo, un modelo de plegaria, un modelo de relación. En el judaísmo (pero tampoco en el protestantismo) no hay un cómo autorizado que sustente la posibilidad —la vía, el camino— para el necesario doble movimiento del exitus-redditus planteado en la Summa Theologiae de Tomás de Aquino, según la cual el destino de la creación es la reunión con Dios —precisamente algo que leemos literalmente al final del tercer acto (no musicado) del Moses und Aron, y que aparece de forma no menos patente en los Moderner Psalmen.112 Según leemos en la página web del Arnold Schönberg Center a propósito de estos textos que Schönberg escribió al final de su vida: «la preocupación por el agradecimiento a Dios, que Schönberg había reconocido como un momento central para el compromiso nacional judío (claramente reconocible sobre todo en Moses und Aron y Der biblische Weg) culminó en la obra Moderne Psalmen (Salmos modernos)».113 Y el agradecimiento tiene que ver —no lo olvidemos— con la cuestión de la gracia. Tampoco hay que olvidar que, de entre todas las posibles conversiones, la conversión al cristianismo por parte de un judío supone asumir un planteamiento que supera —en sentido hegeliano— y descalifica en cierto modo la confesión anterior, por el hito insoslayable que supone el reconocimiento de la figura crística.114 Así pues, aunque parezca una de las conversiones más lógicas por lo que tiene de continuidad histórica una religión con la otra, es, de hecho, una de las conversiones más drásticas y radicales, a menos —claro está— que se trate de una conversión oportunista. Este no fue el caso de Schönberg, y su conversión al protestantismo (en vez de al catolicismo que sería lo propio contextualmente) tendría que ver —a nuestro juicio— con el hecho de que la teología protestante (y no la católica) enfatiza algo que constituía ya de por sí 112 Vid. D. B. Burrell, Towards a Jewish-Cristian-Muslim Theology, Wiley-Blackwell, Chichester, 2011, p. 87. Cf. también el comentario a la encíclica «Ecclesia de Eucharistia» en http://karls.blogspot.com.es/2003/04/comments-on-ecclesia-de-eucharistia.html [30.4.2012]. 113 http://schoenberg.at/index.php?option=com_content&view=article&id= 230&Itemid=397&lang=de [2.5.2012]. 114 De no ser así, no se habría producido históricamente el «salto evolutivo» o la «escisión» entre el judaísmo y el cristianismo. Quizás por eso White afirma que «si bien una gran parte de la población vienesa era católica, muchos judíos vieneses se convirtieron al luteranismo, quizás sintiendo que, de un modo u otro, suponía un grado menor de traición que la conversión al catolicismo» (P. C. White, Schoenberg and the God-Idea, p. 53). 200 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear un patrón fundamental de su pensamiento: la cuestión de la relación. Pero no sólo a nivel teológico, sino también a nivel práctico. Tal como afirma Pamela C. White, el protestantismo —y sobre todo la confesión ausbúrguica— «hace suya la insistencia de Lutero en la escritura como la única autoridad para los creyentes cristianos (“sola scriptura”) en oposición a la autoridad gemela de la escritura y la dogmática eclesial de la iglesia católica».115 En otras palabras, el enfoque protestante parece que abre un camino más personal y experiencial de acercamiento a la trascendencia que el que se dibuja en un catolicismo repleto de elementos mediadores. Y esto es algo que para Schönberg —que había crecido en un ambiente familiar a la vez judío y librepensador— debía resultar más natural. Efectivamente, en el catolicismo las pautas de acercamiento a la trascendencia están jalonadas por unas mediaciones que no existen ni en el protestantismo ni —claro está— en el judaísmo. Aparte del aparato litúrgico y ministerial, en el catolicismo la relación que se establece entre la esfera de lo sagrado y la de lo profano viene tamizada por una ingente cantidad de figuras intermedias (jerarquía ángelica, santos, vírgenes. . . ) que el protestantismo destierra de su credo. Estos estadios que jalonan y ordenan la relación entre trascendencia e inmanencia se supone que tendrían que molestar a un Schönberg preocupado por salvar el hueco entre instancias diferentes del modo más inmediato posible; es decir, con las menores mediaciones. Pero nada es tan simple en Schönberg. Si bien una jerarquía tan determinada como la gradación angélica o la gradación sacerdotal del catolicismo tendría que generarle reticencias (de ahí se explicaría su conversión al protestantismo en vez de al catolicismo), lo cierto es que Schönberg utilizó como elemento nuclear de sus obras religiosas a figuras mediadoras: el ángel en Die Jakobsleiter y el profeta-sacerdote en Moses und Aron. Porque, al fin y al cabo, lo que señalan estas figuras es el hueco que existe entre las dos instancias, y la imposible inmediatez que hay entre ellas. La mediación, a la vez que indeseada, es lo único que permite el deseado contacto y la deseada efectiva relación. Así, la conversión al protestantismo por parte de Schönberg parece más un gesto de búsqueda que no una afiliación incondicional. De hecho, su vinculación «con la Dorotheerkirche duró mientras estuvo en Viena, apenas tres años y 115 Ibidem. 2.4. Religión y relación 201 medio, hasta que se mudó a Berlín en 1902».116 Esto vendría a ratificar lo que apunta Tito M. Tonietti, cuando afirma que «el gesto no parecía ciertamente un signo de integración en la católica (y para nada amada) Viena, sino más bien un episodio de su recurrente acercarse a Alemania».117 Pero si la vinculación cultual se rompió con el cambio de ciudad es quizás porque la espiritual no fue jamás demasiado firme. Porque, quizás, la falta de mediaciones efectivas del protestantismo suponía también un problema para Schönberg. En una carta a Peter Gradenwitz, afirmaba entre paréntesis: El protestantismo nunca me convenció; pero tuve, como la gran mayoría de artistas de mi tiempo, un periodo católico: ¡¡¡pero, por favor, esto es privado!!!118 Si el protestantismo parecía la elección más sensata a raíz de todo lo que hemos expuesto, ¿a qué se debe esta vinculación —aunque privada— con el catolicismo? Quizás se debe, precisamente, al tratamiento de la mediación que propone el catolicismo, que tiene una plasmación a nivel icónico, justo al contrario de lo que sucede en el judaísmo y el protestantismo, que se previenen contra la idolatría a la que puede conducir un exceso de presencia visual. ¿Representación o no representación? ¿Qué tipo de relación se establece entre la esfera de la inmanencia y la de la trascendencia? La falta de mediaciones es una ilusión, porque cualquier acercamiento a la divinidad es mediato, tal como entiende desesperadamente Moisés al final del segundo acto del Moses und Aron. Tanto el acercamiento catafático (positivo, imaginativo, iconodúlico) a la divinidad que él combate, como el acercamiento apofático (negativo, abstracto, iconoclástico) que él propone son igualmente acercamientos mediatos. Incluso hablar del «Dios irrepresentable» supone usar una representación, que consiste en representarlo como irrepresentable. El periplo religioso de Schönberg, pues, no tiene que ser visto como una concatenacón de cambios radicales de confesión o de derivas espirituales, sino como un camino de búsqueda que —como todo camino— sólo puede ser andado por uno mismo. Y en este camino, Schönberg tuvo compañeros y ayudas, p. 54. M. Tonietti, Nuvole in silenzio. Arnold Schönberg svelato, Edizioni Plus - Università di Pisa, Pisa, 2004, p. 20 del CD. El monumental trabajo de Tonietti (de más de 1500 páginas) es una de las aportaciones de mayor calado sobre el compositor. 118 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=2732 [13.5.2012]. Carta a Peter Gradenwitz del 20 de julio de 1934. 117 T. 116 Ibid., 202 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear ya fuesen el cristianismo (protestante o católico) de sus veintipocos o lo que vendría después. Tal como afirma White: «su implicación con Dehmel y el grupo expresionista poco después de esta época [1902] y durante los años veinte [cuando tenía alrededor de 40 años] le condujo fácilmente a través de varios estadios de existencialismo, filosofía racional germánica, teosofía, misticismo y otros modos distintos de pensamiento religioso y filosófico».119 Quizás involuntariamente —ya que no sigue por este camino— White da en el clavo: ¡modos! Modos que, como tales, no son fines en sí, sino sólo ayudas (maneras, modalidades) en el camino. Adscribirse ciegamente a los modos es perder de vista el sentido final. Es confundir la imagen con lo que representa. Por eso, ya en el siglo xiv, el Maestro Eckhart prevenía contra ellos y hablaba de un wîse âne wîse (un ‘modo sin modo’), como única vía válida para acercarse a Dios. Y esto es algo que, si bien no de forma directa (porque la obra de Eckhart no estaba en la biblioteca de Schönberg) pudo llegar a influir en el pensamiento de nuestro autor. ¡Qué duda cabe de que las influencias van mucho más allá de las lecturas directas! Y más todavía si son claramente atestiguables. Efectivamente, a través de la línea Tauler (discípulo de Eckhart) - Lutero (gran lector de Tauler), el pensamiento místico de Eckhart ha pervivido en gran medida en la cosmovisión protestante a la que Schönberg se sintió cercano.120 Más allá de iconoclastia e iconodulia (ambos son modos de representar), la actitud de base para Schönberg parece ser la del continuo avanzar, la de no asirse a nada que impida seguir siempre en el camino. Porque asirse a algo, aunque sea a la iconoclastia, es idolátrico. Y de eso trata el Moses und Aron en su globalidad, tanto en la oposición y las diatribas entre los dos hermanos, como sobre todo en la escena central «del “Becerro de oro”, con la que he querido “decir” mucho» (ASL, 136). Más allá de la idolatría como modo antitético a la iconoclastia, creemos que con la escena del Becerro de oro, Schönberg (con la cual recordemos que ha «querido “decir” mucho», probablemente mucho más de C. White, Schoenberg and the God-Idea, p. 54. El subrayado es nuestro. esta apreciación a Amador Vega, que ha tratado de este asunto en varios de sus ensayos. Vid., en particular, A. Vega, Arte y santidad. Cuatro lecciones de estética apofática, Cuadernos de la Cátedra Jorge Oteiza, Pamplona, 2005, especialmente las páginas 83-136. Vid., también, A. M. Haas, Visión en azul. Estudios de mística europea, trad. V. Cirlot y A. Vega, Siruela, Madrid, 1999, especialmente las páginas 89-111, y, del mismo autor, el monográfico Maestro Eckhart. Figura normativa para la vida espiritual, trad. R. H. Bernet, Herder, Barcelona, 2002 (1975). 120 Debemos 119 P. 2.4. Religión y relación 203 lo evidente) parece manifestar que los modos son modos, y que la adscripción incondicional a ellos —sean cuales sean— acaba suponiendo siempre idolatría. Ni la presencia de imágenes (catolicismo) ni la absoluta ausencia de ellas (judaísmo y protestantismo) son satisfactorios y definitivos. Al fin y al cabo, acaban poniendo en juego el sentido de la vista, ya sea para ver algo o para no ver nada (es decir, para ver algo que es nada). Quizás, entonces, lo que hay que hacer es cambiar de sentido. 2.4.4. Idolatría e iconoclastia: vista, oído y dimensión pictórica Para compensar la menor incidencia de lo visual (respecto, por ejemplo, al catolicismo), tanto protestantismo como judaísmo desarrollan primariamente el sentido del oído —precisamente, el sentido fundamental del músico—, dando mayor importancia a la palabra y a la música que a la imagen. Mientras las iglesias católicas están abarrotadas de imágenes, las sinagogas judías y las iglesias protestantes están llenas de música, bien sean cantilenas, salmodias, corales o cantatas. Este, pues, parecería ser el mundo propio de Schönberg, por afinidad auditiva. Pero en Schönberg —como hemos dicho hace poco— nada es tan simple. . . Y resulta curioso que, aún y la preeminencia del oído en su vida, precisamente hable de la idea musical, lo cual supone utilizar un término propio del ámbito visual para referirse a algo propio del mundo auditivo, de forma inversa a lo que sucedía —como hemos visto en la sección 1.5—, con un pintor como Kandinsy, que hablaba, en cambio, del «sonido del alma».121 Teniendo un montón de términos para usar a la hora de referirse a la idea musical (ya no podemos no referirnos así a ella), Schönberg escoge precisamente el término idea, que es el que conecta más directamente con lo visual (eidos).122 Aunque —claro está— la idea no es algo que se «vea» objetivamente, sino que es sólo a nivel terminológico y etimológico que pertenece al ámbito visual.123 En cualquier los primeros párrafos del apartado 1.5.2. hemos hablado de ello en la nota 7 en la página 22. Para ser escrupulosos, hay que tener en cuenta que, en alemán, Schönberg utiliza el término ‘Gedanke’, y no el que conectaría con el verbo griego ‘ιδείν’, ‘Idee’ . Sin embargo sí utiliza ‘idea’ en inglés, en vez de ‘thought’ o ‘concept’. 123 Schönberg dice a Kandinsky, el 24 de enero de 1911: 122 Ya 121 Cf. 204 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear caso, representarla supone pasar de un ámbito presensorial o íntimo a uno de sensorial. Con la peculiaridad de que, para hacerlo, entre la idea abstracta y la realización sónica concreta hay que pasar por un proceso de notación que es visual, y del que Schönberg se ocupó en varias ocasiones repensando el sistema tradicional de notación con el propósito de mejorarlo.124 Pero la vinculación de Schönberg con el mundo visual se manifiesta sobre todo en su producción pictórica, realizada principalmente alrededor de 1910.125 No sólo por el mero hecho de pintar, sino por lo que pintaba. Por un lado, Schönberg pintó un montón de autorretratos (¡más de 50!, sin contar los bocetos), quizás como mecanismo para «visualizarse» en momentos decisivos de su evolución personal y artística, dado que un gran número de ellos se concentra alrededor de 1908 (cuando llevó a cabo la «revolución atonal») y otro gran número alrededor de 1922 (cuando estaba en el trance de formular el dodecafonismo). Sea como fuere, lo cierto es que el elemento más sobresaliente en todos estos autorretratos son los ojos, como si tuviera alguna fijación con ellos (vid. No creo que la pintura tenga que ser objetiva. Más bien creo firmemente en lo contrario. Sin embargo, cuando la imaginación nos sugiere cosas objetivas entonces, tanto mejor, quizás es porque nuestros ojos perciben sólo cosas objetivas. ¡El oído tiene una ventaja en este sentido! (ASR, p. 90). 124 Cf., por ejemplo, «Partitur und Stimmenherstellung» (SHGS, p. 423), «On notation» (SI, p. 350), «Revolution - Evolution, Notation (Accidentals) (SI, p. 353) o «A New TwelveTone Notation» (SI, p. 354). En «Pictorial notation» (SI, p. 351), leemos: «Creo que en la notación musical uno tiene que expresar lo mínimo posible con letras o palabras, y hacer un uso siempre creciente de signos (a ser posible, dibujos) que no tengan nada que ver con letras.» Después, Schönberg realiza varios pictogramas con los que pretendía sustituir expresiones como «arco», «pizzicato», «sul ponticello», «sul tasto», «col legno», «spicato», «con sordino», etc. 125 Así lo refiere Otto Breicha en «Von Starken Emotionen getrieben. Die Anfänge der Malerei bei Arnold Schönberg / Driven by strong emotions: The Beginnings of Arnold Schönberg’s Painting», en M. Hollein / B. Perica (ed.), Die Visionen des Arnold Schönberg. Jahre der Malerei / The Visions of Arnold Schönberg. The Painting Years, Hatje Cantz Schirn Kunsthalle, Frankfurt, 2002, p. 67: «el periodo alrededor de 1910, cuando empezó a pintar, fue su etapa más productiva». Para comprobarlo, basta con hojear el catálogo de obra pictórica de Schönberg. El más completo es el editado por Christian Meyer y Therese Muxeneder (director y archivista del Arnold Schönberg Center, respectivamente), titulado Arnold Schönberg. Catalogue raisonné, publicado en 2005. Hasta entonces, el más interesante (que no ha perdido vigencia) era el de la exposición organizada por Ritter Verlag en 1991 y 1992, que pasó por la Fundació “la Caixa” de Barcelona. 2.4. Religión y relación 205 la figura 2.12 y siguientes a partir de la página 208). De hecho, en varias de sus pinturas más notables, Schönberg pinta ojos o «miradas» (8 obras llevan el título «Blick», por ejemplo). Pero además, pinta también lo que él mismo califica como «visiones». Así pues, por el hecho de pintar ojos, miradas y visiones, Schönberg tematiza —ya desde el título— bien el órgano que ve, bien aquello que ve el órgano. Cuando no se fija en el órgano, en la acción de mirar o en las visiones, Schönberg pinta personas (retratos donde ya hemos dicho que los ojos son un elemento distintivo) o paisajes en los cuales aparece siempre un camino por el que avanzar. Realmente, en la producción pictórica de Schönberg no hay nada más que eso. Si exceptuamos dos cuadros de aprendizaje técnico (dos escenas de jardín [140 y 141] fechadas en 1906-07 cuando empezaba a pintar)126 y los diseños de sus obras escénicas, la obra pictórica de Schönberg está constituida exclusivamente por ¡retratos, visiones y paisajes con camino! Sólo cinco cuadros sumamente significativos escapan a este planteamiento: Autorretrato andando (1911, 18, vid. página 207), con él mismo avanzando de espaldas (lo cual supone el aúnamiento de sus dos grandes temáticas: el autorretrato y el paisaje con camino);127 el Entierro de Gustav Mahler (1911, 153, vid. página 294), que fue una figura clave para su vida; dos manos que se entrelazan (Unión, 1910, 72), con lo que esto significa de relación; unas manos alzadas a modo de desesperada invocación (Carne, 1909, 76, vid. página 211); y una explícita Escalera y montón de leña (1907-1909, 142, vid. página 224). Lo repetimos por lo que tiene de excepcional. Salvo estos cinco cuadros y las dos escenas de jardín de sus inicios, no hay nada más en la producción pictórica de Schönberg: sólo ojos, autorretratos, retratos y paisajes que siempre tienen un camino como elemento fundamental (en lo que quizás es una invitación al 126 Los números se refieren a la catalogación de Christian Meyer y Therese Muxeneder (ed.), Arnold Schönberg. Catalogue raisonné, Arnold Schönberg Center - Christian Brandstätter, Viena, 2005. En cuanto al cuadro 141, Jardín, George Eisler afirma que «muy probablemente es una obra temprana pintada antes de 1908»; una obra de principiante y que «Richard Gerstl incluso pudo haber ayudado a Schönberg con esta obra» (G. Eisler, «Observations on Schoenberg as Painter», JASI, vol. II, n. 3, June 1978, p. 176). 127 Es muy interesante la cabal lectura de este cuadro que hace Reinhold Brinkmann, «Schoenberg the Contemporary. A View from Behind», en J. Brand / Ch. Hailey (ed.), Constructive Dissonance. Arnold Schoenberg and the Transformations of Twentieth Century Culture, University of California Press, Berkeley, 1997, pp. 196-219. 206 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear constante avanzar como elemento ético y religioso). Esta característica llamó la atención de Vasili Kandinsky, que, en un texto de 1912 para un Festschrift, escribe: Las pinturas de Schönberg caen bajo dos categorías: unas son pintadas directamente a partir de la naturaleza: hombres, paisajes; otras son cabezas concebidas intuitivamente, que él nombra como «Visiones». A las primeras, Schönberg mismo las designa como necesarios ejercicios de dedos, no les da ningún valor especial y no le gusta exhibirlas. Las segundas que pinta (aunque de modo tan extraordinario como las primeras) llevan a expresión sus estados de ánimo que no encuentran ninguna forma musical. Exteriormente, estas dos categorías son diferentes. Interiormente, provienen de una y la misma alma, que unas veces es llevada a vibración a partir de la naturaleza exterior y otras a partir de la interior.128 Schönberg era consciente de lo inusual de estos cuadros. En 1949, al regalar un autorretrato suyo pintado a principio de siglo a Leopold Stokowski, afirmaba: «Espero que le guste, aunque admito que se aparta considerablemente de todos los estilos de pintura. Llamé a mi estilo de aquella época: hacer música con colores y formas.»129 Más allá de lo sinestésico que pueda tener esta afirmación (Schönberg no era sinestésico, a diferencia, por ejemplo, de Scriabin), es significativo que Schönberg hable de la música en términos de color, algo que pertenece claramente al ámbito de lo visual y que está también en la base de la conocida expresión de «melodía de timbres» o «Klangfarbenmelodie».130 128 http://schoenberg.at/index.php?option=com_content&view=article&id= 472&Itemid=548&lang=de [7.5.2012]. El texto también aparece, traducido al inglés, en W. Frisch, Schoenberg and his World, p. 238 y ss. 129 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=5181: carta del 30 de septiembre de 1949. Cf. también la carta de 2 de septiembre de 1949: http://81. 223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=4848 [6.5.2012]. Schönberg regaló el cuadro como agradecimiento por la ayuda económica de Stokowski para sufragar los gastos médicos de su ataque al corazón. 130 Vid. la ya citada última página del HL o el título de una de las piezas del op. 16, titulada precisamente «Colores». Vid. lo que anota Schönberg el 28 de enero de 1912 en su diario berlinés: Carta de Peters, que me da cita el miércoles en Berlín para conocerme personalmente. Quiere títulos para las piezas para orquesta por motivos técnicos de edición. Quizás ceda si he encontrado títulos que sean siempre posibles. En general la idea [Idee] no me es simpática. La música es maravillosa precisamente porque se puede decir todo, con lo cual el que sabe lo entiende todo, y sin embargo se mantienen los propios secretos, que uno no confiesa ni difunde. Pero el título lo difunde todo. Además: lo que tenía que decirse, ya lo dice la música. Entonces, ¿por qué aún la palabra? Si las palabras fuesen necesarias, estarían allí. Pero la música dice más que las palabras. Los títulos que voy a darles quizás no difunden nada, porque 2.4. Religión y relación 207 Figura 2.11: Autorretrato andando, Óleo sobre cartulina, 49x44,9 cm., 1911 [18] Todo lo relacionado con el mundo de la visión, pues, no es algo que el compositor ignore o bandee. Al contrario: está sumamente presente en su vida. Pero, en cambio, su acercamiento al hecho religioso pasa por un imperativo antivisual o —mejor— antiidolátrico. Tal como dice el título del onceavo Moderner Psalm, «Du sollst dir kein Bild machen» («No tienes que hacerte ninguna imagen») (SHGS, p. 486), porque «ninguna imagen puede dar una imagen de lo unos son altamente oscuros y otros dicen cosas técnicas. A saber: I. Premoniciones (todo el mundo tiene), II. Pasado (también tiene todo el mundo), III. Coloración de acordes (técnico), IV. Peripecia (es suficientemente general), V. Recitativo obligado (o, quizás mejor, «efectuado» o «inacabado») (A. Schönberg, Berliner Tagebuch, ed. J. Rufer, Propyläen, Viena, 1974, pp. 13-14). El término alemán para hablar del ‘timbre’ es ‘Klangfarbe’, que por lo tanto incorpora la referencia a lo visual a nivel etimológico, en tanto que ‘color’ en alemán es ‘Farbe’. 208 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Figura 2.12: Autorretrato marrón, Óleo sobre lienzo, 32x20 cm., 16.III.1910 [12] 2.4. Religión y relación 209 Figura 2.13: Mirada, Óleo sobre cartón, 32,2x24,6 cm., mayo 1910 [61] irrepresentable» (MuA, I,2). Como hemos dicho, este rechazo de la imagen es una característica que comparten judaísmo y protestantismo. De hecho, en los tres grandes monoteísmos —judaísmo, cristianismo e islam— la actitud dominante es la iconoclastia. Y sólo es en el catolicismo y en la iglesia ortodoxa donde la imagen es tolerada y llega a cumplir una función litúrgica, aunque de modos muy distintos. Mientras en la iglesia ortodoxa los iconos han mantenido una dimensión cultual y simbólica indiscutible (el propio arte de realizar los iconos es litúrgico en sí mismo), en la tradición católica, la entrada del paradigma renacentista y barroco (con el ansia de la contrareforma) supuso una naturalización —y por tanto una des- 210 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Figura 2.14: Mirada roja, Óleo sobre cartón, 28x22 cm., 26.III.1910 [65] simbolización— de las figuras representadas. Si el simple hecho de simbolizar o nombrar lo sagrado puede llevar a la idolatría y a su banalización —por el hecho de que lo sagrado no puede contenerse ni comprenderse en ninguna forma humana (de ahí la actitud iconoclástica)—, si esta simbolización se lleva a cabo con atributos naturales, el problema puede ser mayor, ya que pasan a utilizarse atributos del aquí para representar algo «del allá» (Darstellung). Algo que puede llevar a una absoluta negligencia del poder comunicador (transmisor, mediador, vehicular) que debe tener toda imagen, al entender que la imagen representa —pero no es— lo sagrado. Este es, precisamente, uno de los asuntos principales del Moses und Aron. Aunque es una cuestión que recorre toda la ópera, es tratada específicamente en la escena del Becerro de oro, con la que 2.4. Religión y relación 211 Figura 2.15: Recuerdo de O. Kokoschka, Óleo sobre cartulina, 31,3x35,5 cm., abril 1910 [67] Figura 2.16: Carne, Óleo sobre cartón, 22,6x29,1 cm., ca. 1909 [76] 212 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear —recordémoslo— Schönberg había «querido “decir” mucho» (ASL, 136). Tal como dice Aron al pueblo cuando le piden la creación de un ídolo: Los dioses son conforme a vosotros, de contenido presente, cotidiano. Vosotros traéis esta materia. Yo le doy esta forma: cotidiana, visible, manejable, hecha eterna en oro (MuA, II,2). De modo muy sutil, Schönberg recalca que la eternidad de la forma viene por la eternidad que le garantiza el oro, que ha proporcionado el propio pueblo. Y acaba concluyendo: «¡Adoraos a vosotros mismos en este símbolo!» (MuA, II,2). La naturalización de los atributos de la divinidad puede acabar conduciendo fácilmente a una idolatrización de la propia representación. Y más aún: a una idolatrización de uno mismo.131 Al ser demasiado opaca, demasiado «visible», la presencia de la representación (que re-presenta algo) puede acabar siendo el primer obstáculo para que este algo pueda presentarse. Y en vez de ser mistagógica o propedéutica y facilitar el acceso a la realidad representada (actuando como vehículo o como direccionador) la representación puede acabar suplantándola e imposibilitando su manifestación.132 En este sentido, el natu- 131 Quizás una tal interpretación es la que quería suscitar el director de escena Peter Mussbach cuando utilizaba televisores y figuritas de oscar para su producción del Moses und Aron, estrenada en la Staatsoper Unter den Linden de Berlín la temporada 2003-2004. Sin embargo, una tal opción desvirtuó muchos otros aspectos de la ópera y —muy probablemente— habría sido desautorizada por Schönberg, que tenía un muy mal concepto de los directores escénicos y puso especial interés en dejar bien definidas sus indicaciones teatrales para que no se traicionaran. En la carta del 12 de septiembre de 1931 (un día antes de su quincuagésimo séptimo aniversario) a Webern, leemos: Como he dicho, exige mucho tiempo el dar forma al texto. Así, he tenido mucho trabajo con la cabal puesta a punto de la escena de la «Danza del Becerro de oro». Querría dejarles lo menos posible a los nuevos soberanos del arte teatral, a los directores de escena, y así también he pensado la coreografía en la medida de lo que me es posible. Pues todo esto está hoy muy descuidado y el autoritarismo de estos «ayudantes» y su falta de conciencia llegan a ser superados sólo por su falta de cultura y su impotencia. Pero ya he resuelto la mayor parte de los problemas y espero que todo esté acabado pronto (ASL, 129). 132 Trataremos de ello más adelante, pero avanzamos ahora algunas formulaciones propias de varias tradiciones religiosas. Son conocidas las frases «ruego a Dios que me libre de Dios» del Maestro Eckhart; «si encuentras al Buddha, mátalo» de la tradición zen; o la reformulación de la misma —irónica y sacramental a la vez— debida a Raimon Panikkar: «si encuentras a Cristo, cómetelo». En cuanto a la necesidad de que la presencia encuentre su lugar de ma- 2.4. Religión y relación 213 ralismo propio de la tradición católica puede conducir a uno de los mayores peligros: la idolatrización. Y eso era algo de lo que Schönberg —al convertirse al protestantismo en una Viena católica que además tenía problemas con la representación— debía estar al tanto. 2.4.5. El retorno al judaísmo en la madurez Años más tarde de su conversión al protestantismo, Schönberg asumió nuevamente la fe de sus padres —o de su madre, vaya, ya que su padre era más judío por tradición que por convicción. Sucedió en París, donde Schönberg, su mujer Gertrud y su hija Nuria (que había nacido un año antes en Barcelona) habían llegado el 17 de mayo de 1933. Los Schönberg estuvieron cinco meses en París y, antes de partir hacia el definitivo exilio americano a bordo del transatlántico Île de France el 25 de octubre, Schönberg solicitó entrar de nuevo en la comunidad religiosa judía, tal como consta en un documento de la Union Libérale Israélite, con un tal Dr. Marianoff y el pintor Marc Chagall como testigos. Un documento para nada irrelevante, que es «quizás el único en su clase en la larga historia del pueblo judío».133 La petición que en él se formulaba era algo inaudito: el veinticuatro de julio de 1933 se ha presentado el señor Arnold Schoenberg, nacido en Viena el 13 de septiembre de 1874, para exponernos su deseo formal de reingresar en la comunidad de Israel. Después de haber leído la presente declaración al señor Arnold Schönberg, éste ha declarado que expresa correctamente su pensamiento y su voluntad.134 nifestación desocupado (sin ninguna pretendida representación ocupando su lugar), no hay duda de que el dogma católico de la virginidad de María tiene una tal lectura simbólica. 133 A. Neher, They Made their Souls Anew, State University of New York Press, 1990, p. 13. 134 Transcripción del fragmento central del documento reproducido en la página siguiente. Para Steven J. Cahn, el hecho de que en el documento conste ‘Schoenberg’ en vez de ‘Schönberg’ es significativo. Si bien la grafía ‘œ’ simplemente traduce al francés la grafía alemana ‘ö’, Cahn entiende que el cambio de grafía del apellido no es circunstancial, y que indicaría un rechazo al Umlaut propio de la lengua alemana. Cahn sustenta su hipótesis (un tanto rocambolesca para nosotros) también en lo que sucede con el nombre. Cahn apunta que al bautizarse protestante Schönberg añadió un tercer nombre (‘Arnold Walter Franz Schönberg’) a su ‘Arnold Walter Schönberg’ de nacimiento. El cambio manifiesto en el documento de París supone para Cahn «restaurar su nombre de la lista de la IKG [Israelitische Kultusgemeinde] y reestablecer su identidad judía sobre una base comunitaria, a la vez que distanciarlo del mundo germano-hablante anulando el “Walter Franz”» con el que, de hecho —y Cahn no lo menciona—, Schönberg jamás firmó sus documentos ordinarios. Por lo demás, el artículo de 214 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Figura 2.17: Documento de reincorporación formal a la comunidad judía La formulación del texto es curiosa: Schönberg declara que el acta «expresa correctamente su pensamiento y su voluntad». Nuevamente ¡la cuestión de la expresión!, incluso en un documento formular. Dado que el documento recoge la declaración de Schönberg, debemos suponer que la formulación no es obra del rabino, sino que sale de la boca de Schönberg. Por lo menos es lo que dice el texto: que la declaración de «reingresar en la comunidad de Israel [. . . ] expresa Cahn es sumamente interesante. S. J. Cahn, «The Viennese-Jewish Experience» en J. Shaw / J. Auner (ed.), The Cambridge Companion to Schoenberg, Cambridge University Press, 2010, p. 194. 2.4. Religión y relación 215 correctamente su pensamiento y su voluntad». Pero fijémonos en cuál es este su pensamiento y esta su voluntad. No son los de adoptar la fe judía, sino los de «reingresar en la comunidad de Israel». Nótese que en ningún momento Schönberg habla en términos de creencia, sino que lo hace en términos de pertenencia a una comunidad. Por lo tanto su reingreso —tal como dice la declaración— tiene una dimensión eminentemente social o étnica. Sin embargo, como muy bien recogía el acta —que «expresa correctamente»—, esta era la exposición del deseo formal de reintegrarse al judaísmo. Su reintegración efectiva se había producido unos años antes y tenía origen en dos acontecimientos fundamentales que sucedieron a principio de la década de los 20.135 Unos acontecimientos dolorosos que suscitaron una verdadera crisis interior en el compositor, que supusieron un cambio en su manera de sentirse en el mundo. De ser un europeo de origen judío, que se había enrolado en el ejército y había cumplido con todas sus obligaciones de ciudadano, pasó a sentirse, simplemente, un judío.136 Dejando de lado un pequeño incidente doméstico de 1911 que, sin embargo, motivó su partida hacia Berlín, el primer incidente significativo para Schönberg sucedió en Mattsee, en verano de 1921.137 Para entrar en este centro vacacional al sur de Salzburg fue necesario que los veraneantes presentasen su certificado de bautismo, ya que —tal como rezaba el dictamen del ayuntamiento— «los judíos no son bienvenidos».138 Schönberg hubiera podido presentarlo, pero 135 Vid. la cita final de este apartado, en la página 221. Nótese allí la expresión de Schönberg: «mi, así llamado, retorno a la fe judía». 136 Vid. para contrastar esta afirmación, el trabajo de Moshe Lazar, «Arnold Schoenberg and His Doubles. . . » o el de Michael Mäckelmann, Arnold Schönberg und das Judentum, así como lo que hemos expuesto ya en la sección anterior. 137 El incidente de 1911 fue una amenaza de muerte delirante de su vecino de la vienesa Hietzinger Hauptstrasse, el señor Wouverman, a raíz de una riña entre sus respectivos hijos. Según Dominique Jameux, L’école de Vienne, Fayard, París, 2002, p. 250, «Schönberg interpreta este delirio como una manifestación de antisemitismo casi ritual». Lo cierto es que esta fue la gota que colmó el vaso de un año que emocionalmente había asestado a Schönberg un par de puñaladas en aquello que emocionalmente más lo vinculaba a Viena. Por un lado, sus amados discípulos Webern y Berg acababan de casarse, con lo cual empezaban —por así decirlo— una familia distinta de la que tenían hasta aquel entonces con su admirado maestro. Por el otro, 1911 fue el año de la muerte de su idolatrado Gustav Mahler, que para Schönberg era «uno de los más grandes hombres que puedan existir» (SHGS, p. 495). 138 M. Lazar, «Arnold Schoenberg and His Doubles. . . », p. 49. 216 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear abandonó el municipio sin pensárselo dos veces, a pesar de que la hija del alcalde de Mattsee era la mujer del hermano menor de Schönberg, Heinrich Samuel. Del incidente, Schönberg casi no habló con nadie (dejando de lado la carta a Berg citada en la página 129) y, calladamente, su conciencia de pertenencia al pueblo judío se fue incrementando poco a poco. Este proceso de reformulación de la identidad, sin embargo, no le impidió que, tres años más tarde, el 24 de agosto de 1924 (a tres semanas de cumplir 50 años), se casara en la iglesia evangélica de Mödling con Gertrud Kolisch, por aquel entonces una joven de 26 años, hermana de su discípulo y excelente violinista Rudolf Kolisch. Un par de años más tarde del incidente del Mattsee, Schönberg vivió el segundo martillazo en lo que a su identidad judía se refiere. En 1923, su buen amigo Kandinsy le invita a formar parte de la Bauhaus, un proyecto alentado también por el segundo marido de Alma Mahler, Walter Gropius. Pero al enterarse de que había actitudes antisemitas entre sus miembros y que la admisión de Schönberg iba a ser una excepción, reaccionó escribiendo amargamente a su amigo: Lo que tuve que aprender el año pasado forzosamente, lo he comprendido finalmente y no volveré a olvidarlo. Y es que no soy ni un alemán, ni un europeo, ni quizás siquiera un ser humano (al menos los europeos prefieren a los peores de su raza antes que a mí), sino que soy, en cambio, un judío. ¡Estoy satisfecho de serlo! Hoy ya no deseo ni ser una excepción: no tengo nada en contra de que se me mezcle con todos los demás (ASL, 63). Si bien las supuestas actitudes antisemitas de los miembros de la Bauhaus y del propio Kandinsy eran una habladuría de Alma Mahler (que «gozaba de una dudosa fama como creadora de rumores», según Nina Kandinsky),139 lo cierto es que el incidente distanció durante un par o tres de años a los dos amigos Kandinsy, Kandinsy y yo, Munic, 1976, pp. 195 y sig., citado por J. Hahl-Koch, «Kandinsy y Schoenberg. Sobre los documentos de una amistad entre artistas», en A. Schoenberg / V. Kandinsky, Cartas, cuadros y documentos de un encuentro extraordinario, Alianza, Madrid, 1993, p. 143. En esta misma página, Hahl-Koch relata: Cuando Kandinsky recibió la estremecedora carta de contestación de Schönberg, se la mostró en su perplejidad a Walter Gropius, fundador del Bauhaus y esposo en aquel momento de Alma Mahler. Nina, la viuda de Kandinsky, recuerda: «Gropius palideció y dijo con espontaneidad: esto ha sido Alma. Comprendió inmediatamente que había sido su mujer la que había puesto en escena esta historia. Y tenía razón en su suposición, pues Schönberg escribió en mayo de 1923 a su informadora Alma: “A ello hay que añadir que tal vez hubiese podido enterarme aun sin ti de lo que en Weimar se pensaba”». 139 N. 2.4. Religión y relación 217 y alimentó la conciencia judía de Schönberg. Esta conciencia fue en aumento, hasta el punto de que incluso en la misma carta a Kandinsky se planteó ser un acicate de la conciencia nacional judía, llegando a afirmar que «daría mucho porque me estuviese dado provocar un despertar» (ASL, 63). Es sin duda en esta estela que hay que entender la redacción del drama Der biblische Weg (que Schönberg mismo calificaba de propagandístico), el deseo de la creación de un estado propio para el pueblo de Israel y la ambigua posición que Schönberg mantuvo con el sionismo.140 Pero si la primera carta a Kandinsky es lo suficientemente punzante como para que el pintor le contestara que le había «conmovido y dolido profundamente»,141 la segunda es todavía más estremecedora. Porque, en ella, Schönberg vaticina las desgracias que tardarían casi dos décadas a hacerse realidad. En una fecha tan temprana como 1923, cita el nombre de Hitler y hace un análisis abrumador de la situación social, de los comportamientos humanos, de los mecanismos de ideologización y de las responsabilidades colectivas que de ellos 140 En cuanto a la disposición de Schönberg de ponerse al servicio del pueblo judío, y al hecho de que considere como «propaganda» su drama Der Biblische Weg, leemos en la siguiente carta a Franz Werfel, probablemente de 1933: Usted ya sabe que quiero dedicarme a la liberación [Rettung: salvación, rescate] del pueblo judío. Justo después del fin de la guerra he comprendido bien la situación y he pensado en todos los sentidos desde entonces. Desde aproximadamente 1921 tenía la intención de escribir una pieza teatral como propaganda para mis ideas. Esta intención la he realizado por vez primera en el drama Der Biblische Weg y después en Moses und Aron, mi ópera inacabada (http://81.223.24.109/letters/ search_show_letter.php?ID_Number=7287 [9.8.2012]). En cuanto a la cuestión del sionismo, vid., por ejemplo, la carta a Peter Gradenwitz del 20 de julio de 1934, donde Schönberg dice que en Der biblische Weg advoqué, a partir de la posibilidad indicada en la Biblia, por el establecimiento de un estado judío independiente, sin que por ello tenga que adoptar una posición a favor o en contra del sionismo. Desde entonces las aspiraciones sionistas son también sagradas para mí, si bien no puedo adherirme a ellas totalmente por razones tácticas y estratégicas (http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=2732 [12.5.2012]). Para una exposición sobre la vinculación de Schönberg con las posiciones sionistas, vid. M. Mäckelmann, Arnold Schönberg und das Judentum, Karl Dieter Wagner, Hamburg, 1984, especialmente las páginas 50-61, 107-119, 256-330, 405-420; cf. también las conclusiones a las que llega Mark M. Kerling, «O Wort, du Wort, das mir fehlt.» Die Gottesfrage in Arnold Schönbergs Oper Moses und Aron, Grünewald, Mainz, 2004, pp. 281-298. Cabe tener en cuenta también el artículo de Sigrid Wiesmann, «Arnold Schönberg und seine Idee des jüdischen Staates», Kontexte. Festival Musica Iudaica, Praga, 1998, pp. 126-134. 141 A. Schoenberg / V. Kandinsky, Cartas, cuadros. . . , p. 80. 218 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear se derivan (vid. esta interesantísima carta en ASL, 64). Esta capacidad visionaria —presente en otros textos, como «A Four-Point Program for Jewry», de 1938, donde Schönberg vislumbra la Shoah—142 fue quizás lo que llevó a Schönberg a no quedarse en Europa y a partir hacia los Estados Unidos de América el 24 de octubre de 1933. Cinco meses antes, el 23 de mayo de aquel mismo año, había recibido una carta de despido de la Academia Prusiana de las Artes, donde era profesor desde 1925, y cuyo nombramiento ya había suscitado algún que otro comentario antisemita.143 Esta carta ponía fin a una relación que se había enturbiado a raíz del creciente antisemitismo que infestaba los organismos oficiales desde la ascensión de Hitler al poder en enero de 1933. Los acontecimientos se habían sucedido de este modo, según cuenta Hans Heinz Stuckenschmidt: El 1 de marzo el presidente Max von Schillings declaraba en una sesión de la misma Academia que había que romper con la influencia judía. Schönberg abandonó la sesión, y el 20 de marzo presentó a la Academia su dimisión voluntaria, rogando simplemente que se le permitiese terminar el plazo de su contrato, que alcanzaba hasta el 30 de septiembre de 1935.144 Estos incidentes (sumados a los del Mattsee y a los de la Bauhaus) no podían sino incrementar todavía más el sentimiento de Schönberg de pertenecer al pueblo de Israel. Por eso, antes de exiliarse, y todavía en su Europa natal, decidió reintegrarse formalmente a la comunidad religiosa judía. Este compromiso con la cuestión judía había nacido, pues, por cuestiones sociales e identitarias más que por cuestiones de índole propiamente religiosa. Tal como afirma Lazar «podemos considerar los incidentes del Mattsee y la Bauhaus como dos estadios 142 Después de empezar el texto enumerando el número de judíos estimado en cada país centroeuropeo, Schönberg prosigue: «¿Hay lugar en el mundo para al menos 7.000.000 de personas? ¿Estan condenadas a muerte? ¿Serán exterminadas? ¿Matadas de hambre? ¿Masacradas? Todo observador perspicaz y realista tendría que saberlo de antemano, al igual que lo sé yo desde hace casi veinte años» (SHGS, p. 302). 143 Tal como relata Dominique Jameux, L’école de Vienne, p. 539, a la nominación de Schönberg como profesor, un tal Alfred Heuss publica en el «periódico Zeistschrift für Musik (¡heredero del Neue Zeitschrift für Musik creado por Schumann en 1834!) [. . . ] que su nominación a la Akademie der Künste es “un golpe bajo contra la música alemana”. Situar este hombre en un puesto oficial que le va a poner en contacto con los jóvenes músicos de aquel país es un error. Se trata de una “prueba de fuerza entre la germanidad [Deutschum] y el espíritu musical específicamente judío”» (Citado y comentado por M. Mäckelmann, Arnold Schönberg und das Judentum, Dietter Verlag, Hamburg, 1984, p. 62). 144 H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 308. 2.4. Religión y relación 219 del drama interior de Schönberg, que condujeron a una judeidad militante con el propósito de concienciar a los judíos del mundo de la inminente sentencia de los judíos europeos».145 Algo que también comparte André Neher, al afirmar que la conversión de Schönberg «era necesaria para el mundo exterior: el mundo tenía que saber que Arnold Schönberg ya no era un cristiano, sino que había regresado al judaísmo».146 Porque, de hecho, «el documento como tal era innecesario» ya que «el judaísmo reconoce como judíos a todos los que han nacido de una madre judía».147 145 M. Lazar, «Arnold Schoenberg and His Doubles. . . », p. 51. Para mayor detalle de los acontecimientos del Mattsee y la Bauhaus, vid. M. Mäckelmann, Arnold Schönberg und das Judentum, Karl Dieter Wagner, Hamburg, 1984. 146 A. Neher, They Made their Souls Anew, p. 151. Néher prosigue con algo que ya no compartimos completamente: «Pero también era necesario para el desarrollo interno de Schönberg, dado que dentro de él existía, en su vida y en su obra, una aventura, un drama de teshuvá». La teshuvá supone —en el mundo judío— el regreso del alma descarriada a Dios, después de su arrepentimiento. A raíz de lo que hemos ido exponiendo, no creemos que el guión espiritual de Schönberg esté marcado por un drama de regreso de esta naturaleza, dada la enorme integridad y coherencia de su persona. Esta integridad hizo que Schönberg se escandalizara de la falta de coherencia y moralidad que veía en la oración del Kol Nidre, que conoció cuando el rabino Jakob Sonderling le hizo en 1938 el encargo de escribir un acompañamiento para la salmodia. Schönberg sólo podía entender el propósito del texto clásico desde su dimensión histórica; y sólo así fue capaz de componer la que es su única pieza con texto litúrgico, el Kol Nidre, op. 39. Veamos lo que decía Schönberg en la carta del 22.11.1941: A petición mía, el texto del Kol Nidre «tradicional» fue modificado, pero la introducción fue una idea del Dr. Sonderling. Cuando vi por primera vez el texto tradicional, me aterró la concepción «tradicional», según la cual en el día del Gran Perdón debían ser anulados todos los compromisos adquiridos durante el año. Tuve esta concepción por falsa, pues es verdaderamente inmoral. Está en contradicción con la elevada moralidad de todos los mandamientos judíos. Desde el primer momento estuve convencido (lo que posteriormente se reveló como cierto, cuando leí que el Kol Nidre procede de España) de que no se quería decir otra cosa sino que todos quienes, voluntariamente o a la fuerza, habían adoptado la apariencia de la fe cristiana (y que por ello debían ser excluidos de la comunidad judía) podían reconciliarse con su Dios en este día del Gran Perdón, y que todos los votos (abjuraciones) debían ser anulados. Así pues, esto no es de aplicación a las transacciones comerciales fraudulentas (ASL, 187). 147 E. D. Latham„ «The Prophet and the Pitchman. Dramatic Structure and Its Musical Elucidation in Moses und Aron, Act 1, Scene 2», en Ch. M. Cross / R. A. Berman, (ed.), Political and Religious Ideas in the Works of Arnold Schoenberg, Garland, Nueva York, 2000, p. 132. 220 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear A pesar de su reconversión al judaísmo, Schönberg no fue celoso a la hora de procurar esta confesión para sus hijos. Quizás porque la conversión de Schönberg tenía mucho más de compromiso social con su pueblo que de militancia religiosa. Schönberg estaba dispuesto a «ofrecer el sacrificio de mi arte por el bien de la comunidad judía», haciéndolo «con total admiración, porque no hay nada más sublime para mí que mi pueblo».148 Y ciertamente trabajó en ello con empeño, aunque por desgracia no obtuvo resultados significativos. Su compromiso con el pueblo judío, pues, tenía sentido a raíz de su nombre, por el hecho de ser «alguien» en el mundo de su época. Esta responsabilidad no tenía nada que ver ni con su adscripción religiosa personal ni con cuestiones domésticas. Por eso —y sabiendo que la confesión no es lo realmente importante sino que es sólo un vehículo en el propio desarrollo espiritual— Schönberg no se empeñó en que sus hijos profesaran la fe judía.149 En una graciosa carta a su amigo director Leopold Stokowski (en la que asimila la figura del padrino a la del patrocinador) leemos: Estimado amigo, la señora Schoenberg cree que usted es católico. Yo soy judío. Pero la señora Schoenberg es católica y, dado que ella es como un cuarto de siglo más joven que yo, asumo que estará junto a nuestros hijos más tiempo que yo. He permitido pues que también sean católicos. Mi hijo Rudolf Ronald (Ronny) cumplirá 13 años en mayo y será confirmado el día 2. Me gustaría tenerle a usted (que ha hecho tanto por mi música en América) como el padrino (patrocinador) de Ronny. ¿Podría hacerlo? Yo estaría muy contento, y ¡qué orgulloso estaría Ronny de tener a un hombre tan reconocido como sponsor ! ¡Dígame algo tan pronto como le sea posible! Con saludos cordiales, como siempre, sinceramente suyo, 148 Manuscrito ASI T15.10 G3, fechado en 1933; citado por M. Lazar, «Arnold Schoenberg and His Doubles. . . », p. 118, nota 15. El compromiso de Schönberg se concretó también en el intento de «salvar vidas judías preciosas» (ASL, 182), como queda patente en la carta enviada al director de la Orquesta de Palestina Leo Kestenberg, en la cual le pregunta (en ¡1939!: otra vez la capacidad visionaria de Schönberg) si Palestina podría dar a algunos judíos «a los que se ha ordenado abandonar Alemania o Italia, la posibilidad de esperar en un país neutral la obtención de un visado» (ASL, 182). 149 Esta cuestión no debe extrañarnos, teniendo en cuenta lo que afirma S. J. Cahn en «The Viennese-Jewish Experience», p. 195: Tal como observa Michael Meyer, el mensaje ético de los profetas hebreos había desplazado de largo la ley ritual judía como punto religioso esencial para una gran mayoría de los judíos alemanes: «el monoteísmo ético había pasado a ser el fundamento de su judeidad» [Michael Meyer, German-Jewish History in Modern Times, vol. I, pp. 351-352]. Nuria Schoenberg-Nono recuerda que los Schoenberg enseñaron a sus hijos que las buenas personas se rigen por conductas éticas y creen en un solo Dios. 2.4. Religión y relación Arnold Schoenberg150 221 Aún así, la implicación de Schönberg con el judaísmo que podemos ver en sus obras no era sólo de índole social o militante. Y quizás la única obra con esta intención primordial es A Survivor from Warsaw, escrita en 1947, cuyo título es suficientemente explícito. Pero entender el resto de obras como Moses und Aron, Der biblische Weg o los Salmos, exclusivamente desde la perspectiva del compromiso social, sería incurrir en una lectura totalmente sesgada. Además, el trabajo de Schönberg en Die Jakobsleiter y el plan para una Sinfonía coral fueron previos a los acontecimientos del Mattsee y de la Bauhaus que desataron su conciencia judía. En todas las obras de temática religiosa de Schönberg, más allá del elemento idiosincrásico judío, lo que hay es siempre un planteamiento espiritual que tiene que ver —como hemos dicho— con la constante preocupación del compositor: qué posibilidad de relación existe entre la esfera de la trascendencia y la de la inmanencia. Una cuestión que tiene que ver con la iconoclastia y con la iconodulia, con la idolatría, con la facultad comunicativa y con la posibilidad de transmisión de la experiencia profética. En definitiva, con la cuestión de la mediación. Todas estas cuestiones se habían ido forjando desde mucho antes de los acontecimientos de los años veinte en el pensamiento y el sentir de Schönberg, y ya hemos visto cómo estaban presentes en un texto tan temprano como Aberglaube, aquel esbozo de libreto de ópera escrito alrededor de 1901. Pero a raíz de estos desafortunados incidentes y del creciente antisemitismo, cobraron todavía mayor relevancia y se encauzaron a través de una inequívoca presencia de elementos judíos en su producción. El retorno formal de Schönberg al judaísmo sólo confirmaba algo que su obra ponía de manifiesto desde una década antes. Así lo relataba Schönberg a Alban Berg en una carta escrita el 16 de octubre de 1933, diez días antes de partir hacia a América: Hasta el 1 de octubre no he estado lo bastante seguro de que me voy a América, como para que yo mismo pudiera creelo. Lo que ha aparecido antes y después en los periódicos son fantasías, igual que las pretendidas ceremonias y la presencia de «tout París» a mi, así llamado, retorno a la fe judía. (Tout París era, aparte del rabino y yo, mi mujer y un tal Dr. Marianoff, con quien debieron originarse estos cuentos). Como seguramente habrás advertido, mi regreso a la religión judía tuvo lugar hace mucho tiempo, y se puede reconocer en mi obra, incluso en las partes 150 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=7656 [6.5.2012]. 222 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear publicadas («Du sollst nicht. . . du mußt. . . »)151 y en Moses und Aron, del que estás al corriente desde 1928, pero que por lo menos se remonta a 5 años antes; pero sobre todo en mi drama Der biblische Weg, que como muy tarde fue concebido en 1922 o 1923, pero que no fue terminado hasta 1926-27 (ASL, 156). La cronología esgrimida por Schönberg no deja lugar a dudas. Y plantea, además, unas coincidencias interesantes. El inicio de Moses und Aron (por lo menos cinco años antes de 1928; es decir: alrededor de 1923), coincide con la concepción de Der biblische Weg. Y, a su vez, una y otra obras coinciden con la formulación del método dodecafónico, con los primeros Gedanke manuscripts y con la preocupación de Schönberg por «cómo rezar», después de que la religión fuera su «único sostén» (ASL, 42). La coincidencia, sin embargo, no es sólo cronológica, sino que —a nuestro juicio— cabría entender todas estas manifestaciones como articulaciones distintas de una misma problemática fundamental: la cuestión de la relación, ya sea en un plano de cambio de esfera (en un eje vertical, diríamos para simplificar, como entre la idea y su representación, o entre Dios y el pueblo) o entre elementos del mismo plano (en un eje horizontal, como la relación entre las doce notas o entre Moisés y Arón). En Der biblische Weg, se trataría —a grandes rasgos— de la cuestión de la identidad judía, con la difícil tarea de mediar entre la asimilación europea y el proyecto de un estado propio (el primer acto sucede en Europa, mientras que segundo y tercero tienen lugar en la «Nueva Palestina»).152 En Moses und Aron se pone de manifiesto un entramado de relaciones de lo más complejo (como veremos en la segunda parte de la tesis), no sólo entre Moisés y Aarón, sino entre Dios y el pueblo. En la formulación del método dodecafónico, se ponen «en relación» doce sonidos entre sí. En los Gedanke se trata de la relación existente entre la concepción y la realización, y de cómo pasar de la idea a su representación, siendo esta cuestión lo que motiva la escritura del «libro clave». Y en la preocupación por «cómo rezar» se manifiesta, con todo arraigo existencial, la gran pregunta sobre cómo relacionar la esfera de la contingencia con la esfera de la trascendencia. La pregunta sobre cómo subir y bajar por la escalera (de Jacob o no). 151 La segunda de las Cuatro piezas para coro mixto, op. 27, escrita el 16 y 17 de octubre de 1925. 152 A. Schönberg, Der biblische Weg, ed. bilingüe alemán-inglés, trad. M. Lazar, JASI, vol. XVII, n. 1 & 2, June & November 1994, p. 164. 2.4. Religión y relación 223 Pero la adscripción de Schönberg al judaísmo, aparte de una cuestión de compromiso social y aparte de permitirle seguir encauzando sus preocupaciones «relacionales» de base, cobra quizás otro significado: el de la errancia. El pueblo judío, como pueblo errante, es aquel que está —y debe estar, parece que vaticina Schönberg al final del Moses und Aron— en constante movimiento. El constante movimiento, precisamente, en el que nos sitúa la insuficiencia de cualquier representación; el constante movimiento de la ética manifiesta en la Harmonielehre; el constante movimiento que supone —con su sistema de transposiciones y transformaciones seriales— el dodecafonismo. Un método que elimina cualquier centro (cualquier patria, diríamos), cualquier sitio que permita establecerse o afianzarse, proponiendo, en cambio, una constante evolución garantizada por el entramado relacional que fundamenta su estructuración. Schönberg mismo encarnó de un modo u otro el paradigma del judío errante. La adscripción al judaísmo venía a reflejar anagógicamente aquello que literalmente ya sucedía en su vida: nacido en Viena, se mudó tres veces a Berlín, cambió de residencia a Mödling (cerca de Viena), pasó medio año en París y casi nueve meses en Barcelona, y finalmente recaló en los Estados Unidos, donde pasó por Nueva York y Boston, para asentarse definitivamente en Los Angeles. Quizás puede argüirse que este periplo —al cual hay que sumar los viajes vacacionales y los realizados por actuaciones— no tiene nada de extraordinario. Quizás no, pero seguro que a una mente simbolizadora como la de Schönberg no le pasó desapercibida su posible significación. Era lógico, pues, que antes de su último y mayor viaje, y todavía en su vieja Europa, se reintegrara formalmente en la comunidad judía. Algo que, de modo personal e íntimo, ya hacía tiempo que venía siendo así. 224 Capítulo 2. La ‘relación’ como noción nuclear Figura 2.18: Escalera y pila de leña, Óleo sobre cartulina, 41x29,6 cm., ca. 1907-1909 [142] Parte II La configuración del pensamiento relacional y sus implicaciones existenciales en Moses und Aron 225 Capítulo 3 La creación de una poética propia 3.1. Propósito, enfoque analítico y estado de la cuestión: el correlato entre vida y obra En el primer capítulo hemos visto cómo la noción de relación resultaba ser un elemento nuclear tanto del pensamiento como de la forma de pensar de Arnold Schönberg. En el segundo capítulo hemos sugerido tres dimensiones (lo vienés, lo musical y lo religioso) que pudieron ser fundamentales a la hora de establecer la centralidad de la noción de relación en nuestro autor. Pero todavía no hemos hecho un recorrido cronológico por la vida del compositor que nos permita ver las implicaciones que esta noción pudo tener en su producción. Este es, modestamente, el propósito de este tercer capítulo, en el cual veremos cómo la evolución del lenguaje musical schönberguiano corrió en paralelo a su evolución espiritual, dado que la cuestión de la «relación» tiene es fundamental a los dos ámbitos. Estamos convencidos, de hecho, de que las preocupaciones schönberguianas por la relación entre inmanencia y trascendencia no son ajenas a sus preocupaciones por la relación entre la idea y el estilo, ni a su búsqueda de un nuevo entramado de relaciones compositivas una vez las relaciones sintácticas tonales se han desmoronado. En resumidas cuentas: creemos que entre la evolución espiritual y la evolución del lenguaje musical de Schönberg hay una influencia recíproca. Vincular algo que pertenece al campo de las obras (el lenguaje musical) con algo que pertenece al campo de la existencia del compositor (su evolución espiritual) no tiene que significar, sin embargo, incurrir en un positivismo 227 228 Capítulo 3. La creación de una poética propia decimonónico que considere la obra como poco más que una proyección de la biografía del autor. Más bien nos inscribimos en un formalismo/estructuralismo que —partiendo del análisis de las obras— llegue hasta el autor, sin arrinconar ni minimizar la importancia de su biografía, dado que la propia obra de Schönberg da cuenta de sus preocupaciones espirituales.1 En este enfoque nos avalan no pocos precedentes, empezando por Hans Heinz Stuckenschmidt (que en su magna biografía afirma que «la vida, el contexto y la obra de Arnold Schönberg forman una unidad inseparable»)2 y acabando por el reciente trabajo de Lluís Duch (para el cual «el “factor biográfico” tiene una importancia capital para comprender la intención última —religiosa y política, estética y musical— del compositor»).3 También para el eminente historiador del arte Werner Hofmann existen ciertas concordancias entre sus disonancias subjetivas y las objetivas de la época, e incluso analogías entre los conflictos que viviera y padeciera y sus innovaciones artísticas. No siempre cabe afirmar tal relación recíproca, pero en lo que atañe a la Viena del cambio de siglo, esta reciprocidad queda legitimada por las palabras de Mahler cuando reclama «la unidad entre vivir y crear» en todo caso y, en particular, en el del músico. Deberíamos tener esto siempre en mente: no se trataba por aquel entonces de experimentos artísticos en el sentido del arte por el arte, sino de proyectos de vida apoyados en una práctica artística marcada por la autenticidad. Sobre tales premisas descansa el consecuente desarrollo de Schönberg.4 Para alguien como Schönberg, tan preocupado por la cuestión de la coherencia (es decir, por la relación correcta entre las distintas partes), era impensable que vida y obra no tuvieran conexión. Aunque no —por supuesto— en una concep- 1 R. Selden, La teoría literaria contemporánea, trad. J. G. López Guix, Ariel, Barcelona, 1993, expone las distintas escuelas analíticas y las vincula brillantemente a los distintos agentes del esquema de la comunicación de Jakobson y a las funciones del lenguaje que de él se derivan. Selden apunta que, a pesar de que cada enfoque analítico se inscribe principalmente en uno de los agentes y funciones jakobsonianos, «en sus formulaciones más brillantes, ninguno de estos planteamientos hace caso omiso de las demás dimensiones de la comunicación literaria» (p. 11). En nuestro enfoque híbrido nos sentimos respaldados por esta afirmación. 2 H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, trad. A. Agud, Alianza, Madrid, 1991, p. 13. François Nicolas, en cambio, se posiciona en contra de esta unidad: F. Nicolas, La singularité Schoenberg, L’Harmatan, París, 1997, especialmente pp. 11-29. 3 Ll. Duch, «Introducció», en Arnold Schönberg, Moisès i Aaron, p. 79. Vid. también, por ejemplo, P. C. White, Schoenberg and the God Idea. The opera Moses und Aron, UMI Research Press, Ann Arbor, 1985, p. 55. 4 W. Hofmann, «La disonancia integrada: Kandinsky y Schönberg», en J. Arnaldo (ed.), «El mundo suena». El modelo musical de la pintura abstracta, Fundación Colección Thyssen Bornemisza, Madrid, 2004, p. 17. Traducción gramaticalmente modificada. 3.1. Propósito, enfoque analítico y estado de la cuestión 229 ción romántica del artista. Así, Schönberg afirmaba sin tapujos que «todo lo que he escrito tiene una cierta semejanza interior conmigo» (ASL, 117), aunque no en el sentido de «meter en danza al artista. Esto es el final del siglo xix, pero no yo» (ASL, 258). Por ello, a pesar de rechazar un enfoque positivista, en nuestro análisis incidiremos en la conexión entre la evolución estética y la evolución espiritual de nuestro autor, entendiendo —como su alumno Heinrich Jalowetz— que Arnold Schönberg «posee aquel verdadero multifacetismo basado en un espíritu homogéneo que permea totalmente su esencia. Todas sus manifestaciones devienen confesiones y muestran una unidad profunda que por sí sola sirve como modelo.»5 Esta unidad resulta evidente en el hecho de que la cronología schönberguiana está repleta de correspondencias entre una actividad teórica significativa y puntos de viraje cruciales en su desarrollo compositivo. El ZKIF fue escrito durante la composición de Die Jakobsleiter, en la cual Schönberg utilizó por primera vez un único hexacorde como la fuente principal de motivos y temas, un concepto crucial para el desarrollo del pensamiento serial. De modo parecido, la Harmonielehre (1911) fue concebida durante el paso a la atonalidad, y Der musikalische Gedanke und die Logik, Technik und Kunst seiner Darstellung (1934-1936) en un momento en el cual, debido a las escasas probabilidades de que sus obras dodecafónicas fuesen interpretadas, volvió a la tonalidad en algunas composiciones. Además, 1923, el año que Schönberg anunció el método dodecafónico, vio aparecer una extraordinaria cantidad de pequeños artículos sobre teoría. El ZKIF, pues, es sólo una de toda una serie de obras que Schönberg escribió durante periodos de crisis compositiva.6 Pero estas correspondencias apuntadas por Severine Neff se extienden también al ámbito de las inquietudes espirituales de nuestro autor. En Die Jakobsleiter (que para Schönberg suponía un avance significativo hacia el dodecafonismo),7 la temática religiosa es fundamental; en el Segundo cuarteto (que marca el paso a la atonalidad), los dos poemas utilizados hablan de un «rapto» y de sentir «aire de otro planeta», en una proyección ascensional-espiritual semejante a la de Die Jakobsleiter. Del mismo modo, la escritura de MG coincide con los esbozos del tercer acto de una obra tan capital como Moses und Aron; y los 5 H. Jalowetz, «The Harmonielehre», en W. Frisch (ed.), Arnold Schoenberg and His World, Princeton University Press, 1999, p. 231 (subrayado del autor). Acerca de la edición de este texto, vid. nota 8 del segundo capítulo. 6 S. Neff, «Introduction» en ZKIF, p. xxv. Discrepamos con Neff sobre el origen de los ocasionales retornos de Schönberg al mundo tonal, fundamentándonos en lo que afirma el propio compositor en SI, p. 29 o SI, p. 109-110. 7 Vid. «My Evolution» en SI, pp. 79-92. 230 Capítulo 3. La creación de una poética propia pequeños artículos sobre teoría de 1923 coinciden no sólo con la formulación pública del dodecafonismo, sino con la creciente implicación de Schönberg con el judaísmo originada en el Mattsee Ereignis de 1921 (justo el año en que Schönberg hace las primeras tentativas enteramente dodecafónicas). Así pues, si asumimos sin reparos —como dice Neff— que las preocupaciones teóricas de Schönberg coincidieron con hitos significativos de la evolución de su lenguaje musical, no debería extrañarnos tampoco que sus preocupaciones religiosas y espirituales influyeran también en la configuración de su lenguaje. ¿En qué basamos esta hipótesis? Más allá de las correspondencias que acabamos de referir, y más allá de la intuición de Dika Newlin (que, como hemos visto en la página 125, estaba convencida «de que las ideas religiosas y filosóficas de Schönberg están inextricablemente entreligadas con la génesis de [sus] innovaciones técnicas»),8 creemos que las apreciaciones teóricas, los hallazgos compositivos y las inquietudes espirituales del compositor tienen en común la centralidad de la cuestión de la «relación», y que la evolución del lenguaje musical de Schönberg corre en paralelo a su evolución espiritual. Muy grosso modo, la búsqueda de nuevas relaciones entre los sonidos (que acabó conduciendo a la formulación del dodecafonismo), y la concepción de la composición como un entramado de relaciones son la otra cara de la moneda de la búsqueda de relaciones entre el mundo de la inmanencia y el mundo de la trascendencia que acompañó a Schönberg a lo largo de toda su vida. El desarrollo musical de Schönberg ha sido analizado con profundidad. La literatura existente (cerca de 9000 referencias según el catálogo del Arnold Schönberg Center) comprende biografías, estudios musicológicos, documentadísimos companions, artículos especializados y un sinfín de tesis doctorales. En la gran mayoría de estas obras, es casi una convención indiscutible clasificar el desarrollo musical de Schönberg en virtud de sus dos grandes hallazgos: el paso a la atonalidad y la formulación del método dodecafónico, aunque esta clasificación —por más que fuese establecida por el propio Schönberg— es «extremadamente problemática».9 Sin entrar en la polémica, su producción 8 D. Newlin, «Self-Revelation and the Law. Arnold Schönberg in his Religious Works», Yuval, vol. 1, 1968, p. 205. 9 R. Stephan, «Il pensiero musical in Schönberg», en G. Borio (ed.), Schönberg, Mulino, Bologna, 1999, p. 113. Ethan Haimo también considera que «hay varios problemas obvios con esta manera de subdividir la carrera de Schönberg» (E. Haimo, Schoenberg’s Transformation of Musical Language, Cambridge University Press, 2006, p. 352 y ss.). Recuérdese, además, 3.1. Propósito, enfoque analítico y estado de la cuestión musical queda básicamente repartida en tres grandes etapas: Desde los inicios hasta 1907: periodo tonal Desde 1908 hasta 1923: periodo atonal De 1923 hasta 1951: periodo dodecafónico 231 Pero más que las etapas en sí, lo más relevante es el camino que llevó a Schönberg de la una a la otra, y el propio compositor remarcó siempre la continuidad entre ellas aduciendo una progresiva «ascensión hacia un orden más elevado y mejor».10 Ahora bien: a pesar de esta evolución progresiva, lo cierto es que con el advenimiento de la atonalidad y con la formulación del dodecafonismo, Schönberg llevó a cabo dos revoluciones copernicanas de tal magnitud como las que Ludwig Wittgenstein (vienés como él) planteó por aquella misma época en el terreno de la filosofía. Conscientes de esta relevancia, han sido varios los investigadores que han hecho hincapié en las razones técnicas y de lógica musical que subyacen a las transformaciones de lenguaje acometidas por Schönberg, y es sintomático que durante las dos últimas décadas se hayan publicado varias lo problemático del término «atonal» y las reservas que el propio Schönberg tenía hacia el mismo, según lo que hemos dicho ya en la nota 84 en la página 86. 10 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=2892 [4.8.2012]. En 1937, en el artículo «How One becomes Lonely» afirma: «Nunca he dejado de componer en el mismo estilo y de la misma manera que al principio. La diferencia es sólo que ahora lo hago mejor que antes; es más concentrado, más maduro» (SI, p. 30). Schönberg tenía claro que había tres etapas bien diferenciadas si no en su manera de escribir, sí en el resultado de su escritura, lo cual requería una pedagogía a la hora de escuchar su producción ulterior: La pregunta de en qué orden puede presentarse mi música al público palestino quisiera contestarla así: «paulatinamente, paso a paso». En mi música no se ha tratado jamás de un «estilo», sino siempre de un contenido y de su reproducción lo más precisa posible. Por eso mis obras de juventud preparan para la comprensión de mis pensamientos musicales y se haría bien familiarizándose con ellas antes de que mi manera de expresarse llegue a ser tan concisa como en mis últimas obras. Creo, pues, que el conocimiento de mis obras desde el Primer al Segundo cuarteto para cuerda contribuirá mucho a hacer comprensible el lenguaje y las ideas de las obras entre las Piezas para piano, op. 11, y la Serenata. Y pienso que antes no debe servirse nada del tercer período, que representa, incluso para la mayoría de los «músicos», apenas otra cosa que su propio estilo (ASL, 182). Es significativo que Schönberg hable de los periodos en términos evolutivos, utilizando las preposiciones «desde» o «entre», que implícitamente indican movimiento: «desde el Primer al Segundo cuarteto para cuerda» y «entre las Piezas para piano, op. 11, y la Serenata». 232 Capítulo 3. La creación de una poética propia monografías que estudian directamente los cambios llevados a cabo por el compositor a lo largo de desarrollo compositivo, centrándose no sólo en el estudio de las mencionadas etapas, sino recalcando el periplo que conduce de la una a la otra.11 Pero además de estas contribuciones específicas de enorme relevancia, cuyas reflexiones compartimos en gran medida, existen infinidad de libros que analizan la globalidad la producción musical del compositor y su germen revolucionario. Un concepto que debe entenderse en el sentido más literal del término: el de ser capaz de hacer girar (de revolucionar) aquello que se tiene entre manos, y que encontramos en la conocida definición de Schönberg como konservative Revolutionär propuesta por su primer biógrafo, Willi Reich.12 A parte de los tres companions existentes (el de Jennifer Shaw y Joseph Auner, el de Walter Bailey y el de Gerold G. Grüber),13 existen varias monografías que hacen un análisis profundo de la evolución del lenguaje musical schönberguiano, a cuyas aportaciones nos remitimos.14 A pesar de evitar entrar a fondo en estas cuestiones, sí que para nuestro propósito es esencial señalar que esta evolución tiene que ver con el establecimiento de nuevos y variados sistemas de 11 Tenemos en mente, sobre todo, las obras de Walter Frisch, The Early Works of Arnold Schoenberg. 1893-1908 (precedente de la cual es la tesis doctoral de Philip Alan Friedheim, Tonality and Structure in the Early Works of Schoenberg); Ethan Haimo, Schoenberg’s Transformation of Musical Language; Bryan R. Simms, The Atonal Music of Arnold Schoenberg. 1908-1923 ; y Ethan Haimo, Schoenberg’s Serial Odyssey. The Evolution of his Twelve-Tone Method, 1914-1928. 12 Cf. W. Reich, Schoenberg. A Critical Biography, Longman, Londres, 1971. Para la explicación del subtítulo alemán, vid. lo que se ha comentado ya en la página 156. 13 A estos tres companions podríamos sumar un cuarto, relativamente breve, publicado como apéndice de la traducción francesa de la biografía de Stuckenschmidt: A. Poirier, «Étude de l’oeuvre», en H. H. Stuckenschmidt, Arnold Schoenberg, Fayard, 1993, pp. 567-790. El companion más exhaustivo es el alemán editado por G. G. Grüber, en dos volúmenes. Los otros dos son en inglés y están publicados respectivamente por Cambridge y por Greenwood. 14 Ordenadas alfabéticamente, las más interesantes son a nuestro juicio las siguientes, cuya referencia completa proporcionamos en la bibliografía: Gianmario Borio (ed.), Schönberg (1999); Juliane Brand / Christopher Hailey (ed.), Constructive Dissonance (1997); Esteban Buch, Le cas Schönberg. Naissance de l’avant-garde musicale (2006); Michael Cherlin, Schoenberg’s Musical Imagination (2007); Carl Dahlhaus, Schoenberg and the New Music (1987); Harmut Krones, Arnold Schönberg. Werk und Leben (2005); René Leibowitz, Schoenberg et son école (1947) y Schoenberg (1969); Anthony Payne, Schoenberg (1974); Alexander L. Ringer, Arnold Schönberg. Das Leben im Werk (2002); Charles Rosen, Schoenberg (1975); Allen Shawn, Arnold Schoenberg’s Journey (2002); Egon Wellesz, Arnold Schoenberg. The Formative Years (1921). 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 233 relaciones a nivel compositivo, una vez la shaping force (en términos de Ernst Toch)15 que supone el juego de relaciones propio del sistema tonal ha perdido su efectividad. En vez de analizar el grueso de la producción de Schönberg, nuestra atención se centrará fundamentalmente en aquellas obras tonales que suponen una ampliación de las relaciones sintácticas propias de la tonalidad. Y al analizar las obras atonales y dodecafónicas evitaremos deliberadamente el análisis mediante la identificación de las transformaciones seriales y los «pitch class sets» (Allen Forte), incidiendo, en cambio, en cuestiones motívicas y temáticas que son las que permiten ver cómo evoluciona el pensamiento relacional de nuestro autor. Así pues, procuraremos no llenar las siguientes páginas ni con pentagramas ni con observaciones analíticas exhaustivas, porque hay sobrados análisis de cada una de las obras; al mismo tiempo, intentaremos evitar sobrecargar el texto con excesivas citas provenientes las monografías, a menos que sirvan para sustentar y aligerar nuestro discurso. En suma: lo que nosotros podamos decir aquí, pues, no tiene valor sistemático ni pretende ser una síntesis de la bibliografía existente. Lo único que pretendemos es hacer un breve recorrido cronológico por la producción artística de Schönberg y ver —con arreglo a cuestiones contextuales, musicales, programáticas o vitales— cómo la cuestión de la relación juega en ellas un papel significativo. 3.2. 3.2.1. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal Del autodidactismo a los lieder opus 1, 2 y 3 En un texto escrito en 1936 para la grabación de sus cuatro cuartetos de cuerda, Schönberg recuerda sus inicios musicales: Cuando era un niño de apenas nueve años, empecé a componer pequeñas piezas (y después más largas) para dos violines, a imitación de aquella música que acostumbraba a tocar con mi profesor o con un primo mío. Cuando podía tocar duetos de Viotti, Pleyel y otros, imitaba su estilo. Así, progresaba componiendo a la vez que tocando. [. . . ] E. Toch, Elementos constitutivos de la música: armonía, melodía, contrapunto y forma, trad. P. Silles, Idea Books, Barcelona, 2001. 15 Vid. 234 Capítulo 3. La creación de una poética propia Se produjo un progreso decisivo cuando, algunos años después, encontré un compañero de clase que tenía una viola y podía tocarla. De inmediato empecé a componer tríos para dos violines y viola, a pesar de que no tenía a disposición ningún modelo para imitar (SP, p. 71).16 Resulta significativo que Schönberg diga que el progreso «decisivo» se produjo en el momento en el que no tenía «ningún modelo para imitar», al no poder copiar ya el estilo de otros. Al no ser posible ya la imitación (palabra que significativamente aparece tres veces en el texto), debía empezar la creación. La mimesis se sustituía por la poiesis, y la copia se abandonaba en favor de la singladura personal. Ahora era necesario inventar una idea y encontrar su adecuada representación.17 El paso del dueto al trío pronto llevó hacia el cuarteto, al conocer a Oscar Adler, un amigo de juventud que «jugaría un gran papel en mi evolución» (SP, p. 71), al educar su oído y enseñarle los rudimentos de la armonía clásica. Después de Adler, sólo su futuro cuñado Alexander von Zemlinsky (compositor y director de orquesta por quien Schönberg sentía un gran respeto y admiración) le instruyó con «el conocimiento de la técnica y los problemas de la composición» (SI, p. 80). Pero, a parte de las lecciones iniciales de violín (que no se alargaron más allá de la infancia), de los consejos de Adler y de las lecciones esporádicas de Zemlinsky, lo cierto es que Schönberg tuvo una formación eminentemente autodidacta. Y esto fue sumamente significativo; porque el hecho de que Schönberg tuviera que labrarse su propio camino desde pequeño y aprender por su cuenta, determinó en gran medida su quehacer tanto a nivel docente como artístico. A nivel docente, su autodidactismo configuró su particular modo de enseñar, en el que priorizaba la búsqueda del alumno en vez del adoctrinamiento del profesor, y apostaba por el conocimiento directo de las obras de los grandes maestros no para imitar su estilo, sino para aprender cómo estaban hechas. A nivel creativo, el autodidactismo fue decisivo para que años más tarde Schönberg se sintiera suficientemente seguro para avanzar en solitario (tal como había hecho de niño) por un camino propio y absolutamente personal, ajeno a modas pasajeras y a la práctica habitual de los composito- 16 El subrayado es nuestro. En «My Evolution», Schönberg explica también que «hasta los 17 años todas mis composiciones no eran más que imitaciones de aquella música con la cual me había familiarizado: duetos de violín y arreglos para dueto de óperas y repertorio de bandas militares que tocaban en los parques públicos» (SI, p. 79). 17 Vid. lo que hemos dicho ya en las páginas 28 y 92. 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 235 res coetáneos. Pero además, este autodidactismo lo llevó también a estar más atento a todo aquello que venía de fuera de su campo artístico particular, tal como sucedió con la influencia de juventud en «la ética y la moral» (SI, p. 80) que tuvo sobre él su amigo David Bach, y tal como sucedió años más tarde con su relación con Adolf Loos, Karl Kraus o Wassily Kandinsky. Después de los primeros duetos y tríos, que no se han conservado, Schönberg escribió varias páginas para cuarteto de cuerda y para orquesta de cuerda, presumiblemente para interpretar con la orquesta amateur Polyhymnia, en la cual tocaba el cello. A la vez, escribiría también varias piezas para piano y una veintena de canciones para voz y piano (algunas de ellas de una sobrecogedora belleza y ternura, como «Warum bist du aufgewacht»). Unas obras que, tanto por el propio género al que pertenecían como «también desde el punto de vista del estilo y de la técnica [. . . ] están envueltas por una niebla brahmsiana».18 Quizás por esta cercanía estética con Brahms y por considerar que no tenían todavía una voz demasiado personal, Schönberg no les adjudicó número de opus. No fue hasta 1898 que las Dos canciones para barítono y piano merecieron el opus 1. Acto seguido, el opus 2 (1899) presentaría cuatro canciones, y el opus 3 (1899-1903), seis, en una curiosa progresión aritmética que ya revela la atención que Schönberg prestaba a las relaciones numerológicas.19 Tanto en las obras sin número de opus como en sus tres primeras obras del catálogo, Schönberg profundizaría en los procedimientos motívicos de Brahms y llevaría la armonía del compositor de Hamburgo más allá de sus propios límites, avanzando progresivamente en su domino de los recursos compositivos. Esto significaba, por un lado, generar progresivamente mayores relaciones motívicas y contrapuntísticas para garantizar la coherencia de las composiciones y, por el otro, empezar a explorar relaciones armónicas poco obvias y un tanto alejadas Frisch, The Early Works of Arnold Schoenberg, p. 5. no se trata de una mera coincidencia, porque Verklärte Nacht, que es el opus 4, fue escrita en 1899, antes de que Schönberg finalizara las seis canciones del opus 3. Es relativamente habitual que Schönberg haga coincidir el número de opus con alguna cuestión significativa para él, tal como sucede con los 21 poemas del opus 21 escritos en 1912 (Pierrot lunaire), o con las Cinco piezas para piano opus 23 (2+3=5), acabadas de componer en 1923, cuya quinta pieza es la primera composición dodecafónica. 19 Indudablemente 18 W. 236 Capítulo 3. La creación de una poética propia entre sí.20 En marzo de 1898, a los 23 años, y de modo coetáneo a la composición de su opus 1, Schönberg ingresa en la iglesia protestante. Esto es, siete años después de que, con 16 años, dijera a su prima Malvina Goldschmied que era agnóstico. Sin embargo, los textos de las canciones que elige Schönberg no dejan entrever ninguna preocupación espiritual a nivel temático. Y, más allá de la carta a Malvina y del acta de bautismo, no hay mayores indicios sus eventuales preocupaciones religiosas. 3.2.2. Verklärte, Pelleas, Gurre y un libreto supersticioso El sexteto Verklärte Nacht (1899) es la primera gran composición de Schönberg y supone un avance significativo con respecto a su producción anterior. La propia formación de sexteto tenía una clara filiación brahmsiana (recordemos los fantásticos sextetos opus 18 y opus 36 de Brahms), y también a nivel estructural la obra era deudora de las contribuciones brahmsianas al desarrollo de la forma sonata. Pero Schönberg —yendo más allá de Brahms— planteó su composición no sólo como una sonata de doble función,21 sino que también la fundamentaba —y esto suponía una novedad radical en la música de cámara— sobre un programa literario: algo habitual en el mundo sinfónico de la época, pero no en el ámbito camerístico.22 A nivel armónico, en cambio, la obra era inmensamente deudora de Wagner y venía a ser —incluso para el propio Schönberg, tal como hemos visto en la página 161—, una especie de reconcilación de las almas brahmsiana y wagneriana.23 La obra supone un avance notable a nivel armónico respecto de las 20 En algunos de estos lieder, «muy especialmente en “Erwartung” (“La espera”) [. . . ], se contienen hallazgos armónicos que apuntan a territorios aún ignorados de la politonalidad y la atonalidad»: H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 39. 21 Es decir, una pieza en la cual «se combinan los elementos de un movimiento de forma sonata (exposición, desarrollo, recapitulación) con aquellos de un ciclo de sonata de varios movimientos (primer movimiento, scherzo, movimiento lento, finale)» (W. Bailey, «Schoenberg Tonal Beginnings» en Idem (ed.), The Arnold Schoenberg Companion, Greenwood, Westport, 1998, pp. 65-66). 22 Dika Newlin, Bruckner · Mahler · Schoenberg, Marion Boyars, Londres, 1979, p. 211 asegura que «Schönberg fue inmediatamente un innovador; porque, aunque Smetana había producido los primeros cuartetos programáticos [. . . ], Schönberg fue el primero en escribir una pieza de música de cámara en el estilo de un poema sinfónico». 23 Schönberg decía que «la construcción temática está basada, por un lado, en el wagne- 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 237 composiciones anteriores, al sustentarse sobre un ensanchamiento de las relaciones tonales y sobre una contínua «evasión de la dominante»,24 lo cual suponía atentar contra el núcleo mismo del sistema tonal. Pero la deuda con Wagner no era sólo a nivel armónico, sino también a nivel poético. Tal como decía el propio Schönberg, «de acuerdo con la convicción artística de aquel periodo (el post-wagneriano), quería expresar la idea que hay detrás del poema» (SI, p. 55). Es decir, la composición no sólo estaba relacionada estructuralmente con lo que el poema narraba (lo propio de la música programática), sino con lo que había detrás de éste. Así, la música del sexteto no está sólo en relación con el texto, sino con algo más remoto que está más allá de él. Verklärte Nacht, pues, no es sólo un telling de la obra de Dehmel, sino incluso más que un showing, al ser capaz de «expresar» (esta es la palabra de Schönberg) «la idea que hay detrás del poema». ¿Qué es lo que hay detrás del poema y cómo se las arregló Schönberg para expresarlo? Según revelaba él mismo, lo que hay detrás del poema es la idea de transfiguración, de solución de aquello problemático en virtud de una reconciliación transformadora.25 Por eso, aunque Schönberg escribió los 415 compases de la obra en apenas tres semanas, no tuvo problema en dedicar «una hora entera» a un «compás que es, de hecho, un tanto complicado», y que consiste en una «combinación contrapuntística complicada: un leitmotiv y su inversión tocados simultáneamente» (SI, p. 55). Este compás no obedecía a la sucesión lineal de acontecimientos narrados por el poema de acuerdo con la inquebrantable ley literaria de la no simultaneidad (al menos en cuanto a poesía y narrativa se refiere), sino que —gracias a la simultaneidad que permite la música, al serle posible superponer voces— expresaba lo que está detrás del poema: la transfiguración que acontece cuando los dos amantes se reconcilian (que se presenta con la superposición de un motivo y su inversión). Vemos, pues, cómo Schönberg genera significaciones nuevas (para generar la idea de transfiguración que está detrás del poema) a partir de la superposición de un motivo con su inversión (es decir, de relacionarlos en un mismo compás). riano “modelo y secuencia” sobre una armonía fluctuante, y por el otro en lo que yo llamo la técnica de la variación desarrollante de Brahms» (SI, p. 80). 24 R. Swift, «1-XII-99. Tonal Relations in Schoenberg’s Verklärte Nacht», en J. Kerman (ed.), Music at the Turn of the Century, University of California Press, Berkeley, 1990, p. 9. 25 Vid. ASR, pp. 39-40. 238 Capítulo 3. La creación de una poética propia Esto es lo que sucedía particularmente en este compás; pero volvamos sobre la obra en general. El sexteto se regía estructuralmente por dos sustratos bien distintos: uno absolutamente intramusical (la propia forma de doble sonata), y otro extramusical: el poema de Richard Dehmel. Pero estas dos estructuras —y eso es una novedad— están profundamente imbricadas, en una relación que no se había dado en otros poemas sinfónicos anteriores. A la hora de escoger el texto y plasmarlo musicalmente, Schönberg fue sumamente inteligente, dado que —tal como remarca Richard Swift— el texto por sí sólo tiene unas «relaciones estructurales internas que pueden guardar correlación con procesos puramente musicales».26 Además, el sexteto estaba construido a partir de una conexión entre lo micro y lo macrocósmico, al «extender las relaciones entre áreas tonales [. . . ] hacia otros niveles composicionales, particularmente como intervalos de transposición de segmentos de secuencias».27 Compositivamente, pues, Schönberg da aquí un significativo paso adelante, al hacer que la obra se fundamente sobre un riquísimo entramado de relaciones armónicas y estructurales. Así, una reducción de su contenido musical revela las interrelaciones producidas por un segmento de escala diatónica (do-remi-fa) anidado en la cuarta justa. Los profundos efectos de este segmento de escala a la hora de determinar la estructura musical y sus texturas se puede trazar tanto en relaciones entre niveles de material motívico primario y secundario como en relaciones tonales de largo alcance, mientras que las conexiones tonales locales desvelan una red de relaciones interválicas paralelas.28 Si las relaciones armónicas del sexteto eran relaciones armónicas no convencionales, si estructuralmente se daban relaciones novedosas entre la música pura y la programática, y si a nivel compositivo había relaciones entre lo micro y lo macrocósmico, también a nivel temático el poema de Richard Dehmel —muy en la línea de los tiempos— planteaba una relación no convencional entre sus personajes, narrando cómo una mujer le cuenta a su amante, en plena noche, que el hijo que lleva en el vientre no es suyo, y cómo éste acepta la situación después de percibir «cómo resplandece el universo», en lo que podría ser una transformadora experiencia de conexión mística —sin mediación alguna— con el cosmos. 26 R. Swift, «1-XII-99. Tonal Relations. . . », p. 4. p. 11. 28 Ibid., p. 5. El subrayado es nuestro. 27 Ibid., 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 239 Es significativo que la historia de una relación problemática aparezca también como base temática del poema sinfónico Pelleas und Melisande op. 5, cuyo argumento simbolista —escrito por el dramaturgo belga Maurice Maeterlink— está muy en la estela del Tristán e Isolda de Wagner. Al igual que sucedía con Verklärte Nacht, el programa poético explora una relación no convencional, y la obra es analizable tanto desde la perspectiva de la música programática (con un acontecer musical ligado al texto subyacente), como desde la de la música pura, en tanto que sonata de doble función.29 A lo largo de la pieza, no son pocas las cuestiones de lenguaje musical y técnica compositiva que abundan en un ensanchamiento de las relaciones tonales y en una mayor trabazón motívica. Pero para no entretenernos con análisis que pueden encontrarse en la bibliografía, sólo apuntaremos un par de cuestiones remarcadas por el propio Schönberg y que, aunque pueden parecer un tanto colaterales, debidamente ponderadas pueden ir más allá de la anécdota. La primera es el hecho de que en la obra se utiliza por primera vez en toda la historia de la música un glissando de trombones, lo cual significa emplear el instrumento de modo novedoso para recrear un momento significativo del drama: el descenso de Pelleas a las —en palabras de Schönberg— «espeluznantes tumbas subterráneas» (ASR, p. 41). Un descenso que los trombones escenifican, en una clara muestra de showing orquestal (o tone painting), es decir, en una relación inmediata entre lo que pasa y lo que se oye. Pero todavía es más significativo que —al comentar la obra en 1949— Schönberg remarque que «la escena en la cual Melisande deja caer su pelo por la ventana está ricamente ilustrada» (ASR, p. 40). Pueden ser muchos los motivos (y Schönberg no dice nada más al respecto) por los cuales el compositor ilustró tan ricamente la escena. Pero sorprende que Schönberg se entruviera precisamente en el momento en que el cabello de Melisande pasa a ser un puente entre ella y su amado Pelleas, y que casi medio siglo más tarde Schönberg remarcara este hecho. Por ello, entendemos que no se trata de una voluntad de recreación preciosista de un momento poético, sino que probablemente tiene algo que ver con la función del cabello, que pasa a ejercer la función de puente (como más tarde hará la escalera en Die Jakobsleiter ) entre dos planos 29 Vid. A. Berg, «Pelleas und Melisande. Kurze thematische Analyse», JASI, vol. XVI, n. 1&2, 1993, 270-292. 240 Capítulo 3. La creación de una poética propia distintos: el de la amada (arriba) y el del amado (abajo). Si Verklärte Nacht y Pelleas und Melisande se basaban temáticamente en una relación no convencional y en un ensalzamiento del amor, otro tanto sucedía con los Gurrelieder. Y si tanto el opus 4 como el opus 5 suponían un avance en cuanto al tratamiento de la forma (con este doble rasero por un lado programático y por el otro puramente musical), los Gurrelieder iban todavía un poco más lejos. Porque todavía nadie hasta Schönberg había tenido la idea de sustentar un ciclo de canciones a partir de un esqueleto formal propio del mundo sinfónico. Esto es lo que sucede en la primera parte de los Gurrelieder, que «está construida sinfónicamente, de tal modo que los motivos se repiten de una canción a otra [. . . ], con una lógica musical interna que guía la obra y realza la narrativa dramática».30 Pero no sólo en lo formal los Gurrelieder suponían un avance hacia un territorio virgen, sino que a nivel armónico Schönberg seguía haciendo malabares en los límites del sistema tonal, evitando sistemáticamente las zonas de reposo y demorando la aparición de regiones estables. Así, se pueden contar múltiples «instancias de elusión de la tónica», a la vez que se «presenta un nuevo método de construcción tonal y formal».31 Tal como explica Walter Bailey, la conmovedora «Canción de Waldtaube» se construye alrededor de un refrán —una disposición disonante de sonidos (un acorde de séptima semidisminuida en segunda inversión). Este refrán, a pesar de su estatuto disonante, va retornando tal como hace la tónica en un rondó, y unifica así las variadas áreas tonales de esta sección.32 Que lo que retorne sea un acorde de séptima semidisminuida tiene unas implicaciones diametralmente opuestas a un eventual retorno de la tónica. Mientras un retorno de la tónica significaría establecer un lugar de reposo, el retorno de un acorde de séptima semidisminuida supone justo lo contrario. Es decir, hacer que el refrán sea un lugar de no-reposo, de inquietud, de inestabilidad, de ambigüedad y de movimiento per se. Esto es algo que temáticamente tiene que ver con el propio estatuto viajero de la paloma del bosque (la Waldtaube, que dice en el refrán: «He volado lejos, he buscado lamento y ¡he encontrado mucho!»: «Weit flog ich, Klage sucht’ ich, fand gar viel! » [CD - Pista 4]), y 30 Ibid., 31 Ibidem. 32 Ibidem. p. 61 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 241 que estructural y dramáticamente tiene implicaciones similares a aquellas con las que Wagner apenas permitía el reposo de su flujo musical continuo. El hecho de que el refrán del Lied der Waldtaube eluda la tónica no es una gran hazaña en sí misma, sino que sirve como metonimia de lo que pasa en el resto de la obra, con el uso sistemático de procedimientos que ensanchan —hasta pervertirlo— los límites del sistema tonal. Así, la armonía de Schönberg tiende cada vez más hacia un perpetuo no-reposo, hacia un continuo avanzar que constitutivamente será también fundamental tanto en la música atonal como en el dodecafonismo. Este continuo avanzar musical sin puntos de reposo (sin retornos a la tónica ni puntos cadenciales armónicamente inequívocos) parece guardar un paralelismo con la ética schönberguiana del movimiento, a la que ya nos hemos referido al hablar del término Bewegung en la página 84 y siguientes. Fue también mientras empezaba a componer los Gurrelieder y poco antes de empezar la composición del Pelleas cuando Schönberg, alrededor de 1901, escribió un boceto de libreto titulado Aberglaube (esto es, Superstición), en el que plantea —ahora de su puño y letra, lo cual no es baladí— algo bastante parecido a lo que en Verklärte Nacht, Pelleas und Melisande y Gurrelieder había salido de la pluma de Dehmel, Materlinck y Jens Peter Jakobsen. Además de reelaborar las temáticas planteadas por estos tres autores, a sus 26 años Schönberg va a reflejar en su texto algunas de las preocupaciones que se mantendrán a lo largo de toda su existencia. En palabras de Joseph Auner, el extenso libreto permite vislumbrar el pensamiento de Schönberg alrededor de distintos temas, que incluyen la relación de los sexos, la moral personal opuesta a la moral social, la religión y la superstición —particularmente la obsesión de Schönberg por el número 13, que le acompañó a lo largo de toda su vida. Las referencias cristianas del texto pueden reflejar su conversión luterana en marzo de 1898.33 Acabamos de ver cómo las temáticas principales del libreto son la relación (y Auner utiliza esta palabra) entre los dos sexos, la tensión entre lo social y lo personal (algo bien vienés), y la religión, que —como hemos visto en la sección 2.4— es relacional por naturaleza. Para no alargarnos más sobre la cuestión, citaremos un pasaje del libreto al que ya nos habíamos referido al principio de nuestro texto, en la página 22. Un pasaje que, por la relación dual que establece entre lo sensible y lo inteligible, o lo material y lo espiritual, parece ya presagiar 33 J. Auner, A Schoenberg Reader, p. 23. 242 Capítulo 3. La creación de una poética propia uno de los temas nucleares de Moses und Aron, aunque abordado aquí de un modo bastante distinto. Después de un monólogo interior en el que interpela a su madre (ausente en la escena), la protagonista femenina, María, le dice a Konrad: Yo, que languidezco con el deseo de lujo, arte, colores, sonidos, estaba sentada junto a aquella gente y me mortificaba conversando sobre cosas abstractas. En vez de salir hacia los bosques, de tomar un sorbo fresco y claro de agua en una fuente, de ser absorbida en el culto a la naturaleza; en vez de intoxicarme con colores y sonidos, con ritmos; en vez de perseguir mis necesidades verdaderas, me sentaba en una habitación y hablaba sobre objetos muertos. . . mientras la vida, la vida floreciente, estaba tan cerca (ASR, p. 28). El libreto quedó sin musicar, pero por la misma época Schönberg dejaba prácticamente acabados los Gurrelieder que, sin embargo, no fueron orquestados (para una formación que superaba con creces los efectivos orquestales, corales y solísticos utilizados jamás hasta el momento) hasta 1911. Con ellos —según la opinión de Simon Rattle— Schönberg rubricaba toda la tradición musical de Occidente, como si musicalmente afirmase: «puedo hacer todo lo que Brahms, Schumann, Wagner y Mahler han hecho. Lo puedo hacer mejor y con una orquesta aún mayor».34 Coincidencia o no, este gran epitafio sinfónico —verdadero «adiós de Schönberg al sobremadurado mundo sonoro del tardo-romanticismo»—35 quedaba concluido el mismo año que se publicaba el Tratado de armonía, que, a su vez, venía a ser la lápida que sellaba —con una explicación inigualable— la práctica musical tonal. Con el estreno de los Gurrelieder, en 1913, Schönberg conseguiría el éxito más clamoroso de su carrera, con ovaciones desaforadas que se alargaron durante más de un cuarto de hora.36 Pero por aquel entonces, su modo de componer hacía tiempo que iba ya por otros derroteros estilísticos, puesto que desde 1908 toda su producción musical se había adentrado ya de lleno en el mundo de la atonalidad, alejándose por completo de la práctica musical tonal que había dominado la música europea desde la época de Bach. Con los Gurrelieder, las Ocho canciones para voz y piano op. 6 (1903-1905) y las Seis canciones orquestales op. 8 (1903-1905) —unos opus que parecen jugar también con la numerología: ocho canciones opus 6, y seis canciones opus 34 https://www.youtube.com/watch?v=qpv-erC-Ks4, 35 W. minuto 6:05-6:25 [12.11.2012]. Reich, Schoenberg, p. 68. 36 Vid. la reseña de la época reproducida por W. Reich, Schoenberg, pp. 69-72. 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 243 8—, Schönberg llevaría el marco tonal tradicional a sus últimas consecuencias, desfundamentando casi por completo su sintaxis funcional armónica e incidiendo en una angulación melódica (con relaciones interválicas lejanas) que poco tenía que ver con los giros melódicos característicos de la tonalidad.37 Estos dos elementos (armonía y sintaxis), tenían coimplicaciones recíprocas, porque —tal como decía Schönberg— en las obras de aquellos años «muchas de las melodías contienen intervalos extratonales que reclaman un movimiento extravagante de la armonía» (SI, p. 82). Así, obra tras obra y a medida que el marco tonal se iba desconfigurando, el contrapunto y la trabazón motívica fueron ganando importancia como mecanismos que permitieran sustituir el efecto cohesionador y estructurador del entramado de relaciones sintácticas del mundo tonal. O, en palabras de Enrica Lisciani-Petrini, desde el momento en que el material musical se expande hasta romper todos los diques sintácticos, el contrapunto adquiere protagonismo como único factor capaz de proporcionar cohesión formal, de ligar, mediante retrocesiones implícitas, unos materiales musicales que se mueven con total independencia melódica y armónica.38 3.2.3. El Primer cuarteto, la Sinfonía de cámara y el plano de volúmenes de Loos Cuando en 1924 Alban Berg escribe el texto «Warum ist Schönbergs Musik so schwer verständlich?» («¿Por qué la música de Schönberg es tan difícil de comprender?») escoge una obra de 1907, el Primer cuarteto de cuerda op. 7, en 37 Christopher Lewis analiza un par de canciones del opus 6, afirmando que en ellas se ponen en juego unas características armónicas muy alejadas ya de lo propio de la funcionalidad tonal, tales como: «1) Explotación de funciones armónicas comunes y ambiguas; 2) Implicación de tonalidades en alternancia o sucesión; 3) Utilización de una tónica para resolver la dominante de la otra; 4) Superposición directa de líneas y texturas que implican una tónica sobre aquellas que implican la otra» (Ch. Lewis, «Mirrors and Metaphors: On Schoenberg and Nineteenth-Century Tonality», en J. Kerman (ed.), Music at the Turn of the Century, University of California Press, Berkeley, 1990, p. 29). Para Edward T. Cone, algunas de estas canciones pueden escucharse como «una apenada y nostálgica despedida al siglo xix» (E. T. Cone, «Sound and Syntax: An Introduction to Schoenberg’s Harmony», Perspectives of New Music, 13:1, 1974, p. 30). En este interesante artículo, Cone analiza varias audacias armónicas y sintácticas de algunos lieder. 38 E. Lisciani-Petrini, Tierra en blanco. Música y pensamiento a inicios del siglo XX, trad. C. del Olmo y C. Rondueles, Akal, Madrid, 1999, p. 58. 244 Capítulo 3. La creación de una poética propia re menor.39 Es decir, una obra tonal. Ante este hecho, el compositor y analista americano Milton Babbit se pregunta por qué, al hablar de dificultad, Berg escoge una obra tonal, cuando lo más lógico habría sido probablemente escoger una obra atonal o dodecafónica. Babbit llega a la conclusión de que la música de Schönberg tiene este componente de dificultad independientemente de si la pieza es tonal, atonal o dodecafónica. Para Babbit, la dificultad real del opus 7 radicaba —y así lo demuestra Berg— en el grado sumo en el que esta pieza definía sus premisas dentro de sí misma, a pesar de tratarse de una pieza en re menor, lo cual parecería sugerir inmediatamente todas las familiaridades del sistema tonal. Para escuchar esta pieza, para seguir su secuencia de acontecimientos, para seguirla como una contención acumulativa, como una subsunción sucesiva —todas aquellas cosas que la memoria musical requiere de la música— se tenía que escuchar sobre todo como una cosa en sí misma. La pieza definía la mayor parte de sus premisas dentro de sí misma, si bien los modos de conexión y sus aspectos armónico, contrapuntístico y rítmico todavía se definían prácticamente dentro de un marco tonal común generalmente compartido. [. . . ] [Las obras del periodo medio de Schönberg, Berg y Webern] son en la mayor medida posible autoreferenciales, autocontenidas y lo que yo llamo «contextuales». La contextualidad tiene que ver simplemente con el grado en el cual una pieza define sus materiales dentro de sí misma.40 En otras palabras: todos los elementos de este opus 7, a pesar de estar inscritos en el sistema tonal, estaban relacionados entre sí en grado sumo. Es decir, eran profundamente orgánicos, estaban enormemente cohesionados y —por ende— guardaban una enorme coherencia entre ellos. Este modo de proceder tan intrincado era algo que Schönberg había recibido del magisterio de Brahms, cuyas obras emergían casi enteramente —como muy bien han atestiguado C. Dahlhaus o W. Frisch en múltiples análisis— de un gesto motívico aparentemente insignificante. Pero en los 45 minutos ininterrumpidos de este cuarteto (organizado nuevamente como una sonata de doble función), esto se llevaba a un extremo absoluto, hasta el punto de poder afirmar —tal como hacía Anton Webern— que en este cuarteto «todo está hecho temáticamente. Se puede decir 39 El texto se encontraba en el número especial de Musikblätter des Anbruch. Arnold Schönberg zum fünfzigsten Geburtstage 13. September 1924, editado en motivo del 50 aniversario de Schönberg, por Universal Edition en Viena. El texto es accesible en la web del ASC bajo la ruta http://www.schoenberg.at/index.php?option=com_content&view=article&id= 478&Itemid=706&lang=de [23.11.2012]. 40 M. Babbit, Words about music, ed. S. Dembski / J. N. Straus, The University of Wisconsin Press, 1987, p. 167. 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 245 que no hay ni una sola nota en esta obra que no tenga una base temática. Es algo que no tiene precedentes.»41 Schönberg mismo era consciente de que su música de aquellos años ya requería una capacidad de escucha enorme, y relata la anécdota de que el propio Mahler, al leer el cuarteto y no poder imaginar cómo sonaba, le confesó: «he dirigido las partituras más difíciles de Wagner; yo mismo he escrito música compleja en partituras de más de treinta pentagramas; y aquí hay una partitura que no tiene más de cuatro pentagramas, y que no soy capaz de leer» (SI, p. 42). Para Schönberg lo que hacía que fuera tan difícil de comprender en 1905 era su complicado estilo contrapuntístico. Y la circunstancia más molesta era que las armonías producidas por las partes que se movían independientemente cambiaban tan deprisa y eran tan avanzadas que el oído no podía seguir su significado (SI, p. 44). La obra, sin embargo, era perfectamente comprensible dentro del marco de la tonalidad, si bien formalmente la relación entre tema A y tema B de la exposición ya no era de oposición armónica, sino temática y textural. Al rehusar el normativo proceso modulatorio entre A y B, Schönberg parece reafirmar que la sintaxis armónica ya no tiene poder configurador. El hecho de «invocar significativamente sólo la dimensión temática de la “forma sonata”, pero no la armónica», era algo que se estaba en perfecta consonancia con los tiempos,42 ya que —tal como remarca el siempre perspicaz Carl Dahlhaus— el declive de la sintaxis «cuadrática» y la tendencia hacia la «prosa musical» a finales del siglo xix eran la otra cara de la moneda (o la correlativa) de un cambio en la función de la escritura musical temática, que ahora ocupaba el lugar de la “armonía y el ritmo” como principio estructural primario (y que en el siglo xx, en la música de Schönberg, pasaría a ser el único principio estructural).43 41 A. Webern, «Schönbergs Musik», en Arnold Schönberg, R. Piper & Co., Munchen, 1912, p. 31: reproducido en W. Frisch (ed.), Schoenberg and His World, p. 217. 42 W. Frisch, «Thematic Form and the Genesis of Schoenberg’s D-Minor Quartet, Opus 7», Journal of the American Musicological Society, vol. 41, n. 2, Summer 1988, p. 291. Frisch también afirma que «dado que la superficie musical es tan altamente cromática, tanto el oyente como el compositor se orientan más por relaciones temáticas que por relaciones armónicas». Cf. también el análisis de Michael Cherlin, «Motive and Memory in Schoenberg’s First String Quartet», en Idem, Schoenberg’s Musical Imagination, Cambridge University Presss, 2009, pp. 155-172. 43 C. Dahlhaus, Between Romanticism and Modernism. Four Studies in the Music of the Later Nineteenth Century, trad. M. Whittall University of California Press, Berkeley, 1989, p. 72. 246 Capítulo 3. La creación de una poética propia Más allá de esta relevante vulneración del principio armónico arquitectural de la forma sonata, lo significativo de este cuarteto radica en la absoluta economización de medios porque —tal como afirmaba Webern— todo deriva de un sólo tema, tal como puede verse no sólo en su análisis sino en el propio análisis de Schönberg (SP, pp. 72-75).44 Así, lo temático permite cohesionar un discurso musical que, por su extrema cromatización, ya no es comprensible armónicamente. No sólo porque —tal como decía Schönberg— «las armonías [. . . ] cambiaban tan deprisa y eran tan avanzadas que el oído no podía seguir su significado» (SI, p. 44), sino porque en los 45 minutos ininterrumpidos de música del cuarteto, el elemento temático parece más fácilmente reconocible que el armónico. Y el reconocimiento es algo fundamental en la estructuración 44 En sus respectivos análisis, Webern, Berg y Schönberg hablan de algunas de estas conexiones temáticas. Circunscribiéndonos a los ejemplos aducidos por Schönberg (SP, pp. 72-75), mencionaremos un par de conexiones motívicas que el compositor no explicita. Estas conexiones son fruto de la extrema organicidad constructiva de la obra, que —más allá de la conciencia del compositor, pero gracias a su trabajo honesto— permitiría ver en ella, según Schönberg, la mano del «Comandante supremo». Así, la línea del violonchelo del ejemplo 10b (Trío) es la inversión del motivo inicial del ejemplo 4 (Transición entre A y B del primer movimento) sin la anacrusa. Y el tema principal del Adagio (ejemplo 11 en el análisis de Schönberg) tiene una innegable vinculación melódica y rítmica con el tema inicial del cuarteto (ejemplo 1). Figura 3.1: Ejemplos del Primer cuarteto de cuerda, op. 7 referenciados por Schönberg en SP, pp. 72-75 (compases 98-100, 537-539, 951-955, y 1-3) [CD - Pista 5]. 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 247 de una obra, porque tal como no se cansaba de repetir, «la forma en música sirve para proporcionar comprensibilidad a través de la memorabilidad» (SI, p. 399).45 Así, la tematicidad de todos los elementos del cuarteto va a servir para cohesionar un discurso musical que, además —y esta es otra novedad que incorpora el cuarteto—, está plagado de recursos tímbricos tales como col legni, sordinas, armónicos, sul ponticelli, etc. Algo que —conociendo a Webern— también suscitó su interés en el texto que escribió para el volumen conmemorativo del 38 cumpleaños de Schönberg. Con este cuarteto Schönberg decía «abandonar la música programática» (SP, p. 72), pero lo cierto es que la obra se sustenta también sobre una especie de programa secreto que le sirvió «para espolear su imaginación» y que —al igual que sucedía con las obras anteriores, y muy en consonancia con la temática de la literatura alemana de la época— tenía que ver con «la ansiedad por una relación amorosa».46 En cualquier caso, la composición del cuarteto se alargó desde marzo de 1904 hasta septiembre de 1905. Coincidiendo con el inicio de la composición del cuarteto, en marzo de 1904, se publica un «Prospecto para la sociedad de músicos creativos» que Schönberg fundó junto a Zemlinsky y que contaba con la presidencia honorífica de Gustav Mahler.47 En este prospecto leemos ya una 45 Otras formulaciones de la misma idea las encontramos en SI, p. 215: «el propósito de la forma en las artes, y principalmente en música, es la comprensibilidad»; o en SI, p. 316: «repetidamente he señalado el propósito de todas las formas: una disposición que garantiza la comprensibilidad». Quizás una de las más divertidas y —en su simplicidad— una de las que apunta mayores observaciones psicológicas y estéticas, es la siguiente: Es un craso error creer que el objeto de la forma es la belleza. [. . . ] La principal función de la forma es ayudar nuestra comprensión. La música tiene que disfrutarse. Incuestionablemente, la comprensión ofrece al hombre uno de los placeres que más se disfrutan. Y, a pesar de que el objeto de la forma no es la belleza, por el hecho de proporcionar comprensibilidad, la forma produce belleza. Un manzano no existe para darnos manzanas, pero sin embargo las produce. Las formas son primordialmente organizaciones para expresar ideas de una manera comprensible (SI, pp. 380-381). 46 M. Benson, «Schoenberg’s Private Program for the String Quartet in D Minor, Op. 7, The Journal of Musicology, vol. 11, n. 3, Summer 1993, pp. 382 y 378. 47 No está claro si el texto fue escrito por el propio Schönberg de su puño y letra o si —inspirado por éste— es obra del compositor y director Oskar Posa. Sea como fuere, no hay duda de que su «contenido está anticipado en el texto de Schönberg “El público de ópera y de conciertos y sus líderes”, de los “Siete fragmentos” de alrededor de 1900» (J. Auner, A Schoenberg Reader, p. 42). 248 Capítulo 3. La creación de una poética propia gran parte de las preocupaciones e intenciones que apareceran de nuevo casi 15 años más tarde en la creación del Verein für musikalische Privataufführungen, en 1918. Estas preocupaciones giran en torno a la cuestión del estilo y la ex-presión, en torno a la relación (y esta es la palabra exacta utilizada en varias ocasiones) entre el público y la música contemporánea, y en torno a la comprensibilidad del discurso musical y la adecuación entre «las intenciones del compositor» y la interpretación de la obra (es decir, en torno a aquello que en el ZKIF, en 1917, Schönberg bautizará como coherencia lógica, coherencia psicológica y coherencia metafísica: vid. supra los apartados 1.4.4 y 1.4.5). He ahí una citación, que —habida cuenta de lo que ya hemos mencionado— nos abstendremos de parafrasear. Nótese, sin embargo, la presencia del término ‘relación’: Al fin y al cabo, la música de cualquier tipo sólo puede surtir su efecto si hay una relación interna entre la obra y el oyente; no sólo las cualidades de la obra sino también las del oyente tienen una importancia decisiva para que esto se produzca. El potencial de pensamiento y sentimiento musical del oyente tienen que ser capaces de elevarse a las demandas impuestas por la obra, toda vez que la obra tiene que cubrir las demandas propias de uno, siendo todo aquello que uno le pide a una obra de arte. Así, la necesidad más perentoria, si el público musical tiene que establecer una especie de relación con la música de hoy en día, es la necesidad de familiaridad con las cualidades especiales de esta música, del mismo modo que fue por la familiaridad con la música clásica que se estableció una relación entre esa música y el público. [. . . ] No puede excluirse permanentemente de la vida musical real a la gente que está más cercana a la música: los creadores. Tienen que tomar medidas para cambiar su relación indirecta y distorsionada con el público por una que sea directa, como la que han conseguido desde hace tiempo los pintores y escultores, para mayor beneficio del arte. [. . . ] Por ello, la mayoría de músicos creativos de Viena han resuelto fundar una sociedad que pretende crear esta relación directa entre ella misma y el público (ASR, pp. 43-45). Fue también en este periodo cuando Schönberg conoció a Adolf Loos; un hecho que —como ya hemos subrayado al hablar de su contexto vienés— es de capital importancia. Hemos hablado de la dimensión ética común entre ellos dos en torno a la cuestión del ornamento y la falsa moral, pero entre Loos y Schönberg quizás podría trazarse también un paralelismo en cuanto a sus grandes aportaciones al lenguaje musical y arquitectónico: el plano de volúmenes (también conocido como planta espacial) y el atonalismo, respectivamente. Tal como sugiere Joan Allen Smith en una intuición sagaz, la necesidad de una «nueva organización ante la pérdida de los medios articuladores (proporcionados por la armonía tonal)» situaba a Schönberg ante un problema de «reorganización 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 249 estructural fundamental que era del mismo grado que la que Loos afrontaba con su “plano de volúmenes”».48 Con el plano de volúmenes, Loos permitía la comunicabilidad entre espacios situados en distintos niveles, posibilitando la continuidad visual entre distintas alturas, de tal modo que se pudieran distribuir «habitaciones de estar en un espacio y no en un plano, piso tras piso como ocurría hasta ahora».49 Así, Loos acababa con la creencia arquitectónica de que «sólo con la división por la mitad pueden conseguirse espacios más bajos»; y no dudaba de que «igual que, algún día, le será posible a la humanidad jugar al ajedrez cúbico, también los arquitectos podrán pronto resolver la proyección horizontal».50 De este modo, la relación de espacios arquitectónicos no sólo se producía a nivel horizontal (en la planta) sino a nivel vertical (en alzado), al permitir la continuidad de la visión entre distintas plantas.51 Esto era algo que Loos había aprendido de su paso por los EUA entre 1893 y 1896, en un momento en el cual «los arquitectos americanos están explorando nuevas relaciones espaciales, puesto que siempre han acentuado más las interrelaciones entre espacios que su (inglesa) privacidad».52 Esta interrelación de espacios, tanto en lo vertical como en lo horizontal está en consonancia con la interrelación entre lo vertical y lo horizontal que Schönberg desarrollaría sobre todo en la Sinfonía de cámara, pero que también había empleado ya en el cuarteto. Según las propias palabras de Schönberg al hablar del opus 7, 48 J. A. Smith, Schoenberg and His Circle. A Viennese Portrait, Schirmer, Nueva York, 1986, p. 46. Hemos analizado esta cuestión con mayor profusión de detalles en nuestra tesina, La configuració del pensament relacional en Arnold Schönberg, Universitat Pompeu Fabra, Barcelona, 2005, pp. 110-113. La reveladora intuición de Smith no ha gozado de continuidad analítica en la bibliografía especializada. 49 A. Loos, Escritos, trad. A. Estévez, J. Quetglas, M. Vila, El Croquis Editorial, Madrid, 1993, vol. 2, p. 266. 50 Ibidem. 51 Cf. a este respecto, L. Münz / G. Künstler, Adolf Loos: Pioneer of Modern Architecture, Thames & Hudson, Londres, 1966, que en la página 139 afirman que «Adolf Loos presentó al mundo una nueva concepción del espacio esencialmente más elevada: el libre pensamiento en el espacio, la planificación de habitaciones situadas en distintos niveles y no ligadas a un nivel continuo de planta [. . . ]. Las habitaciones, según su propósito de uso, no sólo tienen medidas distintas, sino alturas distintas.» 52 J. Posener, «Der Raumplan. Vorläufer und Zeitgenossen von Adolf Loos», en Adolf Loos 1870-1933. Raumplan - Wohnungsbau, Akademie der Bildenden Künste, Berlin, 1983, p. 59. 250 Capítulo 3. La creación de una poética propia creía y todavía creo que esta parcialmente nueva sucesión muy rápida de armonías no debería ser una adición que no guarde relación con la melodía, sino que tiene que ser producida por la propia melodía: tendría que ser un resultado, una reacción, una consecuencia de la misma naturaleza que la melodía; así los contenidos se expresan verticalmente de una manera que se corresponde con aquella en la cual la melodía hace lo propio horizontalmente (ASR, p. 48). La interacción entre lo vertical/armónico y lo horizontal/melódico propia del cuarteto (y propia del plano de volúmenes de Loos), aparecería de modo todavía más extraordinario en la Sinfonía de cámara op. 9, compuesta en 1906, de la cual Schönberg afirmaba —tal como ya hemos visto en la página 148— que «en ella se establece una reciprodidad muy íntima entre melodía y armonía, en que las dos conectan relaciones remotas de la tonalidad en una unidad perfecta» (SI, p. 84). La obra (nuevamente una sonata de doble función, esta vez, además, con doble exposición) presentaba las regiones armónicas de forma más clara que el cuarteto, y recuperaba la dimensión estructural de la armonía en la configuración del plano formal. En cada una de las dos exposiciones, la sección A está en mi mayor; y las secciones B están, respectivamente, en fa menor y la mayor. Es decir, tanto en una exposición como en la otra, las secciones B guardan una relación estructural de subdominante (es decir, de cuarto grado) con respecto a la sección A: en la primera, fa menor como II> (es decir, como napolitana de mi mayor) se sitúa en la órbita de la subdominante; y en la segunda se trata indiscutiblemente de la región del IV grado (la mayor). Esta doble relación estructural de subdominante parece ser una consecuencia lógica de la omnipresencia del intervalo de cuarta como fundamento de toda la obra, anunciado a todo pulmón por la trompa a los 10 segundos del comienzo de la partitura [CD - Pista 3]. La armonía utilizada a lo largo de la pieza es, además, una armonía por cuartas; y es ingente la cantidad de rincones en los cuales el intervalo de cuarta aparece a discreción.53 Tal como decía el propio Schönberg: las cuartas [. . . ] se expanden arquitectónicamente sobre toda la obra dando un cuño especial a todo el proceso de la composición. Por eso no se presentan en este caso meramente como melodía o como puro efecto armónico impresionista, sino que su peculiaridad impregna toda la construcción armónica, constituyendo acordes como todos los demás (HL, p. 480). 53 Vid., por ejemplo, los análisis de Walter Frisch, The Early Works of Arnold Schönberg, p. 220-247; Alban Berg, «Kammersymphonie op. 9. Thematische Analyse», JASI n. XVI, vol 1&2, pp. 236-268; y Reinhold Brinkmann, «The Compressed Symphony: On the Historical Content of Schoenberg’s op. 9», en W. Frisch (ed.), Arnold Schoenberg and His World, pp. 141-161. 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 251 Sólo para poner un ejemplo, el punto climático de la pieza (situado milimétricamente en la sección áurea, alrededor de los compases 360-368) está literalmente colmado de cuartas tanto melódicas (en los simultáneos motivos ascendentes y descendentes), como armónicas (vid. la formación acórdica cuartal de las cuerdas en el compás 364: mi-la-re-sol-do-fa, a los cuales se añade el si becuadro de maderas) [CD - Pista 6]. Este hecho de que la cuarta «impregne toda la construcción armónica» se vierte también sobre el plano tonal de la obra, y Schönberg parece proponer un nuevo entramado de relaciones armónicas funcionales, al sustituir la polaridad clásica entre tónica y dominante («tendiendo a evitar cualquier dominante mantenida o explícita de mi mayor»), y hacer que predominen las relaciones de subdominante, procurando que «las relaciones de napolitana tengan más importancia que las de dominante».54 Es decir, Schönberg parece que piensa aquí en establecer relaciones armónicas distintas de las que vienen dadas por el sistema tonal, porque éstas ya no tienen poder para sustentar las nuevas necesidades expresivas. Así, como las relaciones tonales ya no son un universal incuestionado, parece lógico pensar que Schönberg busque nuevas relaciones armónicas, con lo cual la noción de ‘relacionalidad’ empieza a ocupar su pensamiento. Y esto sucede justo cuando entra en contacto con Adolf Loos. Quizás por eso la Sinfonía de cámara es verdaderamente «una obra clave en el lento paso de Schönberg hacia la “atonalidad”»,55 por el hecho de que Schönberg intenta construir en ella una nueva funcionalidad armónica que sustituye la polaridad tradicional entre tónica y dominante. Lo fundamental de esta nueva funcionalidad armónica (aquí explorada en cuanto a la relación de subdominante: el cuarto grado y su extensión en la napolitana) es que está en consonancia con el estatuto motívico de la obra (en este caso, la cuarta), de tal modo que la sintaxis armónica y el plano tonal estén en relación con la dimensión motívica. Esto es lo que resulta ser radicalmente nuevo en esta pieza, 54 W. Frisch, The Early Works of Arnold Schoenberg, p. 230 y 245. El plano tonal de la doble exposición sólo pone en juego las tonalidades de mi mayor, fa menor y la mayor, conculcando incluso las trancisiones entre estas tonalidades. Además, por el hecho de poner en un lugar central la relación polar IV-I o II> -I, Schönberg hace justo lo contrario de lo que —según sus propias palabras— es lo propio del lenguaje tonal tradicional. Tal como decía en las Structural Functions of Harmony, «las cadencias plagales, IV-I o II-I [. . . ] son sólo un medio de expresión estilística y no tienen importancia estructural» (SFH, p. 14). 55 H. Krones, Arnold Schönberg. Werk und Leben, Steinbauer, Viena, 2005, p. 74. 252 Capítulo 3. La creación de una poética propia Figura 3.2: Kammersymphonie, op. 9, c. 362-365 [CD - Pista 6] 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 253 que —aunque con una superficie musical distinta— anticipa el mismo tipo de pensamiento globalizador que, en el dodecafonismo, garantizará la coherencia entre armonía y motivismo por el hecho de que cada obra tendrá su propia serie básica. Además, ya desde el título, la Sinfonía de cámara aunaba (es decir, ponía en relación) dos dimensiones tradicionalmente contrapuestas en la tradición clásica occidental: la camerística y la sinfónica, proponiendo una formación de ensemble jamás vista hasta el momento. O incluso tres: la sinfónica, la camarística y la solista, porque el título completo de la obra es Kammersymphonie für 15 Solo-Instrumente. Pero lo relevante es que este gesto pionero no sólo compete al título o a la formación, sino al modo de escritura. Con Schönberg la música de cámara se sinfoniza; y la música sinfónica se vuelve camerística, con una tremenda exigencia —casi solística— de las partes instrumentales. Efectivamente, la siguiente obra orquestal de Schönberg (las Cinco piezas orquestales op. 16, de 1909) está en las antípodas de la orquesta wagneriana e inaugura una nueva manera mucho más camerística de escribir para orquesta; es decir, una nueva manera de relacionar los instrumentos entre sí en el seno orquestal. Por último, sólo diremos que la obra suponía un avance en el tratamiento contrapuntístico, que cada vez gozaba de una mayor independencia respecto de la verticalidad armónica. En vez de priorizar exclusivamente las relaciones estructurales de la armonía (tal como había sucedido por entero en el periodo clásico y romántico, en detrimiento de la dimensión horizontal de la música), Schönberg reequilibraba al 50-50 la relación entre lo vertical/armónico y lo horizontal/contrapuntístico a partir de un motivismo excepcional, en un gesto análogo a lo que hizo Johann Sebastian Bach, que también, al igual que Schönberg, fue bisagra entre dos épocas: mientras Bach ejerció de bisagra entre el pensamiento contrapuntístico y el pensamiento armónico, Schönberg hizo lo propio entre el pensamiento armónico y el contrapuntístico. A pesar de todo lo que hemos venido diciendo, sería un sinsentido creer que Schönberg llevara a cabo todas estas innovaciones como demostración de su pensamiento relacional. ¡Al contrario!: es el análisis de estas innovaciones lo que permite inferir que la cuestión de la relación fue cada vez más nuclear en la forma de pensar de Schönberg. Porque el hecho de tener que plantearse conscientemente nuevas relaciones armónicas y motívicas, necesariamente tuvo que configurar su modo de pensar, haciendo que (consciente e inconscientemente) la cuestión de la relación determinara en gran medida su modo de proceder. 254 Capítulo 3. La creación de una poética propia En cualquier caso, esta nueva y equilibrada relación entre armonía y contrapunto (que pronto se iba a decantar hacia la preponderancia del contrapunto, en una nueva demostración de la ley del péndulo de Wölfflin) era difícilmente comprensible a los oídos de la época, tal como demuestran las palabras de un crítico que asistió al estreno de Sinfonía de cámara: Cada uno [de los 15 instrumentos] toca frenéticamente, sin preocuparse por el otro. Schönberg deliberadamente evita las consecuencias naturales de las voces individuales que convergen en un punto armónico de descanso. Lo ve abierta y ensordecedoramente como verdadero contrapunto, que se abstiene de la consideración armónica, y cree que la verdadera armonía es aquella que se sitúa a sí misma por encima de todas las leyes de la eufonía y la lógica musical.56 Aunque estas palabras fuesen dolorosas, Schönberg entendía que sus obras causaran esta reacción porque, tal como él mismo reconocía (y utilizaba el término ‘relación’ para hacerlo) «había desarrollado mi estilo de una manera que, al oyente habitual de los conciertos, le parecía que no guardaba relación alguna con la música precedente» (SI, p. 41). Pero Schönberg sí se sentía heredero de toda la tradición clásica y se sentía plenamente vinculado a ella. Tener que superar los embites de la crítica y recalcar (y recalcarse) una y otra vez que sus innovaciones tenían plena relación con todo lo que le había precedido, seguro que también determinó que la cuestión de la relación fuese cobrando más y más importancia en su modo de pensar, en tanto que históricamente esta noción era fundamental para su propia autocomprensión. Al final, pensándolo bien, nos definimos siempre en relación con. . . 3.2.4. En el umbral de la atonalidad: los opus 12, 13 y 14 Al acabar la Sinfonía de cámara Schönberg estaba «repleto de felicidad» y estaba seguro de «haber encontrado mi propio estilo personal de composición» (SI, p. 49). Manos a la obra, se puso rápidamente a componer una segunda sinfonía de cámara que, sin embargo, pronto abandonó, porque «fui inspirado por poemas de Stefan George [. . . ] y, sorprendentemente, sin ninguna expectativa 56 Citado por W. Frisch, «The Refractory Masterpiece. Toward an Interpretation of Schoenberg’s Chamber Symphony, op. 9», en J. Brand / Ch. Hailey (ed.), Constructive Dissonance. Arnold Schoenberg and the Transformations of Twentieth-century culture, University of California Press, 1997, p. 89. 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 255 por mi parte, estas canciones mostraron un estilo bastante diferente de todo lo que había escrito antes» (SI, p. 49).57 Estas canciones se agruparían en Das Buch der hängenden Gärten opus 15, un ciclo lírico empezado en 1907 y terminado en 1909, en el cual Schönberg prescinde por vez primera de cualquier atisbo de referencia tonal. Sin embargo, en los meses posteriores a la finalización de la Kammersymphonie (en julio de 1906), y a lo largo de la composición del opus 15, Schönberg escribe varios opus en los que las referencias tonales todavía están presentes, aunque se van disolviendo progresivamente. Estos años de 1906 a 1908 constituyen un periodo atormentado en la vida de Schönberg, con la conjunción de una triple crisis, a nivel compositivo, profesional y personal. Esta crisis no fue, sin embargo, una crisis de enmudecimiento, sino de todo lo contrario, y estos años están repletos de tentativas, proyectos abortados, interrupciones del trabajo en una obra para empezar otra, etc., tal como demuestra el batiburrillo de anotaciones en sus libretas de apuntes.58 Esta promiscuidad creativa y esta falta de continuidad eran algo que hasta la fecha no le había sucedido jamás a Schönberg, que estaba acostumbrado a trabajar del tirón y a acabar las obras en muy poco tiempo. Esta época atormentada vio nacer los opus 12 (Dos baladas para voz y piano), 13 (Paz en la tierra, para coro a capella) y 14 (Dos canciones para voz y piano), en los cuales, a pesar de mantenerse todavía algunas sonoridades triádicas, se produce un progresivo abandono de la armonía funcional, se cromatiza el discurso hasta la saciedad y se acelera de tal modo el ritmo armónico que el oído difícilmente capta el significado de los enlaces. Esto significaba, pues, deshilvanar todavía más la ya muy maltrecha sintaxis tonal, hasta el punto que —según Egon Wellesz— estas piezas 57 En «On Revient Tojours», de 1948, Schönberg también afirma: «Cuando acabé mi primera Kammersymphonie, op. 9, dije a mis amigos: “Ahora he establecido mi estilo. Ahora sé cómo componer”. Pero mi siguiente obra mostró una gran desviación de aquel estilo; fue el primer paso hacia mi estilo actual» (SI, p. 109). La Segunda sinfonía de cámara fue terminada en los EUA en 1939. Si en la Primera sinfonía Schönberg desfundamentaba la dominante en virtud de la mayor presencia de la subdominante, en el primer movimiento de la Segunda, compuesto en 1906, Schönberg avanza hacia una desfundamentación de la tónica. Hemos hablado de ello en nuestra tesina La configuració del pensament relacional en Arnold Schönberg, pp. 101-105. Vid. también W. Frisch, The Early Works of Arnold Schönberg, pp. 251-258. 58 E. Haimo, Schoenberg’s Transformation of Musical Language, Cambridge University Press, 2006, pp. 190-209, analiza con detalle este periodo. 256 Capítulo 3. La creación de una poética propia «representan el punto más alto de la tentativa de Schönberg por descubrir las relaciones armónicas más distantes dentro de los límites de la tonalidad».59 Así, aunque las tres obras tenían armadura y el último compás acababa con el acorde de tónica de la tonalidad correspondiente, la tonalidad casi ya no jugaba ningún papel estructurador y las relaciones tonales eran ajenas a lo que debe ocurrir en un marco tonal. A modo de metonimia, nos fijaremos sólo en un par de ejemplos, que son reveladores de cómo las relaciones sintácticas tonales se han llevado al límite de sus posibilidades. En la primera balada del opus 12, «Jane Grey», el último intervalo en la parte vocal es el trítono (la relación armónica más lejana y antinatural) generado entre los grados II> - V (mi - la), después de que que se haya escuchado el mismo diseño en el final de periodo anterior con la mucho más comprensible resolución II> - I (mi - re), según vemos en la figura 3.3 [CD - Pista 7]. El tejido musical está, por lo demás, repleto las características idiomáticas de un lenguaje hipertrófico y extremadamente cromático, tales como el uso de armonías por cuartas, la presencia de una fuerte lógica motívica, el empleo de juegos especulares, el empleo sistemático de dobles sensibles, etc. En Friede auf Erden (que, por el hecho de ser una pieza coral, es más contenida para facilitar su entonación) hay también notables intrepideces armónicas. «La imitación al trítono en la primera frase, por ejemplo»,60 es toda una declaración de intenciones; y desde esta primera frase, se producen a lo largo de la obra otras muchas vulneraciones de la sintaxis tonal. Para centrarnos sólo en los últimos segundos de la pieza (vid. figura 3.4), diremos que el V-I final (con una séptima de dominante con la quinta en más sensibilizada hacia el fa final) viene precedido por un bajo que, en los últimos 12 compases (desde la marca de ritardando), expone el total cromático a excepción —precisamente— de la sensible. En los últimos 8 compases este bajo presenta un proceso cadencial funcional del todo transparente y casi 100 % diatónico (números romanos enmarcados), pero que ha sido precedido no sólo por enlaces y grados (a excepción del II> ) difíciles de explicar en re mayor (números sin recuadro), sino por sonoridades no catalogables con arreglo a la teoría clásica, que actúan en gran 59 E. Wellesz, Arnold Schoenberg. The Formative Years, Galliard Paperbacks, Londres, 1971, p. 107. 60 E. Haimo, Schoenberg’s Transformation of Musical Language, p. 200. 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal 257 Figura 3.3: Zwei Balladen, op. 12/1: «Jane Grey», c. 77-86 [CD - Pista 7] medida —dada su hipersensibilización—61 como acordes con función de apoyatura (marcados con un punto). Cuando estos acordes apoyatura se encuentran en medio de dos acordes tonalmente definibles y son fruto de la conducción de las partes, su extemporaneidad queda mitigada. Pero cuando hay dos acordes seguidos, su efecto al oído es sumamente desconcertante. En definitiva, estos enlaces hipersensibilizados venían a demostrar lo que decía Max Reger: «cualquier acorde puede seguir a cualquier otro acorde».62 Así quedaba claro que la tonalidad ya no tenía el poder sustentador del discurso que había tenido durante el periodo clásico y romántico, con lo cual ya no servía para aportarle cohesión, y se podía prescindir de ella. O, como decía Webern: 61 La hipersensibilización de la música permitirá sustituir en gran medida la polaridad V-I como patrón estructural. Utilizamos el término hipersensibilización para referirnos al hecho de que todas las notas de estos acordes están a distancia de semitono de las notas constitutivas del siguiente acorde, con arreglo (o no) a la conducción de voces. En el penúltimo compás, estos enlaces son: 1) sol - la / sol ; 2) do - do : 3) fa - fa (enarmónico del ortográficamente correcto mi / sol ; y 4) si - la. 62 http://modusmixolidius.blogspot.com.es/2008/09/breve-biografa-de-max-reger-iv. html [8.12.2012] 258 Capítulo 3. La creación de una poética propia Figura 3.4: Friede auf Erden, op. 13: últimos compases [CD - Pista 8] 3.2. Desde los inicios hasta el primer cuarteto: la expansión tonal Para la creación de la coherencia, la tonalidad era hasta ahora uno de los medios más importantes. [. . . ] ¿En qué consistía esta coherencia? Que cada pieza estaba escrita en una determinada tonalidad. [. . . ] Una pieza tenía un tono fundamental que era necesario mantener, del que se podía salir, pero al que se tenía que retornar. Reaparecía constantemente y por eso se convertía en dominante. Había una tonalidad principal en la exposición, en el desarrollo, en la recapitulación, etc. 63 259 Tal como muy bien apuntaba Alban Berg, quizás lo que más molestaba auditivamente no era la pérdida de funcionalidad sintáctica (a nivel estructural), sino las nuevas morfologías (a nivel de sonoridades acórdicas) en cuanto a tales: Me parece que el origen de todo este clamor por la tonalidad no es tanto la necesidad de escuchar una relación con una tónica como la necesidad de acordes familiares: seamos francos y digamos «por la tríada»; y creo que no me equivoco si digo que en la medida que un cierto tipo de música contiene suficientes tríadas de éstas, no resulta ofensiva aunque en otros sentidos choque violentamente con las leyes sagradas de la tonalidad.64 Para la abrumadora coherencia de Schönberg no podía ser que lo que se derrumbaba a nivel sintáctico, se mantuviera a nivel morfológico. Es decir, no podía haber una falta de relación entre lo interno (lo estructural, la función de los acordes) y lo externo (lo epidérmico, la sonoridad de los acordes): a una cosa siguió la otra; o a la otra, la una. Así, una vez la tonalidad ya no tiene poder configurador, ¿cuáles van a ser los medios por los cuales se va a garantizar la coherencia del discurso? Simplificando mucho, diremos que la coherencia se conseguirá a partir de un intrincado trabajo de conexiones motívicas que Schönberg ya había venido utilizando desde sus primeros opus. Ahora estas conexiones motívicas ya no van a sumarse a las relaciones sintácticas cohesionadoras del fundamento tonal de la pieza, sino que van a ser el único mecanismo capaz de generar coherencia. El problema es que estas conexiones motívicas (que garantizan la trabazón y la memorabilidad en términos microcósmicos) no resuelven el problema de la estructuración formal del discurso (de su macroestructura, digamos). Por eso, todas las piezas atonales del catálogo de Schönberg o bien tendrán una duración exigua o bien se basarán en un texto que permita sustentar su acontecer. Tal como afirma Carl Dahlhaus, «en el periodo de la atonalidad temprana el texto era principalmente un medio 63 A. Webern, El camí cap a la nova música, trad. J. Casanovas, Antoni Bosch, Barcelona, 1982, pp. 63-64. 64 Alban Berg, citado por W. Reich, Schoenberg, p. 34. 260 Capítulo 3. La creación de una poética propia para construir formas de gran alcance sin el soporte de la tonalidad».65 O, en palabras del propio Schönberg: la renuncia a los medios tradicionales de articulación hizo que la construcción de formas más largas fuera temporalmente imposible, porque estas formas no pueden existir sin una articulación clara. Por el mismo motivo, las únicas obras extensas de aquel periodo son obras con un texto, en las cuales las palabras representan el elemento cohesionador (SHGS, p. 131 / SI, p. 262). No tiene que extrañarnos, pues, que el primer artículo publicado por Schönberg (en 1912 en el almanaque Der Blaue Reiter ) se titulara precisamente «La relación con el texto» («Das Verhältnis zum Text»). Porque fueron los textos de Stefan George lo que alejó a Schönberg del estilo de la Kammersymphonie, encaminándolo hacia el abandono del sistema tonal. Durante esta singladura, la relación con el texto fue también el nexo común de los opus 12, 13 y 14. Unos opus con los que Schönberg daba los últimos pasos antes de cruzar el umbral de la atonalidad; un pequeño paso que —aunque no significara un cambio abrupto con estas últimas obras— cambiaría para siempre la historia de la música.66 3.3. 3.3.1. La liberación cromática: atonalidad y pintura La dimensión programática del Segundo cuarteto: del trítono a la atonalidad El atormentado periodo creativo y personal vivido por Schönberg entre mediados de 1906 y finales de 1908 lo lleva a dejar inconclusos al menos 12 proyectos, y a solapar el trabajo de los que sí finaliza de un modo un tanto caótico. Por ello, el desvarío entre fechas y número de opus resulta considerable, al ser casi imposible respetar la cronología de composición. Entre finales de 1907 y mediados de 1908, a la vez que trabajaba en el opus 15 (el ciclo sobre poemas de Stefan George), Schönberg esbozaba también ideas para el Segundo cuarteto de cuerda opus 10, componía las Dos canciones opus 14 y todavía no había 65 C. Dahlhaus, Schoenberg and the New Music, trad. D. Puffett & A. Clayton, Cambridge University Press, 1987, p. 85. 66 El libro ya citado de Ethan Haimo, Schönberg’s Transformation of Musical Language, Cambridge University Press, 2006, insiste precisamente en que el paso de la tonalidad a la atonalidad no se produjo a través de ninguna ruptura radical, sino como una transición suave y progresiva. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 261 compuesto las Tres piezas para piano opus 11 (que escribiría en 1909).67 Este batiburrillo de opus y fechas coincide, además, con el momento en que Schönberg empieza a pintar, en un viraje artístico que puede interpretarse —como sugiere Jelena Hahl-Koch— como un cambio de disciplina artística en un momento de crisis de lenguaje en el terreno musical.68 Y también coincide con el alboroto emocional que supone la presencia del pintor Richard Gerstl en la vida de los Schönberg, con quien Mathilde tuvo un affaire. Así, mientras en sus obras Schönberg vulneraba la sintaxis tonal, en términos emocionales la presencia de Gerstl vulneró las normas preestablecidas —es decir, la sintaxis— de la relación de pareja. Ahora bien, pretender que la crisis matrimonial está en la base de la crisis de lenguaje musical (como ha remarcado parte de la bibliografía) es un sinsentido, dado que el proceso de desfundamentación de la tonalidad hacía tiempo que venía produciéndose y se había iniciado de modo totalmente ajeno a cualquier problemática sentimental. Sin embargo sí que resulta relevante que el abandono de la tonalidad y los problemas matrimoniales coincidan en el tiempo, y que el opus 10 (la primera obra atonal, por lo menos en cuanto al número de opus) parezca reflejar tanto una cuestión como la otra. Independientemente de cuestiones sentimentales, el hecho de que los números de opus no sigan un orden cronológico es algo sobre lo que cabe prestar atención, ya que la asignación —lejos de ser casual— parece estar repleta de significado. El hecho de que los opus 12, 13 y 14 (tonales) se enmarquen entre los opus 11 y 15 (atonales) y apenas se perciba ninguna fisura estética entre ellos, es un argumento a favor de la continuidad evolutiva (no revolucionaria) que Schönberg veía en su producción, ya que la diferencia entre la tonalidad ampliadísima de los opus 12, 13 y 14, y la atonalidad de los opus 11 y 15, apenas se percibe auditivamente. Además, la colocación del Segundo cuarteto de cuerda (con tres movimientos tonales y un cuarto movimiento atonal) como opus 10 parece responder a la misma intención, al inaugurar (y resumir en sí 67 Cf. J. Rufer, The Works of Arnold Schoenberg. A Catalogue of his Compositions, Writings and Paintings, trad. D. Newlin, Faber and Faber, Londres, 1962, pp. 30-32; o E. Haimo, Schoenberg’s Transformation of Musical Language, pp. 190-193. 68 Cf. J. Hahl-Koch, «Kandinsy y Schoenberg. Sobre los documentos de una amistad entre artistas», en A. Schoenberg, Arnold / V. Kandinsky, Cartas, cuadros y documentos de un encuentro extraordinario, Alianza, Madrid, 1993, pp. 172-178. 262 Capítulo 3. La creación de una poética propia mismo, sin que se perciba ruptura estética entre movimientos) la mezcolanza estética de los opus ulteriores. Además, desde el primer compás —y más allá de cualquier implicación biográfica— el Segundo cuarteto de cuerda parece presentarnos un guión explicativo del final de la tonalidad, a la cual se llega en el último movimiento. Todo ello nos lleva a pensar que Schönberg quiso que en su catálogo constara que la primera obra atonal era el Segundo cuarteto opus 10, básicamente por tres motivos. Primero, porque el 10 deja atrás los opus de una sola cifra, que se corresponderían así con la primera etapa. Segundo, por el hecho de que en esta obra conviven lo tonal y lo atonal sin conflicto alguno. Y tercero, porque sus cuatro movimientos parecen narrar —como si de una historia se tratara— el paso de la tonalidad a la atonalidad. Algo que no sucede de manera abrupta y ruidosa, sino de manera natural y lógica, como una pausada transformación que —auditivamente— pasa casi totalmente inadvertida. El cuarteto presenta una novedad radical con respecto a toda la tradición cuartetística anterior, al incorporar una soprano en el tercer y cuarto movimientos: algo absolutamente inaudito, ya que el cuarteto es por antonomasia el territorio no sólo de la música instrumental, sino de aquello que se conoce como música pura.69 Así, el atrevimiento de Schönberg es análogo (si no superior) a la osadía que tuvo Beethoven al incorporar efectivos vocales en la Novena sinfonía. He ahí, pues, una nueva intrepidez de Schönberg, sumada a las anteriores: el sexteto programático del opus 4, la orquesta gigantesca de los Gurrelieder, los 45 minutos ininterrumpidos del cuarteto opus 7, la sinfonía de cámara. . . ; y ahora, ¡un cuarteto con presencia vocal! En fin, todo ello nuevas maneras de relacionar elementos que hasta el momento habían permanecido independientes. Pero más allá de la novedad de la formación empleada, el cuarteto es importante en tanto que en sí mismo explica (telling) y muestra (showing) el fin de la tonalidad y el inicio de la atonalidad, en una suerte de relato fascinante. El cuarteto empieza con un gesto que parece programático, aunque no sabe- 69 Cf. C. Dahlhaus, La idea de la música absoluta, Idea Música, Madrid, 2007. Para la diferencia entre música pura y música absoluta, cf. la tesis doctoral de M. Polo, Filosofía de la música romántica. La polémica filosófico-musical del romanticismo alemán entre la música pura y la música programática, PhD, Universitat de Barcelona, 1997, parcialmente vertida en el libro Música pura y música programática en el romanticismo, L’Auditori, Barcelona, 2011. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 263 mos si es intencional o no; lo cual —al fin y al cabo, y a tenor de las consideraciones de Schönberg sobre el «Comandante supremo»— no le quita relevancia analítica. El gesto programático consiste, a nuestro modo de ver, en que justo la primera frase del cuarteto empieza y acaba en las antípodas, trazando un puente entre las sonoridades que —conforme al arreglo tonal del círculo de quintas— están en una relación más remota: fa y do (vid. la figura 3.5).70 Tal como puede observarse, el fa inicial conduce, al cabo de 6 compases, a 6 quintas de distancia (¿numerología?), en un unísono sobre la nota do presentado luego en 6 cuerdas (dobles cuerdas de viola y violoncelo), que proviene de enarmonizar el si (sensible de la dominante [do ] de la tonalidad de fa ) para que sea la tercera del acorde de la menor en la cual a partir del compás 8 se volverá a escuchar el tema. Aunque a nivel tonal, fa menor y la menor estén en la tan habitual relación de tercera de la música romántica,71 el gesto melódico (con el subrayado que supone el unísono en el do) provocó que —según refiere Egon Wellesz— «el crítico musical L. K., airado por el sorpresivo do del quinto compás, saltara de su asiento y gritara: “¡parad!”».72 A pesar de que la literatura romántica no está exenta de tales relaciones armónicas (vid., por ejemplo, los compases 21-23 del Primer cuarteto de cuerda de J. Brahms o los compases iniciales de Leonoras 2 y 3 de Beethoven), la reacción visceral del crítico nos puede dar una idea de lo que tenía de provocativo situar este gesto justo en los primeros compases del cuarteto. Pero —a diferencia de lo que sucede en Brahms y en Beethoven— la manera de realizarlo de Schönberg (y a pesar de ser un gesto que tiene una explicación tonal bastante palmaria) conlleva en su contexto una triple dimensión simbólica por el hecho de que en el círculo de quintas este movimiento significa empezar a las 6 y acabar a las 12. En primer lugar, porque entre el 6 y 12 del «reloj» del círculo 70 Cf., si es necesario, la figura 2.7 en la página 169. Aunque la tonalidad de fa menor esté situada a tres quintas de distancia de do mayor (posición 3 y 12 del círculo, respectivamente), el unísono sobre la nota do, no permite identificarla como mayor (a 3 quintas) o menor (a 6 quintas, en la posición 9 del círculo). En cualquier caso, creemos que la manera de proceder de Schönberg hace que la relación fa - do se oiga en términos absolutos, con las 6 quintas que se abren entre el número 6 (fa ) y el número 12 (do) del círculo. 71 Vid. E. Kurth, Selected Writings, ed. y trad. L. A. Rothfarb, Cambridge University Press, 1991, pp. 97-150, que contiene parte de su fundamental Romantische Harmonik und ihre Krise in Wagners «Tristan», Max Hesses, Berlín, 1920 (http://archive.org/details/ romantischeharmo00kurt [17.9.2013]). 72 E. Wellesz, Arnold Schoenberg. The Formative Years, p. xi. 264 Capítulo 3. La creación de una poética propia Figura 3.5: Segundo cuarteto de cuerda, op. 10/1, c. 1-9 [CD - Pista 9] de quintas se da la relación más lejana posible entre dos notas, y ser capaz de salvar esta distancia armónicamente en una sola frase parece una declaración de intenciones. La segunda, porque empezar a las 6 y acabar a las 12 puede interpretarse como una referencia a las 12 notas (al total cromático) que en la música atonal van a tenerse en pie de igualdad (en vez de que 6 notas estén sujetas a la jerarquización de la tónica como sucede en el sistema tonal). Y en tercer lugar, porque la relación fa - do es la relación de trítono (el diabolus in musica) que divide la octava en dos mitades iguales, situándose justo enmedio de los arquitectónicos grados tonales IV y V, con lo cual (en tanto que IV< y V> ), en cierta medida, atenta contra su función constructiva. En una nueva muestra de organicidad compositiva (tal como hemos visto antes con las cuartas del opus 9), esta relación de trítono (como anti-relación tonal por naturaleza) será clave en otros momentos del movimiento, y tendrá implicaciones significativas en la organización de la forma. Por ejemplo, en 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 265 el inicio del desarrollo, que «se abre con un contraste entre fa menor y do mayor», y a pesar de que siguen apareciendo «algunas miradas marginales hacia la tónica», este trítono lleva a «suspender el sentido de la tonalidad».73 Quizás por ello, la recapitulación, «en primera instancia, evita reestablecer la tonalidad original y emerge en cambio a través de un complejo entre la menor y re menor», lo cual —simbólicamente— podría interpretarse en el sentido de que después de la normalización del empleo del trítono resulta difícil volver al origen tonal (en este caso, a fa menor), y el paso lógico será adentrarse en la atonalidad. Así pues, aquella frase inicial aparentemente inofensiva está cargada de implicaciones. Porque, si ya en la primera frase se pone en juego la relación tonal más extrema (tensando al máximo la potencia funcional de la armonía), ¿qué queda por hacer en un eventual desarrollo, que es el lugar en el cual cabría encontrar las mayores tensiones? Una vez se ha recorrido (en sólo 6 compases) el mayor espacio armónico posible (es decir, la tensión tonal más discordante), ¿qué otra tensión armónica se puede presentar luego? La respuesta parece ser, para Schönberg, que sólo cabe la atonalidad. . . Al «gastar todos los cartuchos» de buen comienzo, Schönberg parece decirnos que después de esto apenas es posible continuar. Y así, la audacia de Schönberg en el comienzo del Segundo cuarteto cabe interpretarla como un guiño a la vez simpático y demoledor a la tradición clásica occidental. Antes de adentrarse en la atonalidad del cuarto movimiento, sin embargo, el segundo —un humorístico Scherzo— explicitará el adiós a la tonalidad, mientras que el tercero será una «Letanía» pronunciada a modo de alabanza por lo pasado e invocación por lo futuro. El segundo movimiento es una de las páginas donde el compositor «despliega quizás un humor más franco, y al mismo tiempo más subliminal».74 En él, Schönberg introduce y transforma la conocida melodía popular «O du lieber Augustin, alles ist hin» («Oh, querido Agustín, todo se acabó»), bajo la custodia de «airosos Jodeln tiroleses» [CD - Pista 10].75 La dimensión cómica del 73 Th. Muxeneder, «2.Streichquartett op. 10» en Arnold Schönberg. Streichquartette, Aron Quartett, Preiser Records, Viena, 2003, [PR 90572], p. 10. Para más relaciones de trítono en este primer movimiento, vid. J. Barcons, La configuració del pensament relacional en Arnold Schönberg, pp. 123-125, especialmente la nota 169. 74 B. Casablancas, El humor en la música. Broma, parodia e ironía, Reichenberger, Berlin, 2000, p. 93. 75 Ibidem. 266 Capítulo 3. La creación de una poética propia gesto tirolés al lado de la cita popular queda reforzada, además, por el hecho de que, «en el cello la voz de bajo deambula entre las alejadas tonalidades de re y la »:76 de nuevo, la relación de trítono. El humor desplegado por Schönberg en este movimiento tiene (como la ironía trágica) una indudable dimensión catártica,77 en tanto que ayuda a sobrellevar por un lado, el abandono de la tonalidad y, por el otro, el drama emocional del affaire de Mathilde con Richard Gerstl, a los que se referiría la cita «alles ist hin» («todo se acabó»).78 Más allá de lo biográfico (que se agota en sí mismo), no es descabellado pensar que la cita al «O du lieber Augustin» sea una especie de epitafio (sin duda humorístico) de aquello que la primera frase del primer movimento había dejado bien claro: que, después de un largo período de agonía, la constructividad de las relaciones tonales (su razón de ser) había pasado a mejor vida. Quizás por esto el tercer movimiento se titula «Letanía», y la soprano canta el poema homónimo de Stefan George.79 La coherencia musical se garantiza aquí —tal como pasará en la atonalidad— tanto por el poder cohesionador del texto como por las interrelaciones motívicas, lo cual hace que, al igual que «en el primer y segundo movimientos, haya muchas secciones en las cuales las partes individuales proceden sin preocuparse de si sus encuentros dan o no lugar a armonías codificadas» (SI, p. 86). Tal como afirmaba también en la Harmonielehre un par de años después, en el último párrafo del capítulo xix: H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 86. B. Casablancas, El humor en la música, pp. 93-94. 78 Según Therese Muxeneder (inmensa conocedora de la bibliografía y obra schönberguiana en tanto que archivista del Arnold Schönberg Center de Viena), «en el Trío, el segundo violín cita la melodía popular vienesa “O du lieber Augustin, alles ist hin”, que los estudiosos de Schönberg han interpretado variadamente como una referencia autobiográfica a su crisis matrimonial y como un símbolo de su abandono de la tonalidad funcional» (Th. Muxeneder, «2.Streichquartett op. 10» en Arnold Schönberg. Streichquartette, Aron Quartett, Preiser Records, Viena, 2003, PR 90572, p. 11). Ethan Haimo critica esta visión, fundando sus reflexiones sobre cuestiones de cronología (E. Haimo Schoenberg’s Transformation of Musical Language, pp. 227-230). Dika Newlin, en cambio, señala que Schönberg, al analizar la obra, le comentó que la cita a la tonada popular «no es irónica: tiene una significación emocional real» (D. Newlin, Bruckner · Mahler · Schoenberg, Marion Boyars, Londres, 1979, p. 235). 79 Ethan Haimo, volviendo a razones cronológicas, mantiene sus dudas sobre el hecho de que los textos del tercer y cuarto movimientos puedan ser entendidos simbólicamente como referencias al fin de la tonalidad. Vid. E. Haimo Schoenberg’s Transformation of Musical Language, pp. 268-289. 77 Vid. 76 H. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura Al parecer —y probablemente esto será cada vez más claro— nos volvemos hacia una nueva época del estilo polifónico, y, como en las épocas anteriores, las formaciones acórdicas serán un resultado de la conduccción de las voces: ¡la justificación será sólo melódica! (HL, p. 464). 267 Ante esta libertad acórdica, los textos de Stefan George servirán para proporcionar mayor coherencia al discurso, en sustitución de la armonía tonal. Pero tanto por su contenido como por su tratamiento musical, pueden leerse en clave simbólica como una explicación del tránsito de la tonalidad a la atonalidad. En el primer verso de «Litanei» («Tief ist die trauer»: «profundo es el duelo»),80 las palabras «profundo» y «duelo» están sustentadas sobre el acorde de sol menor y do mayor respectivamente (vid. figura 3.6, c. 13 [CD - Pista 11]). Esta es la misma polaridad de trítono que encontrábamos en el inicio del cuarteto (aunque ahora, en vez de fa menor, el acorde es su enarmónico sol menor). La deducción es clara: el trítono es un lugar donde «profundo es el duelo». Algo que parece corroborarse en el compás 61 (figura 3.7 [CD - Pista 12]): cuando el poema dice «wunde» (herida), el cello hace una especie de bajo de lamento con el trítono la -re, mientras el violín primero dibuja un motivo ascendente con el trítono do-sol . Como si la herida (la «wünde» de resonancias wagnerianas) fuese precisamente el trítono.81 Teniendo esto en cuenta, los versos correspondientes a los compases 17-25 («Largo fue el viaje | agotados están los miembros | Vacíos están los cofres | lleno sólo el dolor») pueden leerse como una historia de la desfundamentación de la sintaxis tonal: el viaje de la tonalidad ha sido largo y sus miembros (sus funciones) están agotados; los cofres (los pilares tonales) están vacíos y sólo queda dolor por esta pérdida. El cuarto movimiento («Entruckung»: «Rapto») se inicia con un gesto ascensional en la entrada de los instrumentos (c. 1) y de la voz (c. 21-23). El gesto instrumental es tan notorio (con la continuidad cello-viola-violín2-violín1) que puede entenderse como voluntad de elevación, de desmaterialización, de liberación del peso de la gravedad: de «rapto». Un deseo que aparecerá explícitamente, años más tarde, tanto en Herzgewächse como en Die Jakobsleiter. El primer verso del poema no deja dudas de esta voluntad ascensional: «siento 80 Stefan George prescindía de la obligatoria mayúscula en los sustantivos, según la gramática alemana. 81 En los compases 63-64, el cello articulará —ahora sí cromáticamente, tal como es de recibo en el bajo de lamento— las notas si , si , la , la , sol , fa , fa , cuyos extremos delimitan, en vez de una cuarta justa, una cuarta aumentada: de nuevo, el trítono. 268 Capítulo 3. La creación de una poética propia Figura 3.6: Segundo cuarteto de cuerda, op. 10/3, c. 8-13 [CD - Pista 11] 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 269 Figura 3.7: Segundo cuarteto de cuerda, op. 10/3, c. 60-63 [CD - Pista 12] 270 Capítulo 3. La creación de una poética propia aire de otro planeta»; una frase que la crítica ha interpretado como el nuevo aire del universo atonal. El verso se escucha después de que la introducción instrumental haya situado al oyente en una atmósfera intemporánea, en la cual puede escucharse algo parecido a un subir y bajar por una escalera suspendida en el aire [CD - Pista 13]. En esta atmósfera parece no haber puntos de referencia, parece no haber anclajes, y uno se siente flotando, como suspendido en el aire. Efectivamente, en los primeros compases del cuarteto, la tonalidad se ha suspendido por completo y el oyente percibe a la perfección esta falta de suelo firme. La textura sesgada, la rapidez de tempo, la altitud general de las frecuencias y la predominancia de la dinámica en pianísimo contribuyen a crear esta sensación. Es en este cuarto movimiento donde Schönberg, en cuanto a número de opus se refiere, prescinde por primera vez de la armadura y se interna en las veredas de la atonalidad.82 Así pues, aunque el cuarteto en su conjunto sea «nominalmente tonal»,83 «el último movimiento [. . . ] “suspende” la tonalidad, refiriéndose a ella sólo en ciertas junturas importantes de la composición».84 Pero esto sólo sucede después de que la voz, en el tercer movimiento (que es todavía tonal) se haya despedido de la tonalidad, dos versos finales que suenan a la vez como despido y como petición de advocación: «¡Toma de mí el amor | dame tu dicha!» Algo que —más que referirse a la relación con Mathilde— parece ser un amoroso Lebewohl a la tonalidad, a la cual solicita —para la nueva singladura de los compases y los opus que siguen— la dicha que ella ha tenido. Así pues este segundo cuarteto puede leerse como una especie de historia sobre el paso de la tonalidad a la atonalidad. Efectivamente, el siguiente opus, las Tres piezas para piano, opus 11, es sin duda alguna atonal. El opus 10 viene 82 Tal como dice Walter Bailey, más adelante el movimiento presenta referencias ocasionales a la «tríada de fa mayor, que se utiliza más como una sonoridad recurrente y referencial que como una tónica elegantemente preparada» (W. B. Bailey, «Schoenberg’s Tonal Beginnings», en Idem (ed.), The Arnold Schoenberg Companion, p. 80. Algunos analistas consideran, por ello, que el cuarto movimiento del opus 10 (y el cuarteto en general) supone una especie de retroceso estilístico, puesto que en el momento de componerlo Schönberg había escrito ya buena parte de los George-lieder op. 15, en los cuales las sonoridades triádicas y consonantes aparecen en menor medida. 83 Ibidem. 84 L. Stein, «The Atonal Period in Schoenberg’s Music», en W. B. Bailey (ed.), The Arnold Schoenberg Companion, p. 84. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 271 a ser, entonces, el testamento que marca el fin de una etapa e inaugura una nueva, trazando un puente entre ambas a modo de narración: relacionando en sí mismo el paso evolutivo de la tonalidad a la atonalidad. 3.3.2. Testamento vital y actividad pictórica A la vez que escribía este testamento musical, Schönberg, hacia 1908, escribe un esbozo de testamento vital. Más que una relación de bienes, este curioso documento está repleto de todo tipo de valoraciones emocionales y filosóficas, y «contiene algunas de las afirmaciones más rotundas de Schönberg sobre el abismo que hay entre la idea y la realización, y entre la realidad interna y externa».85 Una de las más evidentes se presenta casi al inicio del texto, cuando Schönberg afirma: «no percibo la diferencia, pero preveo la separación [entre el cuerpo y el alma]» (ASR, p. 53). Es sintomático que Schönberg escriba este texto (que pone de relieve la relación problemática que se establece entre interior y exterior, idea y realización, etc.) en el mismo momento que sus composiciones llevan a sus últimas consecuencias las relaciones tonales, dando comienzo a una forma de escribir fundamentada en nuevas relaciones sonoras. Además, el texto contiene toda una serie de reflexiones totalmente premonitorias de lo que —veinte años más adelante— serán algunos ejes temáticos de la ópera Moses und Aron. Por su pertinencia, las citamos in extenso: Por desgracia sé demasiado bien cómo los discípulos difieren del profeta. Cómo aquello que era libre y ágil, incluso aparentemente lleno de contradiciones, ahora se vuelve rígido, pedante, ortodoxo, exagerado, pero uniforme (para los talentosos, todo lo que es grande, como la naturaleza, está lleno de contradicciones porque no ven las conexiones reales, y así lo esencial los elude). ¡Esta maldita uniformidad! Aquel que tiene sensibilidad por la diversidad, se ríe de la mente constreñida que pone estacas a un territorio para ser capaz de examinarlo; que quiere poner orden en las cosas que están ordenadas conforme a leyes que son muy diferentes de lo que el sentido del orden filisteo puede imaginar; que aplica leyes sin darse cuenta de que la propia palabra ley contiene la limitación que los hombres se pueden imponer los unos a los otros si tienen poder para hacerlo, pero que los hombres no pueden imponer sobre cosas que escapan a su poder. Todo aquel que reconoce estos hechos es talentoso. [. . . ] Ideas cuyo cumplimiento quizás nunca habría sido permitido, ideas que la humanidad siempre tiene que haber tenido en mente como el propósito (apenas atendido) de su existencia, ahora serán simplificadas hasta la forma que permita su realización. Auner, A Schoenberg Reader. Documents of a Life, Yale University Press, New Haven · Londres, 2003, pp. 52-53. 85 J. 272 Capítulo 3. La creación de una poética propia El maldito realismo de los discípulos y chupasangres talentosos ni siquiera se echaría atrás a la hora de alcanzar el ideal de la humanidad (ser Dios, llegar a ser inmortal e infalible, pero en una edición popular de baratillo diseñada con buen gusto), en caso de que la idea tuviera ocasión de realizarse. Una aeronave con cableado eléctrico, una aeronave sustentada por un globo ¿resulta a la vista de los talentosos y competentes un sustituto aceptable de la idea de flotar en el espacio, de abolir la distancia para conseguir la proximidad, la proximidad con Dios? ¡Ir de un sitio a otro por el aire suspendidos en un cable, o volar con un cuerpo más ligero que el aire alrededor de un mástil. . . pero en círculos! (ASR, p. 54). No son pocas las ideas que Schönberg saca aquí a colación, agolpadas en una condensación temática similar a aquella que su música estaba adquiriendo por aquel entonces. Las conexiones que hace entre realidades de naturaleza distinta, y la rápida fluctuación de un plano de pensamientos a otro queda patente en el segundo párrafo citado, donde Schönberg parece entrever aquello que Heidegger —años más adelante— calificaría como «el problema de la técnica», y que consiste —para decirlo muy escuetamente— en la falta de relación que hay entre los logros técnicos y la dimensión científico-metafísica de la humanidad. En esta disociación se fundamenta la crítica a los avances aeronáuticos que, sin embargo, no permiten acercarse a Dios y «abolir la distancia» realmente sustancial. Schönberg critica también los sucedáneos y se muestra reacio tanto a las mediaciones que distorsionan y anquilosan lo que «era libre y ágil», como a la inflexibilidad de la ley. La crítica de Schönberg se ceba, pues, con la fijación, la petrificación y la uniformidad que traicionan el mensaje original: algo sobre lo que Moses und Aron volverá a incidir. Pero sus reflexiones no se quedan sólo en lo conceptual y especulativo, sino que pronto aborda el problema sentimental con Mathilde, aunque de modo muy teórico. La separación con su esposa sólo es explicable para Schönberg si se tiene en cuenta que sus almas no son similares; es decir, que no pueden estar en comunión ni pueden comunicarse. Y este es otro de los elementos cruciales del pensamiento de Schönberg: la comunicación, la adecuación entre voz y oído, entre emisor y receptor. . . Algo sobre lo que también reflexiona (de modo muy embrollado) en este Testaments-Entwurf : Ella mintió: yo la creí. Si no la hubiera creído ¿habría estado tanto tiempo conmigo? ¡Falso! Ella no me mintió. Porque mi mujer no miente. El alma de mi mujer está tan aunada con mi alma que lo sé todo sobre ella. Por lo tanto ella no mintió; más bien no era mi mujer. Es así. El alma de mi mujer era tan extranjera a la mía que no habría podido establecer ni una relación falsa ni sincera con ella. Realmente no hemos hablado el uno con el otro; esto es, no nos hemos comunicado: sólo charlábamos. Ahora sé lo que pasaba. Ella no me mintió. Porque a mí no se me miente. Yo sólo oigo lo que suena en mí; es decir, sólo la verdad. Soy sordo a cualquier otra cosa. Quizás me alcanza en algún sitio de fuera, pero no pasa a través de mí. Entonces, ¿cómo podía ser capaz 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura de escucharla? Quizás habló, pero no la oí. Así, en absoluto podía saber que me mentía (ASR, p. 55). 273 Siguiendo con el curso de sus reflexiones, Schönberg liga la capacidad de escuchar (de que algo pase a través de uno) al fenómeno acústico de la concomitancia, que sería —en física— una especie de traslación de aquella máxima sapiencial de que el abismo invoca el abismo (Ps 41,8: «Abyssus abyssum invocat»), o de que sólo lo semejante atrae a lo semejante: Si canto un la exacto en mi piano, todas las cuerdas que contienen un la se ponen a vibrar. Pero si canto una nota errónea, más alta o más baja, la reverberación es más débil. Obviamente, sólo resuenan algunos armónicos distantes —musicalmente erróneos, inútiles— pero creo que el piano bien temperado no sabe nada sobre ellos; puede olvidarlos; no penetran en su naturaleza musical armónica (ASR, p. 55). Pero, en cambio, esta preocupación por las concomitancias, por la afinidad de las resonancias, por la relación entre lo externo y lo interno, no tenía una transposición social. La marcha de Mahler de Viena le dejó un tanto huérfano y sus obras tenían pocas (o nulas) posibilidades de ser interpretadas.86 Y quizás por esto, a los 33 años —a través de la influencia del pintor Richard Gerstl— se recluyó apasionadamente en la pintura y «su nueva actividad como pintor lo apartó de las realidades de la vida hasta el más completo aislamiento».87 Quizás este aislamiento contribuyó a su distanciamiento de Mathilde, que abandonó durante unos días a su marido y a sus dos hijos para mantener una relación con el joven de 25 años Richard Gerstl. Después de que Mathilde volviera con su marido, Gerstl se suicidó, destruyendo gran parte de su producción pictórica y truncando una carrera artística que se antojaba excepcional. Con la pintura, Schönberg, «a quien los medios de un solo arte no bastaban ya a su violento anhelo de expresión, buscaba otras posibilidades de llevar sus visiones internas a la realidad».88 Pero además, sus múltiples autorretratos (que ocupan un tercio de su producción) le sirvieron probablemente para algo así como verse a sí mismo, entenderse y autoafirmarse, de modo análogo a lo que sucede con la escritura de un diario. Efectivamente, el hecho de «retratarse sobre la tela es un análisis de uno mismo que se convierte en análisis de la propia relación con el otro», en tanto que el retrato permite fijar «continuamente cómo 86 Cf. 87 H. E. Haimo Schoenberg’s Transformation of Musical Language, pp. 190-198. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 85. 88 Ibidem. 274 Capítulo 3. La creación de una poética propia [se] aparece a la mirada del otro», cumpliendo «en términos visuales el mismo ejercicio meticuloso de autoanálisis implícito en la escritura diarística».89 Schönberg, pues, vuelve su mirada sobre él en un momento particularmente crítico de su existencia, en el cual tanto las relaciones vitales (la crisis sentimental con Mathilde, la partida de Mahler a los EUA, etc.), como las relaciones compositivas tonales en las que se había sustentado hasta entonces se estaban derrumbando.90 Y la salida a esta situación sólo podía venir de él mismo. Tal como afirmaba en uno de los aforismos de Die Musik (escrito en 1909): «La autoobservación es el único camino verdadero hacia el aprendizaje» (SHGS, p. 28). Pero esta observación de él mismo a través de los autorretratos se producía sin referencia alguna a aquello que lo rodeaba y era sólo una atención al rostro. Hasta el punto de que —al igual que las visiones— sus autorretratos (empezados en 1908) no tendrán jamás fondo alguno (a excepción de uno solo: el número 10 del Catalogue raisonné). Así, el rostro, aparece siempre sin contexto, sin relación alguna con aquello que le rodea, totalmente aislado. A parte de este «foco fuertemente autoreferencial», otra de las características principales de la obra pictórica de Schönberg es la «alienación» que sugieren sus visiones, sus miradas (Blicke), y varios de sus autorretratos, con cabezas a secas, sin cuello ni busto, que «flotan en un fondo nebuloso, no necesariamente de este mundo».91 En cualquier caso, la actividad pictórica fue cobrando importancia, hasta llegar a ser casi una actividad artística casi principal («para mí era lo mismo que hacer música»)92 que caló de lleno en sus quehaceres y —claro está— en su forma de pensar. No debe extrañarnos, pues, que sus aforismos de 1909 incluyeran ya alguna referencia al ámbito pictórico, si bien servían para vehicular las mismas preocupaciones de siempre: Si uno quiere que las cosas que se comparan puedan presentar una completa congruencia en cualquier situación, obviamente las comparaciones tienen que ser delicadas, porque comparar no es equiparar (=) sino establecer una similitud (≈). No 89 A. M. Morazzoni, «Introduzione», en A. Schönberg, Leggere il cielo, ed. A. M. Morazzoni, Il saggiatore, Milano, 1999, pp. 10-11. 90 Eberhard Freitag entiende que estos autorretratos vienen a representar «la expresión de una ansiosa defensa de su identidad» (E. Freitag, «German Expressionism and Schoenberg’s Self-portraits», JASI, vol. II, n. 3, June 1978, p. 172). 91 C. S. Adams, «Artistic Parallels beween Arnold Schoenberg’s Music and Painting (19081912), College Music Symposium, n. 35, 1995, p. 8. 92 H. Stevens, «A conversation with Schoenberg about painting», JASI, vol. 2 n. 3, June 1978, p. 179. El texto es una transcripción literal de la entrevista grabada. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 275 Figura 3.8: Gustav Mahler, Óleo sobre cartulina, 45,6x44,5 cm., 1910 [82] tienen que emplearse afirmaciones de congruencia, sino más bien afirmaciones de similitud. Sin embargo, el pintor puede equiparar libremente un retrato que ha creado respecto al modelo, incluso si no hay similitud;93 y el dramaturgo puede establecer libremente una similitud entre la gente a través de la cual se traduce a sí mismo, y aquellos que son como ellos (ASR, p. 66). Desde sus primeros cuadros, pintados en 1907, la pintura fue cobrando cada vez mayor importancia en la producción de Schönberg y se convirtió en una actividad paralela a la composición.94 Sin embargo, hacia finales de 1911 Schönberg 93 En mil novecientos cuarenta-y-algo, Schönberg habló sobre pintura en una mesa redonda sobre arte moderno, en la cual sacó a colación la noción de imitación del arte con respecto a al naturaleza, la importancia de la imaginación, y la función reproductora de la fotografía. El archivo de voz tiene la referencia VR16 en la web del ASC: http://schoenberg.at/index. php?option=com_content&view=article&id=938&Itemid=716&lang=de [13.12.2012]. 94 Aunque el inicio de la producción pictórica de Schönberg en cuanto a tal se produce en 1907, hay que tener en cuenta que en 1901 ya había dibujado a lápiz posibles escenografías 276 Capítulo 3. La creación de una poética propia Figura 3.9: Autorretrato, Óleo y acuarela sobre cartón, 40x30 cm., ca. 1910 [5] y Autorretrato, Témpera sobre lienzo, 29,5x23,3 cm., ca. 1910 [9] abandona casi por completo su actividad plástica, que en adelante sólo retomará de modo ocasional. Hacia el final de su vida, en 1949, al ser preguntado por la importancia de su faceta como pintor, Schönberg la equipara a su dimensión musical. Pero lo más chocante de la respuesta es que, para justificar esta apreciación, recorra a la palabra ‘relación’, que aparece en dos puntos cruciales de su reflexión: - ¿Cree que su carrera como pintor hubiera podido ser paralela a la de compositor? - Sí, estoy seguro. Tengo que decir que técnicamente, por lo menos entonces, poseía una cierta habilidad, aunque me temo que en parte la he perdido. Por ejemplo, tenía un buen sentido de las relaciones, de las relaciones espaciales, de las medidas. Era capaz de dividir con bastante corrección, digamos, una línea en tres, cuatro, cinco, seis, siete e incluso once partes, y se aproximaba bastante a la división real. Y también tenía un buen sentido de otras medidas similares, de muchas medidas. [. . . ] Este sentido de la medida, de las medidas, es una de las capacidades de un compositor, de un artista. Es probablemente la base del correcto equilibrio y lógica internos, si se para sus libretos Aberglaube y Die Schildburger y que en 1905 también dibujó una escena de recreo. Vid. Catalogue raisonné, imágenes 154-159 y 248. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 277 Figura 3.10: Mirada, Óleo sobre cartón, 24x18,2 cm., ca. marzo 1910 [69] tiene un sentimiento estricto de las medidas y su [palabra incomprensible] relación.95 Resulta sumamente significativo que hablando de pintura, en vez de referirse a las proporciones espaciales (que sería lo lógico en términos pictóricos), Schönberg hable de relaciones. Quizás porque —a su juicio—, la correcta distribución del espacio y de las relaciones pictóricas en el cuadro no es algo tan distino de la Stevens, «A Conversation with Schoenberg about Painting», JASI, vol. 2 n. 3, June 1978, pp. 179-180. 95 H. 278 Capítulo 3. La creación de una poética propia correcta distribución de las secciones musicales en el tiempo y de las relaciones motívicas de una composición. En cualquier caso, al empezar a pintar, Schönberg seguro que tuvo que plantearse las relaciones espaciales sobre el lienzo. Y esta nueva preocupación por las relaciones plásticas coincidió con el momento en el cual musicalmente tuvo que encontrar nuevas relaciones constructivas que sirvieran para articular sus partituras una vez se había renunciado a la tonalidad y al poder configurador de su entramado de relaciones. Las relaciones plásticas, sin embargo, no sólo tenían que ver con la distribución espacial, sino con la complementariedad cromática, que en Schönberg presenta una homogeneidad considerable. Efectivamente, la paleta de Schönberg se mueve siempre en un campo de relaciones cromáticas muy estrechas y limitadas, al trabajar casi siempre —a diferencia de lo que sucede musicalmente a nivel tímbrico— sobre la gradación de los mismos tonos.96 Quién sabe si esta paleta cromática tan estrecha (donde cada tono utilizado viene a ser una mínima variación de otro tono) tiene algo que ver con la noción de variación desarrollante que permitiría que —a partir de las mínimas modificaciones del material inicial— las composiciones musicales estuvieran enormemente cohesionadas. Sea como sea, es curioso que el uso de esta estrecha interrelación cromática a nivel pictórico (con unos cuadros relativamente uniformes de color, sin estridencias remarcables) se produzca a la par que la necesidad musical de buscar un entramado descomunal de relaciones motívicas que garantice la coherencia del discurso. Lo remarcamos de nuevo: la generación de este entramado de relaciones era algo que Schönberg venía aprendiendo —y poniendo en práctica— desde sus primeros opus, fruto del análisis de Brahms, pero también del análisis de la conexión entre armonía y melodía que caracterizaba las obras del clasicismo vienés (y principalmente de Mozart y Beethoven). En palabras de Carl Dahlhaus, «fue precisamente la relación entre armonía y motivo en la obra temático-motívica lo que formó un modelo perceptual del cual Schönberg tomó su rumbo para perseguir unas reflexiones que finalmente condujeron a la atonalidad».97 Pero quizás —además de lo que había aprendido de los compositores 96 Vid. C. S. Adams, «Artistic Parallels beween Arnold Schoenberg’s Music and Painting (1908-1912), College Music Symposium, n. 35, 1995, pp. 18-21. El timbre en música vendría a ser el equivalente del color en pintura. 97 C. Dahlhaus, Schoenberg and the New Music, p. 79. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 279 Figura 3.11: Escena de invierno, Óleo sobre cartón, 27,9x35,9 cm., 1910 [152] clásicos— la pintura ayudó a Schönberg a ver otras posibilidades de relacionar el resto de elementos de una composición, dado que su autodidactismo le hacía tener los ojos bien abiertos a cualquier manifestación de fuera del ámbito exclusivamente musical. En cualquier caso, es innegable que la pintura apareció en un momento de la vida de Schönberg en el cual, tal como se ve precisamente en algunos de sus cuadros (vid. las figuras 3.11 y 3.12) Schönberg tenía que avanzar casi a ciegas por un camino que lo adentraba hacia el horizonte nada claro de la atonalidad. En este camino, Schönberg tendría que confiar en que el poder cohesionador de la desaparecida tonalidad pudiese ser sustituido por una intensificación del resto de relaciones compositivas fundamentales, a nivel rítmico, motívico, textual, etc. Y resulta significativo que, una vez desaparecida la tonalidad, cuando Schönberg tiene que preocuparse por forjar nuevas relaciones compositivas (sobre todo motívicas) e incrementar su trabazón, la temática de las obras tenga que ver —como veremos enseguida— con la propia noción de relación. 280 Capítulo 3. La creación de una poética propia Figura 3.12: Nocturno III, Óleo sobre madera contrachapada, 21x20 cm., ca. abril 1911 [151] 3.3.3. De George a Glückliche: el descubrimiento de Strindberg y el paso de lo estético a lo espiritual Del opus 11 al opus 21, sólo tres composiciones (el opus 11 y el opus 19, ambas para piano, y el opus 16, para orquesta) carecen de soporte textual. De ello podemos deducir que en la música atonal el texto («la relación con el texto», según el título del artículo de Schönberg), va a ser una gran muleta a la hora de cohesionar el discurso musical.98 A pesar de la absoluta trabazón motívica 98 Véanse las interesantes reflexiones de Donald Mitchell acerca del uso de textos en la música de principio de siglo, tanto en el caso de Schönberg como en el de Stravinsky: D. Mitchell, El lenguaje de la música moderna, trad. E. Busquets, Lumen, Barcelona, 1972, especialmente pp. 32-52. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 281 de sus composiciones atonales (en las cuales Schönberg inunda el discurso de relaciones motívicas que garanticen la coherencia del discurso), lo cierto es que Schönberg recurre casi siempre a un soporte extramusical.99 Cuando este soporte no existe, las composiciones (a excepción contada del opus 11) se vuelven aforísticas, tal como pasa en el opus 16 y, sobre todo, en el opus 19. Esta excepcional brevedad se producía porque —a juicio de Schönberg— el motivismo per se no era suficiente para construir grandes arquitecturas formales: La renuncia de los medios tradicionales de articulación hizo temporalmente imposible la construcción de formas más largas de expresión, porque estas formas no pueden existir sin una articulación clara. Por el mismo motivo, mis únicas composiciones extensas de aquella época son obras con texto, en las cuales las palabras representan el elemento cohesionador (SHGS, p. 131 / SI, p. 262). En cambio, las primeras piezas dodecafónicas de Schönberg (los opus 23 a 26, escritos entre 1921 y 1924) van a ser instrumentales y van a tener una duración mucho mayor que las piezas atonales.100 Indudablemente, Schönberg vio que el «método de composición con doce sonidos exclusivamente relacionados entre sí» garantizaba la coherencia de la composición sin necesidad de tener que recurrir a esqueletos extramusicales tales como un texto. Así, con el dodecafonismo, Schönberg reinstauraba la posibilidad de escribir música pura, sin necesidad de un texto ni de un programa sustentador; algo que realmente sólo había logrado en la Kammersymphonie y en el opus 11, ya que incluso sus opus instrumentales (op. 4, 5, 7) tenían un esqueleto programático al estar escritos ya con una armonía que no tenía suficiente fuerza constructiva. Con la constructividad de largo recorrido que aporta el dodecafonismo, los primeros opus dodecafónicos tendrán un halo neoclásico alejado del visceral expresionismo de las obras anteriores, y utilizarán formas clásicas pertenecientes de modo indis- 99 Hasta ahora hemos analizado musicalmente algunas composiciones de Schönberg porque presentaban procedimientos de ampliación tonal que nos parecían significativos en cuanto a la creciente necesidad de encontrar nuevas relaciones armónicas y compositivas. Una vez se llega a la música atonal, estas relaciones van a recaer en lo motívico, tal como muestran todos los análisis de la bibliografía de referencia sobre cada una de estas obras. De ahí que no entremos en su análisis musical, que siempre iría dirigido a descubrir las relaciones motívicas que Schönberg utiliza para sustentar la composición. 100 En el caso de los opus 23 y 24, no todos los movimientos son dodecafónicos. La convivencia de movimientos dodecafónicos y atonales bajo un mismo opus no desvirtúa su unidad estética, lo cual puede ser leído como un alegato a la continuidad entre un periodo y otro. 282 Capítulo 3. La creación de una poética propia cutible al campo de la música pura, tales como la suite op. 25, la serenata op. 24, el quinteto op. 26 o las variaciones op. 31. Pero no adelantemos acontecimientos. Después de que el Segundo cuarteto opus 10 sirviera de bisagra entre tonalidad y atonalidad (según la dimensión programática a la que nos hemos referido en 3.3.1), las Tres piezas para piano opus 11 compuestas en 1909 representan la primera obra enteramente atonal del catálogo schönberguiano. Sin embargo, cronológicamente, la primera obra atonal es el ciclo Quince poemas de Das Buch der hängenden Gärten de Stefan George opus 15, en el cual la referencia numerológica resulta evidente. En los 15 lieder del opus 15 (al igual que en el resto de obras atonales) «el rol estructural de la tonalidad funcional queda suplantado gradualmente por medios contextuales internos más singulares que aseguran la continuidad y el diseño musical».101 Sin embargo, la creación de coherencia no se consigue sólo a través de las estrechas relaciones entre los elementos puramente musicales, sino a través del soporte textual.102 De ahí que entre texto y música se establezca una reciprocidad enorme hasta el punto de que las «íntimas relaciones entre la música de la poesía de George y la poesía de la música de Schönberg marcan el ciclo entero».103 Los textos escogidos por Schönberg son significativos en tanto que explicitan —a través de la expresión de sentimientos o a través de la descripción de la naturaleza— la proximidad y la lejanía (la relación) que el yo poético tiene con su amada. La selección de los 15 poemas hecha por Schönberg y su disposición en la composición parece estar vinculada a la crisis personal del compositor; por ello no debe extrañarnos que en ellos se esconda sobre todo la sensación de alienación (que no es sino la falta de relación —consciente y traumática— con lo que a uno le rodea). En palabras de Alexander Ringer, este ciclo expresa 101 M. Babbit, «Das Buch der hängenden Gärten op. 15 for Voice and Piano», en Ibid., The Collected Essays of Milton Babbit, Princeton University Press, 2003, p. 226. Lo contextual es —para Babbit— aquello que se explica sólo dentro de los propios mecanismos compositivos de una obra (vid. página 243 de nuestra tesis). Babbit considera que la contextualidad de estos lieder es tal que pueden ser «fuente de descubrimiento y estímulo para por lo menos medio siglo más» (p. 227). 102 Vid. el análisis de Wolfgang Martin Stroh, «Schoenberg’s Use of Text: The Text as a Musical Control in the 14th Georgelied, op. 15», Perspectives of New Music, vol. 6, n. 2, Spring - Summer, 1968, pp. 35-44. 103 A. L. Ringer, Arnold Schoenberg. The Composer as a Jew, Clarendon Press, Oxford, 1990, p. 49. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura las facetas más esplendorosas del amor naciente, consumado y finalmente acabado en un contexto social en el que la felicidad individual, a pesar de ser extraordinaria e intrínsecamente válida, no debe interferir jamás con el orden establecido. El verdadero drama encubierto detrás de las matas de los jardines colgantes es el del hombre violentamente alienado de sí mismo, de la sociedad en su conjunto y —lo más trágico— de aquellos más queridos por él.104 283 Después del magnífico empleo vocal y pianístico del opus 15, el opus 16 es una obra para gran orquesta en la cual «ya desde los esbozos, Schönberg anota la instrumentación exacta, dado que la melodía y la armonía de sus obras orquestales están ligadas en origen con el timbre».105 Esta va a ser otra de las grandes aportaciones de Schönberg al lenguaje musical contemporáneo, confiriendo a la orquestación un papel estructural, más allá del rol habitualmente secundario y epidérmico que tenía. En las Funf Orchesterstücke opus 16, lo tímbrico va a jugar un papel nuclear, tal como demuestra el hecho de que ya de buen principio la instrumentación está en el mismo orden de cosas que la melodía y la armonía. Así, lo que antes era secundario (el timbre, la orquestación) va a situarse en pie de igualdad con los otros elementos nucleares del hecho compositivo, estableciendo con ellos una relación indisociable de buen principio; algo mucho más importante que el hallazgo de la Klangfarbenmelodie, la melodía de timbres (otra vez relacionando dos parámetros hasta el momento independientes), que Schönberg puso en práctica en la tercera de las piezas, y a la que nos hemos referido en la nota 97 en la página 96. Las Cinco piezas para orquestra, terminadas en 1909, se estrenaron en Londres en septiembre de 1912, sin la presencia del compositor, y suscitaron una recepción bastante negativa por parte del público. Sin embargo, a pesar de la mala acogida, el crítico Ernest Newmann salía más o menos en defensa de Schönberg, apuntando algo sumamente significativo: A pesar de los pesares, me tomaré la libertad de afirmar que Schönberg no es el demente por el que normalmente se le toma [. . . ]. ¿No podría ser que este nuevo compositor perciba en las relaciones entre los sonidos una lógica que para nosotros, los demás, es por el momento simple caos, pero cuyo nexo algún día podría llegar a sernos suficientemente claro?106 p. 43. Wellesz, «Arnold Schönberg et son oeuvre», La Revue Musicale, n. 7, mayo 1923, p. 15. Reimprimido en el número doble 416-417 de La Revue Musicale, 1989, p. 25. 106 Citado por H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 153. 105 E. 104 Ibid., 284 Capítulo 3. La creación de una poética propia Efectivamente, la capacidad de Schönberg para establecer relaciones inauditas y sutiles entre los sonidos era mucho mayor que la de otros compositores de la época y —no digamos— que la del público en general; algo que se debe con toda probabilidad —de forma consciente o no— a la importancia que la noción de relación tenía en su pensamiento y en su forma de actuar. El año 1909 fue un año de extrema creatividad para nuestro autor: además de una ingente producción pictórica, de escribir algunas canciones del opus 15 y de componer el opus 11 y el opus 16, Schönberg escribió en apenas 15 días los más de 400 compases del monodrama Erwartung, op. 17. Es también en 1909 cuando Schönberg, en la hoja en blanco de una carta de Hermann Bahr (vid. figura 3.13 en la página siguiente), «escribe en grandes letras los nombres August Strindberg - Arnold Schönberg».107 Además de la montañosa concomitancia final de sus apellidos (berg-berg), remarcada por el propio Schönberg, el compositor también marca la similitud inicial de los nombres, como si fueran abreviaciones de la tabla periódica de los elementos (el alquímico Au [Aurum] para Strindberg, y el menos noble Ar [Argón] para Schönberg). En un juego de afinidades y correspondencias, Schönberg también juega con la numerología de las letras. Ambos nombres están compuestos por 12 letras distintas. Pero no contento con esta similitud, Schönberg escribe una innecesaria «e» detrás de la «ö» (cuya Umlaut ya proporciona la información fonética de la e), con el propósito de que el número global de letras coincida: 16 para Strindberg y 15+1 para Schönberg. La fascinación de Schönberg por Strindberg se extendió al círculo de amistades del compositor a medida que éste fue adquiriendo la obra completa del dramaturgo sueco que —como él, y esto es muy «expresionista»— no conocía limitaciones de disciplina y basculaba entre la literatura, la música y la pintura.108 Según Stuckenschmidt, en 1909 «la evolución espiritual de Schönberg había seguido caminos afines a los de Strindberg», y la lectura del poeta sueco dio un nuevo empuje creativo a Schönberg, que incluso planeó pedirle un texto.109 Sería la lectura de su Jakob ringt (Jacob lucha) lo que llevaría a Schönberg a escribir Die Jakobsleiter, inspirado 107 H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 197. Estrictamente, lo que está escrito es Schöenberg, tal como puede verse en la figura. 108 Para el papel de la música en Strindberg, vid. E. M. Grew, «Strindberg and Music», The Musical Quarterly, vol. XIX n. 1, 1933, pp. 59-73. 109 Ibid., p. 197 y 199. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 285 Figura 3.13: Carta de Hermann Bahr a Schönberg, de 18.4.1909 también por la Seraphita de Balzac y por el imaginario de Swedenborg (sueco como Strindberg), al que había llegado a través de la teosofía.110 Un mundo, el de Swedenborg, en el que las nociones de mediación y de relación (con las categorías angélicas, las topografías celestes y las correspondencias anímicas) tienen una importancia fundamental, que sin duda alguna contribuyó a afianzar la centralidad de la cuestión de la relación en el pensamiento de nuestro autor, proyectándolo, además, hacia dimensiones espirituales y religiosas que hasta aquel momento no habían suscitado su interés. Por si las concomitancias con Strindberg fueran pocas, las pinturas de los dos artistas comparten una cierta familiaridad, quizás por el hecho de que 110 Vid. el estudio ya citado de B. A. Föllmi, «“Schönberg Ist Theosoph”. Anmerkungen zu einer wenig beachteten Beziehung», International Review of the Aesthetics and Sociology of Music, vol. 30, n. 1, June 1999, pp. 55-63. 286 Capítulo 3. La creación de una poética propia ambos recurrían a la expresión pictórica sobre todo en momentos de crisis personal.111 Las pinturas de Schönberg de esta época (bastante perturbadoras) no sólo tienen afinidad con algunos cuadros de Strindberg, sino que parecen estar en franca consonancia con el espíritu delirante del monodrama Erwartung. Si los lieder del opus 15 escondían la alienación tras las matas de los jardines colgantes, como sugería Alexander Ringer, en Erwartung la alienación sale a la palestra, al poner sobre el escenario a una mujer que busca a su amante en la oscuridad de un bosque (reflejo, sin duda, de la propia oscuridad del subconsciente). Al encontrarlo muerto se da cuenta de que ella misma lo ha matado en un arrebato de celos, lo cual acaba conduciendo —después de hurgar en su interior, en consonancia con la psicología freudiana desarrollada por aquel entonces en Viena— a una clarividencia que «decididamente es como la auto-revelación que se pide a los pacientes durante el psicoanálisis».112 La obra, pues, pone sobre el escenario la problemática relación entre consciente y subconsciente, muy en la línea de la inmediatez expresiva que Schönberg propugnaba por aquella época. Consecuentemente, el texto —escrito por Marie Pappenheim a instancias de Schönberg— es una especie de monólogo interior. El flujo de conciencia de la protagonista encaja a la perfección con la atematicidad de la música, que discurre en una turbadora ausencia de reposo y en un clima de profunda introspección psicológica. La coherencia de la pieza viene garantizada tanto por el texto como por «el efecto unificador de las interrelaciones interválicas» que Schönberg pone en juego (sobre todo con la secuencia re-fa-do ), que conecta la obra —premeditadamente o no— con un lied anterior.113 111 Vid. Ch. Meyer (ed.), Strindberg, Schönberg, Munch. Nordic Modernism in Schönberg’s Vienna Around 1900. Exhibitions Catalogue, Arnold Schönberg Center, Viena, 2008. 112 W. Reich, Schoenberg, p. 53. Bryan R. Simms documenta el caso clínico de la paciente histérica sobre el que se basaba el libreto. Vid. B. R. Simms, The Atonal Music of Arnold Schoeberg. 1908-1923, Oxford University Press, 2000, pp. 89-99. Es relevante, también, la aportación previa de L. Wickes, «Schoenberg, Erwartung, and the Reception of Psychoanalysis in Musical Circles in Vienna until 1910/1911», Studies in Music, n. 23, 1989, pp. 88-106. 113 H. H. Buchanan, «A key to Schoenberg’s Erwartung (op. 17)», American Musicologial Societey Journal, vol 20, n. 3, Fall 1967, p. 442. En virtud de estas relaciones motívicas, Buchanan afirma que se puede hablar de tematicidad en Erwartung, y conecta su material compositivo con el lied «Am Wegrand» op. 6 n. 6, con el que guarda similitud argumental. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 287 Es en este monodrama donde Schönberg —como ya hemos visto— pretende «representar a cámara lenta todo lo que ocurre durante un único segundo de máxima excitación espiritual» (SI, p. 105), en consonancia con la creencia expresionista de la época según la cual hay que eliminar los «intermediarios sensuales» de los que hemos hablado ya en el apartado 1.5.1. La descomunal rapidez de escritura de Erwartung es la mejor prueba de la voluntad schönberguiana de reducir al máximo la distancia entre la idea musical y su realización. Dos cartas a Ferruccio Busoni del 18 y del 24 de agosto de 1909 (esto es, nueve y tres días antes de empezar a escribir Erwartung) inciden en esta cuestión, y contienen unas confesiones estéticas que tienen visos de manifiesto. El 18 de agosto de 1909, a propósito de las Tres piezas para piano opus 11, escribía al pianista y compositor: No he conseguido lo que me imaginaba en ninguna de las dos. Probablemente tampoco en la tercera, que pronto acabaré. En algunas piezas orquestales que he escrito recientemente, me he acercado un poco en ciertos aspectos, pero en otros me he vuelto a alejar muchísimo de lo que pensaba que ya había conseguido. Quizás todavía no está al alcance. Quizás necesito todavía mucho tiempo para poder escribir la música a la que me siento impelido, que he presentido durante muchos años, pero que, por ahora, no puedo expresar. Le escribo con tanto detalle porque quiero confesarle lo que esto significa para mí [. . . ]: Deseo la completa liberación de todas las formas. De todos los símbolos de coherencia y de lógica. Así: fuera el «trabajo motívico». Fuera la armonía como cemento o como ladrillo de una arquitectura. La armonía es expresión y nada más que esto. Entonces: ¡fuera el pathos! Fuera las masivas músicas que duran 24 horas; las torres, rocas, y demás chismes edificados y construidos. Mi música debe ser corta. ¡Concisa! en dos notas: no construida, sino ¡¡«expresada»!!114 Erwartung no tiene nada de corta, y su media hora de duración dista mucho tanto de las Cinco piezas orquestales opus 16 como de las aforísticas Seis pe- [9.2.2013]. En traducción inglesa se encuentra en ASR, p. 70. 114 http://www.schoenberg.at/letters/search_show_letter.php?ID_Number=108 288 Capítulo 3. La creación de una poética propia queñas piezas para piano opus 19. Al desestimar «la armonía como cemento o como ladrillo» y abogar por la armonía como «expresión y nada más que eso», Schönberg da al traste definitivamente con la función fundamental que había tenido la armonía en la música clásica occidental: la de generar la arquitectura del discurso, atribuyéndole, en cambio, una función puramente expresiva; es decir, lo más inmediata posible, sin razonamiento de por medio, en una pretensión similar a la de la escritura automática que los surrealistas empezaron a utilizar algunos años más tarde en el París de la década de los 20. Bastante antes que ellos, en 1909, en esta carta a Busoni, Schönberg abominaba ya del «trabajo motívico» y de la «lógica consciente», puesto que no sólo los sentidos no responden a la lógica, sino que sus «asociaciones» (sus interrelaciones, diríamos: y es significativo que Schönberg remarque esta cuestión, cercana a la sinestesia. . . ) tampoco: Es imposible que los hombres tengan sólo una sensación a la vez. Tenemos miles de ellas simultáneamente. Y estas miles no se pueden sumar las unas a las otras, del mismo modo que uno no puede sumar peras y manzanas. Van por separado. Y es este abigarramiento, esta diversidad, esta falta de lógica que muestran nuestros sentidos, esta falta de lógica que tienen sus asociaciones, que se ve en cualquier creciente oleada de sangre y en cualquier reacción sensorial o nerviosa. . . es esto lo que querría tener en mi música. Tiene que ser expresión del sentimiento, tal como el sentimiento realmente es, que nos pone en conexión [Verbindung] con nuestro inconsciente, y no es un cambiazo [Wechselbalg] de sentimientos y «lógica consciente» (ASR, pp. 70-71).115 Sin duda alguna, esta conexión (o relación) con el inconsciente es lo que Erwartung evidencia tanto encima del escenario como en su propio proceso de composición. Y temáticamente, es de lo que tratará también la ópera Die glückliche Hand (1910-1913), que constituye su obra de arte total en sentido más wagneriano del término.116 Efectivamente, para esta ópera Schönberg escribe el libreto, la música, diseña los decorados, planifica la iluminación, etc., pro- 115 Ibidem. A pesar de abogar por la falta de lógica, las composiciones de esta época están fuertemente cohesionadas, probablemente porque —tal como decía Schönberg— «mi sentido de la forma, modelado a partir de los grandes maestros, y mi lógica musical, que ha sido probada en tantas y tantas ocasiones, garantizan forzosamente que lo que escribo es formal y lógicamente correcto incluso si yo no me doy cuenta de ello» (SP, p. 59). 116 Vid. J. C. Crawford, «Die glückliche Hand: Schoenberg’s Gesamtkunstwerk », Musical Quarterly, vol 60 n. 4, octubre 1974, pp. 583-601. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 289 curando que todos los elementos de la obra estén en una interrelación tal que produzca en el espectador una abigarrada asociación de percepciones. Para conseguirlo —claro está— la pretendida y deseada inmediatez de la escritura ya no basta, sino que hay que retrabajar unos elementos en función de los otros. A pesar de la voluntad de prescindir de la «construcción» de las obras para que estas sean «expresión» directa de lo sentido, Schönberg pronto se dará cuenta de que esto no es posible en modo alguno, y la composición de Die glückliche Hand se alargará durante un buen tiempo. Al fin y al cabo, la rapidez de escritura (de modo casi automático o en trance) no asegura una mayor fidelidad a la idea, ni una mayor capacidad expresiva. Guste o no, las mediaciones son necesarias en el proceso de creación humano, a diferencia de lo que pasa en la creación divina citada por Schönberg en varias ocasiones, donde el «¡Hágase la luz!» lleva a la existencia de la luz «a la par y en su última perfección» (SI, p. 215).117 Die glückliche Hand (que podría traducirse como La mano venturosa, La mano feliz o La mano afortunada) trata eminentemente de las relaciones humanas (hombre/mujer, individuo/sociedad. . . ) y del rol del artista como mediador entre lo espiritual y lo material. Si en Erwartung la protagonista única era una mujer, aquí el personaje central es un hombre que «manifiesta de principio a fin la misma actitud: fijado en su mundo interior, no puede percibir el mundo exterior».118 La dualidad entre mundo interior y mundo exterior que se presenta en escena es la transposición argumental del «problema de la idea irrepresentable, presente aquí como el inevitable fracaso de los intentos de llevar a cabo las aspiraciones personales y artísticas en un mundo material hostil e incomprensivo».119 El milagro acarreado por el Hombre al forjar de un solo golpe de martillo una diadema de inigualable belleza (¿una referencia al anillo del Nibelungo?) es un alegato a favor de la inmediatez expresiva, y parece ser también una reivindicación de la tarea del artista verdadero frente al artista como artesano. Así, «la polaridad entre la labor repetitiva de un artesano y la creación milagrosa del genio refleja la convicción de Schönberg de que una obra también, SI, p. 24. Lassus, «Une poétique de la dualité», en J. Caullier (ed.), «C’est ainsi que l’on crée. . . ». A propos de La main heureuse d’Arnold Schoenberg, Presses Universitaires du Septentrion, Villeneuve d’Ascq Cédex, 2003, p. 213. 119 J. Auner, A Schoenberg Reader, p. 81. 118 M.-P. 117 Vid., 290 Capítulo 3. La creación de una poética propia de arte tiene que ser creada completamente formada, no como un ensamblaje de partes constituyentes».120 Esta conexión literalmente “de golpe y porrazo” entre el mundo de lo inmaterial (de la idea) y el mundo de lo material (el de la realización) irritará —¡cómo no!— a los laboriosos artesanos que rodean al Hombre, que ven insultado su oficio. La réproba hostil de los artesanos deja al genio en situación de incomprensión y soledad: algo bastante similar a lo que debía sentir Schönberg ante las nada benevolentes críticas de la época. Esta situación de soledad se acentúa cuando la Mujer abandona al Hombre por el apuesto y refinado Gentleman, en lo que (además de una recreación del affaire Gerstl)121 parece ser una crítica al éxito del pseudo-artista preocupado exclusivamente por el estilo en términos esteticistas, en vez de ocuparse de la correspondencia honesta entre la idea y su representación, que es lo que permite al genio forjar de un solo golpe una creación. Algo francamente venturoso, afortunado y feliz, que está al alcance de muy pocas manos. Al tratar la cuestión de la correspondencia entre idea y representación, Die glückliche Hand anticipa en gran medida uno de los conflictos centrales de Moses und Aron, donde Schönberg abordará el problema de la irrepresentabilidad de Dios y de la imposibilidad de transmitir adecuadamente el mensaje de la revelación. Además, será en Die glückliche Hand donde Schönberg utilizará por primera vez un doble coro de 6 voces que cantan y 6 voces que hablan, que volverá a utilizar en su ópera bíblica para representar la “voz de Dios”. Todo ello permite concluir que a través de la explicitación de la distancia entre lo espiritual y lo material, Die glückliche Hand «no sólo presagia la posterior e incompleta Die Jakobsleiter, sino que [. . . ] enhebra por primera vez en la carrera de Schönberg un buen número de hilos que serían de gran importancia 120 J. Auner, «“Heart and Brain in Music”. The Genesis of Schoenberg’s Die Glückliche Hand, en Brand, Juliane / Hailey, Christopher (ed.), Constructive Dissonance. Arnold Schoenberg and the Transformations of Twentieth-century culture, University of California Press, Berkeley, 1997, p. 114. 121 Manuel Gervink, «Autobiografische Musik: Die Glückliche Hand», en Ibid., Arnold Schönberg und seine Zeit, Laaber, Regensburg, 2000, pp. 151-165, remarca que Die glückliche Hand fue empezada el 11 de octubre de 1908, justo después de los acontecimientos sentimentales del verano, que quedan así incorporados al libreto. Gervink también considera que Erwartung (escrita un año después, en verano de 1909) tiene una cierta dimensión autobiográfica. Cf. también A este respecto cf. también J. Meyerowitz, Arnold Schönberg, Colloquium, Berlin, 1967, p. 16. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 291 para él tanto como hombre como como creador».122 Después de varios intentos fallidos de libreto, Die glückliche Hand será la primera composición con texto propio, en la cual Schönberg canalizará sus inquietudes sobre la distancia entre lo espiritual y lo material que le «preocupaban no sólo a [él], sino que eran sentidas por muchos pensadores de la época» como Hofmannsthal, Kandinsky, Kokoschka, Dehmel o Stefan George.123 Esta disociación entre dos mundos ya anticipada en el libreto Aberglaube de 1901, así como la posibilidad de establecer o no una relación entre ellos, es también una de las características fundamentales de la Seraphita de Balzac, de las disquisiciones de Swedenborg y del Jacob lucha de Strindberg, que Schönberg descubriría en esta época (entre 1909 y 1912), y que serán el punto de partida de La escalera de Jacob. Con este oratorio, Schönberg dará un gigantesco paso adelante no sólo en cuanto a técnica compositiva (avanzando ya hacia el dodecafonismo) sino a nivel de pensamiento, pasando «de textos expresionistas (“ich”) a aquellos que representan un cuestionamiento espiritual de tipo místico, con una fascinación particular por la visión de “Seraphita” de Balzac».124 Este punto va a ser crucial en el desarrollo vital, intelectual y espiritual del compositor; y las incipientes preocupaciones hasta ahora eminentemente estéticas y expresionistas entre mundo interior y exterior, o entre idea y representación tomarán un empuje descomunal al dirigirse también al campo religioso.125 Este viraje hacia lo religioso (cuyas primeras evidencias son Herzgewächse op. 20 de 1911 y los Vier orchesterlieder op. 22, de 1913-1916), parece situar sus raíces hacia 1909 y 1910, cuando Schönberg está en su fructífero periodo atonal y trabaja en la redacción del Tratado de armonía. Siguiendo lo que apuntaba Dika Newlin (vid. página 125) creemos que se da una estrecha vinculación entre lo técnico-musical y lo espiritual-religioso. La importancia que la noción 122 T. Beck, «The Literary Sources of Die Glückliche Hand», Tempo, n. 189, June 1994, p. 17. 123 Ibidem. Beck cita varios fragmentos de estos autores que tratan de la dualidad entre lo material y lo espiritual. 124 P. C. White, Schoenberg and the God-Idea. The Opera Moses und Aron, UMI Research Press, Ann Arbor, 1985, p. 66. 125 Carl Dahlhaus y John Covach hablan de la teología estética de Schönberg. Cf. C. Dahlhaus, «Schoenberg’s Aestetic Theology» en Ibid., Schoenberg and the New Music, Cambridge University Press, 1987, pp. 81-93; J. Covach, «The Sources of Schoenberg “Aesthetic Theology”», 19th-Century Music, vol. 19 n. 3, Spring 1996, p. 252-262. Sin polemizar directamente con ellos, las líneas que siguen presentan nuestro enfoque. 292 Capítulo 3. La creación de una poética propia de relación cobra en el Tratado (a la hora de explicar el funcionamiento del sistema tonal y la naturaleza del sonido), las nuevas relaciones entre los sonidos que sustentan las obras atonales (una vez desaparecidas las relaciones tonales), y la poética expresionista de la relación inmediata entre interior y exterior propia de aquellos años (puesta sobre el escenario en Die glückliche Hand ), va a ser determinante para que la noción de relación sea clave también a nivel espiritual, en tanto que Schönberg se preocupa entonces por la posibilidad de relacionar el mundo de la inmanencia con el de la trascendencia. O viceversa: quizás es gracias a las preocupaciones por la vinculación entre trascendencia e inmanencia (a raíz de las lecturas de Strindberg, Balzac y Swedenborg) que la noción de relación va a ser tan importante a la hora de tratar las cuestiones técnico-musicales de la Harmonielehre (y otros textos posteriores como ZKIF y MG) y resolver los problemas de cohesión de la música atonal. En cualquier caso es indiscutible que la noción de relación va a cobrar desde ahora una dimensión no sólo técnica (como en el Tratado y las piezas atonales) y estética (como en las preocupaciones por la representación de la idea), sino también espiritual. Y las cuestiones epistemológicas y estéticas que encontramos en Aberglaube, en la poética expresionista y en las reflexiones posteriores sobre la vinculación entre el estilo y la idea, tendrán un correlato indiscutible en el terreno de lo religioso y espiritual. El viraje (o la conversión) de Schönberg hacia estas cuestiones tendrá lugar —sintomáticamente, para decirlo con Dante— hacia el «mezzo del cammin di nostra vita», aproximadamente a los 35-40 años. De hecho, si tomamos como referencia exacta la carta a Richard Dehmel de 1912 (vid. página 191), este «mezzo del cammin» se produce exactamente a sus 38 años: justo en el punto medio de los otros 38 que le quedarían por vivir hasta alcanzar los 76. Y justo en el punto en el que empieza a planificar la escritura de su Sinfonía coral, cuyo primer movimiento se titulaba, precisamente, «Lebenswende», esto es, «giro de vida». Ahora bien, esta conversión religiosa no entenderá de credos preestablecidos. Y, así como en el Tratado Schönberg propugna una ética de la búsqueda personal —tal como veremos en breve—, en el terreno espiritual va a seguir también un camino propio. Así, a pesar de estar bautizado como protestante, se alejará de las respuestas preconcebidas que podría darle una confesión en concreto e iniciará un camino de búsqueda individual que quedará reflejado de modo insoslayable en su producción posterior y —particularmente— en el punto culminante que significa la escritura de Moses und Aron. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 293 3.3.4. La Harmonielehre como sello de una etapa: la ética de la búsqueda y la dimensión religiosa Con la muerte de Maher, en 1911, muere toda una época. Aunque de algún modo Richard Strauss la perpetúa, lo cierto es que «es Mahler quien logra que la música profiera su último y desesperado “adiós” al esplendor clásico».126 Tal como dice Enrica Lisciani-Petrini, la música de Mahler era el mejor ejemplo de que «la disgregación [del lenguaje] tonal se ha confirmado: no le queda entre las manos más que un conjunto desgastado de frases hechas, de expresiones convencionales, de “impotentes clisés” (Adorno)».127 Quizás por el final de ciclo que supone la muerte de Mahler, y por la admiración que Schönberg le profesaba, su funeral es propiamente la única escena que encontramos en toda la producción pictórica de Schönberg (figura 3.14), y la única que tiene también una translación musical. Los lacónicos campaneos de la última de las Seis piezas para piano, opus 19 [CD - Pista 14], parecen despedir, con el acorde sol-do-fa (epítomo de las funciones V-I-IV unidas aquí por última vez, junto a sonoridades wagnerianas), la música tonal. Si la muerte de Mahler a los 50 años en mayo de 1911 cerraba un ciclo en la historia de la música, el epitafio parecía ponerlo la aparición de la Harmonielehre de Schönberg en diciembre del mismo año. Schönberg, que contaba entonces con 37 años y que había trabajado en su Tratado desde el verano de 1910 al de 1911, dedicaría las casi 500 páginas del texto, precisamente, a Mahler.128 La Harmonielehre era la guinda que coronaba la gran tradición musical clásica de Occidente, porque Schönberg era —según sus propias palabras— «el último de los compositores modernos que se ha ocupado de la armonía tonal en el sentido de los viejos maestros» (SI, p. 256). Efectivamente, con su ingente producción ensayística y con sus tratados teóricos, Schönberg se ha ocupado del análisis de 126 E. Lisciani-Petrini, Tierra en blanco. Música y pensamiento a inicios del siglo XX, trad. C. del Olmo y C. Rondueles, Akal, Madrid, 1999, p. 22. Podría entenderse que Richard Strauss perpetúa el mundo que efectivamente acaba con Mahler. Es significativo, al respecto, el despiadado comentario que Charles Rosen dedica a Richard Strauss (vid. Ch. Rosen, Schoenberg, Antoni Bosch, Barcelona, 1983, pp. 24-25). 127 Ibidem. Massimo Cacciari lo formula de manera excelente al afirmar que «Mahler, el gran Desillusionierte, [. . . ] todavía muestra la “creatividad” de la propia renuncia» (M. Cacciari, «Schönberg: estetica e etica», en Letterature straniere, Carocci, Roma, 1999, p. 165). 128 Vid. B. R. Simms, «Review of Theory of Harmony by Arnold Schoenberg: Roy E. Carter», Music Theory Spectrum, vol. 4, Spring 1982, pp. 155-162. 294 Capítulo 3. La creación de una poética propia Figura 3.14: Funeral de Gustav Mahler, Óleo sobre lienzo, 43x34 cm., ca. junio 1911 [153] la tradición musical de Occidente en un grado infinitamente mayor que cualquier otro compositor. Y no sólo eso, sino que por la época que le tocó vivir, Schönberg experimentó en sus propias carnes las últimas posibilidades de la tonalidad. Sólo desde este conocimiento profundo, y sólo desde la mirada del teórico que puede observar desde lejos (el θεωρειν al que nos hemos referido en la página 105: la Harmonielehre está escrita en 1910, dos años después de las primeras piezas atonales), se puede hablar como habla Schönberg, haciendo una gran laudatio y una gran expositio de lo que es (desentrañando su esencia) y ha sido la tonalidad. Sólo así, también, uno puede dar pasos adelante, tal como confesaba a Ferruccio Busoni en 1909: Sostengo que uno tiene que haber captado, admirado y tiene que haberse maravillado con los milagros misteriosos de nuestra armonía tonal, con el increiblemente delicado 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura equilibrio de sus valores arquitectónicos y sus matemáticas cabalísticas tal como yo he hecho, para sentir cuando ya no se tiene necesidad de ellos y se precisan nuevos medios (ASR, p. 72). 295 Dejando de lado la cuestión de la arquitecturalidad armónica y la referencia a la cábala (que quizás indica que en 1909 Schönberg estaba más o menos familiarizado con ella),129 hay una cuestión que nos parece sumamente relevante: la capacidad de «captar, admirar y maravillarse» por la que aboga Schönberg supone una conexión entre lógica y sentimiento que quizás no se resaltaba tanto en la enseñanza regular de los conservatorios. El autodidactismo de Schönberg probablemente le hizo conectar estos dos ámbitos, y le llevó a descubrir por su cuenta no sólo lo que se enseñaba en las escuelas, sino probablemente mucho más, inoculándole también el veneno de la importancia de buscar siempre por medios propios. Con su aprendizaje autodidacta, Schönberg aprendió a deducir los procedimientos compositivos directamente de las obras clásicas, en vez de aplicar la sarta de normas desencarnadas que se transmitían en los conservatorios. Toda esta experiencia, pues, le situaba en una posición privilegiada para enseñar; y, consciente de esta peculiaridad, se hacía valedor de ello: Por la singularidad de mi desarrollo artístico (que, partiendo de los maestros clásicos me ha llevado consecuentemente —como he de admitir— a las primeras filas de los modernos), así como por mi franca inclinación a dedicarme a cuestiones teóricas, creo ser adecuado para comunicar a los jóvenes lo que de otro modo no conocerían (ASL, 6). Al lado de estos argumentos para solicitar una plaza de profesor en la Academia de Viena, también afirmaba sin tapujos que «por mi naturaleza estoy destinado a la enseñanza, y por eso busco un campo de acción» (ASL, 6). En 1910, cuando escribe la carta y empieza a trabajar en la Harmonielehre, Schönberg tenía suficiente experiencia docente, al haber ejercido como docente en el Conservatorio Stern de Berlín (1902-1903), en la escuela Schwarzwald de Viena (1903-1904), y haber formado a una veintena de alumnos a nivel privado, entre los cuales se encontraban no sólo Alban Berg y Anton Webern, sino muchos otros músicos que harían una notable carrera como intérpretes o directores.130 129 El artículo más explícito sobre esta cuestión (J. Allende-Blin, «Arnold Schönberg und die Kabbala. Versuch einer Annäherung», en Musik-Konzepte. Sonderband Arnold Schönberg, ed. H.-K. Metzger / R. Riehn, diciembre 1980, pp. 115-145) no da ningún detalle cronológico sobre la conexión de Schönberg con la cábala. 130 Cf. L. Stein, «Schoenberg as Teacher», en W. Bailey (ed.), The Arnold Schoenberg 296 Capítulo 3. La creación de una poética propia En gran medida, la Harmonielehre salía de la compilación de los ejercicios y enseñanzas desarrollados a lo largo de estos años de clase, tal como resulta evidente tras comparar las libretas de apuntes de Berg y el libro publicado. El propio «Prólogo» de la obra no amaga este hecho y empieza con la conocida frase: «Este libro lo he aprendido de mis alumnos» (HL, p. xxiii). Esta afirmación, que ahora puede sonar a tópico, no debía serlo en un contexto en el cual la enseñanza era generalmente ex cathedra y el profesor tenía un estatuto casi infalible. La frase tenía, pues, su sentido más pleno y honesto, y debía reflejar verdaderamente la concepción de la enseñanza de Schönberg, bastante distinta de lo que debía ser habitual. Esta forma de enseñar de Schönberg resultaba peculiar y atractiva a sus alumnos, si hacemos caso de los comentarios de algunos de ellos en el volumen conmemorativo publicado por Piper & Co. en 1912. Heinrich Jalowetz, por ejemplo, afirmaba que en sus clases, todas las enjutas leyes artísticas que se encuentran en los viejos manuales o que se escuchan en boca de malos profesores, parecen en cambio nacer directamente de la idea que se presenta en aquel momento. [. . . ] Así, para el alumno, cada paso en el camino de su instrucción se vuelve una experiencia excitante que permanece firmemente anclada en el fondo de su alma. [. . . ] Schönberg, como cualquier buen profesor —y esto es lo más remarcable en una personalidad tan fuerte— tiene el don de ajustarse a la individualidad de todos y cada uno de sus discípulos de tal modo que dos discípulos jamás son guiados por el mismo camino de manera similar. El maestro no se atiene a un método particular, sino que llega contínuamente a él a través del alumno.131 La manera de enseñar de Schönberg —según sus alumnos y según lo que leemos tanto en la Harmonielehre como en otros textos tales como «The blessing of the dressing» (SI, p. 382-386)— no tiene nada que ver con la aplicación de recetas preconcebidas, sino que sale de la relación directa del profesor con el alumno y con el material trabajado, en un paradigma bastante similar al que encontramos tanto en el jasidismo como en otras tradiciones sapienciales.132 Así, Schönberg recomienda al alumno formularse cuestiones a sí mismo en el Companion, pp. 251-257. Para una cronología de la tarea docente de Schönberg, cf. W. Langlie, Schoenberg as Teacher, PhD, University of Los Angeles, 1960. 131 H. Jalowetz, «The Harmonielehre», en W. Frisch (ed.), Arnold Schoenberg and His World, p. 255. 132 Jordi Pons, Arnold Schönberg. Estética, ética, religión, Acantilado, Barcelona, 2006, p. 71, refiere un bonito paralelismo entre un texto de Schönberg y un relato jasídico antologizado por Martin Buber. Aunque estas concomitancias no bastan para afirmar que Schönberg se sintiera heredero de la tradición jasídica, sí resulta significativo que Schönberg sienta como propias —conscientemente o no— algunas de sus enseñanzas. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 297 proceso de realización de los ejercicios, porque así «estará trabajando con la reflexión, con una reflexión rápida y con plena consciencia, en vez de trabajar con las pocas nociones que haya aprendido de memoria» (HL, p. 41). Esta atención individualizada (que rehuye cualquier método preestablecido y hace, en cambio, que el método salga de cada situación concreta) y esta continua formulación de preguntas parecen estar conectadas con una ética que puede calificarse como una «ética de la búsqueda»: una ética que no tiene un contenido fijo, sino sólo el imperativo de ir hacia adelante por el camino propio. Más que dar instrucciones, en sus clases y en su Tratado Schönberg “orienta” de modo un tanto análogo a la dimensión orientadora que tiene la figura de la «estrella» en la filosofía de su contemporáneo Franz Rosenzweig (particularmente en La estrella de la redención). Así, en su Tratado, Schönberg da algunas indicaciones y reglas, pero no las eleva a la categoría de leyes intocables. Porque, probablemente a causa de su autodidactismo y de sus análisis de primera mano de la literatura musical, Schönberg se dio cuenta de que aquello que en un periodo parecía ser una prohibición inquebrantable, en otra pasa a ser un procedimiento habitual. Así, su Tratado de armonía no incurre «en el serio malentendido que se da habitualmente en estos tratados, que consiste en olvidar que se trata sólo de normas [rules], que después conducen a la ambición de convertirlas en leyes [laws]».133 Ante la realidad histórica de la evolución estética, a Schönberg no le cabe la menor duda de que las leyes son temporales y que no tienen, por lo tanto, una dimensión intocable.134 O, en sus propias palabras, llenas de socarronería: «una ley eterna es relativamente inofensiva, ya que unas pocas excepciones dan al traste en un abrir y cerrar de ojos con la ley y con la eternidad» (HL, p. 43). Por lo tanto, no tiene sentido fundamentar la enseñanza sobre ellas, sino que es mejor basarla en los problemas y situaciones que dieron lugar a la aparición de tales leyes. Es por ello que el Tratado está repleto de consideraciones y disquisiciones que van mucho más allá de lo musical, hasta el punto que Erwin Stein, en 1923, decidió comprimir el libro entero en un Praktischer Leitfaden zu Schön- 133 M. P. Philippot, «Arnold Schoenberg and the Language of Music», Perspectives of New Music, vol. 13 n. 2, Spring-Summer, 1975, p. 21. En este sentido es relevante la distinción entre sistema y método que hará Schönberg al hablar del dodecafonismo. 134 Ésta es una de las lecturas que se pueden extraer de la ruptura (y no restitución) de las tablas de la ley escenificada en Moses und Aron. Vid. infra, el apartado 4.3.3. 298 Capítulo 3. La creación de una poética propia bergs Harmonielehre.135 Estas consideraciones convierten al Tratado en un texto donde Schönberg expone tanto su Weltanschauung como sobre todo sus convicciones éticas, que se asientan sobre la idea de que lo fundamental en la condición humana es la búsqueda. Así, en la primera página del «Prólogo» leemos ya: El profesor debe tener el valor de equivocarse. No debe presentarse como un ser infalible que todo lo sabe y que nunca yerra, sino como una persona incansable que busca siempre y que, quizá, a veces encuentra algo. ¿Por qué querer ser semidioses? ¿Por qué no, mejor, hombres completos? [. . . ] Así ha nacido este libro. De las faltas que mis alumnos cometían —a causa de mis instrucciones insuficientes o erróneas— he aprendido a darles la orientación justa. Las soluciones alcanzadas confirmaban el acierto de mis intentos sin llevarme a la superstición de creer que con ellas había resuelto realmente los problemas (HL, pp. xxiii-xxiv). Así, las soluciones alcanzadas son válidas, pero no definitivas, ya que no resuelven los problemas. De modo que los problemas —parece decir Schönberg— existen no para que se encuentre la solución, sino para que se encuentre la solución. Es decir: para generar inquietud. Esta inquietud (generada por la falta de certezas pétreas y firmes) tiene que ver en cierta medida con la noción religiosa de la in-firmitas (la enfermedad, etimológicamente), que sitúa al hombre ante la necesidad de iniciar un camino de salvación (etimológicamente, de salud). Así, la ética de la búsqueda no sólo queda conectada con la pedagogía, sino con una particular concepción religiosa que, sin embargo, está lejos de la que podía ofrecerle la iglesia protestante a la que pertenecía desde su bautismo en 1898. Más bien Schönberg se sentirá próximo a una religiosidad alejada del confesionalismo y de la severidad de la ley, cercana en cambio a la indagación perenne, al deseo inextinguible de conocimiento y a la ausencia de un decálogo. Una religiosidad notablemente similar a la orientación mística de la Seraphita de Balzac que Schönberg leyó en aquella época (como tarde, a principios de 135 Cf. E. Stein, Praktischer Leitfaden zu Schönbergs Harmonielehre: ein Hilfsbuch für Lehrer und Schüler, Universal, Viena, 1923. Vid. también el relevante prefacio de Roy E. Carter en la primera traducción completa del Tratado al inglés: R. E. Carter, «Translator’s Preface» en A. Schoenberg, Theory of Harmony, trad. R. E. Carter, Faber and Faber, Londres, 1978, pp. xiii-xxi. La primera traducción se hizo siguiendo los recortes propuestos por Stein: R. D. W. Adams, «Translator’s Preface» en A. Schoenberg, Theory of Harmony, trad. R. Adams, Philosophical Library, Nueva York, 1948, p. xi. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 299 1912)136 y que consideraba como «el libro más espléndido que existe».137 Esta dimensión religiosa cobraría importancia paulatinamente hasta que en 1922 confesara a Kandinsky que «en estos 8 años» (de 1914 a 1922) se había «visto siempre ante nuevas dificultades, frente a las cuales era impotente todo pensar, todo sentir, toda energía, toda idea». Y que, «aunque sin todas las ataduras de la organización [. . . ] la religión [. . . ] fue en estos años mi único sostén» (ASL, 42). Pero incluso antes de 1914 (momento en el cual la religión —según Schönberg— pasa a ser su «único sostén»), varias consideraciones de la Harmonielehre parecen tener ya una clara orientación religiosa. Incluso hay quien relaciona la primera frase del «Prólogo» («Este libro lo he aprendido de mis alumnos») con la tradición sapiencial judía que «atribuye a Rabbi Chanina esta conocida frase del Talmud: “He aprendido mucho de mis maestros, pero todavía más de mis alumnos”».138 Al fin y al cabo, esta ética de la búsqueda está en gran medida emparentada con el mandato cabalístico de que «vivir es siempre ir más allá»,139 y se sustenta en una especie de orden superior que garantiza que «el que se esfuerce, encontrará el camino; y lo encontrará de manera que justifique su uso» (HL, p. 492). Este tipo de consideraciones aparecen a lo largo y ancho del texto, pero es en el «Prólogo» donde Schönberg abunda en su exposición magistral de lo que considera fundamental en el ser humano. Para el compositor, el hombre es —o tiene que ser—, sobre todo, un homo quaerens: Creo que así no nos ha ido mal ni a mis alumnos ni a mí. Si me hubiera limitado a decirles lo que yo sabía, ellos hubieran aprendido eso y nada más. Así quizá sepan incluso menos. Pero saben de donde puede venir el conocimiento: ¡de la búsqueda! ¡Espero que mis alumnos busquen! Porque han llegado a saber que se busca sólo para buscar. Que el encontrar es, en efecto, la meta, pero que muy a menudo puede significar también el final de esa tensión fructífera (HL, pp. xxiii-xxiv). Esta incitación a la búsqueda —tan artúrica y grialesca— no puede entenderse 136 Cf. H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 152; y J. M. Christensen, Arnold Schoenberg’s Oratorio Die Jakobsleiter, PhD, University of California, Los Angeles, 1979, p. 10. 137 Carta a Alma Mahler del 11 de noviembre de 1913, transcrita en N. SchoenbergNono (ed.), Arnold Schönberg 1874-1951. Lebensgeschichte in Begegnungen, Ritter Verlag, Klangefurt, 1998, p. 125; citado por B. R. Simms, The Atonal Music of Arnold Schoenberg. 1908-1923, Oxford University Press, 2000, p. 151. 138 J. C. Gallard, Le dernier Schoenberg: synthese et depassement, Université Paris VIII, Thèse, 2005, p. 291. 139 M.-A. Ouaknin, Mystères de la Kabbale, Assouline, París, 2004, p. 12. 300 Capítulo 3. La creación de una poética propia como algo desligado de lo que Schönberg considera propio del artista, que es la necesidad (y capacidad) de autoexpresión. Schönberg habla profusamente de ello tanto en la Harmonielehre (vid., por ejemplo, las páginas 407, 417, o 476-477 de la edición española), como en el artículo de 1911 «Problemen der Kunstunterrichts», al que ya nos hemos referido. De ambos textos (y de muchos otros, como los artículo sobre Mahler o sobre Liszt) se deduce que es la necesidad de autoexpresarse lo que lleva a seguir un camino propio independientemente de lo establecido por el contexto y por las modas pasajeras (algo que Schönberg criticará en Die glückliche Hand, que estaba barruntando ya cuando escribía el Tratado). Porque si se sigue un camino ya andado por otros, no se puede producir la autoexpresión.140 Este mandato de la búsqueda perpetua y de la autoindagación tiene, además de la conexión con el mundo artúrico, una innegable conexión con el mundo cabalístico. No sólo por la exhortación vital de la cábala de «siempre ir más allá», sino por la coincidencia entre su conocida dimensión combinatoria y lo que Schönberg recomienda al decir que lo que deben hacer los humanos cuando quieran encontrar algo es meditar, combinar. Lo cual fue causa de muchos extravíos, pero quizá también llevó a algunas verdades; esto es lo que los humanos tienen que hacer cuando la intuición no les ayuda: servirse de las muletas para andar, de las gafas para ver, llamar en su auxilio a las matemáticas y a la combinatoria (HL, p. 376). Por este aire grialesco y cabalístico, la exhortación al movimiento de Schönberg puede entenderse como una actitud propia del mundo religioso; pero no en tanto que un mundo confesional, sino similar a la relectura que de él hicieron, por ejemplo, Martin Heidegger y Franz Rosenzweig en las primeras décadas del siglo xx. En gran medida, la ética de la búsqueda formulada por Schönberg en 1911 en la Harmonielehre parece guardar ciertas similitudes tanto con la heideggeriana «faktische Lebenserfahrung» (experiencia fáctica de la vida) formulada en las lecciones de 1920/1921, como con la «erfahrende Philosophie» (filosofía experiencial o filosofía experimentante) que Rosenzweig plasmó en La estrella de la redención (1917-1919).141 Muy brevemente: para Heidegger sólo 140 Esto conecta con la dialéctica artesano-artista, de la que Schönberg habla en el ya mencionado «Problemen der Kunstunterrichts» (SHGS, pp. 58-63 / SI, pp. 365-369). 141 Cf. M. Heidegger, Introducción a la filosofía de la religión, trad. J. Uscatescu, Siruela, Madrid, 2005; F. Rosenzweig, El nuevo pensamiento, trad. I. Reguera, Visor, Madrid, 1989; Ibid., La estrella de la redención, trad. M. García-Baró, Sígueme, Salamanca, 1997. Por 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 301 si uno anda concienzudamente el camino propio puede tener experiencia factual de su existencia; mientras que para Rosenzweig sólo un «nuevo pensamiento» fruto de la experienciación propia del tiempo puede encauzar la existencia. En palabras de Schönberg: «el impulso más noble de todos, el impulso de conocer, nos impone el deber de buscar» (HL, p. 2). Y buscar es algo que sólo puede hacerlo cada uno por su cuenta, aunque esto no significa prescindir de lo que nos ha legado la tradición y la historia (HL, pp. 490 y ss.) Porque si a alguien le viene algo enseñado, ya no lo busca. Este deber de buscar es también lo propio del mundo artístico, puesto que al artista (tal como veíamos al hablar de MG) no se le puede enseñar el qué sino el cómo lo han hecho otros. O, tal como se lee hacia el final de la Harmonielehre: «la enseñanza que ha de recibir un artista podría ser, sobre todo, ayudarle a escucharse a sí mismo» (HL, p. 492). Porque, al fin y al cabo, como había dicho ya en aquel aforismo de 1909, «La autoobservación es el único camino verdadero hacia el aprendizaje» (SHGS, p. 28). En definitiva: noscete ipsum. Enseñar arte (he ahí los «Problemas de la enseñanza artística») resulta tan difícil como enseñar a vivir; pero el Tratado (en una wittgeinsteiniana conexión entre estética y ética) no se amedrenta a la hora de hacerlo. Schönberg encuentra su aliado en la propia naturaleza del sonido que (en tanto que es una frecuencia oscilatoria en relación con sus armónicos) «es capaz de progreso, es decir, que en él subyace el movimiento» (HL, p. 376). De ahí que el arte permita dar lecciones de vida, en tanto que la vida es en esencia movimiento (vid. HL, p. 31 o pp. 197-198). Pero, a la vez, es precisamente este continuo movimiento lo que hace que cualquier ley y cualquier mandamiento resulten perecederos y, por lo tanto, estériles. A menos que se obedezca el imperativo categórico de la ética de la búsqueda (Schönberg), de experienciar fácticamente la vida (Heidegger), o de adscribirse a un nuevo pensamiento que provenga de la filosofía experiencial (Rosenzweig). Acaso tres maneras distintas de decir casi lo mismo, durante la misma década. Pero la Harmonielehre no es un tratado de ética, sino de armonía; un Tratado en el cual —en opinión de Heinrich Jalowetz— Schönberg guía al alumno perfectamente a través de la organización meticulosa de los contenidos, sobre cuestiones obvias de alcance de nuestro trabajo no podemos entrar con mayor detalle en estas cuestiones. 302 Capítulo 3. La creación de una poética propia todo a la hora de explicarle la modulación y la cadencia: el rigor y la objetividad extraordinarios con los que Schönberg guía al alumno paso a paso distingue sobre todo los capítulos que tratan de la cadencia y de la modulación. Al alumno no se le enseñan las maniobras usuales practicables por las cuales puede modular a cualquier sitio sin titubeos, sino que se le contiene para que aborde la modulación de forma planificada. Así, se desarrolla un sistema muy riguroso, basado en las relaciones tonales más simples, a través de las cuales el alumno aprende a realizar modulaciones en las cuales cada acorde tiene significado y en las cuales se pone de manifiesto una construcción bien pensada. Paso a paso se le hacen accesibles relaciones más amplias, sin perder de vista la meta final del proceso. [. . . ] Relaciones similares a las que se han establecido en la modulación van a utilizarse para enriquecer la cadencia. Éstas saltan ahora al primer plano, proporcionando sistemáticamente mayores posibilidades a su expansión, de modo que el resultado final es una imagen plástica de la infinita riqueza de relaciones dentro del ámbito de la tonalidad.142 Una modulación no es sino el paso adecuado de una tonalidad a otra. Enseñar a modular significa, pues, enseñar a establecer un puente entre las tonalidades implicadas; es decir, trazar una relación entre ellas: es algo que —por decirlo de algún modo— va de soi. Ahora bien, lo que Jalowetz remarca es que, a la hora de modular, Schönberg hace hincapié en la manera de trazar esta relación, de tal modo que esta relación sea coherente y lógica, resultado de una «planificación». A diferencia de lo que sucedía en la música hipercromatizada de, por ejemplo, Max Reger (basada en «saturar de prisa las fluctuaciones tonales»),143 Schönberg insiste en que «la soldadura, la transición, no puede ser brusca ni demasiado breve».144 Porque, según sus propias palabras, «lo esencial en una modulación no es la meta, sino el camino» (HL, p. 187). Así, desde el conocimiento exhaustivo de las relaciones tonales más básicas, se puede acabar explorando —como decía Jalowetz— «la infinita riqueza de relaciones dentro del ámbito de la tonalidad». Schönberg, pues, tiene un especial interés en que sus alumnos presten atención a la naturaleza de las relaciones, porque la tonalidad —como ya hemos visto sobradamente en la sección 1.7— es, principalmente, un sistema de relaciones. No insistiremos más sobre esta cuestión, ni sobre el hecho distintivo de que Schönberg hable de la naturaleza del sonido puntualizando las relaciones 142 H. Jalowetz, «The Harmonielehre», en W. Frisch (ed.), Arnold Schoenberg and His World, p. 235. 143 R. Barce, «Prólogo» en M. Reger, Contribuciones al estudio de la modulación, trad. R. Barce, Real Musical, Madrid, 1978, p. 16. 144 Ibid., p. 15. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 303 entre la fundamental y sus armónicos (algo de lo que ya hemos hablado también en la sección 1.7), o de que en su manera de enseñar no aplique recetas preconcebidas, sino que los resultados salgan de la relación directa, inmediata, con los alumnos y con el material de trabajo. Todo ello basta para asegurar que la noción de relación ocupaba un lugar central en su pensamiento. Ahora bien, más allá de estas cuestiones, resulta sorprendente que la noción de relación subyazca implícitamente en muchas de sus reflexiones, le sirva para explicar los fenómenos más diversos y aflore en multitud de circunstancias; a veces, incluso, como muletilla. No es este el lugar para señalar todos los lugares del Tratado en los que la noción de relación se pone en juego, dado que en muchos de ellos no cabe otra palabra para expresar lo que Schönberg expresa y el uso del término relación digamos que va de soi. Sin embargo, una lectura del texto a la caza de esta palabra da un resultado sorprendentemente abultado y atestigua que el término es utilizado para tratar cuestiones que muchas veces podrían formularse perfectamente sin recurrir a esta noción. El abundante empleo del término, así como su uso tanto en consideraciones de hondo calado (de filosofía de la percepción o de juicio estético) como en otras consideraciones más técnicas y superficiales, demuestra que hacia 1910-1911 la noción de ‘relación’ estaba ya bien arraigada en la forma de pensar de nuestro autor, tal como puede verse en los pasajes que —a modo de ejemplo y sin mayor comentario— citamos a continuación: [Sobre el funcionamiento de la percepción]: La percepción sensible provoca asociaciones y relaciona el sonido, el oído y el mundo sensorial. De la acción conjunta de estos tres factores depende todo lo que en música hay de arte (HL, p. 14). [Sobre la conexión de las facultades perceptivas con el mundo físico]: Y también es seguro que el mundo sensorial está en relación con ese complejo total de los armónicos (HL, p. 16). [Sobre los grados tonales]: De momento es importante notar que estos tres sonidos están en una relación muy estrecha, están emparentados (HL, p. 20). [Sobre la libertad en el tratamiento de las disonancias]: Pronto crece la necesidad de saber algo más sobre estas cosas, de conocerlas de manera que se comprendan como una ordenación, como un sistema de relaciones recíprocas (HL, p. 104). [Sobre la comprensibilidad de las composiciones tonalmente ampliadas]: Una pieza musical es comprensible aunque la relación con la fundamental no sea puesta en primer término e incluso aunque la tonalidad se mantenga, por decirlo así, fluctuante (HL, p. 145). 304 Capítulo 3. La creación de una poética propia [Sobre las dominantes secundarias]: El II grado contiene la sensible del mixolidio, el III la del eolio, el VI la del dórico y el VII la del frigio (esta última forma se usaba raramente porque la relación con el sonido fundamental se perdía fácilmente) (HL, p. 203). [Sobre la vinculación de ritmo y armonía]: Podría intentarse relacionar las numerosas, las innumerables maneras en que ritmo y armonía se interfieren, y ordenarlas basándose en sus rasgos comunes. Pero dudo mucho de que pudiera encontrarse un principio común unitario. Creo que sería tan difícil como si alguien quisiera encontrar una clave para todas las posibilidades de relación entre la luz y la sombra de un objeto determinado a todas las horas de día y en todas las estaciones del año (HL, p. 235). [Sobre las proporciones rítmicas]: Es comprensible que las combinaciones rítmicas se sirvan de las relaciones numéricas más simples de nuestro sistema de medida (HL, p. 238). [Sobre la anchura de la capacidad de percepción y la vinculación entre micro y macrocosmos: la noción de relación está implícita]: La capacidad de reconocer la afinidad entre elementos alejados entre sí depende principalmente de la inteligencia y de la perspicacia del observador. El ser más primitivo en cuanto al conocimiento y a la sensibilidad considera sólo como suyos a sus miembros y a sus sentidos. El que está en un nivel más alto incluye también a la familia que de él se origina. En un grado mayor de elevación surge el sentimiento comunitario de la fe en la nación y en la raza propias, pero sólo quien está en la máxima altura de inteligencia y sensibilidad extiende ese amor fraterno a toda la especie, a la humanidad entera, al universo. Convirtiéndose así en una partícula de algo infinitamente grande, se encuentra (por curioso que parezca) más a menudo y más perfectamente a sí mismo que el que limitaba su amor a sí propio (HL, pp. 263-264). [Sobre la afinidad de los acordes]: De alguna manera, todos los acordes poseen entre sí alguna afinidad, lo mismo que todos los hombres. Que constituyan familia, nación o raza no deja de tener un interés, pero esto es accesorio al lado del concepto de género, que abre perspectivas muy distintas de las de las relaciones específicas (HL, p. 270). [Sobre el cambio de paradigma modal-tonal-cromático]: Quizá es una tendencia inconsciente hacia la sencillez lo que conduce aquí a los músicos, pues la sustitución de los modos mayor y menor por la escala cromática es sin duda un paso en ese sentido, como lo fue la sustitución de los siete modos eclesiásticos por dos únicas escalas, mayor y menor: una relación más unitaria sin que disminuya el número de las posibilidades de relación (HL, p. 292). [Sobre la ortografía de los acordes en virtud de su marco tonal]: Hay que referirse a la tonalidad en que está el pasaje en el que nos encontramos en cada momento más que intentar la referencia a la tonalidad de partida de la pieza; y tratar de relacionar ortográficamente los enlaces con esa presunta tonalidad (HL, p. 307). [Sobre los principios y finales de verso de los corales]: Hay que contar también con el comienzo. No sólo con el comienzo en sí, sino también con la relación de éste con la conclusión precedente. Esta relación debe ser tal que el calderón no establezca una ruptura, de manera que la armonía continúe ininterrumpidamente como si no existiera el calderón. Los dos acordes que buscamos deben, pues, estar en una relación de continuidad (HL, p. 349). 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura [Sobre lo que caracteriza la verdadera obra de arte]: En la verdadera obra de arte, la relación de los acordes entre sí es tan consistente y está tan bien fundada en las necesidades de construcción. . . (HL, p. 411). [Sobre el funcionamiento del oído: la noción de relación aparece implícita]: La manera en que nuestro oído combina: enlaza lo que es similar, yuxtapone estrechamente fenómenos muy distanciados y superpone acontecimientos sucesivos (HL, p. 468). [Sobre la insensatez del término ‘atonal’]: Una pieza musical ha de ser siempre tonal, al menos porque entre sonido y sonido tiene que existir una relación que permita a éstos, sean sucesivos o simultáneos, constituir una sucesión inteligible como tal. Quizá entonces la tonalidad no resulte perceptible o demostrable, y estas relaciones se vuelvan oscuras y difíciles de captar, o incluso incomprensibles. Pero lo que no se podrá es llamar «atonal» a una relación de sonidos, cualquiera que sea, lo mismo que una relación de colores no podría ser designada como «inespectral» o «incomplementaria» (HL, p. 484). [Sobre la melodía de timbres y sobre el dar vida a algo inanimado a través de la relación o vínculo con ello. Antepenúltimo párrafo del Tratado]: La altura no es sino el timbre medido en una dirección. Y si es posible, con timbres diferenciados sólo por la altura, formar imágenes sonoras que denominamos melodías, sucesiones de cuyas relaciones internas se origina un efecto de tipo lógico, debe ser también posible, utilizando la otra dimensión del timbre (la que llamamos simplemente «timbre»), constituir sucesiones cuya cohesión actúe con una especie de lógica enteramente equivalente a aquella lógica que nos satisface en la melodía constituida por alturas. Esto parece una fantasía de anticipación y probablemente lo sea. Pero creo firmemente que se realizará. Y creo firmemente que contribuirá de una manera extraordinaria a aumentar el goce sensible, espiritual y anímico que el arte ofrece. Creo firmemente también que esto nos acercará a lo que nuestros sueños nos reflejan; que ensanchará nuestras relaciones con aquello que hoy nos parece inanimado, dando vida con nuestra vida a lo que por ahora está muerto para nosotros sólo porque nuestros vínculos con ello son mínimos (HL, p. 501). 305 Con todas estas citas, hemos querido proporcionar una breve demostración de la importancia que la palabra relación tiene en el pensamiento de Schönberg ya en el momento de redactar la Harmonielehre (1910-1911). Pero, tal como hemos dicho ya en el apartado 2.1.1, la cuestión de la relación no sólo es nuclear en Schönberg en cuanto al pensamiento producido, sino en cuanto a su forma de pensar. Por eso, al finalizar el libro y escribir a posteriori el primer capítulo, Schönberg afirmaba que todo lo que se ha teorizado en este libro [. . . ] se ha hecho con plena consciencia de que sólo he ofrecido, en el más elevado sentido de la palabra, analogías; símbolos que se dirigen sólo a conectar ideas alejadas entre sí, a suministrar claridad a través de la unidad de la exposición; a producir, a través de la riqueza de relaciones de todos los hechos, ideas sugestivas y fructíferas (HL, p. 6). Al fin y al cabo, el pensamiento analógico (cuya referencia probablemente denota el influjo o la afinidad con la teosofía y con Swedenborg) se fundamenta 306 Capítulo 3. La creación de una poética propia en relacionar aquello que es aparentemente disímil. Sólo así pueden nacer nuevas ideas, que surgen de la búsqueda. Porque buscar implica sobre todo —y el mundo artúrico sabe mucho de ello— entrar en relación con el mundo. 3.3.5. Las últimas piezas atonales (del op. 19 al op. 22): la mística de Herzgewächse y la poesía de Rilke Después de escribir cinco de las seis deliciosas miniaturas del opus 19 (pequeñas bocanadas de aire fresco en medio de la redacción de la Harmonielehre), y después de ver publicado el Tratado, Schönberg escribe Herzgewächse op. 20, entre el 5 y el 9 de dicicembre de 1911. Después de la frenética escritura expresionista de los opus 11 y 17, tanto con Herzgewächse, como con los opus 21 y 22 (Pierrot lunaire y Vier orchesterlieder, escritos en 1912 y 1913-16 respectivamente), Schönberg pasará de la escritura casi automática de la que había hablado a Busoni en 1909, a volver a construir (o a «retrabajar»: gearbeiten) sus composiciones. A pesar de su novedosa instrumentación (soprano, armónium, celesta y arpa) Herzgewächse se inscribe en la tradición del lied. La obra es, «en parte, un ejemplo musical de la teoría de Schönberg de la relación entre texto y música»;145 algo de lo que el compositor trataría en el artículo «Das Verhältnis zu Text», escrito un año después, en 1912, para el almanaque Der blaue Reiter. Tanto por la peculiaridad tímbrica como por el extensísimo ámbito vocal utilizado, la música (más allá de su relación literal con el poema) sume al oyente en una aura de suspensión e inmaterialidad que casan a la perfección con el simbolismo del texto de Maeterlinck. La elección del texto es sumamente significativa: Maeterlinck habla de la dirección ascensional de un lirio que crece entre las otras flores viendo el reflejo de la luna blanca, y que —en los dos últimos versos— «dirige su plegaria mística / hacia el cristal azul». Dos términos, «mística» y «plegaria» que aparecen por primera vez en la obra de Schönberg, que por aquel tiempo ya había empezado a trabajar en el texto de lo que acabaría siendo Die Jakobsleiter, «empezando 145 A. Carpenter, «Herzgewächse, song for soprano, celesta, harp & harmonium, Op. 20», en http://www.allmusic.com/composition/ herzgewächse-song-for-soprano-celesta-harp-harmonium-op-20-mc0002359929 [1.1.2013]. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 307 a explorar más profundamente las posibilidades de expresar en una mezcla de palabra y música lo teológico y lo filosófico».146 Estos dos últimos versos son tratados por Schönberg con un giro ascendente excepcional de la voz en el momento que pronuncia la palabra «místico» (vid. figura 3.15 [CD - Pista 15]). Después de la significativa ascensión a las alturas más inalcanzables en la primera sílaba de la palabra (que recuerda un tanto el final de Die Jakobsleiter ), y después de que parezca que el tiempo se detiene (al ser la nota de mayor duración de la pieza, en un éxtasis —una salida— de su ritmo habitual), Schönberg reserva para las dos sílabas restantes un descenso abrupto. Con este gesto de descenso se abre, en menos de un compás, una distancia (un hueco, un vacío, un espacio intersticial) enorme, de nada menos que ¡una 18ª mayor!, entre la sílaba fuerte de «mystischer » (místico: fa 5 ) y la sílaba átona de «Gebet» (plegaria: do 3 ). No menos relevante resulta el hecho de que el inicio de la (palabra) plegaria se encuentre en el registro grave y en posición átona. Aunque su registro (su lugar) no es tan grave como el que ocupan el «sueño», el «adorno» o el «frío musgo» (c. 6, 8 y 12-13). La plegaria, además, presenta un cierto movimiento de ascenso y descenso en un uso sintomático de notas sostenidas (do -fa -re ) que denotan su deseo de elevación. La plegaria se produce —según el texto de Maeterlinck— después del arrebato místico. Y en cierta medida ayuda a acercarse un poco a las alturas místicas, tanto en frecuencia (aunque sea muy poco, elevándose del do 3 hasta el fa 3 en la sílaba fuerte) como en resonancia o analogía, al estar el fa (en abstracto) sólo a medio tono del fa de los compases 27-28 donde se había producido la ascensión mística. Las dificultades vocales de la pieza retrasaron su estreno; justo al contrario de lo que sucedió con la siguiente obra compuesta por Schönberg, el Pierrot lunaire (escrito entre marzo y julio de 1912 a petición de la cantante y actriz Albertine Zehme) que se estrenó en octubre de aquel mismo año. Pierrot lunaire comparte con Herzgewächse el ámbito nocturno y simbólico, pero —a pesar de su riqueza de significados— no tiene la dimensión espiritual del lied de Maeterlinck. Los números «Madona», «Plegaria a Pierrot», «Misa roja», «Las cruces», «Añoranza». . . sacan a colación elementos que se podrían vincular 146 R. Pitts, «Arnold Schoenberg, Herzgewächse, op. 20», texto descriptivo del vídeo http: //www.youtube.com/watch?v=Pz98sU_rPK8 [1.1.2013] 308 Capítulo 3. La creación de una poética propia Figura 3.15: Herzgewächse, op. 20, c. 26-30 [CD - Pista 15] 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 309 con lo litúrgico pero, así como la dimensión espiritual de Herzgewächse es indudable, la fuerte carga expresionista, cabaretera y decadentista del Pierrot se impone sobre cualquier otra consideración, y prevalecen otros elementos de carácter más esotérico que propiamente religioso. Ya desde el título, el año de composición y el número de opus, la numerología vuelve a estar presente: Tres veces siete poemas del «Pierrot lunaire» de Albert Giraud (es decir, 3 x 7 = 21), opus 21 compuestos en 1912.147 Más allá del novedoso recurso del Sprechgesang,148 en esta obra Schönberg da un significativo paso adelante a nivel compositivo, al emplear «en muchos números de Pierrot toda su erudición contrapuntística, multiplicando los cánones y los palíndromos».149 Así como en las obras anteriores el motivismo era el elemento aglutinador del discurso musical, después de que la armonía (la verticalidad) hubiese dejado de ser el garante de la arquitectura musical, aquí el contrapunto (la horizontalidad) pasará a ser el principio nuclear de la composición, en un uso de los mecanismos canónicos que anticipa en gran medida por primera vez lo que Schönberg aplicará sistemáticamente en el dodecafonismo. En este nuevo modo de proceder polifónico, «los acordes se originan sólo como coincidencia casual de la conducción de las voces, sin que tengan significado constructivo» (HL, p. 374), lo cual supone inaugurar una nueva época dorada del contrapunto. Después de la composición del Pierrot (cuya media hora de música tardó poco más tres meses en escribir), Schönberg tardará cuatro años en completar el siguiente opus: el ciclo Cuatro canciones op. 22 (de unos 10 minutos de duración) para voz y orquesta, que también tendrá más de una implicación numerológica.150 La dilación en la gestación de la obra se debe no tanto a que la composición de las piezas en sí le tomara mucho tiempo (que, comparativamente, también), sino a que entre la composición de una y otra pieza pasó 147 Vid. C. C. Sterne, «Pithagoras and Pierrot. An approach to Schönberg’s use of numerology in the construction of Pierrot lunaire», Perspectives of New Music, vol. 21, n. 1/2, Autumn, 1982 - Summer, 1983, pp. 506-534. 148 Vid. E. Rapoport, «On the Origins of Schoenberg’s Sprechgesang in Pierrot Lunaire», Mind-Ad: Israel Studies in Musicology Online, vol. 5/I, 2006, pp. 1-16, http://www.biu.ac. il/hu/mu/min-ad [17.7.2008]; H. Keller, «Whose fault is the Speaking-Voice?», Tempo, n. 75, Winter 1965-1966, pp. 12-17. 149 E. Buch, Le cas Schönberg. Naissance de l’avant-garde musicale, Gallimard, París, 2006, p. 217. 150 Se trata de cuatro canciones, compuestas a lo largo de cuatro años (1913-1916), y que llevan el número de opus 22 (2+2=4). 310 Capítulo 3. La creación de una poética propia bastante tiempo. Algo que se debe, casi con toda seguridad, al hecho de que desde 1913 a 1916, Schönberg estuvo enfrascado en el proyecto de una sinfonía coral que acabaría dando origen a Die Jakobsleiter.151 El trabajo en la Sinfonía coral quedó parcialmente interrumpido por su breve reclutamiento para la Primera Guerra Mundial. Será precisamente durante los pocos meses que pasó en el frente que Schönberg escribirá un curioso Diario de las nubes de guerra, cuyo propósito era describir el estado del cielo —sugerentemente dibujado, a veces— y después anotar los acontecimientos efectivos, para así poder prever los acontecimientos futuros, esperando «encontrar alguna sintonía [Uebereinstimmung] [. . . ] porque, porque a través de la “voz” [“Stimmmung”] del cielo se han presagiado un montón de eventos bélicos».152 Esta búsqueda de correspondencias tiene que ver, sin duda, con el influjo de Swedenborg, con el cual Schönberg entró en contacto a través de la lectura de Seraphita de Balzac. En definitiva, las conexiones entre micro y macrocosmos tienen algo de aquella «afirmación que contiene el Opus Paragranum de Paracelso: “el cielo es el hombre y el hombre es el cielo”», que rezuma también en Die Jakobsleiter.153 El diario empieza, significativamente, con esta anotación, el 24 de septiembre de 1914: «Muchas personas habrán buscado, como yo hoy, leer en el cielo los acontecimientos de la guerra, puesto que finalmente ha vuelto la creencia en los poderes superiores y también en Dios».154 Una apreciación que coincide sin duda con aquella intuición confesada a Dehmel sobre «cómo el hombre de hoy [. . . ] consigue encontrar a Dios y volverse religioso» (ASL, 11). Será probablemente a la vuelta de la guerra cuando Schönberg empiece a trabajar —según leíamos en la carta a Carl Engel: vid. página 45— en el proyecto de Der musikalische Gedanke. Algo que sucede mientras está inmerso en un periodo no de crisis creativa, sino de crisis de producción, que —tras 151 Vid. J. R. Shaw, Schoenberg’s Choral Symphony, Die Jakobsleiter, and other Wartime Fragments, PhD, State University of New York, 2002. 152 JASI, vol. 9 n. 1, p. 60. Este número recoge las tres tentativas de diario llevadas a cabo por Schönberg a lo largo de su vida (en 1912, 1914 y 1923). La edición facsímil del KriegsWolken Tagebuch se encuentra en la magnífica caja Das magische Quadrat, editada por el Arnold Schönberg Center. El término ‘Stimmung’ puede traducirse —menos literalmente— como ‘atmósfera’. 153 A. M. Morazzoni, «Introduzione», en A. Schönberg, Leggere il cielo, ed. A. M. Morazzoni, Il saggiatore, Milano, 1999, p. 19. 154 JASI, vol. 9 n. 1, p. 60. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 311 muchos tanteos— le conducirá a la reformulación de su lenguaje hacia el dodecafonismo. El punto clave en esta transformación va a ser Die Jakobsleiter, donde probará nuevos medios compositivos que permitan sostener una composición de largo alcance, después de haberse dado cuenta de que las relaciones contrapuntísticas, motívicas o con el texto propias de la atonalidad no eran suficientes para garantizar la coherencia de una composición larga (que tiene que poder ser independiente de un elemento cohesivo extramusical, como es el texto, y que necesita mecanismos de cohesión mayores que el motivo y el trabajo contrapuntístico para construir la gran arquitectura). Todas estas cuestiones permiten inferir que la noción de relación en esta época centra los quehaceres de Schönberg en casi todos sus ámbitos de actuación. Incluso en el propio proyecto de la Sinfonía coral, Schönberg parece estar buscando una nueva fórmula de integrar (de relacionar ) no sólo casi todos los géneros y efectivos musicales en una obra que tenía que ser de mayores dimensiones de las que jamás nadie había compuesto (con una orquesta de más de 200 músicos más coro y solistas), sino también de relacionar entre sí los elementos de la macro y la microestructura. Lo cual suponía —tal como afirmaba a su cuñado Zemlinsky el 9 de enero de 1915— que ésta «volvería a ser una obra “retrabajada” [“gearbeitetes”], en contraposición a las muchas puramente impresionistas de mi última época» (ASR, p. 130). En cuanto a la macroestructura, Schönberg tenía «la intención de introducir todos los temas principales de la obra en el primer movimiento»; un procedimiento muy mahleriano con el cual se consigue que «los movimientos externos estén conectados por los temas comunes».155 Pero también a nivel de microestructura los esbozos de esta obra ponen de manifiesto unas conexiones e interrelaciones entre las notas empleadas que demuestran que «en 1914 el compositor ya estaba profundamente preocupado no sólo con la serie como una entidad musical fundamental, sino con las formas básicas de manipularla para crear nuevos materiales motívicos y armónicos»,156 en lo que es un claro precedente del dodecafonismo. Esta Sinfonía, planificada en seis o siete movimientos (y en la cual inicialmente Schönberg también quería incorporar referencias artúricas, tristanescas y grialescas), trataría profusamente con varias cuestiones R. Simms, The Atonal Music of Arnold Schoenberg, p. 156. Hamao, «On the Origin of the Twelve-Tone Method: Schoenberg’s Sketches for the Unfinished Symphony (1914-1915), Current Musicology, n. 42, 1986, p. 45. 156 F. 155 B. 312 Capítulo 3. La creación de una poética propia espirituales, integrando textos bíblicos con poemas de Richard Dehmel y Rabindranath Tagore.157 Esto la convertía en una especie de «conglomerado hecho de la historia religiosa personal de Schönberg y de varias fuentes literarias», relativamente similar a las «sinfonías programáticas autobiográficas de Gustav Mahler», a quien Schönberg tenía muy presente en los años inmediatamente posteriores a su defunción.158 No es este el lugar para analizar con detalle el programa de la sinfonía, pero resulta significativo que tanto los poemas seleccionados del Schöne wilde Welt de Dehmel («Freundenruf», «Götterhochzeit» o «Schöpfungsfeier») como del Gitanjali de Tagore (números 86, 88, 92 y 100: «Tod der Diener», «Gottheit des zertummerten Tempels», «Ich weiss ein Tag wird kommen» e «Ich tausche in der tiefe des Meeres»), así como las referencias bíblicas citadas (Isaías 58 y 66, y Jeremías 7 y 17) abunden todas en una cuestión común: el espacio que existe entre el mundo de la divinidad y el mundo terrestre, y las posibilidades de relación de estos dos ámbitos.159 No hay que olvidar que Schönberg había pedido a Dehmel un texto sobre «la plegaria del hombre de hoy» (ASL, 11), que sería el elemento fundamental de la Sinfonía. Quizás por eso, en el movimiento culminante de la sinfonía (el quinto), Schönberg quería utilizar —por primera vez en su trayectoria— un salmo, que es la forma de plegaria por excelencia. Después de este movimiento, el texto de Totentanz der Principien (Danza de la muerte de los principios), una especie de poema en prosa escrito por el propio Schönberg, culminaría con otra plegaria final. El texto bucea en cuestiones de profundo calado teológico y metafísico, y está plagado de intuiciones y preocupaciones (la importancia del número 13, la cuestión de la irrepresentabilidad, la infinitud, la capacidad de comprensión de lo incomprensible, lo material y lo inmaterial, la dicotomía vista-oído, la plegaria, la fe, la ilusión, la ceguera. . . ) que en adelante aparecerán siempre más en la producción del compositor, sobre todo en Die Jakobsleiter, el opus 27, el opus 35, Moses und Aron, Kol Nidre, el opus 50 o los Moderne Psalmen. 157 El hecho de que Schönberg quisiera incorporar estas referencias a la obra, avala nuestra lectura de la ética de la Harmonielehre en conexión con el mundo artúrico. 158 B. Simms, The Atonal Music of Arnold Schoenberg, p. 155. 159 Para las fuentes textuales de la Sinfonía, vid. J. R. Shaw, Schoenberg’s Choral Symphony. . . , pp. 74-107. Los textos están reproducidos en edición bilingüe en W. B. Bailey, Programmatic Elements in the Works of Arnold Schoenberg, UMI Research Press, Ann Arbor, 1984, pp. 78-128. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 313 Sólo por poner un ejemplo, citaremos uno de los fragmentos más significativos del texto, que hay que leer sin duda alguna con el Génesis y el Prólogo del Evangelio de Juan en la cabeza, y quizás también con arreglo al tratamiento que la tradición cabalística ha dado al tema de la creatio ex nihilo y a la dualidad entre la luz y la tiniebla. En este caso, dada la riqueza del texto, proporcionamos también el original alemán: Das Dunkelste — es scheint nie Licht gewesen zu sein. Das Dunkel ist ewig; es war, ist und wird sein. Im Anfang war das Dunkel, immer war es und wird immer sein — das ist die Unendlichkeit, das Unvorstellbares, weil es sich von keinem Hintergrund abhebt: hinter dem Dunklen ist wieder Dunkles. Und das Fernere ist nicht dunkler, als das Nähere. Ein Ton! Ohne jeden Unterschied. — (Pause) Lebt etwas? — (Pause) Nichts! — Lo más oscuro. . . reluce como si nunca hubiera tenido luz. La oscuridad es eterna; fue, es y será. En el principio había la oscuridad, siempre la hubo y siempre la habrá. . . esto es lo infinito, lo inimaginable, porque no se sostiene sobre ningún fondo: detrás de la oscuridad hay de nuevo oscuridad. Y lo más lejano no es más oscuro que lo más cercano. ¡Un sonido! Sin ninguna distinción. . . (Pausa) ¿Algo vive?. . . (Pausa) ¡Nada!. . . 160 A partir de este sonido, el texto relata cómo empieza a emerger la distinción, la luz y el color, hasta que —después de disquisiciones sobre el reverso y el anverso de lo espiritual y lo material— «todo desaparece». El poema se cierra con un laconismo cósmico: «Das Dunkel weicht — | Aber die Sonne ist ohne Kraft». Esto es: «La oscuridad cede. . . | Pero el sol no tiene fuerza». A pesar de no tener ni un sólo apunte musical para este texto, la importancia que Schönberg daba a su poema era suficientemente grande como para que lo incluyera en la compilación de textos que en 1926 publicaría en Universal Edition. Sólo el trabajo coetáneo en los Vier lieder op. 22 (estos sí acabados) nos permite ver cómo encauzó Schönberg a nivel musical sus inquietudes espirituales de aquellos años. Tres de los cuatro textos de las canciones son obra de Rainer Maria Rilke, mientras el primero, titulado Seraphita y traducido por Stefan George, es obra de Ernest Dowson. El personaje de Seraphita (la figura semiangélica del relato de Balzac) media entre lo espiritual y lo terrenal, toda 160 A. Schönberg, Texte, Universal Edition, Viena, 1926, p. 23. 314 Capítulo 3. La creación de una poética propia vez que —por su androginia— media también entre lo femenino y lo masculino. Los textos de Rilke (dos de El libro de las horas y uno de El libro de las imágenes)161 anticipan claramente lo que se tratará en Moses und Aron unos quince años después, ya que en ellos se problematiza la cuestión de la representación de la divinidad y se pone en danza la exhortación a la búsqueda. En 1932, casi 20 años después de haber compuesto estos cuatro lieder, Schönberg escribe una conferencia sobre ellos. En ella el compositor remarca que la música no ilustra el poema, sino que «trata las palabras representacionales del mismo modo que las palabras abstractas» (SP, p. 62), y detalla el minucioso entramado de relaciones motívicas que existe en cada canción. Según él, uno debe proporcionar a cada elemento minúsculo —igual que en un aforismo o en la poesía lírica— una tal riqueza de relaciones con todos los otros elementos compositivos, que el más mínimo cambio recíproco de posición traiga consigo tantas formas nuevas como las que se podrían encontrar en la más rica sección de desarrollo. Las distintas formas estarán entonces como en un salón de espejos, continuamente visibles desde todos los lados y mostrando sus conexiones mútuas de todas las maneras posibles. Naturalmente sólo puedo mostrarles una fracción de las relaciones que soy capaz de ver por mí mismo (SP, p. 65). Al escribir este texto, Schönberg ya lleva una década curtido en el dodecafonismo, lo cual le permite sacar a colación la analogía de la sala de espejos que caracteriza la unidad del espacio musical propia del mundo dodecafónico. Además, el hecho de escribir la conferencia mientras componía los últimos compases de Moses und Aron, resulta también significativo a la hora de entender el enfoque que da Schönberg a las relaciones musicales y a la importancia que tiene el sentido del oído, que en la ópera se contrapone al sentido de la vista. Hablando de cómo percibe las relaciones, más adelante, señala: Difícilmente descubro relaciones con el ojo, sino que las oigo. Sólo de esta forma es posible darse cuenta de que el primer compás de la introducción orquestal y el primer compás de la parte vocal son similares casi hasta el punto de la identidad, después de lo cual uno verá también esta correspondencia en las notas (SP, p. 65). 161 Los textos de El libro de las horas son «Alle, welche dich suchen, versuchen dich» («Todos los que te buscan, te tientan») y «Mach mich zum Wächter deiner Weiten» («Hazme guardián de tus espacios»). Vid. R. M. Rilke, El libro de las horas (Das Stunden-Buch), ed. bilingüe, trad. F. Bermúdez-Cañete, Hiperión, Madrid, 2005, p. 133 y 173. De El libro de las imágenes, el poema escogido es «Vorgefühl» («Presentimiento»), que hemos reproducido en la página 79. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 315 ¿Qué duda cabe de que, como músico —y a pesar de ser también pintor— Schönberg en vez de percibir las relaciones musicales con la vista, las oiga? Sin menoscabar lo que hemos expuesto sobre su fijación con las visiones y las miradas (vid. el apartado 2.4.4), resulta lógico que su sentido principal sea el oído. Sólo después de que el oído perciba las relaciones, pueden éstas ser procesadas también, subsidiariamente, encima del pentagrama por la vista.162 Las correspondencias entre motivos (sus relaciones) deben percibirse auditivamente, pues, con lo cual el oído se sitúa en una situación de privilegio con respecto a la vista. Algo que sucede también en la tradición hebrea (y también en la luterana), donde el oído es el sentido principal. Es en 1932 (al escribir la conferencia y trabajar en Moses und Aron) cuando Schönberg remarca por primera vez que el principal sentido para percibir relaciones es el oído, relegando la vista a un papel secundario. Una apreciación que —casualmente o no—163 ya parecía estar implícita en los textos del opus 22, compuestos dos décadas atrás. Así, los versos «dame tus ojos para abrirlos | a la soledad de tus mares», parecen apostar por una apertura visual oceánica que lleva a la pérdida de toda imagen y toda referencia, y que conduce, en definitiva, a la ceguera. Al fin y al cabo, toda imagen es limitadora y distorsiona y falsifica el original, tal como Schönberg recalcará en un texto propio del opus 27 escrito en 1925. Pero ya en la década de los 10, las palabras de Rilke permiten a Schönberg empezar a canalizar esta preocupación al afirmar que «aquellos que te encuentran | te atan a la imagen y al gesto». Una imagen y un gesto que pertenecen al campo de lo visual (no de lo auditivo) y que históricamente han permitido un apropiamiento por parte de las instituciones religiosas que distorsiona la verdadera naturaleza del encuentro. Es por ello que Rilke rechaza el 162 Vid. H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, pp. 437 y ss. El hecho de que Schönberg prime el oído sobre la vista en el análisis musical es una cuestión de coherencia (es decir, de relación apropiada) con el medio artístico musical, en tanto que «la materia de la música es el sonido» (HL, p. 15). Contrariamente a lo que sucedía en ciertas especulaciones medievales, la música está hecha para ser escuchada, no para ser vista. De ahí que Schönberg —aun reconociendo la valía de los análisis estructurales schenkerianos— no estuviera demasiado de acuerdo con ellos porque, en definitiva, «sólo puede guiarnos el oído, la sensibilidad sonora» (HL, p. 396). 163 Vid. lo que dice Schönberg sobre la casualidad en HL, pp. 371-372, reproducido en la nota 194 en la página 335 de nuestro texto. 316 Capítulo 3. La creación de una poética propia «cristianismo entendido como religión y no como regeneración personal y nuevo nacimiento»,164 que es algo con lo que Schönberg comulgaría sin ninguna duda. Quizás por eso, en el segundo poema de Rilke, la voz poética (con la que Schönberg a buen seguro se identifica) decide ir «detrás de un anciano ciego | por la senda que nadie conoce». De acuerdo con la schönberguiana ética de la búsqueda, la voz poética de Rilke decide avanzar a ciegas por el camino propio no andado por otros: un camino en el cual la vista no sirve, quedando sólo el oído. Las palabras —en principio solamente estéticas— de la Harmonielehre parecen tomar aquí un sentido existencial: «Sólo puede guiarnos el oído, la sensibilidad sonora, el impulso creador, la fantasía» (HL, p. 396). Teniendo esto en mente, y con la poesía de Rilke resonando en los oídos, el Nocturno pintado en 1911 (vid. 3.12) seguro que cobra ahora un significado más profundo. 3.3.6. Algunas consideraciones contextuales sobre la atonalidad: cultura y política Con estas obras, compuestas justo antes de la Primera Guerra Mundial, Schönberg terminaba lo que podría llamarse su periodo atonal. Después vendrían los años de crisis composicional (a los que ya nos hemos referido en 1.5.4), que acabarían conduciendo —con la mediación de Die Jakobsleiter de la que hablaremos en seguida— hacia la formulación del dodecafonismo. Este periodo atonal, que suponía el abandono de la tonalidad, había empezado en 1908, justo el año que, en pintura, Picasso atentaba contra la —hasta aquel entonces— inviolable ley de la perspectiva clásica con sus primeras composiciones cubistas. Tanto Schönberg como Picasso (sin conocimiento recíproco el uno del otro) destruyeron dos pilares intocables en sus campos respectivos: el uno, la perspectiva y la representación naturalista; y el otro, la tonalidad y la armonía funcional. Perspectiva y tonalidad morían juntas el mismo año después de haber nacido en el mismo periodo histórico, el Renacimiento, aunque con un siglo de diferencia. Hay quien ha leído el fin de la tonalidad desde una óptica política, en el sentido de que la abolición de la jerarquización tonal podría ser un equivalente html [1.1.2013] 164 http://joseluisfdezcarnicero.blogspot.co.at/2009/06/el-misticismo-de-rilke. 3.3. La liberación cromática: atonalidad y pintura 317 a la derogación de un régimen totalitario.165 Así, los 12 sonidos situados en pie de igualdad vendrían a ser —para algunos— una posible representación de la igualdad de clases. Sea como fuere, lo que sí resulta significativo es que la disolución de la tonalidad, el nacimiento del cubismo, la pérdida del naturalismo pictórico, las nuevas narrativas del modernismo anglosajón. . . coinciden más o menos en el tiempo con el fin de una organización política de Europa deudora todavía del siglo xix. Pero la venida abajo de esta organización política no está propiamente a la base de los cambios artísticos y culturales, sino que sería sólo una manifestación más (en este caso, en el ámbito del poder) de algo más profundo. Tanto los cambios de paradigma a nivel cultural y artístico como la debacle política parecen ser reflejos del fin de un determinado orden de cosas anclado en una concepción positivista del mundo. Otra prueba de ello la encontramos en el terreno científico, donde tanto la formulación de la teoría de la relatividad de Einstein en 1905 como los algo más tardíos principios de indeterminación de Heisenberg en el terreno cuántico (1927) asestaron un tremendo hachazo a la física newtoniana, a la linealidad entre causa y consecuencia, y a la propia objetividad científica. Con Heisenberg se desentronizaba en gran medida la fe inquebrantable en la omnipotencia de la razón; una razón que —pocos años después— produciría bajo el régimen nazi sueños mucho más monstruosos de los que Goya pudo imaginar jamás. Aquella Viena que según Karl Kraus era el «banco de pruebas del fin del mundo»166 fue testigo privilegiado del desmantelamiento de los grandes discursos políticos, sociales, culturales y morales de los siglos precedentes. Ante este hundimiento colectivo, emergieron de modo sorprendentemente fecundo un sinfín de nuevos discursos que —sobre todo a nivel artístico, filosófico y psicológico— cambiaron el curso de la humanidad. Pretender que estos discursos son un reflejo del cambio social y gubernamental que estaba a punto de producirse (no sólo en centroeuropa, sino también en la no tan lejana Rusia), supone rebajarlos a un estatuto subsidiario de lo político. Y prentender que el cambio de paradigma que supone la formulación 165 Vid., por ejemplo, C. Halffter, «Schoenberg o la democracia tonal», El cultural El País, 11-7-2001, accesible en http://www.elcultural.es/version_papel/OPINION/136/ Schoenberg_o_la_democracia_tonal [24.12.2012]. 166 I. Reguera, «Kraus en el burdel de la palabra», Babelia - El País, 23-4-2011 (http: //elpais.com/diario/2011/04/23/babelia/1303517578_850215.html [1.1.2013]). 318 Capítulo 3. La creación de una poética propia de la teoría de la relatividad, de la atonalidad, del dodecafonismo, de la abstracción o de la pérdida de la perspectiva tiene una dimensión política es falsear la realidad. La pérdida de poder jerarquizador de la tónica no puede asimilarse sin más a la caída de la monarquía habsbúrguica, del mismo modo que el abandono de la perspectiva lineal y el agolpamiento de las figuras en un solo plano pictórico no tiene intención propagandística a favor del igualitarismo social del comunismo, a pesar de algunos músicos como Hans Pfitzner (muy crítico con Schönberg) afirmara que «el caos atonal [. . . ] es el paralelismo artístico del bolchevismo que amenaza los estados de Europa».167 No hay duda de que las concomitancias entre las formulaciones artísticas o científicas de la Viena de principio del siglo xx y el cambio de orden político de aquella época son sumamente interesantes, y que comparten un clima común que permite hacer sugerentes lecturas de las unas como reflejo de las otras y viceversa. Hay, por así decirlo, un “algo común” que las une o por lo menos permite conectarlas. Pero esto no supone en ningún caso que la evolución artística o cultural sea reflejo (o pretenda ser programática o propagandística) de aquello que sucede en términos políticos; y sobre todo en cuanto a lo musical.168 Schönberg lo tenía muy claro, y en 1937 afirmaba que «a pesar de que entonces, alrededor de 1907, la palabra revolución no tenía exclusivamente el matiz ominosamente político que se le atribuye hoy en día, he insistido siempre en que la nueva música era meramente un desarrollo lógico de los recursos musicales» (SI, p. 50). 167 H. Pfitzner, «Die neue Esthetik der musikalischen Impotenz», Gesammelte Schriften, vol. II, Augsburg, 1926, p. 115, citado en A. Schoenberg / V. Kandinsky, Cartas, cuadros y documentos de un encuentro extraordinario, Alianza, Madrid, 1993, p. 139. 168 De hecho, Schönberg fue un monárquico convencido incluso después de la caída de la casa de los Habsburgo, y se enroló gustoso en el ejército. Vid. «My Attitude towards Politics» (SI, pp. 505-506), un texto de 1950 que Schönberg finaliza aseverando que «jamás fui comunista» (una afirmación que —más allá de ser cierta— cabe entender en el contexto mccarthiano de la caza de brujas). 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 319 3.4. 3.4.1. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron Die Jakobsleiter y el espacio multidireccional de Swedenborg El oratorio Die Jakobsleiter (escrito entre 1917 y 1922) ocupa un lugar crucial en la producción de Schönberg, no sólo por su contenido filosófico-religioso, sino porque marcó un punto de inflexión entre la atonalidad y el dodecafonismo. En 1937, en una carta al músico Nicolas Slonimsky, el propio Schönberg afirmaba que el «método de composición con doce sonidos» tuvo muchos «primeros pasos» (Vorversuche). El primero se dio hacia diciembre de 1914 o principios de 1915, cuando esbocé una sinfonía, la última parte de la cual fue luego la Jakobsleiter, pero que jamás ha sido continuada. El Scherzo de esta sinfonía se basaba en un tema de doce notas. Pero éste era sólo uno de los temas. Todavía estaba muy lejos de la idea de utilizar un tema básico como este en tanto que medio unificador para una obra entera. Después de esto estuve ocupado por completo con la idea de basar la estructura de mi música conscientemente en una idea unificadora, que produjera no sólo todas las otras ideas, sino que regulara también su acompañamiento y los acordes, las «armonías».169 En «Composition with Twelve-Tones (2)», de 1948, Schönberg era un poco más explícito y contaba que el siguiente paso en esta dirección [. . . ] ocurrió en 1917, cuando empecé a componer Die Jakobsleiter. Había concebido el plan para mantener la unidad (lo cual ha sido siempre mi objetivo fundamental): construir todos los temas principales del oratorio entero a partir de una serie de seis notas: do , re, mi, fa, so, la . Estas eran probablemente las seis notas con las que empezaba la composición, en este orden: do , re, fa, mi, la , sol. Cuando después de mi retiro de la Universidad de California quise acabar Die Jakobsleiter, descubrí para enorme felicidad mía, que este comienzo era una composición dodecafónica real. Sobre un ostinato (que cambié un poco) las seis notas restantes entraban gradualmente, una en cada compás [vid. fig. 3.16]. Cuando construí los temas principales a partir de estas seis notas no me atuve al orden de su primera aparición. En aquella época todavía estaba muy lejos de la aplicación metódica de una serie. Sin embargo creo que también esta idea ofrecía la promesa de unidad en un cierto grado (SI, pp. 247-248). 169 N. Slonimsky, Music since 1900, Schirmer Books, Nueva York, 1994, pp. 1029-1030. En «My Evolution», escrito en 1949 (vid. SI, pp. 79-92), Schönberg expone esta misma cuestión casi palabra por palabra. 320 Capítulo 3. La creación de una poética propia Figura 3.16: Inicio de Die Jakobsleiter : obstinato de 6 notas en el cello y, en los vientos, las 6 notas restantes [CD - Pista 16] Esta «unidad en cierto grado» se producía por el hecho de que el material temático se basaba por completo en unas mismas notas, aunque el «acompañamiento y los acordes» —como había dicho a Slonimsky hablando del dodecafonismo— todavía no derivaban, en Die Jakobsleiter, de una serie básica. En «Composition with Twelve-tones (2)» insistía sobre ello: De modo parecido a lo que sucedía en Die Jakobsleiter, aquí [en el dodecafonismo] también los temas principales tenían que ser transformaciones de la primera frase. Aquí el motivo básico ya no era sólo productivo a la hora de proveer nuevas formas motívicas a través de las variaciones desarrollantes, sino a la ahora de producir formulaciones más remotas basadas en el efecto unificador de un factor común: la repetición de relaciones tonales e interválicas (SI, p. 248). Resulta significativo que, en vez de hablar de repetición de notas o de intervalos, Schönberg hable de «repetición de relaciones tonales e interválicas», lo cual es una nueva muestra de la importancia de la noción de relación en su modo de pensar. Para Schönberg, la tan ansiada unidad de la composición se consigue gracias a repetir en ella las relaciones tonales e interválicas de la serie básica. Como es sabido, esta serie puede leerse en sentido Original, Retrógrado, Inverso o Retrógrado Inverso (tal como muestra la figura 3.17), lo cual significa que los 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 321 Figura 3.17: Ejemplo de una serie (O: original) y sus tres transformaciones (R: retrógrada, I: inversa, RI: retrógrada inversa) cuatro modos de lectura de la serie están relacionados entre sí.170 Y, además, las cuatro formas de la serie pueden iniciarse en cualquiera de las 12 notas del total cromático, estableciendo así una relación entre las distintas transposiciones posibles.171 Así pues, la serie se puede presentar en 48 disposiciones posibles (4 formas en 12 transposiciones). Y 48 es —numerológicamente— 4+8, que suma 12. Este nuevo método de componer basado en las relaciones entre tres instancias diferentes (las 12 notas dentro de cada serie, las distintas posibilidades de transformación serial y las distintas transposiciones de cada serie) no se ensayó hasta el «Waltz» del opus 23, escrito en 1921, en lo que quizás es una nueva coincidencia numerológica: (2x3) x (2x1) = 12. Es decir, un año antes de que Schönberg pusiera el punto y final a Die Jakobsleiter. Es por ello que Die Ja- 170 En otras palabras: la serie Inversa está en relación de inversión con la Original; la serie Retrógrada, en relación retrógrada con la original, y así sucesivamente. Como es sabido, la Retrogradación (R), se obtiene leyendo la serie Original (O), en sentido contrario, de derecha a izquierda. La Inversión (I) se obtiene cambiando la dirección de los intérvalos (los que eran descendentes pasan a ser ascendentes, manteniendo las proporciones interválicas). Y la Retrogradación Inversa (RI) se obtiene leyendo en sentido contrario la serie Inversa. Estos mecanismos de transformación serial no son sino la sistematización en el plano precompositivo de los recursos habituales de transformación motívica propios de la práctica contrapuntística, cuyos mayores exponentes pueden encontrarse en las composiciones de los maestros flamencos del renacimiento y —huelga decirlo— en J. S. Bach. Como dice Charles Rosen, «la diferencia reside en el hecho de que, en la música anterior a Schönberg, esta técnica no controla la forma total (que está regida por el concepto de tonalidad) sino que afecta a la creación de los detalles (Ch. Rosen, Schoenberg, Antoni Bosch, Barcelona, 1983, p. 66). 171 Es decir, en vez de empezar la serie con la nota do, pongamos por caso, se puede empezar por do , re, mi , etc. 322 Capítulo 3. La creación de una poética propia kobsleiter (y antes que ella la Sinfonía coral ) fue un banco de pruebas para la formulación del dodecafonismo y guarda significativas huellas de la evolución de Schönberg hacia el «método».172 Más allá de las cuestiones propiamente compositivas que pueden escudriñarse en la partitura, es sumamente significativa la coincidencia entre las palabras iniciales de Die Jakobsleiter (pronunciadas por el arcángel Gabriel) y las transformaciones seriales de las que acabamos de hablar. Las palabras de Gabriel, más allá de una clara exhortación a la búsqueda perpetua y al “siempre avanzar”, parecen anticipar las cuatro direcciones en las que se puede leer la serie y sus posibilidades de transposición: Hacia la derecha o hacia la izquierda, hacia adelante o hacia atrás, arriba o abajo. . . , hay que avanzar sin preguntarse qué hay delante o qué hay detrás. Ello debe permanecer escondido: podéis y tenéis que olvidarlo para realizar la tarea (JK, c. 11-19 [CD - Pista 16]). Efectivamente, «hacia la derecha o hacia la izquierda» parece señalar la forma Original y la Retrogradación; «hacia adelante o hacia atrás» haría lo propio con la Inversión y la Retrogradación Inversa; y «arriba o abajo» daría cuenta de las transposiciones. Pero es que, además, el entramado de transformaciones seriales es algo que «debe permanecer escondido» en la composición final (lo que queda al «realizar la tarea»). El comienzo de Die Jakobsleiter permite vincular en gran medida la ética del “siempre avanzar” (lectura literal de las palabras de Gabriel) con la técnica dodecafónica (en tanto que lectura simbólica de sus palabras). Tanto la ética como la estética están a su vez en consonancia con la topografía metafísica del cielo de Swedenborg, al que Schönberg se refería en «Composition with Twelve-Tones (1)», de 1941. Para Schönberg, el cielo de Swedenborg proporciona un modelo para comprender la unidad (es decir, 172 Vid. F. Hamao, The Origin and Development of Schoenberg’s Twelve-Tone Method, PhD, Yale University, 1988; E. Haimo, Schoenberg’s Serial Odyssey. The Evolution of his Twelve-Tone Method, 1914-1928, Clarendon, Oxford, 1990; y J. R. Shaw, Schoenberg’s Choral Symphony, Die Jakobsleiter, and other Wartime Fragments, PhD, State University of New York, 2002. La primera parte de la extensísima monografía de Tito M. Tonietti, Nuvole in silenzio. Arnold Schönberg svelato, Edizioni Plus - Università di Pisa, 2004, también cubre estas cuestiones, siendo de especial relevancia los capítulos 16-30. 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 323 la coherencia entre cada elemento) que debe presentar una composición. Para nuestro autor, a la hora de componer se debe tener en cuenta la ley de la unidad del espacio musical, mejor formulada de la siguiente manera: la unidad del espacio musical requiere una percepción unitaria y absoluta. En este espacio, al igual que en el cielo de Swedenborg (descrito en Serafita de Balzac) no hay abajo, ni derecha o izquierda, ni delante o detrás absolutos. Cada configuración musical, cada movimiento de notas tiene que ser comprehendido primariamente como una relación mutua de sonidos, de vibraciones oscilatorias que aparecen en diferentes espacios y tiempos (SI, p. 223). Con la referencia a Swedenborg, Schönberg establece por lo menos tres niveles de correspondencias, en una clara conexión entre lo micro y lo macrocósmico, de acuerdo con su concepción orgánica (es decir, relacional) no sólo de la composición, sino del universo. Hay una correspondencia entre, por lo menos, 1) lo metafísico (el cielo de Swedenborg), 2) lo ético (el “siempre avanzar” humano) y 3) lo estético (el método dodecafónico). En consonancia con una especie de ética auditiva del “siempre avanzar”, la música dodecafónica (en mayor medida incluso que la atonal) garantiza casi de modo imperativo que el flujo musical carezca de puntos de reposo armónicamente estables (a diferencia de lo propio de la tonalidad). Temáticamente, Die Jakobsleiter aboga también por esta ética de la falta de reposo y del “siempre avanzar”. No sólo por el anuncio inicial de Gabriel, que —cumpliendo con su función de arcángel anunciador— invita a la humanidad (o al auditorio) «a avanzar sin preguntarse | qué hay delante o qué hay detrás», sino por lo que sucede a continuación a nivel argumental. Después de la admonición inicial del arcángel, seis personajes (un hombre llamado por Dios, un rebelde, uno que lucha, un elegido, un monje y un moribundo) van a mantener un diálogo con él.173 Al acabar de exponer cada uno sus consideraciones 173 Die Jakobsleiter tiene una innegable dimensión simbólica manifiesta, por ejemplo, en la importancia del número 6 en la composición, que —como apunta Jean Claude Gallard— puede atribuirse a la influencia de la teosofía: si el número seis representa la perfección en la historia del pensamiento intelectual occidental, está igualmente ligado a la música en las seis direcciones del entramado del teórico Zarlino. Seis direcciones intercambiables en el cielo de Swedenborg a partir del cual la teosofía influenció la concepción de La escalera de Jacob y del cual el nombre se asocia al propio concepto de la técnica de composición con doce sonidos, según el propósito mismo de Schönberg (J. C. Gallard, Le dernier Schoenberg: synthese et depassement, Université Paris VIII, Thèse, 2005, p. 272). La presencia simbólica del 6 es evidente en los compases iniciales de la obra, en el doble coro de 6 voces que cantan y 6 voces que hablan (que Schönberg utilizará también en Von heute 324 Capítulo 3. La creación de una poética propia y opciones de vida, Gabriel les «muestra [. . . ] el lugar que tienen que ocupar, que en cada caso es bastante diferente de sus esperanzas y aspiraciones».174 La respuesta de Gabriel, sin embargo, no es específica para cada uno de ellos, sino que consiste en cuestionar que los postulados y opciones vitales de sus interlocutores sean correctos, desmoronando sus logros y consecuciones en tanto que —según el arcángel— éstos no sirven para acercarse a Dios. Con ello, Die Jakobsleiter pone sobre el escenario el axioma protestante de la imposibilidad humana de incoar a Dios mediante las obras: el hombre —diría Lutero— no es capax Dei. La radical alteridad de Dios (formulada como Ganz Anderes por Rudolf Otto) pone de relieve, así, la irreconciliable separación entre trascendencia e inmanencia, lo cual obliga a establecer puentes, mediaciones y escaleras para —siempre de modo tentativo e im-perfecto— poderlas conectar. Leída de otro modo, la función de Gabriel (¿la función del contacto con lo trascendente?) es atizar a todos y cada uno de los personajes para que sigan avanzando y no se queden donde están. Tal como le dice al elegido, en un planteamiento que parece una avanzadilla de la crítica a la idolatría de Moses und Aron: «Al fin y al cabo estás contento contigo mismo: tu ídolo te obsequia con la plenitud antes de que hayas disfrutado los tormentos del anhelo [Sehnsucht]» (JK, c. 241-245). Así, la trascendencia parece ser una dimensión reguladora que está conectada (no a nivel de contenido, sino a modo de atizador) con la ética. auf morgen y —con mayor significado— en Moses und Aron), y en el mismo título de la obra, ya que Jakobs-leiter (sin el artículo) es una palabra compuesta por 6+6 letras. El 6 es el número que ocupa la nuclear y armoniosa Tifereth dentro de las diez Sefiroth de la tradición cabalística, que «está en medio de la infinidad (Kether ) arriba y el reino universal (Malkhuth) abajo» y «ocupa el punto central, el “Corazón de Dios”, armonizando y sintetizando todas las otras» (A. Ringer, «Faith and Symbol. On Arnold Schoenberg’s Last Musical Utterance», JASI, vol. VI n. 1, June, 1982, p. 88). El 6 también juega un papel central en la armonía de Zarlino (1517-1590), que definió el sistema bimodal mayor-menor que Schönberg sustituirá por el dodecafonismo. Hasta cierto punto, la historia de la música podría entenderse como un ensanchamiento progresivo del 6 de Zarlino al 12 de Schönberg. (Vid. C. Forster, Musical Mathematics. On the Art and Science of Acoustic Instruments, Chronichle Books, San Francisco, 2010, capítulo 10; parcialmente accesible en http://www.chrysalis-foundation.org/Ibn-Sina_Stifel_and_Zarlino.htm [16.8.2012]). Para otras cuestiones simbólicas y numerológicas en esta obra, cf. J. M. Christensen, Arnold Schoenberg’s Oratorio Die Jakobsleiter, PhD, University of California, Los Angeles, 1979. 174 Winfried Zillig, «Notes on Arnold Schoenberg’s Unfinished Oratorio Die Jakobsleiter », The Score, n. 25, 1959, p. 7. 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 325 Pero esta conexión entre metafísica y ética no se da a modo de recompensa (como si a través de la conducta recta se pudiese subir por la escalera y alcanzar la trascendencia), sino —a la Rosenzweig— a modo de orientación: al tener a la trascendencia como horizonte, ésta invita a trascender el lugar presente; es decir, invita a avanzar siempre. Para decirlo en términos muy pedestres, parafraseando la fábula: la trascendencia ejerce la función de «zanahoria» que permite que el «burro» avance, aunque —claro está— sin dimensión negativa de por medio. Sin entrar en mayores concreciones temáticas o filosóficas (muchas de ellas prefiguradoras de Moses und Aron), apuntaremos que el género de la pieza (un oratorio) pone en evidencia la voluntad —manifiesta ya en el título— de relacionar el ámbito de la inmanencia con el de la trascendencia. A pesar de los intentos románticos de Mendelssohn y Liszt, el oratorio era un género absolutamente anacrónico en pleno siglo xx, y su elección representaba, pues, un gesto a contracorriente de lo propio de la época. Pero es que el oratorio era (en tanto que género de la oración) lo que mejor podía servir a Schönberg para tratar —según había confesado a Dehmel— de «cómo el hombre de hoy» puede «aprender a rezar» (ASL, 11). El género (oratorio) y el título de la obra (La escalera de Jacob) están en plena consonancia. Al igual que la oración (o que el oratorio), la escalera permite unir ámbitos o mundos distintos, de tal modo que el puente que se establezca entre ellos sirva de canal (en términos lingüísticos) para que la comunicación (en este caso, la plegaria) pueda ser posible. Al utilizar la imagen de la escalera, Schönberg se imbricaba conscientemente en toda una tradición sapiencial no sólo del ámbito judío, sino también de la mística cristiana. En palabras de André Neher, «la imagen de la escala la han encontrado los místicos en el antiguo testamento. El sueño de Jacob es efectivamente una metáfora de la alianza; la escala simboliza también la relación entre Dios y el hombre.»175 Pero Schönberg no utiliza la escala en sentido gradacional o propedéutico (como hicieron algunos místicos, particularmente Teresa de Ávila y Juan de la Cruz), sino puramente relacional, recalcando no los dos mundos sino la figura mediadora que permite relacionarlos. 175 A. Neher, La esencia del profetismo, trad. Alfonso Ortiz, Sígueme, Salamanca, 1975, p. 227. El subrayado es nuestro. 326 Capítulo 3. La creación de una poética propia Con Die Jakobsleiter, Schönberg da un nuevo sentido al oratorio, en tanto que género sacro. La dimensión sacral y sacramental de la obra de Schönberg (y lo sacral y sacramental es aquello que permite que se produzca «una interacción entre inmanencia y trascendencia»)176 se aparta claramente de la órbita pietista, devocional y confesional de los oratorios tradicionales. Lo fundamental de esta obra —y esto es algo que la conecta con el texto de Totentanz der Prinzipien— es simplemente «la idea de plegaria»,177 de tal modo que Die Jakobsleiter llega a ser «una obra religiosa sólo en el sentido que se ocupa de los empeños últimos del ser humano» con un «imaginario de misticismo swedenborguiano» y una filosofía «intensamente individual e individualista».178 Una filosofía que Gabriel resume muy bien en los primeros compases de la obra, al exhortar a la humanidad a ir «hacia la derecha o hacia la izquierda, hacia adelante o hacia atrás. . . »), de tal modo que se venza cualquier tentación de autocomplacencia e inmovilismo. Este ir «hacia la derecha o hacia la izquierda» pero «avanzar sin preguntarse qué hay delante o qué hay detrás» coincide de lleno con la actitud personal y artística de Schönberg durante el parón creativo de 1913 a 1917. Ante la necesidad de encontrar nuevas relaciones entre los sonidos que permitieran salir o de la brevedad compositiva o de la necesidad de soporte textual de la atonalidad, Schönberg trabajó intensamente en el proyecto de la Sinfonía coral, que acabaría conduciendo a Die Jakobsleiter. Este periodo de crisis de producción no fue, pues, un periodo de inactividad, sino que —aunque no diera frutos visibles— sirvió de barbecho antes del florecimiento del dodecafonismo. Significativamente, la búsqueda de nuevas relaciones sonoras (que llevaron al «método de composición con doce sonidos exclusivamente relacionados entre sí») coincidió en el tiempo con el inicio de la pregunta por la representación (según la cronología que hemos presentado en el apartado 1.5.4) y con la preocupación por el «cómo rezar» expresada a Richard Dehmel. Las disquisiciones sobre la representación en términos estéticos y filosóficos surgidas alrededor Otón, El reencantament postmodern, Cruïlla - FJM, Barcelona, 2012, p. 18. Bailey, Programmatic Elements in the Works of Arnold Schoenberg, UMI Research Press, Ann Arbor, 1984, p. 87. Bailey apunta la conexión temática entre Totentanz y Die Jakobsleiter, entre otros motivos, por su continuidad cronológica: el texto del oratorio fue empezado sólo tres días después de acabar el de Totentanz. 178 H. E. Smither, «Oratorium», en Grove Music Online [16.I.2013]. 177 W. 176 J. 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 327 de 1913-1914 (que cristalizan en el ZKIF, escrito en abril de 1917) coinciden con las preocupaciones metafísicas y sobre «cómo rezar» de la Sinfonía coral empezada hacia 1913 (que cristalizan en Die Jakobsleiter, cuyos primeros bocetos musicales se remontan a enero de 1917).179 Hay que tener presente, pues, que los avances en cuanto a teoría compositiva, reflexión analítica, evolución espiritual o producción artística de este periodo se dan la mano, y podrían establecerse analogías concretas entre sus distintas formulaciones. Sólo para poner un ejemplo meridiano: la escalera de Die Jakobsleiter está en el mismo orden de cosas que la pregunta por la representación, dado que conecta dos mundos y permite pasar de lo escondido a lo revelado. Así pues, el viraje hacia cuestiones religiosas y espirituales acaecido alrededor de 1912 (con la vivencia de la religión como religare en un sentido más amplio) parece que ayuda a Schönberg a avanzar en cuestiones compositivas y teóricas. En cierta medida, el uso de un lenguaje religioso para articular la problemática de la relación a nivel espiritual y teológico va a servir a Schönberg para ir afianzando un modo de pensar relacional que le ayudará también en su evolución compositiva; y viceversa. En palabras de Karl Wörner, estas creencias teológicas tuvieron no poca influencia en la idea y en la formulación del principio de las doce notas, los comienzos del cual se remontan a finales de diciembre de 1914 o enero de 1915. El concepto de cielo de Swedenborg —la descripción de Balzac no permite el tiempo y el espacio en la eternidad— se corresponde con el schönberguiano «principio de la experiencia absoluta y unificada del espacio musical», un concepto que se lleva a cabo a través de la serie de notas, su forma básica y sus modificaciones. El «método de composición con doce notas» [. . . ] no es sólo un método musical o simplemente una especulación teórica, o una consecuencia histórica de la situación de 1910. No sólo es una idea, sino la suma de todas las experiencias, basada en una mirada religiosa.180 Según la formulación de Daniel Albright, que hibrida lo musical con lo teológico: «La escala de Jacob es una Tonleiter, una escala musical, y Dios es el punto liminar en lo alto de la serie de armónicos».181 La no conclusión de la obra, sin embargo, deja la escalera inacabada, como si faltaran peldaños que permitieran la unión con Dios. Así —aún sin pretenderlo— Schönberg recrudece el drama del hombre de hoy, que necesita encontrar el lenguaje para conectar con la W. Bailey, Programmatic Elements in the Works of Arnold Schoenberg, pp. 74-118. Wörner, Schoenberg’s Moses and Aaron, trad. P. Hamburger, St. Martin’s Press, Nueva York, 1963, p. 24. 181 D. Albright, «Butchering Moses», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, p. 453. 180 K. 179 Cf. 328 Capítulo 3. La creación de una poética propia Figura 3.18: Anotación de Schönberg para Die Jakobsleiter (T13_03_12). trascendencia; un lenguaje que Schönberg no es capaz de proporcionar, porque la segunda parte de la obra (que tenía que mostrar cómo la plegaria permite esta unión) quedó inconclusa. La obra se detiene en el momento en el que la obra debía mostrar —según el plan de Schönberg— la migración de las almas, que se dibuja en un gran interludio sinfónico. Este interludio muestra cómo las almas, de acuerdo con sus méritos, son incapaces de salir del círculo de las reencarnaciones a pesar de la ayuda de daimones, genios y ángeles, hasta que Gabriel, al final de la segunda parte del oratorio, les enseña a buscar en la oración la unión con Dios y a encontrar así la redención en la apertura hacia Dios.182 Al quedar inconclusa la obra, no sabemos cuál era la forma de orar que Schönberg iba a proponer, o si —realmente— iba a proponer alguna. Sin embargo —tal como leemos en la anotación que reproducimos en la figura 3.18, hecha significativamente al lado de una escalera cuyo último peldaño se eleva notablemente hacia arriba— «el final contesta muchas de las preguntas que se plantean en la segunda parte». Lo más que podemos hacer es analizar los com- Meyer / Th. Muxeneder (ed.), Arnold Schönberg. Catalogue raisonné, Arnold Schönberg Center - Christian Brandstätter, Viena, 2005, p. 170 del aparato crítico. 182 Ch. 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 329 pases finales de la obra (cuando un alma inicia su ascensión) a la búsqueda de alguna respuesta. Según veremos en el texto de estos últimos compases citado a continuación, el camino hacia la trascendencia excede la razón y los sentidos, de modo similar a lo que sucede en la mística, donde en algún momento hay que abandonar la escalera (según la feliz formulación de Wittgenstein). Lo que queda claro es que —al igual que remarcan muchos místicos— después de la unio mystica hay que volver al día a día. Así, en la partitura, después de que el alma se haya elevado hasta sonoridades agudísimas (=místicas), al cantar un intervalo ascendente de 16ª menor,183 las voces femeninas agudas, las voces recitadas y la voz de Gabriel —de modo solapado— recomiendan al alma lo que sigue, en lo que parece una explicación si no de «cómo rezar», sí al menos de «cómo vivir»: Voces femeninas agudas:] Voces recitadas: Anula los sentidos. . . Anula la razón. . . ¡Disuélvete! ¡Movimiento! ¡Miseria terrestre! ¡Todavía tendrá que andar mucho tiempo! Ahora no te lamentes más, empieza a comprender lo que pronto tendrás que olvidar de nuevo. Si vuelves, deja detrás de tí los lamentos. Cuando ya no te lamentes, estarás cerca. Entonces tu yo se disuelve. . . (JK, c. 585-601) [CD - Pista 17] Gabriel: 3.4.2. El dodecafonismo: el cuadrado mágico y la cruz Schönberg escribió muy poco sobre el dodecafonismo. Y, cuando lo hizo, casi nunca utilizó este término, sino el de «composición con doce sonidos exclusivamente relacionados entre sí» o, para abreviar, «composición con doce sonidos». Independientemente del término utilizado, resulta sumamente chocante que, de las miles de páginas que salieron de su puño y letra (Schönberg mismo se sor- 183 Este gesto en particular (y el tratamiento de la voz del alma en general), recuerda Herzgewächse, con sus ascensiones escalares y su uso de amplias interválicas. Casualmente o no, la interválica más amplia cantada por el alma (la 16ª menor si2 -do5 del c. 586), es la misma con la que acaba (sin conclusión) Die Jakobsleiter (c. 699-700). 330 Capítulo 3. La creación de una poética propia prendía de cuántas)184 , sólo 30 estén dedicadas de modo más o menos técnico al asunto: las que corresponden al artículo «Composition with Twelve-Tones (1)», de 1941.185 La exposición detallada del «método» la debemos a su discípulo Josef Rufer, a quien Schönberg confió la tarea. Sin embargo, el libro titulado Die Komposition mit zwölf Tönen, no se publicó hasta 1952, justo un año después de la muerte del maestro y cuando los procedimientos dodecafónicos estaban ya ámpliamente difundidos.186 De lo que no cabe duda es de que —a pesar de escribir poco sobre dodecafonismo— Schönberg quería que su paternidad sobre el método no se pusiera en cuestión. Ni en la vida real (de ahí las discusiones con Josef Matthias Hauer o los enfados con Webern), ni en la ficción de una novela (de ahí el enfado con Thomas Mann por el Doktor Faustus).187 Eso no 184 En una carta de 27.VII.1932 a su cuñado y discípulo Rudolf Kolisch leemos: «Tengo una ocupación que me roba mucho tiempo, aunque también me conviene mucho: reúno y ordeno mi obra literaria. Te sorprendería su volumen. . . » (ASL, 143). 185 Algunos autores afirman que Schönberg no utilizó jamás el término dodecafonismo. Aunque la palabra le disgustaba, lo cierto es que Schönberg la empleó en alguna ocasión, tal como puede verse, por ejemplo, en la carta 224 de la antología de Erwin Stein. Sobre la rareza de que Schönberg prácticamente no hablara del dodecafonismo, vid. A. Galliano, Mosè ed Arnold, Cartman, Torino, 2009, pp. 11-14. 186 J. Rufer, Die Komposition mit zwölf Tönen, Max Hesses, Berlin, 1952. En 1952 también se publicó la siguiente referencia: H. Eimert, Lehrbuch der Zwölftontechnik, Breitkopf & Härtel, Wiesbaden, 1952. En ella, los principios del dodecafonismo se exponen de modo bastante distinto de como los concebía Schönberg. 187 Las disputas entre Schönberg y Hauer se exponen en Wa. Szmolyan, Josef Matthias Hauer: eine Studie, Elisabeth Lafite, Viena, 1965. Independientemente de quién escribiera primero una composición con doce sonidos (los compositores rusos Alexandr Scriabin [1872-1915] y Jefim Golyshev [1897-1970] también podrían entrar en la disputa), Schönberg remarcaba la idiosincrasia de su enfoque con respecto al de Hauer. Vid. infra, página 332, y también ASR, pp. 235-240. Cf., asimismo, H. Eimert, ¿Qué es la música dodecafónica?, trad. J. P. France y J. I. Parreño, Nueva Visión, Buenos Aires, 1973, pp. 79-84. A Webern, Schönberg le reprochaba que le escondiera el haber usado 12 sonidos hacia 1915, después de que por aquella época él le hablara del tema de 12 notas del scherzo de la Sinfonía coral. Vid. L. Reinhardt, «Anton Webern’s “Mein Weg geht jetzt vorüber” op. 15, No. 4», en http://memory.loc.gov/ammem/collections/moldenhauer/2428157.pdf [1.2.2013]; y A. C. Shreffler, «“Mein Weg geht jetzt vorüber”: the Vocal Origins of Webern’s Twelve-Tone Composition», Journal of the American Musicological Society, vol. XLVII n. 2, Summer 1994, pp. 275-339. Sobre la controversia Mann-Schönberg hay una bibliografía ingente. La querella se saldó más o menos con la nota que Mann aceptó poner en las ulteriores ediciones de la novela, reconociendo la paternidad de Schönberg sobre el «método». Vid. ASL, 224. 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 331 explica, sin embargo, la rareza de que Schönberg prácticamente no expusiera nada de su hallazgo a nivel técnico. Resulta significativo, por tanto, que cuando Schönberg habla de la «composición con doce sonidos» lo haga siempre a nivel teórico, aportando argumentos de lógica compositiva, de apreciación estética o de justificación filosófica, pero jamás —a excepción del artículo de 1941— detallando cuestiones de orden técnico. El motivo de este “silencio técnico” cabe atribuirlo a que para Schönberg lo importante era el hecho de componer y no el estilo en el que se componía. En otras palabras: no se puede confundir el medio con el fin; o, según su propia formulación: «no compongo principios sino música» (ASL, 204). Por eso, al hablar con Josef Rufer sobre el libro que éste quería escribir, le recomendaba: No lo titule Teoría de las doce notas [Zwölftontheorie], titúlelo La composición con doce notas [Die Komposition mit zwölf Tönen]. Yo, personalmente, pongo el énfasis en la palabra composición. Por desgracia la mayoría hacen algo que se aleja un tanto de que la idea es componer música [der Idee ist, Musik zu komponieren]. [. . . ] Su intención de basar el libro sobre todo en análisis me parece excelente. Pero no sólo se debe tratar de análisis que muestren cómo utilizar las doce notas. Esto es interesante hasta cierto punto y podría ser explicado a través de una serie de ejemplos. Lo más importante es que debe ser composición, que debe ser música.188 Schönberg se mostraba no menos explícito en el agradecimiento al compositor Roger Sessions por un artículo sobre su música, en una carta escrita en diciembre de 1944: Finalmente querría evocar lo que tengo por más valioso para posibilitar una apreciación de mi música: que usted diga que se tienen que escuchar de la misma manera que cualquier otra música, olvidar las teorías, el método de los doce sonidos, las disonancias, etc.; y quisiera añadir, si es posible, el autor. [. . . ] En una conferencia titulada New Music, Outmoded Music, Style and Idea, he expresado una idea análoga con estas palabras: «un poeta chino habla chino, ¿pero qué es lo que dice?» Y acostumbro a decir: «Que yo escriba en este o en ese otro estilo, que utilice este o ese método, es un asunto particular mío y no le interesa en absoluto al oyente; pero querría que mi mensaje fuera comprendido y aceptado» (ASL, 196). Esta comprensión y aceptación del mensaje no tiene nada que ver con descubrir sin más los procedimientos empleados en una composición. A nadie debería importarle —a menos que sea simbólicamente significativo; y a veces lo es— dónde 188 Carta a Josef Rufer de 25.7.1949 (http://81.223.24.109/letters/search_show_ letter.php?ID_Number=5123 [6.8.2012]). En su libro (p. 8 de la edición alemana, y p. 2 de la traducción inglesa), Rufer reproduce sólo el primer párrafo. 332 Capítulo 3. La creación de una poética propia están las notas de la serie (esto es, identificar los números), qué transposiciones se utilizan, o qué forma de la serie se está empleando en cada momento. Schönberg no se cansaba de advertir a sus discípulos de que esto no era lo importante. En una carta a Rudolf Kolisch (que, además de discípulo suyo y excelente violinista, era su cuñado) leemos la sarta de consideraciones y veladas reprimendas que le suscitó el análisis “nota a nota” que éste hizo de una pieza suya. Por su interés, la reproducimos in extenso: Has encontrado acertadamente (salvo en una pequeñez: el segundo sujeto suena: 6ª nota do , 7ª sol ) la serie de mi [Tercer ] Cuarteto de cuerda. Tiene que haber sido un esfuerzo muy grande, y no creo que yo hubiera tenido paciencia para ello. ¿Crees, pues, que hay alguna utilidad en saberlo? No puedo imaginármelo. En mi opinión, para un compositor que aún no está bien familiarizado con el empleo de las series puede ser un estímulo el saber cómo puede proceder: una pura indicación artesanal de la posibilidad de obtener algo de las series. Pero las cualidades estéticas no se infieren de ello, a lo sumo sólo accesoriamente. No puedo dejar una y otra vez de prevenir contra la excesiva sobreestimación de estos análisis, pues sólo conducen a lo que siempre he combatido: a saber cómo está hecho; mientras que yo he ayudado siempre a saber ¡lo que es! Esto es lo que repetidamente he intentado hacer comprensible a Wiesengrund [Adorno], y también a Berg y a Webern. Pero no me creen. No puedo dejar una y otra vez de decirlo: mis obras son composiciones dodecafónicas, no composiciones dodecafónicas: vuelve a confundírseme aquí con Hauer, para quien la composición tiene sólo una importancia secundaria. Naturalmente sé, y jamás lo olvido, que en tales investigaciones tú nunca dejas de convivir con aquello por donde ha empezado tu relación con esta música: con su substancia espiritual, sonora, musical. Pese a ello no puedo hacer otra cosa sino pronunciarme contra un tal análisis, pues siempre lo he hecho. Por ejemplo, en el Tratado de armonía. Para mí, sólo entra en consideración como análisis aquel que saca a la luz las ideas y muestra su representación y desarrollo. Naturalmente, tampoco hay que perder aquí las sutilezas artísticas. Te admirarás de que hable sobre esto con tanto detalle. Pero, aunque tampoco me avergüence de la sana base constructiva de una composición allí donde la he construido conscientemente, y donde, así pues, es menos buena que cuando es producida como un resultado instintivo e inconsciente, no quiero pasar por un constructor a causa de la pequeña combinación serial, porque esto significaría muy poca contraprestación por mi parte (ASL, 143). Ya en el primer texto que escribió hablando del dodecafonismo, en 1923, titulado «Las teorías de Hauer», Schönberg dejaba de lado cualquier cuestión técnica e incidía en lo fundamental para él: la cuestión de la composición, que tiene que ver con la coherencia de los elementos puestos en juego y con la presentación de la idea. Para Schönberg, la «composición con doce sonidos» permitía sustituir algunos de los medios cohesionadores de la tonalidad, que habían desaparecido con la atonalidad: Con la renuncia de las ventajas formales inherentes en la cohesión tonal, la presentación de la idea se ha vuelto todavía más difícil; faltan el redondeamiento exterior y la autocontención que este principio simple y natural de composición trajo consigo mejor de lo que lo hiciera cualquiera de los otros que se usaron paralelamente. Como 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron mínimo, ninguno fue capaz de conseguir tanto con su simple presencia: la relación rítmica no podía hacer nada similar; tampoco la repetición motívica; ni ningún otro de los más complicados (que de hecho son más apropiados para crear disrupción que para forjar cohesión: las secuencias, la variación, el desarrollo, etc.). Ya que, en una tonalidad, entran en juego los opuestos vinculándose conjuntamente. Prácticamente la cosa consiste exclusivamente en los opuestos, y esto da el fuerte efecto de la cohesión. Encontrar los medios de sustituir esto es la tarea de la teoría de la composición con doce sonidos. (SI, p. 209).189 333 Precisamente una carta a Hauer de diciembre de 1923 permite deducir que Schönberg estaba buscando una manera de organizar el total cromático casi desde el mismo momento en que abandonó la sintaxis tonal: «aquello sobre lo que reflexiono hará ya pronto 15 años», le dice al compositor austriaco (ASL, 78). Si a la fecha de la carta le restamos los 15 años a los que se refiere Schönberg, obtenemos una fecha alrededor de 1908-1909, y hay que tener en cuenta que la primera obra atonal es de 1907-1908. La cronología coincide también con la que se desprende de una frase de «Composition with Twelve-Tones (1)», donde Schönberg recuerda que «después de muchos intentos infructuosos durante un periodo de aproximadamente doce años, senté las bases para un nuevo procedimiento en la construcción musical». Si el hallazgo se produjo en 1921, restándole estos 12 años, nos situamos de nuevo alrededor de 1909. Con el dodecafonismo, Schönberg conseguía reinstaurar el propósito de unidad en la composición que se había perdido con el fin de la tonalidad y que era difícil de lograr con el atonalismo. Tal como contaba a Nicolas Slonimsky, al escribir algunos movimientos de la Suite para piano, que compuse en otoño de 1921 [. . . ], me di cuenta repentinamente del verdadero significado de mi propósito: unidad y regularidad, que inconscientemente me había conducido hacia este camino.190 Años más tarde, en 1945, Schönberg lo volvería a formular en términos parecidos, afirmando que «la principal utilidad de la “serie” es unificar los motivos y dar una mayor lógica a los sonidos que suenan simultáneamente» (ASL, 204). Algo que repetiría casi siempre, en todos sus textos, con las mismas palabras. Como aquí, donde Schönberg parafrasea el «Hágase la luz» del Génesis: En música no hay forma sin lógica, y no hay lógica sin unidad. 189 Formulaciones análogas aparecen en otros lugares. Vid., por ejemplo, «My Evolution» (SI, p. 91), o la carta del 4 de julio de 1947 a René Leibowitz (ASL, 216). 190 N. Slonimsky, Music since 1900, Schirmer Books, Nueva York, 1994, p. 1030. 334 Capítulo 3. La creación de una poética propia Creo que cuando Richard Wagner introdujo su leitmotiv —con el mismo propósito con el que yo introduje mi serie básica— debió exclamar: «Hágase la unidad» (SI, p. 244). En todas sus explicaciones Schönberg va a remarcar siempre que con el dodecafonismo se obtiene la «unidad del espacio musical» (SI, p. 223) gracias a la posibilidad de establecer relaciones en todos y cada uno de los elementos de la composición: una posibilidad de relación que quería conseguir también en el terreno espiritual. Quizás porque lo primordial era el propósito de unidad, de relación, delegó la tarea de exponer las cuestiones técnicas (a saber, los principios combinatorios del dodecafonismo) a su discípulo Josef Rufer. Entre 1929 y 1933 —unos veinte años antes de la aparición del libro de Rufer— el también discípulo suyo Anton Webern había pronunciado unas conferencias que se compilarían posteriormente en el volumen Der Weg zur neuen Musik (El camino hacia la nueva música). Al acabar la última de las conferencias, titulada «El camino hacia la composición dodecafónica», Webern decía: Todavía me queda una cuestión en el corazón: todo lo que hemos visto (retrogradaciones, cánones, etc.) no hay que tomarlo como si fueran «juegos malabares»: ¡sería ridículo! Hay que conseguir la máxima coherencia posible y tenéis que admitir que con estos medios se puede conseguir. Para terminar, tengo que advertir que esto no pasa sólo con la música. Hay una analogía con el lenguaje. Con gran entusiasmo he comprobado que en Shakespeare se encuentran muchas consonancias y asonancias que presentan relaciones de coherencia similares. Incluso se llegan a construir frases retrogradables. Así ha nacido también el arte de la palabra de Karl Kraus: hay que intentar conseguir la coherencia porque incrementa la comprensibilidad. Y para acabar, os ofrezco un antiguo aforismo latino: S A T O R A R E P O T E N E T O P E R A R O T A S El palíndromo citado por Webern —pero jamás referido por Schönberg— permite ser leído en cuatro direcciones distintas, de modo análogo a los cuatro sentidos de lectura (Original, Retrógrado, Inverso, Retrógrado Inverso) de la serie dodecafónica. Pero no sólo esto, sino que la metáfora agrícola del texto coincide en gran medida con lo que significa componer: «el sembrador, con su carro, mantiene con destreza las ruedas»; o, en términos evangélicos, asimi- 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 335 lando el sembrador al Creador: «el creador de todas las cosas mantiene con destreza sus obras».191 Más allá del significado del texto, lo más relevante es que este “cuadrado mágico” dibuja una cruz en su centro (vid. fig. 3.20, izquierda). Una figura que en la tradición cristiana tiene una dimensión análoga a la de la escalera en el mundo judío, en tanto que es un axis mundi que, «situada en el centro místico del cosmos, es el puente o la escalera por los que las almas suben hacia Dios», con lo cual «establece la relación primaria entre los dos mundos (terrestre y celeste)».192 A lo largo de toda su producción, Schönberg no se refirió nunca a la figura de la cruz, aunque en 1910 pintó una estilizada figura humana con los brazos en cruz, titulada Christus [78]. Mucho más chocante resulta, por ello, el dibujo que reproducimos en la página 336, donde las figuras de la escalera (que es a la vez columna vertebral) y la cruz aparecen juntas, al lado de dos flechas de ascensus y descensus que custodian un rostro que mira hacia arriba. Un rostro que —sea dicho aquí de paso— está en la misma posición que el autorretrato n. 47 pintado en 1935 (según la numeración del Catalogue raisonné). Tal como hemos señalado, el camino hacia el dodecafonismo (cuyas permutaciones seriales se ejemplifican en el palíndromo citado por Webern) se produjo a la par que Schönberg profundizaba en cuestiones religiosas y espirituales como las que simboliza la cruz, que supone «una conjunción de contrarios, en la que casan el principio espiritual y vertical con el orden de la manifestación y de la tierra».193 Esto era algo que aparecía ya en el pensamiento de Schönberg desde su temprano Aberglaube. Por ello, el hecho de que Webern saque a colación un palíndromo que tiene una cruz escondida es una casualidad sumamente significativa.194 Pero lo que todavía deja más perplejo es la dimensión inequívocamente religiosa del palíndromo, y que Webern debía desconocer casi con toda seguridad. Este cuadrado mágico —esparcido por Europa en varias edificaciones, sobre todo romanas— es una crux dissimulata que supuestamente servía para identi- 191 Vid. http://es.wikipedia.org/wiki/Cuadrado_Sator, y también http://utenti. quipo.it/base5/latomagi/sator.htm [27.1.2013]. 192 J. E. Cirlot, Diccionario de símbolos, Siruela, Madrid, 1997, p. 157. Vid. también Mircea Eliade, Imágenes y símbolos, Taurus, Madrid, 1992, «El simbolismo del “centro”». 193 Ibidem. 194 Sobre la casualidad, Schönberg afirma que «atribuir algo al azar depende del punto de vista que se elija» (HL, p. 372). 336 Capítulo 3. La creación de una poética propia Figura 3.19: Respuesta ilustrada a un dibujo dedicado. Lápiz, pincel y tinta china sobre papel, 21x12,8 cm., 1920 [185] ficar a los cristianos en los primeros siglos de nuestra era. Esta identificación no sólo tenía que ver con la configuración axial del tenet, sino con la reordenación de las letras del palíndromo. Pertinentemente redistribuidas, las letras del «Sator» (vid. figura 3.20, derecha) permiten que la axialidad del Paternoster (la oración cristiana por excelencia) se sitúe enmedio del alfa y el omega (es decir, del principio y el fin) de toda creación.195 Pero la referencia al cuadrado mágico no es de Schönberg sino de Webern, y está hecha sin referencia alguna a toda esta cuestión axial y religiosa. En cual- Grosser, «Ein neuer Vorschlag zur Deutung der Sator-Formel», Archiv für Religionwissenschaft, XXIV, 1926, pp. 165-169. 195 F. 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 337 Figura 3.20: Ejemplos de crux dissimulata. Nótese que en la disposición «Paternoster», la A y la O de ArepO y OperA mantienen el mismo lugar que en el palíndromo «Sator». quier caso resulta sintomático que el palíndromo utilizado por Webern para explicar el dodecafonismo tenga —casualmente o no— esta dimensión espiritual, lo cual (a ojos de Schönberg) sería probablemente o bien una prueba más de la mano del «Comandante supremo» que garantiza la coherencia de lo que está bien hecho, o bien una muestra de la conexión entre macro y microcosmos. En cualquier caso —ya fuese consciente o inconscientemente— tanto el camino hacia el dodecafonismo como su formulación (con el entramado de relaciones entre los sonidos que propone) mantiene claras interacciones y correspondencias con cuestiones religiosas, entendidas no de modo confesional sino en la dimensión de religare (con la importancia de las mediaciones y de la plegaria en tanto que elementos de relación entre la trascendencia y la inmanencia). Realmente, la preocupación de Schönberg por encontrar un método que garantizara la coherencia en la composición y la «unidad del espacio musical» (SI, p. 223) tenía que ver tanto con cuestiones compositivas como con cuestiones filosóficas. Recurrir a la serie no tenía como propósito construir piezas que —mediante una combinatoria aséptica— estuvieran simplemente bien cohesionadas: la cohesión a través de elementos motívicos era algo que Schönberg ya había realizado exitosamente con la atonalidad. La necesidad de la serie tampoco tenía nada que ver con que al compositor le faltara inventiva, capacidad melódica o aptitud armónica, ni con ninguna pretensión de conseguir que —mediante soporíferas 338 Capítulo 3. La creación de una poética propia permutaciones seriales— se pudiera componer una obra.196 Pocos compositores han gozado de la capacidad melódica, la destreza contrapuntística y la riqueza armónica de Schönberg, tal como queda patente en sus primeras composiciones. ¿Por qué, pues, la necesidad de la serie? Sencillamente para que todo el material empleado en la composición (un material que se emplea generando relaciones motívicas y contrapuntísticas más allá de las que proporcionan de soi las relaciones interválicas que configuran la serie) esté relacionado con un fundamento de base. Así, todo es coherente. Todo sigue un orden y todo está en correspondencia con todo, en una organicidad entre el micro y el macrocosmos de cada composición que está en consonancia con la Weltanschauung schönberguiana. No se trataba pues de que el empleo del método dodecafónico proporcionara coherencia a la hora de componer (es decir, a la hora de crear relaciones entre los elementos de una composición), sino de que proporcionara coherencia a la composición entera, de tal modo que —más allá de la coherencia conseguida a nivel motívico, armónico o contrapuntístico— toda ella se pudiera fundamentar en un entramado de relaciones previo y exclusivo para cada composición, estableciendo una relación estrechísima entre el nivel precompositivo y el compositivo. Efectivamente, las obras no se fundamentaban ya en un sistema de relaciones precompositivas válido para todas ellas (como sucedía en la tonalidad), sino en un sistema de relaciones (la serie) propio e intransferible para cada pieza, lo cual proporciona una coherencia y una unidad absolutas a cada composición. Esta coherencia permite, por ejemplo, que las primeras obras dodecafónicas sean puramente instrumentales, al no requerir ya texto alguno que sustente su forma, puesto que la coherencia formal viene garantizada por la autonomía que recupera el discurso musical: justo lo contrario de lo que había sucedido en las primeras composiciones atonales, que necesitaban un texto en el que sustentarse o caían en lo aforístico. Quizás por ello, Schönberg empieza su singladura dodecafónica con la recuperación de formas clásicas: una marcha, 196 El propio Schönberg advertía de ello: «La introducción de mi método de composición con doce sonidos no facilita la composición; al contrario, la hace más difícil. [. . . ] Las restricciones impuestas a un compositor por la obligación de utilizar sólo una serie en una composición son tan severas que sólo pueden ser superadas por una imaginación que haya sobrevivido un tremendo número de aventuras» (SI, p. 223). 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 339 un minueto, unas variaciones, una gavota, una giga. . . , y, en primer lugar —tal como ya hemos avanzado en la página 137—, un vals. Con este vals (la última de las cinco piezas del opus 23) compuesto en 1921, Schönberg dejaba atrás su etapa atonal, que se había iniciado —en cuanto a número de opus— con otra composición para piano, las Drei Klavierstücke opus 11, escritas en 1909. Un periodo que —casualmente o no— había durado 12 años y que, en cuanto a número de opus, quedaba enmarcado por el número 11 y el número 23. Dos números que, restados dan como resultado 12. Adentrarse en el dodecafonismo no suponía ninguna ruptura brusca con el periodo precedente. Prueba de ello (casi a modo programático, al igual que en el caso del Segundo cuarteto) es la continuidad estilística entre las cuatro primeras piezas atonales y la quinta dodecafónica del opus 23, en una hilvanación auditiva «arreglada cuidadosamente como para enfatizar la consistencia y la continuidad».197 En palabras del propio Schönberg, con las que acababa la carta que en 1937 escribiera a Slonimsky: Odio que se me llame revolucionario, cosa que no soy. Lo que he hecho no ha sido ni revolución ni anarquía. Desde mis comienzos he poseído un sentido de la forma minuciosamente desarrollado y una fuerte aversión por la exageración. No hay una vuelta al orden porque jamás hubo desorden. No hay vuelta alguna, sino al contrario, hay una ascensión hacia un orden superior y mejor.198 3.4.3. Del opus 27 al opus 35: «comunicaciones del otro lado», drama bíblico y comedia de enredos Después de la formulación del dodecafonismo en verano de 1921 (coincidiendo con los acontecimientos del Mattsee), la producción de Schönberg adquirirá un carácter eminentemente instrumental. Y además, casi por primera vez en su catálogo (a excepción del opus 11 y del opus 19), sus piezas instrumentales no se sustentarán en ningún programa, sino que pertenecerán a la categoría de la música pura. En su época tonal, aproximadamente el 65 % de los opus de Schönberg eran composiciones vocales (y las que no, tenían sustrato programático); el porcentaje se incrementó entre 1909 y 1921 (durante el período atonal) hasta llegar al 80 % de obras con texto; y se redujo, en cambio, a partir 197 K. Bailey, Composing with Tones. A Musical Analysis of Schoenberg’s Op. 23 Pieces for Piano, Royal Musical Association, Londres, 2001, p. 1. 198 N. Slonimsky, Music since 1900, Schirmer Books, Nueva York, 1994, p. 1030. 340 Capítulo 3. La creación de una poética propia de la formulación del dodecafonismo, con sólo un 40 % de obras vocales. Con el paso de los años, los textos empleados por Schönberg salieron cada vez más de su puño y letra, y su temática evolucionó hacia una dirección progresivamente más reflexiva, espiritual y netamente religiosa. Si en las obras tonales los textos empleados eran eminentemente líricoamorosos y hacían hincapié en la relación entre amantes (el dolor de la separación, los triángulos sentimentales, etc.), en la época atonal algunos textos empezarán a presentar una dimensión espiritual, tratando de la separación de ámbitos y de la relación que se establece entre lo físico y lo metafísico, entre lo ideal y lo material o entre lo interior y exterior (Herzgewächse, Vier orchesterlieder ), aunque sin perder de vista todavía la temática de las relaciones amorosas, que adquirirán un carácter más problemático y atormentado en consonancia con la atmósfera expresionista del momento (Erwartung, Die glückliche Hand ). En cambio, a partir de la formulación del dodecafonismo, a excepción de los Drei Volkslieder op. 49 y las Drei Satiren op. 28, todos los textos empleados por Schönberg van a tratar de cuestiones religioso-espirituales (como en Moses und Aron o los opus 27, 35, 39 y 50) o éticas (Ode to Napoleon Bonaparte y A survivor from Warsaw ). Sin embargo, el primer texto utilizado en una composición dodecafónica no tenía nada que ver ni con cuestiones religiosas ni con cuestiones éticas, sino que tenía una temática claramente amorosa. Era el Soneto n. 256 de Petrarca, utilizado en el cuarto movimiento de la Serenade op. 24: una obra que retornaba a las formas clásicas y que nuevamente cargaba las tintas de la numerología.199 Sin embargo, aunque la temática fuera amorosa, el texto petrarquesco —y Petrarca es también un clásico—, trataba de la separación del alma respecto del cuerpo a causa del amor: una separación entre lo espiritual y lo material que (aunque sea aquí so pretexto amoroso) ya se había tratado antes en Herzgewächse o Die Jakobsleiter. Mientras escribía la Serenade opus 24, Schönberg orquestó dos corales de Bach. Recurrir a Bach (que tiene un incuestionable estatuto fundacional) durante los primeros pasos del dodecafonismo venía a ser como apoyarse sobre suelo firme y —quizás— pedir cobijo y protección. Tal como remarcaba Alban 199 Vid. una exposición sucinta en http://francisco-lamusicamoderna.blogspot.com.es/ 2012/01/schoenberg-y-el-retorno-los-clasicos.html [29.1.2012]. 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 341 Berg, la importancia de Schönberg era equiparable a la del cantor de Leipzig, tanto por sus contribuciones musicales como por el momento histórico que les tocó vivir.200 Pero el título de los dos corales escogidos por Schönberg nos permite intuir otra intención, que tiene que ver con la temática y con el particular enfoque de lo espiritual que se da en ellos. «Ven Dios, creador, Espíritu Santo» es una clara invocación al descensus, y «Adórnate, querida alma» tiene unas resonancias seraphíticas cercanas al pasaje de la ascensión del alma en los compases finales de Die Jakobsleiter (en los que Schönberg estaba trabajando todavía).201 Algo más de un año después de orquestar los corales Bach, el 18 de octubre de 1923 moría Mathilde, con quien Schönberg se había casado exactamente 22 años antes, el 18 de octubre de 1901. Schönberg acabó de escribir entonces el texto para un Requiem que había empezado un tiempo antes y cuyas reflexiones cabe situar en la órbita Die Jakobsleiter. A parte de tratar el tema de la inmortalidad del alma, el texto hace una exaltación de la vida y de la comunión en el amor, y traza una división de planos entre la dimensión de lo transitorio y la de lo eterno al contraponer «la tierra donde el tiempo pasa» al lugar «sin dirección» (Richtungslosen) y «sin tiempo» (Zeitlosen) donde Schönberg se pregunta si «se podrán reencontrar jamás los caminantes». La idea de la separación y del posible reencuentro post mortem aparece en la parte final del texto, junto con una exhortación a seguir adelante sin desfallecer: Aleja de ti todo consuelo: sólo quiere arrebatarte lo que es valioso mantener. 200 En enero de 1930, Alban Berg publicaba un artículo sobre Schönberg que empezaba —cambiando algunas palabras— igual que el texto que Hugo Riemann había escrito años antes sobre las contribuciones de J. S. Bach. Vid. W. Reich, Schoenberg, p. 129. Vid. las propias reflexiones de Schönberg al respecto en SI, p. 117, p. 171 y s., y pp. 288-289. Para la relación Bach-Schönberg, cf., entre otros, R. Stephan, «Schoenberg and Bach», en W. Frisch (ed.), Arnold Schoenberg and His World, pp. 126-140; E. Haimo, «Schönberg, Bach, and B-A-C-H», JASC, vol. 7, 2005, pp. 85-98; y Á. Heneghan, «An Affinity with Bach», JASC, vol. 7, 2005, pp. 99-123. 201 Las libretas de esbozos de Die Jakobsleiter muestran «anotaciones fechadas en abril y julio de 1922» (Th. Muxeneder, «Introduction» a Die Jakobsleiter, en http://www.schoenberg.at/index.php?option=com_content&view=article&id= 234&Itemid=403&lang=en [30.1.2013]), y Schönberg estaba orquestando los corales entre abrilmayo y finales de junio de 1922. Vid. J. Rufer, The Works of Arnold Schoenberg, p. 93. 342 Capítulo 3. La creación de una poética propia [. . . ] Sigue avanzando con el mismo valor con el que has avanzado. Si se puede morir, lo cual es difícil, también se puede vivir.202 Schönberg acababa el texto del Requiem el 15 de noviembre de 1923, casi un mes después de la muerte de Mathilde.203 Un par de semanas más tarde —según anotaba el 28 de noviembre en su diario— escuchó la voz de su difunta esposa que gritaba «“Papá, papá. . . ”, vociferado en un susurro muy intenso».204 Pero lo más significativo es lo que sigue: Los gritos eran —por así decirlo— «desinteresadamente rápidos»; el primero lo era tanto, que quizás era parcialmente simultáneo; el segundo (quizás como una corrección) sustancialmente más lento. Obviamente es difícil para alguien del otro lado adaptarse a nuestra manera de hacer las cosas una detrás de otra. ¡Ojalá que Mathilde hubiese hablado más! ¿Quería avisarme? La expresión de la voz no era de aviso, sino más bien de regocijo. En cualquier caso, no sé si se puede sacar alguna conclusión de ello. Porque así como confundió el tiempo de este mundo, también hizo lo mismo con la expresión y la dinámica. . . ¿Por qué gritó susurrando?205 Más allá de la topografía que presupone el texto (un aquí y un allá), es relevante que Schönberg plantee que en el «otro lado» la voz no esté sujeta al orden lineal del tiempo (que es una característica de este mundo) y pueda, por lo tanto, ser polifónica. Lo más destacable, sin embargo, es que llegue a la conclusión de que entre este mundo y el otro hay diferencias de tiempo, dinámica y expresión que —para ser comprensibles aquí— cabría descodificar apropiadamente. Pero no resulta tan raro, si tenemos en cuenta que la traducibilidad del código de un mundo a otro por la que Schönberg se preocupa en la anotación del diario, está en sintonía con las consideraciones sobre la coherencia lógica, psicológica y metafísica del ZKIF (1917), y con las preocupaciones por la correcta presentación de las obras en concierto que motivó la aparición del Verein für musikalische Privataufführungen (1918). Sólo que ahora —en el caso de Mathilde, y al igual 202 A. Schönberg, «Requiem», en Ch. Meyer (ed.), Strindberg, Schönberg, Munch. Nordic Modernism in Schönberg’s Vienna Around 1900. Exhibitions Catalogue, Arnold Schönberg Center, Viena, 2008, pp. 37-40. 203 Vid. N. Schoenberg-Nono (ed.), Arnold Schönberg 1874-1951. Lebensgeschichte in Begegnungen, Ritter Verlag, Klangefurt, 1998, p. 216. 204 JASI, vol. IX/1, p. 78. 205 Ibidem. 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 343 que sucederá en Moses und Aron— la separación es de carácter ontológico y tiene que ver con el ámbito espiritual y religioso. En cualquier caso, la cuestión de la relación entre distintos ámbitos fue cobrando cada vez mayor importancia en el pensamiento de Schönberg entre 1917 y 1923. Y es sintomático que se den concomitancias notables entre el lenguaje que utiliza para hablar de cuestiones puramente técnicas, teóricas y musicales con el que utiliza para hablar de hechos tan personales como la experiencia de escuchar la voz de Mathilde después de su fallecimiento. Para poner sólo un ejemplo —y aunque no haya conexión causal entre una cosa y otra—, la simultaneidad (o polifonía) con la que puede hablar la voz de Mathilde al estar en el «otro lado» es del mismo orden que la simultaneidad con la que Schönberg va a representar la “voz de Dios” en Moses und Aron (que, al igual que la voz de Mathilde, proviene de un ámbito ultraterreno). Tanto por la anotación en su diario como por los textos que va a musicar, resulta evidente que el tratamiento que Schönberg da a las cuestiones religiosas prioriza siempre la posibilidad de relación entre ámbitos de naturaleza distinta, tratando de salvar las diferencias de código e intentando construir un canal —por ejemplo— en forma de escalera. Tal como hemos remarcado ya, esto no tiene que ver tanto con una concepción dual del mundo, sino con la base relacional del pensamiento de Schönberg, que siempre estará enfrascado en ver qué conexiones (qué transmisibilidad, qué correspondencias, qué traducción, qué imagen, qué intervalo. . . ) permiten mediar entre realidades, órdenes, instancias o notas distintos. Al tratar de cuestiones religiosas, Schönberg no va a incidir jamás en lo dogmático ni en lo pietista, ni va a recalcar nunca lo devocional ni lo apologético. Al contrario: su enfoque se centrará siempre en la posibilidad de relacionar el mundo de la inmanencia con el de la trascendencia, y en la cuestión de la ética. Para Schönberg, la religión será tanto religare (al tratar de la posibilidad de conectar lo trascendente con lo imanente) como relegere (por el hecho de que toda relectura supone «la correcta relación ética con el contexto y su trasfondo»).206 En última instancia, esta dimensión de la religión como religare transcendental y relegere ético conducirá a la reelección (reelegere) de Schön- 206 Ll. Duch, Armes espirituals i materials: religió. Antropologia de la vida quotidiana 4,1, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2001, p. 356. 344 Capítulo 3. La creación de una poética propia berg de la tradición judía. Una reelección que —después de su agnosticismo de joven y de su bautismo protestante en 1898— se concretará en 1933 en el acto de «reingresar en la comunidad de Israel». Pero esta reconversión, de hecho, —y tal como confesaba a Alban Berg— ya «tuvo lugar hace mucho tiempo, y se puede reconocer en mi obra, incluso en las partes publicadas («Du sollst nicht. . . du mußt. . . )» (ASL, 156).207 La composición citada por Schönberg es la segunda de las Cuatro piezas para coro mixto opus 27, en las cuales el compositor da muestras inequívocas de la dimensión ética y relacional sobre la que se fundamenta su (re)elección religiosa. Los dos primeros coros (con textos propios) inciden fundamentalmente en la irrenunciable condición del pueblo judío como pueblo elegido (lo cual parece más una maldición que una bendición) y en la imposibilidad de hacerse una imagen de Dios. Mientras la primera pieza trata de lo que podríamos calificar como algo eminentemente descensional (la elección del pueblo por parte de Dios), la segunda incide en algo eminentemente ascensional (la inimagibilidad de Dios por parte del pueblo). A pesar de ser el pueblo elegido, al pueblo le está prohibido incoar a Dios a través de la imaginación: no puede representárselo, no puede figurarse cómo es, porque «una imagen restringe, limita, enmarca aquello que debe permanecer ilimitado e irrepresentable» (op. 27/2, c. 2-8). Es así como Schönberg reformula, en pleno siglo xx, el segundo mandamiento mosaico. Ahora bien, Schönberg trata la «antigua cuestión judía de la Bilderverbot en un vocabulario sacado de Kant y del idealismo alemán»,208 en tanto que la distinción kantiana entre fenómeno y noúmeno (jamás utilizada propiamente por Schönberg) se ajusta perfectamente a la díada idea-estilo que subyace en su pensamiento. Más allá de reformular el mandamiento judío de la prohibición de imágenes, pues, la imposibilidad de representar lo irrepresentable significa llevar al límite la preocupación schönberguiana sobre la posibilidad de representación. Sus preocupaciones de siempre por la tensión entre espíritu y materia, entre la idea musical y su representación en el estilo, entre lo artístico (innato) y lo artesanal (adquirido). . . se llevan aquí al extremo, en tanto que lo que se intenta representar ahora (Dios) es algo de por sí irrepresentable. La cuestión la cita in extenso, vid. la página 221. Kurth, «Twelve-tone Compositional Strategies and Poetic Signification in Schönberg’s Vier Stücke für gemischten Chor, op. 27», JASC, vol. 7, 2005, p. 161. 208 R. 207 Para 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 345 de la Bilderverbot va a jugar un papel nuclear en Moses und Aron, y la ópera va a reformular en pleno siglo xx uno de los pilares del judaísmo. Un judaísmo al que Schönberg —de un modo muy sui generis, sin participar del culto ni ir a la Sinagoga— se iba acercando cada vez más. El enfoque religioso de Schönberg en la primera y segunda de las Vier stücke für gemischten Chor op. 27 hace hincapié en aquello que a la vez une y separa (en una tensión brutal, prefiguradora de las contradicciones y confrontaciones presentadas en Moses und Aron) a los hombres de Dios: por un lado el hecho de ser el pueblo elegido, y por el otro la imposibilidad de representarse a su Dios. Porque, al contrario de lo que sucede con la idea musical (cuya naturaleza dinámica puede representarse en el dinamismo de la música y de las relaciones dinámicas entre notas) parece que la naturaleza de Dios no permite representación, en tanto que cualquier imagen de él lo limita y falsea. Pero el opus 27 no se queda embarrancado en esta cuestión, sino que también contiene referencias éticas. Así, en la primera de las piezas —cuyo comienzo canónico invita a cada voz a avanzar por sí sola, pero en relación con las demás— escuchamos: «valientes son aquellos que realizan obras para las cuales su ánimo no alcanza» (op. 27/1, c. 1-8), en una formulación que recuerda un tanto la de las bienaventuranzas evangélicas [CD - Pista 18]. Las dos piezas restantes, la tercera y la cuarta, utilizan textos de la célebre antología poética Der chinesische Flöte, que sirvió también de base a numerosas creaciones musicales de Mahler, Strauss, Webern, Krenek y tantos otros músicos. La imagenería de los dos poemas (de carácter mucho más lírico que los textos de Schönberg) incide en la idea de la inquietud, de estar siempre en camino, de no dar pasos atrás, de que el agua del río siempre corre, de la distancia que nos separa de la luna (que, a diferencia del río, siempre permanece), del deseo de amor, de la venida y la partida del amante, etc. Y el carácter amoroso del último poema, con su «bella factura similar a una serenata con ritmos de barcarola, está claramente inspirado y dedicado a su joven segunda mujer»,209 Gertrud Kolisch, con quien Schönberg se casó el 28 de agosto de 1924. Después de completar las Vier Stucke für gemischten Chor, a mediados de 1926 Schönberg empezó a escribir el drama sin música Der biblische Weg (El 209 Ibid., p. 162. 346 Capítulo 3. La creación de una poética propia camino bíblico): una pieza teatral en tres actos que tenía en la cabeza desde alrededor de 1922. El protagonista de la obra, Max Aruns (que subsume bajo una sola figura los caracteres opuestos de Moisés y Aarón), tendrá el cometido de conducir al pueblo de Israel en su éxodo moderno hacia la tierra prometida.210 Quizás por esta hybris presente ya en su propio nombre (Max=Moses / Aruns=Aarón), su propósito no llega a buen término, de tal modo que «el fracaso de Aruns viene a representar para Schönberg el hecho de que un estado moderno no puede regirse por las leyes tradicionales reveladas a Moisés».211 Algo que en Moses und Aron se escenificará todavía con mayor claridad, puesto que Moisés —a diferencia de lo que sucede en el relato bíblico— no restituirá las tablas de la ley después de haberlas roto. La acción de Der biblische Weg (que presenta interesantes premoniciones) es coetánea al momento de su escritura: se sitúa en los años veinte, a caballo entre Europa (primer acto) y África (segundo y tercer acto), lugar donde se debe construir la Nueva Palestina.212 La obra viene a dramatizar las propuestas sionistas de Theodor Herzl, algunas de cuyas características personales están bien retratadas en el protagonista Max Aruns.213 Esto permite leer la obra como un «drama histórico no-histórico» en el cual Schönberg propone su visión del destino y de la misión que debe llevar a cabo el pueblo de Israel; algo que Schönberg también trataría a nivel ensayístico en textos como «A Four-Point 210 En palabras del personaje David Asseino: «Max Aruns, tu quieres ser Moisés y Aarón en una sola persona. [. . . ] Max Aruns, tú que has entendido tan bien el arte de interpretar la palabra de Dios en términos modernos, ¿no entiendes por qué Dios no unió en un solo hombre las dos fuerzas?» (A. Schönberg, Der biblische Weg, en JASI, vol. XVII, n. 1&2, 1994, p. 302). 211 Th. Muxeneder, «The biblical Way», en http://www.schoenberg.at/index.php? option=com_content&view=article&id=992&lang=en&Itemid=0 [3.2.2013]. 212 Para Danielle Cohen-Levinas, la primera de estas premoniciones es el problema de los dos estados que conlleva la creación de un estado judío (algo que Schönberg plantea 25 años de que sea efectivo en Palestina) y la segunda es el arma secreta que el general Pinxar tiene previsto construir, aunque finalmente se suicide para que su secreto muera con él: una arma novedosa que tiene la propiedad de privar a los enemigos de oxígeno, y que puede ser tanto premonitoria de los gases nazis como de la bomba de hidrógeno que se utilizarían dos décadas más tarde. Vid. D. Cohen-Levinas, «Les icônes de l’écoute, Schoenberg, les oh! et les ah! de l’histoire», en M. Imberty (ed.), De l’écoute à l’oeuvre. Études interdisciplinaires, L’Harmatan, 2001, pp. 34 y 35. 213 Vid. H. Lindenberger, «Arnold Schoenberg’s “Der Biblische Weg” and “Moses und Aron”: On the Transactions of Aesthetics and Politics», Modern Judaism, vol. 9 n. 1, February 1989, pp. 57-60. 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 347 Programm for Jewry» (1938) o «Judenfrage» (1933).214 Más allá de la cuestión social (fundamental para Schönberg, pero que escapa al horizonte de nuestro trabajo), Der biblische Weg presenta significativas concomitancias con Moses und Aron y permite vislumbrar un interesante uso simbólico de la imagen de la escalera en tanto que figura relacional por excelencia, lo cual permite conectarla con Die Jakobsleiter.215 Significativamente, en todos y cada uno de los bocetos para la escenografía, Schönberg dibuja siempre algún que otro elemento escalar. Y en las acotaciones al inicio de cada acto, Schönberg detalla la presencia de escaleras que —sin embargo— no son necesarias para el desarrollo de la acción. En el primer acto, por ejemplo, a la izquierda, hay una puerta que conduce a la habitación de Aruns; de frente, a la derecha, hay una puerta detrás de la cual deben intuirse unas escaleras descendentes. Al final del escenario, a la derecha, unas escaleras hacia un piso superior. En el fondo hay un gran ventanal, que presenta la vista de un paisaje alpino y de un gran estadio deportivo (JASI, vol. XVII, p. 164: vid. los diseños de Schönberg en la figuras 3.21). Este estadio será el emplazamiento del segundo cuadro del primer acto, y su característica principal —según los bocetos de Schönberg: vid. figura 3.22, izquierda— va a ser la magnitud de la gradería, que tiene una innegable dimensión escalar. Esta dimensión escalar va a estar presente también en el segundo acto, donde «desde el vestíbulo, bajando unas pocas escaleras, se tiene acceso a una zona suficientemente grande como para actuar» (JASI, vol. XVII, p. 236). Y también en el tercero (vid. figura 3.22, derecha), donde «las escaleras que conducían al vestíbulo, que antes eran prácticamente paralelas al proscenio, se han girado hacia arriba y hacia la derecha unos 70o de tal modo que ahora están casi perpendiculares» (JASI, vol. XVII, p. 290). Para nosotros, el hecho de que a lo largo de la obra aparezcan escaleras de modo más o menos subliminal, debe conectarse con la idea de éxodo del pueblo de Israel, que Schönberg reinterpreta al situarlo en su contexto histórico inmediato. Tanto la reinterpretación moderna del éxodo como la omnipresencia escénica de las escaleras (cuya función es conducir hacia algún lugar, y en cuyos peldaños no puede uno acomodarse) son indicativas de la ética de la búsqueda p. 58. bibliografía sobre Der biblische Weg es escasa, y esta cuestión ha pasado por alto a los analistas. 215 La 214 Ibid., 348 Capítulo 3. La creación de una poética propia Figura 3.21: Dos bocetos para Der Biblische Weg (acto 1, cuadro 1). Acuarela, lápiz, y color sobre cartón, 19,4x17 cm. / 18,2x16,8 cm., ca. 1927 [186-187] Figura 3.22: Dos bocetos para Der Biblische Weg (acto 1, cuadro 2) / (acto 3). Acuarela, lápiz, tinta china, pastel y color sobre cartón, 17,6x16 cm. / 22x17,5 cm., ca. 1927 [201-207] 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 349 y del “siempre avanzar” de nuestro autor. Una ética que —al igual que en Die Jakobsleiter — se conecta con lo trascendente, no sólo por las escaleras que aparecen a lo largo de toda la pieza, sino por el propio título, donde el camino se asocia a lo bíblico. Gramaticalmente, el título es perfecto: lo sustantivo (lo nuclear) es el camino, el avanzar; mientras que lo adjetivo (lo secundario) es lo bíblico, que marca la naturaleza (y el propósito) del camino. Es lógico que, para andar este camino como es debido, resulte necesario abandonar las imágenes y lo idolátrico, tal como advertía el opus 27/2. Porque lo idolátrico, en tanto que algo fijo y fijado, conduce al sedentarismo; a lo contrario del éxodo. Lo idolátrico (en tanto que representación) nominaliza lo que debe permanecer, en cambio, como adjetivo o como dirección. Si se mantiene la trascendencia como un hito inalcanzable hacia el cual se tiende, se puede ahondar en lo más propio de la naturaleza humana, que es el movimiento. Por eso el ídolo es nefasto y —en Moses und Aron— Moisés va mostrarse tan reacio a los milagros de Aarón, de modo similar a como Eckhart o ciertas tradiciones buddhistas advierten del peligro de las imágenes (vid. al respecto la nota 132 en la página 212). Después de acabar Der biblische Weg, Schönberg empezó a escribir Moses und Aron. Pero a la vez que trabajaba en la ópera, compuso también las Seis piezas para coro masculino op. 35, que escribió entre 1929 y 1930. Por su brevedad y concentración, cada una de estas piezas viene a ser algo así como una gota de perfume en la que el compositor destila sus preocupaciones nucleares. La primera, «Inhibición», trata sobre la fundamental cuestión de la comunicabilidad, que se resume lacónicamente en uno de los versos: «qué difícil es decir una idea». La segunda, «La ley», es una breve y aguda reflexión sobre cómo un milagro es —por definición— la vulneración de las leyes naturales; aunque lo realmente milagroso es que se dé la regularidad de lo natural. De ahí se deduce que —para Schönberg— la ley no es un constructo humano con utilidad penal, sino que es lo que garantiza el sostén del mundo. La ley es sinónimo de orden natural; y —por ello— tiene una función análoga a la que tiene la serie en una composición. Por su título, el tercer texto, «Modo de expresión», está relativamente conectado con el primero, aunque abre una reflexión sobre la dimensión individual y colectiva de naturaleza humana que estará también presente en los tres textos 350 Capítulo 3. La creación de una poética propia siguientes.216 La cuarta pieza, «Felicidad», definirá la felicidad como un estado adverbial basado en el ‘todavía’: «la capacidad de todavía desear, de todavía no gozar, de todavía ver señas». La felicidad tiene que ver no con la consecución de una meta, sino con el perpetuo avanzar hacia la misma, en consonancia con la naturaleza adverbial del hombre, que está siempre in statu viae, en éxodo perenne. La felicidad, pues, sólo puede vivirse en el anhelo y sólo puede situarse en la distancia que media entre nosotros y la completitud inalcanzable. Para acabar, las dos últimas piezas («Siervos de la tierra» y «Solidaridad») hablan —sin sacar el término a colación de modo explícito— de las relaciones de los hombres entre sí: de compartir los pastos, de no abandonar al anciano, de levantar la carga de los débiles o de proteger al vecino. Las Sechs stücke für Mannerchor opus 35 reúnen, pues, varias reflexiones epistemológicas, éticas y metafísicas, que quedan conectadas por un mismo orden de preocupaciones fundadas en la noción de relación: la relación entre la idea y su formulación, las relaciones entre los hombres, la ley como sistema constructivo que se relaciona (al igual que en el dodecafonismo) con la superficie de lo creado, etc. Además, tal como subraya Joseph Auner, en el opus 35 el interés de Schönberg por salvar el «gran hueco» entre él y el público en general resulta evidente en sus textos (que tratan directamente de la relación del individuo con el grupo) y en la mediación entre el reino tonal y dodecafónico en lo musical. En vez de representar una retirada de la esfera pública, la estructura musical y textual de los coros opus 35 muestra el intento de Schönberg de apostar por un nuevo terreno que preservaría una idea individualista del arte a la vez que respondería a la situación social cambiante.217 La apuesta por lo social del opus 35 (una apuesta social que empieza ya en Die Jakobsleiter, en tanto todo oratorio tiene una dimensión colectiva, y prosigue en Der biblische Weg, con la referencia colectiva al pueblo de Israel), viene reforzada por el hecho de ser una obra destinada a las sociedades corales de trabajadores, tan abundantes en la Alemania y Austria del momento. Schönberg —que las conocía bien, al haber dirigido una de ellas al principio de su 216 La relación entre individuo y sociedad es algo problemático en Schönberg. Su concepción de la «masa» no está exenta de un fuerte criticismo, al considerarla en parte como un conglomerado que no piensa por sí mismo, tal como resulta evidente en Der biblische Weg y en Moses und Aron. Vid. a este respecto J. Auner, «Schoenberg and His Public in 1930: The Six Pieces for Male Chorus, Op. 35», en W. Frisch (ed.), Arnold Schoenberg and His World, p. 104 y ss. 217 Ibid., p. 90. 3.4. De Die Jakobsleiter a Moses und Aron 351 carrera—, escribió la obra a petición de la Deutscher Abeiter-Sängerbung, bajo la cual se asociaban los distintos coros.218 Esta creciente dimensión social de nuestro autor (una evolución del «yo» al «nosotros» que hay que entender en consonancia con el paso «de textos expresionistas (“ich”) a aquellos que representan un cuestionamiento espiritual de tipo místico»)219 se dejaba entrever ya en la ópera Von heute auf morgen, compuesta por Schönberg entre 1928 y 1929, un año antes que el opus 35. De hoy a mañana —cuyo texto fue escrito por la segunda esposa de Schönberg, Gertrud Kolisch bajo el pseudónimo Max Blonda— es una Zeitoper : un género de carácter humorístico y de temática cotidiana y actual.220 Aunque lejos de consideraciones religiosas o espirituales, la ópera trata —según palabras de Schönberg— de cómo «los eslóganes de moda hacen tambalear los cimientos de la vida privada, la relación entre sexos y la institución del matrimonio».221 Las relaciones extramatrimoniales son parte esencial del argumento —que llega a tener visos de comedia de enredos— y sirven en gran medida para poner de relieve la difícil relación entre modernidad y tradición. La relación entre lo esencial y lo accesorio se explora de modo crítico, llegando a la conclusión de que la modernidad está sujeta a los dictámenes de una moda (por ejemplo, la de tener amantes, que la pareja busca deliberadamente para estar à la page) que cambia de hoy a mañana. Bajo la apariencia de un argumento trivial, el opus 32 presenta las mismas preocupaciones de siempre: ¿uno debe ser fiel a su naturaleza interior (siendo coherente con ella, con la idea o —en Moses und Aron— con el mensaje de Dios), o debe priorizar lo externo (procurando estar en consonancia con los tiempos, con el estilo o —en Moses und Aron— con el pueblo)? Convencido del éxito de su propuesta (que pretendía demostrar que el dode- 218 Vid. R. Falck, «Schoenberg in Shirtlseeves. The Male Choruses, Op. 35», en Ch. M. Cross / R. A. Berman (ed.), Political and Religious Ideas in the Works of Arnold Schoenberg, pp. 111-113. En su Biblia, Schönberg subraya repetidas veces la palabra «coro»: vid. la carpeta Book_B45b (ASC). 219 P. C. White, Schoenberg and the God-Idea. The Opera Moses und Aron, p. 66. Vid. la cita más extensa en la página 291. 220 La ópera de cuatro cuartos de Kurt Weill, o Jonny spielt auf de Ernst Krenek consituyen ejemplos relevantes del género, en la estela de cuyo éxito Schönberg pretendía situarse. 221 Th. Muxeneder, «Introduction» a Von heute auf morgen, http://www.schoenberg. at/index.php?option=com_content&view=article&id=213&Itemid=377&lang=en [6.2.2013]. 352 Capítulo 3. La creación de una poética propia cafonismo también podía servir a fines cómicos y podía tener encaje comercial), Schönberg asumió los costes de publicación de la obra, rechazando una sustanciosa oferta editorial.222 A nivel económico, el proyecto fue un estruendoso fracaso, pero a nivel compositivo permitió a Schönberg poner a prueba el «método» en una composición dramática. De este modo, Von heute auf morgen preparaba el terreno para la composición de la gran ópera Moses und Aron. 222 S. Davidson, «Von heute auf morgen. Schoenberg as Social Critic», en Ch. M. Cross / R. A. Berman (ed.), Political and Religious Ideas in the Works of Arnold Schoenberg, p. 91. Vid. también los informados comentarios de Benet Casablancas, El humor en la música, pp. 92-93, nota 28. Capítulo 4 Moses und Aron: una lectura existencial 4.1. 4.1.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana Enfoque y valoración crítica La percepción es casi unánime entre los músicos e investigadores: Moses und Aron constituye sin lugar a dudas la cima de la producción schönberguiana.1 Podrían citarse infinidad de opiniones al respecto y alegar un gran número de motivos, pero nos quedamos con la apreciación de Anna Galliano, que considera que «Moses und Aron [es] una especie de síntesis de su personalidad. Aspectos técnico-compositivos, estéticos, biográficos, religiosos y ético-políticos consiguen en esta obra una unidad sin igual en su producción.»2 Todavía no se ha escrito la monografía capaz de exponer e interrelacionar todos estos aspectos hasta sus últimas consecuencias. La grandeza de la ópera de Schönberg consiste precisamente —como apunta Galliano— en esta indiso- 1 Citaremos la ópera indistintamente en el original alemán (Moses und Aron) y en castellano (Moisés y Aarón). En la traducción castellana, mantendremos la doble ‘a’ propia de ‘Aarón’. Así el título traducido mantiene las 12 letras que Schönberg utilizó en alemán, para lo cual omitió deliberadamente una ‘a’ al normativo Aaron. 2 A. Galliano, Mosè ed Arnold. Schönberg e la composizione con dodici note, Cartman, Torino, 2009, p. 65. 353 354 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial ciable «unidad sin igual» de todos los aspectos citados. Este capítulo tampoco pretende ser un análisis definitivo y omnicomprensivo de la ópera. Al fin y al cabo, toda obra de arte tiene una semiosis infinita que la convierte —para decirlo con Umberto Eco— en una opera aperta. Las verdaderas obras maestras, efectivamente, son reacias a empequeñecerse (y esto tiene mucho que ver con lo que el propio Moses und Aron trata) dentro del marco de una simple interpretación. Sin embargo, sí que modestamente pretendemos aportar algo nuevo con nuestro análisis, al considerar que Moses und Aron constituye el clímax de la producción schönberguiana precisamente porque es aquí donde lo que hemos venido llamando «la cuestión de la relación» llega a tener sus mayores implicaciones, y también porque es en esta ópera donde Schönberg expone lo que podría considerarse como su propuesta existencial. El silogismo está servido: si el núcleo del pensamiento schönberguiano descansa sobre la cuestión de la relación y es en esta ópera donde creemos que la cuestión de la relación llega a su cota máxima, es en Moses und Aron donde el pensamiento de Schönberg se expone en su mayor profundidad. El empeño de las próximas páginas, pues, va a consistir en descubrir algunas cuestiones fundamentales del pensamiento schönberguiano a partir de un ánalisis de la ópera. Nuestro texto va a intentar no redundar demasiado en lo que se expone en las monografías más relevantes sobre la ópera y tratará de aportar, en cambio, nuevas apreciaciones.3 Sin embargo, para garantizar un texto autónomo y leíble va a ser necesario incurrir en algunas duplicaciones y obviedades. Como es habitual en los análisis de la ópera, nuestro enfoque tendrá en cuenta contar una infinidad de artículos y capítulos de libros, señalaremos sólo las monografías de mayor alcance publicadas hasta el momento, ordenándolas cronológicamente: 1) Karl Wörner, Schoenberg’s Moses and Aaron, trad. P. Hamburger, St. Martin’s Press, Nueva York, 1963; 2) Graham Barry Hair, The Structure of Schoenberg’s Moses and Aaron, PhD, Sheffield University, 1973; 3) Robert Jay Fleisher, Schoenberg, Dualism, and Moses und Aron, PhD, Urbana, Illinois, 1980; 4) Odil Hannes Steck, Moses und Aron. Die Oper Arnold Schönbergs und ihr biblischer Stoff, Kaiser Traktate, München, 1981; 5) Michael Cherlin, The Formal and Dramatic Organization of Schoenberg’s Moses und Aron, PhD, Yale University, 1983; 6) Pamela C. White, Schoenberg and the God-Idea. The Opera Moses und Aron, UMI Research Press, Ann Arbor, 1985; 7) Cristian Martin Schmidt, Schönbergs Oper Moses und Aron. Analyse der diastematischen, formalen und musikdramatischen Komposition, Schott, Mainz, 1988; 8) Stefan Strecker, Der Gott Arnold Schönbergs. Blicke durch die Oper Moses und Aron, Lit Verlag, Münster, 1999; 9) Mark M. Kerling, «O Wort, du Wort, das mir fehlt.» Die Gottesfrage in Arnold Schönbergs Oper Moses und Aron, Grünewald, Mainz, 2004. 3 Sin 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana 355 consideraciones filosóficas, teológicas y musicales. En cuanto a las musicales, nos apartaremos deliberadamente de los análisis que tratan de identificar el uso de las series sin más. Por ello no centraremos nuestro análisis en la identificación de pitch-class sets, hexacordes, transformaciones seriales ni otras cuestiones que —por muy relevantes y útiles que puedan ser en según qué contextos— pertenecen fundamentalmente a lo que puede llamarse la “cocina del compositor”. A pesar del éxito que ha tenido este tipo de enfoque (sobre todo en los EUA, a partir de las contribuciones de Milton Babbitt y Allen Forte, deudoras en gran medida del libro clásico de René Leibowitz),4 aplicarlo a nuestro análisis supondría traicionar lo que el propio Schönberg propugnaba no sólo en lo que se refiere al análisis de obras dodecafónicas (ya hemos visto la seria advertencia a Kolisch de la página 332) sino en lo tocante a cualquier composición. Ya en la Harmonielehre criticaba el «arte de aquellos que encuentran rápidamente “cómo se hace” y no “qué es”» (HL, p. 243). Así pues, siempre que hablemos de la serie y de sus transformaciones será porque consideramos que es relevante a nivel semántico (a nivel del qué, y no del cómo). Como decíamos, pues, nuestro enfoque analítico tendrá en cuenta cuestiones filosóficas, teológicas y musicales. A las cuales sumaremos (y ahí estriba probablemente una de las novedades de esta tesis) esquemas interpretativos propios de la lingüística y la narratología. A través de la hibridación de estas cuatro disciplinas (música, filosofía, teología y lingüística) pretendemos llegar a descubrir cuál es la propuesta existencial que —a nuestro entender— Schönberg pretendió formular en su obra maestra. Pues entendemos que, por la centralidad que ocupa esta ópera dentro de su catálogo, nuestro autor quiso decir algo en ella que va más allá de la hora y media que dura su representación. Sin incurrir en un análisis totalizador, esto es lo que las próximas páginas tratarán de dibujar. Para hacerlo, seguiremos el curso de los acontecimientos narrativos, dividiendo nuestro texto en función de los actos, si bien sólo trataremos en profundidad aquellos aspectos que nos parecen más relevantes. A nuestro modo de ver, en el Primer acto Schönberg plantea básicamente un 4 Vid., por ejemplo, M. Babbitt, «Twelve-Tone Invariants as Compositional Determinants», Musical Quarterly, 46/2, 1960, pp. 246–59; y A. Forte, The Structure of Atonal Music, Yale University Press, 1977. El trabajo clásico de René Leibowitz es su Introduction à la musique de douze sons, L’Arche, París, 1949. 356 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial problema de comunicación. En el Segundo se plantea básicamente el problema de la representatividad y las consecuencias cultuales en torno a la cuestión de la iconodulia y la iconoclastia. Y el Tercer acto representa para nosotros el momento en el cual los conflictos de comunicación y representación de los dos primeros actos llevan a una conclusión teológica y ética que identificamos como la propuesta existencial de Schönberg. Creemos que es en los apartados 4.2.2, 4.2.4, 4.3.3 y 4.4 donde nuestro enfoque aporta las novedades más significativas a la literatura existente. Para el resto del texto, además de fundamentarnos en nuestros propios análisis, seguiremos de cerca los de Karl Wörner y Anna Galliano, que vinculan de modo esclarecedor los argumentos musicales con los narrativos. Aunque, claro está, tendremos en cuenta también el resto de literatura analítica, que consignaremos pertinentemente. Tal como decía Schönberg en 1927, la ópera del futuro «tendrá que ser una ópera de ideas musicales» (SI, p. 337). Las ideas, pues, no sólo se vehicularán a través del texto sino a través de la música, y es lógico que en la ópera que empezó a componer en 1930, tres años después de realizar esta afirmación, tuviera esto en cuenta. Por ello, al tratar del primer y del segundo acto no vamos a proporcionar meramente una sinopsis del libreto sino que vamos a intentar aunarla con lo que la música también dice. Lo cual supone, claro está, un mayor componente de interpretación que si se hiciera sólo un resumen argumental, puesto que la música es un lenguaje escasamente referencial.5 Antes de adentrarnos propiamente en el análisis de la ópera, es de recibo justificar por qué decimos que en Moses und Aron la cuestión de la relación tiene una importancia fundamental, lo cual nos permite calificarla como el punto álgido de la producción de nuestro autor. Por ello citaremos —sin pretender ser exhaustivos— algunas cuestiones biográficas, técnicas, estructurales y dramáticas que creemos que así lo demuestran. Todavía dentro de esta sección, y antes de empezar el análisis del primer acto, repasaremos brevemente el proceso creativo de Moses und Aron, aportaremos algunas que otras consideraciones numerológicas y explicitaremos la terminología analítica que vamos a utilizar. 5 Vid. al respecto, por ejemplo, una de la las últimas contribuciones de K. Agawu, Music as Discourse. Semiotic Adventures in Romantic Music, Oxford University Press, 2009, especialmente pp. 3-39. 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana 357 4.1.2. La centralidad de la noción de relación en Moses und Aron: cuestiones biográficas, compositivas, estructurales y dramáticas Aunque jamás llegó a escucharla, Arnold Schönberg consideraba que Moses und Aron era una de sus obras capitales, si no la principal. Así puede deducirse de varios de sus escritos, como por ejemplo la carta que dirigió a la Fundación Guggenheim el 22 de enero de 1945 (citada en la página 186) solicitando una beca que le permitiera «acabar mis dos obras musicales más extensas y dos, o quizá tres, de mis obras teóricas», argumentando que, de no poder hacerlo, «la obra de mi vida estaría cumplida sólo parcialmente» (ASL, 200). La primera obra que cita Schönberg es Moses und Aron y la segunda Die Jakobsleiter, lo cual indica que esta ópera representaba el punto culminante de su trayectoria, al ser el lugar donde sus incumbencias musicales, religiosas, éticas, filosóficas, políticas, etc. llegaban a su formulación más certera. Para nosotros esto tiene que ver con el hecho de que es en esta ópera donde la «cuestión de la relación» está presente de un modo más palmario. Algunos analistas consideran que Moses und Aron es el resultado más notable de la crisis de identidad que padeció Schönberg a partir de los acontecimientos del Mattsee en 1921. Una crisis que le hizo replantear su situación con respecto al mundo, al asumir su identidad judía. Efectivamente, una crisis de identidad implica el resquebrajamiento del sistema de relaciones —incuestionado e inadvertido hasta el momento— entre el individuo y el mundo que le rodea. Es cuando esto sucede que hay que reformular la identidad, construyendo nuevos puentes (nuevos entramados de relaciones) entre el individuo y lo que le rodea. Esto significa tener que resituarse, estableciendo de nuevo las coordenadas con aquello que hay alrededor (es decir: situándose en relación con), lo cual incluye, claro está, la dimensión religiosa. En este sentido, no hay duda de que los acontecimientos del Mattsee y de la Bauhaus (según hemos visto ya en la carta a Kandinsky reproducida en la página 216), hicieron que Schönberg tuviera que replantearse su modo de estar en el mundo. Un replanteamiento que supuso —como hemos visto— el nacimiento de su conciencia judía. Sin embargo, a pesar de que la relación de Schönberg con el mundo (y la conciencia de su identidad) cambió a raíz de aquellos acontecimientos, no hay que olvidar que sus preocupaciones religiosas y espirituales eran anteriores al nacimiento de su conciencia judía. Obras como Herzgewächse op. 20 (1911), 358 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Vier Lieder für Gesang und Orchester op. 22 (1913-1916) o Die Jakobsleiter (1917-1922) son una clara muestra de ello. En ella se pone de manifiesto que el tratamiento de lo religioso por parte de Schönberg tiene que ver siempre con un problema de relación entre el mundo de la inmanencia y el de la trascendencia. Algo que en Moses und Aron llega a su formulación más madura. Por ello, ligar la dimensión religiosa de Moses und Aron a los problemas del Mattsee es sólo una verdad a medias, porque a nivel biográfico y espiritual la «cuestión de la relación» es importante en Schönberg desde antes de los años 20.6 Pero que Moses und Aron sea la obra donde la «cuestión de la relación» se trata de modo más profundo no es meramente por cuestiones biográficas, sino que se debe muy especialmente a cuestiones compositivas, estructurales y temático-argumentales. En cuanto a las cuestiones compositivas, hay que tener en cuenta que —dejando de lado las casi dos horas de los Gurrelieder, epígono sublime de un tardoromanticismo cuyo ADN exigía desorbitados minutajes— Moses und Aron es la partitura de mayor duración y que más efectivos musicales requiere escrita por nuestro autor. De las tres óperas de Schönberg, ésta es la más larga con diferencia, y tiene el honor de ser la composición más extensa escrita con el «método de composición con doce sonidos exclusivamente relacionados entre sí», lo cual garantiza la importancia que tiene en ella la «cuestión de la relación». Para felicidad del compositor, la obra atestiguaba que «incluso podía basar una ópera entera [. . . ] en una sola serie» (SI, 224), con lo cual la eficacia del dodecafonismo quedaba contrastada. Musicalmente, pues, Moses und Aron supone el clímax de la producción schönberguiana. Pero no sólo por ser su obra dodecafónica más extensa, sino por las mil y una maravillas que la suntuosidad melódica, la riqueza contrapuntística, la interconexión temática, la variedad textural, la cohesión formal, la sabiduría de orquestación, el sagaz tratamiento coral. . . dejan entrever a cada compás. Además, Moses und Aron es posiblemente la obra de Schönberg cuya serie contiene más peculiaridades constructivas, a juzgar por el rico entramado de reciprocidades (es decir, de significativas relaciones internas) que la constitu- 6 Lecturas como la de François Nicolas, que llega a decir que la palabra que le falta a Moses al final del segundo acto es la palabra «judío», son excesivamente sesgadas. Vid. F. Nicolas, La singularité Schönberg, L’Harmatan, París, 1997, especialmente pp. 181-195. 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana 359 Figura 4.1: Cuadro serial de Moses und Aron confeccionado por Schönberg (ASSW, III/8,1 B, p. 89). En los recuadros verticales añadimos la nomenclatura serial utilitzada en esta tesis, detallada en el apartado 4.1.4. 360 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Figura 4.2: Simetría de la constitución interválica de la serie de Moses und Aron yen.7 A tenor de lo que puede verse en la figura 4.1, dos de las características más portentosas de esta serie son: 1. la casi identidad de la serie Original0 (T) con la Inversión3 (U+6) leída en retrogradación (sólo cambian de hexacorde el fa y el re )8 2. la constitución interválica de la serie a partir de un espejo casi perfecto (vid. la figura 4.2): el semitono 1-2 se corresponde con el 12-11, el tono 3-4 se corresponde con el 10-9, el semitono 4-5 se corresponde con el 9-8, y así sucesivamente, exceptuando los intervalos 2-3/11-10, que son los únicos que no siguen esta norma. Al estar separados por un trítono (el intervalo que parte el total cromático en dos mitades iguales), se incrementa todavía más la dimensión especular de los dos hexacordes. Tal como apunta Michael Cherlin, estas particularidades seriales no son gratuitas, sino que están en relación con la temática de la obra y con el diseño 7 Ch. M. Schmidt, Schönbergs Oper Moses und Aron. Analyse der diastematischen, formalen und musikdramatischen Komposition, Schott, Mainz, 1988, pp. 45-95 expone estas peculiaridades con todo lujo de detalles. 8 Milton Babbit remarca (y nótese el empleo de la palabra ‘relación’) que en casi todas las obras dodecafónicas de Schönberg (incluida Moses und Aron), se emplean series que poseen una particularidad (es decir, una que no poseen todas las series). Esta peculiaridad se basa en la relación entre el contenido de los dos hexacordes diferenciados de la serie, de tal modo que en al menos una de las relaciones transposicionales (y en la serie de Moses und Aron sólo en una) cada serie se pueda emparejar con una serie que guarda relación de inversión con ella, cuyo primer hexacorde (no necesariamente de modo ordenado) es idéntico en contenido al segundo hexacorde de la serie original, y viceversa. Así, los dos primeros hexacordes [de estas dos series complementarias] juntos, contienen todas doce clases de sonidos [pitch class] (M. Babbit, «Three Essays on Schoenberg», en B. Boretz y E. T. Cone (ed.), Perspectives on Schoenberg and Stravinsky, Norton, Nueva York, 1972, pp. 54-55). 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana 361 estructural del drama.9 Pero la configuración especular de la serie en dos mitades casi idénticas no sólo se corresponde con el título antitético Moses und (o versus) Aron, sino que está en el mismo orden de cosas que la configuración especular de las escenas. Ha sido Odil Hannes Steck quien ha propuesto un análisis de las escenas de la ópera en virtud de emparejamientos duales, según puede verse en la figura 4.3.10 Su esquema define muy bien que I/1 es la tesis de la ópera, III,1 es la síntesis y que I/2 y II/5 funcionan antitéticamente. Pero, al tener en cuenta sólo las escenas, la importancia del Interludio previo al segundo acto queda excluida de las polaridades y la contraposición de las escenas II/1 y II/2 resulta bastante forzada. Es por ello que —sintiéndonos herederos de su enfoque— proponemos algunas correcciones a su distribución, según vemos en la figura 4.4. Figura 4.3: Estructura de Moses und Aron según O. H. Steck, Moses. . . , p. 28 Al igual que hace Steck, consideramos que la primera escena del primer acto (I,1: «Vocación de Moisés») se contrapone a la única escena del tercer acto, 9 Vid. M. Cherlin, The Formal and Dramatic Organization of Schoenberg’s Moses und Aron, PhD, Yale University, 1983. Un resumen de esta monografía se encuentra en Ibid., Schoenberg’s Musical Imagination, Cambridge University Press, Nueva York, 2007, pp. 230298. 10 Vid. O. H. Steck, Moses und Aron. Die Oper Arnold Schönbergs und ihr biblischer Stoff, Kaiser Traktate, München, 1981, pp. 25-36. 362 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Figura 4.4: Nuestra propuesta de estructura, modificando la de O. H. Steck (fig.4.3) donde se recupera lo que se anunció en I,1: la unión del pueblo con Dios.11 Siguiendo también a Steck, vemos cómo las escenas I,2 («Moses encuentra Aron en el desierto») y II,5 («Moisés y Aarón») también pueden emparejarse al ser las dos únicas donde los dos hermanos dialogan a solas, manifestando sus puntos de vista antitéticos: es decir, en relación de oposición. Tanto I,3 como II,4 suponen la llegada de Moisés ante el pueblo, con el mandato de anunciar en I,3 y con las tablas de la ley en II,4. Las escenas I,4 (cuando se realizan los milagros) y II,3 («El Becerro de oro y el altar») son las escenas donde prima la dimensión más visual de lo religioso, que es la que el pueblo entiende. A partir de aquí diferimos ya de Steck, al sugerir que el Interludio se contrapone a II,2, en el sentido de que su no-visibilidad escénica (una fuga en la que el pueblo se siente perdido, permanece a oscuras con el telón bajado y se pregunta «¿Dónde está Moisés?») está a las antípodas de la visibilidad que supone la construcción del Becerro de oro, lo cual sirve también para poner de manifiesto la dualidad ausentepresente. Lo que queda aislado justo en medio de todos los emparejamientos (y a diferencia del esquema de Steck) es II,1, que numéricamente es la inversión de 12. A nivel argumental, en esta escena los 70 ancianos se quejan ante Aarón de que han perdido el gobierno del pueblo, en lo que es una explicitación de la función política de la religión (o, en palabras de Schönberg, de «las ataduras de la organización»: ASL, 200). Será la desesperación de los 70 ancianos ante su pérdida de poder y ante el temor por su integridad física, lo que conducirá 11 En I,1, c. 82-83 leemos: «wo ihr mit der Ewigen einig» («allí donde seréis unidos con el eterno»), mientras que justo al final del III acto, Moisés dice: «in der Wüste [. . . ]: Vereinigt mit Gott» («en el desierto [. . . ]: unidos con Dios»). 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana 363 en la escena siguiente a la creación del Becerro de oro, que es el epítomo de la visibilidad y que está en las antípodas de la invisibilidad de Dios. La corrección que introducimos al esquema de Steck permite deducir que en el punto central de la ópera predomina el sentido de la vista, mientras que en los extremos prima el sentido del oído, tanto en la vocación de Moisés, que es necesariamente auditiva (incluso etimológicamente Berufung, ‘vocación’, está conectado con Ruf, ‘llamada’ o ‘voz’) como en la marcha hacia el desierto que —como veremos al hablar del tercer acto— es el territorio de la no-visión. La construcción de una imagen para refrenar el desorden político de II,1 tiene mucho que ver con la dimensión activa y escrutadora que tiene el sentido de la vista. Una actitud activa que es contraria a la dimensión pasiva del oído que se pone en juego tanto en la vocación de Moisés (I,1) como en la atención auditiva que se requiere para adentrarse en el desierto (III,1). La vista y lo activo se contraponen así al oído y a lo pasivo, con lo cual se contraponen también las cosmovisiones griega (fundamento del Occidente natal de Schönberg ante el cual debía resituarse como judío en un clima antisemita creciente) y la hebrea. Porque, mientras en el mundo griego predomina el eidos (la idea, la vista, lo activo, lo filosófico. . . ), en el mundo hebreo predomina la sofía o (la palabra, el oído, lo pasivo, lo profético. . . ).12 Pero además de la oposición entre vista y oído, la distribución que sugerimos lleva implícita una crítica feroz (aunque velada) a la dimensión organizada o institucional de la religión. El rol central que juegan los 70 ancianos en II,1 (a la vez portavoces del pueblo y casta sacerdotal) representa el mundo de la religión organizada, que —en su deseo de recuperar el poder: «[El pueblo] está furioso, ya no nos cree»: II,1 c. 105-108— parece oponerse a la dimensión fundacional de la revelación (I,1) y a su dimensión ético-mística (III,1). Así, los incicios de los tres actos aparecen contrapuestos: el desorden político que lleva a la petición de un ídolo al inicio del segundo acto (culto) se opone tanto al inicio del primero (revelación) como al inicio del tercero (llamada a la ética y a la dimensión mística). De este modo, el punto central de la ópera (donde se funda, por razones políticas, la constitución de un culto) es el que está más alejado tanto de la revelación como de la ética y de la espiritualidad. Esta escena 12 Eugenio Trías explora magistralmente la contraposición entre el mundo poéticofilosófico griego y el mundo profético-sofiológico semítico en La edad del espíritu, Destino, Barcelona, 1994, especialmente en las pp. 121-156. 364 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial central, pues, vendría a ocupar un lugar análogo al que Schönberg convoca en su De profundis op. 50b: el lugar más alejado de Dios desde el cual el hombre clamavi a te. Una última consideración macroestructural es la que tiene en cuenta el número de escenas. Contando el Interludio, Moses und Aron consta de 11 escenas. Sabiendo la importancia que daba Schönberg al número 12, es raro que la obra tenga 11 escenas (es decir 5+5 y una escena central que hace de bisagra). De hecho, si se tiene en cuenta (tal como hemos marcado en las líneas discontinuas de nuestro esquema) que la ópera no empieza con la primera escena sino con una pseudo-obertura (como veremos en el apartado 4.2.2), el resultado serían 12 cuadros. Pero, de ser así, se rompería el juego de simetrías y polaridades sobre el que se construye la ópera. Esto explicaría quizás la vacilación de Schönberg a la hora de escribir una o dos escenas para el tercer acto, tal como atestiguan varios bocetos del texto.13 La solución final (aunque no sabemos si definitiva) fue escribir una sola escena que se contrapone a I,1. Entonces, la pseudo-obertura quedaría sin aparejar, con un global satisfactorio de 12 escenas, pero con la insatisfacción de no tener su contrapartida estructural en un fragmento de clausura. En caso de que hubiera un fragmento final que estructuralmente actuara de contrapartida a la pseudo-obertura, entonces tendríamos el infeliz número final de 13 escenas. Dada la inconclusión de la ópera, no sabemos qué es lo que Schönberg pensaba hacer. O precisamente en esta vacilación insalvable entre el 12 y el 13 radica uno de los motivos de la inconclusión de la partitura. Cualquier hipótesis sobre qué es lo que podría haber hecho Schönberg o no, supone entrar en el terreno de la especulación infundada y de la musicología-ficción, a las cuales dedicaremos los dos próximos párrafos. La primera posibilidad es pensar que Schönberg hubiese acabado la ópera con una especie de coda donde se volviera a escuchar algo parecido a lo que se escucha en la pseudo-obertura. Esta posible coda, si bien estructuralmente se 13 Esta vacilación puede deberse también a otra cuestión de índole estructural. En la distribución actual de la ópera (con 4 escenas en el primer acto, 1 interludio, 5 escenas en el segundo y 1 escena en el tercero), Moisés está presente en el escenario en las 4 primeras escenas, ausente en las 4 centrales y presente nuevamente en las 3 finales. Si el tercer acto tuviese dos escenas, la distribución sería más coherente, y sumaría 12 (4+4+4), pero se comprometería en cambio el esquema especular que hemos dibujado en la figura 4.4. 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana 365 correspondería con el número 13, en cierta medida no sería propiamente una decimotercera escena, en tanto que sólo sería la retrogradación de la pseudoobertura. Si bien no hay ningún esbozo sobre el hecho de que Schönberg quisiera introducir ninguna coda, sí sabemos que debía pensar en algo por el estilo (con retrogradación de la pseudo-obertura o no y con coda o no) al prever una nueva aparición de las 6 Solostimmen, tal como consta en el manuscrito del texto del tercer acto. Después de que los soldados pregunten «¿Debemos matarlo?», Schönberg anotó « 6S | wie zu | Anfang», tal como puede verse en la figura 4.5. Es decir, «6 Solostimmen: como al principio». Figura 4.5: Libreto del tercer acto con la anotación «6S | wie zu | Anfang» (T63.08.2) La segunda posibilidad (que también satisface la simetría estructural y salvaría el problema del número 13) sería considerar que la pseudo-obertura (que ha sido ob-scena, al situarse fuera del tiempo narrativo con el telón bajado) 366 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial tendría su contrapartida estructural no en una escena o una coda, sino en lo que queda al bajarse el telón: es decir, en lo que el público se “lleva a casa” después de la representación (que también es, pues, algo ob-sceno, por estar fuera del tiempo narrativo y producirse con el telón bajado). Así, la revelación de la pseudo-obertura (que ya hemos visto que incumbe no sólo a Moisés, sino a todo el auditorio) quedaría conectada estructuralmente con lo que cada cual hiciera en su vida al salir del teatro. Dejando de lado ya el terreno de la musicología-ficción, es hora de volver a las consideraciones sobre por qué Moses und Aron es la clave de bóveda de la producción de nuestro autor. Hemos visto ya como la «cuestión de la relación» era importante en la ópera en términos biográficos (al escenificar la nueva relación de Schönberg con el mundo a raíz de su judeidad), compositivos (con las particularidades seriales y sus complejas relaciones recíprocas) y estructurales (con la relación dual entre escenas). Pero Moses und Aron ocupa el lugar central de la producción de Schönberg sobre todo porque a nivel argumental manifiesta con toda profundidad las preocupaciones filosóficas y teológicas de nuestro autor. Unas preocupaciones en cuyo núcleo —como hemos visto— yace la cuestión de la relación. A nivel argumental, lo primero que hay que señalar es que la obra pone en escena al nada operístico personaje de Moisés, que en la historia de la ópera sólo había aparecido en el rossiniano Mosè in Egitto.14 En su caracterización, Schönberg destaca eminentemente la condición profética de Moisés, al focalizar el libreto sobre los episodios de la transmisión de la revelación y de las Tablas de la ley, que son dos elementos precisamente obviados por Rossini. Al subrayar el carácter de profeta del personaje, Schönberg está recalcando su función relacional, en tanto que «la profecía implica, de una forma u otra, una relación entre la eternidad y el tiempo, un diálogo entre Dios y el hombre».15 En cuanto a la estructura dramática básica, la obra se construye a partir de dos polaridades fundamentales. La primera es la polaridad entre Dios y el pueblo, que se mediatiza con la segunda polaridad, constituída por Moisés y Aarón.16 En resumidas cuentas, a nivel argumental y dramático no hay más, 14 Para un repaso de la figura de Moisés en la ópera y el oratorio, cf. D. Albright, «Butchering Moses», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, pp. 441-454. 15 A. Neher, La esencia del profetismo, trad. A. Ortiz, Sígueme, Salamanca, 1975, p. 9. 16 Hablamos de Dios para simplificar nuestra exposición, pero en el dramatis personae 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana 367 ya que el resto de personajes (un joven, una chica, los 70 ancianos, etc.) quedan subsumidos en la colectividad del pueblo por su escasa importancia argumental. A grandes rasgos, el núcleo dramático de la ópera consiste en que la acción de manifestación de Dios hacia el pueblo (que representamos con una flecha vertical) tiene que ser llevada a cabo por la interacción entre Moses y Aron (que representamos con flechas opuestas): (Dios) | ←·→ ↓ Pueblo Moses Aron Cualquier oyente atento percibe a simple oído estas polaridades dramáticas, a raíz de los «usos lingüísticos» diferenciados que Schönberg adjudica a cada personaje. Dios y el pueblo se sitúan en un mismo eje de polaridad dramática no sólo porque sus intervenciones son corales, sino también porque combinan el canto con el sprechgesang.17 Sin embargo, el tratamiento de sus texturas es bien distinto: a la rica y cohesionadísima polifonía de la voz divina se opone la menos homogénea y menos triádica (o menos trinitaria) polifonía del pueblo. Dios y el pueblo, pues, están en un mismo eje, pero se sitúan a los extremos opuestos del mismo tanto por su textura como por la oposición entre la invisibilidad del uno y la visibilidad del otro. Más clara resulta todavía la polaridad MoisésAarón: los dos son solistas (por contraposición al pueblo y a Dios), lo cual los sitúa en el mismo eje, que comparten además por el hecho argumental de ser hermanos. Pero se sitúan a un extremo y otro del mismo por dos clarísimas razones. La primera es de tesitura: Schönberg detalla que Moisés es una «voz Schönberg no habla en ningún momento del personaje Dios. 17 El sustantivo alemán Sprechgesang (literalmente, habla-canto) consiste en la recitación rítmica del texto siguiendo aproximadamente las alturas indicadas en el pentagrama, pero sin llegar a cantarlas. Utilizamos el vocablo sin la mayúscula prescriptiva del alemán, al incluirlo como término de uso corriente en nuestro texto. El término es, en cierta medida, equivalente al de Sprechstimme (esto es, voz hablada o, literalmente, habla-voz). Para cuestiones relativas al Sprechgesang, vid. H. Keller, «Whose Fault Is the Speaking Voice?», Tempo, n. 75, 1965-1966, pp. 12-17; E. Rapoport, «On the Origins of Schoenberg’s Sprechgesang in Pierrot Lunaire», Mind-Ad: Israel Studies in Musicology Online, vol. 5/I, 2006, pp. 1-16 (http://www.biu.ac.il/hu/mu/min-ad [17.7.2008]); y R. W. Wood, «Concerning “Sprechgesang”», Tempo, n. 2, 1946, pp. 3-6. 368 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial grave», mientras que Aarón es un tenor de tintes belcantistas y heroicos (es casi un Heldentenor ). La segunda es de carácter, porque mientras Aarón canta con toda pompa y festín, Moisés sólo recita en un monótono sprechgesang. Estas dos polaridades (Dios-pueblo / Moisés-Aarón) están vinculadas entre sí a nivel de cometido dramático, porque para que la esfera trascendente de Dios pueda llegar a la esfera inmanente del pueblo (es decir, para que pueda entrar en relación con él), tiene que pasar forzosamente por la mediación de Moisés y Aarón (que están en relación de oposición el uno con el otro). Ahí radicará la clave de la obra, a sabiendas de que mediar significa ponerse en medio: esto es, establecerse como garante de la relación. De ese modo, Moisés y Aarón vendrían a ser, a fin de cuentas, la escenificación misma —o la representación (Darstellung)— del espacio intersticial que se abre entre dos instancias distintas. Un espacio (el que se abre entre Dios y el pueblo) análogo al espacio que se abría —según hemos visto al inicio del primer capítulo— entre las instancias del pensar y el decir. El problema es que la necesaria mediación entre las esferas ontológicamente distintas de la trascendencia y la inmanencia (una polaridad representada en la ópera como Dios-pueblo, pero que podría sustituirse por las díadas idea-estilo, pensar-decir, noúmeno-fenómeno, significadosignificante. . . ) pasa por los problemas insalvables entre los dos hermanos. En su intersticialidad, las desavenencias agónicas entre Moisés y Aarón vendrían a escenificar la lucha por la formulación de la que Schönberg hablaba al final de su vida en los «Agradecimientos» de las Structural Functions of Harmony, y que constituye uno de los pilares de su pensamiento. Lo que sucede encima del escenario entre Moisés y Aarón viene a explicitar, pues, esta lucha por la formulación cuyos entresijos Schönberg no detalla jamás en ningún escrito teórico. Es por eso que afirmamos que Moses und Aron expone el pensamiento de Schönberg con su mayor profundidad. Porque es sólo en esta ópera donde el compositor explicita y tematiza (aunque sea bajo una fábula dramática) cómo se pasa de la idea al estilo o cómo se pasa del pensar al decir. Este conflicto (encarnado en las figuras antitéticas de Moisés y Aarón) es el verdadero motor del drama y, no en vano, se sitúa en el cruce de las flechas de las dos polaridades, que marcamos con un punto. Tal como ha destacado Massimo Cacciari, lo fundamental de Moses und Aron es el und, que da vida a un espacio musical que ninguna dialéctica conciliadora, ninguna composición sintética puede resolver: un espacio todo rutas, constituido por infinitos composibles. Esto es más que el fondo (cultural, tradicional, incluso religioso) de Moisés y Aarón de 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana Schönberg, representa el pensamiento.18 369 Un pensamiento que —no lo olvidemos— Schönberg consideraba que consistía primordialmente (tal como hemos visto en la sección 2.1) en «poner en relación las cosas (conceptos, etc.) entre ellas» (MG, p. 422). Es este proceso de poner en relación, pues, el que se erige —por encima de los personajes y de las anécdotas argumentales— en el verdadero protagonista del drama. La ópera, así, es la manifestación más certera del pensamiento relacional de Schönberg, porque ella misma es puro pensamiento. 4.1.3. Breve historia de la obra, con alguna consideración numerológica El 29 de marzo de 1926, Schönberg escribía a Anton Webern que ya hacía tiempo que no trabajaba en el texto de su «nueva cantata: Moses am brennenden Dornbusch [Moisés en la zarza ardiente]» y dos días más tarde le explicaba que «del título solo ya se puede sacar mucho».19 Este proyecto, que acabaría conduciendo a la composición de la ópera Moses und Aron entre 1930 y 1932, había empezado muy probablemente alrededor de 1922 o 1923, poco después de la formulación del dodecafonismo. Así se deduce de las palabras de Schönberg a su amigo Alban Berg diciéndole que «tú estás al corriente [del proyecto de Moses und Aron] desde 1928, pero por lo menos se remonta a cinco años atrás» (ASL, 156). El 22 de septiembre de 1928, dos años y medio después de la primera carta sobre el proyecto, Schönberg todavía se refería a la obra como cantata.20 Pero sólo tres semanas después, el 16 de octubre de 1928, explicaba a Anton Webern Cacciari, Icone della Lege, Adelphi, Milano, 1985, p. 161. una cronología detallada del proyecto vid. tanto el enlace http://81.223.24. 101:8081/werke_einzelansicht.php?werke_id=471&herkunft=allewerke [12.8.2012] como las páginas 1-33 del aparato crítico de Christian Martin Schmidt al volumen Arnold Schönberg, Sämtliche Werke. Abteilung III: Bühnenwerke. Moses und Aron, Serie B, Tomo 8 parte 2, Schott/ Universal, Maguncia · Viena, 1998. Schmidt trabajó en la edición crítica de Moses und Aron durante más de 20 años, de 1977 a 1998, realizando una labor que jamás se le podrá agradecer suficientemente. 20 http://www.schoenberg.at/letters/search_show_letter.php?ID_Number=1243 [16.6.2013]. 19 Para 18 M. 370 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial con todo detalle que había acabado el texto de un oratorio (que empezaría a hacer circular entre sus allegados) y añadía esta relevante consideración final: Acabo de escribir un texto (¡primera versión! todavía muy lejos de estar acabado) para un oratorio: Moses und Aron: Tres partes. La 1ª, la vocación; la 2ª, el Becerro de oro, la 3ª, la muerte de Aarón. Tengo muchas ganas de componer. Pero todavía pasará un buen tiempo hasta que pueda empezar. Creo que en mi versión actual ya hay mucho preconstruido [vorgebaut] para la música que vendrá. Ya lo oigo todo. ¡Pero después todo acaba siendo —gracias a Dios— de otra manera!21 Al cabo de dos días, el 18 de octubre de 1928, se lo comentaba también a Josef Rufer: «Pero desde entonces no he estado tampoco ocioso, sino que he trabajado en otras cosas. Entre otras, el texto (primera “versión”) de un oratorio de larga duración: Moses und Aron, que quiero empezar a componer de inmediato.»22 Dos semanas más tarde, el 31 de octubre, escribía a Erwin Stein: «¿Le he dicho que he acabado la primera versión de un texto para un oratorio llamado Moses und Aron? Sin embargo no sé si voy a poder componerlo pronto.»23 Ya desde la primera noticia que tenemos del oratorio, Schönberg da a la obra el título de Moses und Aron, en vez del ortográficamente correcto Moses und Aaron. Suprimiendo la segunda ‘a’, Schönberg conseguía que el título tuviera 12 letras, en vez de las fatídicas 13 que supondría utilizar el normativo Aaron.24 Este doce era sumamente significativo para Schönberg, y él mismo ligaba esta cifra en cierta medida a su dimensión vital. Su vida estuvo marcada por una —deliberada o no— búsqueda del número 12, paradigma de la cual es el «método de composición con doce sonidos». Su propio nombre, de hecho, contenía 12 letras distintas: A R N O L D S C H B E G. Si el 12 tenía por ello una dimensión de vida, el 13 venía a suponer, en cambio, una especie de límite existencial: había nacido un 13 de septiembre y moriría un 13 de julio, a los 76 (7+6=13) años de edad. Precisamente un mes de julio, que es séptimo mes del calendario empezando a contar por el principio, y el sexto por el final. 21 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=7799 [9.8.2012]. Facsímil consultado en el archivo del ASC: I.N.185.522. 22 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=1510 [4.8.2012]. 23 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=1518 [4.8.2012]. 24 Para Colin C. Sterne, las implicaciones numerológicas del título van más allá de la cuestión de las 12 letras. Sterne sugiere que con 5 letras, Aron queda investido con unas peculiaridades simbólico-numerológicas relevantes para su carácter y función en la ópera. Cf. C. C. Sterne, Arnold Schoenberg. The Composer as Numerologist, The Edwin Mellen Press, Lampeter, 1993. 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana 371 No debe extrañarnos, pues, que Gertrud Schönberg, al relatar la muerte de su marido a Ottilie, la hermana menor de éste, escribiera: El 13 (tanto él como yo teníamos mucho miedo a ese día) se empeñó en que tomásemos acompañante nocturno. Se trataba de un médico alemán no autorizado para ejercer aquí. Yo estaba muy cansada, pero me mantuve despierta todo el tiempo y dejamos la luz encendida. Arnold tenía un sueño inquieto, pero dormía. A las doce menos cuarto miré el reloj y me dije: «otro cuarto de hora y habrá pasado lo peor». Pero en este momento me llamó el médico. Tuvo dos estertores, el corazón palpitó una vez más con violencia, y todo acabó. A mi me costó mucho acabar de creerlo. Su rostro estaba tan relajado y tranquilo como si durmiese. Ninguna lucha, ninguna agonía. Toda su vida rezó por un final así: «¡sin más sufrimiento!»25 Quién sabe, pues, si en vez de faltar un cuarto de hora para las 12, el corazón de Schönberg dejó de latir cuando faltaban 13 minutos. . . En caso de ser así, incluso la hora exacta (las 11:47) tendría una innegable conexión con el número 13 (1+1+4+7=13). Referenciar estas coincidencias numerológicas no es un simple pasatiempo o una mera curiosidad, dado que Schönberg mismo las consideraba significativas. Él mismo, en algunas obras, evitó el 13 en la numeración de los compases (optando por la fórmula: 11, 12, 12a, 14). Y no son pocos los testigos que hablan de la importancia que daba a estas cuestiones. Schönberg lo zanjaba con uno de aquellos juegos de palabras tan habituales en él. Según cuenta Walter Rubsamen, un colega suyo del Departamento de Música de la Universidad de California, Schönberg afirmaba: «es ist nicht Aberglaube, es ist Glaube»; es decir «no es superstición, es creencia».26 En alemán, ‘creencia’ es ‘Glaube’, mientras que ‘superstición’ es ‘Aberglaube’, que literalmente podría traducirse por algo así como ‘a-pesar-de-la-creencia’. Así pues, Schönberg seguro que habría dado importancia al hecho de que la muerte le sobreviniera cuando estaba escribiendo el compás número 85 (8+5=13) del Moderner Psalm, op. 50c. Un texto que abría el proyecto de H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 434. Rubsamen, «Schoenberg in America», The Musical Quarterly, October 1951, p. 488. La hija del compositor relata lo mismo en N. Schoenberg-Nono, «Tra le carte di mio padre», en Letterature straniere &. Quaderni della Facoltà di Lingue e Letterature Straniere dell’Università degli Studi di Cagliari, al cuidado de A. Trudu, Carocci, Roma, 1999, p. 162. En un precioso mensaje para su hijo pequeño Lawrence escrito el 13 de septiembre de 1937, Schönberg anota al hablar de cuestiones numerológicas que «quizás entonces se sabrá [wissen] mucho de lo que ahora “sólo” se cree [glauben]. Quizás se lo llamará superstición [Aberglaube].» (The Father’s Message to Child. Arnold Schönberg Center, Viena [Ronald Schoenberg Collection]). 26 W. 25 H. 372 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial los Moderne Psalmen, en cuyo índice el texto titulado «Aber-Glaube» figuraba en sexto lugar, y el texto «Die Zahl 13» (‘el número 13’) en el decimosegundo.27 Pero dejemos las cuestiones numerológicas y retomemos el hilo sobre el proyecto de Moses und Aron. Algo que llama la atención es que en las tres primeras referencias escritas a Moses und Aron que acabamos de citar, Schönberg explicitara por un lado el deseo de componer la obra de inmediato y, por el otro, dudara de la posibilidad de hacerlo. Una contradicción incial que, retrospectivamente y a la luz de la propia historia de la ópera y de su temática, resulta cuando menos curiosa. Sea como fuere, lo cierto es que de septiembre a octubre de 1928 el proyecto pasó de cantata a oratorio. Después de un parón de casi un año y medio, el 10 de abril de 1930 Schönberg decía a Berg: «no sé lo que voy a escribir ahora. Lo que más me gustaría es una ópera. [. . . ] Pero quizás hago Moses und Aron.»28 Y esto es lo que hizo, pero matando dos pájaros de un tiro, transformando el proyecto inicial de oratorio en el de una ópera.29 El 7 de mayo de 1930 construía la serie y esbozaba las primeras ideas musicales. Tres meses más tarde, el 16 de julio, mientras veraneaba en Lugano, empezó propiamente la composición. El retorno a Berlín para el inicio del curso escolar ralentizaría e interrumpiría el trabajo, que pudo retomar con plena dedicación el 15 de mayo de 1931 en Territet, una vez acabadas las obligaciones lectivas. En este bonito enclave suizo acabaría el Primer acto el 14 de julio de 1931. Del 20 al 25 de julio escribiría el Interludio, y el día 26 emprendería la composición del segundo acto, del que en los dos días siguientes escribiría la friolera de 103 compases. El 8 de agosto le contaba a Alban Berg que ya había compuesto 250 compases, a la vez que le detallaba algunas cuestiones que, por 27 Vid. SHGS, p. 486. Algunas de las particularidades numerológicas de Moses und Aron se exponen en E. Haimo, «Schönberg, Numerology and Moses und Aron», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, pp. 385-394, y en J. Barcons, «Moses und Aron, cim inacabat del dodecafonisme», Qüestions de Vida Cristiana, n. 239, 2011, pp. 85-98. Para cuestiones numerológicas más amplias, vid. tanto la monografía ya citada de Colin C. Sterne como su artículo más breve «Pithagoras and Pierrot. An Approach to Schönberg’s Use of Numerology in the Construction of Pierrot lunaire», Perspectives of New Music, vol. 21, n. 1/2, Autumn, 1982 - Summer, 1983, pp. 506-534. 28 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=1850 [13.8.2012]. 29 Para una exposición de las transformaciones textuales desde la cantata hasta la ópera, vid. P. C. White, Schoenberg and the God Idea, pp. 92-112. 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana su enorme interés, reproducimos in extenso: Ya tengo 250 compases del segundo acto y ahora hago un pequeño descanso para tomar aliento (el descanso es bueno: creo que durante este descanso he continuado trabajado al menos algunas horas cada día), que aprovecho para retocar el segundo acto. Creo que no será malo. Curiosamente, trabajo exactamente de la misma manera: el texto llega a ser definitivo sólo durante la composición y, a veces, incluso después. Esto da un resultado extraordinario. ¡Por supuesto, y tu habrás hecho a buen seguro lo mismo, ello sólo es posible cuando, antes que nada se tiene una concepción [Vorstellung] muy exacta, y el arte consiste no sólo en mantener constantemente viva esta visión [Vision], sino en fortalecerla, enriquecerla y ampliarla al trabajar los detalles!30 Habría que recomendárselo a todos los compositores de óperas. Pero, naturalmente ¡no serviría de mucho! También querría hacer todo lo posible para tener acabada la ópera antes de irme a Berlín. No va tan deprisa como esperaba al principio, donde había calculado una media diaria de unos veinte compases. Voy bastante por detrás, a pesar de que en mi última ópera pude calcular unos 25 compases. La razón principal: el texto y los coros. Sólo la escritura de las partes corales es una pérdida de tiempo tal, que a su lado incluso la composición de un pasaje a 4-6 voces es una menudencia. Después me retrasa aún más el hecho de estar escribiendo directamente la partitura general, lo cual exige mucho tiempo. Pero así tengo la ventaja de que habré acabado del todo cuando haya acabado de componer la última nota. Sólo temo una cosa: entonces habré olvidado todo lo que he escrito. Porque ya ahora apenas reconozco lo que compuse el año pasado. Y si no tuviera en juego una especie de memoria inconsciente que, musicalmente y textualmente, siempre vuelve a llevarme involuntariamente al camino del correcto pensar, no comprendería cómo el todo puede tener una coherencia orgánica. (ASL, 128) 373 El 12 de septiembre le contaba sus progresos a Webern, comentándole que tenía previsto acabar el segundo acto este mismo mes y le avanzaba —con reservas— las previsiones para el tercero: «A partir de las experiencias presentes no me atrevo a calcular la extensión del tercer acto, que hasta ahora estimo en como mucho 20 minutos».31 En busca de un clima más benigno para sus achaques respiratorios, Schönberg recaló en Barcelona el 15 de octubre de 1931, donde permaneció hasta el 1 de junio de 1932, cuando regresó a Berlín. A mediados de octubre de 1931 retomaba la composición desde el compás 543. El 17 de noviembre comunicaba a Berg que ya tenía 900 compases acabados y que preveía que la ópera tendría 300 más. Los planes se cumplieron casi a rajatabla, y durante los meses siguientes, en una bonita casa a los pies de un Park Güell 30 Nótese cómo Schönberg no habla aquí de «Idea», sino de «visión» y de «concepción». La idea, como hemos visto, es dinámica; y aquí Schönberg no saca a colación otro dinamismo que el de la propia tarea del arte. . . La edición castellana yerra aquí, al traducir ‘Vorstellung’ por ‘idea’. 31 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=2083 [13.8.2012]. La carta aparece en el volumen antologizado por Stein, pero omite este párrafo. 374 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial recién inaugurado, compondría hasta el compás 1136. Al llegar a este punto, Schönberg anotaba en el manuscrito: «Ende des II. Aktes. Barcelona, 10/III1932». Nada podía hacer imaginar que este final del segundo acto se convertiría en el final de la ópera. Incluso las vacilaciones textuales con las que se encontraba al escribir el tercer acto (según contaba, por ejemplo, a Walter Eidlitz el 15 de marzo de 1933: ASL, 151) no son suficientemente significativas como para justificar el abandono de la composición. Al fin y al cabo, si no hubiese tenido en mente poder acabar la partitura, Schönberg no habría iniciado los contactos con Universal Edition para la publicación de la obra entre agosto y septiembre de 1932. . . Pero los acontecimientos de los meses siguientes no propiciaron el solaz necesario para acabar la composición, y tuvieron a Schönberg preocupado con otras cuestiones. El clima político de aquel Berlín de mediados de 1932 (Hitler llegaría al poder —recordémoslo— el 30 de enero de 1933) no facilitó las cosas en la capital germánica. Los problemas de Schönberg con la Academia Prusiana de las Artes y el creciente antisemitismo precipitaron su marcha a París con su familia, donde residirían unos pocos meses antes de partir definitivamente hacia los Estados Unidos en octubre de 1933. Después de descartar Nueva York, Boston y Chicago por las frías temperaturas del invierno, la familia acabó instalándose en California en 1934. Una vez allí, no son pocas las cartas en las que Schönberg expresa su deseo de acabar Moses und Aron (vid., por ejemplo, las cartas 174 y 225 del ASL). Pero, entre obligaciones docentes y compositivas (que le permitían a duras penas traer el pan a casa) y su cada vez más maltrecho estado de salud, Schönberg no encontró este tiempo. Sin embargo (y a pesar de que en los EUA ya no hubo más veraneos), su catálogo se incrementó con no pocas obras, que alcanzan las 5 horas de música; aunque la gran mayoría de ellas —como puede verse en el cuadro de la página 376— fueron escritas por encargo, lo cual proporcionaba unos ingresos imprescindibles para el sostén familiar. Esto permite comprender, por ejemplo, por qué el Quinto cuarteto de cuerda, empezado febrilmente el 1 de junio de 1949 a instancias del Juilliard String Quartet, quedó sólo en un esbozo cuando la administración de la escuela 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana 375 desestimó correr con los gastos del encargo.32 El cuadro de las últimas composiciones de Schönberg muestra algo curioso. Por un lado da fe de que la mayoría de las obras compuestas eran encargos directos. Pero también atestigua que un buen número de estas composiciones rondan los 20 minutos y que le supusieron alrededor de tres meses de trabajo: justo el tiempo de composición y la duración que Schönberg estimaba para completar Moses und Aron. Efectivamente, en julio de 1932 tenía la firme determinación de poder «acabar el tercer acto de mi ópera tan rápido como sea posible (espero que en tres meses)».33 En mayo de 1933, cuando ya estaba en París, contaba finalizarlo «a lo sumo en 6-8 semanas» (ASL, 153). En junio de 1946 (después de que se le negase la beca de la Guggenheim Foundation) decía a su apreciado Josef Rufer: «ya me gustaría a mi tener un cuarto de año para Moses und Aron».34 Y en marzo de 1950, en un tono más lacónico y con un lapsus significativo (vid. la figura 4.6) comentaba a Hermann Scherchen (con quien mantuvo una fructífera correspondencia sobre Moses und Aron a lo largo de 1950 y 1951) que «la composición del tercer acto de Moses und Aron requeriría por lo menos 4-5 semanas meses, si tengo salud y, sobre todo, un sustento que me permita no tener que trabajar para ganarme la vida, para poder así emplear cada minuto en la composición».35 Aunque parezca increíble, en los 18 años que estuvo en los Estados Unidos, Schönberg no encontró estos tres, cuatro o cinco meses para escribir los 20 o 25 minutos de música finales de la ópera.36 No faltaron intentos, sin embargo. Estando todavía en Barcelona, empezó a trabajar en el libreto del tercer acto, R. Leibowitz, Schoenberg, Seuil, París, 1998, pp. 158-159. Según Leibowitz, Schönberg «vivía, por así decirlo, en la miseria» y estaba «deseoso de ganar algo de dinero». 33 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=2254 [8.8.2012]. 34 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=4355 [8.8.2012]. 35 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=5403 [8.8.2012]. 36 Además de la ya citada carta a Webern del 12 de septiembre de 1931, en la que estimaba una duración de «como mucho 20 minutos» para el tercer acto, hay otros dos testimonios relevantes sobre la extensión que debería tener. En la carta de 12.5.1934 a Stephen Wise, leemos: «3/4 partes de Moses und Aron están acabadas desde hace más de dos años», lo cual permite intuir que faltarían unos 30 minutos de música (citado por E. R. Schoenberg, «Arnold Schoenberg and Albert Einstein: Their Relationship and Views on Zionism», JASI, X/2, 1987, p. 162). En la carta al matrimonio Wolfsohn de 16.8.1944, Schönberg explica que «sólo se tiene que componer un pequeño tercer acto» (http://81.223.24.109/letters/ search_show_letter.php?ID_Number=4015 [8.8.2012]). 32 Vid. 376 Título y opus ca. 30’ ca. 30’ ca. ca. ca. ca. ca. ca. ca. 12’ ca. 5’ ca. 20’ ca. 8’ ca. 10’ ca. 6’ ca. 10’ ca. 3’ ca. 5’ ca. 5’ 32’ 20’ 12’ 15’ 15’ 20’ 27.4.1936 - 26.6.1936 1906 - 1939 1.8.1938 - 22.9.1938 25.8.1941 - 12.10.1941 12.3.1942 - 12.6.1942 27.6.1942 - 12.1942 20.6.1943 - 10.1943 21.9.1945 - 30.9.1945 junio 1946 - sept. 1946 7.7.1947 - 23.8.1947 3.3.1949 - 22.3.1949 1934 (?) - sept. 1936 A sugerencia de Martin Bernstein (NY University) – sept. 1934 - 26.12.1934 Dur. Encargo de Fecha de composición Suite para orquesta de cuerda en sol mayor Concierto para violín y orquesta, op. 36 Cuarto cuarteto de cuerda op. 37 Segunda sinfonía de cámara, op. 38 Kol Nidre, op. 39 Variaciones para órgano op. 40 Oda a Napoleón Bonaparte, op. 41 Concierto para piano y orquesta, op. 42 Tema y variaciones, op. 43a y op. 43b Preludio, op. 44 E. S. Coolidge (mecenas) – Jacob Sonderling (rabino) William Strickland (editor) Liga de Compositores Oscar Levant (antiguo alumno) A sugerencia de Carl Engel (editor) Nathaniel Shilkret (compositor y editor) Departamento de Música (Universidad de Harvard) Koussevitzky Music Found. Adolph Koldofsky (violinista) – – Prisma (revista sueca) Chemjo Vinaver (editor) – Trio de cuerda, op. 45 Cuadro 4.1: Listado de los opus escritos por Schönberg desde su llegada a los EUA Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Un superviviente de Varsovia, op. 46 Fantasía para violín con acompañamiento de piano, op. 47 [Tres canciones para voz grave, op. 48] Tres canciones populares para coro mixto, op. 49 Dreimal Tausend Jahre, op. 50A De profundis, op. 50B Moderner Psalm, op. 50C [14.1.1933 - 23.2.1933 (estando en Berlín)] 24.6.1948 - 26.6.1948 ? - 20.4.1949 20.6.1950 - 2.7.1950 29.7.1950 - (inacabada) 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana 377 Figura 4.6: Facsímil de la carta a Hermann Scherchen de 18.3.1950, con un lapsus significativo cuya versión final (aunque no totalmente definitiva, puesto que Schönberg modificaba sus textos mientras componía, tal como hemos visto en la página 373) es del 5 de mayo 1935. Dos años más tarde, en 1937, todavía esbozó algunas ideas musicales para la ópera en una libreta de apuntes. Pero ello no llevó a la conclusión de la ópera, quizás porque a Schönberg le costaba bastante poder retomar la composición de obras que hacía tiempo que había empezado (lo cual suponía retroceder en el tiempo y atentar en cierta medida contra su ética del constante avanzar).37 Todos los intentos para acabar la composición de Moses 37 Algunas reflexiones sobre este hecho se encuentran en J. Soler, Música y ética, CM Edicions - La Porta Clàssica, Barcelona, 2006, pp. 52-56. A Schönberg le costaba retomar los proyectos que se alargaban en el tiempo, como sucedió con el Concierto para violín 378 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial und Aron fueron en vano, quizás por algo de lo que Schönberg se dio cuenta en 1937, cuando pasaba el texto del libreto en limpio (vid. figura 4.7): Fue en la página 39 (esto es 3x13) donde el 1932 en Barcelona detuve la composición con la esperanza de acabar el tercer acto en uno o dos meses. Desde entonces han pasado ya casi cinco años y todavía no he acabado la obra. Los Angeles, 8 de enero de 1937.38 El 13 (el fatídico número que parecía gobernar todo lo que escapaba a su control) asomaba no sólo en el número de la página mecanografiada del texto, sino por lo menos en tres lugares más. Si a los 1136 compases del segundo acto les restamos los 970 del primero, se obtiene el diferencial 166, cuyas cifras suman 13. Las últimas palabras pronunciadas por Moisés al final del segundo acto, las célebres «O Wort, du Wort, das mir fehlt» tenían también 13 letras. Y, por si fuera poco, Schönberg mismo se dio cuenta —según refiere Richard Hofmann, que le asistió en los últimos años de su vida— de que la suma de los compases de la ópera (2106) era divisible por 13, lo cual le llevó a la convicción de que jamás podría acabarla.39 La inexplicable inconclusión de Moses und Aron ha llenado infinidad de páginas con las más variopintas (y en muchos casos esotéricas) hipótesis. Sea como sea, lo cierto es que en los casi 20 años que separan el 10 de marzo de 1932 (cuando Schönberg tenía 57 años: 5+7=12) del 13 de julio de 1951 (cuando tenía 76: 7+6=13), Schönberg no escribió un solo compás más de Moses und Aron. Consciente de la perplejidad que podía generar este hecho, él mismo zanjaba la cuestión antes de que corrieran ríos de tinta intentando dar alguna explicación a algo tan incomprensible. En abril de 1950, a los 75 años, con la salud bastante maltrecha pero con el humor en plena forma, escribía a Hermann Scherchen: «Como sabe, el segundo acto está acabado desde 1932, pero en los (1934-1936) y la Segunda sinfonía de cámara (1906-1908 y 1939) que, sin embargo, acabó completando. En 1940, releyendo un esbozo de un prólogo inacabado empezado a escribir en 1936, anotaba: «Con este ensayo —una contribución para un libro sobre Berg de Reich y Wiesengrund [Adorno]— pasó lo que acostumbra a pasar: [. . . ] interrumpí mi trabajo por un periodo corto de tiempo y, como acostumbra a suceder en estos casos, no volví a continuarlo» (SHGS, pp. 528-529). 38 http://81.223.24.101:8081/werke_einzelansicht.php?werke_id=471&herkunft= allewerke [12.8.2012]: ASC - T63.09.39 39 Citado por E. Zakim, «The Dialectics of Nerves and Muscles: Schoenberg’s Moses as the New Jew», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, p. 477. 4.1. La clave de bóveda de la producción schönberguiana 379 Figura 4.7: Página 39 de la copia mecanografiada del texto (ASC - T63.09.39) años sucesivos no he podido componer el tercero. ¿Qué seguridad tenemos de que no lo podré hacer en los próximos 20?»40 4.1.4. Advertencia analítica y nomenclatura serial utilizada Antes de adentrarnos en el análisis de la ópera, tenemos que aclarar algunas cuestiones de nomenclatura y de enfoque. En la próxima sección veremos, por ejemplo, cómo Schönberg utiliza una especial distribución de la serie para la primera intervención de las 6 voces solistas, y cómo esta particular disposición de las notas parece tener unas incuestionables implicaciones simbólicas. Pero esto no significa que la partitura de Moses und Aron esté escrita por entero a partir de combinaciones de este tipo, ni que todas las disposiciones de notas tengan que tener implicaciones simbólicas. Como hemos visto, el dodecafonismo 40 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=5233 [8.8.2012]. 380 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial es, por encima de todo, un «método de composición», y no un juego combinatorio. Y su principal cometido es dotar de coherencia el discurso musical. Pero —por lo menos en Schönberg— el discurso en sí no surge de combinaciones seriales desencarnadas, sino de un proceso de composición análogo al que acontece en las partituras tonales. Por eso creemos que no sirve de nada acercarse a la partitura para ver qué transformaciones de la serie se han utilizado en cada compás a menos que esto pueda tener (como en el caso de los 7 primeros compases de la obra) alguna implicación semántica. De hecho, al leer y al escuchar Moses und Aron resulta evidente que la forma de componer de Schönberg se basa principalmente en la utilización de elementos temáticos y motívicos, tal como ya sucedía en sus obras tonales y tal como —llevado al paroxismo— le sirvió para cohesionar sus obras atonales una vez los nexos sintácticos que proporcionaba la tonalidad habían desaparecido. Schönberg mismo lo resumía de este modo en 1937: «No he dejado de componer en el mismo estilo y de la misma manera que al principio. La única diferencia es que ahora lo hago mejor que antes» (SI, p. 30). Una afirmación que hay que entender no sólo en sentido estético, sino también a nivel puramente técnico. Al fin y al cabo, la forma de componer de Schönberg no está tan lejos de la de los maestros que le antecedieron como Beethoven, Brahms o Wagner, de quien aprendió a usar el empleo simbólico de los leitmotiven y —en sus propias palabras— «la capacidad de transformación de los temas de cara a la expresión y su correcta formulación para este fin» (SHGS, p. 158 / SI, p. 174). Así pues, creemos que si Schönberg pretende simbolizar algo en su partitura, lo hará básicamente a partir de estos elementos temático-motívicos. Es en ellos, pues, que vamos a centrar nuestro análisis, alejándonos —como ya hemos advertido en la página 355— de la praxis de algunas tradiciones analíticas estadounidenses. Aunque, cuando sea pertinente, nos fijaremos —claro está— en la significación de determinados tratamientos seriales. Dependiendo de la tradición analítica de la que cada uno proviene, se utilizan términos distintos para referirse a las transformaciones y transposiciones de las series. Incluso el propio Schönberg utilizó nomenclaturas distintas. Cuando todavía estaba en Europa, para la Serie básica usaba una T (de Thema o Themenform), pero al llegar a los Estados Unidos se refirió a ella con una B (de Basic set). Para las transposiciones, escribía el intervalo que separaba cada serie de la serie básica, poniendo un + a los mayores y un - a los menores. Así, la serie básica transportada una segunda menor ascendente era marcada como B-2, y la transportada a la tercera mayor ascendente como B+3, y así sucesi- 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 381 vamente, tal como puede verse en el cuadro serial de la página 359. Además, muchas veces anotaba la letra de la nota (según la terminología alemana) con la que empezaba cada transposición. Nuestro criterio va a ser el siguiente. En cuanto a las transformaciones de la serie, utilizaremos las iniciales de la última nomenclatura inglesa utilizada por Schönberg (Basic Set / Inversion / Retrograde / Retrograde Inversion), pero sustituyendo indistintamente la B de «Basic Set» por la P de «Prime Set» o por la O de «Original».41 Para las transposiciones, utilizaremos subíndices para indicar los semitonos ascendentes de diferencia respecto de la serie Original o Retrógrada. Puede verse esta nomenclatura en el recuadro rectangular que proporcionamos a ambos lados del pentagrama de la figura 4.1. Además, al analizar la presencia de los acordes de la “voz de Dios” a lo largo de la ópera utilizaremos colores y una nomenclatura ad hoc que especificamos en la página 387 y al inicio del Apéndice 1. 4.2. 4.2.1. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación Breve perspectiva general Joseph Auner no puede ser más claro al hablar de qué supone en esencia la ópera Moses und Aron: Son muchos los que vienen viendo en Moses und Aron el testamento artístico principal de Schönberg. La oposición dramática fundamental entre Moses (que tiene que ser el profeta de Dios pero que no puede encontrar las palabras) y Aron (bendecido con la habilidad de comunicar, pero al que le falta visión del infinito) condensa vívidamente el problema central con el que Schönberg luchó toda su vida: cómo comunicar la verdad —cualquier verdad, tanto si concierne a Dios como a nuestro yo más profundo— sin comprometerla.42 41 En el ámbito anglosajón, se utiliza la P (de Prime series) en vez de la B (de Basic set), probablemente para no confundirla con la nota si (B en inglés). En castellano, las iniciales son casi las mismas: O (Original), I (Inversión), R (Retrogradación), RI (Retrogradación Inversa). En alemán, esto corresponde a G (Grundesreihe), U (Umkehrung), K (Krebs) y KU (Krebsumkehrung). 42 J. Auner, «Schoenberg as Moses and Aron» en M. Notley (ed.), Opera after 1900, Ashgate, Farnham-Burlington, 2010, p. 77. 382 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial No es casual que Schönberg trate esta cuestión principalmente en el primer acto de la ópera, ya que uno de los elementos esenciales del judaísmo (si no el que más) es el modo por el cual «lo infinito entra en contacto con lo finito».43 Una vez establecido lo fundamental, no resulta extraño que en el segundo y en el tercer actos trate respectivamente la cuestión de la representación (algo que tiene que ver con el culto y la organización de la religión) y la cuestión ética y mística. Pero de entrada, lo que aborda Schönberg en el primer acto es la cuestión de la comunicación: de cómo la esfera de la trascendencia puede irrumpir en la esfera de la inmanencia. Éste es el gesto fundacional del judaísmo y —nos atreveríamos a decir— de casi cualquier religión: un gesto revelatorio original. Y por eso Schönberg se ocupa de él, justamente, en primer lugar, en el primer acto de la ópera. Este gesto de comunicación (de apertura de lo sagrado a lo profano) que Schönberg plantea en el primer acto reproduce un esquema que puede extrapolarse a muchos otros ámbitos y, particularmente, a las dicotomías pensardecir, idea-estilo, etc. que tanto le preocupaban. Pero ¿por qué querría tratar Schönberg estas cuestiones nucleares de su pensamiento bajo una formulación religiosa? En primer lugar, porque lo religioso (y fundamentalmente la posibilidad de conectar la esfera de lo trascendente y la de lo inmanente) formaba parte realmente de sus propias preocupaciones existenciales; y, en segundo lugar, porque el intento de salvar la distancia entre trascendencia e inmanencia que se plantea en Moses und Aron es, en definitiva, la formulación más extrema del problema de la Darstellung. Efectivamente, entre la trascendencia y la inmanencia (que serían categorías análogas a las de idea y estilo o noúmeno y fenómeno) existe una distancia abismal, puesto que —en palabras de Rudolf Otto— el de la divinidad es el ámbito del Ganz Andere (el totalmente otro) con el que el hombre sólo puede mantener una relación de absoluta alteridad. Sin embargo, en tanto que lo sagrado entra en relación con lo profano, revelándose, sí se da entre los dos ámbitos una conexión. Y es de este gesto comunicativo de la divinidad de lo que va a tratar el primer acto. La forma en la que Schönberg trata esta cuestión no puede ser más ajustada. De entrada, en lugar de escribir un preludio o una obertura, sitúa al público ante la propia voz de Dios, en tanto que emisor o instancia primera. Acto seguido, 43 M.-A. Ouaknin, Mystères de la kaballe, Assouline, París, 2003, p. 377. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 383 viene la primera escena, en la que Schönberg trata de la experiencia de la revelación que tiene Moisés, escenificando así la relación entre emisor y receptor. Después, en la segunda escena, confronta literalmente a Moisés con Aarón y expone tanto su disparidad de carácter como los diferentes modos que tienen de entender la revelación. Estos distintos modos (medios, maneras o mediaciones) configurarán toda una serie de divergencias entre los dos hermanos a la hora de entender y exponer la revelación. En la tercera escena, Schönberg cambia la focalización y nos narra desde el punto de vista del pueblo la aproximación de los dos hermanos y las consecuencias que trae consigo la asunción de un nuevo Dios. En la cuarta, vemos cómo Moisés y Aarón llevan (o tratan de llevar: de trans-mitir) al pueblo el mensaje divino. Así, todo el primer acto se estructura a partir de un descensus que lleva de Dios al pueblo: que lleva del emisor incial al receptor final, recalcando la función relacional de los transmisores (es decir, de Moisés y Aarón). Esta transmisión descensual, este movimiento de «ir hacia», va acompañado de una progresiva sensualización y densificación escénica, en tanto que a medida que avanzan las escenas se pasa de lo abstracto e invisible a lo concreto y material. La sensación descensual (que lleva de la inmaterialidad de la obertura a la materialidad de la última escena, donde se realizan los milagros) se acrecienta por la cantidad de personajes que acumulativamente van siendo puestos en funcionamiento por Schönberg. En la obertura estamos con el telón bajado, a oscuras, ante el no-personaje de Dios. En la primera escena aparece Moisés; es decir, tenemos a un personaje. En la segunda, se le suma Aarón: 2 personajes. En la tercera, el pueblo (entendido como personaje colectivo, aunque vehiculado tanto a nivel coral como con intervenciones solistas) ve cómo Moisés y Aarón se aproximan desde la lejanía, con lo cual se convocan 3 personajes a escena, aunque los hermanos sólo aparecen a lo lejos. Y finalmente, en la cuarta escena, tenemos a Moisés y Aarón totalmente presentes, al pueblo y —en cuatro minúsculas intervenciones— a la voz divina: 4 elementos, por lo tanto. Es a lo largo de este proceso de mayor acumulación escénica (con su correspondiente correlato sonoro) que la palabra de apertura inicial de Dios (la sutil «o» de la que hablaremos enseguida) se transforma progresivamente en el jolgorio final con el que culmina el acto. A través de esta densificación progresiva en lo escénico y lo musical, Schönberg recrea un dilatado «acto comunicativo» que va de la recepción de la revelación hasta su transmisión al pueblo. 384 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Para entender la magnitud real de que en el primer acto Schönberg nos sitúe ante este dilatado «acto de comunicación», hay que tener en cuenta que la historia de Israel es una historia sagrada. Y que la sacralidad de esta historia se debe, precisamente, a la intervención de Dios en el tiempo de los hombres.44 Es decir, la historia es sagrada porque Dios se comunica con el hombre y sella un pacto (una alianza, una berit) con él, lo cual «coloca a los hombres en el tiempo de un Dios que los llama».45 En otras palabras, la historia es sagrada porque Dios imprime su nombre en ella. Y la búsqueda de estas huellas divinas en la historia (según se ha relatado en los libros sagrados: sagrados precisamente porque hablan de esta historia sagrada) es la búsqueda de los nombres de Dios. En cierta medida, pues, lo que hará Schönberg en Moses und Aron será reinterpretar este acto comunicativo, adaptándolo al lenguaje del siglo xx. Sólo así será posible buscar cuál es el nombre de Dios que corresponde a la época actual; sólo así —tal como decía tanto a su prima Malvina en 1891 como a Richard Dehmel en 1912 (vid. páginas 191 y 194)— el lenguaje religioso será el adecuado (angemessene) a los tiempos y podrá ser el lenguaje del hombre de hoy. 4.2.2. Una extraña obertura de siete compases Normalmente las óperas empiezan siempre con una obertura. En cambio, Moses und Aron empieza directamente —según anota Schönberg al comienzo de la partitura— con el «Primer acto», aunque no escribe «Primera escena» hasta el compás 8, dos compases después de indicar que se abra el telón.46 La primera 44 Cf. J. Trebolle, La experiencia de Israel: profetismo y utopía, Akal, Madrid, 1996, especialmente pp. 24-43. 45 A. Neher, La esencia del profetismo, p. 104. 46 Gordon Root hace una lectura de estos primeros compases dando mucha importancia al hecho de que el telón se abra en el compás 6. Vid. G. N. A. Root, Tonal Analogues: The Interaction of Text and Music in the Works of Arnold Schoenberg, PhD, University of California, Santa Barbara, 2006, pp. 186-279. Aunque su interpretación difiere de la nuestra, sus aportaciones analíticas son relevantes. Para nosotros, lo importante es que los 7 primeros compases transcurren fuera de la escena y no el hecho (simbólico para Root) de que el telón se empiece a abrir en el compás 6. Creemos que esto es algo sobre todo funcional, que garantiza que el telón esté descorrido en el compás 8 cuando empieza la escena (es decir, lo que se ve). Hay que tener en cuenta que en los años 30 los mecanismos para subir las cortinas no eran tan portentosamente rápidos como los de algunos teatros de hoy. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 385 escena, pues, empieza al cabo de siete compases de que haya empezado la ópera, tal como puede verse en el Apéndice 1, en el cual proporcionamos nuestro particular análisis sobre la partitura tanto de estos primeros siete compases como de la primera escena. ¿Qué es lo que sucede en los primeros siete compases de la ópera, que no son una obertura ni forman parte todavía de la primera escena? Con el telón bajado, tanto el público como Moses (que se supone que está detrás de la cortina) escuchan a 6 Solostimmen (6 voces solistas) decir: «o» (I c. 1-3 y 5-7) [CD Pista 19]. Estas 6 voces solistas están formadas por el rango entero de las voces humanas adultas (soprano, mezzosoprano, contralto, tenor, barítono y bajo) y están situadas en el foso orquestal, donde son dobladas respectivamente (¡y la correspondencia entre timbres humanos e instrumentales es magnífica!) por flauta, clarinete, corno inglés, fagot, clarinete bajo y violonchelo. Estrictamente, pues, suenan 12 timbres distintos y el texto que dicen las 6 voces solistas es bien raro: ¡cantan una «o»! ¿Se trata de un texto o es un efecto vocal? Nosotros creemos que es un texto, ya que habitualmente cuando se quiere utilizar una voz sin que pronuncie texto, se recurre a la técnica del bocca chiusa que, con la ayuda de la letra «m», produce un efecto relativamente sonoro. Así sucede, por ejemplo, en I,4 c. 708-709 y 715-716, cuando estas mismas 6 Solostimmen se requieren de nuevo. Estamos convencidos, pues, de que esta «o» es efectivamente un texto y no un simple efecto vocal. Y, del mismo modo que ningún texto es arbitrario, consideramos que éste tampoco lo es; y menos todavía si tenemos en cuenta que lo canta el personaje que Moisés (no Schönberg) identifica como Dios.47 Su texto —creemos— es altamente simbólico. Para empezar, porque la «o», icónicamente, es una circunferencia, que nos remite a la conocida definición de Dios como «una esfera infinita cuyo centro se halla en todas partes y su circunferencia en ninguna»48 que Schönberg —bien por su bagaje filosófico, bien por sus flirteos con la teosofía— debía conocer. El círculo, de hecho, ya había sido utilizado en los inicios de la musica mensurata para representar el 47 Apenas hay bibliografía sobre el análisis de esta «o» que, para Mark Kerling, es «uno de los elementos teológicamente más importantes de la ópera» (M. M. Kerling, «O Wort, du Wort, das mir fehlt.» Die Gottesfrage. . . , p. 258). Coincidimos con él en esta apreciación, aunque nuestros análisis no siguen el mismo enfoque. 48 Segunda sentencia de El libro de los veinticuatro filósofos, Siruela, Madrid, 2000, p. 47. 386 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial compás ternario, en tanto que símbolo de perfección divina. Por ello, la letra ‘o’, en su forma absolutamente cerrada y circular, viene a ser el icono de la completitud y perfección de Dios. Pero, más allá de la posible representación de la completitud de Dios, el empleo de la «o» permite establecer correspondencias (coherencias, para decirlo con la terminología del ZKIF ) entre distintos planos: algo sumamente importante para Schönberg, que —de acuerdo con su cosmovisión de raíz swedenborguiana— veía concomitancias entre lo micro y lo macrocósmico. Por un lado, la letra ‘o’ guarda una estrecha relación con las transformaciones a las que se puede someter una serie dodecafónica. Por su simetría circular, la «o» se puede doblar de derecha a izquierda y de arriba a abajo. Además, si la pensamos en tres dimensiones como una esfera, incluso se puede doblar de delante hacia atrás. Estas peculiaridades de transformación simétrica son análogas a las posibilidades de transformación de la serie dodecafónica. Lo cual permite argüir que la «o» con la que comienza la ópera condensa en un solo fonema las palabras iniciales de Die Jakobsleiter : «Hacia la derecha o hacia la izquierda, hacia adelante o hacia atrás, arriba o abajo. . . ». Unas palabras que prosiguen diciendo —y eso será muy importante de cara sobre todo a la interpretación del tercer acto— que «hay que avanzar». Por el otro, hay que tener en cuenta que al cantar esta «o», la forma de los labios de los cantantes se corresponde icónicamente con la propia forma de la letra, dado que para cantar una ‘o’ (a diferencia de lo que sucede con cualquier otra vocal), hay que poner los labios en forma de ‘o’. Pero es que, además, esta «o» se corresponde en el plano fonético e icónico a aquello que —como veremos enseguida— sucede estructuralmente en los primeros cuatro acordes de la obra gracias al peculiar empleo de la serie. Antes de entrar en el análisis de los cuatro primeros acordes de la ópera, avanzamos ya que esta redondez, autocompletitud y autoreferencia parecen estar (re)presentando el pasaje bíblico que Schönberg tiene en mente en este momento: la revelación de Dios a Moisés narrada en el tercer capítulo del Éxodo. Como es sabido, en este pasaje la Biblia presenta a un Dios tautológico (cerrado en sí mismo, como una ‘o’) que se autodefine como: «Ego sum qui sum» (Ex 3,14).49 De modo sumamente perspicaz, en vez de poner esta definición en 49 Una lectura moderna de este pasaje en clave no tautológica se encuentra en E. Wyscho- 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 387 boca de las 6 voces solistas, Schönberg opta por ponerla en la boca de las 6 voces solistas a través del sonido ‘o’, que requiere dibujar en los labios la forma ‘o’ para cantar la grafía correspondiente al texto «o» con el que empieza la ópera. Schönberg resuelve de modo magnífico, pues, el acicate de la representación de Dios, cuya atribución de simplemente «ser el que es» hace que «cualquier intento de representarlo, analogizarlo, metaforizarlo —en suma “de decirlo”— no sea más que una vana y total locura: es sencillamente blasfemia».50 O, según la interpretación de este pasaje que nos brinda Paul Ricoeur: «“Yo soy el que soy” equivale a “mi naturaleza es ser, no ser dicho”».51 Pero además de lo fonético, fisiológico y gráfico, decíamos que esta cerrazón de la «o» se corresponde con lo que sucede a nivel estructural en los cuatro primeros acordes de la ópera. Para facilitar nuestro análisis, a estos cuatro acordes iniciales de las 6 Solostimmen ( vamos a llamarlos arbitrariamente A, B, C, D y en los apéndices vamos a identificarlos con colores sobre la partitura: azul para A, rojo para B, verde para C y naranja para D (vid. la leyenda en la página 517). La peculiaridad principal de estos cuatro acordes A, B C y D es que tienen una estructura que —al igual que la «o» de su texto— está cerrada en sí misma.52 Tal como puede verse en la figura 4.8, esta estructura proviene de la utilización de las notas 1,2,3 y 10,11,12 de la serie P0 y de las notas 12,11,10 y 3,2,1 de la serie I3 (es decir, las dos series encuadradas por Schönberg como T y U+6, según veíamos en la figura 4.1 en la página 359). Así, tenemos el uso de los tres primeros y tres últimos sonidos de P0 para los acordes A y B; y el uso de los tres últimos y tres primeros sonidos de I3 para los acordes C y D. Con este recurso, Schönberg parece recordarnos a Isaías 44,6 («Yo soy el primero y grod, «Eating the Text, Defiling the Hands: Spectres in Arnold Schoenberg’s Opera Moses and Aron, en J. D. Caputo / M. J. Scanlon (ed.), God, the Gift and Postmodernism, Indiana University Press, 1999, pp. 245-259, especialmente pp. 251-254. 50 Ll. Duch, «Introducció», en Arnold Schönberg, Moisès i Aaron, ed. y trad. Ll. Duch y J. Barcons, Fragmenta, Barcelona, 2012, p. 80. 51 A. LaCocque / P. Ricoeur, Pensar la Biblia, trad. A. Martínez Riu, Herder, Barcelona, 2001, p. 344. 52 Seguimos aquí los análisis de K. Wörner, Schoenberg’s Moses and Aaron, pp. 55-56; A. Rehding, «Moses’s Beginning», The Opera Quarterly, vol 23 n. 4, Autumn 2007, p. 398-403; y D. Lewin, «Moses und Aron: Some General Remarks, and Analytic Notes for Act I, Scene 1», en B. Boretz y E. T. Cone (ed.), Perspectives on Schoenberg and Stravinsky, Norton, Nueva York, 1972, pp. 64-65. 388 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial el último, fuera de mí no hay otro Dios»), lo cual —para Karl Wörner— cabe interpretar como una afirmación del monoteísmo desde la propia obertura.53 Figura 4.8: Cuatro primeros acordes de MuA con su procedencia serial54 Para algunos autores, la circularidad de esta configuración acórdica simboliza también el infinito, al igual que sucede con la figura mitológica del ouroboros: la serpiente dispuesta en forma de ‘o’ que se muerde la propia cola.55 Pero, además de las nociones de monoteísmo o de infinitud, creemos que esta disposición acórdica simboliza fundamentalmente la autocompletitud y tautología de la divinidad, que viene reforzada por el empleo de elementos numerológicos alrededor del número 12, que en el universo schönberguiano es sinónimo de completitud y totalidad en tanto que indica el total cromático. Así, los 4 acordes iniciales duran 3 tiempos cada uno, lo cual suma un total de 12 tiempos. Además, estos 4 acordes están formados por 3 notas cada uno, lo cual da un total de 12 notas, 6 de las cuales son cantadas por voces femeninas y 6 más por voces masculinas (12 en total), y 6 de las cuales pertenecen a P0 mientras que las otras 6 pertenecen a RI3 . Pero, en vez de estar formados por 12 notas distintas (que sería lo propio si se aplicaran mecánicamente las directrices del K. Wörner, Schoenberg’s Moses and Aaron, p. 55. de la figura del artículo de Alexander Rehding, “Moses’s Beginning”, The Opera Quarterly, vol. 23 n. 4, Autumn 2007, p. 398. 55 G. N. A. Root, Tonal Analogues: The Interaction of Text and Music in the Works of Arnold Schoenberg, PhD, University of California, Santa Barbara, 2006, pp. 186-279. 54 Modificación 53 Vid. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 389 dodecafonismo), estos 4 acordes repiten 4 notas (si , la , do y si : las notas BACH), con lo cual emplean sólo 8 notas distintas, siendo el 8, por su forma, un claro icono de la infinitud.56 Y la infinitud está ligada en gran medida con la eternidad, que Schönberg consigue representar también a través de dos mecanismos bien inteligentes. Uno, la intercambiabilidad entre el principio y el fin de la serie en los acordes A-C / B-D a la que nos hemos referido en la figura 4.8. El otro, el empleo de los acordes en capicúa: mientras en los compases 1-3 los acordes A-B-CD se presentan linealmente (A siendo el primero en mujeres y D el último en hombres), en los compases 5-7 el acorde D es el primero que aparece en los hombres y el A el último que aparece en mujeres (vid. la primera página del Apéndice 1). Así, tanto el empleo serial como la colocación de los acordes parecen convocar la reversibilidad del alfa y del omega del anuncio de Isaías, que —tal como demuestra la hermenéutica bíblica— está emparentado con el «Ego sum qui sum» de Éxodo 3,14. Este célebre pasaje, en definitiva, viene a traducir al latín la impronunciabilidad del tetragrama hebreo YHVH, que —según la interpolación vocálica al que se someta— puede leerse como infinitivo pasado (hyh: hayah: haber sido), infinitivo presente (hvh: hovéh: ser) o infinitivo futuro (yhh: yehéh: llegar a ser), lo cual le confiere un estatuto supratemporal.57 Los cuatro acordes, en suma, son sinónimos de la efectiva presencia de Dios más allá de cualquier limitación temporal (en tanto que primero y último y en tanto que era, es y será). Así pues, además de las nociones de monoteísmo, perfección, 56 A los ojos de Alexander Rehding, esta repetición de notas significa una grave falta de observancia de la «ley dodecafónica» (sic), que consiste grosso modo en no repetir ninguna nota hasta que se ha presentado el total cromático de la serie. Para nosotros no se trata de una cuestión de observancia de la ley o no, dado que Schönberg no habló jamás de leyes de composición dodecafónica, sino de método de composición. La noción de «observancia de la ley» y el hecho de ver a Schönberg como un «legislador» está a las antípodas, precisamente, de nuestro planteamiento. Vid. A. Rehding, «Moses Beginning». . . , pp. 395-417. En cuanto al empleo de las notas BACH en las voces extremas de los acordes (acordes A y C: si -la; acordes B y D: do-si ), puede ser una especie de encomienda al cantor de Leipzig al igual que en tantas otras partituras de la Segunda Escuela de Viena, pero no creemos que tenga nada que ver con el entramado simbólico-religioso que estamos analizando. Tal como recuerda Alexander Rehding, desde que Roland Barthes escribió El grado cero de la escritura sabemos que «pueden haber momentos que tienen significación pero no significado» (A. Rehding, «Moses Beginning», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, p. 412). 57 Vid. J. C. Gallard, Le dernier Schoenberg: synthese et depassement, Université Paris VIII, Thèse, 2005, p. 299. 390 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial autotelismo, autocompletitud, infinitud y presencia presente, el curioso empleo vocal, serial y estructural de la ‘o’ nos sitúa también ante la noción de eternidad, de estar por encima (o más allá) del tiempo. De hecho, los primeros siete compases de la ópera también se han situado fuera del tiempo narrativo, fuera de la escena (son ob-scenos), al producirse antes de que se abra el telón. Algo que —teniendo en cuenta lo que en ellos se trata— no debería resultarnos extraño, porque la revelación, según leemos en los más variados relatos místicos de múltiples tradiciones religiosas y espirituales, tiene lugar fuera del tiempo, en un extasis (una salida) del chronos ordinario. Precisamente por el hecho de haber sucedido fuera del tiempo y de la escena ordinaria, esta revelación resulta tan difícil de transmitir, de comunicar y de representar, puesto que cualquier explicación o representación ocurre necesariamente en unas condiciones radicalmente distintas, sujetas al tiempo. Este va a ser el gran drama de Moisés a lo largo de la ópera. Pero no el de Schönberg, que ha recurrido a una genialidad que fácilmente puede pasar desapercibida si no nos damos cuenta de que la «o» de la obertura no es un simple efecto vocal, sino un texto en toda regla. En suma: al hacer que se cante una ‘o’ (fónetica y gráficamente cerrada sobre sí misma) sobre una estructura acórdica y serial también cerrada sobre sí misma, Schönberg no sólo traza una correspondencia entre lo fonético y lo estructural, sino que consigue representar la naturaleza de Dios (autocompleta y eterna) tal como se define en el «Ego sum qui sum» (Ex 3,14) y el «ego Dominus primus et novissimus ego sum» (Is 41,4) de la Vulgata. Entender que estos primeros compases representan la revelación de un Dios eterno, autotélico y cerrado en sí mismo es fundamental para comprender el desarrollo de la ópera y el conflicto que surge cuando Moisés se muestra reacio a anunciar el mensaje de la revelación. Un mensaje que ha sucedido en pianississimo y fuera del tiempo ordinario, como si Schönberg quisiera decirnos que la revelación requiere silencio y atención absoluta, porque es tan sutil que —si no se está atento— puede pasarnos desapercibida. ¡Qué diferencia hay entre esta sutil obertura y la gran mayoría de la tradición barroca, clásica y romántica que —a bombo y platillos, o a modo de preludio o sinopsis— dan un toque de 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 391 atención al público y lo preparan para lo que va a suceder en escena!58 Los primeros siete compases de Moses und Aron se erigen, así, como algo parecido al lugar de la revelación; como el lugar/no-lugar (de ahí que se dé fuera de la escena: ob-scena) de la obertura/apertura de Dios. Por eso Schönberg no nos sitúa ante una obertura tradicional, sino ante lo que podríamos calificar como una «pseudo-obertura» que tanto por duración como por factura se aleja de los cánones musicales de género. Así, más que una obertura musical, esta extraña obertura viene a representar una apertura de lo metafísico hacia lo físico. Porque la «o», a pesar del replegamiento sobre sí misma del que hemos hablado hasta ahora, es también un agujero; esto es, una apertura por la que lo infinito y eterno se inmiscuye en lo finito y temporal. Efectivamente, a pesar de ocupar todo el espacio existente (para decirlo en términos cabalísticos), esta «o» replegada fónica y estructuralmente sobre sí misma realiza un gesto melódico (reiterado dos veces en sopranos y tenores) que es indudablemente un gesto de apertura: la segunda mayor la-si da la sensación de avanzar, de iniciar un movimiento hacia adelante, de salir de sí. Al igual que también da la sensación de avanzar (de salir al encuentro) el tipo de enlace de los acordes entre ellos, realizado por movimiento directo ascendente de las tres voces, cuando lo habitual en los enlaces armónicos es evitar precisamente el movimiento directo de todas las voces. El intervalo de 2ª mayor ascendente y el enlace armónico por movimiento directo se repiten todavía una tercera vez (ya con un ritmo distinto) a cargo de la orquesta. Esto sucede en los compases 3 y 4, donde este gesto viene reforzado por el diseño brutalmente ascendente del piano, que en el compás 3 proporciona las notas que faltaban de la serie P0 y en el compás 5 las que faltaban de RI3 . Simbólicamente, pues, el gesto de apertura melódica y armónica de la «o» se opone diametralmente a su replegamiento estructural. Esta dualidad inicial presenta, ya de entrada, una de las principales tensiones de la obra: la de un Dios que, a pesar de ser fonética y estructuralmente autotélico y estar fuera del tiempo, decide revelarse en la temporalidad, tal como sugieren los diseños melódicos ascendentes y los enlaces armónicos de estos primeros siete compases. Prueba de ello es que los únicos diseños melódicos descendentes (las 58 Sobre las distintas tipologías de obertura, cf. las consideraciones de Ernest Newman, The Wagner Operas, Princeton University Press, 1991. 392 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Hauptstimme de los violines y trompetas en el sexto compás)59 enseguida son rescatados por el gesto netamente ascendente del trombón en el compás 7, que —¡atención!— despliega un acorde de sol mayor en primera inversión (que se cifra como 6) en un tresillo de negras (3 notas). Es este gesto de apertura el que —en la luminosa sonoridad de sol mayor y con el concurso de la numerología del 6 y el 3— da paso a la luz de la escena que empieza justo en el siguiente compás. 4.2.3. El nombre de Dios: entre el Deus absconditus y el Deus revelatus Antes de emprender el análisis de la primera escena, debemos hacer un alto en el camino y preguntarnos si lo que ha sonado hasta este momento era realmente la voz de Dios. Como autor, Schönberg no lo dice en ningún momento, ya que solamente ha anotado que quien canta la «o» son 6 voces solistas dobladas por 6 instrumentos. Es Moisés quien interpreta esta «o» como la voz de Dios, cuando al inicio de la escena reacciona a lo que ha oído con las siguientes palabras: «¡Único, eterno, omnipresente, invisible e irrepresentable Dios!» (I,1 c. 8-11). Es gracias a Moisés, pues (y no gracias a Schönberg), que sabemos que ésta es la voz de Dios. Después de la retahíla de términos teológicos esgrimidos por Moisés, que contrastan con la simplicidad de la «o» inicial (¿no será que la teología complica las cosas?, parece decirnos Schönberg), las 6 Solostimmen a lo largo de toda la escena cantarán siempre junto a la Stimme aus dem Dornbusch (la Voz de la zarza; o, mejor aún, la voz desde la zarza). ¿Qué tiene de particular esta voz que proviene de (aus) la zarza? De entrada, el hecho de estar formada por un coro escrito también a 6 partes, pero con varias voces (y por lo tanto varios timbres distintos) en cada parte. Pero este coro, en vez de cantar, habla en sprechgesang al igual que Moisés. A pesar de que las voces de este coro desempeñan el rol de Voz desde la zarza, que es un elemento escénico, Schönberg no las ubica en el escenario, sino que les reserva una ubicación muy especial detrás de la escena, aisladas auditivamente las unas de las otras a pesar de tener 59 A partir de un cierto momento, a raíz de la densidad contrapuntística de sus composiciones, Schönberg empezó a indicar sobre la partitura cuales eran las voces principales (Hauptstimme: H— ) y cuales las secundarias (Nebenstimme: N— ). 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación contacto visual, hablando cada una por una línea de teléfono diferente que se amplifica en un otro lugar a través de un altavoz, de tal manera que sólo se reúnen en la sala (MuA, «Besetzung»). 393 Además de esta peculiar ubicación (sobre la que volveremos más adelante), hay que tener en cuenta que esta «Voz» formada por distintas voces tiene una composición simbólica. Porque mientras las 6 Solostimmen comprendían el rango de las voces humanas adultas, la Stimme aus dem Dornbusch incluye también la voz de los niños, que sustituyen a las mezzosopranos. Esta sustitución (casi innecesaria a nivel tímbrico al ser voz hablada), parece tener una dimensión eminentemente simbólica, por lo menos por cuatro razones. La primera, porque a través de los niños se convoca la noción de inocencia. La segunda, porque se crea una voz (recordemos que la Voz desde la zarza está compuesta por 6 partes) multigeneracional que cuenta con adultos y niños, y que, por lo tanto, está más allá de la uniformidad temporal. La tercera, porque a nivel de género, el hecho de usar hombres, mujeres y niños dota a la voz de un polimorfismo de género globalizador.60 Y la cuarta, porque incluyendo a los niños se obtiene realmente todo el rango vocal humano disponible. La suma de los dos coros vendría a recrear la supuesta “voz de Dios” que Schönberg, sin embargo, jamás menta (y que, por ello, entrecomillaremos). Esta “voz de Dios” está repleta de simbolismo numerológico, puesto que el total de las 12 voces (6 de las 6 Solostimmen + 6 de la Stimme aus dem Dornbusch) está constituido por 7 timbres distintos, siendo tanto el 12 como el 7 dos números clave en casi todas las tradiciones religiosas (y, particularmente, en la judía). 7 han sido, además, los compases totales de la obertura, que se estructuran como 3 (con voz) + 1 (sólo instrumental) + 3 (con voz), con lo cual se crea un nuevo juego de correspondencias entre lo estructural de la pseudo-obertura y la “voz de Dios” que sonará con siete timbres vocales distintos a partir del momento en el que empiece la primera escena. En resumen: para crear la “voz de Dios” Schönberg utiliza dos coros escritos a 6 partes, lo cual da un total de 12 partes, que incluyen 7 tesituras distintas 60 En obras anteriores, Schönberg había ensayado distribuciones parecidas, con coros a la vez cantados y hablados compuestos por hombres y mujeres, pero jamás empleando niños. En Die glückliche Hand hay Sechs Frauen (3 sopranos y 3 contraltos) y Sechs Männer (3 tenores y 3 bajos) y en Die Jakobsleiter se utiliza un coro a doce voces con Sopranos 1 y 2, Mezzosopranos 1 y 2, Contraltos 1 y 2, Tenores 1 y 2, Barítonos 1 y 2, y Bajos 1 y 2. 394 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Figura 4.9: Parte de las 6 Solostimmen en los siete compases de la «obertura» compuestas por hombres, mujeres y también niños. Uno de los dos coros (las 6 voces solistas) canta a una voz por parte, mientras que el otro (la Voz desde la zarza) recita y tiene varias voces por parte. Uno es invisible y ob-sceno, al cantar desde el foso, puesto que las 6 voces solistas están situadas al lado de los instrumentos que las doblan. Y el otro, a pesar de recitar desde detrás del escenario, es la voz de un elemento escénico y, por lo tanto, es visible, aunque sus voces suenan esparcidas por la sala a través de altavoces. Esta polaridad entre lo obsceno y lo escénico, entre lo visible e invisible, parece referirse a la clásica distinción entre Deus absconditus y Deus revelatus (o entre deitas y Deus) que «desde tiempos antiguos, la tradición judía ha conocido y ha expresado de mil maneras».61 Una distinción que —bajo la formulación de Nicolás de Cusa en el siglo xv— sería retomada vívidamente por Lutero para formular su doctrina. A pesar de que Schönberg no tenía en su biblioteca ni la obra del cusano ni el De servo arbitrio donde Lutero explora largamente la dicotomía entre deitas y Deus, es lógico pensar que a raíz tanto de sus preocupaciones espirituales como de sus origenes judíos y su conversión al protestantismo, esta distinción no sólo no debía serle ajena, sino que cuadraba en gran medida con su esquematismo de polaridades. Si hablamos con propiedad, lo absconditus no puede representarse; pero a su vez, en la otra cara de la moneda, lo revelatus convoca parcialmente aquello que permanece escondido. De esta manera, la díada deitas/Deus resume la tensión extrema entre el Dios que necesariamente debe permanecer oculto en 61 Ll. Duch, «Introducció» en Arnold Schönberg, Moisès i Aaron. . . , p. 94. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 395 tanto que es irrepresentable y el Dios que necesariamente desea darse a conocer a través de la representación. La controvertida tensión teológica sobre la representación de lo irrepresentable es algo que parece resumir y llevar a las últimas consecuencias el pensamiento de Schönberg. Un pensamiento que —como hemos visto sobradamente— se funda en la noción de relación y que procura que el estilo (en tanto que materialización del pensamiento) haga justicia a la idea (que —según vimos en la sección 1.7— es en sí misma un complejo de relaciones que todavía no se ha llevado al terreno de la expresión). Así, lo fundamental es salvar adecuadamente el espacio que media entre dos instancias y establecer una relación coherente entre ellas. Y el mayor espacio imaginable (la mayor distancia intersticial) es —¡claro está!— la que media entre lo absconditus y lo revelatus, en tanto que se basa en la pretensión de representar (de llevar a Darstellung) lo irrepresentable (das Unvorstellbar : «unvorstellbarer Gott!», dice Moisés en I,1 c. 10-11). Así, recurriendo al discurso teológico y al lenguaje religioso, Schönberg llevaba a las más remotas consecuencias el elemento central de su pensamiento. Porque ¿qué mayor relación que la que hay que trazar entre lo irrepresentable y su representación? Ante esta consideración cabe preguntarse si la preocupación por la coherencia (la relación) entre dos instancias distintas es en Schönberg algo previo a la preocupación religiosa por encontrar el vínculo (la relación) entre lo trascendente y lo inmanente que también le preocupó desde joven. En otras palabras: al plantearse en Moses und Aron la cuestión de la representación en términos religiosos (la posibilidad de representar la divinidad irrepresentable) ¿no estará Schönberg utilizando el ámbito de la religión para abordar su preocupación nuclear por la «cuestión de la relación»? ¿O es al revés, y el problema esencial para Schönberg es la posibilidad religiosa de conectar lo trascendente con lo inmanente y ello coincide con la importancia que tiene lo relacional en los demás ámbitos de su pensamiento? Tal como hemos sugerido a lo largo del Capítulo 2, establecer la prelación de estas manifestaciones es insensato, porque todas y cada una de ellas son modos en los que la cuestión de la relación emerge del pensamiento schönberguiano, toda vez que contribuyen a configurarlo. Aunque —tal como hemos sugerido ya— Moses und Aron es probablemente el modo más extremo en el que puede formularse esta cuestión. 396 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial En tanto que autor real,62 Schönberg asume en carne propia el problema de la representación de la divinidad, al renunciar siquiera a nombrarla, respetando la prohibición judía de escribir su nombre. En vez de crear el personaje «Dios», Schönberg asignará sólo un nombre descriptivo y no un nombre de personaje a los dos coros que lo representarán: el uno tiene una nomenclatura técnica (6 voces solistas), mientras que el otro tiene una indicación de procedencia (Voz desde la zarza). Al evitar nominar y representar al supuesto personaje «Dios», Schönberg parece aplicarse a sí mismo la advertencia de Moisés a lo largo de toda la ópera sobre la irrepresentabilidad de Dios. Algo que Schönberg ya había formulado en 1925 en la segunda de las Cuatro piezas para coro mixto, op. 27: «no tienes que hacerte ninguna imagen. [. . . ] Una imagen quiere tener nombre», y que volvería a formular a pocos meses de su muerte en el segundo de sus Moderne Psalmen: «No debemos intentar (versuchen) representarnos a Dios, porque esto sería limitar el concepto que de Él podríamos hacernos».63 Esto es lo que hace Schönberg como autor real, pero es sobre la escena donde dejará que discurra el drama que supone intentar representar a Dios. Moisés, enseguida manifestará la problemática de la representación de lo irrepresentable al negarse a anunciar la revelación (o, mejor dicho, la idea de Dios): «Dios mío, no me obligues a anunciarla» (MuA I,1 c. 19-20). Al poner sobre el escenario el problema de la representación de la divinidad, el inicio de la ópera no sólo explica esta cuestión (telling), sino que también la muestra (showing). Y, de hecho —para decirlo con Nelson Goodman, que añade un tertium datur a la 62 Aunque en el ámbito musical no exista propiamente la figura del narrador, es relevante considerar la diferencia entre autor real y autor implícito (y las consecuencias narratológicas subsiguientes) planteadas por Wayne Booth, La retórica de la ficción, Taurus, Madrid, 1986. 63 «Wir sollen uns Gott nicht vorzustellen versuchen, weil das den Begriff begrenzt, den wir von Ihm haben könnenten» (ASC-T69_14/2). ‘Versuchen’ puede traducirse tanto por ‘intentar’, como por ‘caer en la tentación de’, como por ‘tentar’. Significativamente, el texto de Rilke musicado por Schönberg en el op. 22/2, también emplea este verbo: «Alle welche dich suchen | versuchen dich» («Todos los que te buscan | te tientan»). Intentar representar a Dios, implica caer en una tentación que supone tentarlo. Schönberg escribió este salmo el 15.XII.1950, aunque —con un lapsus notorio— lo fechó a 15.XII.1951 (una fecha posterior a su muerte, acontecida el 13.VII.1951). En el texto, Schönberg parece establecer una prelación que justifica la prohibición de representar a Dios: la representación está por debajo del concepto (esto es, lo empequeñece) y el concepto está por debajo del propio Dios, que, en tanto que revelatus, sería una manifestación concreta de su naturaleza abscondita. Una prelación que, al fin y al cabo, dibuja una escalera de mediaciones. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 397 clásica distinción entre telling y showing—, incluso la ejemplifica, en el sentido de que la propia ópera (más allá de lo que dicen y muestran los personajes en la escena) es, en su inacabamiento, una muestra de la imposibilidad de representar lo irrepresentable.64 Así, tanto en estos siete primeros compases como en su problemático inacabamiento, la ópera por sí sola ejemplifica —más allá de lo narrativo— el insoluble problema de la representación de la divinidad. Lo cual permite conferirle —en la línea de lo que formula Adorno— un especial estatuto de «fragmento sacro» que la inviste con una dimensión paralitúrgica (o neolitúrgica) y, por lo tanto, sacramental.65 Así, la ópera deviene un lugar que propicia la conexión de lo profano con lo sagrado; un lugar de reunión (o de relación) entre lo inmanente y lo trascendente que Schönberg sitúa —no en un templo, que sería el lugar propio de un oratorio— sino en el lugar por excelencia del entretenimiento burgués: un teatro de ópera. Hasta ahora hemos sugerido que la «o» inicial viene a representar, por la completa cerrazón tanto del círculo como de la propia estructura musical, la imposible representación y la absoluta impenetrabilidad de la deitas. Pero veíamos también cómo esta «o» —a raíz de la gestualidad ascendente a nivel melódico y armónico— quizás indicaba algo así como una apertura metafísica. Algo así como un tránsito entre la naturaleza abscondita de Dios (previa al inicio de la escena) y su naturaleza revelata (que va a manifestarse al abrirse el telón). Los primeros 7 compases de la partitura sugieren ya la propia tensión inherente a la divinidad que, a pesar de tener que permanecer escondida, desea revelarse. La «o» de la obertura se presenta, pues, como un tremendo oxímoron, porque estando indiscutiblemente cerrada en sí misma y siendo un perfecto símbolo de completitud, a la vez da inicio a la ópera y se abre a su desvelamiento. Una vez se ha producido este gesto de apertura metafísica del Deus absconditus, al Deus revelatus le corresponde la visibilidad escénica y sitúa la revelación en un 64 N. Goodman, Maneras de hacer mundos, trad. C. Thiebaut, Visor, Madrid, 1990, capítulo «¿Cuándo hay arte?». Vid. también Ibid., Los lenguajes del arte, trad. J. Cabanes, Seix Barral, Barcelona, 1976, especialmente el segundo capítulo. Muy brevemente, para Goodman, la ejemplificación viene a ser un grado mayor que la mostración; mientras en el showing se muestra aquello de lo que se habla, en la ejemplificación la obra misma es una muestra de aquello que trata. 65 Th. W. Adorno, «Fragmento sacro. Sobre el Moisés y Aarón de Schönberg», en Escritos musicales I-III. Obra completa, 16, trad. A. Brotons y A. Gómez, Akal, Madrid, 2006, pp. 463-483. 398 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial hic et nunc; es decir, en un tiempo y un espacio concretos: el tiempo y espacio de la narración. Así pues, la Stimme aus dem Dornbusch (en tanto que Deus) viene del lugar de la revelación, mientras que las 6 Solostimmen (en tanto que deitas) sólo pueden estar fuera de la escena. Es sólo en la unión de los dos coros (en tanto que manifestación de su naturaleza abscondita y revelata) que podemos hablar, propiamente, de la “voz de Dios” en su totalidad. Una “voz de Dios” que sólo se escuchará como tal en la primera escena, dado que la Stimme aus dem Dornbusch no hará acto de presencia en ningún otro lugar de la ópera. Y esto, narrativamente, es digno de tener en cuenta, porque en tanto que en la primera escena el único personaje sobre el escenario es Moisés, va a ser sólo Moisés (no Aarón, ni el pueblo) quien escucha la voz de Dios en su totalidad. En la misma página del manuscrito en limpio donde están escritos los primeros ¡12! compases de la ópera, Schönberg escribe algunas consideraciones sobre el dramatis personae que incumben a los dos coros que constituyen la “voz de Dios”. En vez de anotarlas en una hoja a parte, tanto en el primer borrador como en su copia final, Schönberg apretuja estas anotaciones aquí, como si la explicación de cómo deben sonar las voces tuviera que presentarse necesariamente (no sabemos por qué razón) en la misma página en la que empiezan a sonar (vid. la figura 4.10).66 Es aquí donde Schönberg detalla los doblajes de las 6 Solostimmen y da las peculiares indicaciones sobre la ubicación de la Stimme aus dem Dornbusch que hemos reproducido en la página 392 y que para Luigi Nono suponen el «uso de una nueva dimensión espacial del elemento sonoro, hasta ahora centralizado en la orquesta y sobre la escena».67 En Die Jakobsleiter, que también es una obra de temática religiosa, Schönberg ya había intentado una distribución espacial de los efectivos sonoros, lo cual nos lleva a pensar que el empleo de este recurso —más allá de la novedad de la espacialización sonora per se de la que habla Nono— tiene un estatuto simbólico ligado a la naturaleza de lo que Schönberg quiere representar. No podemos saber a ciencia cierta qué es lo que Schönberg pretendía con 66 La copia en limpio está disponible a través de la web del ASC (manuscrito MS63_2771). El borrador puede consultarse en el archivo físico, bajo la referencia ASC - MuA - Pierpont Morgan Library New York Collection. 67 L. Nono, «Appunti per un teatro musicale attuale», en Ibid., Scritti e colloqui, ed. de A. I. de Benedictis y V. Rizzardi, vol. I, Ricordi, Milano, 2001, pp. 89-90. Es significativo que el otro intento de espacialización sonora lo encontremos en Die Jakobsleiter ; una obra también de temática religiosa. Vid. W. Reich, Schoenberg. . . , capítulo 5. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 399 estas indicaciones (que —dicho sea de paso— pocas veces se respetan en las producciones de la ópera). En caso de respetarse, lo cierto es que el oyente queda expuesto a una percepción inesperada y extraordinaria, ya que queda emplazado auditivamente justo enmedio de la teofanía que acontece en escena. La voz de la zarza, pues, es una voz envolvente; y, a pesar de su localización escénica, tiene una deslocalización auditiva que cerca absolutamente a quien la oye, en una especie de dolby surround avant-la-lettre; es decir, en una especie de pertinente omnipresencia que —al igual que la autocompletitud icónica de la «o» de la pseudo-obertura— no deja lugar para nada más que ella misma y rodea literalmente a la audiencia como si fuera un cerco o una ‘o’. Con este recurso acústico creemos que Schönberg consigue que —aunque narrativamente la vocación incumba a Moisés: la escena se llama, de hecho, «La vocación de Moisés»— la interpelación al público quede fuera de toda duda. Algo que viene reforzado por el hecho de que en los primeros siete compases de la «pseudoobertura», Schönberg cambie el vocativo original «¡Moisés, Moisés!» de Ex 3,4, por una «o» hipersignificativa que interpela ineludiblemente a todo aquel que la escucha. 4.2.4. La primera escena: los imperativos divinos y la función fática del lenguaje (Acto I, 1) Ante los siete primeros compases de la pseudo-obertura (durante los cuales la «o» de las 6 Solostimmen apenas es percibida por el auditorio si no está en completo silencio: ¡la revelación requiere atención!), el espectador calla, siguiendo las normas tácitas del espectáculo operístico. Es Moses quien responde en su lugar, abriendo así la primera escena en el octavo compás.68 Con sus palabras, Moisés hace notar la primera dicotomía sonora (y nuclear) de la ópera: ante la polifonía cantada de las 6 Solostimmen, él responde en su monódico sprechgesang. Es decir, ante la polifonía armónica e invisible de Dios, responde la monodía inarmónica y visible del hombre. Y no de un hombre cualquiera, sino 68 En el Apéndice 1 proporcionamos nuestro análisis sobre la partitura tanto de la pseudoobertura como de la primera escena. Todos las referencias musicales de este apartado se refieren al Apéndice 1, en el cual marcamos los acordes que hemos llamado A-B-C-D y subrayamos los principales elementos temáticos que señala Karl Wörner en su monografía (vid. K. Wörner, Schoenberg’s Moses and Aaron, pp. 56 y 71). La obertura y la primera escena de la ópera pueden escucharse íntegramente en la Pista 20 del CD. 400 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Figura 4.10: Primera página (¡12 compases!) del manuscrito final de Moses und Aron (ASC - MS63.2771) de un profeta; y no de un profeta cualquiera, sino del profeta por excelencia de la religión judía. La contraposición, pues, está servida: polifonía divina versus monofonía humana. Esta diferencia de usos vocales (el «cómo se dice», que sirve para caracterizar musicalmente a los personajes) sostiene también una diferencia en el plano del discurso (el «qué se dice»). Ante la infinita posibilidad de significación que supone el acto comunicativo de las 6 Solostimmen (ante la absoluta apertura e indeterminación semántica de la «o»), Moses responde con una retahíla de términos teológicos absolutamente delimitados y ajenos por completo a la naturaleza de lo que se ha escuchado hasta el momento: «Einziger, ewiger, allgegenwärtiger, unsichtbarer und unvorstellbarer Gott! »; esto es: «¡Único, eterno, omnipresente, invisible e irrepresentable Dios!» (I,1 c. 8-11). 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 401 Las palabras hiperteológicas de Moisés dan inicio a la primera escena, que prosigue con una intervención de las 6 Solostimmen a las cuales se suma, ahora, la Stimme aus dem Dornbusch, la Voz —en singular— desde la zarza. Esto sucede en el compás 11 de la ópera y, tal como ya hemos apuntado, esta Voz desde la zarza (que en vez de cantar, habla, al igual que Moisés), es la que permite situar la revelación en un espacio y un tiempo concretos: en el espaciotiempo de la escena, porque la «o» de la pseudo-obertura ha sido, literalmente, ob-scena. Así, la inicial inconcreción de la apertura revelatoria (que está fuera del espacio-tiempo escénico y es ajena a toda discursividad: la «o» no es discurso o —mejor dicho— es no-discurso), queda concretada con la aparición de la Stimme aus dem Dornbusch. Esta concreción se produce, por lo menos, en tres niveles: a nivel visual, al presentarse desde la zarza; a nivel narrativo, al aparecer en escena; y, a nivel discursivo, al decir algo que ya no es una inconcreta «o». Durante toda la primera escena las 6 Solostimmen y la Stimme aus dem Dornbusch ya no volverán a cantar por separado. Pertinentemente dosificadas para no saturar ni el tejido ni el color, las 12 voces que constituyen el global de los dos coros acostumbran a aparecer siempre juntas y articulando casi siempre (y este «casi» es sumamente importante) el mismo texto. La configuración rítmica de la Stimme aus dem Dornbusch va a ser generalmente más rápida que la de las 6 Solostimmen, que cantarán habitualmente en valores más largos, lo cual es lógico si tenemos en cuenta que quien sostiene el peso armónico son las voces que cantan, y que las que hablan generan sobre todo un efecto de interpolación tímbrica y activación rítmica. Pero volvamos a la escena. Ante la parrafada teológica de Moisés (que demuestra su preconcepción de Dios y —para decirlo de algún modo— su noapertura fenomenológica), las 12 voces le replican: «Quítate los zapatos: ya has avanzado bastante: estás en tierra santa» (I,1 c. 11-14). En este fragmento, las 6 Solostimmen (ahora con el concurso rítmico de la Voz desde la zarza) reproducen los acordes A-B-C-D que habían aparecido en los compases 1-3 de la «pseudo-obertura». A nivel orquestal, estos acordes vienen acompañados aquí por un motivo compuesto con las notas 4 a 9 de la serie (las que faltan a los acordes), que se presenta en cuatro entradas canónicas y que marcamos con un subrayado amarillo en el Apéndice 1. Este motivo, que para Karl Wörner es el «símbolo de la voluntad eterna, inmutable» de la divinidad, tiene unas propiedades autotélicas similares a las de la «o» de la pseudo-obertura, por el hecho de que la retrogradación inversa del mismo es idéntica a su disposición 402 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial original, y la inversión coincide con la retrogradación, tal como puede verse en la figura 4.11.69 Figura 4.11: Tema de la voluntad eterna e inmutable de la divinidad (hexacorde central de la serie: notas 4 a 9), con sus transformaciones y su constitución interválica en semitonos. A pesar de que el pasaje remite casi literalmente a Ex 3,5, es significativo que Schönberg determine que lo primero que diga la “voz de Dios” (la suma de los dos coros) sea precisamente el imperativo de quitarse los zapatos. Este «quítate los zapatos» puede interpretarse no sólo como una señal de respeto y de humildad por estar en tierra santa (sentido presente en las más variadas exégesis de este pasaje bíblico), sino como una invitación a abandonar cualquier prejuicio y preconcepción, dado que lo primero que ha hecho Moisés ha sido proyectar sobre la neutralidad inconmensurable de la «o» todo su bagaje teológico. Pero si este primer imperativo puede causarnos sorpresa, más sorpresa causa lo que añaden acto seguido las 6 voces solistas (significativamente, sin la Voz desde la zarza, en la primera divergencia textual entre ambos coros): «Nun verkünde» («Ahora anuncia») (I,1 c. 14-15). A diferencia de la poca atención que le han prestado la gran mayoría de analistas, para nosotros este «nun verkünde» es tan relevante como problemático, a tenor del lugar que ocupa casi al principio de la escena.70 Porque ¿qué 69 K. Wörner, Schoenberg’s Moses and Aaron, p. 56. Por disminución, este motivo ya había aparecido en su forma original e inversa en las intervenciones del piano en la pseudoobertura, tratado siempre de forma ascendente (c. 3 y 5). En la segunda mitad del compás 5, las trompetas también presentan la segunda parte de otro leitmotiv, que más adelante (vid. páginas 412 y 518) catalogaremos como el leitmotiv del pueblo elegido. 70 Uno de los pocos textos que repara en este «Nun verkünde» (aunque en un sentido distinto al nuestro) es el de Elliott Gyger, «Speech, Song, and Silence: Modes of Utterance 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 403 es lo que tiene que anunciar Moisés, si hasta ahora sólo ha escuchado una «o», se le ha dicho que ya ha avanzado suficiente y que se quite los zapatos porque está en tierra santa? Efectivamente, nada de esto parece ser un mensaje digno de ser anunciado. A menos que lo que se deba anunciar sea el propio acto de revelación, la simple manifestación de la divinidad, sin contenido alguno para ser transmitido. Si las 6 Solostimmen consideran que lo que ha sucedido hasta el momento ya se puede «anunciar», ¿no será que lo más importante de la revelación no es el contenido revelado, sino el propio hecho de que se ha producido una revelación? Así se podría entender si consideramos —tal como hace el biblista Edward Schillebeecks— que «el hebreo no hace ningún tipo de distinción entre la palabra y aquel que la pronuncia», con lo cual es lógico que el judaísmo bíblico entienda que «hablar es una forma de ser de la propia persona».71 Así pues, cualquier mensaje es, en primer lugar (y sobre todo en hebreo, por esta peculiaridad lingüística), una manifestación de presencia. A pesar de que muy probablemente no conocía estos intríngulis filológicos del hebreo, esto es lo que parece sugerir Schönberg al hacer que las 6 Solostimmen formulen el imperativo de anunciar cuando no ha habido propiamente ningún contenido susceptible de ser anunciado, más allá del propio acto de la revelación en sí. Esto significaría —para decirlo con Martin Buber— que la revelación pone de manifiesto esencialmente una relación yo-tú.72 O, para utilizar la terminología de Roman Jakobson: pone de manifiesto que el mensaje es el contacto. Lo cual significaría que la revelación tiene fundamentalmente una función fática, de establecer un vínculo (es decir: una relación) entre la trascendencia y la inmanencia. Así, la recepción de la misma no puede ser una recepción de tinte hermenéutico, cuya pretensión sea formular un discurso expositivo sobre un contenido que se pueda exponer al pueblo, ya que —como veremos— no es una experiencia susceptible de ser discursivizada. Su recepción debería ser, más bien, una recepción consciente de la facticidad (pero no de la discursividad) de la misma. En otros términos, una recepción mucho más cerca- in Moses und Aron», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, especialmente pp. 428-429, que leímos después de formular nuestra propia exégesis al respecto. 71 E. Schillebeeckx, Revelació i teologia, trad. P. Casanelles, Nova Terra, Barcelona, 1970, pp. 31-32. 72 Vid. la referencia clásica de Martin Buber, Ich und Du (traducción catalana de E. Meyer y Ll. Duch, Jo i tu, Claret, Barcelona, 1994 [1923]). 404 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial na a lo que Hans Ulrich Gumbrecht ha llamado «producción de presencia» que no una recepción en la línea hermenéutica clásica, de tintes gadamerianos.73 A pesar de que Roman Jakobson centró sus análisis en el campo de la lingüística y la literatura (no en el de la teología y los estudios religiosos), su esquema de la comunicación puede ayudarnos a comprender el tipo de acto comunicativo que se produce en los primeros compases de la primera escena. Es por ello que reproducimos a continuación su clásico diagrama de los agentes del acto comunicativo y de sus funciones, que detallamos entre paréntesis:74 Contexto (Referencial) Emisor (Emotiva) → Mensaje (Poética) → Receptor (Conativa) Contacto (Fática) Código (Metalingüística) Analizando lo acontecido hasta el momento de acuerdo con el esquema jakobsoniano, veremos que el receptor (Moses) ha escuchado del emisor (las 6 Solostimmen primero, a las que se suma luego la Stimme aus dem Dornbusch) un mensaje consistente sólo en una «o», en un imperativo a descalzarse (por haber avanzado suficiente y estar en tierra santa) y en un imperativo a anunciar. La función referencial del hecho comunicativo (que es la habitual en los 73 Vid. H. G. Gadamer, Verdad y método, trad. A. Agud y R. de Agapito. Sígueme, Salamanca, 1993; H. U. Gumbrecht, Producción de presencia: lo que el significado no puede transmitir, trad. A. Mazzucchelli, Universidad Iberoamericana, México DF, 2005. 74 R. Jakobson, «Lingüística i poètica», en Idem, Lingüística i poètica i altres assaigs, ed. A. Broch, trad. J. Casas, Edcions 62 / Diputació de Barcelona, Barcelona, 1989 (1960), pp. 37-78. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 405 actos enunciativos)75 queda reducida aquí a la mínima expresión, porque el mensaje no contiene ninguna referencia externa al hic et nunc del propio acto de comunicación. Efectivamente, el mensaje de la “voz de Dios” no remite a un contexto externo a la propia adverbialidad del hecho comunicativo. Y esto es algo que viene reforzado por el hecho de no tratarse de un enunciado explicativo formulado en modo indicativo, sino de ser un enunciado directivo en modo imperativo. La alocución de la “voz de Dios” viene marcada por su carácter de mandamiento, al empezar con un imperativo («Quítate los zapatos», en la Stimme aus dem Dornbusch y las voces femeninas de las 6 Solostimmen: acordes A-B; I,1 c. 11-12) y acabar con otro («Ahora anuncia», en las voces masculinas de las 6 Solostimmen: acordes C-D; I,1 c. 14-15). Dejando momentáneamente de lado la cuestión del código (el hecho de que emisor y receptor hablan el mismo lenguaje), vemos como lo único que puede anunciar Moisés es propiamente es el contacto entre emisor y receptor, ya que no hay ningún mensaje que albergue contenido alguno susceptible de ser transmitido o profetizado. Lo único que se puede anunciar —parece decirnos Schönberg— el hecho de que se ha abierto un canal comunicativo entre la “voz de Dios” y Moisés: que se ha establecido una relación entre un yo y un tú. Así, lo importante en la revelación es su dimensión fática: el hecho de que se haya establecido un contacto entre lo trascendente y lo inmanente. Esta es la noticia, este es el mensaje, esto es lo único susceptible de ser anunciado. Y esto es algo que coincide con una cierta línea exegética de la Torá en la mística judía, tal como ha puesto de manifiesto Gershom Scholem, y tal como resume de modo magistral el musicólogo Carl Dahlhaus: La creencia de que la revelación del monte Sinaí no puso en palabras un significado claro y distintivo, sino que este ‘significado’ es una categoría que primeramente se constituye a sí misma en innumerables formas refractarias en las que la revelación se revela a la mente humana (en otras palabras: que un indiviso otro mundo de significado se manifiesta a sí mismo en un diviso mundo real de significado) perteneció, tal como ha demostrado Gershom Scholem, a los principios fundamentales de exégesis de la Torá en el misticismo judío de la edad media y de la modernidad temprana. La revelación no es en sí misma un mensaje comprensible, sino que pasa a ser mensaje sólo en las reflexiones que ésta experimenta en la conciencia humana.76 75 Cf. J. L. Austin, Cómo hacer cosas con palabras, trad. G. R Carrió y E. A. Rabossi, Paidós, Barcelona, 1991 (1962) y J. Searle, Actos de habla: ensayo de filosofía del lenguaje, trad. L. M. Valdés, Cátedra, Madrid, 1994 (1969). 76 C. Dahlhaus, «Schoenberg’s Aesthetic Theology», en Ibid., Schoenberg and the New Music, trad. D. Puffet y A. Clayton, Cambridge University Press, 1987, pp. 91-92. 406 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Moisés, al contrario que Scholem, no parece entender que lo que hay que comunicar no es ningún mensaje (que no hay que comunicar la «idea» de Dios), sino sólo el hecho de que Dios se ha manifestado (algo que —sin embargo— parece entender en el tercer acto).77 Si lo entendiera de buenas a primeras, desaparecería el elemento conflictivo inicial a partir del cual se plantea la ópera. Así, en esta primera escena, su respuesta al «nun verkünde» («ahora anuncia») de los compases 14 y 15 es: «Dios de mis padres, Dios de Abraham, Isaac y Jacob, tú, Dios mío, que has hecho revivir en mí sus ideas, Dios mío, no me obligues a anunciarla. Soy viejo; déjame apacentar mis ovejas en paz (in Ruhe)» (I,1 c. 16-22).78 Pero —tal como resulta evidente en la mayoría de escritos místicos— «la posibilidad de quedarse en la mera contemplación es insostenible. La percepción del Misterio, su comprensión por más limitada que sea, conlleva la obligación de que éste sea comunicado.»79 Y ahí radica precisamente el conflicto nuclear del drama: a la hora de anunciar esta idea aparecerá un problema de código, porque ningún código humano (monofónico) permite reproducir como es debido la polifonía del código divino que Moisés (y el público) ha escuchado en la revelación. Así, mientras Aarón (que no ha asistido a la revelación) tratará de reproducir lo irreproducible (la polifónica voz de Dios) forzando el código con su vocalismo exacerbado, Moisés verá que el código humano no es capaz de reproducir (o transmitir) el contenido de la revelación, que es polifónico. En gran medida porque cualquier discurso monofónico es unívoco, mientras que la polifonía permite la plurivocidad y la equivocidad. Pero no adelantemos acontecimientos, porque lo que sucede ahora es esencial para nuestro análisis. A la negativa mosaica a anunciar, la “voz de Dios” contestará algo que —tanto textual como musicalmente— tiene una relevan- sobre ello al hablar del tercer acto que Schönberg jamás llegó a componer. el ‘in Ruhe’ alemán por el modismo castellano ‘en paz’, aunque forzándolo un poco podríamos verterlo como ‘en silencio’ (es decir, sin tener que hablar ni anunciar nada). El original alemán dice: «Gott meiner Väter, Gott Abrahams, Isaaks und Jakobs, der du ihren Gedanken in mir wiedererweckt hast, mein Gott, nötige mich nicht ihn zu verkünden. Ich bin alt; lass mich in Ruhe meine Schafe weiden.» El «ihn» (acusativo masculino singular) presenta un problema de concordancia de número con su supuesto antecedente, el masculino plural «Gedanken» (ideas). 79 J.-A. Piqué, Teologia i música: propostes per a un diàleg, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona, 2006, p. 206. 78 Traducimos 77 Volveremos 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 407 cia extraordinaria: «Has visto los horrores, has conocido la verdad. No puedes hacer otra cosa: (tienes que) liberar a tu pueblo (de ellos)» (I,1 c. 23-27). Vayamos por partes y empecemos por lo textual, puesto que aquí, en los compases 26 y 27, se produce una nueva divergencia (que hemos marcado entre paréntesis) entre lo que dicen las 6 Solostimmen y lo que dice la Stimme aus dem Dornbusch. Mientras las 6 Solostimmen dicen «liberar a tu pueblo» (S, M, A) y «liberar al pueblo» (T, B, B), la Stimme aus dem Dornbusch dice, por un lado «liberar al pueblo», por el otro «tienes que liberar», y por el otro «tienes que liberar a tu pueblo de ello (daraus)». Con respecto a las 6 Solostimmen, la Stimme aus dem Dornbusch añade pues el imperativo «tienes que» y la locución adverbial «daraus», que presenta un problema de traducción al no tener —y creeemos que Schönberg lo hace así de modo intencional— un referente explícito. Al no tener un referente explícito, este adverbio, además de poder significar «de ello», también podría significar «de allí». Pero ¿de qué debe liberar Moisés al pueblo? ¿Será de los horrores (I,1 c. 24) o será quizás de las ideas ancestrales que han revivido en él al entrar en contacto con la revelación (I,1 c. 17-18)? Lo más plausible es que esta liberación tenga un significado político y se refiera a la esclavitud de Egipto: esto es, efectivamente, lo primero que a uno le viene a la cabeza. Pero lo cierto es que el «daraus», textualmente, no puede referirse a Egipto, porque en el texto no ha salido todavía ninguna referencia al Faraón ni a la esclavitud del pueblo. . . Dejando por irresoluble la ambigüedad del adverbio «daraus», pasemos al plano musical, ya que musicalmente se produce aquí un punto de inflexión dramático y compositivo ineludible, dado que a partir del compás 25 asistimos a un cambio sustancial en la manera de cantar de las 6 Solostimmen. Por primera vez, estas 6 Solostimmen dejan de presentarse en textura homofónica, tal como vemos en el tenor (I,1 c. 25) que, además, melodiza las notas de los acordes D y C. Pero más importante todavía es el hecho de que, a partir de este momento, las 6 Solostimmen no volverán a emplear nunca más los acordes A-B-C-D en su forma pura (entendiendo por forma pura su disposición original sin transportar, que coloreamos en nuestro análisis sobre la partitura).80 Y lo 80 Tal como veremos infra, esta sonoridad pura va a emplearse sólo en dos ocasiones más a lo largo de esta escena, pero sólo en la parte orquestal (I,1 c. 48-50 y I,1 c. 93-97). A lo largo de la ópera aparecerá en dos momentos significativos: I,4 c. 623-625 (cuando Moisés dice: «Mi fuerza se acaba», en una reformulación de I,1 c. 48-50) y II,5, c. 1003-1004 (cuando 408 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial más chocante es que, en su último uso de estas sonoridades puras (c. 23-25), las 6 Solostimmen las presentan en retrogradación D-C-B-A, como si recularan y se replegaran sobre sí mismas.81 ¿A qué se debe este cambio tan sustancial en la sonoridad propia de las 6 Solostimmen? Si nos basamos en el libreto, sólo la negativa de Moisés a anunciar (c. 16-22) puede haber propiciado este cambio, ya que es a partir de este momento que la “voz de Dios” se replegará sobre sí misma y ya no va a decir nada más de sí (asumiendo que el «decir de sí» viene caracterizado musicalmente por la utilitzación de los acordes A-B-C-D). En adelante, estos acordes no se volverán a presentar en su forma pura (que es la que coloreamos en nuestro análisis) sino que siempre aparecerán transportados, con cambios de estado o con cambios de disposición. Este cambio musical refleja un cambio narrativo en el discurso de la “voz de Dios”. Hasta el compás 25, sólo había pronunciado una «o» y se había referido al contexto inmediato de la enunciación («quítate los zapatos», «estás en tierra santa»). Incluso al decir «has conocido la verdad» y al conminar a Moses a anunciar, la “voz de Dios” no hacía ninguna referencia externa al propio hic et nunc enunciativo. Es decir, hasta este momento las palabras de la “voz de Dios” no han tenido función referencial. En cambio, a partir del compás 25, el discurso de la “voz de Dios” acoge por vez primera referencias a elementos externos al contexto de la enunciación, como por ejemplo al pueblo, a Aarón, al Faraón o a los milagros que se producirán en la cuarta escena (momento en el cual la “voz de Dios” experimenta una activación contrapuntística notable). Así, a partir del compás 25, el discurso divino sale progresivamente del hic et nunc homofónico de la revelación, con lo cual la “voz de Dios” deja de ser Moisés enseña las Tablas de la ley a Aarón). 81 Desde el compás 8, las 6 Solostimmen habían cantado los acordes en su sucesión original A-B-C-D: c. 11-13 («Quítate los zapatos: ya has avanzado bastante») y c. 13-15 («estás en tierra santa. Ahora anuncia»). El hecho de que en los siete primeros compases de la pseudoobertura, las 6 Solostimmen hubiesen cantado A-B-C-D / D-A, era para nosotros un símbolo de la autocompletitud y eternidad divina. Strictu sensu sólo ahora (en los c. 23-25) se produce un movimiento cancrizante en la disposición de los acordes (D-C-B-A en vez de A-B-C-D). Las reflexiones alrededor de esta cuestión superan las que hicimos en su momento en nuestra primera aproximación a estos compases en J. Barcons, «The Existential Dimension of the Phatic Function in Arnold Schönberg’s Moses und Aron», Proceedings of the 9th Congress of the IASS/AIS - Acta Semiotica Fennica XXXIV, ed. E. Tarasti, Imatra-Helsinki, 2009, vol. I, pp. 128-137. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 409 aquella presencia tan sumamente presente (encarnada en los acordes A-B-C-D) que no deja lugar para nada externo a la propia revelación ni a nivel textual ni musical. En vez de ser revelación sin contenido (o cuyo contenido es la propia revelación), a partir del compás 25 el discurso de la “voz de Dios” va tener ya un contenido referencial susceptible de ser anunciado. ¿Cuál es este contenido? Se trata de explicaciones, de justificaciones, del detalle de lo que va a suceder. . . Pero al hablar de esto, la “voz de Dios” deja de hablar de sí. Es lógico, pues, que en el diálogo que va a mantener con Moisés, la “voz de Dios” presente a partir de este momento unas sonoridades distintas a las que habían sonado en los compases revelatorios. Musicalmente —y esto es profundamente simbólico— empieza pues algo que ya no tiene que ver con la naturaleza inicial de Dios representada por los acordes puros A-BC-D. Por ello, el empleo de los últimos cuatro acordes puros en retrocesión (D-C-B-A replegándose en sí y cerrando con ello la revelación), coincidirá con el empleo invertido y retrogradado a la vez del tema de la «la voluntad eterna, inmutable» de Dios que se presenta en maderas y cuerdas graves en los c. 23-24, y en maderas agudas en los c. 24-25.82 ¿Qué quiere decir esto? Tanto la naturaleza areferencial de la música como la polisemia inherente a cualquier gran obra de arte nos impiden dar una respuesta inequívoca a esta cuestión. Pero para nosotros, el hecho de que Schönberg haga que a partir de aquí la “voz de Dios” no vuelva a utilizar sus sonoridades puras es altamente simbólico y tiene que ver con la pérdida de la pureza de la revelación, que queda comprometida cuando Moisés empieza a poner objeciones a lo que dice y muestra de sí misma la “voz de Dios”, al no entender que lo que tiene que anunciar es su simple y pura presencia. Ante la falta de capacidad de comprensión de Moisés, la la voz de Dios dejará de manifestar su simple presencia, narrativamente dejando su discurso ligado al hic et nunc y musicalmente abandonando las sonoridades puras A-B-C-D. A partir del compás 25 utilizará las sonoridades A-B-C-D siempre transportadas o con cambios 82 En la última corchea del compás 25, las tres voces femeninas coinciden —creemos que fortuitamente y de modo irreconocible: por eso no lo marcamos en la partitura— en la sonoridad del acorde B. De haber sido deliberado, en vez de un el do , Schönberg habría escrito un si en la soprano, tal como sucede en todas las otras presentaciones del acorde. Recordemos que por su peculiaridad constructiva, la inversión y la retrogradación del leitmotiv de la voluntad divina son idénticos (vid. figura 4.11 en la página 402). 410 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial de disposición o inversión en las notas constitutivas de los acordes, y empezará a contestar argumentativamente (abandonando su función fática, pues) a las objeciones de Moisés. Ante la objeción de Moisés de que no se ve capaz de «oponerse al poder de la ceguera» del pueblo (I,1, c. 29-30), la “voz de Dios” explica que está contra el faraón (utilizando el tema de la voluntad divina en retrogradación e inversión a la vez) y —utilizando notoriamente los acordes A7 , D7 , B7inv y C7 : es decir, transportados a 7 semitonos— dice que va a «liberar [al pueblo] para que no sirva nunca más a lo efímero» (I,1, c. 37-40). El empleo de esta transposición a 7 semitonos (es decir, a la 5ª justa) no es baladí, ya que sugiere una analogía entre lo musical y lo moral, como si el territorio de la 5ª justa (que es, por antonomasia, el territorio de la tonalidad) fuese efímero y tuviese, pues, que dejarse atrás. Las objeciones de Moisés prosiguen («Nadie me creerá»: I,1, c. 40-41), ante lo cual la “voz de Dios” pronostica los milagros que —en la cuarta escena— Aarón realizará ante el pueblo. La función de Aarón (prevista por la voz divina en esta primera escena) será pues una función mediadora, al tener que ejercer de puente entre lo divino y lo humano, adaptando y traduciendo su discurso (aunque tradutore traditore) al código disponible y al horizonte de comprensión del pueblo, en el que prima lo visual, lo material y lo tangible. Esta dimensión mediadora perturba a Moisés, que afirma —¡con el concurso orquestal de los acordes puros A-B-C-D y del tema de la voluntad divina!— «Mi lengua es torpe: puedo pensar, pero no hablar» (I,1 c. 48-50). Es en el pensamiento, pues, que Moisés puede convocar o reproducir —aunque sólo para él mismo— la dimensión polifónica de la revelación (lo que suena en la orquesta), pero se sabe incapaz de transmitirla. La reformulación del tartamudeo bíblico de Moisés en estos términos sirve a Schönberg para formular su preocupación esencial de que el estilo haga «justicia a la idea» (SI, p. 121). En otras palabras: al reinterpretar el tartamudeo de Moisés como un problema no de elocuencia sino de mediación, Schönberg plantea en el escenario —en la línea de sus preocupaciones estéticas— si es posible establecer una relación coherente (es decir, justa y adecuada) entre la revelación (≈ la idea) y su comunicación (≈ el estilo). Para Moisés, es imposible que esto se produzca sin que la idea quede desvirtuada. Pero la “voz de Dios”, en cambio, ve como irrenunciable la existencia de mediaciones si la idea quiere ser transmitida. Por ello, su réplica al «puedo pensar pero no hablar» mosaico no es tampoco un pasaje bíblico literal, sino la reformulación de Ex 4, 10-12, bajo el tamiz de la preocupación nuclear de 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 411 Schönberg. A saber: la preocupación por la distancia que media entre la idea y el estilo, entre lo abstracto y lo concreto, o entre lo espiritual y lo material: Igual que desde esta zarza, oscura antes de que la luz de la verdad cayera sobre ella, así comprendes tú mi voz en cada cosa. Quiero iluminar a Aarón. Aarón deberá ser tu boca. A través de él deberá hablar tu voz (aus ihm soll deine Stimme sprechen); al igual que a través de ti, la mía (wie aus dir die meine)» (I,1 c. 53-65). El camino está lleno de unas mediaciones que —a juzgar por la presencia del verbo modal ‘sollen’ (‘deber’)— son ineludibles, y en las que Schönberg se recrea mucho más de lo que hace el texto bíblico.83 A la hora de musicar este fragmento, Schönberg utiliza varios recursos sobre los que cabe parar atención. En primer lugar, superpone musicalmente las palabras «verdad» y «luz», y «verdad» y «sobre ella [la zarza]» (c. 55-56), estableciendo una conexión (en virtud de su simultaneidad sonora) entre estos términos. En la palabra «luz», además, utiliza un intervalo descendente, que parece sugerir que la verdad desciende como un rayo de luz sobre la zarza. En tanto que Aarón ejercerá el papel de mediador por excelencia (ejerciendo de puente entre la revelación intransmisible de Moisés y la capacidad de comprensión del pueblo) merece la pena fijarnos también en el tratamiento musical de la frase «Quiero iluminar a Aarón». La frase es pronunciada sólo por contraltos y tenores de la Voz desde la zarza, en vez de serlo por el conjunto de las 12 voces, lo cual parece sugerir que es sólo una parte de la parte visible de la “voz de Dios” (¡qué grado tan alto de parcialidad!) la que desea iluminar a Aarón. Todavía es más relevante que sobre la frase «Aarón deberá ser tu boca» (vid. Apéndice 1, c. 59-61) se superpongan los acordes A8 y D8 disp , y B8 y C8 inv . Esta transposición de los acordes a la 6ª menor (8 semitonos), y su uso invertido 83 Es interesante leer el libreto de Schönberg en paralelo al libro del Éxodo. Para el análisis de algunas diferencias entre el libreto y el texto bíblico, cf. el artículo de Aaron Tugendhaft, «Schoenberg’s Moses und Aron», Sources, vol. 3, Spring 1997 (http: //humanities.uchicago.edu/journals/jsjournal/ [25.4.2013]). Hay que tener en cuenta que la primera de las diferencias que enumera Tugendhaft (cuando dice que «a diferencia del texto de Éxodo 3, que comienza con la llamada de Dios a Moisés, el texto de Schönberg comienza con la llamada de Moisés a Dios») no es cierta, a raíz de lo que hemos dicho sobre la «o» de la pseudo-obertura. 412 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial y con cambio de disposición parece indicar «un cambio simbólico que disminuye la pureza de la idea».84 El hecho de presentar las sonoridades propias de la naturaleza divina con todas las distorsiones posibles (en transposición, inversión y cambio de disposición de los acordes) parece indicarnos que lo que diga Aarón va a suponer siempre una transformación y una distorsión del mensaje original de la divinidad. Después de que Aarón haya sido investido como figura mediadora (y distorsionadora) de la sonoridad divina, al ser designado como la «boca» de Moisés, la “voz de Dios” prosigue su discurso y dirige su atención al pueblo, al que nombra como pueblo elegido merecedor de dirigirse hacia la tierra prometida. Las sonoridades empleadas por la “voz de Dios” y por la orquesta para hablar del pueblo (I,1 c. 71-85) se apartan todavía más de los acordes puros que teníamos al principio de la escena. A lo largo de todos estos compases, los acordes A, B, C y D apenas aparecen y, a pesar de que la Stimme aus dem Dornbusch prosigue con su homorrítmia (e incluso la incrementa) las 6 Solostimmen se vuelven mucho menos homofónicas y a penas suenan de acuerdo a su naturaleza inicial. En cambio, se presentan unos leitmotiven (señalados en color fucsia y verde claro sobre la partitura: I,1 c. 71-74 y 81-85) que —según Karl Wörner— tienen que ver con la idea de pueblo elegido y con la idea de la tierra prometida respectivamente (vid. Apéndice 1, página 518).85 Este pasaje está construido, pues, de modo eminentemente lineal, temático y contrapuntístico, en vez de basarse en texturas acórdicas, armónicas y verticales. Y esto creemos que tiene también una dimensión simbólica, como si Schönberg nos estuviera diciendo que tanto la elección del pueblo de Israel como la Tierra prometida no tienen que ver con el sedentarismo (con el estatismo, con lo acórdico), sino con todo lo contrario: se trata de algo dinámico, de algo que —como una melodía— tiene que avanzar. El incremento de la linealidad musical refuerza lo que el propio texto formula, en tanto que la “voz de Dios” promete: «quiero conduciros hacia donde seréis unidos con el eterno y seréis un ejemplo para todos los pueblos» (I,1 c. 81-85). Es decir, la promesa no tiene que ver con un sitio (un lugar, un asentamiento, un «dort»), sino con el hecho de ser conducidos hacia («dorthin») la unión con el eterno. La promesa, pues, no es la promesa 84 K. 85 Ibid., Wörner, Schoenberg’s Moses and Aaron, p. 69. p. 71. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 413 de una Tierra prometida, sino —literalmente— la promesa de la conducción (esto es, del viaje, de la errancia, del movimiento) hacia la unión con el eterno. La promesa no es la promesa de un sustantivo, sino la promesa de un verbo y de una preposición («dorthin führen») que denotan movimiento. Llegados a este punto, es hora de recapitular. La ópera empieza con el telón bajado y 6 voces solistas cantando una «o» con los acordes A-B-C-D / D-A. Al abrirse el telón, comienza la primera escena, en la cual Moisés reacciona a esta llamada con una retahíla de términos teológicos (I,1 c. 8-11). Ante ellos, la “voz de Dios” (constituida por las 6 Solostimmen y la Stimme aus dem Dornbusch) le conmina a quitarse los zapatos y a anunciar (I,1, c. 11-15), empleando dos veces las sonoridades puras A-B-C-D con el concurso orquestal del leitmotiv de la volundad divina. Ante la negativa de Moisés a anunciar (I,1 c. 16-22), la “voz de Dios” canta los acordes en retrocesión (D-C-B-A) y a partir de ahí empieza su desnaturalización, al abandonar su hic et nunc enunciativo y no volver a presentar nunca más sus sonoridades puras (a partir de ahora las empleará transportadas, invertidas o con cambios de disposición). Estas sonoridades puras aparecen nuevamente en la orquesta cuando Moisés se queja de que puede pensar pero no hablar (I,1, c. 48-50). Es ante esta evidencia que la “voz de Dios” explicita —asumiendo la necesidad de mediaciones— que Aarón será la boca de Moisés, lo cual es formulado con los acordes A, B, C y D transportados, invertidos y con cambios de disposición, como si Aarón —en su rol mediador— distorsionara la realidad divina representada por los acordes puros. Acto seguido, la “voz de Dios” dirige su atención al pueblo, al que —con una textura más lineal, sin recurrir apenas a sus sonoridades distintivas y empleando dos leitmotiven— nombra como pueblo elegido y promete conducir hacia la unión con Dios. Después de cantar los leitmotiven del pueblo elegido y de la Tierra prometida, las 6 voces solistas recuperan poco a poco su dimensión homofónica y —con el concurso de la Stimme aus dem Dornbusch— invitan a Moisés a irse: «Y ahora, vete» (I,1 c. 86-87). Acto seguido, la Voz desde la zarza (sin las 6 Solostimmen, que cantan exclusivamente «Aarón. Reconocer») añade: «Encontrarás a Aarón en el desierto. Te viene al encuentro en tu camino. Por eso lo deberás reconocer.»86 Este es el señal (el venir al encuentro) por el cual Moses 86 El original alemán dice: «Aron triffts du in der Wüste. Er kommt auf deiner Weg 414 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial reconocerá a Aron en el desierto, con lo cual la tensión entre los dos hermanos queda anticipada por el choque de fuerzas que representará su en-cuentro en el desierto, al caminar en sentido contrario el uno del otro. Después de las indicaciones sobre el encuentro con Aarón, las 6 voces solistas —sin la Voz desde la zarza— cierran la escena insistiendo: «Verkünde! » («¡anuncia!»: I,1, c. 89-94). Resulta curioso que tanto ahora como antes (I,1 c. 14-15), el mandato de anunciar sólo sea pronunciado por las 6 Solostimmen. Y más curioso resulta todavía que sea el coro que canta (las 6 Solostimmen) el que encomiende a Moisés (que habla) el mandato de anunciar; y sea, en cambio el coro que habla (la Stimme aus dem Dornbusch) el que le diga a Moisés que encontrará a Aarón (que canta) en el desierto, lo cual, a nivel de «usos lingüísticos» supone una estructura en forma de quiasma. Volvamos sobre este último «verkünde! », porque si la primera exhortación a anunciar era pronunciada una sola vez por las 6 Solostimmen con los acordes puros C y D (vid. I,1 c. 14-15), ahora es cantado en nueve ocasiones a lo largo de las cuales las 6 Solostimmen recuperan progresivamente (aunque sin llegar a presentarlas de forma pura) las sonoridades connaturales a su esencia (vid. I,1, c. 89-94). Será sólo sobre los últimos «verkünde! » (realizados sobre los acordes Binv. , A2 inv. y Dinv. y que contienen, además, la cabeza del tema de la voluntad divina), que aparecerán de nuevo las sonoridades puras C y A en el divisi de contrabajos de los compases 93 y 94. Acto seguido, en violines y trompas, se expondrán —como al principio— los acordes A-B-C-D, que prepararán el terreno para que —con el mi final del arpa— Schönberg firme con la inicial de su apellido (el mi en alemán se designa como Es) «uno de los comienzos más osados y más intensamente dramáticos de todas las óperas que conocemos».87 4.2.5. Poéticas encontradas: Moses versus Aron (Acto I, 2) Siguiendo lo que disponen la Voz desde la zarza y las 6 Solostimmen, Moisés abandona el lugar de la revelación para encontrarse con Aarón en el desierto. La segunda escena empieza con un fragmento orquestal de cariz ligero, grá- entgegen. Daran solls du ihn erkennen». El verbo ‘entgegenkommen’ no significa nada más que ‘salir al encuentro de alguien’, aunque por el hecho de contener la partícula ‘gegen’ (contra), resuena en él un cierto aire de contrariedad (no semántica, sino sólo etimológica) similar al que la palabra en-contrar (con la preposición ‘contra’) tiene en castellano. 87 R. Leibowitz, Historia de la ópera, trad. A. Bárcena, Taurus, Madrid, 1990, p. 395. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 415 cil y flotante en el que predominan las frecuencias agudas y una combinación chispeante de stacatti y ligados. Este carácter flotante de la música se asocia indiscutiblemente a Aarón y denota su carácter poco sesudo y más bien despreocupado, totalmente antitético a la severidad de su hermano Moisés. Las intervenciones de Aarón en esta escena irán siempre acompañadas de este tipo de realización orquestal juguetona y aérea. De hecho, al comienzo de la tercera escena, un joven definirá a Aarón con unas palabras que parecen referirse más a la música que lo acompaña que a su propio carácter: «más que andar, flotaba en el aire» (I,3 c. 271-273).88 La gracilidad de la introducción va perdiéndose a medida que las sonoridades de los acordes A, C y D transportados y con cambios de disposición empiezan a aparecer a partir del compás 117 (y sobre todo en los compases 121122) en trompas y flauta, lo cual indica que Moisés se está acercando, como si en él resonaran todavía los ecos de la revelación. En los compases 123 y 124, la irrupción severa del tercer trombón —sobre las blancas mi-la-si : significativamente, las mismas notas del acorde A de la obertura— sella definitivamente la gracilidad de la introducción y deja paso a la primera intervención vocal de la escena. El primero en hablar va a ser Aarón, que —utilizando una detrás de otra las cuatro transformaciones seriales transportadas a la tercera mayor: intérvalo por antonomasia del mundo tonal— se dirigirá a Moisés como «du Sohn meiner Väter » («tú, hijo de mis padres»: I,2 c. 124-126).89 La apelación de Aarón a Moisés como «hijo de mis padres» supone un reconocimiento del linaje entroncado con la genealogía del pueblo. Solapándose con la línea de Aarón, Moisés se dirigirá a su hermano, en cambio, como «du Sohn meines Vaters» («tú, hijo de mi padre»: I,2 c. 126), en una filiación de carácter espiritual con Dios-Padre [CD - Pista 21]. Estas dos filiaciones contrapuestas permiten entrever ya de buen comienzo la orientación divergente entre Moisés y Aarón, cuyas miradas y preocupaciones se dirigen hacia realidades radicalmente distintas: mientras Aarón tiene su mirada puesta en el pueblo (y se entronca con él), Moisés tiene su mirada puesta en Dios y entronca su genealogía con la figura 88 Para Karl Wörner, el hecho de que la escena empiece con esta referencia musical a Aarón es algo que «revela que ha sido elegido por Dios» (K. Wörner, Schoenberg’s Moses and Aaron, p. 53), lo cual no deja de ser una suposición sin demasiado fundamento. 89 Vid. A. Galliano, Mosè ed Arnold. Schönberg e la composizione con dodici note, Cartman, Torino, 2009, pp. 85-86. 416 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial del Padre celestial.90 Acto seguido, Aarón pregunta a Moisés: «¿te ha enviado a mí el gran Dios?» (I,2 c. 124-129), lo cual nos indica por un lado que —aunque no lo hayamos visto en escena— Aarón ha sido informado (¿quizás por Dios mismo?) de la venida de Moisés; y por el otro que para Aarón este Dios es el «gran Dios», lo cual significa que para él hay también otros dioses. En su réplica, Moisés le habla en cambio de «el Único» (I,2 c. 127), lo cual permite establecer otra polaridad entre los dos hermanos, que se suma a la de la divergencia de las filiaciones: ante el monoteísmo de Moisés tenemos el politeísmo —o, más concretamente, el henoteísmo— de Aarón. Además de estas diferencias filiación y de posicionamiento religioso, el solapamiento entre las líneas vocales de los dos personajes en su primera intervención (un solapamiento que se repetirá a lo largo y ancho de la escena) deja entrever de buen comienzo que la relación entre Aron y Moses será, cuando menos, problemática, al no respetarse mútuamente los turnos de palabra. O, quizás indica (y esto es algo que, debido a la equivocidad de un lenguaje no referencial como la música, nunca podremos saber a ciencia cierta) que los dos personajes están inequívocamente ligados y sólo pueden articular un discurso completo en su superposición. En cualquier caso, si en la primera escena la dualidad entre Moses y la voz divina quedó patente por sus distintos usos vocales, en la segunda asistiremos a una nueva contraposición: la voz de bajo recitada de Moisés (con su severidad tajante, su ámbito reducido y su figuración casi isomorfa) contrasta con la voz de tenor lírico de Aarón (con su belcantismo entremezclado de Heldentenor, su figuración sugerente, su ampulosidad interválica y su amplitud de registro). Este choque vocal entre los dos personajes (que indica un choque psicológico y de visión del mundo) viene reforzado por la contraposición orquestal: mien- 90 Para Alexander Rehding, «la genealogía espiritual de Moses se remonta a las primeras generaciones, a las cuales Dios habló directamente. Aron, en cambio, es el “hijo del padre [de Moses]” en singular: no puede hacer las mismas afirmaciones espirituales que su hermano, pero está mucho más firmemente enraizado en los vínculos sociales y familiares de este mundo» (A. Rehding, «Moses beginning», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, p. 410). Esta orientación divergente entre Moisés y Aarón tiene su correlato en el empleo serial. Tal como ha demostrado Anna Galliano, aquí «la división de la serie en dos voces que proceden en paralelo sirve para indicar simbólicamente que la escisión entre los dos hermanos ya ha comenzado y que es inevitable» (A. Galliano, Mosè ed Arnold, p. 87). 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 417 tras las intervenciones de Moisés tienen un acompañamiento instrumental más bien homófono y grave, con presencia de contrabajos, tuba y trombones, las intervenciones de Aarón están arropadas por un marcado carácter arioso, por una textura irisada y de figuración rápida en la que predominan las maderas y el registro agudo del arpa, como en la introducción orquestal de la escena. Ya desde el primer momento, pues, Moisés y Aarón se presentan en una relación dual (antitética o complementaria, según se vea), en virtud de la cual devendrán casi arquetipos y quedarán convertidos en «símbolos y portavoces respectivamente de la Idea y de la Imaginación en la religión».91 Esta relación dual entre los dos hermanos no sólo queda patente a nivel musical y narrativo, sino también a nivel onomástico por la presencia común de la letra «o» en sus nombres respectivos, aunque (y ahí vemos nuevamente tanto su dimensión complementaria como antitética) en un caso es como sílaba tónica (Moses) y en el otro como sílaba átona (Aron).92 Allen Forte señala que «todas las principales entidades del drama se designan por palabras que contienen la vocal o (tanto abierta como cerrada), palabras que, además, se agrupan en parejas de significado opuesto con respecto a la situación dramática», tales como Gott-Pharao (Dios-faraón), Volk-Wort (pueblo-palabra) y —por supuesto— Moses und Aron.93 Rizando el rizo —y a tenor de la importancia que en nuestro análisis merece la «o» de la pseudo-obertura—, incluso podríamos decir que esta «o» inicial da origen —desde su arreferencialidad e inconcreción— a todas las contraposiciones y dualidades concretas que aparecerán a lo largo de la ópera, en una línea de pensamiento que nos recuerda no sólo el texto de Viladesau, Theological Aesthetics. God in Imagination, Beauty, and Art, Oxford University Press, 1999, p. 39. 92 Al optar por la grafía ‘Aron’, sin dos as, Schönberg no sólo conseguía evitar las trece letras en el título de la ópera e investir a Aron con las propiedades numerológicas que le atribuye Colin C. Sterne (vid. nota 24), sino equilibrar a nivel vocálico los dos hermanos, con dos vocales en cada nombre. 93 A. Forte, «Notes on the Historical Background of the Opera and on the Text», en A. Schönberg, Moses und Aron, Orchestra and Chorus of the Norddeutscher Rundfunk, Hans Rosbaud (dir.), Columbia Masterworks, 1957 [K3L-241]). Edward D. Latham, «The Prophet and the Pitchman. Dramatic Structure and Its Musical Elucidation in Moses und Aron, Act 1, Scene 2», en Ch. M. Cross / R. A. Berman (ed.), Political and Religious Ideas in the Works of Arnold Schoenberg, Garland, Nueva York, 2000, pp. 131-158, también realiza un análisis de la ópera en virtud de binomios vocales significativos. 91 R. 418 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Totentanz der Prinzipien (con la oscuridad original indiferenciada de la que salen después todas las diferencias), sino aquel versículo del salmo bíblico que puede traducirse como «Dios dijo uno, y el hombre entendió dos». Algo que el filósofo Franz Rosenzweig (contemporáneo de Schönberg) formulaba magníficamente hablando de «la inversión que sufren todos los conceptos del antemundo al entrar en la luz del mundo real».94 A la luz del mundo, la revelación adquiere una dimensión problemática, porque cualquier discurso sobre ella resulta insuficiente. A pesar de ello, con su elocuencia verbal, Aarón se mantendrá firme en su intento de reproducir en la línea del tiempo (es decir, melódicamente) la polifonía que en “la voz de Dios” se da simultáneamente (es decir armónicamente). Pero este empeño de Aarón de trasladar lo vertical a lo horizontal está condenado al fracaso, porque la revelación como tal (que —al ser una irrupción del otro mundo en este— es polifónica y extática) no puede re-producirse ni re-presentarse con los medios humanos (que son monofónicos y están sujetos al tiempo). El mundo de la inmanencia y el de la trascendencia —tal como sabía muy bien Schönberg a raíz de su experiencia con la voz del «otro lado» de Mathilde (vid. al respecto, el apartado 3.4.3)— no comparten el mismo código. Y es esta falta de un código común entre dos instancias ontológicamente distintas lo que hace que la representación sea sumamente problemática. Y, en el caso de Moses und Aron, no sólo problemática sino manifiestamente imposible, dado que lo que Aarón quiere representar no es una idea, un concepto o un fenómeno cualquiera, sino algo que es —de por sí— irrepresentable, con lo cual la ópera pone sobre el escenario la problemática de la Darstellung (tan importante a nivel estético y filosófico para Schönberg) en su caso más extremo. Es en la segunda escena donde esta problemática de la Darstellung se evidencia de modo más patente a través de la confrontación intelectual de los dos hermanos. Ante la rotunda afirmación de Moisés de que «ninguna imagen puede darte una imagen de lo irrepresentable» (I,2 c. 150-152), Aarón formula su alegato en clave psicológica, entrando en el sentir del pueblo: «¡Invisible! ¡Irrepresentable!. . . Pueblo, elegido por el Único, ¿puedes amar lo que no se te permite representar?» (I,2 c. 178-181). La réplica de Aarón tiene un ca- 94 F. Rosenzweig, La estrella de la redención, ed. y trad. Miguel García-Baró, Sígueme, Salamanca, 1997, p. 218. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 419 lado filosófico, teológico y antropológico innegable, y musicalmente tiene un tratamiento singular sobre el que cabe detenerse. Tal como vemos en la figura 4.12, Aarón canta aquí apenas sin interválica ni variedad rítmica, como si tratara de imitar el «modo de habla» de Moisés, en un intento por empatizar con su hermano mayor y acercársele. Mientras Aarón trata de imitar la dicción de su hermano (tratando de adecuar el discurso a su interlocutor), a nivel orquestal se escuchan los acordes A4 y B4 (I,2 c. 178-180), que vienen precedidos por los acordes C7inv y D7 (I,2 c. 176-177). En vez de presentarse en estado puro, estos acordes aparecen transportados (es decir, modificados) a 4 y a 7 semitonos respectivamente. Es decir, respecto a los acordes originales (los que denotan la divinidad en su hic et nunc revelatorio), están en una relación de 3ª mayor y 5ª justa, que son precisamente los intervalos tonales por antonomasia, al construirse sobre ellos la sonoridad del acorde perfecto mayor. Teniendo en cuenta que la tonalidad tiene una connotación negativa en un contexto dodecafónico,95 este gesto parece indicar que la divinidad queda comprometida (tonalizada estructuralmente) y, en cierta medida, traicionada en las palabras de Aarón. Pero no sólo Aarón es capaz de adecuar el discurso a su interlocutor. También Moisés es capaz de adaptar su discurso a las orejas del otro, aunque sólo cuando esta adaptación no desvirtúa, no compromete y no falsifica la idea que quiere comunicar. Sólo así logramos explicarnos un hecho de lo más singular: que Schönberg permita que Moisés cante una única vez a lo largo de toda la ópera, cuando —en los compases 208-214— dice a Aarón: «Purifica tu pensamiento; libéralo de lo que no tiene valor; conságralo a lo verdadero». Esta intervención cantada demuestra algo esencial de cara a la interpretación de la ópera: que Moisés realmente puede de cantar; y que si no lo hace es realmente porque no quiere. Así pues, el «modo de hablar» de Moisés en su monótono, inexpresivo y abstracto sprechgesang no tanto es fruto de una imposibilidad (tal como había dicho en I,1 c. 48-50: «puedo pensar pero no hablar») sino 95 La autoridad indiscutible de Christian Martin Schmidt avala la lectura casi en términos morales de la oposición entre tonalidad y dodecafonismo. Para él, «la formación de acordes perfectos [. . . ] es la esencia de la tonalidad y puede ser entendida como un concepto en oposición a la técnica de los doce sonidos», lo cual permite que «a esta escritura compositiva se le añada un contenido semántico». Ch. M. Schmidt, «Anotaciones a la ópera Moisés y Arón de Arnold Schönberg», en V. Cavia (ed.), Arnold Schönberg (1874-1951). Europa y España, Universidad de Valladolid, 2003, p. 84. 420 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Figura 4.12: MuA, I,2 c. 176-180: Aarón imitando la dicción de Moisés: transposición de los acordes A y B a la 3ª mayor, y C y D a la 5ª justa [CD - Pista 22] que obedece a una decisión de orden poético. Y esto es fundamental, porque significa que Moisés (que ya tiene un modo de hablar poco elocuente de por sí) se sitúa voluntaria y deliberadamente del lado de la irrepresentabilidad de la idea, a pesar de que podría tratar de representarla. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 421 Para Moisés, la adaptación de los atributos divinos a las orejas del pueblo y a su necesidad de imágenes y conceptos tangibles, supone traicionar su pureza irrepresentable, en tanto que éstos exceden la capacidad de comprensión humana (I,2 c. 183-186). La irrepresentabilidad de Dios es una idea a la cual —para decirlo con las palabras del propio Schönberg en «New Music, Outmoded Music, Style and Idea»— hay que «hacer justicia» (SI, p. 121). No se puede caer en la tentación de representarlo, porque —tal como escuchábamos en la segunda de las Vier stücke für gemischen Chor — «una imagen restringe, limita, enmarca aquello que debe permanecer ilimitado e irrepresentable» (op. 27/2, c. 2-8). El problema estriba en que, para «hacer justicia a la idea», una idea (sea cual sea) no puede quedar sin formular, y hay que tratar de hacerla comprensible (tal como había pretendido Schönberg con el Verein) al público que la tiene que recibir. La tensión está servida: ¿se debe conservar la idea incólume e intransmitida, o transmitirla y con ello desvirtuarla al hacerla descender de lo abstracto a lo concreto? En otros términos: ¿hay que primar al intelectual o al pedagogo? La respuesta queda abierta y las diatribas entre Moisés y Aarón al respecto servirán para explicitar dramáticamente la principal preocupación estética de Schönberg: la irresoluble tensión que subyace entre el hecho de mantenerse fiel a la idea, a lo abstracto (Moisés), y la posible degradación y perversión de la misma que puede producirse al pasarla a la concreción del estilo (Aarón). Pamela C. White conecta esta preocupación nuclear del compositor con un artículo escrito en 1927 titulado «Schopenhauer und Sokrates» y coetáneo, por lo tanto, al proyecto de cantata de Moses und Aron. En este artículo, Schönberg argumenta que Schopenhauer tendría que saber que las grandes ideas no son fáciles de expresar, y que son especialmente difíciles de poner sobre el papel. Por ende, Sócrates existió casi con toda seguridad, pero necesitó a Platón para expresarse, lo cual es la cuestión misma de la Idea y la Representación y la cuestión nuclear de Moses und Aron.96 En tanto que la cuestión de la representación es un elemento clave del pensamiento de Schönberg, vamos a ver qué tratamiento musical da el compositor a la palabra «representar» cuando Aarón imita la dicción de Moisés. Si damos un vistazo a la partitura (vid. la figura 4.13, que reproduce los compases inmediatamente posteriores a los de la figura 4.12), descubriremos que la palabra 96 P. C. White, Schoenberg and the God Idea, p. 72. 422 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial «representar» («vorstellen») está musicada con un trítono ascendente y una séptima menor descendente (I,2 c. 181), como si la representación supusiera un proceso de partir por la mitad (que es lo que hace el intervalo de trítono, que divide la octava en dos mitades iguales) y de bajar de un plano superior a uno inferior (gesto descendente de séptima). Este motivo de trítono seguido de séptima menor descendente se vuelve a repetir inmediatamente después (I,2 c. 184) sobre la palabra «irrepresentable», pero con el añadido de otro intervalo de séptima menor (la - si ) sobre las sílabas «vor-stell», de tal manera que la palabra acaba conteniendo dos séptimas menores descendentes (marcadas con recuadros de línea estrecha en la figura 4.13): algo que, inequívocamente, parece sugerir esta idea de bajar de un plano a otro. Figura 4.13: MuA, I,2 c. 181-184 (compases siguientes a los de la figura 4.12): tratamiento musical de la palabra ‘vorstellen’ [CD - Pista 22] Este simbólico gesto de trítono y séptima menor descendente ha aparecido sólo en otra ocasión en la parte de Aarón, unos compases atrás.97 Schönberg lo ha empleado sobre el pronombre «mich» en el compás 129, cuando Aarón le pregunta a Moisés «Hermano mío, ¿el Omnipotente me ha dado a tí como recipiente para verter sobre nuestros hermanos la gracia del eterno?» (I,2 c. 130-138: el subrayado es nuestro). Este gesto de séptima descendente sobre el pronombre (vid. figura 4.14) creemos que puede interpretarse como un acto de autorreconocimiento de Aarón, en tanto que el uso del pronombre personal puede interpretarse como una autodefinición de la propia naturaleza, y más si 97 En esta escena, la interválica de séptima menor descendente aparece en dos ocasiones más en la parte de Aarón (I,2 c. 140 y 170), pero, al estar desvinculada del trítono, creemos que no tiene dimensión simbólica alguna. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 423 tenemos en cuenta que, con el «me», Aarón se está ofreciendo a Moisés. Que justamente el pronombre articule este intervalo de séptima menor descendente, podría significar que Aarón es muy consciente de que su función consiste en bajar del plano superior del espíritu y de la idea, al plano inferior de la materia y la comunicación. Como dirá casi al final de la ópera, en II,5 c. 1080-1083: «Mi misión, decirlo peor de cómo lo entiendo». Algo que volverá a repetir en el tercer acto, estableciendo una jerarquización gnoseológica en la que resuena la disyuntiva medieval entre sapientia y amantia: «Yo tenía que hablar en palabras allí donde tú lo hacías en conceptos [Begriffen]; al corazón, donde tú hablabas al cerebro». Porque, aunque el concepto esté por encima de la imagen —según se desprende de estas palabras de Aarón—, también es cierto que «ningún pueblo puede creer en lo que no siente» (II,5 c. 1029-1031). Figura 4.14: MuA, I,2 c. 131-133: intervalo de trítono y séptima menor descendente en la parte de Aarón (debajo, violín). Lectura en clave de sol. Por el empleo del trítono y de la 7ª menor descendente, queda claro (también en lo musical) que Aarón es el encargado de transmitir la revelación, que supone bajar de un plano superior a uno de inferior, partiendo por la mitad (como el trítono con la octava) aquello que se representa. Pero —por su orientación hacia el pueblo: «amo a este pueblo, vivo por él y quiero preservarlo» dirá al final del segundo acto (II,5 c. 1015-1019)— a Aarón parece no importarle demasiado que la representación no sea lo mismo que la presencia. Por ello su «amo a este pueblo» no contiene los números 3, 6, 9 y 12 de la serie, en una ausencia del número 3 y sus múltiplos (presentados en la viola) que sólo puede significar que Aarón «se aleja aquí de la divinidad».98 Pero no hay que esperar a la quinta escena del segundo acto para darse cuenta de este alejamiento, sino que en la segunda escena del primer acto ya tenemos una buena muestra de ello cuando Aarón afirma —sin la presencia del número 3 ni de sus múltiplos 98 A. Galliano, Mosè ed Arnold, pp. 114-115. 424 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial en su melodía— que «el Eterno castiga las culpas de los padres sobre los hijos y los hijos de los hijos» (I,2 c. 187-191). Esto es algo que desespera a Moisés, que —por su orientación hacia la idea de Dios: «amo mi idea y vivo por ella» (II,5 c. 1021-1022)— abomina de las mediaciones proporcionadas por Aarón y durante toda la ópera tratará de encontrar la palabra que convoque (o re-presente) de modo justo, coherente y apropiado a la divinidad. Esto, sin embargo, es una tarea imposible. De ahí que, al final del segundo acto, Moisés se lamente de su fracaso con el conocido «Oh, palabra, tu palabra, que me falta» (II,5 c. 1133-1136). Una palabra que parece remitir al verbum con el que el Prólogo del evangelio de Juan nombra a la segunda hipóstasis que falta en el judaísmo y que —por tener doble naturaleza divina y humana— es mediadora por definición. Más allá de la dimensión cristológica que pueda entreverse en la frase final de Moisés, lo cierto es que resulta imposible encontrar ninguna palabra que sea capaz de representar perfectamente a la divinidad, en tanto que ella es el Ganz Anderes (el totalmente otro) que, en su radical alteridad, no puede ser incoado por el hombre.99 Schönberg parece concebir la divinidad de un modo análogo al de Otto, en tanto que musicalmente dibuja una relación de alteridad irreconciliable entre la polifonía y multitímbrica de la divinidad y la monofonía unitímbrica del hombre. Si ya en el terreno estético —tal como se ponía de manifiesto en el proyecto de libro clave La idea musical y la lógica, la técnica y el arte de su representación— es difícil salvar la distancia que media entre la idea y su representación, en el caso de la revelación esta distancia va a ser infinitamente más difícil de sortear. Quizás por eso tanto Der musikalische Gedanke como Moses und Aron (que son las dos formulaciones más ambiciosas del problema de la Darstellung y —por ende— de la posibilidad de relacionar dos esferas ontológicamente distintas) quedaron por concluir. Si la materialización de cualquier idea implica un trabajo (una mediación) que sólo venturosamente —es decir, milagrosamente, como sucede en Die glückliche Hand — puede resolverse de golpe y porrazo (de inmediato), a la hora de representar lo irrepresentable no bastará ni siquiera con lo venturoso, y los milagros de Aarón supondrán —a los ojos de Moisés— 99 Vid. R. Otto, Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, trad. F. Vela, Alianza, Madrid, 1996. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 425 una banalización imperdonable. Al fin, tal como decía Yeshayahu Leibowitz, «todos los prodigios, maravillas y milagros que fueron hechos frente a los ojos del pueblo de Israel durante el éxodo de Egipto no condujeron a acrecentar la fe de quienes los presenciaron».100 4.2.6. ¿Cómo anunciar?: el encuentro con el pueblo y los milagros (Acto I, 3-4) La tercera escena tiene como protagonista único al pueblo de Israel, cuyos usos seriales distorsionados parecen indicar que «simbólicamente estamos bien lejos de la divinidad».101 Ante los rumores de que Moisés y Aarón vienen a traerles el mensaje de un nuevo dios, varias personas (un joven, una muchacha, un hombre, un sacerdote. . . ) verbalizan sus inquietudes y explicitan su sentir hacia los dioses, de tal modo que sus palabras son secundadas o rebatidas por la masa coral del pueblo. Las disputas se centran entre aquellos que desean adorar a un nuevo dios que sea más fuerte que los dioses egipcios y aquellos que quieren seguir adorando a los dioses de siempre. Sus intervenciones dejan entrever, así, el utilitarismo de su religiosidad, que se basa en la relación arquetípica del do ut des según la cual la perpetración de sacrificios permite obtener la protección de los dioses.102 Ante el rumor del anuncio de este nuevo dios, el pueblo se pregunta por su carácter y fabula sobre su aspecto, comparándolo bien con Aarón bien con Moisés. Así, se invierten los términos bíblicos de la creación del hombre a imagen de Dios y, en vez de que el hombre esté hecho a imago Dei, va a ser Dios el que —para el pueblo— se parezca a Moisés o a Aarón. A pesar de que nadie ha hablado todavía con Moisés y Aarón, los dos hermanos aparecen a los ojos del pueblo como dos figuras contrapuestas. Esto se confirma al final de la escena cuando, ante las figuras de Moses y Aron acercándose, el pueblo los describe con unas palabras que parecen ir más allá de una simple caracterización física: mientras Moisés «avanza lentamente, circunspecto, casi estando quieto», Aarón «se mueve con paso rápido, ágil delante de él. . . ¡y sin embargo está a su lado!» (I,3 c. 405-426). Pocos compases antes, el 100 Y. Leibowitz, La crisis como esencia de la experiencia religiosa, trad. L. Cohen, Taurus, México DF, 2000, p. 42. 101 A. Galliano, Mosè ed Arnold, p. 94. 102 Cf. M. Mauss, Sociologie et anthropologie, PUF, París, 1968, pp. 145-229. 426 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial pueblo ha divisado por primera vez a los dos hermanos, exclamando: «Mirad a Moisés y a Aarón. Mirad a Aarón y a Moisés» (I,3 c. 399-400). Este quiasma, que parece un simple grito de aviso, es fundamental a nivel retórico, porque indica que las funciones respectivas de los dos hermanos no pueden desligarse. La interdependencia de los dos hermanos no sólo queda señalada a nivel del libreto, sino que se pone de manifiesto a nivel musical, al ser sólo en la unión de las dos frases que se presentan las doce notas de la serie. Es como si Aarón no estuviera completo sin Moisés, ni Moisés lo estuviera sin Aarón. Sin embargo, a nivel musical-simbólico queda claro que la función de Aarón es subsidiaria a la de Moisés, porque en el compás 399, las notas 5, 4 y 3 de Aarón están contenidas serialmente dentro de las notas 1, 2 y 6 de Moisés. En cambio, la función de Moisés no es subsidiaria a la de Aarón, ya que las notas 7, 10 y 11 de su nombre, en el compás 400, no están contenidas dentro de las notas 8, 9 y 12 de Aarón (el 7 está fuera, y sólo el 10 y el 11 se sitúan entre el 8 y el 12 de Aarón). La complementariedad entre los dos hermanos no es simétrica, pues. Y, a medida que avance la ópera, su supuesta interdependencia (la unión del canto del uno al habla del otro sería lo más adecuado para re-presentar la polifonía cantada y hablada de la “voz de Dios”) se convertirá cada vez más en un abierto antagonismo. Figura 4.15: MuA, I,3 c. 399-400: quiasma Moisés - Aarón [CD - Pista 23] En la cuarta escena, Moisés y Aarón entran en contacto con el pueblo e intentan transmitirles el mensaje de Dios. Pero Moisés —en tanto que es el único personaje que ha asistido a la polifónica experiencia de revelación— se da cuenta de que los milagros de Aarón (así como las imágenes de la columna de fuego y la columna de nubes que aparecen al final del primer acto) no son representaciones adecuadas (coherentes, en términos del ZKIF, o justas en términos de «New Music, Outmoded Music, Style and Idea») de la divinidad. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 427 El profetismo de Aarón (en caso de que Aarón sea realmente un profeta)103 no convence a Moisés porque —a su juicio— traiciona a Dios, que no puede limitarse en una imagen porque es «irrepresentable porque invisible, porque inabarcable a la mirada, porque infinito, porque eterno, porque omnipresente, porque omnipotente» (I,2 c. 183-185). Al dualizar la dimensión profética entre los personajes de Moisés y Aarón (uno como receptor y el otro como transmisor de la revelación), Schönberg enfatiza la tensión inherente a la figura profética. Porque tradicionalmente, la esencia del profetismo —tal como remarca André Neher— tiene una irremisible dimensión de traducción, de re-trabajo. Y esto es justo lo contrario de la inmediatez expresiva que Schönberg ponía sobre el escenario en Die glückliche Hand y que defendía en su confesión a Busoni de 1909, cuando abogaba por una música «no construida, sino ¡¡“expresada”!!» (vid. la cita in extenso en la página 287). Según Neher, cuando definen su experiencia psicológica, los profetas dicen que desempeñan en ella la función de órgano, de instrumento. A través de ellos, lo infinito intenta penetrar en lo finito, la eternidad se abre un camino hacia el tiempo. No es en primer lugar el contenido del mensaje profético lo que importa, sino la manera con que el profeta es el continente de ese mensaje. Una manera combativa, organizativa, instrumental. Se da allí un tiempo metafísico; se transforma un tiempo físico. La profecía no es solamente el lugar de una revelación; es la cantera de toda experiencia revelada. Gracias al trabajo de la profecía, lo absoluto se entrega en términos relativos. Mediante el prisma de la profecía, el tiempo de Dios se refracta en los múltiples tiempos de la historia.104 Como recalca muy bien Neher, la profecía es un «trabajo». Y, para Schönberg (que era un trabajador incansable), es precisamente el trabajo lo que media problemáticamente entre la idea y su realización. La elección del personaje de Moisés para tratar de lo problemático de la mediación (que no es inmediata y requiere por lo tanto un trabajo en el tiempo), cuadra a la perfección con la visión tradicional de Moisés como un tipo profético «complicado», al ser «el 103 En el título de su artículo sobre la ópera, Edward D. Latham no califica a Aarón como profeta sino como «pitchman», haciendo un divertido e ingenioso juego de palabras, porque ‘pitchman’ se puede traducir como ‘charlatán’ y como ‘hombre de notas’ (pitch-man, en contraposición a Moisés que no canta ‘pitches’ —notas— sino que recita en sprechgesang). Vid. E. D. Latham, «The Prophet and the Pitchman. Dramatic Structure and Its Musical Elucidation in Moses und Aron, Act 1, Scene 2», en Ch. M. Cross / R. A. Berman (ed.), Political and Religious Ideas in the Works of Arnold Schoenberg, pp. 131-158. 104 A. Neher, La esencia del profetismo, p. 10. 428 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial profeta de la duda, de la negativa, de la rebeldía» y encarnar «el ejemplo de una profecía del dolor ».105 El libreto de Schönberg pone de manifiesto, precisamente, este dolor y esta tensión interna de Moisés, profundamente atormentado por las tergiversaciones que hace Aarón en su «trabajo» de representar lo que para Moisés es irrepresentable. Aunque, al fin y al cabo, Aarón (el pobre Aarón, diríamos. . . ) sólo hace aquello que la “voz de Dios” había pronosticado en los compases 54-65 de la primera escena (vid. la página 411). Los tres milagros preconizados por la “voz de Dios” en la primera escena («de tu cayado escucharán. . . admirarán tu sabiduría; de tu mano. . . creerán en tu fuerza; del agua del Nilo. . . sentirán lo que se dispone para su sangre»: I,1 c. 41-47) son los que va a realizar Aarón punto por punto en esta cuarta escena, después de que las palabras de Moisés sobre la irrepresentabilidad e invisibilidad de Dios sean recibidas por el pueblo con carcajadas y oprobio. Este rechazo del pueblo («Mantente lejos de nosotros con el Todopoderoso»: I,4 c.607-618), se manifiesta musicalmente en un pasaje consonante en el que los acordes perfectos aislados y sin dirección tonal se acentúan más que en ninguna otra parte de la ópera. [. . . ] Los acordes están aquí con el fin de significar la perseverancia mantenida hacia los dioses antiguos y a la vez el rechazo hacia el único Dios que libera. La perspectiva histórica es inconfundible: la tonalidad está interpretada como la fase de la historia que se ha dejado atrás, lo cual conduce a la libertad y a la técnica de los doce tonos o sonidos.106 Ante las burlas del pueblo, Moisés exclama: «¡Omnipotente! ¡Mi fuerza se acaba! ¡Mi pensamiento es impotente en la palabra de Aarón!» (I,4 c. 623-626: vid. figura 4.16), arropado por un significativo acompañamiento orquestal: por un lado las flautas y el tercer trombón presentan el tema de la voluntad divina, mientras la celesta presenta los acordes B y C superpuestos a los acordes A y D de las cuerdas. El pasaje es casi un calco del momento en el que, en la primera escena, Moisés decía «puedo pensar pero no hablar» (I,1 c. 48-50), que indicaba —y en I,4 c. 623-626 también indica— que Dios está aquí con Moisés, en su pureza [CD - Pista 24]. La exclamación de desánimo de Moisés ante las burlas del pueblo llevan a Aarón a empezar sus milagros. Así, a diferencia de lo que sucede en el relato bíblico, donde los milagros se utilizan para convencer al faraón, aquí Aarón realizará los milagros para vencer las reticencias del pueblo. Y será en este 105 Ibid., 106 Ch. pp. 161 y 160. M. Schmidt, «Anotaciones a la ópera Moisés y Arón de Arnold Schönberg», p. 84. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 429 Figura 4.16: MuA, I,4 c. 623-626: «¡Omnipotente! ¡Mi fuerza se acaba!» [CD - Pista 24] momento de realización de los milagros que las 6 Solostimmen (vid. Apéndice 2) harán cuatro intervenciones cuyo significado enseguida analizaremos. El primer milagro se sigue directamente de la desesperación de Moisés. Después de que las trompas y los trombones enfaticen el colapso de Moisés con un imaginativo gesto tartamudeante (¡qué finura compositiva, la de Schönberg!), 430 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Aarón grita: «Schweige! Das Wort bin ich und die Tat!» («¡Calla! ¡Yo soy la palabra y la acción!») (I,4 c. 630-633), y se dispone a realizar el primero de los milagros pronosticados por la “voz de Dios” [CD - Pista 24, final]. Pero esta frase de Aarón resulta altamente problemática porque —como puede verse en la primera página de la partitura que proporcionamos en el Apéndice 2— este «¡Calla!» hace callar también a las 6 voces solistas, que un tiempo antes habían empezado a llamar a Aarón por su nombre, utilizando la misma configuración acórdica que en I,1 c. 59-61 (A8 y B8 superpuestos sobre D8 disp y C8 inv ), cuando dijeron a Moisés «Aarón deberá ser tu boca». Al superponer su «¡Calla!» (en fortissimo y con un gesto de séptima menor descendente) al «Aron!» de las 6 voces solistas, es fácilmente deducible que Aarón no escucha su llamada (o —en otros términos— su vocación). Esta es la primera vez que Aarón asiste (que sepamos como espectadores) a la manifestación de una voz ultraterrena y vemos cómo su actitud ante ella es antitética a la que había tenido Moisés en la primera escena. Si Moisés respetaba educadamente el turno de palabra y sólo hablaba cuando la “voz de Dios” había acabado cada una de sus frases, Aarón no sólo pisa aquí la intervención de las 6 Solostimmen, sino que dice «Schweige!» («¡Calla!»), en lo que puede interpretarse como un gesto de suma superbia (que es —y Schönberg debía de saberlo— el mayor de los pecados). Y aunque a nivel textual parece evidente que este «¡Calla!» se dirige a Moisés (que calla, efectivamente), a nivel compositivo lo cierto es que, ante el «¡Calla!» de Aarón, las 6 Solostimmen también callan. Después de esto, Aarón toma el cayado de Moisés, lo convierte en serpiente y de nuevo vuelve a convertirlo en bastón, lo cual genera primero la perplejidad (en pianissimo) y luego el entusiasmo (en mezzoforte in crescendo) general del pueblo. Después de que (en fortissimo) tres miembros del pueblo digan finalmente «Él nos liberará / Queremos servirle / Queremos ofrecerle sacrificios», la parte masculina de las 6 Solostimmen (vid. Apéndice 2, página 159 de la partitura [CD - Pista 25]) canta en boca chiusa y pianississimo casi las mismas sonoridades que había cantado en la primera escena, cuando —estableciendo la necesidad de mediaciones y en forma de eco— dijo «como a través de ti, la mía» (I,1, c. 64-65). Al igual que entonces, aquí el uso de los acordes divinos es bien escaso, puesto que el único que se emplea es A8 y sólo durante un tiempo (I,4 c. 708). Acabada esta intervención divina de voces masculinas, un sacerdote aporta el principio de realidad: el milagro ha maravillado al pueblo, pero no obliga al faraón (que recordemos que en el Antiguo Egipto tenía estatuto divino) a de- 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 431 jarlos libres. Ante su objeción, la parte femenina de las 6 Solostimmen concluye (también en boca cerrada) cantando un motivo que no había aparecido hasta ahora [CD - Pista 25]. Este motivo es bastante similar a lo que ha cantado unos compases antes la parte masculina, emplea los acordes B7 y A9 en sus dos primeras corcheas y despliega un acorde de fa disminuido en la soprano sobre un acorde de sol mayor en la mezzosoprano. No sabemos si la superposición de estos dos acordes tiene algún significado, pero, en la suma de las dos intervenciones de las 6 Solosimmen (primero la masculina y después la femenina: I,4 c. 708-709 y 715-716), sorprende el poco uso de los acordes constitutivos de su naturaleza divina. En esta intervención de las 6 Solostimmen, los acordes divinos se presentan sólo en 2 de los 10 tiempos empleados, contrariamente a lo que había sucedido en la primera intervención suya en esta cuarta escena (el «Arón!» de los compases 630-631) en la cual se superponían A8 y B8 sobre D8 disp y C8 inv durante 8 tiempos. ¿Qué quiere decir esta drástica reducción de los acordes A, B, C, D en esta intervención a boca cerrada de las 6 Solostimmen? Tal como hemos dicho ya en más de una ocasión, la plurisemanticidad musical no permite plantear una lectura inequívoca, pero para nosotros viene a indicar una degradación de la presencia efectiva de Dios. Parece como si el «¡Calla!» de Aarón de antes del primer milagro hubiese hecho enmudecer a las 6 Solostimmen, que ahora sólo profieren una «m—» en boca cerrada y sin palabra alguna. Quizás, del mismo modo que al decir «acción» Aarón se apropió del cayado a Moisés, al decir «yo soy la palabra» arrebató la palabra a las 6 Solostimmen. Sea como sea, lo que está claro es que la frase de Aarón es enormemente blasfema, pues Aarón asimila su persona tanto a la acción («Tat») como a la palabra («Wort»): dos conceptos clave que en los que resuenan inevitablemente (seguro que para Schönberg también) los versos iniciales del Fausto de Goethe.107 En vez de presentarse a sí mismo como «mediador» de la palabra, Aarón se presenta como la palabra misma. Después de las dos intervenciones en boca cerrada de las 6 voces solistas y ante el desánimo del pueblo (que piensa que el poder visible del faraón no se va a someter al poder del Dios invisible e irrepresentable del que habla Moisés), 107 Vid. E. Gyger, « Speech, Song and Silence: Modes of Utterance in Moses und Aron, The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, p. 436. 432 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Aarón realiza un segundo milagro: señala la mano de Moisés, que se vuelve leprosa (I,4 c. 738-747) y la cura acercándola a su corazón, demostrando así que hay que tener coraje y esperanza. Justo en el momento de la curación milagrosa, las 6 voces solistas y Aarón exclaman a la una: «¡Mirad!» (I,4 c. 780) [CD - Pista 26]. Las 6 voces solistas recuperan el habla, pues, y recuperan también (aunque transportada) su naturaleza acórdica, presentando durante 3 tiempos de los 4 que tiene el compás los acordes D5 disp y A5 . Aarón, pues, parece estar aquí en sintonía con la divinidad, no sólo por decir a la par el mismo texto, sino porque su mi está en unísono con el de la contralto. Queda sólo un milagro por realizar, según lo que la “voz de Dios” había anticipado en los compases 41-47 de la primera escena. Aarón va a convertir en sangre el agua del Nilo de dentro de una jarra. Así demostrará al pueblo que no es sólo el agua del Nilo lo que nutre a Egipto, sino la sangre esclava del pueblo elegido por Dios. Después de realizar el milagro, Aron afirma: «Por eso el Todopoderoso os libera a vosotros y a vuestra sangre: Él os ha elegido de entre todos los pueblos para ser el pueblo del único Dios» (I,4 c. 893-901). Durante esta alocución, las 6 Solostimmen se suman a lo que dice Aarón, cantando varias veces la palabra «auserwählt»: «elegidos» (I,4 c. 894-898) [CD - Pista 27]. Como puede verse en la última página del Apéndice 2, lo hacen sin usar los acordes A, B, C y D verticalmente, pero arpegiando en cambio algunas de sus sonoridades que sirven para sugerir la cabeza del tema del pueblo elegido. A juzgar por la realización musical de estos compases, aquí Aarón sí que parece escuchar lo que dicen las 6 Solostimmen, porque en el compás 898 reproduce con alguna ligera mutación el diseño de sopranos y mezzosopranos del compás 897 y acto seguido reproduce en retrogradación el motivo de bajos y tenores del mismo compás. Sobre el compás 898 (que es un 6/4), Aarón desglosa melódicamente lo que ha sucedido de manera simultánea (polifónicamente) en el compás anterior (que es un 3/4). Con esta melodización, consigue presentar en la línea del tiempo una versión (una traducción, una interpretación) de lo que ha escuchado en las 6 Solostimmen, que en este caso resulta ser (una vez pasado por el tamiz del tiempo) ni más ni menos que el leitmotiv del pueblo elegido que se encontraba agolpado en la polifonía divina. Aarón, aquí, sí que parece estar haciendo «justicia a la idea», ya que su melodía es la explicitación «moldeada, formulada, desarrollada, elaborada, llevada a término y perseguida hasta el final» de la idea implícita en la simultaneidad divina (SI, pp. 121 y 124). Con ello consigue acercarse a la pureza divina ya que, mientras las 6 Solostimmen melodizan los acordes D6 , C4 , D5 y A5 , Aarón hace lo propio con las notas del 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 433 acorde B sin transponer (el que faltaba por aparecer), con las que se configura la cabeza del tema del pueblo elegido. Con este último milagro, queda claro que las palabras y las acciones de Aarón (los «Wort» y «Tat» de los que se ha apropiado en los compases 631633) surten efecto, ya que el pueblo —con los ánimos encendidos, y habiendo recuperado la confianza en sí mismo— decide dirigirse hacia el desierto. En su arenga, Aarón reproduce melódicamente el motivo de la tierra prometida que la “voz de Dios” había entonado en los compases 81-85 de la primera escena (marcado en verde claro sobre la partitura proporcionada en el Apéndice 1), pero le añade un gesto de séptima mayor descendente final que parece de cosecha propia (sol -la : c. 913), pero que quizás es una reformulación ampliada de la penúltima negra de la mezzosoprano y la última negra del tenor del compás 85, en lo que sería un nueva traducción adecuada del discurso divino. Pero si la similitud melódica entre ambos fragmentos es indudable, textualmente lo que dice Aarón es bastante diferente de lo que había dicho la “voz de Dios” en la primera escena. Mientras las 6 Solostimmen prometían allí «Os guiaré hacia donde seréis uno con el único y un ejemplo para los otros pueblos» (I,1 c. 81-85), Aarón dice aquí que «Él [Dios] os guiará a la tierra que de la que mana leche y miel, y podréis saborear corporalmente aquello que se prometió a vuestros padres espiritualmente» (I,4 c. 908-913). El texto de Aarón (al igual que su añadido final de 7ª mayor descendente) baja la promesa divina del plano espiritual a la concreción material y establece, además, una dualidad entre cuerpo y espíritu que no encontrábamos para nada en las palabras de la “voz de Dios”. Pero hay todavía otra divergencia aparentemente minúscula que, sin embargo, es fundamental: mientras las 6 Solostimmen decían «dorthin führen» («guiar hacia»), lo cual indica movimiento (recordemos: ¡un concepto crucial para Schönberg!), Aarón dice «führen in» («guiar a»). La diferencia en las preposiciones es aquí relevante, porque mientras las 6 Solostimmen con el «dorthin» («hacia») indicaban nomadismo, Aarón con el «in» («a») indica sedentarismo. Sea como fuere, lo cierto es que, a través de los milagros, Aarón ha conseguido hacer visible al pueblo el poder del Dios invisible del que hablaba Moisés, que —a partir del «¡Calla!» de Aarón— sólo ha abierto la boca en una ocasión. Y, si bien al principio de la escena Aarón estaba al lado de Moisés intentando hacer comprensible al pueblo el discurso de su hermano, a partir del momento que empieza a realizar los milagros, Aarón desempeña un rol más político (de liberador del pueblo) que profético, desatendiendo el «verkünde» de la primera 434 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial escena. Así, a medida que ha ido avanzando la escena, Aarón ha dejado de ejercer de «boca» de Moisés (tal como había dispuesto la “voz de Dios” en I,1 c. 59-61), dejando así de tratar de salvar la distancia que media —y, como hemos visto, esta es una de las preocupaciones fundamentales de Schönberg a nivel técnico y estético— entre el pensar y el decir o entre la revelación y su formulabilidad. Al fin y al cabo, la figura del profeta y la del artista no difieren demasiado porque, al igual que lo que sucede en la creación artística, que requiere la translación de la idea al estilo (vid. 2.1.2), la revelación profética no se limita a la recepción, ni a la aceptación, ni a la interpretación. Exige la transmisión. El profeta participa de lo trascendente, no sólo para comulgar con él en la intimidad, sino para compartir a su lado el esfuerzo por afrontar lo que está fuera de su orden. Así pues, son dos los actos conjugados que constituyen la profecía: el de la revelación y el de la comunicación.108 Como hemos dicho ya, esta doble dimensión de la revelación se secciona en la ópera a través de la dualidad entre Moisés (que ha asistido a la revelación) y Aarón (que es el encargado de comunicarla). Al escindir esta doble dimensión entre dos personajes (que en Der biblische Weg estaban unidos en la figura de Max Aruns), sale a relucir el conflicto insalvable entre Moisés (orientado hacia la preservacion inmaculada de la idea) y Aarón (cuya misión es comunicarla por propio mandato divino). Un conflicto que es de la misma naturaleza que el que Schönberg trataba de resolver como compositor y como pedagogo desde hacía tiempo. Pero si en su dimensión artística Schönberg podía prescindir del aplauso y la comprensión del público («He llegado a ser indiferente a los insultos de la opinión pública, y por supuesto nunca me he inclinado a hacer algo que esté fuera de las exigencias puramente musicales de mis obras» [ASL, 27]), el profeta no puede prescindir de la comprensión del pueblo. Y es precisamente aquí donde la escisión de la figura profética entre Moisés y Aarón resulta más dramática. Porque mientras Aarón tiene una orientación social al tener al Volk (pero no a Gott) en la cabeza, Moisés tiene una orientación metafísica al tener a Gott (pero no al Volk ) en la suya. Esta dualidad entre lo social y lo metafísico permitiría considerar que Moses und Aron es una explicitación de las dos tendencias principales (y casi exclusivas) de la concepción de la profecía en el pensamiento judío moderno. No en vano, la época en la que vivió Schönberg, 108 A. Neher, La esencia del profetismo, p. 10. 4.2. El primer acto: un problema de nominación y de comunicación 435 vio una transformación de la visión más social del siglo xix a la más metafísica del xx.109 En un artículo de 1946, sin carga teológica alguna, Schönberg diferenciaba al verdadero del falso compositor aludiendo a unas características que bien podrían aplicarse a Moisés y a Aarón y a sus respectivas inclinaciones hacia lo metafísico y hacia lo social, respectivamente. El artículo en cuestión («Heart and Brain in Music») decía así: Aquellos que componen porque quieren agradar a los otros, y tienen al público en la cabeza, no son verdaderos artistas. No son la clase de hombres que están llamados a decir algo tanto si existe como si no existe una sola persona a quien le guste, incluso si a ellos mismos no les gusta. No son creadores que deban abrir las válvulas para aliviar la presión interior de una creación que está a punto para nacer. Son más o menos diestros entretenedores que renunciarían a componer si no pudiesen encontrar oyentes. La música verdadera de un verdadero compositor producirá impresiones de todo tipo aun sin proponérselo (SI, pp. 54-55). Si en 1946, con 72 años, lo tenía así de claro, en 1909, con 35, lo formulaba de modo todavía más rotundo en una entrevista, llegando a hablar de la venganza que se cierne sobre aquellos que quieren agradar al público y traicionan con ello la naturaleza de la creación. Una venganza que —a modo de Deus ex machina— es lo que podemos interpretar que ocasiona (al final del tercer acto de Moses und Aron), la muerte de Aarón: Mi pregunta trata ahora de si el gusto del público influye al artista, y Schönberg contesta: ¡No! Al verdadero artista, jamás; porque él no se encuentra jamás en la posición de crear algo distinto de lo que está impelido a crear por su naturaleza y desarrollo. Desgraciadamente, aquí y allí son muchos los que creen que son capaces de adaptarse al público, pero la traición se venga definitivamente más adelante (ASR, pp. 59-60). Para Schönberg no hay duda de que el artista (y también el profeta) se debe principalmente a la idea y que debe hacer todo lo que esté a su alcance para 109 Según André Neher, existen en el seno del judaísmo dos tendencias principales y, al parecer, exclusivas. Una ve en la profecía una actitud ahistórica, ámpliamente humana, condicionada por la ética pero subordinada en última instancia al arbitraje metafísico de la divinidad. [. . . ] La otra ve en la profecía un fenómeno histórico, ligado al tiempo y al espacio bíblicos, que supone un desarrollo en la existencia bíblica, cuyos historiógrafos serían los profetas. [. . . ] En el siglo xix, las preocupaciones judías en torno a la profecía eran sobre todo sociales [. . . ]. En el siglo xx, F. Rosenzweig [. . . ], M. Buber [. . . ] y A. Heschel [. . . ] han devuelto al problema su contenido metafísico (Ibid., pp. 11-12). 436 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial que su formulación sea lo más cercana a ella. El problema llega cuando lo que hay que formular es —precisamente— lo informulable. Entonces no hay representación (Darstellung) que valga, sino que lo único que puede hacer el profeta moderno es —probablemente— tratar de crear las condiciones de posibilidad para que la revelación se produzca. La ruptura de las Tablas de la ley al final del segundo acto y la exhortación hacia el desierto que hace Moisés en las últimas palabras del tercero parecen ir en esta dirección: la única viable para Schönberg después de asumir el fracaso inherente a toda mediación. El profeta ideal sería aquel que —como en el martillazo de Die glückliche Hand — no representa (darstellt) la revelación (lo cual implica una mediación y una reelaboración), sino el que es capaz de presentarla. Lo ideal sería que el profeta fuera —sin reelaboración, ni trabajo, ni espacio intersticial de por medio— un altavoz a través del cual pudiera sonar inmediatamente la «o» de la obertura. O, tal como diría Franz Rosenzweig: «El profeta no es mediador entre Dios y los hombres; no es que él reciba la revelación y la transmita; sino que desde él resuena inmediatamente la voz de Dios. Dios habla desde él inmediatamente como Yo.»110 Lamentablemente este profeta no existe, al igual que no hay artista alguno que pueda salvar la distancia entre la idea y el estilo sin un ápice de elaboración. El problema —tanto en el profetismo como en el arte— es la insalvable necesidad de la mediación. Por ello, ante la imposibilidad de este profetismo directo, no valen sucedáneos. No se puede dar por buena ninguna representación, porque éstas limitan irremediablemente la ilimitada esencia divina. Al fin, tal como se sabe muy bien en «la tradición rabínica [. . . ], las visiones y las imágenes son formas inferiores de revelación».111 110 F. 111 S. Rosenzweig, La estrella de la redención, p. 224. Mosès, El Eros y la Ley, trad. A. Falcón, Katz, Buenos Aires, 2007, p. 72. 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación 437 4.3. 4.3.1. El interludio y el segundo acto: un problema de representación Breve perspectiva general Si el primer acto se centraba eminentemente en la cuestión de la comunicación, este segundo acto parece estar centrado en las nociones de visibibilidad (iconodulia) e invisibilidad (iconoclastia). Así, mientras en el primer acto se planteaba un movimiento de descenso (de la revelación divina a su recepción por el pueblo), en este segundo acto parece que se plantea un movimiento inverso (del pueblo al mundo de lo divino), al tratarse en él de la organización del culto y de la desviación a la que puede conducir la idolatría. Si en el primer acto se hacía hincapié en la distorsión que supone anunciar la revelación y pasar de la trascendencia a la inmanencia, en este segundo acto se verá la distorsión a la que puede llevar un culto que no sea capaz de trascender su fisicidad inmanente y remitir a una dimensión superior. Para nosotros, este es el tema central de la escena del Becerro de oro, en la cual —tal como confesaba Schönberg a Alban Berg en enero de 1932— «he querido “decir” mucho» (ASL, 136). Tal como decía a Walter Eidlitz un año más tarde, esta escena significaba «un sacrificio de la masa, que se quiere apartar de una fe sin “alma”». Y «dado que esto atañe directamente al centro de mi pensamiento, he ido muy lejos en el desarrollo de esta escena» (ASL, 151). Este «muy lejos» creemos que significa no sólo muy lejos a nivel argumental (con el frenesí orgiástico y homicida del libreto) y compositivo (¡la escena es soberbia!) sino sobre todo a nivel de las implicaciones filosófico-religiosas que de ella se desprenden. Apenas quince días antes de morir, el 29 de junio de 1951, ante la perspectiva de que Hermann Scherchen dirigiera la ópera, Schönberg insistía al músico alemán sobre la importancia del segundo acto: Si se fija en el texto verá que el segundo acto es representable por sí solo —quizás introducido por un par de palabras del primero— y es realmente la idea central de lo que quería representar. Si se quiere representar el tercer acto, como un extra, y/o sólo leído, entonces se reproducirá el contenido principal de la obra.112 112 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=5969 [12.8.2012]. Subsanamos el lapsus del original de Schönberg, que dice «ein paar Werkes» (un par de obras) en vez del presumible «ein paar Wörter » (un par de palabras). 438 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial ¿Por qué este segundo acto es «la idea central de lo que [Schönberg] quería representar»? Si entendemos que el segundo acto trata de la organización del culto y de su desviación perniciosa hacia la idolatría, en él se estaría escenificando la cuestión del «aprender a rezar» (o del cómo no debe hacerse) que preocupaba a Schönberg por lo menos desde que en 1912 la planteó a Richard Dehmel (ASL, 11). En este segundo acto, no aparecen en ningún momento las 6 voces solistas ni la Voz desde la zarza; y el empleo de sus acordes en la orquesta es bien escaso, como veremos. La dicotomía entre Moisés y Aarón que se había ido fraguando en el primer acto se recrudecerá en la última escena de este segundo, en la cual sus simpatías hacia el apofatismo y el catafatismo respectivamente seguirán marcando el grueso del conflicto. Pero el verdadero protagonista de este segundo acto es el pueblo. Es aquí donde su necesidad de una religión palpable se pone de manifiesto encima del escenario con la adoración del Becerro de oro. La presencia de este ídolo sobre el escenario servirá para demostrar que el culto traiciona la naturaleza religadora de la religión cuando se convertirse no en un puente para llegar a la trascendencia, sino en un elemento que —como el Becerro, que está realizado en oro reluciente— simplemente refleja la propia naturaleza humana de sus creadores, llevándolos hacia un apogeo de autocomplacencia y desenfreno. En tanto que artista plástico, la vistosidad escénica que diseña Schönberg para la parte central de este segundo acto (con hogueras, caballos, cuerpo de danza, mujeres desnudas —¡en 1932!—, sacrificios, suicidios. . . ) contrasta con la oscuridad del interludio con la que empieza. Y contrasta también con la escena final, que es una diatriba entre los dos hermanos surgida después de que Moisés, al bajar de la montaña de la revelación (Schönberg jamás dice Sinaí, con lo cual universaliza el particular bíblico), haya destruido —con su «¡Desaparece, efigie de la imposibilidad de contener lo ilimitado en una imagen!» (II,4 c. 980982): ¿he ahí un milagro de Moisés?— el brillo del Becerro de oro. Sin una imagen visible, el pueblo quedará entonces desorientado y sumido de nuevo en una oscuridad similar a la del interludio, para la cual deberá buscar una salida. Una salida que encontrará —para desesperación de Moisés, que concluye el acto con el conocido «Oh palabra, tu, palabra, que me falta» (II,5 c. 1133-1136)— en las columnas de fuego y de nubes que aparecen al final de la escena. 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación 439 4.3.2. De la invisibilidad del interludio a las orgías ante el Becerro de oro (Acto II, 1-3) El segundo acto empieza con la escena titulada «Aarón y los 70 ancianos delante de la montaña de la revelación». Pero la numeración de los compases empieza en el «Zwischenspiel », un «Interludio» maravilloso en el cual el pueblo se siente perdido y a oscuras, sin saber adónde ir. Con el Interludio, que une primer y segundo acto, Schönberg se salta un buen trecho del texto bíblico: nada de entrevistas con el faraón (Ex 5), nada de genealogías (Ex 6), nada de plagas (Ex 7-11), nada de la preparación pascual ni de ley de los primogénitos (Ex 12-13), nada de la salida de Egipto, de la persecución en el Mar Rojo ni de la travesía del desierto (Ex 14-17). . . , a pesar de que algunas de estas cuestiones han quedado referidas —muy inteligentemente— al final de la cuarta escena del primer acto en las intervenciones de Moisés y Aarón.113 Mientras dura el interludio, en las tinieblas del telón bajado, el pueblo se pregunta (a través de una textura fugada espléndida y profundamente evocadora) dónde está Moisés. El pueblo, sin un guía (y esto tiene una enorme relevancia política todavía hoy) se siente perdido. Y si la textura fugada de las voces genera la sensación de una total desorientación, en la parte orquestal la «agitada textura rítmica [. . . ] tiene un efecto paralizante, símbolo de la inmobilidad inducida por el miedo y el horror».114 De modo magistral, Schönberg ha generado la sensación de caos y de turbación (o de circulatio, según el protocolo retórico barroco) a través de la más organizada y ordenada de las formas de escritura musical: la fuga. Y no una fuga cualquiera, sino «una doble fuga por movimiento contrario y con dos contrasujetos».115 113 En cuanto al maná del desierto, vid. lo que dice Moisés en I,4 c. 835-838 («En el desierto os alimentará, os mantendrá y os desarollará la pureza del pensamiento [Gedanke]. . . ») y la réplica de Aarón en I,4 c. 860-863 («El omnipotente convierte la arena en fruta, la fruta en oro, el oro en gozo, y el gozo en espíritu»). En cuanto al paso del mar Rojo, la única referencia se encuentra en I,4 c. 914-917, cuando Aarón realiza el milagro de la jarra de agua y augura: «Lo que le queda al faraón es otra vez el agua clara del Nilo. Y en ella se ahogará.» Así, el milagro de la separación de las aguas del Mar Rojo obrado por Moisés según Ex 14, 16-30 se omite en el libreto, y queda subsumido —bajo el mismo campo semántico acuoso— en la transformación del agua en sangre por parte de Aarón. 114 K. Wörner, Schoenberg’s Moses and Aron, p. 48. 115 B. Casablancas, «Moses und Aron: notes per a l’anàlisi», Revista Musical Catalana, octubre 1985, p. 21. 440 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Después de los 42 sublimes compases del interludio, empieza propiamente el segundo acto. La primera escena se titula «Aarón y los 70 ancianos ante la montaña de la revelación» y en ella se describe el desorden que se ha instaurado en el pueblo a raíz de que «nadie conoce todavía ni el derecho ni la ley» (II,1 c. 58-59). Ante los temores y la impaciencia de los 70 ancianos, Aarón —que parece más cercano al espíritu de Moisés que nunca— trata de calmarlos indicando que: Cuando Moisés baje de estas alturas, donde sólo a él se le revela la ley, mi boca os deberá transmitir el derecho y la ley. ¡No esperéis la forma antes que la idea, sino que aparecerán a la vez! (II,1 c. 84-100) Esta intervención de Aarón marca un notable cambio en la inquietante textura con la que se desenvuelven las preocupaciones de los ancianos. Sus palabras, a pesar de no tranquilizarles del todo, son conciliadoras y vienen acompañadas por notas tenidas en la orquesta, que aportan serenidad (vid. Apéndice 3, c. 85-100: [CD - Pista 28]). Tal como hemos marcado en la partitura, cuando Aarón se refiere a la estancia de Moisés en las alturas (tanto físicas como metafóricas) y a la revelación de la ley (II,1 c. 85-89), estas notas tenidas conforman sonoridades complejas de 7ª mayor y 7ª menor. En cambio, en los c. 90-92, cuando dice que su boca transmitirá el derecho y la ley, los trombones tocan una simple 5ª justa: un intervalo consonante por naturaleza, fundamental en la articulación morfológica y sintáctica de la tonalidad. Por si fuera poco, a esta quinta (símbolo de la simplicidad) se le superpone la mayor parte del tiempo otra 5ª justa, cuando los clarinetes tocan un si que oscila con un la , simplificando cacofónicamente (lo propio de Aarón es simplificar) el diseño motívico de violines, violas y flauta de los compases 86-89 (cuando se hablaba de que Moisés está en las alturas). El hecho de que esta simplificación motívica se produzca precisamente sobre la palabra «transmitir» (vermitteln: c. 91-92) parece indicar que toda transmisión conlleva una reducción y una trivialización del mensaje original (en este caso, de la ley que Moisés recibe en las alturas). Esto queda reforzado por la simplificación armónica que supone pasar de las séptimas a la quinta justa, y por la pérdida de riqueza tímbrica que supone pasar de la realización del diseño a cargo de viola, violín y flauta (que pertenecen a familias instrumentales distintas), a la realización del motivo simplificado que tocan clarinete y requinto. Musicalmente, pues, parece evidente que cuando Aarón transmita lo que a Moisés se le revela en las alturas (físicas, intelectuales 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación 441 y espirituales), se producirá una simplificación. No debe ser casualidad, tampoco, que cuando Aarón dice taxativamente que «no podéis esperar la forma antes que la idea, sino que aparecerán a la vez» (II,1 c. 93-100), sus palabras estén secundadas orquestalmente por la presencia de los acordes A4 y C4 , aunque dispuestos de un modo muy particular al presentarse arpegiados entre trompa y clarinete (y en el compás 96, con flauta). La presencia de estas sonoridades indican con toda probabilidad que este modo de pensar de Aarón (el creer que idea y forma deben presentarse a la vez, sin dilación) está cercano a la divinidad. Sin embargo, la transposición de las sonoridades A y C a 4 semitonos (esto es, a una 3ª mayor: intervalo característico de la tonalidad) y su articulación en forma de arpegio y no como acorde, sugieren la presencia de una divinidad un tanto distorsionada. En cualquier caso, esta intervención de Aarón es de las más cercanas a la divinidad, a juzgar por la dilatada presencia (aunque transportada y arpegiada) de las sonoridades divinas. Las palabras de Aarón ante los 70 ancianos —que se supone que tienen una mayor capacidad de comprensión que el pueblo llano— son menos efectistas y más sobrias (con menos florituras y melismas) que cuando habla con el pueblo. Pero, a pesar del tono conciliador de Aarón, los ancianos siguen preocupados por la anarquía en la que está sumido el pueblo a la espera de que Moisés les proporcione la ley. Una ley fundada en presupuestos metafísicos y que, por lo tanto, no surge del consenso social. A la espera de esta ley heterónoma, las líneas vocales de los ancianos vuelven a turbar la serenidad orquestal, que irá incrementando su tensión hasta la irrupción de la masa coral del pueblo en la siguiente escena. El incipit de la segunda escena viene marcado por el mismo diseño rítmico —ahora tratado por aumentación— con el que había dado comienzo el interludio. La pregunta es la misma: «¿Dónde está Moisés?» Pero, en vez de quedarse en la desorientación del interludio, la actitud del pueblo deriva hacia la exigencia de que se les devuelva a sus antiguos dioses, o de lo contrario descuartizarán a los 70 ancianos por haberles «arrebatado la ley y el derecho» (II,2 c. 127128). Ante tal amenaza, éstos piden a Aarón: «¡Habla con ellos! ¡Nos matarán! ¡Ellos te escuchan! ¡Tu tienes su corazón!» (II,2 c. 130-133). Pero las palabras de Aarón no amansan al pueblo. Al contrario: ante la posibilidad (insinuada —¿maliciosamente?— por Aarón) de que Moisés no vuelva, la masa se enfurece más y está a punto de matar a la casta dominante. Es entonces —para salvar el pellejo, pues— que los 70 ancianos exclaman: «¡Aarón, ayúdanos; cede!» (II,2 c. 167-170). Satisfaciendo la petición desesperada de los 70 ancianos, Aarón 442 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial devuelve los antiguos dioses al pueblo («¡Pueblo de Israel! Te devuelvo a tus antiguos dioses, y a ellos a tí»: II,3 c. 173-178), en un uso serial «disperso, con repeticiones y sin el número 3 (el número divino): síntoma de la confusión entre verdad e invención que Aarón está haciendo en este momento» [CD - Pista 29].116 Esto sucede al tiempo que la orquesta se mueve en una atmosfera bitonal en la que se superponen las tríadas de la menor y re mayor, que no ejercen función sintáctica alguna (vid. figura 4.17). Estas sonoridades distintivas del mundo tonal (es decir, de un mundo pretérito en el cual tendrían una función) son afuncionales en el contexto musical dodecafónico en el que se inscriben. ¿No será que los dioses que Aarón devuelve al pueblo son también afuncionales y pertenecen a una época pasada? El simbolismo del pasaje está fuera de dudas, en tanto que la ausencia del número 3 y la aparición afuncional de sonoridades tonales (esto es, de un universo pretérito) se producen en el momento en el que se restituye el antiguo culto y se produce la creación del Becerro de oro. Al no obedecer a una razón religiosa (de religare), sino a una cuestión política de reestablecimiento del orden, de permanencia de una clase dirigente y de control del pueblo, la creación del Becerro demuestra que, cuando no está alimentada por una finalidad realmente espiritual, la religión sirve —tal como había dicho Karl Marx— como «opio del pueblo».117 Si los antiguos dioses no tienen función religadora, es lógico que a nivel orquestal se produzcan sonoridades no funcionales. Pertinentemente musicado, este pequeño detalle del libreto (la restitución del antiguo culto no por razones religiosas sino políticas) tiene una importancia capital en tanto que representa una crítica mordaz a la dimensión organizativa o institucional (es decir, no propiamente religiosa o religadora) de la religión: una dimensión de la que Schönberg ya se desmarcaba en la carta a Kandinsky de 1922 que hemos reproducido en la página 193, cuando afirmaba haber encontrado en la religión su sustento en época de crisis, pero «sin las ataduras de la organización» (ASL, 200). 116 A. Galliano, Mosè ed Arnold, p. 105. Galliano dice que el tercer sonido de la serie está omitido hasta el compás 200, lo cual es incorrecto, ya que el la del compás 179 es el tercer sonido de la serie P4 . Este detalle no invalida, sin embargo, su apreciación para la frase citada, que se extiende del c. 173 al 178. 117 Cf. K. Marx, Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, trad. B. Gercman y R. García, Ediciones del Signo, Buenos Aires, 2005, p. 50. 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación 443 Figura 4.17: MuA, II,2 c. 172-180: uso serial sin el número 3 en la voz de Aron y acompañamiento bitonal: tríadas de la menor (recuadro) y re mayor (óvalo) [CD - Pista 29] A diferencia de lo que ocurre en el relato bíblico, donde el episodio del Becerro de oro es tratado de puntillas (Ex 32, 1-5), Schönberg se recrea en lo que se sigue de la restitución de un culto idolátrico. De entrada, Aarón invita al pueblo a dejar «la lejanía al Eterno» (II,2 c. 182-184) para regocijarse en la cercanía de los dioses «de contenido presente, cotidiano» (II,2 c. 188-190). Es por ello que les pide que traigan oro, que servirá para perpetuar en «la 444 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial materia una forma cotidiana, visible, manejable» (II,2 c. 194-199), a la cual se podrán ofrecer sacrificios que proporcionarán felicidad. Ante la promesa de Aarón, el pueblo se alegra de recuperar a unos «dioses que nos son totalmente comprensibles» y de tener de nuevo una ley según la cual «la virtud merezca la felicidad» y «la justicia castigue el delito» (II,2 c. 222-232). Los gritos de júbilo del pueblo conducirán la música hacia la tercera escena, titulada «El Becerro de oro y el altar», que —con sus más de 650 compases— es la más larga de toda la ópera. Esta escena empieza con un recitativo de Aarón, cuya primera frase ante el Becerro de oro parece ser una ingenua adscripción panteísta: «Esta imagen demuestra que en todo lo que existe vive un dios» (II,3 c. 308-310: figura 4.18).118 Esta frase está emparentada melódicamente con la frase en la que Aarón retornaba al pueblo sus dioses antiguos (II,2 c. 172-176: vid. figura 4.17). Tanto una frase como la otra están compuestas por doce notas en las que —muy significativamente— Schönberg prescinde no sólo de la tercera nota de la serie, sino también de la octava. En su lugar, en cada uno de los dos hexacordes, sitúa la 4 y la 7 (es decir, una nota por encima y una por debajo respectivamente). Estas omisiones deliberadas parecen indicar un alejamiento de la divinidad (representada por el 3) y de sus atributos infinitos (en tanto que el 8, icónicamente, se parece al símbolo de infinito: ∞), ya que el Becerro tiene —al ser material— una naturaleza finita. En el pórtico de la escena, Aarón prosigue con su invocación y afirma que para la construcción del Becerro lo fundamental es la materia que le han proporcionado (que es «inmutable como un principio») y que «la forma que yo le he dado es secundaria» (II,3 c. 311316). Algo diametralmente opuesto a lo que había dicho a los ancianos apenas unos compases antes, al asegurar que cuando Moisés bajara de la montaña la idea y la forma tenían que aparecer a la vez (vid. Apéndice 3, c. 85-100). Queda claro, pues, que Aarón cambia su discurso en función del público que tiene delante. Y esto es algo que —en el terreno estético— resultaba abominable para Schönberg, al ser justo lo contrario de lo que debe hacer un verdadero 118 Es interesante la lectura que proporciona Anna Galliano de este fragmento. En las 12 notas distintas que canta Aarón, Galliano ve el uso repetitivo de 4 módulos de 3 notas (los sonidos 2, 4 y 5 —es decir, nuevamente sin el número 3— de las series original e inversa) que indican que esta «sacralidad es errónea, porque los módulos están continuamente transportados» (A. Galliano, Mosè ed Arnold, p. 107). 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación 445 artista, según hemos visto en la cita de «Heart und Brain in Music» que hemos proporcionado en la página 435. Figura 4.18: MuA, II,3 c. 308-310: recitativo de Aarón al inicio de la 3a escena, sin las notas 3 y 8 de la serie No debe sorprendernos que a partir de la materia se pueda construir fácilmente una forma como la del Becerro. Lo difícil —lo sabe tan bien Schönberg como Moisés— es construir una forma a partir de la idea. Esto viene a ejemplificar, de nuevo, una contraposición esencial entre Moisés y Aarón. Mientras Moisés (que se mueve en el eje Idea → Forma) intenta formalizar una idea, pero no encuentra ningún modo de comunicarla que no la comprometa y la simplifique, Aarón (que se mueve en el eje Materia → Forma) es capaz de dar forma a la materia, pero al hacerlo no logra convocar la idea de Dios, de la que se aleja cada vez más. Aarón, que al fin y al cabo sabe que la forma que ha creado no remite a ninguna realidad trascendente (es decir, que al no ser religadora no es religiosa), acaba afirmando: «Adoraos a vosotros mismos en este símbolo» (II,3 c. 317-319). Efectivamente el oro del Becerro, en su materialidad, no parece tener una función catapultadora (transportadora, mediadora) hacia la trascendencia, sino que genera más bien una presencia monolítica que —por su corporeidad— no permite ningún vínculo con nada que se sitúe más allá de él mismo. Incluso su brillo permite que el pueblo se refleje en él, facilitando así su propia autoadoración en un frenesí que parece no tener mayor propósito que el propio festejo ritual per se. Algo que —según veremos en el desarrollo de la escena, parece advertirnos Schönberg— acaba conduciendo a todo tipo de excesos. Es decir, en vez de ser un icono o una imagen que permitan ser traspasados (como en el Durchbruch del maestro Eckhart), el Becerro es un ídolo que sólo remite a sí mismo.119 concepto de Durchbruch (brecha) o durchbrechen (atravesar) es un concepto clave en la obra del Maestro Eckhart, que resulta muy pertinente a la hora de elaborar una her- 119 El 446 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Tal como ha atestiguado Karl Wörner, después del recitativo inicial de Aarón empieza el desenfreno de la tercera escena, que se desarrolla en forma de gran sinfonía en cinco movimientos.120 Cada uno de los principales excesos del pueblo se corresponde grosso modo con uno de ellos: 1. Solemne. Preparación del sacrificio y danza de los sacrificadores (II,3 c. 320-454). 2. Adagio. Sanación del enfermo, aparición de los mendigos y suicidio de algunos ancianos (II,3 c. 455-496). 3. Allegro (en tres secciones). Llegada de los 12 jefes de tribu y asesinato de un joven que rechaza el culto idolátrico (II,3 c. 497-597). 4. Scherzo («de características muy mahlerianas»).121 Inmolación de cuatro vírgenes en la «Orgía de la destrucción y del suicidio» (II,3 c. 598-823). 5. Finale. Trepidante movimiento en el cual el pueblo empieza a destrozar todo lo que encuentra a su paso y «Orgía erótica» que conduce a una lasitud final de gran sensualidad melódica (II,3 c. 824-966). menéutica de la imagen religiosa, tal como ha puesto de manifiesto Amador Vega en sus investigaciones. Vid. Maestro Eckhart, El fruto de la nada, ed. y trad. A. Vega, Siruela, Madrid, 1998, especialmente los sermones «La imagen de la deidad impresa en el alma» y «Los pobres de espíritu». La contribución de Vega en este campo, manifiesta tanto en su labor pedagógica como en varias de sus publicaciones (especialmente Arte y santidad. Cuatro lecciones de estética apofática y Sacrificio y creación en la obra de Mark Rothko) ha incentivado varios trabajos que siguen su particular enfoque, algunos de título tan explícito como el artículo de Carlos Vara, «Durchbruch: estética del traspaso», Forma, vol. 2, otoño 2010, pp. 119-126, http://www.upf.edu/forma/archivo/otono10/ (14.4.2013). La referencia fundamental sobre esta cuestión es el trabajo de Shizuteru Ueda, Die Gottesgeburt in der Seele und der Durchbruch zur Gottheit. Die mystische Anthropologie Meister Eckharts und ihre Konfrontation mit der Mystik des Zen-Buddhismus, G. Mohn, Gütersloh, 1965. En el ámbito musicológico, el término Durchbruch también ha sido empleado, pero con un significado bien distinto. Vid. R. Brinkmann, «Schoenberg the Contemporary. A View from Behind», en J. Brand / Ch. Hailey (ed.), Constructive Dissonance. Arnold Schoenberg and the Transformations of Twentieth Century Culture, University of California Press, Berkeley, 1997, pp. 197-198. 120 K. Wörner, Schoenberg’s Moses and Aron, pp. 49-52. Anna Galliano cree, en cambio, que la escena está dividida en ocho secciones: vid. A. Galliano, Mosè ed Arnold, p. 108. 121 G. Mattietti, «Strutture dodecafoniche e tematiche nel Moses und Aron di Arnold Schönberg», programa de mano de la representación de Moses und Aron, Teatro Massimo, Palermo, 2002, p. 28. 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación 447 La escena es soberbia y su vistosidad —planeada por Schönberg al detalle, que quería dejar el mínimo margen a los directores escénicos— es descomunal. Además de su anonadadora plasticidad, este gran movimiento sinfónico está repleto de fragmentos con un innegable simbolismo musical que —para no alargar nuestro texto más de la cuenta— no vamos a analizar al pormenor. Estos elementos simbólicos pueden dividirse en dos grandes categorías: unos son lo que podríamos llamar tone painting (o descripción musical), mientras los otros sirven grosso modo para remarcar que todo lo que sucede en esta escena está muy alejado de la divinidad. En cuanto a los primeros, cabe remarcar el ritmo evocador del galope de los caballos cuando los doce jefes de las tribus entran a escena (II,3 c. 502-523), así como el magnífico pasaje de la mujer enferma (II,3 c. 458-468), que es «una especie de madrigal a tres voces que discurre en un ámbito muy estrecho, casi simbolizando la imposibilidad de moverse».122 Otro elemento de tone painting remarcable es el «glissando lento» (según la indicación de Schönberg) de los violines en el compás 823, que anticipa la expiración de las cuatro vírgenes al ser degolladas. Y, last but not least, es interesante ver cómo el trémolo de glockenspiel y la figuración fulgurante del piano en fusas arpegiadas sugieren auditivamente el fulgor del oro cuando, al final de la orgía erótica, las sopranos exclaman ante el Becerro: «¡Brillo perturbador!» (II,3 c. 956-957: vid. Apéndice 3).123 (Reproducimos todos estos ejemplos en la Pista 30 del CD). Pero, además de estos y otros recursos de tone painting, lo cierto es que la mayoría de los elementos de significación musical utilizados en esta escena nos indican fundamentalmente que —en su frenesí— el pueblo está muy lejos de la divinidad, a excepción contada del pasaje en el cual un joven es asesinado por querer mantenerse fiel a las «alturas de la idea a las que fuimos ascendidos» (II,3 c. 560-578: tercera parte de la sinfonía). Musicalmente, su argumento es una nítida presentación de la serie en su retrogradación inversa, lo cual parece sugerir que quiere abandonar los dioses mundanos para volver (he ahí el sentido de la retrogradación inversa) a la fe en el Dios único anunciado por Moisés en el primer acto.124 Ante tal pretensión, el Efraimita —con el argumento clásico Galliano, Mosè ed Arnold, p. 110. este pasaje —como veremos algunos párrafos más adelante— la celesta en semicorcheas y las tres flautas en frullato dejan oír el acorde C5 invertido. 124 Cf. A. Galliano, Mosè ed Arnold, p. 110. 123 En 122 A. 448 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial de que sólo se mira hacia la eternidad cuando el presente vale poco— lo tira al suelo, dejándolo a merced de los jefes de las tribus, que finalmente lo matarán. Figura 4.19: MuA, II,3 c. 397-400: acordes de sol menor y si mayor [CD - Pista 31] Decíamos que, a excepción contada de este pasaje, la mayor parte del simbolismo musical de esta tercera escena sirve para atestiguar la distancia que separa al pueblo de Dios. Fundamentalmente, este alejamiento de la divinidad se representa empleando sonoridades tonales que remiten a una época que —como sucede a nivel musical con la tonalidad tras la aparición del dodecafonismo— hay que dejar atrás.125 Aunque —claro está— el empleo de sonoridades tonales no sólo tiene una dimensión simbólica, sino que también tiene una función acústica primordial, que le permite a Schönberg ampliar la paleta expresiva hacia territorios de una suntuosidad y sensualidad extremas. Una buena muestra de esta sensualidad y de este simbolismo la encontramos al comienzo de la Danza de los sacrificadores, cuando en los compases 397-400 violonchelos y violas de- 125 Este comentario no amaga ningún deje historicista que permita considerar que el dodecafonismo sea estéticamente superior a ninguna otra manifestación musical. Schönberg, de hecho, tampoco lo creía así, aunque para él el dodecafonismo era la consecuencia final del proceso evolutivo del lenguaje musical de la gran tradición germánica. Así pues, es lógico que la presencia de sonoridades tonales en medio de una obra dodecafónica tenga una connotación peyorativa. Así lo sugiere también la autoridad indiscutible de Christian Martin Schmidt en el comentario que hemos reproducido en la nota 106 en la página 428. En este sentido, ya hemos visto cómo la utilización de sonoridades tonales en las escenas I,4 y II,2 (cf. supra páginas 428 y 442) tenía este significado de alejamiento de la divinidad. 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación 449 jan escuchar con toda claridad —casi sin más presencia orquestal— los acordes de sol menor y si mayor (vid. figura 4.19). Para llegar a estos acordes, en los compases 358-369 aparecen unos reiterados glissandi descendentes (quizás aludiendo a una supuesta descensión moral), seguidos de dobles cuerdas abiertas de violines y violas (II,3 c. 371-396) que remiten —aunque pertinentemente retrabajadas— a un primitivismo salvaje (el gesto de quinta abierta es claramente primitivo) que queda enfatizado además por los jazzísticos desplazamientos de accentuación de la línea melódica [CD - Pista 31]. Si las quintas vacías marcan este carácter rudo o palmario, alejado de la sutileza metafísica, otro tanto sucede con la entrada de los jefes de las tribus, que viene precedida —según la acertada formulacion de Joseph Auner— «por llamadas de trompa al estilo hollywoodiense».126 En cuanto llegan, resulta evidente que su populista forma de presentarse está en las antípodas de las sutilezas musicales de la revelación. A diferencia de la riqueza armónica y contrapuntística de las 6 Solostimmen, los jefes cantan no sólo todos a una, sino que lo hacen al unísono con la orquesta. Pero no hay que dejarse embelesar por la grandilocuencia triunfal de su entrada. Como muy bien advierte Auner, a pesar de quedar conmovidos por la simplicidad y efectividad dramática de estos pasajes, tenemos que acordarnos tanto de la atracción como del peligro de «adorar lo pequeño». La efectividad de la música, al igual que los milagros de Aarón, apunta al fracaso de permanecer fiel a la idea ininteligible, que no puede simplificarse sin que ello suponga también traicionarla.127 Esta falta de fidelidad a la idea ininteligible queda evidenciada por el hecho de que las sonoridades propias de la revelación no aparecen nítidamente en ningún lugar de esta escena. Sólo aparecen —sumamente perturbadas— en dos ocasiones al final de la quinta y última parte de la sinfonía, que hace las veces de recapitulación musical. La aparición distorsionada, agitada y auditivamente imperceptible de los acordes A, B, C y D, los inviste aquí de un significado totalmente distinto al que habían tenido al principio de la ópera. La primera aparición de los acordes distorsionados se produce en los compases 861-867 (vid. Apéndice 3), donde presentan una figuración repetida de semicorcheas, con acentos desplazados, fracturas en la tesitura y siempre con 126 J. Auner, «Schoenberg as Moses and Aron», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, p. 381. 127 Ibidem. 450 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial alguna transposición, fundamentalmente a la 6ª y 7ª menor [CD - Pista 32]. La presencia de la sonoridad divina aquí no tiene nada que ver con una revelación serena, sino que por su agitación y por realizarse siempre en forte y fortissimo (justo al contrario que el piano y pianissimo del primer acto) parece ser una manifestación de horror y de estremecimiento divinos por los excesos autodestructivos del pueblo. Es como si, al observar al pueblo, la “voz de Dios” gritara espeluznada por lo que sucede en el escenario. En este sentido, resulta significativo que el escalofrío divino no se produzca mientras el pueblo adora al Becerro, sino sólo cuando —según la acotación de Schönberg al principio de este cuadro— «la masa se entrega a la destrucción y al suicidio». La “voz de Dios” no se perturba, pues, por la idolatría del pueblo (que es —recordémoslo— el «pueblo elegido»), sino por su autodestrucción. En este sentido, la presencia de las notas B-A-C-H (si -la -do -si ) en orden retrógrado (es decir, como H-C-A-B) poco después, al final de los glissandi de los compases 872-873 (vid. figura 4.20), refuerza la idea de que el bullicio del pueblo lo aleja de la revelación, si tenemos en cuenta que los primeros acordes de la obertura daban lugar a las sonoridades B-A-C-H en sentido original.128 Unas sonoridades a las que sigue un mi gravísimo de tuba, contrabajos, contrafagot, piano y arpa (reforzado además por percusión), que no sólo es un claro punto de articulación formal, sino la rúbrica de Schönberg a este fragmento soberbio (en tanto que, en alemán, la nota mi (Es), es la inicial del apellido de Schönberg). Figura 4.20: MuA, II,3 c. 872-873: glissandi que llegan a las notas H-C-A-B (si -do -la -si ) [CD - Pista 32] 128 Vid., a este respecto, lo que hemos dicho en la nota 56 del presente capítulo. 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación 451 Después de esto (y a excepción de un último A8 en tres semicorcheas de trompetas en el c. 874), los acordes A, B, C y D sólo volverán a aparecer al final de la orgía erótica, transportados a la 2ª y a la 3ª mayor (vid. Apéndice 3, c. 947-957). Su realización en un arpeggiato de arpa, celesta y piano superpuestos parece sugerir una especie de repelús divino ante las consignas del pueblo de que «¡El oro es como el deseo! ¡El deseo es impetuosidad! ¡El oro brilla como la sangre! ¡El oro es dominio!» (II,3 c. 947-950), en una adoración de lo material que está en las antípodas de la realidad espiritual de Dios. Para concluir el pasaje, seis compases más adelante (vid. Apéndice 3), la celesta en semicorcheas repetidas y las flautas en frullato presentan un último repelús sobre el acorde C5 inv (II,3 c. 956-957), mientras el tone painting de las fusas del piano y el trémolo del glockenspiel retratan —como hemos dicho unos párrafos atrás— el fulgor del oro mientras las sopranos se maravillan del «¡Brillo perturbador!» del Becerro [CD - Pista 33]. No hay duda, pues, de que la mayoría de recursos musicales utilizados simbólicamente a lo largo de esta escena sirven para poner de manifiesto el alejamiento del pueblo respecto al Dios trascendente, invisible, infinito y omnipotente. Es la invisibilidad de Moses (que está con el Dios invisible), pues, lo que acaba desencadenando la orgia de la visibilidad y la sensualidad. Algo que parece responder a la ley del péndulo: ante la invisibilidad del garante de la invisibilidad, el pueblo se sume en el desenfreno vistoso de la idolatría visual. Este gran movimiento sinfónico-coral (con el que —recordémoslo— Schönberg había «querido “decir” mucho» [ASL, 136]), pone de manifiesto que si una imagen religiosa no lleva más allá de ella misma, se cae en una autoreferencia y en una autocomplacencia endogámica que lleva a la destrucción civilizatoria. En su brillo, el ídolo, en vez de ser un trampolín hacia un horizonte mayor de sentido (es decir, en vez de provocar un movimiento de aquí hacia allá), sólo refleja lo que hay aquí. Y eso es lo que conduce a la autodestrucción, porque atenta contra el movimiento y contra la fructífera relación que se establece con todo aquello que está más allá de lo propio. Por eso, en vez del contínuo avanzar del dodecafonismo, no debe extrañarnos que la música caiga aquí, algunas veces, en sonoridades tonales. No porque lo tonal sea malo en sí (¡faltaría más!: Schönberg —no lo olvidemos— siguió escribiendo música tonal y consideraba que Gershwin o Puccini eran grandes músicos), sino porque lo tonal contravierte el contínuo avanzar del dodecafonismo que, en este contexto, adquiriría así una especie de estatuto ético superior. 452 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial 4.3.3. De la destrucción del Becerro y de las Tablas a la palabra que falta (Acto II, 4-5) Después del desenfreno orgiástico, «los fuegos se apagan poco a poco y quedan sólo algunos» y «ha cesado todo el movimiento en el escenario» (acotaciones de los compases 958-961). La música, deliciosa, acompaña codalmente el final de la tercera escena, pero la calma imperante pronto se interrumpe por el aviso de un hombre que grita: «Moisés baja de la montaña» (II,4 c. 974). Al ver el Becerro de oro, Moses exclama: «Vergeh, du Abbild des Unvermögens, das Grenzenlose in ein Bild zu fassen! », esto es, «¡Desaparece, efigie de la imposibilidad de contener lo ilimitado en una imagen!» (II,4 c. 980-982). La furia de Moisés, en fortissimo, hace desaparecer (¿milagrosamente?) el Becerro; y el pueblo —que siente que «¡todo deseo, toda alegría y toda esperanza se han desvanecido!» (II,4 c. 982-983)— abandona el escenario. Así concluye esta breve cuarta escena, que reproducimos íntegramente, junto a los primeros compases de la quinta, en la Pista 34 del CD. Solos en el escenario, Moisés y Aarón intercambiarán reproches y puntos de vista a lo largo de la quinta y última escena. La última escena compuesta de la ópera se abre con un severo: «Aaron, was hast du getan? » (II,5 c. 984-985). Ante la pregunta de Moisés sobre qué es lo que ha hecho, Aarón le contesta que nada nuevo, que sólo lo que era su cometido: «hacer un milagro ante sus ojos y oídos cuando tu pensamiento [Gedanke] no generaba ninguna palabra, ni mi palabra ninguna imagen» (II,5 c. 986-987). Cuando Aarón trata de justificarse, Moisés le grita: «Schweig! » («¡Calla!»); un grito que estructuralmente se opone al «Schweige! » de Aarón a Moisés en la cuarta escena del primer acto (cf. infra la página 430), cuando éste le arrebató el cayado antes de empezar los milagros. Al igual que allí, aquí vuelven a aparecer sonoridades relacionadas con los acordes A, B, C y D, pero lo hacen de un modo muy distinto. Mientras ante el «Schweige! » de Aarón en el primer acto las 6 Solostimmen callaban (vid. Apéndice 2, c. 630-631), ante este «Schweig! » de Moisés, los contrabajos y los violoncelos —que vienen a identificarse con su voz grave— enlazan los acordes A5 , B5 , D5 y C5 disp , que siguen apareciendo también en los compases inmediatamente posteriores (vid. Apéndice 3, c. 990-993: CD - Pista 34). Pero si el «Schweige! » de Aarón era problemático por el hecho de solaparse con las 6 Solostimmen y hacerlas callar, el de Moisés no lo es menos. Como muy bien ha visto Elliot Gyger, las dos primeras palabras que Aarón es capaz 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación 453 de pronunciar de modo balbuciente después del grito de su hermano («Tu. . . boca. . . »: II,5 c. 991) son «una clara referencia a la instrucción divina “Aron soll dein Mund sein” de la primera escena del primer acto [I,1 c. 59-61]. Moses se encuentra ante una situación imposible: silenciando a Aron, silencia su propia voz.»129 Pero es que la voz de Aarón es una voz que —como hemos visto ya, y como veremos a continuación— no siempre se pone al servicio de la transmisión de la revelación. Por ello, antes de avanzar en la escena, es preciso que nos detengamos en el argumento de Aarón de que lo único que ha hecho es «lo que desde siempre era su cometido: hacer un milagro ante sus ojos y oídos cuando tu pensamiento [Gedanke] no generaba ninguna palabra, ni mi palabra ninguna imagen» (II,5 c. 985-987). Leído a la luz de lo que ya sabemos sobre la relación idea-estilo, el argumento de Aarón contraviene de raíz la adecuada relación (es decir la relación coherente) que se debe establecer entre ellos y que era una de las preocupaciones fundamentales de Schönberg. Si Aarón hace un milagro o crea el Becerro «cuando tu pensamiento no generaba ninguna palabra, ni mi palabra ninguna imagen», se está saltando la cadena de mediaciones que —de acuerdo con su función mediadora— tendría que crear entre la idea, la palabra y la imagen. En tanto que la idea de Dios no está en el origen de lo que sucede en escena, es lógico que durante el segundo acto las sonoridades divinas a penas aparezcan. Como ha dicho Aarón al comienzo de la tercera escena, él ha creado una imagen secundaria a partir de la materia, no a partir de la idea (vid. página 444). Al no respetar la cadena de mediaciones que permite ser «fiel a la idea», Aarón actúa pues como el falso artista, que busca sólo el aplauso del público o —peor aún: a raíz de la demanda interesada de los 70 ancianos para no ser atacados— que busca poderlo calmar y controlar. De esta actitud para conseguir el aplauso del público es algo de lo que Schönberg habla, en términos ético-estéticos, en el artículo «New Music, Outmoded Music, Style and Idea», cuya primera versión es coetánea a la composición de Moses und Aron, con el que, por lo tanto, comparten un mismo universo intelectual: Nadie tendría que sucumbir ante otras limitaciones que las que se deben a los límites de su talento. Ningún violinista tocaría desafinado —ni siquiera ocasionalmente— para satisfacer gustos musicales inferiores, ningún funambulista daría pasos en falso Gyger, «Speech, Song and Silence: Modes of Utterance in Moses und Aron, The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, p. 436. 129 E. 454 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial sólo por placer o por reclamo popular, ningún maestro de ajedrez haría movimientos que todo el mundo puede anticipar sólo para ser agradable (y permitir así la victoria de su oponente), ningún matemático inventaría algo nuevo en matemáticas sólo para halagar a la masa que no posee un modo de pensar específicamente matemático; y, del mismo modo, ningún artista, ningún poeta, ningún filósofo y ningún músico cuyo pensamiento ocurre en la más alta esfera degeneraría hacia la vulgaridad para ajustarse a un eslógan del tipo «Arte para todos». Porque si es arte no es para todos; y si es para todos no es arte. Lo más deplorable es la actuación de algunos artistas que, de manera arrogante, quieren hacer creer que descienden desde sus alturas para dar algo de sus riquezas a la masa. Esto es hipocresía. Pero hay algunos compositores, como Offenbach, Johann Strauss y Gershwin, cuyos sentimientos realmente coinciden con los del «hombre corriente de la calle». Para ellos no es un disfraz expresar sentimientos populares en términos populares. Son naturales cuando hablan así y de estas cosas. Aquel que utiliza de veras su cerebro para pensar sólo puede estar poseído por un deseo: llevar a cabo su tarea. No puede dejar que las condiciones externas ejerzan influencia sobre el resultado de su pensamiento. Dos por dos es cuatro, tanto si a uno le gusta como si no. Uno sólo piensa por el bien de la propia idea. Y por ello el arte sólo puede crearse por su propio bien. Nacida una idea, ésta tendrá que ser moldeada, formulada, desarrollada, elaborada, llevada a término y perseguida hasta el final. Porque sólo hay «l’art pour l’art», el arte sólo por el bien del propio arte (SI, p. 123-124). Moisés, al igual que el violinista, el funambulista o el matemático, no quiere rebajar el contenido de la idea («amo mi idea y vivo por ella»: II,5 c. 10211022) y quiere que sea «moldeada, formulada, desarrollada, elaborada, llevada a término y perseguida hasta el final» (SI, p. 124). La dimensión populista de Aarón («amo a este pueblo, vivo por él»: II,5 c. 1015-1018) está por ello en las antípodas de la ética y de la estética tanto de Moisés como de Schönberg. Pero claro: un profeta no es ni un maestro de ajedrez, ni un poeta, ni un filósofo, ni siquiera un artista, porque su «idea» —como ya hemos dicho— es la más difícil de representar al ser, de por sí, irrepresentable. Y, sin embargo, en tanto que su misión es comunicar (no olvidemos que el mandato de las 6 Solostimmen es «Anuncia»), debe hacerse comprensible a su auditorio, adaptándose adecuadamente a sus capacidades de comprensión. Este acicate es realmente difícil de resolver, aunque en otro texto, algo anterior, Schönberg lo plantea de otro modo y parece llegar a una conclusión más o menos feliz. En «Teoría de la forma», escrito en 1924, Schönberg habla de la magnitud de las ideas en virtud de su complejidad, pero también de la necesidad de utilizar un «modo de expresión» que permita que sean comprensibles y nunca más difíciles de lo necesario: Una idea artística es más elevada cuanto más grande es el ámbito de cuestiones, complejos, asociaciones, problemas, sentimientos, etcétera que cubre; y cuanto más 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación consiga comprimir esta amplitud en el mínimo espacio, más elevada resulta. La sucesiva representación de la idea (Darstellung des Gedankes) seguirá las mismas leyes pero, según el oyente al que se dirija, utilizará un modo de expresión, un modo de representación y un modo de revelación más popular o más riguroso. Se deberán designar como formas más elevadas aquellas en las que la representación es concisa y amplia y exhaustiva, en las que la riqueza de relaciones encontradas se impone como objeto, en las que la restricción a lo necesario se lleva a cabo consecuente e inexorablemente; y en las cuales, sin embargo, se tiene el gusto de manifestar la representación de modo no más difícil de lo que la situación requiere (SHGS, p. 124 / SI, p. 254). 455 Los pasajes que acabamos de citar in extenso vienen como anillo al dedo a la situación que Schönberg plantea en Moses und Aron. De hecho, incluso se podría afirmar que Moses und Aron parece ser una transposición teológica de problemas de índole estética; o, por lo menos, que los problemas teológicos y estéticos de Schönberg son de la misma naturaleza y comparten su preocupación nuclear porque haya una adecuada [angemessene] relación entre la idea que debe expresarse y la capacidad de comprensión de quien debe entenderla.130 La problemática de la relación adecuada entre dos ámbitos distintos (el de lo que debe expresarse y el de la capacidad de comprensión, o el de la trascendencia y el de la inmanencia) toma tintes gigantescos en Moses und Aron en tanto que la idea que genera un mayor «ámbito de cuestiones, complejos, asociaciones, problemas, sentimientos, etcétera» es indudablemente la idea de Dios. Por ello, cualquier representación «concisa y amplia y exhaustiva» no logrará jamás presentar adecuadamente —sin limitar— la riqueza ilimitada de Dios. Cualquier representación, cualquier imagen, corre el peligro de convertirse en un ídolo; y más todavía si este ídolo (como sucede con el Becerro) se ha construido sin arreglo a ninguna voluntad de representar la divinidad. Es lógico, pues, que ante el peligro de la idolatrización, muchas tradiciones religiosas (y particularmente el judaísmo y el protestantismo, que Schönberg conocía bien) prohiban las imágenes. Porque, mal administradas —parece decirnos Schönberg con la escena de la adoración del Becerro— acaban conduciendo a la autodestrucción. En contraposición con la desviación que supone el Becerro respecto de la idea de Dios, en el compás 1003 Moisés muestra a Aarón las Tablas de la ley, mientras orquestalmente aparecen los acordes A, B, C y D (II,5 c. 1003-1004) 130 De hecho, Schönberg utiliza incluso la misma terminología a veces. En II,5 c. 1039-140, Aarón le pide a Moisés: «Hazte comprensible al pueblo, de un modo adecuado [angemessene] a él». Recuérdese el uso de la misma palabra en las citas que hemos proporcionado en las páginas 28 y 92 a las que nos hemos referido hace poco. 456 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial sin ninguna transposición, inversion o cambio de disposición, lo cual parece indicar una especie de autorización divina, ya que estas sonoridades puras no aparecían desde el primer acto.131 Tal como puede verse en el Apéndice 3 [CD - Pista 35], los acordes A y B aparecen claramente en trompas puntualizando las palabras de Moisés: «Esto no es ninguna imagen, ningún milagro. Esto es la ley» (c. 1002-1003), mientras en la tuba, además, suena el tema de la voluntad divina. Los acordes C y D aparecen, a su turno, a lo largo de los compases 1004 y 1005 en una figuración centelleante en viola, flauta y flautín, mientras el clarinete hace un inequívoco gesto ascensional y descensional de —significativamente— 6 notas. Este gesto de ascensus y descensus (paralelo a la subida y bajada del Sinaí, a la subida hacia el intelecto y la bajada hacia la pedagogía, o a la subida hacia la unio mystica y la bajada de la mistagogía) se produce a la vez que Moisés reclama a Aarón: «¡Lo imperecedero, dilo, como estas tablas, perecedero; en el lenguaje de tu boca!». Mientras las palabras de Moisés se acompañan del leitmotiv de la voluntad divina, del gesto ascensional y descensional y de los acordes puros y en su orden primigenio (A, B, C, D), la respuesta de Aarón en los compases inmediatemante posteriores («La existencia de Israel da testimonio de la idea del eterno»: II,5 c. 1007-1009), se acompaña con los acordes transportados a la tercera mayor, invertidos (con la fundamental siempre arriba, en el violín) y desordenados (A5 inv , B5 inv , D5 inv , C5 inv ). La lectura parece clara: Aarón está más lejos que Moisés de la pureza y de la voluntad divina, y además no tiene en cuenta el doble movimiento de ascenso y descenso inherente a la revelación. En los compases siguientes prosigue nuevamente el intercambio de reproches y de acusaciones; y Aarón insiste ahora con un argumento epistemológico: «Ningún pueblo aprehende más que una parte de la imagen que expresa la parte aprehensible del pensamiento. Hazte comprensible al pueblo, de un modo adecuado (angemessene) a él» (II,5 c. 1037-1040). Con este argumento, Aarón evidencia por un lado que en todo proceso de aprehensión se da una reducción cognoscitiva ineludible; pero, por el otro, deja bien claro que —para él— la adecuación se debe al pueblo, mientras que para Moisés la adecuación se debe, como sabemos, a la idea. He ahí la tensión entre los dos hermanos: en vez de 131 Concretamente en el desespero de Moisés: «¡Omnipotente! ¡Mi fuerza se acaba! ¡Mi pensamiento es impotente en la palabra de Aarón!» de la cuarta escena (I,4 c. 623-626) y, obviamente, en la primera. 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación 457 unir fuerzas para adecuar la idea al pueblo y el pueblo a la idea, cada cual ignora uno de los dos extremos en favor exclusivamente del otro. Así podrían estar enconados in aeternum, manifestando la tensión entre el intelectual y el pedagogo, entre la idea y el estilo, entre el pensar y el decir. . . Unas tensiones de las que Moses und Aron es la formulación más explícita y más certera. Pero Schönberg proporciona enseguida un giro dramático que permite que —después de tanta discusión— la acción avance. Aarón hace ver a Moisés que incluso las Tablas de la ley son sólo una imagen que tampoco puede contener la riqueza desbordante de la revelación: «no son más que una imagen, una parte de la idea» (II,5 c. 1056-1057). Es ante esta constatación que Moisés queda «repentinamente desesperado» (acotación del compás 1058) y rompe las Tablas, consciente de que «todo pensamiento depende de la enunciación del pensamiento y que por ello la abstracción en sí no puede ser algo inmediado por su propia representación» [CD - Pista 36].132 En este punto, la divergencia con el relato bíblico es notable: mientras en Ex 32,19 la ruptura de las Tablas se sigue de la furia de Moisés al ver el Becerro, en la ópera Moisés rompe las Tablas por la desesperación de ver que ni siquiera las Tablas son adecuadas a la revelación.133 La actitud de Moisés es clave a la hora de entender el significado de su acción: el suyo no es es un gesto irracional fruto de un arrebato de ira, sino que es una acción deliberada. Para Mark Kerling, la «imagen de las Tablas de la ley rotas muestra al pueblo la perspectiva ultrahistórica de la redención como una experiencia efectiva de espera lejana tangible sólo en los fragmentos».134 Sin renunciar a esta interpretación, para nosotros la ruptura de las Tablas tiene fundamentalmente otro significado: si las Tablas de la ley no proporcionan una completa expresión de 132 E. Zakim, «The Dialectics of Nerves and Muscles: Schoenberg’s Moses as the New Jew», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, p. 473. 133 Hay muchas otras divergencias textuales evidentes, como la omisión de la matanza de tres mil hombres perpetrada por los levitas en nombre de Dios (Ex 32, 27-29), la omisión de la noción de pecado (Ex 32, 30), la omisión de la venganza divina (Ex 32, 34), etc. Sin duda creemos que se trata de una «adecuación a los tiempos» que está en el mismo orden de cosas que el epigrafe de Stefan Zweig a El mundo de ayer del que hemos hablado en la página 144. Recordemos la carta a Richard Dehmel en la cual Schönberg decía que «la manera de hablar, la forma de pensar, la forma de expresarse del hombre de hoy deberían estar allí: deberían tratarse los problemas que nos acosan» (ASL, 11). 134 M. M. Kerling, «O Wort, du Wort, das mir fehlt.» Die Gottesfrage in Arnold Schönbergs Oper Moses und Aron, Grünewald, Mainz, 2004, p. 275. 458 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Dios (es decir, si no son un descensus adecuado), no son garantía de que a través de ellas se pueda establecer un vínculo efectivo (un ascensus adecuado) con la trascendencia. En otras palabras: no hay un código de conducta que —impuesto heterónomamente desde un más allá— permita dirimir qué hacer en el mundo bajo la promesa de una pretendida vinculación con Dios. La ética no puede tener fundamento sobrenatural, parece decirnos Schönberg. O, citando a Heiddeger (que pensaba su Ser y tiempo cuando Schönberg escribía el libreto de Moses und Aron): «La expresión “estado de yecto” [que es el estado propio del Dasein] busca sugerir la facticidad de la entrega a la responsabilidad».135 El giro dramático propiciado por la ruptura de las Tablas no sólo marca un clímax argumental, sino que marca un cambio de actitud en Moisés, que —al romper las tablas sobre el trémolo de contrabajos en divisi a 6— no sólo afirma «Pues rompo estas tablas» sino que añade «y pido a Dios que me releve de este cargo» (II,5 c. 1058-1060).136 Esta voluntad de ser relevado de su cargo representa un verdadero punto de inflexión psicológica en el desarrollo de Moisés como personaje, que —contrariamente a lo que se deduce de la mayoría de estudios sobre la ópera— pasa a ser, por ello, lo que en teoría literaria se tipifica como un «personaje redondo», mientras que Aarón sigue en su universo mental como personaje plano. ¿A qué se debe este cambio de actitud en Moisés? A nuestro entender, parece que se ha dado cuenta de lo que Gershom Scholem explica en la primera de sus «Diez tesis ahistóricas sobre la Cábala»: La verdad de la que se trata es de todo menos transmisible. Esta verdad puede ser conocida pero no transmitida, y justamente lo que de ella es transmisible ya no la contiene. La tradición auténtica permanece oculta; sólo la tradición decadente decae en objeto: sólo al decaer se hace visible su magnitud.137 Por ello Moisés no acepta que Aarón le diga que «mi cometido es decirlo peor de como lo entiendo» (II,5 c. 1080-1083), ni tampoco acepta que la columna de fuego y la columna de nubes que acaban de aparecer y sirven de guía al pueblo 135 M. Heidegger, El ser y el tiempo, trad. J. Gaos, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1998 (1927), p. 152 (§ 29). 136 El alemán dice: «Zo zertrümmere ich diese Tafeln und will Gott bitten, dass er mich von diesem Amb abberuft». El verbo «abberufen» (relevar) pertenece al mismo campo etimológico que el «Moses’ Berufung» con el que se titula la primera escena. La minuciosidad con la que Schönberg escribía sus libretos nos lleva a pensar que se trata de una conexión deliberada. 137 G. Scholem, «Diez tesis ahistóricas sobre la Cábala», en Ibid., «. . . todo es cábala», trad. M. García-Baró, Trotta, Madrid, 2001, pp. 67-68. 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación 459 sean nada más que «imágenes de ídolos [Götzenbilder ]» (II, 5 c. 1091). El emotivo monólogo final de Moisés [CD - Pista 37] parece ser casi una paráfrasis de lo dicho por Scholem: ¡Así pues, me he hecho una imagen, falsa, como sólo puede ser una imagen! ¡Así pues, estoy derrotado! ¡Así pues, todo lo que he pensado era una barbaridad y no puede ni debe ser dicho! ¡Oh palabra, tú palabra, que me falta! (II,5 c. 1121-1136) Esta «palabra que me falta» final de Moses und Aron parece estar conectada —por antítesis— con el pasaje de Jeremías 15,16 (que Schönberg tenía subrayado en su Biblia) en el cual el profeta devora la palabra de Dios.138 Pero más allá de esta referencia, parece innegable que la palabra que le falta a Moisés es la Palabra del inicio del Evangelio de Juan. Algo muy lógico, si pensamos que —en la exégesis cristiana— esta Palabra es la segunda persona de la Trinidad, cuya doble naturaleza humana y divina le permite relacionar adecuadamente —y ahí la doctrina cristiana aporta un tertium datur ausente en el judaísmo— el mundo de la trascendencia con el de la inmanencia. A la luz del periplo espiritual y religioso de Schönberg, la dimensión simbólica de la segunda hipóstasis trinitaria (el Hijo = la Palabra = el Logos) no podía pasarle desapercibida, tal como demuestra la paráfrasis de la misma que hizo en su proyecto de Sinfonía coral.139 Por otro lado, las frases finales de Moisés destilan también un aroma similar a la séptima proposición del Tractatus de Wittgenstein: «De lo que no se puede hablar, hay que callar».140 Una proposición que, en gran medida, es la consecuencia última de los problemas de confianza en el lenguaje intuidos por Hugo von Hofmannsthal, que —al igual que Wittgenstein— se sentía heredero de un Fritz Mauthner que en sus Contribuciones a una crítica del lenguaje se 138 Vid. T. M. Tonietti, Nuvole in silenzio. Arnold Schönberg svelato, Edizioni Plus Università di Pisa, 2004, capítulo 2, p. 20 y 21 del libro-CD. 139 Vid. infra, página 313. En este sentido, J. Edgar Bauer afirma que «la palabra que le falta al profeta es el principio deconstructivo del logos del mediador» (J. E. Bauer, «Arnold Schoenberg: The Minority of the Inconceivable God», Cesnur, 2002, p. 6 del documento impreso, http://www.cesnur.org/2002/bauer.htm [6.7.2008]). 140 Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus, trad. J. M. Terricabras, Ed. 62, Barcelona, 1997, p. 154. 460 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial preguntaba —en palabras de George Steiner— «¿cómo puede la palabra convocar y comprehender adecuadamente la naturaleza opaca y siempre cambiante de lo existente?»141 En consonancia con la recomendación wittgensteiniana de callar sobre aquello de lo que no se puede hablar, en el tercer acto Schönberg abandona el callejón sin salida al que han conducido tanto el catafatismo de Aarón como el apofatismo de Moisés al intentar hablar de lo trascendente y propone en cambio —según nuestro modo de ver— una teología de tipo místico. Al fin, tal como dice Karl Rahner, desde cualquier punto de partida concebible del conocimiento, no se puede afirmar sobre Dios ningún contenido de índole positiva, sin que se haga notar a la vez una radical inadecuación entre ese enunciado positivo y la realidad misma en que se piensa. Pero en el cultivo práctico de la teología, lo olvidamos incesantemente. [. . . ] No podemos callar acerca de Dios, porque eso sólo puede hacerse, sólo puede hacerse realmente, cuando se ha hablado primero. Pero en este hablar, olvidamos en la mayoría de los casos que semejante predicación se puede formular tan sólo en forma legítima acerca de Dios, cuando constantemente la retiramos a la vez, cuando mantenemos la inquietante suspensión entre el «sí» y el «no» como el verdadero y único punto firme de nuestro conocimiento.142 Moses und Aron es la explicitación fehaciente de esta provisionalidad (y parece que —a los ojos de Schönberg— incluso insensatez) de los discursos sobre la divinidad. De la imposible relación adecuada entre el lenguaje del hombre y la realidad extralingüística (y extradiscursiva) de la revelación. Moisés con la voluntad de máxima adecuación a la idea y Aarón con la voluntad de máxima adecuación al pueblo, han conseguido quebrar la función relacionadora que entre los dos tenían que lograr llevar a cabo. Probablemente porque, en lo que a la revelación se refiere, esta función relacionadora es imposible: no se puede hablar de la revelación «haciendo justicia a la idea» (SI, p. 121). Es ante la constatación de que cualquier discurso sobre la revelación es provisional y fallido, que en el tercer acto Schönberg abrirá la ópera no a la perpetuación del apofatismo, sino a una experienciación (mística y ética) que arrincona las diatribas teológicas. Por ello, además de situarse en el espíritu de la proposición final del Tractatus, creemos que el Schönberg de Moses und Aron —aún sin 141 G. Steiner, «Some “Meta-Rabbis”» en D. Villiers (ed.), Next Year in Jerusalem, Viking Press, Nueva York, 1976, p. 70. 142 K. Rahner, Sobre la inefabilidad de Dios. Experiencias de un teólogo católico, trad. C. Ruiz-Garrido, Herder, Barcelona, 2005, p. 21. Como hace notar Rahner, este es uno de los postulados del Concilio IV de Letrán. 4.3. El interludio y el segundo acto: un problema de representación 461 conocer la obra de Wittgenstein— podría suscribir también las primeras líneas de su prólogo: Este libro quizás sólo lo va a entender quien, alguna vez, ya haya pensado por cuenta propia los pensamientos que en él se expresan o pensamientos similares. No es pues, ningún manual. Conseguiría su objetivo si le gustara a una sola persona que lo leyera comprendiéndolo.143 Y si Schönberg suscribiría estas palabras de Wittgenstein, creemos que el Moisés de Moses und Aron suscribiría también lo que el propio Schönberg afirmaba en un artículo escrito en 1930 (esto es, de modo totalmente coetáneo a la composición de la ópera) al hablar sobre la comprensibilidad musical: Si expreso una idea simple, basada en fenómenos obvios, la gente la sigue fácilmente. Pero si una idea presupone experiencias que no pueden haber sido las de todo el mundo o que no son familiares a todo el mundo, entonces la gente será bastante incapaz de seguirla. Y si, expresando una tal idea, se utilizan recursos especiales conectados con el argumento en cuestión, las dificultades son más grandes todavía (SI, p. 99).144 Ante la fragmentación e inconsistencia de cualquier discurso sobre la revelación, llegamos a un verdadero atolladero. Porque, como decía Wittgenstein, no se puede escribir «manual» alguno al respecto. Quizás también por ello, hay que tirar la escalera, que no puede ser utilizada, como atajo, por nadie más (vid. proposición 6.54 del Tractatus). Y es por ello que las Tablas de la ley se pueden romper: porque, al fin, no son garantía alguna de una relación adecuada con lo trascendente. Ante tal constatación (que desespera a Moisés al final del segundo acto), Schönberg tomará la determinación de hacer aparecer un Moisés revivificado en el tercero, que, en sus últimas palabras, abrirá un camino Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus, p. 67. un breve artículo de 1948 titulado «The Blessing of the Dressing», Schönberg vuelve a exponer esta idea en virtud de sus propias experiencias docentes: 144 En 143 L. Durante mucho tiempo he intentado en vano enseñar a mis alumnos algunos de mis descubrimientos en el terreno del contrapunto múltiple. He trabajado muy duro para formular estos consejos de forma concebible para un alumno, pero jamás lo he logrado. Sólo una vez, en una de las mejores clases que he tenido, consideré que había presentado este problema y su solución de un modo definitivo y pedí a la clase que compusiera para la siguiente lección algo en lo que se aplicaran las directrices derivadas de mi solución. Fue una de mis mayores decepciones. Sólo uno de mis estudiantes intentó aplicar mi consejo, y me había malinterpretado tanto como el resto de la clase. Esta experiencia me enseñó algo: la ciencia secreta no es lo que un alquimista rechazaría enseñarte; es una ciencia que no puede ser enseñada en absoluto. O es innata o no está (SI, pp. 385-386). 462 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial personal («por cuenta propia», diría Wittgenstein) relativamente análogo al del prólogo del Tractatus. De hecho, no hay alternativa si entendemos que, a menos que se haya experimentado aquello de lo que se habla, «la gente será bastante incapaz de seguirlo». La lástima es que, en los casi 20 años que transcurrieron entre la última nota escrita sobre la partitura el 10 de marzo de 1932 (un fa epítomo de la interrogación perenne sin posible respuesta)145 y la fecha de la muerte de Schönberg, el 13 de julio de 1951, la música del tercer acto no se llegó a componer. 4.4. 4.4.1. El tercer acto: ética y teología mística Breve perspectiva general Grosso modo podemos afirmar que si en el primer acto se saca a colación el hecho fundamental de la revelación (dimensión comunicativa) y, en el segundo, el no menos importante de la organización del culto (la dimensión representativa), en el tercer acto Schönberg apunta a la dimensión ética; esto es, a la dimensión práctica. En cierta manera (aunque dudamos de que Schönberg lo llegase a plantear jamás de esa forma) parece que los tres actos de Moses und Aron vendrían a ser una especie de transposición de las tres críticas kantianas.146 Así, la Crítica de la razón pura (con sus indagaciones epistemológicas: las condiciones de posibilidad de conocer y la distinción noúmeno-fenómeno) se correspondería con el primer acto, donde se aborda la cuestión de la transmisibilidad de lo revelado y de la adecuación de la revelación a las facultades 145 En cuanto al simbolismo de esta nota, metonímica del diabolus in musica y en un fructífero diálogo con la tradición, cf. por ejemplo Benet Casablancas, «Las tonalidades y su significado», Quodlibet, n. 2, junio 1995, p. 8. 146 Si bien reconocemos la legitimidad primera del autor a la hora de interpretar la propia obra y de hablar de sus intenciones, lo cierto es que después de la vacuna de la fenomenología y del estructuralismo ya nadie pone en duda que la obra habla por sí sola, independientemente de la voluntad de su autor. Schönberg —que no llegó a conocer el estructuralismo— ya hablaba de lo que puede haber en la obra a pesar de las intenciones del autor, como sucede cuando, analizando la Kammersymphonie años después de haberla compuesto, encuentra unas relaciones temáticas que no había tenido en cuenta durante su composición (vid. SI, p. 85 y pp. 220-23). A Schönberg no le es extraño pensar pues que en sus obras «pueden aparecer síntomas de lógica musical incluso en lugares donde yo no los he puesto conscientemente» (SI, p. 107). 4.4. El tercer acto: ética y teología mística 463 de comprensión del hombre. La Crítica del juicio (con sus indagaciones en el campo de la estética) se correspondería fundamentalmente con el segundo acto, donde se aborda la dimensión litúrgica y la cuestión de la representabilidad o irrepresentabilidad de aquello que —como lo sublime— excede las capacidades de representación humanas. Y la Crítica de la razón práctica tendría su equivalente en el tercer acto, donde —zanjando las disquisiciones del primero y del segundo— se dibuja una salida práctica. Esta dimensión práctica está marcada por el compromiso con el pueblo y con uno mismo y tiene su fundamento en el mandato ético que supone (casi a modo de imperativo categórico) el avanzar hacia el desierto una vez las Tablas de la ley han sido destruidas y una vez —en el siglo xx— se han desmoronado los grandes discursos metafísicos. Recurriendo a un esquematismo de flechas, podríamos representar así los tres actos de nuestra ópera:147 I. Akt II. Akt III. Akt Revelación (comunicación) descenso ↓ Culto (representabilidad) ascenso ↑ Práctica (ética) avanzar → En el primer acto, la revelación es descensual (si asumimos la tópica tradicional que ve en la revelación un hecho descensional, situando a la transcendencia “arriba” y a la inmanencia “abajo”); en el segundo, el culto pretende establecer un contacto que responda a la apertura que ha supuesto la revelación. Por eso la flecha apunta en dirección contraria a la de la revelación (hacia arriba, pues), porque pretende hacer el camino de vuelta (que algo tiene que ver con el camino de vuelta de que hablábamos en la sección 1.3) que permita interpelar la fuente que se sitúa al origen del hecho revelatorio. En el tercero, la flecha recta viene a representar el mandato de avanzar continuamente, 147 Sin voluntad apriorística alguna de llegar a una tal formulación, este esquematismo presenta una cierta afinidad con el que formuló Amador Vega en su tesis doctoral sobre Ramon Llull: A. Vega, Die Sinnlichkeit des Geistigen, die Geistigkeit des Sinnlichen und die metaphorische Sprachverwendung bei Ramón Llull, Universität Freiburg, 1992. El libro Ramon Llull y el secreto de la vida, Siruela, Madrid, 2002 viene a reformular aquella investigación. 464 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial de no quedarse quieto, de ir siempre adelante: una plasmación de la ética del movimiento que Schönberg ya empezó a desarrollar en la Harmonielehre y que —como tendremos ocasión de ver enseguida— es la aportación más significativa de este tercer acto. Tal como hemos dicho, Schönberg no llegó a componer jamás el tercer acto de la ópera. Pero, a pesar de la provisionalidad del libreto, creemos que las líneas maestras de lo que Schönberg quería exponer están suficientemente delineadas como para sustentar un análisis en firme. Aunque quedan unos cuantos bocetos musicales en los que Schönberg trabajó «reiteradamente hasta 1935, sin llegar a un resultado final definitivo», éstos no son suficientemente concluyentes (aunque sí «particularmente reveladores») como para poder siquiera imaginar una hipotética reconstrucción musical de lo que Schönberg podía pretender.148 Es innegable que la ópera “funciona” muy bien cuando se representan el primer y segundo actos. De hecho, la última intervención de Moisés es sumamente conclusiva y potentísima dramáticamente. Pero no hay que olvidar que éste no era el final que preveía Schönberg y que la escena final de la muerte de Aron estaba en su mente desde por lo menos 1928 cuando escribía el texto del oratorio (cf. infra página 370). Esto significa que, en su estado presente, la obra no dice todo lo que Schönberg quería decir. Sólo si intentamos hacer un análisis del texto del tercer acto (y a pesar de no poder analizar los mecanismos de significación musical como hemos venido haciendo hasta ahora), nos aproximaremos algo más a las intenciones de Schönberg al escribir la ópera, a pesar de que él mismo, en 1933, ya era consciente de que «el efecto que producirá no podrá ser juzgado hasta que pueda mostrar la música» (ASL, 153). Nos vamos a fijar pues, en lo único que tenemos: el texto. Es lo más cercano que nos queda a las intenciones de Schönberg, a pesar de que —como decía a Alban Berg en 1931— «el texto sólo alcanza su forma definitiva durante la composición, y a 148 Ch. M. Schmidt, «Vorwort / Preface» en Arnold Schönberg, Sämtliche Werke. Abteilung III: Bühnenwerke. Moses und Aron, 8/2 serie B, Schott/Universal, Mainz · Viena, 1998, p. VII. Durante más de medio siglo nadie ha intentado componer el tercer acto a partir del material dejado por Schönberg. Sólo en 2010 el director hungarés Zoltán Kocsis interpretó la ópera con un largo final escrito por él. Para añadir mitología a la inconclusión de la ópera, un año antes del estreno le robaron el ordenador donde tenía la partitura casi acabada. Cf. Z. Kocsis, «GMD about the opera», Arnold Schönberg Mózes éz Áron. A Világon Elöször. A Kocsis Zoltán által megkomponált 3. felvonással, Nemzeti Filharmonikusok, Budapest, 2010. 4.4. El tercer acto: ética y teología mística 465 veces incluso después» (ASL, 128). Pero ahí surge otro escollo, aunque fácilmente superable. Y es que —a parte del libreto del tercer acto, concluido en junio de 1934— el 5 de mayo de 1935, en una hoja suelta, Schönberg escribió un posible final alternativo.149 A grandes rasgos, se trata de una descripción de la visión que tiene Aarón antes de morir, después de que Moisés le diga: «Éste es tu último instante. Ahora verás aquello para lo cual hasta ahora estabas ciego». Lo que Aarón contempla entonces es una especie de resumen a cámara rápida de la historia del pueblo de Israel que, generación tras generación, resiste los embites de los otros pueblos, en una especie de escena más cinematográfica que teatral u operística, y en cuyos momentos más salvajes debe sonar —según anota Schönberg— «la música del la escena del Becerro de oro». La visión de Aarón acaba con una enorme figura de Moisés en lo alto de una cima, levantando las Tablas de la ley, que paulatinamente se convierten en una luz que apunta hacia arriba. Después de esto, y sin mayor explicación, Aarón cae muerto al suelo. En los años sucesivos, Schönberg no desarrolló este posible final alternativo. Es lícito pensar, pues, que daba por bueno el texto del libreto que había concluido en junio de 1934, en el que en 1937 todavía hacía anotaciones (vid. figura 4.7 en la página 379). Y más si pensamos que —ante la posible representación de la ópera en el Maggio Musicale Fiorentino de 1950— preveía que el tercer acto se pudiera representar hablado. Si se hacía así, entonces se reproduciría «el contenido principal de la obra».150 Es por ello que acabaremos nuestro análisis de la ópera teniendo muy en cuenta lo que en él se expone. Si los esbozos del libreto de los dos primeros actos habían traído a Schönberg notables quebraderos de cabeza, la confección de este tercer acto le había generado no menos problemas. En una carta del 13 de marzo de 1933 al escritor Walter Eidlitz, le confesaba que «algunas contradicciones casi incomprensibles de la Biblia me han causado hasta ahora las mayores dificultades», y que ha reescrito «por lo menos por cuarta vez» este acto que «sigue llamándose invariablemente: muerte de Aarón» (ASL, 151). De hecho, Schönberg pasó más tiempo esbozando el texto del tercer acto que el de los otros dos juntos. Las 149 Esta hoja suelta lleva el registro T63_08_5 en el archivo del ASC y está transcrita en la página 258 del volumen 8/2 serie B de la obra completa de Schönberg. 150 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=5969 [12.8.2012]. 466 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial escaramuzas con el texto se alargaron hasta junio de 1934, cuando Schönberg estaba ya en los Estados Unidos. Desde el 10 de marzo de 1932 (cuando acabó el segundo acto en Barcelona) hasta esta fecha habían transcurrido más de dos años. Y no dos años tranquilos, precisamente. El 7 de mayo de 1932 nacía en Barcelona su hija Nuria; de junio de 1932 a mayo de 1933 estuvo en Berlín, donde —debido al antisemitismo creciente— el 20 de marzo de 1933 dimitiría como profesor. El 25 de mayo, ya en París, recibiría la carta de despido,151 y el 24 de julio de 1933 pedía —tal como veíamos en el apartado 2.4.5— «reingresar en la comunidad de Israel». Desde París, Schönberg iniciaría «enérgicamente su campaña política de 10 años en nombre de los judíos europeos»,152 que le ocuparía buena parte de su tiempo, de sus energías y de su producción, escribiendo textos ensayísticos de títulos tan evidentes como «Aufrug zur Hilfeleistung», «Seit es Juden gibt», «Judenfrage», «A Four-Point Program for Jewry» o «Jewry’s Offer of Peace to Germany» (cf. SHGS, pp. 285-324). Así, la dimensión ética del tercer acto (que entraremos a valorar en breve), en vez de llevar a Schönberg a concluir la ópera, pareció llevarle más bien al compromiso efectivo con su pueblo. Un compromiso manifiesto en el extraño documento de su teshuvá, pero también en todas las gestiones para salvar a sus congéneres europeos de la inminente catástrofe que les venía encima.153 Tal como decía Schönberg desde París, en junio de 1933, «sacrifico mi arte por la causa del judaísmo. Y lo hago con entusiasmo, porque para mí no hay nada que esté por encima de mi pueblo» (SHGS, p. 286). H. H. Stuckenschmidt, Schönberg. Vida, contexto, obra, p. 308-309. Ringer, The Composer as a Jew, Clarendon Press, Oxford, 1990, p. xv. 153 Cf. A. Ringer, «Arnold Schoenberg and the Politics of Jewish Survival», JASI, vol. III n. 1, March 1979, pp. 11-48. Luigi Nono considera que la obra A Survivor from Warsaw (de título más explícito imposible) vendría a ser el tercer acto de Moses und Aron en su dimensión social. Vid. L. Nono, «Appunto per un teatro musicale attuale» y «Possibilità e necessità di un nuovo teatro musical», en Ibid., Scritti e colloqui, ed. de A. I. de Benedictis y V. Rizzardi, vol. I, Ricordi, Milano, 2001, pp. 89 y 124. 152 A. 151 Vid. 4.4. El tercer acto: ética y teología mística 467 4.4.2. La muerte de Aarón (Acto III) y la apertura a la teología mística El tercer acto tiene una única escena, que empieza con la entrada de Moisés. Le siguen dos guerreros que custodian a Aarón (al que han hecho prisionero) y los 70 ancianos. La primera frase de Moisés es lapidaria: «¡Aarón, ya basta!» La ausencia de contexto que tiene la frase, al estar al principio del acto, le confiere una dimensión global, como si remitiera a todo lo que ha sucedido hasta el momento. La réplica de Aarón es directísima: «¿Quieres matarme?», a lo cual Moisés contesta: «No se trata de tu vida. . . » A partir de aquí empieza una nueva discusión entre los dos hermanos, que se enfrascan en la defensa de sus posiciones respectivas y en la crítica de las del otro. Sus argumentos contienen tanto cuestiones que han sucedido a lo largo del primer y del segundo acto como hechos que han sucedido en algún momento fuera de la escena y que reinterpretan pasajes bíblicos, como el de la roca que da de beber de la que se habla en Números, 20.154 La parrafada más larga cae del lado de Moisés, que mantiene su visión de un Dios que, en su radical relación de alteridad con el hombre, tiene todas las características del Ganz Anderes de Rudolf Otto o del Autrui del que habla Emmanuel Levinas en su filosofía.155 Para Moisés, a Dios «no lo condiciona ni la acción del impío ni la oración del bondadoso ni la ofrenda del arrepentido», en un argumento de la imposibilidad del hombre para incoar a Dios a través de las obras de claras resonancias luteranas. Para Moisés, Aarón ha «vendido Dios a los dioses; el pensamiento (Gedanke), a las imágenes; este pueblo elegido, a los otros; lo extraordinario a lo ordinario». 154 Este pasaje trajo a Schönberg bastantes quebraderos de cabeza (vid. ASL, 151). Según la versión de Schönberg —y a diferencia del relato bíblico— es Aarón quién golpea la roca («hablando a la roca en su lenguaje, con el cayado, que también entiende el pueblo»), desobedeciendo el mandato de Moisés que consistía sólo en «hablarle» con palabras. Así, se incide en la figura de Aarón como hacedor de milagros, como hombre de acción, mientras Moisés queda como hombre de pensamiento. 155 En De Dios que viene a la idea (una obra que, desde el propio título, es afín a lo que nos ocupa), Levinas reutiliza la expresión de Rudolf Otto para hablar de las relaciones de alteridad y de diferencia absoluta, al afirmar que «lo otro (autre), absolutamente otro, es el Otro (Autrui). El Otro no es un caso particular, una especie de la alteridad, sino la original excepción al orden» (E. Levinas, De Dios que viene a la idea, trad. G. González y J. M. Ayuso, Caparrós, Madrid, 2001, p. 31). 468 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Después de esta aseveración, los guerreros preguntan a Moisés si deben matar a Aarón, pero Moisés les ignora momentáneamente y prosigue con su monólogo, dirigiéndose ahora al pueblo con un «ihr » (vosotros) que —por su rotundidad— también interpela a la audiencia: Siempre que os mezcléis entre los pueblos y utilicéis vuestros dones (que habéis sido elegidos para poseer para luchar por la idea de Dios) con falsos y vanos objetivos para competir con los pueblos extranjeros y tomar parte en sus viles alegrías, siempre que abandonéis la ausencia de deseo del desierto y vuestros dones os hayan llevado a las más altas alturas, siempre seréis precipitados de nuevo, desde el éxito de los usos impropios, de vuelta hacia el desierto. A pesar de que sólo tenemos el libreto y algunos bocetos musicales del tercer acto, Schönberg escribe aquí una indicación fundamental. Justo en el momento en el que Moisés empieza su discurso, Schönberg anota en lápiz al lado del manuscrito, tal como hemos dicho ya: « 6S | wie zu | Anfang». Es decir: «6 voces solistas: como al principio» (vid. figura 4.5 en la página 365).156 Al no haber ningún esbozo musical claro, no podemos saber qué planeaba Schönberg. En cualquier caso, si es una intervención «como al principio», tenemos que suponer que se trata de una intervención similar a la de la obertura, en la que se volverían a presentar los acordes A, B, C y D en su forma pura. Pero esto sólo son suposiciones y —por el hecho de no contar con una partitura que permita un análisis fehaciente— la función de esta intervención de las 6 Solostimmen no queda clara: ¿es una revelación que recibe el pueblo?, ¿sirve para respaldar 156 El abarrotamiento del manuscrito no permite saber si Schönberg aprovechó el poco espacio que le quedaba en el folio para consignar la intervención de las 6 Solostimmen, o si realmente pensaba que tenían que sonar exactamente en este lugar. La copia mecanografiada en limpio (T09.03, referida en la edición crítica como TK1) aclara felizmente esta cuestión, ya que la intervención de las 6 voces solistas se anota justo cuando Moisés inicia su discurso, después de que los dos guerreros le hayan preguntado si deben matar a Aarón (vid. figura 4.21). Tomamos esta copia (T09.03) como la copia de referencia para el texto del tercer acto, porque contiene anotaciones en lápiz que no aparecen en las otras copias manuscritas: Christian Martin Schmidt, en la edición crítica, las proporciona en notas al pie en las páginas 237-239 de la Arnold Schönberg Sämtliche Werke, serie B, volumen 8/2. 4.4. El tercer acto: ética y teología mística 469 las últimas palabras de Moisés?, ¿propicia la muerte de Aarón? Lo único que sabemos es que el discurso de Moisés viene jalonado, de un modo u otro, por una intervención divina. Después de vaticinar que los excesos precipitarán al pueblo hacia el desierto, Moisés se vuelve a los soldados y contesta a su pregunta: «Liberadlo y, si puede, que viva». Pero inmediatamente, según la acotación, «Aarón, libre, se pone en pie y cae muerto», en una muerte que parece estar entroncada con la de Max Aruns al final de Der bliblische Weg.157 A pesar de su vinculación, la diferencia entre el final de la ópera y el de Der biblische Weg es notable. Porque, mientras en el drama bíblico la muerte de Max Aruns lleva a su amigo Guido (y el nombre es sumamente relevante: Guido = guía)158 a tomar las riendas del proyecto político-espiritual de Aruns, en Moses und Aron la muerte de Aarón no provoca reacción alguna. Sin inmutarse siquiera por la muerte de su hermano, Moisés pronuncia las últimas palabras —estas sí, y no las del segundo acto— de la ópera: «Pero en el desierto sois invencibles y alcanzaréis el objetivo: unidos con Dios [Aber in der Wüste seid ihr unüberwindlich und werdet das Ziel erreichen: Vereinigt mit Gott]». Con el objetivo último de la unión con Dios, las palabras de Moisés empujan claramente al pueblo hacia el desierto. Y, en tanto que el desierto es el lugar de la no-materialidad por excelencia, las últimas palabras de la ópera se entroncarían con lo que afirmaba Guido al final de Der biblische Weg: Nuestro destino es espiritualizarnos (vergeistigen). Liberarnos de todo lo que es material. [. . . ] Queremos perfeccionarnos espiritualmente, queremos que se nos permita poder soñar nuestro sueño divino, como todos los pueblos antiguos que han dejado atrás lo material.»159 Pero, por su planteamiento, la proyección hacia el desierto del final de Moses und Aron es mucho más que una llamada a la desmaterialización. Si al final 157 JASI, vol. XVII, pp. 316-318. Mark Kerling señala la conexión entre los dos finales (vid. M. Kerling, «O Wort, du Wort, das mir fehlt». Die Gottesfrage. . . , p. 220), aunque las causas de las muertes respectivas de los dos personajes son bien distintas. Mientras la muerte de Aarón tiene algo de sobrenatural e inexplicable (a modo de deus ex machina), la de Max Aruns se debe a la irrupción furiosa del pueblo, que acaba con él. 158 Dominique Jameux recalca que «la obra termina con la reafirmación —por el nuevo guía que sustituye a Aruns (¡y que se llama Guido!)— de los valores superiores que mantendrán en el futuro la unidad y la integridad del pueblo judío» (D. Jameux, L’école de Vienne, Fayard, París, p. 543). 159 JASI, vol. XVII, p. 328. El subrayado es de Schönberg. 470 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Figura 4.21: Folio 42 de la copia mecanografiada del tercer acto (ASC - T09.03) de Der biblische Weg había un líder, un guía, que aseguraba el gobierno del pueblo en la Nueva Palestina después del fallecimiento de Aruns, el final de Moses und Aron parece arrojar al pueblo hacia el desierto sin guía alguno: esta es la significaión que parece tener la muerte de Aarón en el preciso momento de ser liberado, remachada por la acotación final en lápiz sobre la copia mecanografiada (T09.03.43): «Arón se descompone en polvo».160 La falta de un guía 160 A pesar de esta lectura, no ignoramos que, en el terreno de la concreción política, Schönberg se mostraba a veces sumamente antidemocrático y belicista, como cuando —según escribía por carta a Jakob Klatzkin el 13 de junio de 1933— tenía intención de crear un Partido Judío Unido que «tiene que ser por encima de todo nacional-chovinístico en extremo» Vid. http://www.schoenberg.at/letters/search_show_letter.php?ID_Number=7086 [21.8.2013]. Esto parece contradecir en gran medida la manera de proceder de Schönberg en el terreno de la pedagogía. En alguien tan comprometido con la coherencia, esta beligerancia en lo político podría ser fruto, quizás, de la circunstancia concreta de los ataques a su judeidad, ante los cuales respondería con la misma moneda. De modo bien distinto a nosotros, Bluma Goldstein interpreta la muerte de Aarón al final de Moses und Aron de acuerdo con los rasgos 4.4. El tercer acto: ética y teología mística 471 (Moisés no lo es: ésta no es su función), así como la ausencia de las Tablas de la ley (rotas en II,5 y no recompuestas, lo cual supone una diferencia crucial con el relato bíblico), parece ser una invitación a una religiosidad no preestablecida, en la cual no haya ni líder político (Aarón) ni guía espiritual (Moisés) ni —sobre todo— un código legislativo heterónomo, fundado en presupuestos metafísicos. Así Moses und Aron sería un anticipo de lo que, a inicios del siglo xxi —casi tres cuartos de siglo después— algunos estudiosos han detectado al afirmar que «nuestra relación con lo espiritual se encuentra cada vez más desvinculada de las relaciones con nuestras instituciones religiosas y políticas, y de sus normativas y tomas de posición».161 Así, la religiosidad propuesta por Schönberg parece ser una religiosidad en la cual la relación con la divinidad no sea mediada por ninguna re-producción de una revelación originaria (que siempre es fallida o —en el mejor de los casos— provisional o inadecuada a los tiempos), ni por ninguna casta sacerdotal que (como Aarón o los 70 ancianos) la pervierta. Si las disquisiciones entre Moisés y Aarón a lo largo de toda la ópera situaban a los dos hermanos en una confrontación teológica identificable con el apofatismo y el catafatismo y —en última instancia— con la iconoclastia e iconodulia, la referencia final de Moisés al desierto abre la ópera a una dimensión asimilable a la de la teología mística que, según Dionisio Areopagita, viene a superar la contraposición entre la teología afirmativa y la teología negativa.162 Aunque en la biblioteca de Schönberg no encontremos la obra de este misterioso autor del siglo VI, las palabras iniciales de su último tratado son una exégesis perfecta de lo que de la personalidad autoritaria que ve en Schönberg. Vid. B. Goldstein, «Schoenberg’s Moses und Aron. A Vanishing Biblical Nation», en Ch. M. Cross / R. A. Berman (ed.), Political and Religious Ideas in the Works of Arnold Schoenberg, pp. 187-189. A pesar de la radicalidad de las ideas de Schönberg en la carta a Klatzkin, 12 años más tarde afirmaba: «creo en los derechos de la más pequeña minoría», poniendo en tela de juicio las bondades de una «democracia que a menudo actúa de un modo peligrosamente similar a una ‘dictadura de la (muy a menudo extremadamente pequeña) mayoría’». Vid. W. Reich, Schoenberg. A Critical Biography, p. 215. 161 Ll. Duch, La religión en el siglo XXI, Siruela, Madrid, 2012, p. 205. 162 Vid. Dionisi Areopagita, Dels noms divins. De la teologia mística, trad. y ed. J. Batalla, Laia, Barcelona, 1986, pp. 145-155. En lo que a la tradición hebrea se refiere, quizás sería más apropiado hablar de «aniconismo» en vez de hablar de «apofatismo». Pero, puesto que Schönberg hace una reformulación moderna de estas cuestiones y las centra tanto en el ámbito de la imagen como en el de la palabra, creemos que es apropiado identificar a los dos hermanos como abanderados, sensus latus, del apofatismo y del catafatismo. 472 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Schönberg parece sugerir al final de su libreto. Unas palabras que —como las de Moisés— son un vocativo que interpela directamente a aquel que lo escucha. En el caso de Moisés, al pueblo (y a la audiencia); en el de Dionisio —por su configuración epistolar—, a Timoteo (y al lector): Y tu, apreciado Timoteo, con un incansable empeño por las contemplaciones místicas, deshazte de los sentidos, de las actividades intelectuales, de todo lo que es sensible e inteligible, de todo lo que no es y de lo que es, y —tanto como puedas— elévate en el desconocimiento hacia la unión con el que ultrapasa toda esencia y todo conocimiento. Ya que, por esta tensión tuya, irresistible y absoluta, dejándolo todo y deshaciéndote de todo, serás elevado en la pureza hacia el rayo supraesencial de la divina oscuridad.163 En efecto, en el tercer acto, las últimas controversias entre Aarón (representante de «lo que es sensible») y Moisés (representante de lo «inteligible») conducen, gracias a la actitud no beligerante de este último, al abandono de cualquier nueva disputa bizantina sobre «todo lo que no es y [. . . ] lo que es». Este abandono de la confrontación creemos que se debe a que Moisés se ha dado cuenta de que incluso las Tablas de la ley son una representación parcial e imperfecta de la divinidad, lo cual le lleva a lamentarse desesperadamente (es decir, sin esperanza) por la palabra que le falta y que irremediablemente siempre le faltará. Ante la certeza del fracaso de cualquier mediación a la hora de transmitir la revelación y después de la desesperación final del segundo acto (que es un final magnífico, pero no es el que Schönberg tenía previsto), a Moisés sólo le cabe un cambio de actitud y de posicionamiento, cuya primera manifestación es el «¡Ya basta!» del principio del tercer acto. Analizadas al pormenor, las palabras de Moisés a lo largo de toda la escena final revelan una actitud sumamente inteligente ya que, en vez de enfrascarse en una defensa del apofatismo que le ha caracterizado, evita la confrontación con su hermano y su argumentación sólo se dirige a replicar, desde la referencia a los casos particulares (el cayado, la fuerza de la mano, el agua del Nilo, la roca golpeada, el Becerro de oro, las columnas de fuego y de nubes. . . ), cada uno de los excesos de Aarón. En vez de mantener su discurso en el terreno de la teología o de la liturgia, este cambio de tesitura permite a Moisés volverse hacia dos nuevas realidades. Por un lado, hacia la ética, diciendo al pueblo que tiene que comportarse sin hacer mal uso de sus dones, que «han sido elegidos para poseer a fin de luchar por la idea [o el pensamiento] de Dios [den 163 Ibid., p. 145. 4.4. El tercer acto: ética y teología mística 473 Gottesgedanken]». Por el otro, el discurso de Moisés se vuelve hacia la topografía anímica, conminando al pueblo no hacia la tierra prometida sino hacia un desierto que debe entenderse en la línea desmaterializadora y espiritualizadora que veíamos al final de Der biblische Weg; es decir, como un camino que hay que emprender —en palabras de Dionisio— «dejándolo todo y deshaciéndote de todo». Así, el tercer acto no es una simple continuación de lo que se ha expuesto hasta el momento, sino que propone una salida al atolladero con el que ha concluido —de modo brillante y sumamente conmovedor, eso sí— el segundo acto. Ante la magnitud dramática del final del segundo acto, la realización musical del tercero podría haber constituido un anticlímax nada deseable a nivel artístico; y no sería extraño que ahí radicara uno de los motivos de la incompletitud de la ópera. Una incompletitud que, sin embargo, no la deja como proyecto inacabado, ya que el efectivo final del segundo acto no desvirtúa la propuesta de Schönberg, sino que sólo la deja sin concretar, sin que se exponga «el contenido principal de la obra».164 En gran medida, la falta de un argumento concluyente sume a la audiencia en un estado de apertura no tan dispar del que Moisés acaba propugnando en su defensa del desierto al final del tercer acto. En su inconclusión, pues, la ópera no sólo no es un fragmento, sino que deja a la audiencia ante un final no perfectivo y ante un camino no trazado de antemano análogos a los que se desprenden de las últimas palabras de Moisés. Así, la gran pregunta abierta del fa del final del segundo acto, en vez de ser un punto final definitivo, deja la ópera en un estado de suspensión perenne. Al fin y al cabo, también «el monoteísmo hebraico implica la asunción de la redención no como hecho, sino como proceso; no como meta sino como camino».165 Y la mejor forma de convocar esta realidad es con la llamada hacia el desierto, en el que uno no puede quedarse quieto (a riesgo de morir de inanición) ni hay ningún sendero inequívoco a recorrer. No hay duda de que, más allá de su dimensión física o histórica, el desierto indica sobre todo una topografía espiritual.166 Probablemente por ello, en vez 164 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=5969 [12.8.2012]. 165 M. Giuliani, «Parsifal contra Moses. Wagner, Schoenberg e il dramma musicale della redenzione», Studia patavina: Rivista di scienze religiose, 49/1, 2002, p. 144. 166 Cf. Douglas Burton-Christie, La palabra en el desierto. La Escritura y la búsqueda de la santidad en el antiguo monaquismo cristiano, trad. M. Tabuyo y A. López, Siruela, 474 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial de proporcionar al pueblo un código de conducta en forma de nuevas Tablas de la ley o de guiarlo hacia una tierra de la que mana leche y miel, el Moisés de Schönberg (a diferencia del Moisés bíblico) invita al pueblo a permanecer en el desierto, en tanto que éste es el único lugar en el que —una vez abandonados los «falsos y vanos objetivos»— se puede producir la unión con Dios. Una unión con Dios que necesariamente pasa por la experiencia directa y no por la obediencia a una confesión que re-presenta un acto de revelación situado en un tiempo mítico. Al hacer que Moisés remita al pueblo hacia el desierto, Schönberg parece propugnar una vivencia religiosa que —para decirlo con las palabras que utilizó él mismo en la carta a Kandinsky de 1922— rehuya «las ataduras de la organización» (ASL, 42). Algo que viene reforzado por el hecho que Aarón (en tanto que representante de la casta sacerdotal: es decir, organizadora) acaba de morir, lo cual indica que «los tiempos de la identidad confesional se han acabado».167 Teniendo en cuenta la trayectoria religiosa sumamente personal de Schönberg, parece que con Moses und Aron nuestro autor está advocando por una vivencia religiosa de tipo personal o místico, si bien la ópera en sí no parece ser la traslación artística de ninguna experiencia de comunión espiritual con la divinidad. Efectivamente, en Moses und Aron no se da —para decirlo con Moshe Idel— ninguna de las «formas más bien limitadas de articulación semántica: imaginería erótica, proposiciones noéticas y fórmulas unitivas» que caracterizan las expresiones propias de las experiencias místicas.168 A pesar de ello, en su planteamiento de la religiosidad apropiada para «el hombre de hoy» (según decía en la misma carta a Kandinsky) Schönberg parece anticipar —aunque sin la limitación al ámbito cristiano— la famosa sentencia que Karl Rahner escribiría un tercio de siglo más tarde: «el cristiano del futuro será un místico, es decir una persona que ha experimentado algo, o no será más cristiano».169 Madrid, 2007. 167 P. Eicher, Wie kannst Du noch katholisch sein?, Kösel, Múnic, 1993, pp. 106-107, citado por Ll. Duch, La religión en el siglo XXI, Siruela, Madrid, 2012, p. 227. 168 M. Idel, Cábala. Nuevas perspectivas, trad. M. Tabuyo y A. López, Siruela, Madrid, 2005, p. 71. 169 K. Rahner, «Espiritualidad antigua y actual», en Ibid., Escritos de Teología, vol. VII, Madrid, 1968, p. 25., citado por J. Sobrino, «Reflexiones sobre Karl Rahner desde América Latina en el XX aniversario de su muerte», en http://goo.gl/aRHd7 [15.5.2013]. Otra formulación abreviada de esta conocida cita de Rahner se encuentra en K. Rahner, «Elemente der Spiritualität in der Kirche der Zukunft» en Ibid., Schriften zur Theologie, vol. XIV, 4.4. El tercer acto: ética y teología mística 475 Y, claro está, el «hombre de hoy» en el que está pensando Schönberg no es sólo el del pueblo de Israel que se encuentra encima del escenario, sino que tiene una dimensión indudablemente universal, en tanto que al fin y al cabo —tal como diría Jean-Paul Sartre— un «judío es simplemente un hombre en extremo, condición representativa de la humanidad».170 Al ser un lugar de la no-materialidad, el desierto es un sito fértil para que «el hombre de hoy, que ha pasado por el materialismo, el socialismo y la anarquía [. . . ] consiga encontrar a Dios y volverse religioso» (ASL, 11: el subrayado es nuestro). Y este encontrar, claro está, pasa por el camino de la experiencia propia; no por el del relato de una experiencia que —como vio Moisés sin esperanza al final del segundo acto— no hay palabra alguna que pueda convocar. Pero la apertura hacia el desierto, además de dirigir al pueblo hacia una topografía espiritual anacorética de tipo místico, es algo más. Por un lado, es una sugerente invitación antropológica a recuperar la dimensión auditiva frente a la visual, en tanto que en el desierto sólo el oído resulta fiable, pues la vista es proclive a producir espejismos y a quedar cegada tanto por el sol como por la oscuridad. Algo que —en pleno siglo xxi— ante la colonización de lo visual en las sociedades modernas, merece la pena tener en cuenta. Por otro lado —tal como veremos a continuación—, es también una llamada indiscutible a una ética del siempre avanzar, en tanto que el desierto es, por antonomasia, el lugar de la provisionalidad, de la errancia y del nomadismo. 4.4.3. La muerte de Aarón (Acto III) y la apertura a la ética del siempre avanzar La llamada del Moisés de Schönberg hacia el nomadismo propio del desierto recuerda en gran medida la mística de la epéktasis que Gregorio de Nisa formuló en un tratado titulado —curiosamente— Vida de Moisés.171 Aunque la Bezinger, Ensiedeln, 1980, p. 375 (citado por F. Berríos, «Pedagogía en Teología: el aporte de Karl Rahner», Veritas, n. 26, marzo 2012, p. 194). 170 Citado por George Steiner, «Some “Meta-Rabbis”» en D. Villiers (ed.), Next Year in Jerusalem, Viking Press, Nueva York, 1976, p. 75. 171 Gregori de Nissa, Vida de Moisès, ed. y trad. Josep Vives, Proa, Barcelona, 1991. En cuanto a la epéktasis, que tiene un innegable fundamento paulino, vid. también http: //www.members.shaw.ca/jgfriesen/Definitions/Epektasis.html [10.5.2013]. 476 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial obra de este padre de la Iglesia no estaba en la biblioteca de Schönberg, su concepción de que el alma está en perpetuo movimiento hacia Dios, en un «ir siempre hacia adelante» según su propia formulación (esto es lo que significa epekteinomenon), no dista demasiado de la importancia que tenía para Schönberg la noción de movimiento (Bewegung). Sin lugar a dudas, la apertura hacia el desierto del final de Moses und Aron implica necesariamente un «ir siempre hacia adelante» que está conectado con la ética del siempre avanzar y con la ética de la búsqueda propugnadas por Schönberg en las más distintas facetas de su vida y, principalmente en su dimensión de profesor. Además de aparecer reiteradamente en la Harmonielehre (tal como hemos visto en el apartado 1.6.1), hacia el final de su vida, Schönberg volvía a hablar de la importancia del movimiento a su amigo Oskar Kokoschka: «¡Vivimos “bajo el signo del movimiento” —“el mundo se ha hecho pequeño” y ya no se está en situación de quedarse en el lugar que a uno le gustaría—: hay que seguir!» (ASL, 211). El desierto encarna a la perfección este lugar del movimiento necesario e imprescindible. Efectivamente, el desierto no sólo es un territorio siempre cambiante a raíz del movimiento de las dunas, sino que obliga a moverse (a no «quedarse en el lugar»: y el subrayado es de Schönberg) para subsistir en él. El desierto representa, así, el antisedentarismo por naturaleza y, por el movimiento que exige, conlleva una desmaterialización o esencialización de lo cotidiano, al no poderse almacenar nada superfluo que dificulte andar en él. La conexión entre la topografía físico-espiritual del desierto y la ética del movimiento resulta evidente. Y parece estar también conectada con la dimensión histórico-política de la errancia perenne del pueblo de Israel, que responde a la perfección al perpetuum mobile que Schönberg elabora en términos éticos. De un modo u otro, la propia noción de movimiento perpetuo parece estar conectada también con los hallazgos musicales de nuestro autor. Porque, a nivel estético, la emancipación de la disonancia planteada por Schönberg en la primera década del siglo xx está entroncada con un principio de errancia perenne, al eliminar los Xavier Melloni conecta la mística del niseno con una «nueva forma de existencia que está siempre por recorrer, por descubrir, en este inagotable dinamismo del subir que vuelve a aparecer en la experiencia de san Pablo (Fl 3, 13-14)»: X. Melloni, Escletxes de realitat. Religions i revelació, Fragmenta, Barcelona, 2007, p. 191. Este «dinamismo del subir» del que habla Melloni recuerda la dimensión relacionadora de la escalera (y de los ángeles subiendo y bajando por ella) de Die Jakobsleiter. 4.4. El tercer acto: ética y teología mística 477 puntos de reposo tonal (o, en otros términos, de vuelta a casa). Ahora bien, sería un error mayúsculo creer que la emancipación de la disonancia es una transposición de la ética del siempre avanzar, ya que fundamentalmente es una consecuencia de la lógica interna de la propia evolución musical del lenguaje tardorromántico. Pero su resultado sí que puede conectarse con la ética del siempre avanzar, ya que la emancipación de la disonancia aniquila la polaridad tradicional entre la disonancia como lugar de tensión y la consonancia como lugar de reposo. A través de la emancipación de la disonancia, tanto la atonalidad como el dodecafonismo (los dos grandes hallazgos de nuestro compositor, sólo comparables a las dos revoluciones copernicanas en la filosofía de Ludwig Wittgenstein) sustituirán los puntos cadenciales estables propios de la tonalidad por un flujo musical ininterrumpido en el cual la cadencia —aunque seguirá teniendo poder articulador— ya no será un lugar de reposo ni de resolución de las tensiones. Al desaparecer la distinción entre consonancia y disonancia, la composición ya no estará repleta regresos a lugares tonalmente estables en los que uno se siente como en casa, confortable y seguro, como pasaba con la tonalidad. Trazando un arriesgado paralelismo entre estética y ética, diríamos que con el dodecafonismo Schönberg lleva a las últimas consecuencias la idea de que la música es movimiento, en tanto que esencialmente está constituída por movimientos de onda. Y, así, con ese movimiento sin reposo, somete al oyente a una tensión auditiva continua que —en gran medida, y deliberadamente o no— no deja de ser la transposición estética de la propia condición vital que es, en esencia, movimiento. Como hemos visto a lo largo de las páginas precedentes, en el caso de Schönberg esta condición vital estuvo marcada por la búsqueda perpetua de relaciones que permitan unir instancias ontológicamente distintas (pensar-decir, idea-estilo, espíritu-materia, transcendencia-inmanencia. . . ). Aunque esta búsqueda —que por definición es siempre búsqueda y jamás un encuentro definitivo— está condenada a no poder llegar jamás a un resultado perfectible y a estar siempre in statu viae. Del mismo modo que Schönberg «nunca desarrolló una fórmula o un sistema (ni en su primer periodo ni en sus últimas obras) que le permitiera producir un 478 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial inacabable número de composiciones en el mismo estilo»,172 es asumible que su ética no es una ética basada en un código prefijado. Pero en tanto que esta ética sin un código preestablecido concierne esencialmente a la dimensión individual, ¿cuál es la traslación comunitaria de esta ética no fundamentada ya en leyes explícitas sino en el imperativo (categórico) del avanzar perpetuo? ¿Cómo se puede dar el paso de lo ético a lo político una vez las Tablas de la ley ya no marcan ningún código de conducta? Obviamente, la ruptura (¡y no restitución!) de las Tablas de la ley no es una llamada al desenfreno, que ha sido criticado ya en la orgía del segundo acto. Es más bien un alegato en favor de que no puede haber un código prefijado (al igual que no puede haberlo en la composición o en la pedagogía) que permita resolver cuál debe ser la conducta del pueblo. Esta actitud —en definitiva— es la consecuencia lógica de la crisis del mundo moderno, en el cual los grandes discursos se han desmoronado y han dejado al individuo huérfano de certezas transcendentales fundadas en lo metafísico, lo cual en última instancia conducirá a la asunción de que —como preconizará el existencialismo— «la existencia precede a la esencia».173 En lo moral, estos grandes discursos (detentados por «las ataduras de la organización» [ASL, 42] de las distintas confesiones) exoneraban al hombre de la responsabilidad de tomar las riendas de su vida, al limitar su papel al de cumplidor de un código prefijado. Si asumimos que la caída de los discursos metafísicos ha dejado al hombre huérfano de directrices fuertes (he ahí el fundamento del paradigma posmoderno y del pensiero debole), sólo podremos afirmar —con Sartre— que «no podemos decir a priori lo que hay que hacer».174 O, en palabras de Schönberg, «se nos impone el deber de buscar» (HL, p. 2), lo cual no pasa por la aplicación de soluciones prefabricadas sino por la exploración de un camino individual. Pero, como decíamos, ¿cómo se puede pasar de lo ético a lo político? Schönberg no es ningún pensador cuya pretensión sea desarrollar un sistema filosófico que incluya reflexiones en el ámbito de la política. Pero sí parece que la política 172 Ph. A. Friedheim, Tonality and Structure in the Early Works of Schoenberg, New York University, PhD, 1963, p. I. 173 Cf. J. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, trad V. Praci, Edhasa, Barcelona, 1999, pp. 26-32. Para la crisis del mundo moderno, cf. el libro clásico de René Guenon, La crise du monde moderne, Gallimard, París, 1946. 174 Ibid., p. 73. 4.4. El tercer acto: ética y teología mística 479 vendría a estar —para él— por debajo de la ética, y sería sólo una cuestión de segundo orden; algo puramente práctico, no determinado por ningún mandato esencial. La propuesta religiosa de Schönberg, pues, subvierte la tradicional (u ortodoxa) dimensión política del judaísmo (fundada en la incuestionabilidad de la halajá, que regula el día a día del hombre), por un único mandamiento ético: el de la búsqueda perpetua y el del constante avanzar. Y esto es algo que no está tan alejado de lo que ha procurado hacer —aunque de maneras distintas— toda una tradición exegética judía mucho más cercana a la Torá oral que a la Torá escrita, tal como la cábala, el jasidismo y otras corrientes de índole eminentemente espiritual. Pero esto no resuelve, sin embargo, el necesario paso de lo ético a lo político, en tanto que el hombre vive en sociedad. Ahora bien, aunque Schönberg no lo formule, esto no quiere decir que la ética ni la vivencia religiosa individual que parece propugnar Schönberg no tengan en cuenta la dimensión colectiva. Esto sería impensable, a juzgar por la propia forma de actuar de Schönberg, que en su teshuvá —como hemos visto en la página 218— pidió reingresar en la comunidad religiosa de Israel mucho más por cuestiones de solidaridad con su pueblo que por cualquier necesidad religiosa personal. Lo único es que esta dimensión colectiva se basa —creemos— en la fuerza de lo individual, en que cada uno de los miembros de una sociedad dé el máximo de sí y sea excelente en su modo de realizar su tarea. Lo cual, en definitiva, es la consecuencia última de esta actitud fundamental del «siempre avanzar» que atenta directamente contra cualquier autocomplacencia y estancamiento en lo ya conquerido. Según recuerda la hija del compositor, Nuria Schoenberg-Nono, mi padre sólo respetaba a quienes hicieran bien su trabajo y sólo admiraba a quienes lo hacían a la perfección. A los perfectos los llamaba «maestros». Dispensaba este tratamiento a muy pocos. Entre ellos, un vendedor de hot dogs que logró la excelencia en sus salchichas.175 175 En una entrevista para «La Contra» del periódico La Vanguardia, Nuria Schoenberg afirmaba: «La herencia de mi padre, reflejada también en su música, es ética». Y ante la pregunta del entrevistador sobre cómo resumiría esta ética, prosigue: «El hombre se reivindica por la excelencia en su trabajo sin importar la consideración social o la gratificación que obtenga. Mi padre sólo respetaba a quienes hicieran bien su trabajo sólo admiraba a quienes lo hacían a la perfección.» En la entrevista, la hija del compositor —nacida en Barcelona en 1932— relata cómo su padre le contó que incluso de un burro se aprende, en referencia a la anécdota de un burro que subía las escaleras de la calle del barrio barcelonés de Vallcarca donde vivían haciendo zigzag, lo cual le llevó a pensar «“¡Qué burro es el burro! Si subiera en línea recta tardaría menos en llegar”». Pero Schönberg comprobó el trazado del burro, descubriendo para su asombro que permitía «evitar la pendiente máxima». (La Vanguardia, 480 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Sólo desde esta excelencia de lo individual, y en tanto que cada individuo tiene su función, se llega al buen funcionamiento de lo colectivo. Algo que Schönberg no dejó por escrito en el ámbito de lo político, pero que puede deducirse de su comprensión orgánica del universo y de su Weltanschauung de raíz swedenborguiana según la cual todo está y debe estar relacionado (vid. lo dicho en la página 323 y siguientes). La organicidad —como hemos visto ya— sustentaba su concepción de la composición, y no sería descabellado trazar un paralelismo entre su concepción de la obra musical y su concepción social. Cambiando «forma musical» por «sociedad», el siguiente pasaje permite entrever cuál podría ser para Schönberg la traslación de la ética a la política : Para simbolizar la construcción de una forma musical [léase sociedad, aquí], quizás se pueda pensar en un cuerpo viviente central y total que dispone de un cierto número de miembros a través de los cuales es capaz de realizar sus funciones vitales. [. . . ] Si supusiéramos, por comparación, que este cuerpo global pudiera ser la tonalidad de una pieza musical, entonces el tono fundamental básico y único estaría bastante inanimado si no contuviera, en sus armónicos, aquellas fuerzas centrífugas y centrípetas que constituyen su vida y asignan las funciones a sus órganos. Está en su naturaleza permitir que las fuerzas que lo constituyen y lo unifican puedan desarrollarse y divergir las unas de las otras, así como está en la naturaleza de éstas hacerlo de este modo. Por ello, no sólo devienen miembros, desempeñan funciones y hacen sus propios caminos de modo independiente (en los cuales no participa ningún otro miembro ni el cuerpo entero), sino que también deben ser independientes, sustraerse por completo del contexto [Zusammenhang] y comprobar que son capaces de respirar y de llevar una existencia [Dasein] por sí solos. (MG, p. 120). La constitución de un cuerpo global —o, por extensión, de una sociedad entera— sólo es factible si sus miembros actúan como fuerzas centrípetas y centrífugas dentro de él. Es decir, como algo no estático, sino profundamente dinámico y en perpetuo movimiento; un movimiento que no puede estar predeterminado de antemano según un código preestablecido. Y esto es algo que tiene que ver con la faceta de pedagogo de nuestro autor, ya que en su actividad docente no se creía con el derecho a indicar a sus alumnos el camino a seguir, impeliéndoles a «encontrar su camino en solitario, por ellos mismos» (SI, p. 386).176 Al «La Contra», 26-9-2006). Resulta curioso que incluso de un burro se aprenda. Pero eso sí, de un burro. . . ¡en movimiento! 176 O, tal como decía al hablar de sus dos alumnos más notables: Es un honor para mí que la seguridad de esta impresión [el talento que reconoció en Alban Berg y en Anton Webern cuando acudieron a él por primera vez] y su corrección, me situaran en posición de guiar a estos altos talentos hacia donde tenían que ir: al más maravilloso florecimiento de sus individualidades, a la completa independencia (SI, p. 475). 4.4. El tercer acto: ética y teología mística 481 igual que sucede con los alumnos —según Schönberg—, cada una de las partes tiene que hacer totalmente su camino (desarrollándose al máximo: he ahí la ética de la excelencia), incluso sin pensar en el todo, llevando «una existencia por si sola». Sólo así se produce como es debido la relación parte-todo de modo apropiado, tanto en una composición como —por extrapolación— en una sociedad. Esta era, al fin al cabo, la forma de componer de Schönberg también. Egon Wellesz, discípulo del compositor, remarcaba que las obras de su maestro resultan particularmente difíciles de interpretar básicamente por el hecho que «cada músico es un solista, cuya parte exige una independencia que, sin embargo, queda sumisa al conjunto [ensemble]».177 Y conjunto (ensemble en el original francés) tiene aquí la doble dimensión de conjunto musical y de conjunto en tanto que globalidad de la pieza. Esta independencia de las partes tiene que ver con la dimensión altamente contrapuntística de la música de Schönberg, que permite que cada línea evolucione conforme a su naturaleza, en relación con las otras líneas (punctus contra punctus), pero sin tener que subordinar su desarrollo —y eso sucedió sobre todo a partir del momento en el que renunció a la sintaxis tonal— a los dictámenes preestablecidos de la armonía. Hasta cierto punto, podría trazarse un paralelismo entre la ruptura de las Tablas de la ley y el abandono de la sintaxis tonal (basada en las tensiones armónicas), puesto que tanto la una como el otro permiten a sus realidades respectivas (el individuo y la composición musical) una mayor libertad de movimientos, sin un código previo que regule o determine su quehacer. Pero, tanto en un campo como en el otro, esto no significa que se pueda aplicar la conocida fórmula de Los hermanos Karamazov de que «si Dios ha muerto, todo está permitido». La integridad de la composición musical require de la interrelación orgánica y coherente de sus partes. Y la integridad del pueblo de Israel depende del mutuo entendimiento de sus miembros. Porque, a pesar de que la ruptura de las Tablas de la ley del Moisés de Schönberg representa una apelación a la libertad y un llamamiento a la conciencia personal, por el hecho de encaminarse hacia el desierto esta libertad individual tiene que ser eminentemente colaborativa (esto es, relacional): de lo contrario, en el desierto no se puede 177 E. Wellesz, «Arnold Schönberg et son oeuvre», La Revue Musicale, n. 7, mayo 1923, p. 16. Reimprimido en el número doble 416-417 de La Revue Musicale, 1989, p. 26. 482 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial subsistir. Lo individual, así, no es antitético de lo colectivo, al igual que en la propia manera de componer de Schönberg la absoluta libertad de las partes contribuye al buen funcionamiento del todo. El buen funcionamiento del todo recae más en la responsabilidad individual, pues, que en la legislación coercitiva. Y esto es algo que —a pesar de que Schönberg lo planteara en la década de los 30— todavía es bien vigente hoy. Como escribía no hace tanto el teólogo Hans Küng: «Sólo la ética, y no la ley, es capaz de ofrecer una réplica a los “double standards” (dobles medidas) y al “double talk” (lenguaje equívoco) de la política mundial».178 El mandato al desierto, que implica un abandono del sedentarismo y del conformismo, contribuye en gran medida a la fundamentación social en la ética en vez de la política, ya que —tal como sustenta André Neher— «la movilidad de la historia nómada impide el asentamiento definitivo del poder en manos de un individuo o de un grupo determinado».179 A partir de la propia obediencia a lo ético (surgida de la escucha profunda de cada cual y de la asunción de la «tarea» de cada existencia: vid. SI, p. 53), uno es entonces coherente con él mismo. En 1909 Schönberg —hablando de su evolución estética— ya afirmaba que «el factor más significativo es sin lugar a dudas la necesidad interna del propio desarrollo de cada uno» (ASR, p. 58). El hecho de que cada uno escuche la necesidad interna de su propio desarrollo y actue en consecuencia lleva a una coherencia personal (es decir una adecuada relación entre las distintas instancias del individuo) que lo político o lo legislativo, en tanto que es algo sobreimpuesto desde fuera, no permite. La fundamentación de la existencia en la ética (en la ética del siempre avanzar, de la búsqueda perpetua y del desarrollo máximo de las capacidades propias) permite ser coherente con uno mismo, que es la mayor consecución posible. Tal como decía Schönberg a un pretendido biógrafo (en una carta repleta de ingeniosas ocurrencias lingüísticas): «esta es mi nobleza: que creo lo que hago y sólo hago lo que creo» (ASL, 61). Esto significa, al fin y al cabo, establecer una relación adecuada entre dos instancias distintas: no ya entre el pensar y el decir o entre la idea y el estilo, sino entre algo de una importancia aún mayor: entre lo que uno piensa y lo que uno hace. 178 H. 179 A. Küng, El judaísmo, trad. V. A. Martínez y G. Canal, Trotta, Madrid, 2001, p. 582. Neher, La esencia del profetismo, p. 141. 4.5. Moses und Aron como propuesta existencial 483 4.5. Moses und Aron como propuesta existencial El compositor británico Sir Michael Tippett escribió en 1959 un libro titulado Moving into Aquarius. En el cuarto capítulo, de nombre homónimo, apuntaba a una lectura del finis Austriae en el que vivió Schönberg vinculada al cambio de era que —según la astrología— está aconteciendo en el siglo xx y xxi con el tránsito de la era de Piscis (cuyo inicio coincidió con el advenimiento del cristianismo) a la era de Acuario. Según Tippett, que estuvo en Los Angeles con la familia de Schönberg después de su muerte, esta lectura no sonaría descabellada a los oídos de nuestro autor, a pesar de «no querer sugerir con ello que los grandes cambios de sentimiento del mundo sólo se mueven con el zodiaco».180 No sabemos si Schönberg compartiría esta lectura zodiacal o no. Pero sí que una lectura de la ópera teniendo en cuenta el significado comúnmente asignado a las distintas eras astrológicas (que tienen una duración de unos 2000 años y coinciden con grandes hitos religiosos y con cambios civilizatorios) puede resultar pertinente. Siguiendo la cronología astrológica, la destrucción del Becerro de oro por parte de Moisés sería indicativa del fin de la era de Tauro (el Becerro es un toro, al fin) y del paganismo politeísta. La era siguiente (la de Aries) coincidiría con la fundación de la religión judía; una era que Schönberg también define como era pasada en tanto que su Moisés (símbolo por excelencia de lo judío) rompe y no restituye las Tablas de la ley, que son el código nuclear de un judaísmo en cuya celebración pascual el cordero (Aries) ocupa un lugar destacado. Luego, la palabra que le falta a Moisés al final del segundo acto (en tanto que es asimilable a la segunda hipóstasis) vendría a indicar también el fracaso de la mediación por excelencia y la subsiguiente superación astrológica del cristianismo, cuyo advenimiento coincidió con la entrada en la era de Piscis y que tenía el pez como uno de sus símbolos primitivos. El mandato final hacia el desierto, sustentado en la ética personal y cuyo último propósito es la unión con Dios, indicaría el paso a una nueva era, la actual, la —en palabras de Schönberg a Richard Dehmel— de «el hombre de hoy», que debe «aprender a rezar» (ASL, 11): es decir, a relacionarse con lo trascendente de un modo nuevo. Esta nueva era coincidiría con la era de Acuario del título de Tippett, 180 M. Tippett, Moving into Aquarius, Paladin, Londres, 1974, p. 35. 484 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial en la que supuestamente se ha entrado a finales del siglo xx y que supone un cambio de paradigma cultural, antropológico y —por lo tanto— también religioso. Se corresponda o no con los cambios astrológicos, lo cierto es que a partir de la segunda mitad del siglo xx se ha experimentado un cambio en la vivencia de lo religioso.181 Un cambio que —dejando de lado el ruidoso incremento de algunos fundamentalismos monoteísticos celosos de Dios—182 ha tendido hacia un aumento de la espiritualidad que, con prismas e intenciones dispares, arrincona paulatinamente el confesionalismo tradicional en lo que algunos autores han bautizado como una «espiritualidad laica», una «espiritualidad sin Dios» o una «religiosidad después de la religión».183 En un cierto sentido, y a la luz de lo que hemos ido viendo, Schönberg parece anticipar —¡ya en 1932!— una propuesta religiosa para habitar un mundo en el que la religión ya no tenga una función reguladora de lo social y no se erija en intermediaria de la relación entre el hombre y Dios. Porque los intermediarios —parece decirnos Schönberg en el primer y en el segundo acto— fracasan tanto cuando el profeta intenta representar la revelación (↓) como cuando una casta sacerdotal organiza o permite que se organice un culto idolátrico (↑). Con Moses und Aron, creemos que Schönberg expone (aunque sin pretensión normativa) cuál es para él la forma de habitar el mundo una vez han caído los grandes discursos de la modernidad. Unos discursos que incluyen también el discurso religioso, que ya no puede legitimar en supuestos metafísicos su función de garante del orden en el mundo. Luc Ferry, glosando a Marcel Gauchet, lo explica muy bien al sugerir que en la concepción tradicional de la religión lo religioso no es simplemente la heteronomía, es decir, el hecho de que la ley venga de otro sitio distinto al de la humanidad misma, sino en cierta manera la negación 181 Vid., entre muchos otros títulos, R. N. Bellah, Beyond Belief: Essays on Religion in a Post-traditionalist World, University of California Press, 1991; M. C. Taylor, After God, The University of Chicago Press, 2007; G. Vattimo y J. D. Caputo, Después de la muerte de Dios. Conversaciones sobre religión, política y cultura, trad. A. J. Antón, Espasa, Madrid, 2010; o el más reciente Ll. Duch, La religión en el siglo XXI, Siruela, Madrid, 2012. 182 Vid. P. Sloterdijk, Celo de Dios. Sobre la lucha de los tres monoteísmos, trad. I. Reguera, Siruela, Madrid, 2011. 183 Vid. M. Corbí, Hacia una espiritualidad laica. Sin creencias, sin religiones, sin dioses, Herder, Barcelona, 2007; A. Comte-Sponville, El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios, trad. J. Terré, Paidós, Barcelona, 2006; L. Ferry / M. Gauchet, Lo religioso después de la religión, trad. E. Molina, Anthropos, Rubí, 2007. 4.5. Moses und Aron como propuesta existencial de la autonomía, es decir, el hecho de que los seres humanos rechazan atribuirse a ellos mismos la organización social, la historia, la fabricación de las leyes, y que rechazando el verse a sí mismos como fuente de la organización social, de la ley y de lo político, la ponen fuera, en una trascendencia, una exterioridad, una superioridad y, para decirlo todo, una dependencia radicales.184 485 Esta crítica de Ferry la religión tradicional en tanto que usurpadora (o facilitadora) de la responsabilidad del hombre para con su existencia (manteniéndolo en un estadio de preadultez) cuadra muy bien con la que —a nuestro modo de ver— es la propuesta existencial que hace Schönberg en su Moses und Aron. Una propuesta que se encuentra fundamentalmente en el tercer acto, cuando Moisés conmina al hombre (sin Tablas de la ley y sin líder) a asumir su responsabilidad autónoma de adentrarse en el desierto (→), en tanto que lugar por excelencia de la ética de la búsqueda y del siempre avanzar, donde se da finalmente la posibilidad de unión con Dios. El rechazo a la función heterónoma de la religión no implica, sin embargo, abandonar la religión sino sólo el modo tradicional en el que se ha venido presentado, con «las ataduras de la organización» (ASL, 42) que Schönberg consideraba innecesarias. Al situar el horizonte final del hombre en la «unión con Dios» (estas son significativamente las últimas palabras de Moses und Aron), Schönberg deja claro que su propuesta existencial no prescinde de la religión y no lanza al hombre a una dimensión transcendental fundada exclusivamente en la ética, como sí ocurre en algunos postulados existencialistas. Al contrario, al elegir la figura fundacional de Moisés y reinterpretarla, Schönberg parece imbricarse en la tradición midráshica o talmúdica, yendo incluso más allá de aquello que George Steiner ha llamado los “meta-rabís”: aquellos nombres fundamentales de la cultura universal en general y de la judía en particular que —asumiendo o negando su linaje judío— «son profesores y comentadores, maestros del significado. . . , pero fuera de la Ley».185 Esta dimensión de comentador, de profesor y de maestro es la que tuvo Schönberg a lo largo de su vida con sus discípulos. Pero su magisterio no se limitó sólo a sus estudiantes, sino que creemos que con Moses und Aron Schönberg dio una lección de carácter universal. Una lección en la que no da una fórmula única para habitar el mundo actual, sino en la que sólo apunta las Ferry / M. Gauchet, Lo religioso después de la religión, p. 10. Steiner, «Some “Meta-Rabbis”», en D. Villiers (ed.), Next Year in Jerusalem, Viking Press, Nueva York, 1976, p. 75. 185 G. 184 L. 486 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial directrices fundamentales (pero inconcretas) para que cada cual vea por dónde avanzar. Así lo hacía con sus alumnos, de los cuales —en lo que se refiere al empleo del dodecafonismo— decía con orgullo que todos tuvieron que encontrar su camino solos, por ellos mismos. Y esto es exactamente lo que hicieron; cada uno tiene su manera de obececer reglas derivadas del tratamiento de los doce sonidos. Mientras yo no era capaz de enseñar un estilo a mis estudiantes —admito que no habría sido capaz de hacerlo, incluso si hubiese superado mi desagrado de actuar así—, hay otros profesores que exclusivamente pueden hacer esto y sólo esto (SI, p. 386). Tal como hemos visto al analizar la filosofía docente de Schönberg, no se puede enseñar a partir de resultados a los que se ha llegado sin permitir que el alumno haga su camino, porque este resultado vendría entonces desde fuera (heterónomamente) y no saldría de la necesidad interna de cada cual. Lo único que puede hacerse es enseñar cuál es el objetivo (el «Ziel » de la última frase del tercer acto de Moses und Aron), pero no el modo de conseguirlo (el estilo) que permita trazar un atajo hasta él. La tarea del maestro (sea un maestro de escuela, un profesor de composición o un maestro espiritual) no puede ser la de dar reglas, porque estas reglas serían heterónomas —como decía Ferry— a aquel que supuestamente debería aplicarlas. Si un profesor quiere hacer bien su tarea, debe huir pues de «esas reglas que tan cuidadosamente instauran sus redes en torno al cerebro del alumno» (HL, p. xxiii), ya que su cometido es el de «dar la orientación justa» (HL, p. xxiii) al alumno. Es decir, señalar el camino, pero sin determinar la manera de andarlo porque cada cual ha de calzarse sus zapatos y trazar su ruta. Algo que no dista demasiado de lo que escribía Franz Rosenzweig pocos años antes en La estrella de la redención, donde la estrella sirve para orientarse en el camino, pero no da pauta alguna de la senda a seguir.186 La tarea del profesor —según Schönberg— es sólo la de guiar 186 Tal como señala Francisco Jarauta, la «clave de este “neues Denken” es el concepto de Offenbarung als Orientierung (revelación como orientación), concepto que cumple una función metodológica y que no debería ser entendido en el sentido tradicional de portador de un contenido de revelación». Esta función orientadora es tan importante que se puede llegar a afirmar incluso que «la Offenbarung es ante todo Orientierung» (F. Jarauta, «Introducción» a F. Rosenzweig, El nuevo pensamiento, trad. I. Reguera, La Balsa de la Medusa, Visor, Madrid, 1989, pp. 13 y 17). En la carta a Rudolf Ehrenberg de 18 de noviembre de 1917, escrita desde el frente de la Primera Guerra Mundial, Rosenzweig afirma: El año pasado, en mi correspondencia con Rosenstock, le pregunté sin rodeos qué entendía él por revelación. Respondió: revelación es orientación. Después de la re- 4.5. Moses und Aron como propuesta existencial 487 y orientar, pero sin prescribir ni prohibir caminos concretos. Por ello, incluso con los estudiantes de nivel más elemental, se sentía feliz de que «ninguno de ellos recibió un “no”, un “evítalo”, o un “no deberías”, sino consejos positivos» (SI, p. 390). Si en el terreno de la pedagogía Schönberg actuó así, es lógico pensar que en su propuesta existencial mantuviera el mismo enfoque, tratando de fundar una «religiosidad positiva [positiver Religiosität]» (ASL, 11) —según decía a Richard Dehmel en 1912— que evitara plantear sin embargo cualquier código prescriptivo o punitivo. Si a inicios del siglo xx cayeron definitivamente los grandes discursos legitimados en la heteronomía, sería insensato fundar cualquier nuevo discurso sobre las mismas bases, aduciendo su origen a un supuesto contenido de revelación. Esto es lo que parece entender Moisés al no subir a por unas nuevas Tablas. Porque, en definitiva —tal como nos dice Schönberg en la primera escena y entiende Moisés al final del drama— la función de la revelación no es una función referencial (la de comunicar un mensaje) sino una función fática (la de manifestar la presencia de la divinidad). Es por ello que en el tercer acto (que —no lo olvidemos— era para Schönberg el que expone «el contenido principal de la obra»),187 Moisés abandona definitivamente cualquier intento de re-presentar la revelación, asumiendo el fracaso de cualquier discurso sobre la misma, en una consecuencia radical de la bancarrota de la palabra explicitada por Hugo von Hofmannsthal y del imperativo al silencio al que —según Ludwig Wittgenstein— están condenados los discursos metafísicos.188 Esta bancarrota de la palabra queda manifiesta en la ruptura de las Tablas de la ley y en el consiguiente cambio de mentalidad de Moisés, que parece entender que la revelación no es un contenido susceptible velación hay en la naturaleza un «arriba» y «abajo» real («cielo» y «tierra») no susceptible ya de relativización. [. . . ] Si bien es verdad que asimilé esta idea de inmediato, para mis adentros, sin embargo, todavía no he quedado satisfecho (F. Rosenzweig, El nuevo pensamiento, p. 20). 187 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=5969 [12.8.2012]. Vid. lo que hemos dicho al respecto en la página 437. 188 La opción de Schönberg también podría leerse en la estela de los presupuestos de Max Scheler (cuya filosofía sin embargo no conocía), que consideraba que «si uno contempla lo absoluto, no lo contempla en sí, sino que contempla su propio pensar de lo absoluto. Por eso cada religión tiene un absoluto, pero no lo absoluto, sino el suyo» (J. Hirschberger, Breve historia de la filosofía, trad. A. Ros, Herder, Barcelona, 1964, p. 303). 488 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial de ser anunciado, comprendiendo por ello —aunque dos actos más tarde— el significado del primer «verkünde» de las 6 Solostimmen en los compases 14 y 15 de la primera escena. Así, en vez de seguir pretendiendo infaustamente representar lo irrepresentable (que no se puede anunciar como un contenido), Moisés anuncia lo único que puede realmente anunciarse: la presencia de Dios. Al fin y al cabo, vaticinando que será «en el desierto» donde «alcanzaréis el objetivo: unidos con Dios», Moisés está dando por sentada la existencia de la divinidad, en una explicitación de la misma que era, acaso, lo único que pretendían las 6 Solostimmen en su primer «verkünde» (I,1, c. 14-15), antes de formular cualquier mensaje susceptible de ser anunciado como contenido de la revelación. En definitiva, parece decirnos Schönberg, la revelación (en tanto que «o» infinitamente polisémica) es una simple manifestación de la presencia, y la presencia es algo que —en su ausencia— no se puede re-producir ni representar. Y, además, si se re-presenta, se está ocupando el lugar que debería estar vacío para poder recibir la presencia de una eventual revelación. Al ver que es imposible representar la presencia, Moisés dirige al pueblo hacia el desierto, que es un lugar no-lugar huérfano de representaciones donde los ídolos de la vista no pueden perturbar al oído y donde no se puede estar instalado en «la comodidad [que] rehuye el movimiento» (HL, p. xxv). Con sus palabras finales, Moisés dirige así al pueblo hacia el lugar donde puede experienciar la presencia (no la re-presentación) efectiva de la divinidad, en una relación personal originaria de un Yo-Tú sin intermediarios.189 Pero el hecho de anular la mediación institucional es, sin embargo, sumamente problemático, porque sin una transmisión organizada de la revelación no sería posible construir la más mínima tradición y las distintas religiones no habrían podido desarrollarse como procesos históricos. Por ello, sería absurdo pensar que Schönberg estuviera planteando la invalidez de los discursos religiosos tradicionales, aunque sí que —por el hecho de utilizar la figura fundacional de Moisés y reinterpretarla— parece estar planteando una nueva forma de vivir la relación con la divinidad de un modo personal, siguiendo un camino de búsqueda individual en vez de obedecer ciegamente las directrices propugnadas por las «ataduras de la organización». Y esto es algo que muy probablemente tiene raíces tanto en las enseñanzas teosóficas con las que Schönberg coqueteó 189 Vid. M. Buber, Jo i tu, trad. E. Meyer y Ll. Duch, Claret, Barcelona, 1994. 4.5. Moses und Aron como propuesta existencial 489 como en las características cultuales de su protestantismo de adopción (de 1898 hasta 1933), donde —por el contacto directo con la exégesis bíblica— el creyente tiene una mayor inmediatez con lo trascendente que en otras confesiones, entre ellas, la judía. En cualquier caso, Schönberg parece estar planteando una vivencia de lo religioso apartada de los peligros coartadores de la religión institucionalizada, que en la medida en que es también una institución de aculturación, aparece como un sistema autónomo que deja al espíritu con poco que buscar. Vista así, la religión no es tanto una manifestación de la búsqueda individual como una alternativa a ésta; no dice: «¡Busca!», sino: «¡No busques más!». Este aspecto de la religión ha sido repetidamente subrayado por aquellos que ven las creencias religiosas como un reflejo, y las prácticas religiosas como una reafirmación, de los valores sociales dominantes.190 Con su propuesta existencial y religiosa, Schönberg parece estar recuperando pues el sentido etimológico de la palabra religión. El de la religión como religare. Un sentido que es, al fin y al cabo, el de la religión como relación entre inmanencia y trascendencia cuyo fin último es la «unión con Dios». Es esta voluntad de «unión con Dios» sin mediación lo que singló el periplo espiritual de nuestro autor. Hasta el punto de que, para André Neher, «el conjunto de las especulaciones de A. Schönberg es una tentativa patética para cernir y resolver el problema de la Plegaria al nivel de la visión judía de la Alianza, la Berit entre el hombre y Dios».191 Es demasiado arriesgado afirmar que el «unidos con Dios» («vereinigt mit Gott») con el que concluye el tercer acto de Moses und Aron indica una senda mística. Ya que, tradicionalmente, a las experiencias místicas les sigue una voluntad mistagógica con una pauta ascensional claramente determinada que no aparece en Moses und Aron. Sin embargo, tanto esta ópera de Schönberg en concreto como el recorrido artístico y vital de nuestro compositor, sí que parecen salpicados por un contacto con lo inefable y por una imperiosa necesidad de hablar tanto de Dios como de los caminos —aunque en este caso indeterminados— que conducen hacia la unio mystica; una actitud que, en cambio, sí es 190 R. M. Torrance, La búsqueda espiritual: la trascendencia en el mito, la religión y la ciencia, trad. J. Quingles, Siruela, Madrid, 2006, p. 24. 191 A. Neher, Faust et le Maharal de Prague, PUF, París, 1987, p. 160, citado en J. Brun, «Le monde des résonances», Eranos Jahrbuch, vol. 57, 1988, pp. 68-69. 490 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial propia de aquellos que han tenido —para decirlo con Tomás de Aquino— una cognitio Dei experimentalis.192 Ya desde antes, pero sobre todo desde Die Jakobsleiter —con la mística figura de la escalera en el título—, la obra de Schönberg está repleta de intentos de dibujar un camino de ascensión. Aunque, tanto por las condiciones del siglo xx (con la caída de los grandes discursos y el desmoronamiento de las pautas omnivalentes) como por la propia conciencia ética de Schönberg (la ética del buscar respuestas en vez de aplicar soluciones ya encontradas), quizás esta ausencia de un camino determinado no es indicativa de una falta de voluntad mistagógica, sino la radical manifestación de que ahora los caminos únicos ya no pueden ser trazados, y la radical manifestación de que los mandamientos (ni en el terreno de la música ni en el terreno espiritual) ya no llevan a ninguna consecución valiosa ni verdadera. Lo único que puede llevar a esa consecución es —según Schönberg— el camino absolutamente propio, sin que sea posible andar por la senda ya recorrida por otros. Las sendas ya andadas son indicativas sólo de que hay que andar la senda; pero no del camino a seguir. Así, aunque Moses und Aron no indique un camino ascensional determinado, quizás indica lo único que se puede indicar en el siglo xx (y xxi): que hay que andar. Así, si las religiones tradicionales han ido forjando un corpus legal y ritual (indicativo de un único camino) a partir de una experiencia fundacional de tipo místico o revelatorio, lo que Schönberg saca a colación desde el primer compás de la ópera es que a la primordial experiencia de revelación le sigue el fracaso (o la provisionalidad) de la construcción de los discursos. Un fracaso que en la ópera se manifiesta en todo aquello que sucede después de la revelación, ya sean las diatribas teológicas entre Moisés y Aarón, la conducta orgiástica a la que lleva la idolatrización del Becerro de oro, el seguimiento fanático de las columnas de fuego y de nubes, o la imposibilidad de encontrar «la palabra» para decir aquello que «no puede ni permite ser dicho» (II,5 c. 1128-1136). Así, por su orientación final hacia el desierto como lugar para la unión con Dios, la propuesta de Schönberg —siendo o no deudora de una experiencia mística— esencializa el camino a seguir y, sin dar pauta alguna, despoja a la religión de todo lo accesorio, de todo lo que no es propiamente religación. 192 Vid. al respecto las interesantes consideraciones de Peter Schäfer, The Origins of Jewish Mysticism, Princeton University Press, 2011, p. 5 y ss. 4.5. Moses und Aron como propuesta existencial 491 Así, la religión recupera su sentido relacionador fundamental en tanto que religio. Y la religio tiene, en esencia, no una función normativa y legislativa sino sólo orientadora del camino hacia la trascendencia. Una función que está en consonancia con el significado originario del libro fundacional del judaísmo, en tanto que —tal como expone André Neher— «etimológicamente (thr = mostrar ) la Torá es una indicación, sirve para trazar un camino, una línea de conducta».193 Al hacer que Moisés rompa las Tablas de la ley (no lo olvidemos, ¡en el siglo xx!, poco antes del advenimiento de la era de Acuario) parece ser una advocación re-fundacional de Schönberg. Contrariamente a lo que es propio del judaísmo tradicional (donde «la Torá aparece constantemente [. . . ] en el centro de la berit», y «pone su ética en relación con Dios»)194 Schönberg elimina la centralidad de la Torá en tanto que código de conducta. Con este gesto, creemos que Schönberg hace algo similar a lo que proponen ciertas lecturas eminentemente espirituales del judaísmo, en las cuales se siente que «la Torá no es la conducta de una existencia, sino la existencia aliada con Dios».195 Quizás una tal consideración podría estar en la mente de Schönberg al planificar el final alternativo para la ópera en 1935 (vid. página 465), concibiendo la Torá no como código civil que regula el día a día, sino —en la cima de una montaña, sostenida en alto por las manos de Moisés, y con la iluminación dirigiéndose de abajo hacia arriba— como un vínculo entre la tierra y el cielo, entre el pueblo y Dios. Así, las tablas no serían leyes prescriptivas (lo cual se indicaría con un foco de arriba a abajo), sino que serían el vehículo que (sin concreción legislativa ni prescripción alguna: sin ser halajá) permitiría la unión del hombre con Dios (remarcada con el foco de abajo hacia arriba). La Torá en tanto que «indicación» sí sería entonces válida, y no estaría reñida con la función primordial de la religión como re-ligación, cuyo propósito final y originario es el de la unión del hombre con Dios, el de permitir conectar (relacionar) de modo adecuado el mundo de la inmanencia con el de la trascendencia. Porque, tal como recuerda Moshe Idel, «si el misticismo es la quintaesencia de la religión, la quintaesencia del misticismo es la experiencia de la unión con Dios».196 193 A. Néher, La esencia del profetismo, p. 137. La berit es la alianza de Dios con el pueblo y del pueblo con Dios. 195 Ibid., pp. 137-138. 196 M. Idel, Cábala. Nuevas perspectivas, trad. M. Tabuyo y A. López, Siruela, Madrid, 194 Ibidem. 492 Capítulo 4. Moses und Aron: una lectura existencial Es a ese fin experiencial al que parece apuntar la última frase de Moses und Aron, aunque para ello ya no sea posible dar ninguna pauta a seguir, más que el imperativo del desierto. Así, no en la huída hacia el desierto (a diferencia del relato bíblico) sino en el camino deliberado hacia él, quizás se producirá aquello que Schönberg escribía sentenciosamente en su Tratado de armonía: que «la inclinación de lo inaudito a revelarse al buscador es tan grande como la inclinación del buscador por encontrar lo inaudito» (HL, p. 479). O para decirlo en términos clásicos: abyssus abyssum invocat. 2005, p. 71. A modo de conclusión Tal como apuntábamos en la Introducción, a lo largo de las casi 500 páginas de este trabajo hemos pretendido mostrar cómo el concepto de ‘relación’ es un concepto nuclear en el pensamiento de Arnold Schönberg y cómo la ópera Moses und Aron (donde la cuestión de la relación tiene una importancia capital a nivel biográfico, compositivo, estructural y temático) puede interpretarse como una propuesta existencial para habitar el mundo después del desmoronamiento de los grandes discursos. Si a lo largo del Capítulo 1 bosquejábamos en qué sentido la noción de relación es importante en el pensamiento de nuestro autor (viendo la distancia que existía para él entre el pensar y el decir, entre la idea y el estilo, entre el intérprete y el oyente, etc. y viendo cómo la noción de relación fundamentaba sus reflexiones en torno al sonido, a la armonía, a la idea musical, a la tarea docente, a lo que supone componer e incluso a lo que supone pensar), a lo largo del Capítulo 2 hemos visto cómo en la configuración de la centralidad de esta noción pudieron jugar un papel clave al menos tres aspectos. Por un lado, el contexto cultural vienés, en el cual las relaciones entre esencia y apariencia (lo que se ha venido a llamar el problema de la Darstellung) estaban distorsionadas. Por el otro, la necesidad de encontrar unas nuevas relaciones sintácticas a la hora de componer, porque las relaciones armónicas propias del sistema tonal habían quedado hipertrofiadas con los excesos del postromanticismo. Y en tercer lugar, la singladura religiosa de Schönberg, marcada por el empeño de salvar la distancia que separa el mundo de la inmanencia del de la trascendencia, tratando de establecer una relación adecuada entre ellos. Ataviados con estas consideraciones, en el Capítulo 3 hemos recorrido cronológicamente la obra de Schönberg para ver cómo la cuestión de la relación (en términos de lenguaje musical pero también en términos estructurales y temáticos) iba cobrando cada vez más y más importancia en su producción, 493 494 A modo de conclusión hasta el punto de que su hallazgo más singular, el dodecafonismo, es definido por el propio Schönberg en virtud de la palabra ‘relación’, al decir que se trata del método de «composición con doce sonidos exclusivamente relacionados entre sí» (SHGS, p. 132 / SI, p. 263). En este tercer capítulo también nos hemos dado cuenta de cómo las preocupaciones espirituales de Schönberg estaban fuertemente conectadas con sus logros artísticos, hasta el punto de poder afirmar —con Dika Newlin— que «las ideas religiosas y filosóficas de Schönberg están inextricablemente entreligadas con la génesis de [sus] innovaciones técnicas».1 En este mismo capítulo hemos podido ver cómo las preocupaciones de Schönberg por las cuestiones de índole espiritual y religiosa iban in crescendo hasta llegar a su formulación más certera en la ópera Moses und Aron, en la cual —como hemos visto a lo largo del Capítulo 4— Schönberg lleva a sus últimas consecuencias tanto el dodecafonismo como su pensamiento filosófico y religioso. Es por ello que Moses und Aron representa sin lugar a dudas el punto culminante de su producción y puede leerse no sólo como una explicitación de las creencias y preocupaciones de nuestro autor (en agosto de 1930 afirmaba a Alban Berg que «todo lo que he escrito tiene una cierta semejanza interior conmigo»: ASL, 117) sino también como una suerte de propuesta existencial para habitar el mundo una vez las certezas de los discursos metafísicos se han desmoronado por completo, en tanto que al hablar de Moses und Aron en 1951 Schönberg también afirmaba que «el asunto y su tratamiento son puramente religioso-filosóficos» (ASL, 258). Como hemos visto, esta propuesta existencial se sigue principalmente del texto del tercer acto, que —según consideraba Schönberg— «reproduce el contenido principal de la obra».2 En él Schönberg aúna teología y ética, en tanto que en el desierto (que es más un lugar espiritual que un lugar físico) el pueblo sólo podrá avanzar y —con el predominio del oído sobre la vista— podrá «alcanzar el objetivo: unidos con Dios». Al conminar al pueblo hacia el desierto, este Moisés del siglo xx abandona el rol de profeta liberador y legislador que había tenido en el Antiguo Testamento, creando —como un buen profesor— las condiciones de posibilidad de la búsqueda propia y renunciando a la imposible 1 D. Newlin, «Self-Revelation and the Law. Arnold Schönberg in his Religious Works», Yuval, vol. 1, 1968, p. 205. 2 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=5969 [12.8.2012]. 495 tarea de representar lo irrepresentable. En el desierto —como hemos intuido trasladando los postulados pedagógicos y compositivos de Schönberg al terreno ético y social— sólo es posible vivir siguiendo lo que hemos llamado una «ética del siempre avanzar» y una «ética de la excelencia», que tienen que ser a la fuerza colaborativas. Y la colaboración es relacional por naturaleza. Al no pretender crear ningún sistema filosófico, Schönberg no explicitó estas cuestiones y se limitó a “lanzar” al pueblo hacia el desierto. Por eso, las palabras de su coetáneo (y también judío como él) Martin Buber, pueden ayudarnos a esclarecer la dimensión necesariamente colaborativa que tiene que tener la ética en el desierto: Lo que singulariza al mundo humano es, por encima de todo, que en él ocurre entre ser y ser algo que no encuentra par en ningún otro rincón de la naturaleza. El lenguaje no es más que su signo y su medio, toda obra espiritual ha sido provocada por ese algo. Es lo que hace del hombre un hombre; pero, siguiendo su camino, el hombre no sólo se despliega sino que también se encoge y degenera. Sus raíces se hallan en que un ser busca a otro ser, como este otro ser concreto, para comunicar con él en una esfera común a los dos pero que sobrepasa el campo propio de cada uno. Esta esfera, que ya está plantada con la existencia del hombre como hombre pero que todavía no ha sido conceptualmente dibujada, la denomino la esfera del «entre». Constituye una protocategoría de la realidad humana, aunque es verdad que se realiza en grados muy diferentes.3 Creemos que este «entre» del que hablaba Martin Buber en 1942 es análogo a la función que tiene la noción de «relación» en el pensamiento de Schönberg. Por ello, y a pesar de que Schönberg no explicitó su propuesta existencial en términos filosóficos, creemos que no sería descabellado situarla al lado de la que formuló Martin Buber y —por extensión— al lado de la que hicieron otros filósofos coetáneos a ambos como Franz Rosenzweig, Ludwig Wittgenstein o Martin Heidegger. A pesar de que en la biblioteca de Schönberg no constara ningún volumen de estos autores, y a pesar de no haber coincidido jamás con ellos (Wittgenstein y él nacieron en la misma Viena y se movieron durante un tiempo en círculos concomitantes), no tenemos ninguna duda de que Schönberg compartía con ellos las preguntas fundamentales sobre la condición humana que en el caso de éstos dio lugar a una obra filosófica y que en el de nuestro autor quedaron plasmadas en su obra musical. Una obra musical en la que —tal como decía al final de su vida en el frontispicio de los Fundamentals of Musical Buber, ¿Qué es el hombre?, trad. E. Ímaz, Fondo de Cultura Económica, México, 1995, pp. 146-147. 3 M. 496 A modo de conclusión Composition— «la presentación, el desarrollo y la interconexión de ideas tiene que basarse en la relación» (FMC, p. 1). Al fin y al cabo, no podría suceder de otra forma. Porque según hemos visto al final de Capítulo 1 y al principio del Capítulo 2, «componer es pensar en tonos y ritmos», «el pensamiento musical se rige por las leyes y condiciones de nuestro otro pensamiento», y «todo pensamiento consiste esencialmente en poner en relación las cosas (conceptos, etc.) entre ellas» (MG, p. 421-422). Tanto por su comprensión holística del mundo como por esta dimensión omnipresente de la ‘relación’ en el pensamiento (como producto) y en el pensamiento (como actividad) de Schönberg, creemos que no es descabellado afirmar que la noción de «relación» no sólo guió su pensamiento musical y su forma de componer (llevando así al extremo la organicidad connatural a la tradición musical germánica), sino que también marcó su día a día. Algunas particularidades de su persona como la invención de juegos, el gusto por los deportes (con la ideación de un fabuloso sistema para anotar paso a paso cada punto de un partido de tenis) o su faceta de constructor de mil y un artilugios cobran una nueva dimensión si las leemos a la luz de la importancia que tenía la noción de relación en el modo de pensar (y de vivir) de Schönberg. Inventos suyos como la máquina de escribir música, el dispensador de cinta adhesiva (antes de que fuese una patente comercializada), el atril plegable para su cuñado Rudolf Kolisch, la percha para faldas, además de sus múltiples diseños de muebles y sus utensilios para manejar las series dodecafónicas demuestran que en la cabeza de Schönberg —además de una inquietud perpetua que es indicativa de su perpetuo movimiento— la noción de ‘relación’ o de ‘mediación’ era una constante.4 Porque inventar una máquina de escribir música supone, al fin y al cabo, ser capaz de diseñar un complejo entramado de conexiones (es decir, de relaciones: vid. el diseño de su máquina 4 Vid. el catálogo de la exposición editado por Ch. Meyer (ed.), Arnold Schönberg. Spiele, Konstruktionen, Bricolagen, Arnold Schönberg Center, Viena, 2004. Cf. también el evocador relato de Claudio Magris sobre el despacho de Schönberg en C. Magris, El infinito viajar, trad. P. García, Anagrama, Barcelona, 2012, pp. 138-143; y el texto delicioso de Nuria Schoenberg-Nono, «Tra le carte di mio padre», en Letterature straniere &. Quaderni della Facoltà di Lingue e Letterature Straniere dell’Università degli Studi di Cagliari, al cuidado de A. Trudu, Carocci, Roma, 1999, pp. 159-162, publicado en inglés como «The Role of Extra-Musical Pursuits in Arnold Schoenberg’s Creative Life» en el folleto anexo al juego de cartas A. Schoenberg, Playing Cards, Piatnik, Wien, 1981. 497 de la misma en la figura 4.22) entre una tecla que debe pulsarse y el papel sobre el que la nota debe quedar impresa. O diseñar un dispensador de cinta adhesiva significa preocuparse por encontrar el utensilio (el intermediario) adecuado para que la relación de la cinta con los dedos sea más fácil y mejor. Esta inclinación llegaba al extremo de que —tal como cuenta su hija Nuria— cada utensilio debiera utilizarse exactamente acorde a su función; lo cual significa que la relación entre el material y la herramienta no podía ser inadecuada: Cada material tenía que ser tratado de modo específico utilizando los instrumentos adecuados: ¡nunca se podía emplear un cuchillo como destornillador o unas tijeras para hacer un agujero en el cartón! Había una especie de ética en la manera como afrontaba estas actividades secundarias.5 El diseño de juegos (y Schönberg, que tuvo niños de mayor, no perdió jamás su dimensión de homo ludens) está —creemos— en el mismo orden de cosas. Al fin y al cabo (y de modo relativamente análogo a lo que es una composición), un juego está constituido por unas relaciones (inventadas y previstas de antemano) que regulan todos los movimientos que se pueden hacer durante la partida. Hay quien considera incluso que «los otros juegos de Schönberg —su ajedrez, su tenis, sus cartas— quizás le proporcionaron a lo largo de los años unas bienvenidas, e incluso necesarias, vacaciones del mucho más difícil juego de la composición», o que en gran medida «para Schönberg, como para Cage, la composición era un “juego” [“gamble”]».6 En cualquier caso, su juego de ajedrez de alianzas para cuatro jugadores, sus diseños de cartas, sus puzzles y otros entretenimientos pueden entenderse desde esta constante búsqueda de relaciones, en tanto que un juego es, esencialmente, un complejo de relaciones que permite crear un mundo. Un mundo en miniatura, eso sí, pero un mundo al fin y al cabo, cuyo funcionamiento no es tan diferente del funcionamiento de una composición o del funcionamiento del mundo real.7 Pero, más allá de sus quehaceres domésticos, de su producción pictórica, de su actividad ensayística y de su tarea pedagógica, los ámbitos en los que la cuestión de la relación tuvo una mayor importancia fueron —con toda seguridad— el ámbito de la composición y el de la religión. En cuanto al primero, Schoenberg-Nono, «Tra le carte di mio padre», p. 160. Peles, «Schönberg’s Unfinished Twelve-tone Works and Sketches: 1926-1928», JASC 7/2005, p. 202. D. W. Bernstein, «Themes and Variations. John Cage’s Studies with Arnold Schönberg», JASC 4/2002, p. 338. 7 Vid. al respecto J. Huizinga, Homo ludens, trad. E. Ímaz, Alianza, Madrid, 2012. 6 S. 5 N. 498 A modo de conclusión Figura 4.22: Diseño de la máquina de escribir música hemos visto cómo en sus primeros opus Schönberg fue ampliando progresivamente las relaciones armónicas tonales más allá de lo imaginable; cómo en las obras atonales un minucioso trabajo motívico permitía relacionar los elementos de una composición entera; y cómo en las obras dodecafónicas las relaciones surgidas de las transformaciones seriales aportaban la coherencia necesaria a la composición. En cuanto al segundo ámbito, el de la religión, hemos visto cómo la singladura espiritual de Schönberg estuvo marcada por una constante búsqueda de la relación entre el ámbito de la inmanencia y el de la trascendencia, restituyendo conscientemente o no el significado propio de la religión en tanto que religio. Tan importante era la dimensión de la religación en la concepción religiosa de Schönberg que, en 1936, llegó a escribir incluso que «zu einer Religion ist nicht ein Gott nötig, sondern bloß ein Glauben» (SHGS, p. 527). Es 499 decir: «para una religión no se necesita un Dios, sino sólo una creencia».8 La frase —que nos hemos guardado hasta ahora como un as en la manga— puede sorprendernos por su radicalidad. Pero si tenemos en cuenta que lo más nuclear (y por lo tanto fundamental) en el pensamiento de Schönberg es la noción de relación, no debería sorprendernos que para él la creencia (es decir, aquello sobre lo que se fundamenta la relación entre el mundo de la inmanencia y el de la trascendencia) tenga un estatuto superior incluso a la divinidad y a la propia entidad de los dos mundos, hasta el punto de que su enunciado podría reformularse afirmando que «para una religión sólo se necesita una religación». En tanto que —en el ámbito religioso— la relación es más importante que Dios y que el hombre, podríamos concluir —con un Martin Buber que parece parafrasear el Prólogo del Evangelio de Juan— que «al principio está la relación».9 El aforismo de Schönberg cobra aún mayor relevancia leído en su contexto, después de la frase que lo antecede, y que es una pregunta en la cual Schönberg incurre en un lapsus entre Laura-Beatrice y Dante-Petrarca. «¿Qué es Beatrice sin Petrarca y su amor?», se pregunta. A lo cual contesta: «Para una religión no se necesita un Dios, sino sólo una creencia» (SHGS, p. 527). La pregunta, preciosa, recuerda bastante el conocido poema en el que Rainer Maria Rilke se pregunta «¿Qué vas a hacer, oh Dios, cuando yo muera?»,10 que Schönberg seguro que conocía al haber musicado dos textos del Libro de las horas en su opus 22. Pero si en un análisis comparado de las dos frases, «Beatrice» puede equipararse a «Dios» y «Petrarca» al «yo», en la sentencia de Schönberg aparece otro término («amor») que no está en el verso de Rilke. Y es precisamente este amor lo que permite unir el espacio que separa (el «entre», diría Buber) a Dante de Beatrice. El «amor» pues, es el intermediario (es decir: la manifestación de la relación) entre Dante y Beatrice. Y el amor es así —en un 8 El texto en el que se encuentra esta frase se publicó por primera vez en la biografía de Willi Reich sobre Schönberg (página 313 de la edición alemana y 248 de la edición inglesa). En la biografía de Reich aparece con un error notable, que la edición de Anna Maria Morazzoni en SHGS subsana pertinentemente, según hemos comprobado consultando en manuscrito original. Reich transcribe «meiner Religion» (‘mi religión’), cuando el texto original (bien editado por Morazzoni) dice «einer Religion» (‘una religión’). 9 M. Buber, Jo i tu, p. 21. 10 R. M. Rilke, El libro de las horas (Das Stunden-Buch), ed. bilingüe, trad. F. BermúdezCañete, Hiperión, Madrid, 2005, p. 60. 500 A modo de conclusión sentido no ya petrarquesco o trovadoresco, sino schönberguiano— todavía más importante que los amantes. En suma: la religión (el empeño por religarse: la relación) es todavía más importante que Dios y que el hombre. Esta será, en esencia, la cuestión que Schönberg explorará de forma magistral en Moses und Aron, subiendo encima del escenario sus preocupaciones nucleares sobre la noción de relación en su caso más extremo: el de la relación entre inmanencia y trascendencia. Pero la relación entre Dios y el pueblo (que viene mediada por Moisés y Aarón, de modo análogo al amor que media entre Dante y Beatrice) se manifiesta como una relación imposible. Porque es imposible representar lo irrepresentable, y la revelación está tan ligada a su hic et nunc (a su apertura revelatoria) que cualquier extrapolación de la misma, sacándola de lugar o de contexto, la desvirtúa. La polifonía atemporal de la revelación es imposible de convocar en la monofonía del tiempo. Y así, si en el éxtasis de la pseudo-obertura, forma (la «o» icónica) y contenido (la «o» fonética y estructural) iban de la mano al no poder haber —por la ausencia de tiempo— un décalage entre ambos, en el ámbito del tiempo se produce una separación entre el supuesto contenido a anunciar y la forma de esta anunciación. Porque la forma es consubstancial al contenido, del mismo modo que el estilo debe ser consubstancial a la idea. El drama de Moses und Aron pone de manifiesto la perpetua invalidez de cualquier aseveración metafísica que se pretenda erigir como intocable e invariable. Ya que, al realizarse necesariamente en el ámbito del tiempo, se produce una fisura insalvable entre forma y contenido. En palabras de Massimo Cacciari, Es verdaderamente extraordinario cómo en esta ópera el hecho musical realiza en sí mismo la reflexión schönberguiana sobre el sentido de esta tradición [cultural y religiosa de Israel]. Cómo esta última es continua Entstellung, dislocación de la «palabra originaria», que, simplemente, jamás podrá darse [y] que la exégesis puede pacientemente sólo re-velar.11 Cacciari —como tantas veces— da en el clavo con la elección de las palabras, en tanto que Entstellung (‘desfigurar’) tiene el doble sentido de ‘tergiversar’ (en tanto que cualquier discurso sobre la revelación la tergiversa) y de ‘no 11 M. Cacciari, «Schönberg: estetica e etica», en Letterature straniere &. Quaderni della Facoltà di Lingue e Letterature Straniere dell’Università degli Studi di Cagliari, al cuidado de A. Trudu, Carocci, Roma, 1999, p. 166. 501 figurar’ (en tanto que no se puede representar lo irrepresentable). De ello se sigue que cualquier tradición religiosa vive por definición en la precariedad de no poder dar nada por definitivo; y esto implica estar en perpetuo movimiento. Ante las posibles lecturas religiosas totalitarias, Moses und Aron se sitúa pues como un antídodo, y la incompletitud de su tercer acto se corresponde con la incompletitud y provisionalidad de los discursos a los que una teología sensible a la no cosificación de la divinidad siempre estará condenada. Para seguir con Cacciari, entender que cualquier discurso sobre la revelación supone una dis-locación (un sacar de lugar) la palabra originaria, y que la tradición es fundamentalmente la suma de estas dislocaciones, invalida de raíz cualquier pretensión hegemónica de los discursos religiosos. La dislocación de la que habla Cacciari se alza contra cualquier pretensión de asentamiento totalizador, lo cual implica entender la religión, esencialmente, como movimiento. Por ello, Schönberg no puede ser más perspicaz al sugerir que el territorio propio de la religión es el desierto en el que sólo cabe avanzar. Por ello Moisés, consciente de que «la palabra traiciona y sólo el silencio respeta ese vínculo orgánico que coloca lo Inefable frente a lo Infinito»,12 calla todo discurso sobre Dios en el tercer acto e instaura tácitamente el nuevo mandamiento del siempre avanzar en el desierto. Porque sólo quien ha dado la Ley puede legítimamente romperla y propugnar una nueva forma de vivir en el mundo una vez no quedan fundamentos metafísicos que justifiquen y regulen la existencia del hombre en el mundo. Ante tal panorama, Schönberg no arroja la toalla ni se sume en un nihilismo relativo,13 porque in-der-Welt-sein (para decirlo con Heidegger) consiste en agarrar las riendas de la propia existencia, teniendo cuidado (Sorge) de sí. Por ello Schönberg intenta establecer una «religiosidad positiva» adecuada para «hombre de hoy, que [. . . ] disputa con Dios [. . . ] y así consigue encontrarlo y volverse religioso» (ASL, 11). Para hacerlo —¡cómo no!— se basa en la relación: en «¡aprender a rezar!» (ASL, 11). Pero no de cualquier manera, sino con «la manera de hablar, la forma de pensar, la forma de expresarse del hombre de hoy» (ASL, 11), dejando atrás «el lenguaje de la Biblia, que es alemán medieval y es oscuro para nosotros» (ASL, 117). 12 A. Neher, El exilio de la palabra. De silencio bíblico al silencio de Auschwitz, trad. A. Sucasas, Riopiedras, Barcelona, 1997, p. 15. 13 Para un análisis de la «nada relativa» frente al «nihilismo absoluto» (en sentido positivo) de la vacuidad, cf. K. Nishitani, La religión y la nada, trad. R. Bouso, Siruela, Madrid, 1999. 502 A modo de conclusión Entre la carta a Richard Dehmel de 1912 (ASL, 11) y la carta a Alban Berg de 1930 (ASL, 117) que acabamos de citar pasaron casi 20 años. Y desde la carta a Berg de 1930 hasta la muerte de Schönberg en 1951 pasaron 20 más. La muerte le sobrevino un 13 de julio, cuando estaba componiendo la música para su Moderner Psalm op. 50c: un salmo (¡moderno!) en el que las últimas palabras musicadas son «und trotzdem bete ich»; es decir: «y sin embargo, rezo» [CD - Pista 38]. Un rezo, una plegaria, que es, a fin de cuentas, la más clara manifestación de la voluntad de trazar un puente entre lo inmanente y lo trascendente, a pesar («und trotzdem») de todas las dificultades y a pesar de todos los pesares. Esta fue, en resumidas cuentas, la pretensión de Schönberg a lo largo de su vida: la de salvar —y sus obras dan fe de ello— la distancia que se abre entre el hombre y Dios. Ante tal pretensión, en muchas de sus obras el oyente se sitúa ante una disposición liminar de lo sagrado, dado que se la da a presenciar aquello que —desde los tiempos bíblicos— se conoce como la lucha con el ángel. Algo que Schönberg ya quería llevar a cabo en 1912, cuando le explicaba a Richard Dehmel que quería escribir una obra que surgiese de «adaptar El combate de Jacob, de Strindberg». Una idea que desestimó para «partir de una religiosidad positiva» y «adaptar el capítulo final de la Seraphite de Balzac, “La Ascensión”. Pero no me abandonaba esta idea: “la plegaria del hombre de hoy”» (ASL, 11). Una plegaria que —en tanto que ascensión— está presente en Die Jakobsleiter desde el propio título, y que la ópera Moses und Aron y los Moderne Psalmen también intentan formular.14 Obviamente, ninguna de estas obras es una plegaria en sentido estricto o convencional, ni tiene ninguna vocación litúrgica. Incluso los Moderne Psalmen (que Schönberg pretendía titular —según confesaba a Oskar Adler en abril de 1951— como Salmos, plegarias y otras conversaciones con y sobre Dios: vid. ASL, 256) distan mucho de ser una plegaria o un salmo al uso. En cambio, todas estas obras —pretendiendo rezumar una «religiosidad positiva»— no hacen sino profundizar en la «lucha con el ángel». Prueba de ello es el inacabamiento de las tres, que da muestra de que este combate es un combate eterno; o que por 14 Una bellísima definición de la plegaria como orientación ascensional y como puente entre dos mundos se encuentra en el tercer capítulo de De los nombres divinos, de Dionisio Areopagita. Vid. Dionisi Areopagita, Dels noms divins. De la teologia mística, trad. y ed. J. Batalla, Laia, Barcelona, 1986, p. 57. 503 lo menos dura lo mismo que dura la existencia de aquel que lo acomete. La lucha de Schönberg por acabar Die Jakobsleiter, Moses und Aron y los Moderne Psalmen, no es sólo la lucha por la formulación de la que hablaba nuestro autor a propósito de las Structural Functions of Harmony (y con la que hemos abierto esta tesis), sino que ejemplifica la propia lucha y búsqueda de Schönberg en el terreno espiritual. Una lucha y una quête —para decirlo en términos artúricos— que, por el hecho de ser absolutamente limítrofe con lo sagrado, quizás deja espacio para que el sagrado mismo se manifieste. Así, estas tres obras de Schönberg no mostrarían ni un camino a seguir ni una propedéutica para la unio mystica con Dios, dado que —por la caída de los grandes discursos y por la propia convicción schönberguiana— no hay ley alguna que pueda señalar el camino. Como decía en la Harmonielehre, «las reglas son, en el mejor de los casos, indicadoras del grado de penetración en los datos naturales; no son, pues, leyes eternas, sino algo que se desmorona constantemente ante cada nuevo hecho» (HL, p. 493). Por ello tanto Die Jakobsleiter y los Moderne Psalmen, como sobre todo Moses und Aron (que se representa no en un templo sino en un teatro, que es uno de los epicentros culturales de la modernidad urbana), no son moralistas ni marcan ningún camino a seguir sino que abren para el oyente la puerta de acceso a la experiencia de lo sagrado y al mandato de siempre avanzar. Así vendría a realizarse aquello que sugería Adorno en 1963, y que apuntaba Mircea Eliade en 1964: que Moses und Aron (a pesar de no ser cultual e incluso a pesar de su temática en parte religiosa) constituye «un fragmento sacro»,15 dado que en el siglo xx «lo sagrado [. . . ] se ha convertido en irreconocible, camuflado en formas, intenciones y significaciones aparentemente “profanas”».16 Así —como en un ouroboros— se cerraría el círculo, y todo se relacionaría con todo en una interpenetración perenne. Porque, en tanto que la manifestación de lo sagrado no se deja aprehender y sitúa al hombre ante una «experiencia “abierta” al mundo»,17 es una experiencia abierta al mundo —«en 15 Th. W. Adorno, «Fragmento sacro. Sobre el Moisés y Aarón de Schönberg», en Ibid., Escritos musicales I-III. Obra completa, 16, trad. A. Brotons y A. Gómez, Akal, Madrid, 2006, pp. 463-483. 16 M. Eliade, «Permanencia de lo sagrado en el arte contemporáneo», en Ibid., El vuelo mágico y otros ensayos, trad. V. Cirlot y A. Vega, Siruela, Madrid, 1995, p. 140. 17 Ibid., El sagrat i el profà, trad. J. Argemí, Fragmenta, Barcelona, 2012, pp. 191-195. 504 A modo de conclusión el desierto», nos dice Schönberg— la que propicia la unión con lo sagrado. Si es en el desierto donde se puede alcanzar el objetivo, «unidos con Dios», la unión con Dios lleva consigo al siempre avanzar propio del desierto. Como decía Franz Rosenzweig, «somos, pues, eternos caminantes».18 O, lo que es lo mismo: el homo religiosus es un homo quaerens, en tanto que la vida es —en esencia— relación, movimiento y búsqueda perenne hacia un siempre más allá. 18 F. Rosenzweig, La estrella de la redención, p. 363. By way of conclusion [Translation of «A modo de conclusión»] As we noted in the Introduction, throughout the five hundred pages of this work, it has been our intention to show both how the concept of ‘relationship’ is a central concept in Arnold Schoenberg’s thought and how the opera Moses und Aron – in which the question of relationship is of capital importance at a biographical, compositional, structural and thematic level – can be interpreted as an existential proposal for living in the world after the collapse of all major discourses. While in Chapter 1 we sketched out in what sense the notion of relationship is important in the thought of our protagonist (seeing the distance which existed for him between thought and speech, between idea and style, between performer and listener, and so on, and seeing how the notion of relationship provided the foundation for his reflections about sound, harmony, and the idea of music, about the task of teaching, about what it means to compose and even about what it means to think), in Chapter 2 we saw how three elements could have played a key role in forming the centrality of this notion. We refer, in the first place, to the Viennese cultural context in which relations between essence and appearance (what has become know as the problem of Darstellung) were distorted. Secondly, there was the necessity of finding new syntactical relationships when composing, since the harmonic relationships pertaining to the tonal system had been left in a state of hypertrophy by the excesses of Post-Romanticism. And, thirdly, there is the question of Schoenberg’s religious trajectory, characterised by his determination to bridge the gap separating the world of immanence from the world of transcendence and attempt to establish an adequate relationship between them. With these considerations in mind, in Chapter 3 we took a chronological 505 506 By way of conclusion journey through Schoenberg’s work in order to see how the question of relationship (in terms of musical language, but also in structural and thematic terms) gained increasing importance in his production, to the point that his most original discovery, dodecaphonic music, was defined by Shoenberg himself according to the word ‘relation’, when he said that it is a method of «composition with twelve tones related only to one another» (SHGS, p. 132 / SI, p. 263). In this third chapter we also became aware of how Shoenberg’s spiritual concerns were strongly connected to his artistic achievements, to the point of being able to affirm – with Dika Newlin – that «Schoenberg’s religious and philosophical ideas are inextricably interwoven with the genesis of [his] technical innovations».1 In this same chapter we saw how questions of a spiritual and religious nature developed for him in crescendo until they reached their most exact formulation in the opera Moses and Aron, in which – as we saw in Chapter 4 – Shoenberg carried to their extremes both twelve-tone composition and his philosophical and religious thought. For this reason Moses and Aron represents, without a doubt, the culmination of his production, and can be read not only as an exposition of the beliefs and concerns of our author (in August 1930 he stated to Alban Berg that «everything I have written has a certain inner likeness to myself»: ASL, 117) but also as a kind of existential proposal as regards the way in which to inhabit the world once the certainties of metaphysical discourses have entirely collapsed, so that in speaking about Moses and Aron in 1951, Schoenberg also stated that «the subject matter and the treatment of it are purely of a religious philosophical kind» (ASL, 258). As we have seen, this existential enterprise proceeds principally from the text of Act Three, which – for Schoenberg himself – «reproduces the work’s principal subject matter».2 Here, Schoenberg brings together theology and ethics, so that in the desert (which is more of a spiritual place than a physical place) the People can only advance and – with the sense of hearing predominating over that of sight – can «reach the objective: united with God». By urging the People towards the desert, this xxth century Moses abandons the role of liberating and law-making prophet that he had in the Old Testament 1 D. Newlin, «Self-Revelation and the Law. Arnold Schönberg in his Religious Works», Yuval, vol. 1, 1968, p. 205. 2 http://81.223.24.109/letters/search_show_letter.php?ID_Number=5969 [12.8.2012]. 507 to create, instead – good teacher that he is – the conditions that make possible a personal search, and renounces the impossible task of representing that which cannot be represented. In the desert – as we have already sensed, transposing Schoenberg’s pedagogical and compositional postulates to the ethical and social terrain – it is only possible to live by following what we have called an «ethics of ever advance» and an «ethic of excellence», which, necessarily, have to be collaborative. And collaboration is relational by nature. Not presuming to create any sort of philosophical system, Schoenberg did not make these questions explicit and he limited himself to “flinging” the People into the desert. Thus, the words of his contemporary (and fellow Jew) Martin Buber, can help us clarify the necessarily collaborative dimensions that ethics in the desert must have: What is peculiarly characteristic of the human world is above all that something takes place between one being and another the like of which can be found nowhere in nature. Language is only a sign and a means for it, all achievement of the spirit has been incited by it. Man is made man by it; but on its way it does not merely unfold, it also decays and withers away. It is rooted in one being turning to another as another, as this particular other being, in order to communicate with it in a sphere which is common to them but which reaches out beyond the special sphere of each. I call this sphere, which is established with the existence of man as man but which is conceptually still uncomprehended, the sphere of «between». Though being realized in very different degrees, it is a primal category of human reality.3 It is our belief that this «between» which Martin Buber talked about in 1942 is analogous to the function that the notion of «relationship» has in Schoenberg’s thought. For this reason, and in spite of the fact that Schoenberg did not make his existential, philosophical enterprise explicit, we believe that it would not be far-fetched to place it alongside that formulated by Martin Buber and – by extension – alongside those which other philosophers, contemporaries of them both, created: Franz Rosenzweig, Ludwig Wittgenstein or Martin Heidegger. In spite of the fact that there is no record of books by these authors in Schoenberg’s library and in spite of the fact that he never met with any of them (he and Wittgenstein were both born in Vienna, and for a time they moved in concurrent circles), we are not in any doubt that Schoenberg shared with them the fundamental questions about the human condition which, in the case of the philosophers in question, led to their philosophical oevres, while in the Buber, «What is man» in Ibid., Man and Man, trans. R. Gregor-Smith, Routledge, London · New York, 2002, pp. 240-241. 3 M. 508 By way of conclusion case of our author they were set down in his musical work. Musical work in which – as he said at the end of his life, in the foreword to the Fundamentals of Musical Composition – «the presentation, development and interconnexion of ideas must be based on relationship» (FMC, p. 1). Taking everything into consideration, it could not be otherwise. For, as we saw at the end of Chapter 1 and at the beginning of Chapter 2, «to compose is to think in tones and rhythms», «musical thought is governed by the laws and conditions of our other thinking», and «all thought consists essentially in putting things (concepts, etc.) in relationship to each other» (MG, p. 421422). As much for Schoenberg’s holistic understanding of the world as for this omnipresent dimension of ‘relationship’ in his thought (as product) and his thought (as activity), we believe that it is reasonable to affirm that the notion of «relation» not only guided his musical thinking and his way of composing (thus taking to its extreme the organicity natural to German musical tradition), but that it also influenced his daily life. Certain specific details of his personality, such as the invention of games, his taste for sports (including the invention of a fabulous system for annotating, step by step, a game of tennis) or his facet as a builder of a thousand and one gadgets, take on a new dimension when we read them in the light of the importance that the notion of relationship had in the way Schoenberg thought and lived. Some of his inventions such as the machine for writing music, the dispenser for adhesive tape (before a commercial patent for such a thing existed), the fold-up music stand for his brother-in-law Rudolf Kolisch, the hanger for skirts, as well as his multiple designs for furniture and his instruments for dealing with the dodecaphonic series, demonstrate that in Schoenberg’s head – beyond a perpetual restlessness which is indicative of his perpetual movement – the notion of ‘relationship’ or ‘mediation’ was a constant.4 For to invent a 4 See the catalogue of the exhibition edited by Ch. Meyer (ed.), Arnold Schönberg. Spiele, Konstruktionen, Bricolagen, Arnold Schönberg Center, Wien, 2004. Cf. also the evocative short story by Claudio Magris about Schoenberg’s study in C. Magris, L’infinito viaggiare, Mondadori, Milano, 2005; and the delightful text by Nuria Schoenberg-Nono, «The Role of Extra-Musical Pursuits in Arnold Schoenberg’s Creative Life» in the booklet that accompanies the playing cards A. Schoenberg, Playing Cards, Piatnik, Wien, 1981 (which can also be found in Italian in «Tra le carte di mio padre», Letterature straniere &. Quaderni della Facoltà di Lingue e Letterature Straniere dell’Università degli Studi di Cagliari, edited by A. Trudu, Carocci, Roma, 1999, pp. 159-162). 509 music typewriter presupposes, when all is said and done, the capacity to design a complex network of connections (that is to say of relationships: see the design of the machine that can be seen in the image 4.23) between a key that must be depressed and the paper on which the note is to be printed. Or to design a dispenser for adhesive tape means to concern oneself with finding the right utensil (this is, the intermediary) so that the relationship between the tape and the fingers will be easier and better. This tendency reached the extreme that – as his daughter Nuria recalls it – every utensil should be used exactly according to its function; which meant that the relationship between the material and the tool could not be inadequate: Every material had to be treated in a specific way and with the right tools: never use a knife as a screwdriver or a pair of scissors to make a hole in a piece of cardboard! There was a kind of ethics even in the way he approached these secondary activities.5 The designing of games (and Schoenberg who had children at a later age, never lost his dimension of homo ludens) is, we believe, in the same order of things. When all is said and done (and in a relatively analogous way to what it is a composition), a game comprises a number of relationships (invented and planned in advance) which regulate all moves that can be made during the game. There are even those who consider that «Schoenberg’s other games – his chess, his tennis, his playing cards – may well have provided him over the years with a welcome, perhaps even a necessary, holiday from the far more difficult game of composition», or that in large part «for Schoenberg, as well as for Cage, composition was a “gamble”».6 At all events, his game of chess of alliances for four players, his card designs, his puzzles and other entertainments can be understood from the point of view of this constant search for relationships, as far as a game is, essentially, a complex web of relationships which allow a world to be created. A world in miniature, for sure, but a world in any case whose functioning is not so different from the way a composition functions or from how the real world works.7 5 N. Schoenberg-Nono, «The Role of Extra-Musical Pursuits in Arnold Schoenberg’s Creative Life», p. 19. 6 S. Peles, «Schönberg’s Unfinished Twelve-tone Works and Sketches: 1926-1928», JASC 7/2005, p. 202. D. W. Bernstein, «Themes and Variations. John Cage’s Studies with Arnold Schönberg», JASC 4/2002, p. 338. 7 See in this respect J. Huizinga, Homo ludens. A Study of the Play-Element in Culture, Beacon, Boston, 1971. 510 By way of conclusion Figura 4.23: Design of the music typewriter But, beyond his domestic occupations, his pictorical production, his theoretical activity and his teaching work, the areas in which the question of relationship had greatest importance were – with absolute certainty – the areas of composition and religion. As far as composition is concerned, we have seen how in his earlier opus Schoenberg progressively broadened the harmonic tonal relationships beyond what had been previously imaginable; how in atonal pieces, minutely detailed motif work allowed the elements of an entire composition to be related ; and how in dodecaphonic works the relationships emerging from serial transformations provided the composition with the necessary coherence. As far as the second area is concerned, that of religion, we have seen how Schoenberg’s spiritual trajectory was characterised by a constant search for the relationship between the ambit of immanence and that of transcendence, consciously or not performing a restitution of the significance of religion as 511 religio. So important was the dimension of religation in Schoenberg’s concept of religion that, in 1936, he went so far as to write «zu einer Religion ist nicht ein Gott nötig, sondern bloß ein Glauben» (SHGS, p. 527). That is to say: «for a religion one does not need a God, but only a belief».8 This sentence – which we have reserved until now like an ace up our sleeve – might well cause surprise given its radical nature. But if we bear in mind that the very core (and therefore what is fundamental) in Schoenberg’s thought is the notion of relationship, it should not surprise us that for him belief itself (which is to say, what one bases the relationship on between the world of immanence and that of transcendence) has a superior status even to that of the divinity and to the very entity of the two worlds; to the point that his statement could be reformulated so as to affirm that «for a religion, all that is necessary is a re-ligation». To the extent that – in the ambit of religion – the relation is more important than God and than mankind, we could conclude – with a Martin Buber who seems to be paraphrasing the Prologue of the Gospel According to John – that «in the beginning is relation».9 Schoenberg’s aphorism becomes even more relevant when read in context, coming after the sentence that precedes it; this is a question in which Schoenberg makes a slip over Laura-Beatrice and Dante-Petrarca. «What is Beatrice without Petrarch and his love?», he asks himself. To which he replies: «For a religion one does not need a God, but only a belief» (SHGS, p. 527). The question, a lovely question, reminds one quite strongly of the well known poem in which Rainer Maria Rilke asks himself «What will you do, God, when I die?»,10 which Schoenberg surely knew, having set to music two texts from The Book of Hours in his Opus 22. But if, in a comparative analysis of the two sentences, «Beatrice» can be compared to «God» and «Petrarch» to the «I», in Schoenberg’s sentence another term appears («love») which does not 8 The text where this sentence is found was published for the first time in the biography of Schoenberg by Willi Reich (page 313 of the German edition and page 248 in the English one). In Reich’s biography it is printed with a significant error, which Anna Maria Morazzoni’s edition in SHGS pertinently puts right, as we have been able to verify in the original manuscript. Reich transcribes «meiner Religion» (‘my religion’), where the original text (well edited by Morazzoni) has «einer Religion» (‘a religion’). 9 M. Buber, I and Thou, trans. R. Gregor-Smith, T. & T. Clark, Edinburgh, 1937, p. 18. 10 R. M. Rilke, The Book of Hours, trans. A. Barrows & J. Macy Riverhead Books, New York, p. 74. 512 By way of conclusion appear in Rilke’s verse. And it is precisely this love that makes it possible to bridge the gap (the «between» Buber would say) which separates Dante and Beatrice. «Love» therefore is the intermediary (i. e. relation made manifest) between Dante and Beatrice. And love, thus – in a sense no longer Petrarcan nor Trobadouresque, but Schoenbergian – is still more important than the lovers. In sum: religion (the will of religare: be in relation) is more important even than God or man. This, in essence, is the question that Schoenberg would explore masterfully in Moses und Aron, putting on stage his core concerns about the notion of relationship in its most extreme case: that of the relationship between immanence and transcendence. But the relationship between God and the People (mediated by Moses and Aron, in a way that is analogous to the love which mediates between Dante and Beatrice) shows itself to be an impossible relationship. For it is impossible to represent that which cannot be represented, and the revelation is so linked to its hic et nunc (to its revelatory opening) that any extrapolation, taking it out of place or context, distorts it. It is impossible to convoke the atemporal polyphony of revelation by means of the monophony of time. Thus, if in the extasis of the pseudo-ouverture, form (the iconic «o») and content (the phonetic and structural «o») go hand in hand given that there cannot be – because of the absence of time – a time interval between them both, in the sphere of time a separation results between the supposed content that is to be announced and the form of this annunciation. For form is co-substantial with content, in the same way that style should be co-substantial with the idea. The drama of Moses und Aron makes clear the perpetual lack of validity of any metaphysical assertion which presumes to erect itself as untouchable and immutable; for, given that it is necessarily realised in the sphere of time, an irremediable fissure is opened between form and content. In the words of Massimo Cacciari, It is truly extraordinary to see how in this opera the musical fact creates in itself the Schoenbergian reflection on the meaning of this tradition [the cultural and religious tradition of Israel]. How the latter is continuous Entstellung, dislocation of the «original word», which, simply, can never occur [and] which patient exegesis can only dis-close.11 11 M. Cacciari, «Schönberg: estetica e etica», en Letterature straniere &. Quaderni della Facoltà di Lingue e Letterature Straniere dell’Università degli Studi di Cagliari, edited by A. Trudu, Carocci, Roma, 1999, p. 166. 513 Cacciari – as so often – hits the nail on the head in his choice of words, given that Entstellung (‘disfigure’) has the double meaning of ‘distort’ (given that any discourse about revelation will distort it) and ’not figure’ (given that it is impossible to represent what cannot be represented). From this it follows that any religious tradition exists, by definition, in the precarious situation of being unable to take anything as definite or final; and this implies to be in perpetual movement. In the face of possible religious totalitarianism, Moses und Aron establishes itself as an antidote, and the incompleteness of its third act corresponds to the incompleteness and provisionality of its discourses to which a theology that is sensitive to the no-thingness of the divinity will always be condemned. To continue with Cacciari, the understanding that any discourse about revelation presupposes a dis-location (a taking from its place) of the original word, and that tradition is fundamentally the sum of these dislocations, invalidates at source any hegemonic pretension a religious discourse may have. The dislocation of which Cacciari speaks raises itself against any pretension of totalising settlement, which implies the understanding of religion, essentially, as movement. For this reason, Schoenberg cannot be more perspicacious when he suggests that the real territory of religion is the desert in which the only thing one can do is to advance. Which is why Moses, conscious that «the word betrays and only silence respects this organic link which places the Ineffable before the Infinite»,12 silences all discourse about God in Act Three and tacitly imposes the new commandment of always advancing through the desert. For only the one who gives the Law can legitimately break it and advocate a new way of living in the world once there are no metaphysical foundations left which justify and regulate the existence of man in the world. In the face of just such a panorama, Schoenberg did not throw in the towel nor did he participate in a relative nihilism,13 because in-der-Welt-sein (as Heidegger puts it) consists of taking hold of the reins of one’s own existence, taking care (Sorge) of oneself. That is why Schoenberg tries to establish a «positive religious belief» appro- 12 A. Neher, El exilio de la palabra. De silencio bíblico al silencio de Auschwitz, trad. A. Sucasas, Riopiedras, Barcelona, 1997, p. 15. 13 For an analysis of the «relative nothingness» confronting the «absolute nihilism» (in positive sense) of vacuity, cf. K. Nishitani, Religion and Nothingness, trans. J. van Bragt, University of California Press, 1983. 514 By way of conclusion priate to «modern man [. . . ], [who] wrestles with God [. . . ] and finally succeeds in finding God and becoming religious» (ASL, 11). To do so – of course! – he bases himself in the relationship: in «learning to pray!» (ASL, 11). Not in any manner, however, but in «the mode of speech, the mode of thought, the mode of expression [. . . ] of modern man» (ASL, 11), leaving behind «the language of the Bible, [which] is Mediaeval German [. . . ] obscure to us» (ASL, 117). Between the letter to Richard Dehmel of 1912 (ASL, 11) and the letter to Alban Berg of 1930 (ASL, 117), from which we have just quoted, almost twenty years passed. And from the letter to Berg of 1930 to the death of Schoenberg in 1951, twenty more years passed. Death overtook him one 13th July, when he was composing music for his Moderner Psalm op. 50c: a (modern!) psalm in which the last words to be set to music are «und trotzdem bete ich»; that is to say: «and even so, I pray» [CD - Track 38]. A prayer which is, in the end, the clearest possible evidence of his will to draw a bridge between the immanent and the transcendent, in spite («und trotzdem») of all difficulties and in spite of all sorrows. In short, this was Schoenberg’s ambition throughout his life: to bridge – as his works bear witness – the gap which opens between man and God. In the face of such aspiration, in many of Schoenberg’s works the listener finds him or herself at the threshold of the sacred, given that what is offered is to witness what – since biblical times – has been known as wrestling with the angel. This was something Schoenberg had already wanted to work on in 1912 when he told Richard Dehmel that he wanted to write a work «adapting Strindberg’s Jacob Wrestling». An idea which he gave up when «finally I came to the idea of beginning with positive religious belief and intended adapting the final chapter, “The Ascent into Heaven”, from Balzac’s Seraphita. But I could never shake off the thought of “Modern Man’s Prayer”» (ASL, 11). A prayer which – as far as ascension goes – is present in Die Jakobsleiter from the very title on, and which the opera Moses und Aron and the Moderne Psalmen also attempt to formulate.14 Obviously, none of these works is a prayer in the strict or conventional sense 14 A beautiful definition of prayer as ascentional guidance and as a bridge between two worlds is found in the third chapter of On Divine Names by Dionysius the Areopagite: Dionysius the Areopagite, The Works of Dionysius the Areopagite, trans. J. Parker, Veritatis Splendor, 2013, p. 67. 515 of the word, nor are they intended to be liturgical. Even the Moderne Psalmen (which Schoenberg intended to title – according to his report to Oskar Adler in April 1951 – Psalms, Prayers, and Other Conversations with and on God: see ASL, 256) are far from being a standard prayer or psalm. On the other hand, all these works – the intention of which was to convey a «positive religious belief» – do nothing less than tackle the «wrestling with the angel». Proof of this is the unfinished nature of all three of them, which demonstrates that this combat is eternal; or, at least, that it lasts for as long as the life of the one who undertakes it. Schoenberg’s struggle to finish Die Jakobsleiter, Moses und Aron and the Moderne Psalmenen, is not only a struggle for formulation of which our author spoke in the Structural Functions of Harmony (and with which we began this thesis), but one which exemplifies Schoenberg’s own struggle and search in the spiritual field. A struggle and a quest – to use Arthurian terminology – which, being absolutely on the outer limits of the sacred, perhaps allows space for the sacred to manifest. So, these three works of Schoenberg’s do not show either a path to be followed nor give preliminary instructions for the unio mystica with God, given that – with the fall of the great systems of discourse and Schoenbergian conviction itself –, no law can indicate the way. As he said in the Harmonielehre, «the rules indicate at best only the degree of penetration into what is naturally given, hence, that they are not eternal laws, but only such that the next achievement always flushes them away” (HL, English edition, p. 414). Therefore, both Die Jakobsleiter and the Moderne Psalmen, and above all Moses und Aron (which is intended to be performed not in a place of worship but in a theatre – one of the cultural epicentres of modern urban life), are not moralistic, nor do they try to indicate a path to be followed but, rather, they open the gate of access for the listener to the experience of the sacred and to the mandate to always advance. Thus, what Adorno suggested in 1963, and Mircea Eliade noted in 1964, would come about: that Moses und Aron (in spite of not being cultual and even in spite of its partly religious subject matter) constitute «a sacred fragment»,15 given that in the twentieth century «the sacred [. . . ] has 15 Th. W. Adorno, «Sacred Fragment: Schoenberg’s Moses und Aron», in Ibid., Quasi una Fantasia. Essays on Modern Music, trans. R. Livingstone, Verso, London, 1992, pp. 225-248. 516 By way of conclusion become unrecognizable, camouflaged in apparently “profane” forms, meanings and significations».16 Thus – as with an ouroboros – the circle would close, and everything would be related to everything else in perennial interpenetration. Because, as long as the manifestation of the sacred does not allow itself to be aprehended and places the individual in an «experience open to the world»,17 it is an experience of openness to the world – «in the desert», Schoenberg tells us – that favours union with the sacred. If it is in the desert where one can achieve the objective, «united with God», the union with God carries with itself the ‘always advance’ that is characteristic of the desert. As Franz Rosenzweig said, we are «eternal wanderers therefore».18 Or, what is the same: homo religiosus is a homo quaerens, as far as life is – in essence – relation, movement and perennial search towards an ever beyond. 16 M. Eliade, «Permanencia de lo sagrado en el arte contemporáneo», en Ibid., El vuelo mágico y otros ensayos, trad. V. Cirlot y A. Vega, Siruela, Madrid, 1995, p. 140. Originally published as «La permanence du sacré dans l’art contemporain», XXe siècle, n. 26, 1964, p. 3-10. 17 Ibid., The Sacred and the Profane. The Nature of Religion, Harcourt, Orlando, p. 162. 18 F. Rosenzweig, The Star of Redemption, trans. B. E. Galli, University of Wisconsin Press, 2005, p. 324. Apéndice 1 Reproducimos aquí la obertura y la primera escena del primer acto a partir de la edición crítica. En ella hemos marcado, de modo muy visual, los lugares en los que aparecen los acordes A (azul), B (rojo), C (verde) y D (naranja), de los que hemos hablado ya en la página 387. Lo hacemos del siguiente modo: Encuadramos y coloreamos la aparición de los acordes en su disposición original (sin transportar) Encuadramos (sin colorear) la aparición de los acordes en su disposición original, pero transportados. Marcamos las transposiciones con un subíndice que indica el número de semitonos ascendentes respecto al acorde original. Por ejemplo A7 es la transposición del acorde A a 7 semitonos, es decir, a la 5a justa superior. En la página 519 proporcionamos el cuadro con los acordes y sus transposiciones. Encuadramos con línea de puntos los acordes (transportados o no) en su disposición no original: es decir, invertidos o con cambio de disposición de las voces. Por ejemplo Adisp indica que las notas del acorde A han sufrido un cambio de disposición con respecto al modelo original. Y B4 inv indica que el acorde B está transportado a la 3ª mayor (4 semitonos) y que está invertido (es decir, que la fundamental del acorde original no se presenta aquí en el bajo). Además, cuando aparece un motivo que despliega melódicamente uno de estos acordes, lo enmarcamos con un rectángulo inclinado. 517 518 Apéndice 1 Siguiendo las contribuciones de Karl Wörner,1 marcamos también los siguientes eventos temáticos (leitmotiven) subrayándolos sobre la partitura: Tema de la voluntad eterna e inmutable de Dios: en amarillo Tema del pueblo elegido: en fucsia Tema de la tierra prometida: en verde claro 1 Karl Wörner, Schoenberg’s Moses and Aaron, pp. 55 y 71. 519 Figura A.1: Cuadro con las transposiciones de los acordes A, B, C y D 520 Apéndice 1 521 522 Apéndice 1 523 524 Apéndice 1 525 526 Apéndice 1 527 528 Apéndice 1 529 530 Apéndice 1 531 532 Apéndice 1 533 534 Apéndice 1 535 536 Apéndice 1 537 538 Apéndice 1 539 540 Apéndice 1 541 Apéndice 2 En las páginas siguientes presentamos las únicas cuatro intervenciones de las 6 Solostimmen en toda la ópera, sin contar las de la obertura y la primera escena que hemos reproducido en el Apéndice 1. Estas cuatro intervenciones se dan todas en la cuarta escena del primer acto. Este apéndice complementa fundamentalmente el análisis realizado en el apartado 4.2.6. Antes de reproducirlas, las indexamos, proporcionando su traducción, su emplazamiento y una breve descripción: 1. I,4 c. 630-631: «¡Aarón!» Antes del primer milagro. Las 6 Solostimmen cantan aquí lo mismo que han cantado en los compases 59-61 de la primera escena («Aarón deberá ser tu boca»), después de que Moses haya objetado «puedo pensar, pero no hablar». Nótese cómo el vocativo de las 6 Solostimmen a Aarón (como si le invitaran a realizar el milagro), coincide con su enérgico «¡Calla!». Los acordes divinos aparecen aquí transportados a la sexta menor: los acordes A y B en su disposición propia, el D con el cambio de disposición del re por encima de la séptima sol , y el C invertido, con la fundamental en el barítono. No se presentan, pues, de modo «puro» y están solapados [CD - Pista 24]. 2. I,4 c. 708-709 y 715-716: «M. . . » Después del primer milagro. Aquí las voces sólo hacen una «m» con boca cerrada, en dos ocasiones, primero hombres y después mujeres. Nótese que estas dos intervenciones encuadran la advertencia del sacerdote: «Tu bastón nos obliga, pero no obliga al faraón a dejarnos libres» (I,4 c. 711-715). La primera intervención es una imitación estricta de la frase que las 6 Solostimmen han pronunciado en I,1 c. 64-65, cuando le dicen a Moisés que a través de Aarón sonará su voz, de modo análogo a «como a través de ti, la mía». En ambas inter543 544 Apéndice 2 venciones el empleo acórdico de A y B parece casi fortuito por su escasa duración [CD - Pista 25]. 3. I,4 c. 780: «¡Mirad!» Justo en el momento que se produce el segundo milagro. Las 6 Solostimmen se superponen a la exclamación de Aarón «¡Mirad!», que éste dirige al pueblo. Se emplean los acordes D con un cambio de disposición y A en posición directa, ambos transportados a la cuarta. En el acorde D, en el tercer y cuarto tiempo, el tenor cambia el si por el do; y en el acorde A, en el cuarto tiempo, la mezzosoprano cambia el la por un sol. En ambos casos esto hace que, con respecto a la fundamental del acorde, se produzca una sonoridad más consonante: una 5a justa (fa-do) en los hombres y una 3a mayor (mi -sol) en las mujeres [CD - Pista 26]. 4. I,4 c. 894-897: «¡Elegidos, elegidos!» Después del tercer milagro, antes de que el pueblo se dirija al desierto. No se utiliza ninguno de los acordes divinos, si bien las sonoridades C4 , A5 , D5 y D6 aparecen melodizadas en los cuatro compases cantados por las 6 Solostimmen. Aarón, a su turno, melodiza el acorde B sin transponer (el que faltaba por aparecer), al cantar el leitmotiv del pueblo elegido. Con este leitmotiv Aarón está desplegando en el tiempo lo que en las 6 Solostimmen suena simultáneamente, realizando una imitación directa (con una ligera variación) de la parte aguda y, acto seguido, una imitación retrogradada de las voces de barítono y bajo [CD - Pista 27]. 545 546 Apéndice 2 547 548 Apéndice 2 549 Apéndice 3 En este apéndice proporcionamos las páginas del segundo acto en las cuales los acordes A, B, C y D aparecen —a nuestro entender— de modo más significativo, según lo que hemos comentado a lo largo de nuestro análisis. Esto sucede en los siguientes momentos: 1. II,1 c. 85-100. Vid. página 440: CD - Pista 28 2. II,3 c. 861-867. Vid. página 449: CD - Pista 32 3. II,3 c. 947-957. Vid. página 451: CD - Pista 33 4. II,5 c. 990-993. Vid. página 452: CD - Pista 35 5. II,5 c. 1003-1009. Vid. página 455: CD - Pista 36 551 552 Apéndice 3 553 554 Apéndice 3 555 556 Apéndice 3 557 558 Apéndice 3 559 560 Apéndice 3 561 562 Apéndice 3 563 564 Apéndice 3 Bibliografía A. Fuentes primarias citadas (abreviaciones) Para aligerar la lectura se citan la mayoría de escritos de Schönberg en el cuerpo del texto (no en nota al pie) a partir de las siguientes abreviaciones. Citamos siempre en traducción propia a partir de la edición en idioma original (alemán o inglés), a cuyas páginas nos remitimos. Sólo en el caso de la Harmonielehre (HL) nos hemos basado en la excelente traducción castellana de Ramón Barce y las referencias de las páginas siguen esta edición, a pesar de que hemos cotejado siempre el original. No incluimos en esta lista las obras musicales, que hemos consultado mayoritariamente a partir de la Arnold Schönberg Sämtliche Werke (Schott · Universal Edition). ASL: Arnold Schönberg Ausgewählte Briefe, ed. E. Stein, B. Schotts Söhne, Mainz, 1958. Arnold Schoenberg Letters, trad. E. Wilkins y E. Kaiser, University of California Press, Berkeley, 1987. Arnold Schönberg Cartas, trad. A. F. Mayo, Turner, Madrid, 1987. ASR: A Schoenberg Reader. Documents of a Life, ed. J. Auner, Yale University Press, New Haven & Londres, 2003. [Referido como ASR en el cuerpo del texto cuando citamos las palabras de Schönberg y referido en nota al pie cuando citamos las palabras de Joseph Auner]. Berliner Tagebuch, ed. J. Rufer, Propyläen, Viena, 1974. FMC : Fundamentals of Musical Composition, Faber & Faber, 1999. Fundamentos de la composición musical, trad. A. Santos, Real Musical, Madrid, 2001). HL: Harmonielehre, Universal Edition, Viena, 2001 (19111 , 19222 ). Tratado de armonía, trad. R. Barce, Real Musical, Madrid, 2000 (1974). 565 566 Bibliografía Leggere il cielo, ed. y trad. A. M. Morazzoni, Il saggiatore, Milano, 1999 (incluye traducción del Berliner Tagebuch). MG: Der Musikalische Gedanke und die Logik, Technik, und Kunst seiner Darstellung / The Musical Idea and the Logic, Technique, and Art of Its Presentation, ed. bilingüe y trad. P. Carpenter y S. Neff, Columbia University Press, Nueva York, 1995. [1934-36] PEC : Preliminary Exercices on Counterpoint, ed. L. Stein, Faber & Faber 1988. Ejercicios preliminares de contrapunto, trad. M. A. Centenero, SpanPress, Cooper (Florida), 1990. SFH : Structural Functions of Harmony, ed. L. Stein, Norton & Co., London · New York, 19692 (19541 ). Funciones estructurales de la armonía, trad. J. L. Milán, Labor Barcelona, 1990. SHGS: Stile herrschen, Gedanken siegen, ed. A. M. Morazzoni, N. SchoenbergNono, I. Vojt˘ch, Schott, Mainz, 2007. e SI-1: Style and Idea, trad. D. Newlin, Philosophical Library, New York, 1950. El estilo y la idea, trad. R. Barce, Taurus, Madrid, 1963. SI: Style and Idea, ed. revisada y ampliada L. Stein, trad. L. Black, University of California Press, Berkeley, 1975. SP: Arnold Schoenberg Self-Portrait. A Collection of Articles, Program Notes and Letters by the Composer about his own Works, ed. N. SchoenbergNono, Belmont, Pacific Palisades, 1988. Texte, Universal Edition, Viena, 1926. ZKIF: Zusammenhang, Kontrapunkt, Instrumentation, Formenlehre / Coherence, Counterpoint, Instrumentation, Instruction in Form, ed. S. Neff, trad. C. M. Cross y S. Neff, University of Nebraska Press, Lincoln, 1994. Nota: No hay todavía una edición completa de los escritos de Schönberg. Se pueden consultar físicamente en el Arnold Schönberg Center de Viena, y parcialmente en su web: www.schoenberg.at. Las dos antologías más completas son Style and Idea (edición ampliada y revisada en 1975 por Leonard Stein), y Stile herrschen, Gedanken ziegen (edición de Anna Maria Morazzoni de 2007). Como gran parte de los textos aparecen en ambas ediciones, proporcionamos la referencia doble, pero siempre traduciendo desde el idioma original (grosso modo alemán hasta 1933 e inglés desde 1934). Para las variantes, seguimos el criterio de Morazzoni. En cuanto a las cartas, la primera Bibliografía 567 edición alemana es de 1958 y la traducción inglesa de 1964 incluye algunas cartas más, cambiando por ende su numeración (que es la misma hasta la carta n. 160). La muy buena traducción castellana de Ángel Fernando Mayo sigue la numeración inglesa, pero no incluye cuatro cartas finales a Gustav Mahler (n. 262 a 265) que no están en la edición castellana. Citamos siempre a partir del idioma original, pero casi siempre coincidimos con la propuesta de Mayo. En la referencia no proporcionamos el número de página sino el número de carta (según la edición inglesa / castellana). El gran problema de la antología de Erwin Stein es que la primera carta es muy tardía (de ¡1910!, cuando Schönberg tenía ya 36 años). Como toda antología, se trata, además, de una selección parcial. La correspondencia completa de Schönberg puede consultarse en www.schoenberg.at, bajo la ruta Archive/Kataloge/Briefe. Cuando citemos una carta no recogida en ASL, daremos en nota al pie la referencia de la misma y —cuano sea posible— su URL. B. Bibliografía citada Anónimo, El libro de los veinticuatro filósofos, Siruela, Madrid, 2000. Adams, Courtney S., «Artistic Parallels beween Arnold Schoenberg’s Music and Painting (1908-1912), College Music Symposium, n. 35, 1995, pp. 5-21. Adams, Robert D. W., «Translator’s Preface» en Arnold Schoenberg, Theory of Harmony, trad. R. Adams, Philosophical Library, Nueva York, 1948, pp. xi-xii. Adorno, Theodor W., «Fragmento sacro. Sobre el Moisés y Aarón de Schönberg», en Escritos musicales I-III. Obra completa, 16, trad. A. Brotons y A. Gómez, Akal, Madrid, 2006, pp. 463-483. ————, «Viena», Escritos musicales I-III. Obra completa, 16, trad. A. Brotons y A. Gómez, Akal, Madrid, 2006, pp. 441-462. Albéra, Phillippe, Schoenberg plus. . . , Ircam Editions, París, 1986. Albright, Daniel, Representation and the Imagination. Beckett, Kafka, Nabokov, and Schoenberg, University of Chicago Press, 1981. ————, «Butchering Moses», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, pp. 441-454. 568 Bibliografía Allende-Blin, Juan, «Arnold Schönberg und die Kabbala. Versuch einer Annäherung», en Musik-Konzepte. Sonderband Arnold Schönberg, ed. H.K. Metzger / R. Riehn, diciembre 1980, pp. 115-145. Arnaldo, Javier (ed.), «El mundo suena». El modelo musical de la pintura abstracta, Fundación Colección Thyssen Bornemisza, Madrid, 2004. Auner, Joseph, A Schoenberg Reader. Documents of a Life, Yale University Press, New Haven & Londres, 2003. ————, «Schoenberg and His Public in 1930: The Six Pieces for Male Chorus, Op. 35», en Frisch, Walter (ed.), Arnold Schoenberg and His World, Princeton University Press, Princeton, 1999, pp. 85-125. ————, «Schoenberg as Moses and Aron», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, pp. 373-384. ————, «Schoenberg as Moses and Aron» en Notley, Margaret (ed.), Opera after 1900, Ashgate, Farnham-Burlington, 2010, pp. 77-88. [Artículo con alguna variación]. Austin, John Langshaw, Cómo hacer cosas con palabras, trad. G. R Carrió y E. A. Rabossi, Paidós, Barcelona, 1991 (19621 ). Babbit, Milton, Words about music, ed. S. Dembski / J. N. Straus, The University of Wisconsin Press, 1987. ————, The Collected Essays of Milton Babbit, Princeton University Press, 2003. ————, «Twelve-Tone Invariants as Compositional Determinants», Musical Quarterly, 46/2, 1960, pp. 246-59. ————, «Three Essays on Schoenberg», en B. Boretz y E. T. Cone (ed.), Perspectives on Schoenberg and Stravinsky, Norton, Nueva York, 1972, pp. 47-60. Bailey, Kathryn, Composing with Tones. A Musical Analysis of Schoenberg’s Op. 23 Pieces for Piano, Royal Musical Association, Londres, 2001. Bailey, Walter B., Programmatic Elements in the Works of Arnold Schoenberg, UMI Research Press, Ann Arbor, 1984. ———— (ed.), The Arnold Schoenberg Companion, Greenwood Press, Westport · Londres, 1998. Bibliografía 569 Barce, Ramón, «Prólogo del traductor», en Schönberg, Arnold, Tratado de armonía, Real Musical, Madrid, 2000 [1974], pp. v-xxv. ————, «Prólogo» en Reger, Max, Contribuciones al estudio de la modulación, Real Musical, Madrid, 2001 [1978], pp. 3-25. Barcons, Josep, La configuració del pensament relacional en Arnold Schönberg, Universitat Pompeu Fabra, Barcelona, 2005. ————, «Moses und Aron, cim inacabat del dodecafonisme», Qüestions de Vida Cristiana, n. 239: Monogràfic: Pensar l’art, Fundació Joan Maragall - Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2011, pp. 85-98. ————, «The Existential Dimension of the Phatic Function in Arnold Schönberg’s Moses und Aron», Proceedings of the 9th Congress of the IASS/AIS - Acta Semiotica Fennica XXXIV, ed. E. Tarasti, ImatraHelsinki, 2009, vol. I, pp. 128-137. ————, «¿Cómo suena Schönberg hoy?», Movimiento actual, n. 130, abril 2003, pp. 33-35. Bauer, J. Edgar, «Arnold Schoenberg: The Minority of the Inconceivable God», Cesnur, 2002: http://www.cesnur.org/2002/bauer.htm [6.7.2008]. Beck, Tom, «The Literary Sources of Die Glückliche Hand », Tempo, n. 189, June 1994, pp. 17-23. Beckett, Samuel, Rumbo a peor, edición bilingüe, trad. L. Aguilera, D. Aguirre Oteiza, G. Dols, R. Falcó, M. Martínez-Lange, Lumen, Barcelona, 2001. Bellah, Robert N., Beyond Belief: Essays on Religions in a Posttraditionalist World, University of California Press, Londres, 1991. Benveniste, Émile, Vocabulario de las instituciones indoeuropeas, vol. I y II, trad. M. Armiño, Taurus, Madrid, 1983. Beaumont, Antony, «Schönberg’s “Verein” and its Orchestra», Arnold Schönberg Wiener Kreis. Bericht zum Symposium 12.-15. September 1999. Journal of the Arnold Schönberg Center, vol. 2/2000, p. 84-106. Benson, Mark, «Schoenberg’s Private Program for the String Quartet in D Minor, Op. 7, The Journal of Musicology, vol. 11, n. 3, Summer 1993, pp. 374-395. 570 Bibliografía Berg, Alban, «Pelleas und Melisande. Kurze thematische Analyse», JASI, vol. XVI, n. 1&2, 1993, pp. 270-292. Bernstein, David W., «Themes and Variations. John Cage’s Studies with Arnold Schönberg», JASC 4/2002, pp. 325-338. Berríos, Fernando, «Pedagogía en Teología: el aporte de Karl Rahner», Veritas, n. 26, marzo 2012, pp. 187-196. Booth, Wayne, La retórica de la ficción, Taurus, Madrid, 1986. Boretz, Benjamin y Cone, Edward T. (ed.), Perspectives on Schoenberg and Stravinsky, Norton, Nueva York, 1972. Borio, Gianmario (ed.), Schönberg, Mulino, Bologna, 1999. Brahms, Johannes, Life and Letters, ed. Styra Avins, trad. S. Avins y J. Eisinger, Oxford University Press, 1997. Brand, Juliane / Hailey, Christopher (ed.), Constructive Dissonance. Arnold Schoenberg and the Transformations of Twentieth-century Culture, University of California Press, Berkeley, 1997. Breicha, Otto, «Von Starken Emotionen getrieben. Die Anfänge der Malerei bei Arnold Schönberg / Driven by strong emotions: The Beginnings of Arnold Schönberg’s Painting», en Max Hollein / Blaženka Perica (ed.), Die Visionen des Arnold Schönberg. Jahre der Malerei / The Visions of Arnold Schönberg. The Painting Years, Hatje Cantz - Schirn Kunsthalle, Frankfurt, 2002. Brinkmann, Reinhold, «Schoenberg the Contemporary. A View from Behind», en J. Brand / Ch. Hailey (ed.), Constructive Dissonance. Arnold Schoenberg and the Transformations of Twentieth Century Culture, University of California Press, Berkeley, 1997, pp. 196-219. ————, «The Compressed Symphony: On the Historical Content of Schoenberg’s op. 9», en Walter Frisch (ed.), Arnold Schoenberg and His World, Princeton University Press, 1999, pp. 141-161. Brodbeck, David L., Brahms: Symphony No. 1, Cambridge University Press, 1997. Brun, Jean, «Le monde des résonances», Eranos Jahrbuch, vol. 57, 1988, pp. 49-74. Bibliografía 571 Buber, Martin, Jo i tu, trad. E. Meyer y Ll. Duch, Claret, Barcelona, 1994 (1923). ————, ¿Qué es el hombre?, trad. E. Ímaz, Fondo de Cultura Económica, México, 1995 (1942). Buch, Esteban, Le cas Schönberg. Naissance de l’avant-garde musicale, Gallimard, París, 2006. Buchanan, Herbert H., «A key to Schoenberg’s Erwartung», American Musicologial Societey Journal, vol 20, n. 3, Fall 1967, pp. 434-449. Burrell, David B., Towards a Jewish-Cristian-Muslim Theology, WileyBlackwell, Chichester, 2011. Burton-Christie, Douglas, La palabra en el desierto. La Escritura y la búsqueda de la santidad en el antiguo monaquismo cristiano, trad. M. Tabuyo y A. López, Siruela, Madrid, 2007. Busoni, Ferrucio, Entwurf einer neuen Ästhetik der Tonkunst, C. Schmidl & Co, Trieste, 1907 [Esbozo de una nueva estética de la música, Doble, Berlín, 2009]. Cacciari, Massimo, Krisis. Ensayo sobre la crisis del pensamiento negativo de Nietzsche a Wittgenstein, Siglo XXI, México, 1982. ————, Icone della Lege, Adelphi, Milano, 1985. ————, «Schönberg: estetica e etica», en Letterature straniere &. Quaderni della Facoltà di Lingue e Letterature Straniere dell’Università degli Studi di Cagliari, al cuidado de Antonio Trudu, Carocci, Roma, 1999, pp. 163-168. Cagianelli, Floriana, Tra fenomenologia e strutturalismo: l’opera teorica di Schönberg, Perugia, 1971. Cahn, Steven J. «The Viennese-Jewish Experience» en J. Shaw / J. Auner (ed.), The Cambridge Companion to Schoenberg, Cambridge University Press, 2010, pp. 191-206. Caputo, John D. / Scanlon, Michael J. (ed.), God, the Gift and Postmodernism, Indiana University Press, 1999. Carpenter, Patricia / Neff, Severine, «Commentary», en A. Schoenberg, The Musical Idea and the Logic, Technique and Art of Its Presentation, Columbia University Press, Nueva York, 1995, pp. 1-74. 572 Bibliografía Carter, Roy E., «Translator’s Preface» en Arnold Schoenberg, Theory of Harmony, trad. R. E. Carter, Faber and Faber, Londres, 1978, pp. xiii-xxi. Casablancas, Benet, El humor en la música. Broma, parodia e ironía, Reichenberger, Berlin, 2000. ————, Schönberg Barcelona, Fundació Caixa Catalunya (folleto de la exposición), Barcelona, 2006. ————, «Las tonalidades y su significado», Quodlibet, n. 2, junio 1995, pp. 3-18. ————, «Moses und Aron: notes per a l’anàlisi», Revista Musical Catalana, octubre 1985, pp. 19-23. Casals, Josep, Afinidades vienesas. Sujeto, lenguaje, arte, Anagrama, Barcelona, 2003. Casullo, Nicolás (ed.), La remoción de lo moderno. Viena del 900, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1991. Cherlin, Michael, The Formal and Dramatic Organization of Schoenberg’s Moses und Aron, Yale University, 1983. ————, Schoenberg’s Musical Imagination, Cambridge University Press, Nueva York, 2007. Christensen, Jean Marie, Arnold Schoenberg’s Oratorio Die Jakobsleiter, PhD, University of California, Los Angeles, 1979. ————, «The Spiritual and the Material in Schoenberg’s Thinking», Music & Letters, vol. 65, n. 4, Oct. 1984, p. 337-344. Cohen-Levinas, Danielle, «Les icônes de l’écoute, Schoenberg, les oh! et les ah! de l’histoire», en M. Imberty (ed.), De l’écoute à l’oeuvre. Études interdisciplinaires, L’Harmatan, 2001, pp. 31-41. Comte-Sponville, André, El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios, trad. J. Terré, Paidós, Barcelona, 2006. Cone, Edward T., «Sound and Syntax: An Introduction to Schoenberg’s Harmony», Perspectives of New Music, 13:1, 1974, pp. 21-40. Corbí, Marià, Hacia una espiritualidad laica. Sin creencias, sin religiones, sin dioses, Herder, Barcelona, 2007. Covach, John, «The Sources of Schoenberg “Aesthetic Theology”», 19thCentury Music, vol. 19 n. 3, Spring 1996, p. 252-262. Bibliografía 573 Coromines, Joan, Diccionari etimològic i complementari de la llengua catalana, Curial, Barcelona, 1980-1991. Crawford, John C., «Die glückliche Hand : Schoenberg’s Gesamtkunstwerk », Musical Quarterly, vol 60 n. 4, octubre 1974, pp. 583-601. Crittenden, Camille, «Introduction» a Serenade op. 24: //www.schoenberg.at/index.php?option=com_content&view= article&id=193&Itemid=368&lang=en [3.8.2012]. http: Cross, Charlotte M. / Berman, Russell A. (ed.), Political and Religious Ideas in the Works of Arnold Schoenberg, Garland, Nueva York, 2000. ————, «Three Levels of “Idea” in Schoenberg’s Thought and Writings», Current Musicology, n. 30, 1980, pp. 24-36. Dahlhaus, Carl, Schoenberg and the New Music, trad. D. Puffet y A. Clayton, Cambridge University Press, 1987. ————, Nineteenth Century Music, trad. J. Bradford, University of California Press, Berkeley, 1989. ————, Between Romanticism and Modernism. Four Studies in the Music of the Later Nineteenth Century, trad. M. Whittall, University of California Press, Berkeley, 1989. ————, La idea de la música absoluta, Idea Música, Madrid, 2007. Danuser, Hermann, «Schoenberg’s Concept of Art in Twentieth-Century Music History», en J. Brand / Ch. Hailey (ed.), Constructive Dissonance, University of California Press, Berkeley, 1997, pp. 179-187. Davidson, Stephen, «Von heute auf morgen. Schoenberg as Social Critic», en Charlotte M. Cross / Russell A. Berman (ed.), Political and Religious Ideas in the Works of Arnold Schoenberg, Garland, Nueva York, 2000, pp. 85-110. de la Motte, Diether, Armonía, trad. L. Romano, IdeaBooks, Barcelona, 1998. Dean, Winton, «Schoenberg’s Ideas», Music & Letters, vol. 31, n. 4, October 1950, pp. 295-304. Dineen, Murray, «Adorno and Schoenberg’s Unanswered Question», The Musical Quarterly, vol. 77, n. 3, Autumn 1993, pp. 415-427. 574 Bibliografía Dionisi Areopagita, Dels noms divins. De la teologia mística, trad. y ed. J. Batalla, Laia, Barcelona, 1986. Duch, Lluís, Armes espirituals i materials: religió. Antropologia de la vida quotidiana 4,1, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2001. ————, Estaciones del laberinto, Herder, Barcelona, 2004. ————, La religión en el siglo XXI, Siruela, Madrid, 2012. ————, «Introducció», en Arnold Schönberg, Moisès i Aaron, ed. y trad. Ll. Duch y J. Barcons, Fragmenta, Barcelona, 2012. Dudeque, Norton, Music Theory and Analysis in the Writings of Arnold Schoenberg (1874-1951), Ashgate, Aldershot, 2005. Durkheim, Émile, Les formes elementals de la vida religiosa, trad. J. Parramon, Edicions 62, Barcelona, 1987 (19121 ). Eckhart, Maestro, El fruto de la nada, ed. y trad. A. Vega, Siruela, Madrid, 1998. Eicher, Peter, Wie kannst Du noch katholisch sein?, Kösel, Múnic, 1993. Eimert, Herbert ¿Qué es la música dodecafónica? [Lehrbuch der Zwölftontechnik ], trad. J. P. France y J. I. Parreño, Nueva Visión, Buenos Aires, 1973 (19521 ). Eisler, George, «Observations on Schoenberg as Painter», JASI, vol. II, n. 3, June 1978, pp. 173-177. Eliade, Mircea, El vuelo mágico y otros ensayos, trad. V. Cirlot y A. Vega, Siruela, Madrid, 1995. Falck, Robert, «Schoenberg’s (And Rilke’s) “Alle, welche dich suchen”», Perspectives of New Music, vol. 12, n. 1/2, Autumn 1973 - Summer, 1974, pp. 87-98. ————, «Schoenberg in Shirtlseeves. The Male Choruses, Op. 35», en Charlotte M. Cross / Russell A. Berman (ed.), Political and Religious Ideas in the Works of Arnold Schoenberg, Garland, Nueva York, 2000, pp. 111-130. Ferry, Luc / Gauchet, Marcel, Lo religioso después de la religión, trad. E. Molina, Anthropos, Rubí, 2007. Feß, Eike, «Introduction» a la Suite für Klavier op. 25, en http://www.schoenberg.at/index.php?option=com_content&view= article&id=194&Itemid=369&lang=en [3.8.2012]. Bibliografía Fischerman, Diego, La música del siglo XX, Paidós, Barcelona, 1998. 575 Fleisher, Robert Jay, Schoenberg, Dualism and Moses und Aron, PhD, University of Illinois, 1980. [Ann Arbor: University Microfilms International, 1981]. Föllmi, Beat A., «“Schönberg Ist Theosoph”. Anmerkungen zu einer wenig beachteten Beziehung», International Review of the Aesthetics and Sociology of Music, vol. 30, n. 1, June 1999, pp. 55-63. Forster, Cris, Musical Mathematics. On the Art and Science of Acoustic Instruments, Chronichle Books, San Francisco, 2010. Forte, Allen, The Structure of Atonal Music, Yale University Press, 1977. ————, «Notes on the Historical Background of the Opera and on the Text», en Arnold Schönberg, Moses und Aron, Orchestra and Chorus of the Norddeutscher Rundfunk, Hans Rosbaud (dir.), Columbia Masterworks, 1957, pp. 3-4 [K3L-241]. Freitag, Eberhard, «German Expressionism and Schoenberg’s Selfportraits», JASI, vol. II, n. 3, June 1978, pp. 164-172. Friedheim, Philip Alan, Tonality and Structure in the Early Works of Schoenberg, New York University, PhD, 1963. Frisch, Walter, The Early Works of Arnold Schoenberg. 1893-1908, University of California Press, Berkeley, 1993. ———— (ed.), Arnold Schoenberg and His World, Princeton University Press, Princeton, 1999. ————, «Thematic Form and the Genesis of Schoenberg’s D-Minor Quartet, Opus 7», Journal of the American Musicological Society, vol. 41, n. 2, Summer 1988, pp. 289-314. ————, «The Refactory Masterpiece. Toward an Interpretation of Schoenberg’s Chamber Symphony, op. 9», en Brand, Juliane / Hailey, Christopher (ed.), Constructive Dissonance, University of California Press, Berkeley, 1997, pp. 87-99. Gadamer, Hans Georg, Verdad y método, trad. A. Agud y R. de Agapito. Sígueme, Salamanca, 1993. Gago, Luis (ed.), Viena 1900, Orquesta y Coro Nacional de España, Madrid, 2004. 576 Bibliografía Gallard, Jean Claude, Le dernier Schoenberg: synthese et depassement, Université Paris VIII, Thèse, 2005. Galliano, Anna, Mosè ed Arnold. Schönberg e la composizione con dodici note, Cartman, Torino, 2009. García Alonso, Rafael, Ensayos sobre literatura filosófica: G. Simmel, R. Musil, R. M. Rilke, K. Kraus, W. Benjamin y J. Roth, Siglo XXI, Madrid, 1995. Gervink, Manuel, Arnold Schönberg und seine Zeit, Laaber, Regensburg, 2000. Giuliani, Massimo, «Parsifal contra Moses. Wagner, Schoenberg e il dramma musicale della redenzione», Studia patavina: Rivista di scienze religiose, 49/1, 2002, pp. 113-156. Goehr, Alexander, «The Theoretical Writings of Arnold Schoenberg», Perspectives of New Music, 13:2, Spring/Summer 1975, pp. 3-16. Goldbeck, Frederick, «Schoenberg, ou le musicien saisi par la sonate», La revue musicale, París, septiembre-octubre 1934. ————, «Schoenberg and Karl Kraus: The Idea behind the Music», Music Analysis, vol. 4, n. 1/2, March-July 1985, pp. 59-71. Goldstein, Bluma, Reinscribing Moses. Heine, Kafka, Freud and Schoenberg in a European Wilderness, Harvard University Press, 1992. ————, «Schoenberg’s Moses und Aron. A Vanishing Biblical Nation», en Cross, Charlotte M. / Berman, Russell A. (ed.), Political and Religious Ideas in the Works of Arnold Schoenberg, Garland, Nueva York, 2000, pp. 159-192. Goodman, Nelson, Los lenguajes del arte, trad. J. Cabanes, Seix Barral, Barcelona, 1976. ————, Maneras de hacer mundos, trad. C. Thiebaut, Visor, Madrid, 1990 (1978). Gregori de Nissa, Vida de Moisès, ed. y trad. Josep Vives, Proa, Barcelona, 1991. Greimas, Algirdas Julius / Courtès, Joseph, Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, Gredos, Madrid, 1990. Bibliografía 577 Grew, Eva Mary, «Strindberg and Music», The Musical Quarterly, vol. XIX n. 1, 1933, pp. 59-73. Grosser, Felix, «Ein neuer Vorschlag zur Deutung der Sator-Formel», Archiv für Religionwissenschaft, XXIV, 1926, pp. 165-169. Grüber, Gerold W. (ed.), Arnold Schönberg. Interpretationen seiner Werke, 2 vol., Laaber, Köthen, 2002. Guénon, René, La crise du monde moderne, Gallimard, París, 1946. Gumbrecht, Hans Ulrich, Producción de presencia: lo que el significado no puede transmitir, trad. A. Mazzucchelli, Universidad Iberoamericana, México DF, 2005. Gyger, Elliott, «Speech, Song, and Silence: Modes of Utterance in Moses und Aron», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, pp. 419-440. Haas, Alois Maria, Visión en azul. Estudios de mística europea, trad. V. Cirlot y A. Vega, Siruela, Madrid, 1999. ————, Maestro Eckhart. Figura normativa para la vida espiritual, trad. R. H. Bernet, Herder, Barcelona, 2002 (1975). HaCohen, Ruth, The Music Libel Against Jews, Yale University Press, New Haven & Londres, 2011. Hahl-Koch, Jelena, «Kandinsy y Schoenberg. Sobre los documentos de una amistad entre artistas», en Arnold Schoenberg, Arnold / Wassily Kandinsky, Cartas, cuadros y documentos de un encuentro extraordinario, Alianza, Madrid, 1993. Haimo, Ethan, Schoenberg’s Serial Odyssey. The Evolution of his TwelveTone Method, 1914-1928, Clarendon, Oxford, 1990. ————, Schoenberg’s Transformation of Musical Language, Cambridge University Press, 2006. ————, «The Interaction between Art and Music in Schönberg’s career. A reexamination», JASC, vol. 6, 2004, pp. 77-88. ————, «Schönberg, Bach, and B-A-C-H», JASC, vol. 7, 2005, pp. 85-98. ————, «Schönberg, Numerology and Moses und Aron», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, pp. 385-394. Hair, Graham Barry, The Structure of Schoenberg’s Moses and Aaron, PhD, Sheffield University, 1973. 578 Bibliografía Halffter, Cristóbal «Schoenberg o la democracia tonal», El cultural - El País, 11-7-2001 ( http://www.elcultural.es/version_papel/OPINION/ 136/Schoenberg_o_la_democracia_tonal [24.12.2012]). Hamao, Fusako, The Origin and Development of Schoenberg’s Twelve-Tone Method, PhD, Yale University, 1988. ————, «On the Origin of the Twelve-Tone Method: Schoenberg’s Sketches for the Unfinished Symphony (1914-1915), Current Musicology, n. 42, 1986, pp. 32-45. Heck, Christian, L’échelle céleste dans l’art du Moyen-Âge, Flammarion, París, 1999. Heidegger, Martin, El ser y el tiempo, trad. J. Gaos, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1998. ————, Filosofía, ciencia y técnica, trad. J. Acevedo y F. Soler, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1997. Heneghan, Áine, «An Affinity with Bach», JASC, vol. 7, 2005, pp. 99-123. Hirschberger, Johannes, Breve historia de la filosofía, trad. A. Ros, Herder, Barcelona, 1964. Hofmann, Werner, «La disonancia integrada: Kandinsky y Schönberg», en Javier Arnaldo (ed.), «El mundo suena». El modelo musical de la pintura abstracta, Fundación Colección Thyssen Bornemisza, Madrid, 2004, pp. 11-35. Hofmannsthal, Hugo von, Carta de Philipp Lord Chandos a Francis Bacon / L’escriptura com a espai espiritual de la nació, trad. J. Llovet, J. de Sola y J. Vallcorba, Quaderns Crema, Barcelona, 2007. Hollein, Max / Perica, Blaženka (ed.), Die Visionen des Arnold Schönberg. Jahre der Malerei / The Visions of Arnold Schönberg. The Painting Years, Hatje Cantz - Schirn Kunsthalle, Frankfurt, 2002. Huizinga, Johan, Homo ludens, trad. E. Ímaz, Alianza, Madrid, 2012. Idel, Moshe, Cábala. Nuevas perspectivas, trad. M. Tabuyo y A. López, Siruela, Madrid, 2005. Jakobson, Roman, «Lingüística i poètica», en Idem, Lingüística i poètica i altres assaigs, ed. A. Broch, trad. J. Casas, Edcions 62 / Diputació de Barcelona, Barcelona, 1989, pp. 37-78. Bibliografía Jameux, Dominique, L’école de Vienne, Fayard, París, 2002. 579 Janik, Allan / Toulmin, Stephen, La Viena de Wittgenstein, trad. I. Gómez, Taurus, Madrid, 1974. Jarauta, Francisco, «Introducción» a Franz Rosenzweig, El nuevo pensamiento, trad. I. Reguera, La Balsa de la Medusa, Visor, Madrid, 1989, pp. 11-17. Jüngel, Eberhard, Dios como misterio del mundo, Sígueme, Salamanca, 1984. Kandinsky, Vasili, De lo espiritual en el arte, trad. G. Dieterich, Paidós, Barcelona, 1996. Kandinsky, Vasili / Marc, Franz, El jinete azul (Der blaue Reiter), ed. K. Lankheit, trad. R. Burgaleta, Paidós, Barcelona, 2002. Keller, Hans, «Whose fault is the Speaking-Voice?», Tempo, n. 75, Winter 1965-1966, pp. 12-17. Kerling, Mark M., «O Wort, du Wort, das mir fehlt.» Die Gottesfrage in Arnold Schönbergs Oper Moses und Aron, Grünewald, Mainz, 2004. Kerman, Joseph (ed.), Music at the Turn of the Century, University of California Press, Berkeley, 1990. Kocsis, Zoltán, «GMD about the opera», en el folleto Arnold Schönberg Mózes éz Áron. A Világon Elöször. A Kocsis Zoltán által megkomponált 3. felvonással, Nemzeti Filharmonikusok, Budapest, 2010. Kraus, Karl, Contra los periodistas y otros contras, Taurus, Madrid, 1981. ———, Werke. Beim Wort Genommen, vol. III, ed. Heinrich Fischer, Kösel Verlag, Munchen, 1955. Krones, Harmut, Arnold Schönberg. Werk und Leben, Steinbauer, Viena, 2005. Küng, Hans, El judaísmo, trad. V. A. Martínez y G. Canal, Trotta, Madrid, 2001. Kurth, Ernst, Selected Writings, ed. y trad. Lee A. Rothfarb, Cambridge University Press, 1991. ————, Romantische Harmonik und ihre Krise in Wagners «Tristan», Nabu Press, (printed on demand) (19231 ). 580 Bibliografía Kurth, Richard, «Twelve-tone Compositional Strategies and Poetic Signification in Schönberg’s Vier Stücke für gemischten Chor, op. 27», JASC, vol. 7, 2005, pp. 157-186. Laborda, José María, La música del siglo XX. Primera parte (1890-1914). Modernidad y emancipación, Alpuerto, Madrid, 2000. LaCocque, André / Ricoeur, Paul, Pensar la Biblia, trad. A. Martínez Riu, Herder, Barcelona, 2001. Langlie, Warren, Schoenberg as Teacher, PhD, University of Los Angeles, 1960. Latham, Edward D., «The Prophet and the Pitchman. Dramatic Structure and Its Musical Elucidation in Moses und Aron, Act 1, Scene 2», en Cross, Charlotte M. / Berman, Russell A. (ed.), Political and Religious Ideas in the Works of Arnold Schoenberg, Garland, Nueva York, 2000, pp. 131-158. Lassus, Marie-Pierre, «Une poétique de la dualité», en Joëlle Caullier (ed.), «C’est ainsi que l’on crée. . . ». A propos de La main heureuse d’Arnold Schoenberg, Presses Universitaires du Septentrion, Villeneuve d’Ascq Cédex, 2003, pp. 211-225. Lazar, Moshe, «Arnold Schoenberg and His Doubles: A Psychodramatic Journey to His Roots», JASI, XVII, n. 1 & 2, June & November 1994, pp. 8-150. Leibowitz, René, Introduction à la musique de douze sons, L’Arche, París, 1949. ————, Historia de la ópera, trad. A. Bárcena, Taurus, Madrid, 1990 (1957). ————, Schoenberg, Seuil, París, 1998 (1969). Leibowitz, Yeshayahu, La crisis como esencia de la experiencia religiosa, trad. L. Cohen, Taurus, México DF, 2000. Lewin, David, «Moses und Aron: Some General Remarks, and Analytic Notes for Act I, Scene 1», en B. Boretz y E. T. Cone (ed.), Perspectives on Schoenberg and Stravinsky, Norton, Nueva York, 1972, pp. 61-77. Lewis, Christopher, «Mirrors and Metaphors: On Schoenberg and Nineteenth-Century Tonality», en Joseph Kerman (ed.), Music at the Turn of the Century, University of California Press, Berkeley, 1990, pp. 15-31. Bibliografía 581 Lindenberger, Herbert, «Arnold Schoenberg’s “Der Biblische Weg” and “Moses und Aron”: On the Transactions of Aesthetics and Politics», Modern Judaism, vol. 9 n. 1, February 1989, pp. 55-70. Lisciani-Petrini, Enrica, Tierra en blanco. Música y pensamiento a inicios del siglo XX, trad. C. del Olmo y C. Rondueles, Akal, Madrid, 1999. Loos, Adolf, Escritos, 2 vol., trad. A. Estévez, J. Quetglas, M. Vila, El Croquis Editorial, Madrid, 1993. López, Núria, Voz de ángel, Océano, Barcelona, 2009. MacDonald, Malcolm, Schoenberg, J. M. Dent & Sons, Londres, 1976. Mäckelmann, Michael, Arnold Schönberg und das Judentum. Der Komponist und sein religiöses, nationales und politisches Selbstverständnis nach 1921, Karl Dieter Wagner, Hamburg, 1984. Magris, Claudio, El infinito viajar, trad. P. García, Anagrama, Barcelona, 2011. Marizzi, Bernd / Muñoz, Jacobo (ed.), Karl Kraus y su época, Trotta, Madrid, 1998. Martínez Camino, Juan Antonio, Recibir la libertad, Dos propuestas de fundamentación de la teología en la modernidad: W. Pannenberg y E. Jüngel, Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 1992. Martínez Marzoa, Felipe, Historia de la filofofía antigua, Akal, Madrid, 1995. Marx, Karl, Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, trad. B. Gercman y R. García, Ediciones del Signo, Buenos Aires, 2005, p. 50. Mattietti, Gianluigi, «Strutture dodecafoniche e tematiche nel Moses und Aron di Arnold Schönberg», en el programa de mano de la representación de Moses und Aron, Teatro Massimo, Palermo, 2002, pp. 17-31. Mauss, Marcel, Sociologie et anthropologie, PUF, París, 1968. Mead, Andrew, «‘Tonal’ Forms in Arnold Schoenberg’s Twelve-Tone Music», Music Theory Spectrum, vol. 9, Spring, 1987, pp. 67-92. Meibach, Judith, «The Society for Musical Private Performances: Antecedents and Foundation», JASI, vol. VIII n. 2, November 1984, pp. 159-176. Melloni, Xavier, Escletxes de realitat. Religions i revelació, Fragmenta, Barcelona, 2007. 582 Bibliografía Meyer, Christian (ed.), Arnold Schönberg. Spiele, Konstruktionen, Bricolagen, Arnold Schönberg Center, Viena, 2004. ————, Strindberg, Schönberg, Munch. Nordic Modernism in Schönberg’s Vienna Around 1900. Exhibitions Catalogue, Arnold Schönberg Center, Viena, 2008. Meyer, Christian / Muxeneder, Therese (ed.), Arnold Schönberg. Catalogue raisonné, Arnold Schönberg Center - Christian Brandstätter, Viena, 2005. Meyerowitz, Jan, Arnold Schönberg, Colloquium, Berlin, 1967. Mitchell, Donald, El lenguaje de la música moderna, trad. E. Busquets, Lumen, Barcelona, 1972. Mosès, Stephan, El Eros y la Ley, trad. A. Falcón, Katz, Buenos Aires, 2007. Münz, Ludwig / Künstler, Gustav, Adolf Loos: pioneer of modern architecture, Thames & Hudson, Londres, 1966. Muxeneder, Therese, «2.Streichquartett op. 10» en Arnold Schönberg. Streichquartette, Aron Quartett, Preiser Records, Viena, 2003, p. 10-12 [PR 90572]. ————, «Introduction» a Die Jakobsleiter », en http://www.schoenberg. at/index.php?option=com_content&view=article&id=234&Itemid= 403&lang=en [30.1.2013]. ————, «Introduction» a Von heute auf morgen, http://www.schoenberg. at/index.php?option=com_content&view=article&id=213&Itemid= 377&lang=en [6.2.2013] ————, «The biblical Way», en http://www.schoenberg.at/index. php?option=com_content&view=article&id=992&lang=en&Itemid=0 [3.2.2013]. Neff, Severine (ed.), Arnold Schönberg, The Second String Quartet in Fsharp minor, Opus 10. Authoritative Score, Background, Cultural Context, Criticism, Analysis, Norton, Nueva York, 2006. Neher, André, La esencia del profetismo, trad. A. Ortiz, Sígueme, Salamanca, 1975. ————, Faust et le Maharal de Prague, PUF, París, 1987. Bibliografía 583 ————, They Made their Souls Anew, State University of New York Press, 1990. Newlin, Dika, Bruckner · Mahler · Schoenberg, Marion Boyars, Londres, 1979 (1947). ————, «Self-Revelation and the Law. Arnold Schönberg in his Religious Works», Yuval, vol. 1, 1968, pp. 204-220. ————, «Secret Tonality in Schoenberg’s Piano Concerto», Perspectives of New Music, vol. 13, n. 1, Autumn - Winter, 1974, pp. 137-139. Newman, Ernest, The Wagner Operas, Princeton University Press, 1991. Nishitani, Keiji, La religión y la nada, trad. R. Bouso, Siruela, Madrid, 1999. Nicolas, François, La singularité Schönberg, L’Harmatan, París, 1997. Nono, Luigi, Scritti e colloqui, ed. de A. I. de Benedictis y V. Rizzardi, 2 vol., Ricordi, Milano, 2001. Otón, Josep, El reencantament postmodern, Cruïlla - FJM, Barcelona, 2012. Otto, Rudolf, Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, trad. F. Vela, Alianza, Madrid, 1996 (19171 ). Ouaknin, Marc-Alain, Mystères de la kaballe, Assouline, París, 2003. Payne, Anthony, Schoenberg, Oxford University Press, Londres, 1974. Peles, Stephen, «Schönberg’s Unfinished Twelve-tone Works and Sketches: 1926-1928», JASC 7/2005, pp. 187-202. Persichetti, Vincent, Armonía del siglo XX, trad. A. Santos, Real Musical, Madrid, 1995. Philippot, Michel P., «Arnold Schoenberg and the Language of Music», Perspectives of New Music, vol. 13 n. 2, Spring-Summer, 1975, pp. 17-29. Piqué, Jordi-Agustí, Teologia i música: propostes per a un diàleg, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona, 2006. Piston, Walter, Armonía, SpanPress, Cooper City, 1998. Pitts, Randolph, «Arnold Schoenberg, Herzgewächse, op. 20», texto descriptivo del vídeo http://www.youtube.com/watch?v=Pz98sU_rPK8 [1.1.2013]. Poirier, Alain, «Étude de l’oeuvre», en Hans Heinz Stuckenschmidt, Arnold Schoenberg, Fayard, París, 1993, pp. 567-790. 584 Bibliografía Polo, Magda, Filosofía de la música romántica. La polémica filosófico-musical del romanticismo alemán entre la música pura y la música programática, PhD, Universitat de Barcelona, 1997. ————, Música pura y música programática en el romanticismo, L’Auditori, Barcelona, 2011. ————, Les Vienes de Wittgenstein, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona, 2011. Pons, Jordi, Arnold Schönberg. Estética, ética, religión, Acantilado, Barcelona, 2006. Posener, Julius, «Der Raumplan. Vorläufer und Zeitgenossen von Adolf Loos», en Adolf Loos 1870-1933. Raumplan - Wohnungsbau, Akademie der Bildenden Künste, Berlin, 1983, p. 52-63. Rahner, Karl, Sobre la inefabilidad de Dios. Experiencias de un teólogo católico, trad. C. Ruiz-Garrido, Herder, Barcelona, 2005. ————, «Espiritualidad antigua y actual», en Ibid., Escritos de Teología, vol, VII, Madrid, 1968. ————, «Elemente der Spiritualität in der Kirche der Zukunft» en Ibid., Schriften zur Theologie, vol. XIV, Bezinger, Ensiedeln, 1980. Rapoport, Eliezer, «On the Origins of Schoenberg’s Sprechgesang in Pierrot Lunaire», Mind-Ad: Israel Studies in Musicology Online, vol. 5/I, 2006, pp. 1-16, http://www.biu.ac.il/hu/mu/min-ad [17.7.2008]. Reguera, Isidoro, «Kraus en el burdel de la palabra», Babelia - El País, 23-42011 (http://elpais.com/diario/2011/04/23/babelia/1303517578_ 850215.html [1.1.2013]). Rehding, Alexander, «Moses beginning», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, pp. 395-417. Reich, Willi, Schoenberg. A Critical Biography, trad. L. Black, Longman, Londres, 1971. Reinhardt, Lauriejean, «Anton Webern’s “Mein Weg geht jetzt vorüber” op. 15, No. 4», en http://memory.loc.gov/ammem/collections/ moldenhauer/2428157.pdf [1.2.2013]. Réti, Rudolf, Tonality, Atonality, Pantonality, Barrie and Rockliff, Londres, 1958. Bibliografía 585 Rilke, Rainer Maria, El libro de las horas (Das Stunden-Buch), ed. bilingüe, trad. F. Bermúdez-Cañete, Hiperión, Madrid, 2005. ————, El libro de las imágenes (Das Buch der Bilder), ed. bilingüe, trad. J. Munárriz, Hiperión, Madrid, 2001. Ringer, Alexander L., The Composer as a Jew, Clarendon Press, Oxford, 1990. ————, «Arnold Schoenberg and the Politics of Jewish Survival», JASI, vol. III n. 1, March 1979, pp. 11-48. ————, Arnold Schönberg. Das Leben im Werk, Metzler/Bärenreiter, Stuttgart-Kassel, 2002. ————, «Faith and Symbol. On Arnold Schoenberg’s Last Musical Utterance», JASI, vol. VI n. 1, pp. 80-95. Root, Gordon N. A., Tonal Analogues: The Interaction of Text and Music in the Works of Arnold Schoenberg, PhD, University of California, Santa Barbara, 2006. Rosen, Charles, Schoenberg, Antoni Bosch, Barcelona, 1983. Rosenzweig, Franz, La estrella de la redención, ed. y trad. Miguel GarcíaBaró, Sígueme, Salamanca, 1997. ————, El nuevo pensamiento, trad. I. Reguera, La Balsa de la Medusa, Visor, Madrid, 1989. Rothfarb, Lee A., Ernst Kurth as Theorist and Analyst, University of Pennsylvania Press, Philadephia, 1988. Rubsamen, Walter, «Schoenberg in America», The Musical Quarterly, October 1951, pp. 469-489. Rufer, Josef, Die Komposition mit zwölf Tönen, Max Hesses, Berlin, 1952. (Trad. inglesa de H. Searle: Composition with Twelve Notes Related Only to One Another, Macmillan, Nueva York, 1954). ————, The Works of Arnold Schoenberg. A Catalogue of his Compositions, Writings and Paintings, trad. D. Newlin, Faber and Faber, Londres, 1962. Sánchez-Pascual, Andrés, «La ruptura cultural europea de fi de segle», L’Avenç, n. 119, octubre 1988, pp. 22-24. Sartre, Jean-Paul, El existencialismo es un humanismo, trad V. Praci, Edhasa, Barcelona, 1999. 586 Bibliografía Schäfer, Peter, The Origins of Jewish Mysticism, Princeton University Press, 2011. Schillebeeckx, Edward, Revelació i teologia, trad. P. Casanelles, Nova Terra, Barcelona, 1970. Schmidt, Christian Martin, Schönbergs Oper Moses und Aron. Analyse der diastematischen, formalen und musikdramatischen Komposition, Schott, Mainz, 1988. ————, aparato crítico en Arnold Schönberg, Sämtliche Werke. Abteilung III: Bühnenwerke. Moses und Aron, Serie B, Tomo 8 partes 1 y 2, Schott/ Universal, Mainz · Viena, 1998. ————, «Anotaciones a la ópera Moisés y Arón de Arnold Schönberg», en Victoria Cavia, (ed.), Arnold Schönberg (1874-1951). Europa y España, Universidad de Valladolid, 2003, pp. 79-90. Schoenberg, Eric Randol, «Arnold Schoenberg and Albert Einstein: Their Relationship and Views on Zionism», JASI, X/2, 1987, pp. 134-187. ————, «The Most Famous Thing He Never Said», Arnold Schönberg und sein Gott / Journal of the Arnold Schönberg Center, vol. 5, 2003, pp. 27-30. Schoenberg-Nono, Nuria (ed.), Arnold Schönberg 1874-1951. Lebensgeschichte in Begegnungen, Ritter Verlag, Klangefurt, 1998. ————, «Tra le carte di mio padre», en Letterature straniere &. Quaderni della Facoltà di Lingue e Letterature Straniere dell’Università degli Studi di Cagliari, al cuidado de Antonio Trudu, Carocci, Roma, 1999, pp. 159-162. ————, «The Role of Extra-Musical Pursuits in Arnold Schoenberg’s Creative Life», en el folleto anexo al juego de cartas Arnold Schoenberg, Playing Cards, Piatnik, Viena, 1981, pp. 16-31. Schorske, Carl Edmund, Viena Fin-de-Siècle. Política y cultura, Gustavo Gili, Barcelona, 1981. Searle, Humphrey, «Review: Schönberg’s “Style and Idea”», Tempo New Series, n. 19, Spring 1951, pp. 29-30. ————, «Translator’s Preface» en Rufer, Josef, Composition with Twelve Notes, Barrie & Jenkins, Londres, 1970, pp. v-ix. Searle, John, Actos de habla: ensayo de filosofía del lenguaje, trad. L. M. Valdés, Cátedra, Madrid, 1994 (19691 ). Bibliografía 587 Selden, Raman, La teoría literaria contemporánea, trad. J. G. López Guix, Ariel, Barcelona, 1993. Shaw, Jennifer R. Schoenberg’s Choral Symphony, Die Jakobsleiter, and other Wartime Fragments, PhD, State University of New York, 2002. ———— / Auner, Joseph, The Cambridge Companion to Schoenberg, Cambridge University Press, 2010. ————, «At the Crossroads. Schönberg’s Wartime Compositions and His Crisis of Faith, 1914-1918», JASC, 5, 2003, pp. 193-212. Shawn, Allen, Arnold Schoenberg’s Journey, Harvard University Press, Cambridge, 2002. Shreffler, Anne C., «“Mein Weg geht jetzt vorüber”: the Vocal Origins of Webern’s Twelve-Tone Composition», Journal of the American Musicological Society, vol. XLVII n. 2, Summer 1994, pp. 275-339. Shifrin, Seymour, «“Style and Idea” by Arnold Schoenberg», Perspectives of New Music, vol. 14, n. 1, Fall-Winter 1975, pp. 174-181. Simms, Bryan R., The Atonal Music of Arnold Schoenberg. 1908-1923, Oxford University Press, 2000. ————, «Review of Theory of Harmony by Arnold Schoenberg: Roy E. Carter», Music Theory Spectrum, vol. 4, Spring 1982, pp. 155-162. Slonimsky, Nicolas, Music since 1900, Schirmer Books, Nueva York, 1994. Sloterdijk, Peter, Celo de Dios. Sobre la lucha de los tres monoteísmos, trad. I. Reguera, Siruela, Madrid, 2011. Smith, Joan Allen, Schoenberg and His Circle. A Viennese Portrait, Schirmer, Nueva York, 1986. Smither, Howard E., «Oratorium», en Grove Music Online [16.I.2013]. Szmolyan, Walter, Josef Matthias Hauer: eine Studie, Elisabeth Lafite, Viena, 1965. Sobrino, Jon, «Reflexiones sobre Karl Rahner desde América Latina En el XX aniversario de su muerte» en http://goo.gl/aRHd7 [15.5.2013]. Soler, Josep, Música y ética, CM Edicions - La Porta Clàssica, Barcelona, 2006. 588 Bibliografía ————, Musica enchiriadis. Una última mirada, Fundación Scherzo, Madrid, 2011 Stearns, Michelle L., Unity, God and music: Arnold Schoenberg’s philosophy of compositional unity in trinitarian perspective, PhD Dissertation, University of Saint Andrews, 2007 (http://hdl.handle.net/10023/405 [19.08.2010]). Steck, Odil Hannes, Moses und Aron. Die oper Arnold Schönbergs und ihr biblischer Stoff, Kaiser Traktate, München, 1981. Stein, Erwin, Orpheus in New Guises, Rockliff, Londres, 1953. Stein, Erwin, Leonard, «Editor’s Foreword», en Arnold Schoenberg, Preliminary Exercices in Counterpoint, ed. L. Stein, Belmont Music Publishers, Los Angeles, 1963, pp. xi-xv. ————, «Schoenberg: Five Statements», Perspectives of New Music, 14:1, Fall/Winter 1975, pp. 161-173. Steinberg, Michael P., «Introduction: Music, Language, and Culture», The Musical Quarterly, vol. 77, n. 3, Autumn 1993, pp. 397-400. Steiner, George, «Some “Meta-Rabbis”» en Douglas Villiers (ed.), Next Year in Jerusalem, Viking Press, Nueva York, 1976, pp. 64-76. Stephan, Rudolf, «Der musikalische Gedanke bei Schönberg», Österreichische Musikzeitschrift, 37/10, 1982, pp. 530-540. ————, «Il pensiero musicale in Schönberg», en Gianmario Borio (ed.), Schönberg, Mulino, Bologna, 1999, pp. 113-127. ————, «Schoenberg and Bach», en Frisch, Walter (ed.), Arnold Schoenberg and His World, Princeton University Press, Princeton, 1999, pp. 126140. Sterne, Colin C., Arnold Schoenberg. The Composer as Numerologist, The Edwin Mellen Press, Lampeter, 1993. ————, «Pithagoras and Pierrot. An approach to Schönberg’s use of numerology in the construction of Pierrot lunaire», Perspectives of New Music, vol. 21, n. 1/2, Autumn, 1982 - Summer, 1983, pp. 506-534. Stevens, Halsey, «A conversation with Schoenberg about painting», JASI, vol. 2 n. 3, June 1978, pp. 178-180. Bibliografía 589 Strecker, Stefan, Der Gott Arnold Schönbergs. Blicke durch di Oper Moses und Aron, Lit Verlag, Münster, 1999. Stroh, Wolfgang Martin, «Schoenberg’s Use of Text: The Text as a Musical Control in the 14th Georgelied, op. 15», Perspectives of New Music, vol. 6, n. 2, Spring - Summer, 1968, pp. 35-44. Stuckenschmidt, Hans Heinz, Schönberg. Vida, contexto, obra, trad. A. Agud, Alianza, Madrid, 1991. Swift, Richard, «1-XII-99. Tonal Relations in Schoenberg’s Verklärte Nacht», en Kerman, Joseph (ed.), Music at the Turn of the Century, University of California Press, Los Angeles, 1990. Szmolyan, Walter, «L’Associazione per esecuzioni musicali private di Vienna», en Gianmario Borio (ed.), Schönberg, Mulino, Bologna, 1999, p. 185199. Tarsi, Boaz, «Manifestations of Arnold Schoenberg’s Abstract versus Concrete Dichotomy», Modern Judaism, n. 21, 2001, pp. 238-255. Taylor, Mark C., After God, The University of Chicago Press, 2007. Tippett, Michael, Moving into Aquarius, Paladin, Londres, 1974. Toch, Ernst, Elementos constitutivos de la música: armonía, melodía, contrapunto y forma, trad. Paul Silles, Idea Books, Barcelona, 2001. Tonietti, Tito M., Nuvole in silenzio. Arnold Schönberg svelato, Edizioni Plus - Università di Pisa, Pisa, 2004. Torrance, Robert M., La búsqueda espiritual: la trascendencia en el mito, la religión y la ciencia, trad. J. Quingles, Siruela, Madrid, 2006. Trías, Eugenio, La edad del espíritu, Destino, Barcelona, 1994. Trebolle, Julio, La experiencia de Israel: profetismo y utopía, Akal, Madrid, 1996. Ueda, Shizuteru, Die Gottesgeburt in der Seele und der Durchbruch zur Gottheit. Die mystische Anthropologie Meister Eckharts und ihre Konfrontation mit der Mystik des Zen-Buddhismus, G. Mohn, Gütersloh, 1965. V.v.a.a., Emparaular el món: el pensament antropològic de Lluís Duch, Fragmenta, Barcelona, 2011. 590 Bibliografía Vara, Carlos, «Durchbruch: estética del traspaso», Forma, vol. 2, otoño 2010, pp. 119-126, http://www.upf.edu/forma/archivo/otono10/ (14.4.2013). Vega, Amador, Die Sinnlichkeit des Geistigen, die Geistigkeit des Sinnlichen und die Metaphorische Sprachverwendung bei Ramón Llull, Universität Freiburg, 1992. ————, El libro Ramon Llull y el secreto de la vida, Siruela, Madrid, 2002. ————, Arte y santidad. Cuatro lecciones de estética apofática, Cuadernos de la Cátedra Jorge Oteiza, Pamplona, 2005. ————, Sacrificio y creación en la obra de Mark Rothko, Siruela, Madrid, 2010. Viladesau, Richard, Theological Aesthetics. God in Imagination, Beauty, and Art, Oxford University Press, 1999, p. 39. Wason, Robert W., Viennese Harmonic Theory from Albrechtsberger to Schenker and Schoenberg, UMI Research Press, Ann Arbor, 1985. Webern, Anton von, El camí cap a la nova música, trad. J. Casanovas, Antoni Bosch, Barcelona, 1982 Wellesz, Egon, Arnold Schoenberg. The Formative Years, Galliard Paperbacks, Londres, 19712 (19211 ). ————, «Arnold Schönberg et son oeuvre», La Revue Musicale, n. 7, mayo 1923, pp. 1-18. Reimprimido en el número doble 416-417 de La Revue Musicale, 1989, pp. 11-28, junto con otras interesantísimas contribuciones tanto del propio Wellesz como de otros autores. White, Pamela Cynthia, Schoenberg and the God Idea. The opera Moses und Aron, UMI Research Press, Ann Arbor, 1985. ———, «Schoenberg and Schopenhauer», Journal of the Arnold Schoenberg Institute, vol. VIII, n. 1, June 1984, pp. 39-57. Wickes, Lewis, «Schoenberg, Erwartung, and the Reception of Psychoanalysis in Musical Circles in Vienna until 1910/1911», Studies in Music, n. 23, 1989, pp. 88-106. Wiesmann, Sigrid, «Arnold Schönberg und seine Idee des jüdischen Staates», en Kontexte. Festival Musica Iudaica, Praga, 1998, pp. 126-134. Wittenberg, Stella, «Fin de siglo en la Viena de Karl Kraus: fachada, ornamento y máscara en el arte», en Bernd Marizzi / Jacobo Muñoz (ed.), Karl Kraus y su época, Trotta, Madrid, 1998, pp. 29-52. Wittgenstein, Ludwig, Tractatus logico-philosophicus, trad. J. Muñoz e I. Reguera, Alianza, Madrid, 2012. Wood, Ralph W., «Concerning “Sprechgesang”», Tempo, n. 2, 1946, pp. 3-6. Wörner, Karl, Schoenberg’s Moses and Aaron, trad. P. Hamburger, St. Martin’s Press, Nueva York, 1963. Wright, James Kenneth, Schoenberg, Wittgenstein and the Vienna Circle: Epistemological Meta-Themes in Harmonic Theory, Aesthetics, and Logical Positivism, PhD dissertation, McGill University, Montreal, 2001. (http://digitool.library.mcgill.ca/R/ ?func=dbin-jump-full&object_id=38438&local_base=GEN01-MCG02) [2.10.2010]. Publicado bajo el mismo título en Peter Lang Verlag, Berna, 2007. Wyschogrod, Edith, «Eating the Text, Defiling the Hands: Spectres in Arnold Schoenberg’s Opera Moses and Aron, en John D. Caputo / Michael J. Scanlon (ed.), God, the Gift and Postmodernism, Indiana University Press, 1999, pp. 245-259. Zakim, Eric, «The Dialectics of Nerves and Muscles: Schoenberg’s Moses as the New Jew», The Opera Quarterly, vol. 23, n. 4, Autumn 2007, pp. 455477. Zamacois, Joaquín, Tratado de armonía. Libro III, Labor, Barcelona, 1990. Zapke, Susana, «Arnold Schönberg: la abstracción es atonal», Revista de Occidente, n. 297, febrero 2006, pp. 173-178. Zaunschirm, Thomas / Bisbe, Nimfa, Arnold Schönberg. Pintures i dibuixos, Ritter Verlag - Belmont Music - Fundació “la Caixa”, Viena - Los Angeles - Barcelona, 1991 i 1992. Zillig, Winfried, «Notes on Arnold Schoenberg’s Unfinished Oratorio Die Jakobsleiter », The Score, n. 25, 1959, pp. 7-16. Zweig, Stefan, El mundo de ayer, trad. J. Fontcuberta y A. Orzeszek, Acantilado, Barcelona, 2002. 591 592 Índice de figuras Índice de figuras 1.1. 1.2. 1.3. 1.4. 2.1. 2.2. 2.3. 2.4. 2.5. 2.6. Parte inferior de la primera página de MG Esbozo de estructura de MG, página 1/2 (MG, p. 96) Esbozo de estructura de MG, página 2/2 (MG, p. 96) Tentativa de una disposición para la coherencia (ZKIF, pp. 2-6) Serie básica de la Suite für Klavier, op. 25 Inicio del «Waltz» de las Fünf Klavierstücke, op. 23 [CD - Pista 2] Fachada del edificio de la Secession, construido por J. M. Olbrich en 1897 Kammersymphonie, op. 9, c. 1-11 [CD - Pista 3] Caricatura de 1911 a propósito de la Goldman & Salatsch Haus, de A. Loos Análisis de Schönberg sobre las relaciones temáticas entre el cuarto (ex. 10, 11, 13) y el primer movimiento (ex. 12) de la Cuarta sinfonía de Brahms (SI, p. 406) Círculo de quintas, que jerarquiza la sintaxis tonal J. Brahms, Segunda sinfonía, 1r movimiento, c. 224-226 R. Wagner, Tristan und Isolde, acto III, escena 3, c. 1-6 Cuadros de regiones tonales (SFH, p. 20). Nótese el uso del término ‘relación’. Autorretrato andando, Óleo sobre cartulina, 49x44,9 cm., 1911 [18] Autorretrato marrón, Óleo sobre lienzo, 32x20 cm., 16.III.1910 [12] Mirada, Óleo sobre cartón, 32,2x24,6 cm., mayo 1910 [61] Mirada roja, Óleo sobre cartón, 28x22 cm., 26.III.1910 [65] Recuerdo de O. Kokoschka, Óleo sobre cartulina, 31,3x35,5 cm., abril 1910 [67] Carne, Óleo sobre cartón, 22,6x29,1 cm., ca. 1909 [76] Documento de reincorporación formal a la comunidad judía 43 51 52 57 135 138 142 151 152 2.7. 2.8. 2.9. 2.10. 2.11. 2.12. 2.13. 2.14. 2.15. 2.16. 2.17. 164 169 172 172 179 207 208 209 210 211 211 214 Índice de figuras 2.18. Escalera y pila de leña, Óleo sobre cartulina, 41x29,6 cm., ca. 1907-1909 [142] 3.2. 3.3. 3.4. 3.5. 3.6. 3.7. 3.8. 3.9. 3.10. 3.11. 3.12. 3.13. 3.14. 3.15. 3.16. 3.17. 3.18. 3.19. 3.20. Kammersymphonie, op. 9, c. 362-365 [CD - Pista 6] Zwei Balladen, op. 12/1: «Jane Grey», c. 77-86 [CD - Pista 7] Friede auf Erden, op. 13: últimos compases [CD - Pista 8] Segundo cuarteto de cuerda, op. 10/1, c. 1-9 [CD - Pista 9] Segundo cuarteto de cuerda, op. 10/3, c. 8-13 [CD - Pista 11] Segundo cuarteto de cuerda, op. 10/3, c. 60-63 [CD - Pista 12] Gustav Mahler, Óleo sobre cartulina, 45,6x44,5 cm., 1910 [82] Autorretrato, Óleo y acuarela sobre cartón, 40x30 cm., ca. 1910 [5] y Autorretrato, Témpera sobre lienzo, 29,5x23,3 cm., ca. 1910 [9] Mirada, Óleo sobre cartón, 24x18,2 cm., ca. marzo 1910 [69] Escena de invierno, Óleo sobre cartón, 27,9x35,9 cm., 1910 [152] Nocturno III, Óleo sobre madera contrachapada, 21x20 cm., ca. abril 1911 [151] Carta de Hermann Bahr a Schönberg, de 18.4.1909 Funeral de Gustav Mahler, Óleo sobre lienzo, 43x34 cm., ca. junio 1911 [153] Herzgewächse, op. 20, c. 26-30 [CD - Pista 15] Inicio de Die Jakobsleiter : obstinato de 6 notas en el cello y, en los vientos, las 6 notas restantes [CD - Pista 16] Ejemplo de una serie (O: original) y sus tres transformaciones (R: retrógrada, I: inversa, RI: retrógrada inversa) Anotación de Schönberg para Die Jakobsleiter (T13_03_12). Respuesta ilustrada a un dibujo dedicado. Lápiz, pincel y tinta china sobre papel, 21x12,8 cm., 1920 [185] Ejemplos de crux dissimulata. Nótese que en la disposición «Paternoster», la A y la O de ArepO y OperA mantienen el mismo lugar que en el palíndromo «Sator». Dos bocetos para Der Biblische Weg (acto 1, cuadro 1). Acuarela, lápiz, y color sobre cartón, 19,4x17 cm. / 18,2x16,8 cm., ca. 1927 [186-187] Dos bocetos para Der Biblische Weg (acto 1, cuadro 2) / (acto 3). Acuarela, lápiz, tinta china, pastel y color sobre cartón, 17,6x16 cm. / 22x17,5 cm., ca. 1927 [201-207] 593 224 252 257 258 264 268 269 275 276 277 279 280 285 294 308 320 321 328 336 337 348 3.21. 3.22. 348 4.1. Cuadro serial de Moses und Aron confeccionado por Schönberg (ASSW, III/8,1 B, p. 89). En los recuadros verticales añadimos la nomenclatura serial utilitzada en esta tesis, detallada en el apartado 4.1.4. 4.2. Simetría de la constitución interválica de la serie de Moses und Aron 359 360 594 4.3. 4.4. 4.5. 4.6. 4.7. 4.8. 4.9. 4.10. 4.11. Índice de figuras Estructura de Moses und Aron según O. H. Steck, Moses. . . , p. 28 361 Nuestra propuesta de estructura, modificando la de O. H. Steck (fig.4.3) 362 Libreto del tercer acto con la anotación «6S | wie zu | Anfang» (T63.08.2) 365 Facsímil de la carta a Hermann Scherchen de 18.3.1950, con un lapsus significativo 377 Página 39 de la copia mecanografiada del texto (ASC - T63.09.39) 379 Cuatro primeros acordes de MuA con su procedencia serial 388 Parte de las 6 Solostimmen en los siete compases de la «obertura» 394 Primera página (¡12 compases!) del manuscrito final de Moses und Aron (ASC - MS63.2771) 400 Tema de la voluntad eterna e inmutable de la divinidad (hexacorde central de la serie: notas 4 a 9), con sus transformaciones y su constitución interválica en semitonos. 402 MuA, I,2 c. 176-180: Aarón imitando la dicción de Moisés: transposición de los acordes A y B a la 3ª mayor, y C y D a la 5ª justa [CD - Pista 22] 420 MuA, I,2 c. 181-184 (compases siguientes a los de la figura 4.12): tratamiento musical de la palabra ‘vorstellen’ [CD - Pista 22] 422 MuA, I,2 c. 131-133: intervalo de trítono y séptima menor descendente en la parte de Aarón (debajo, violín). Lectura en clave de sol. 423 MuA, I,3 c. 399-400: quiasma Moisés - Aarón [CD - Pista 23] 426 MuA, I,4 c. 623-626: «¡Omnipotente! ¡Mi fuerza se acaba!» [CD - Pista 24] 429 MuA, II,2 c. 172-180: uso serial sin el número 3 en la voz de Aron y acompañamiento bitonal: tríadas de la menor (recuadro) y re mayor (óvalo) [CD - Pista 29] 443 MuA, II,3 c. 308-310: recitativo de Aarón al inicio de la 3a escena, sin las notas 3 y 8 de la serie 445 MuA, II,3 c. 397-400: acordes de sol menor y si mayor [CD - Pista 31] 448 MuA, II,3 c. 872-873: glissandi que llegan a las notas H-C-A-B (si -do la -si ) [CD - Pista 32] 450 Folio 42 de la copia mecanografiada del tercer acto (ASC - T09.03) 470 Diseño de la máquina de escribir música 498 Design of the music typewriter 510 519 4.12. 4.13. 4.14. 4.15. 4.16. 4.17. 4.18. 4.19. 4.20. 4.21. 4.22. 4.23. A.1. Cuadro con las transposiciones de los acordes A, B, C y D Índice de pistas del CD 1 Die Glückliche Hand, op. 18: c. 135-153 BBC Symphony Orchestra. Pierre Boulez, dir. Sony Classical, 1993 [SMK 48464]. →Vid. página 66. Glenn Gould, piano. Sony Classical, 1994 [SM2K 52664]. →Vid. página 138. Staatskapelle Dresden. Giuseppe Sinopoli, dir. Teldec, 1999 [3984-22905-2]. →Vid. páginas 151 y 250. 2 Fünf Klavierstücke, op. 23/5: «Waltz», c. 1-28 3 Kammersymphonie, op. 9: c. 1-11 4 Gurrelieder, Refrán de la «Stimme der Waldtaube»: c. 63-73 del «Lied der Waldtaube» (final de la primera parte) Deutsches Symphonie-Orchester Berlin. Riccardo Chailly, dir. Brigitte Fassbaender, mezzosoprano. Decca, 2003 [473 728-2]. →Vid. página 240. Aron Quartett. Preiser Records, 2003 [PR 90572]. →Vid. página 246. 5 Primer cuarteto de cuerda, op. 7: c. 98-100, 537-539, 951-955 y 1-3 6 Kammersymphonie, op. 9: c. 355-369 7 Zwei Balladen für Gesang und Klavier, op. 12/1 «Jane Grey»: c. 77-81 8 Friede auf Erden, op. 13: c. 143-160 (final) Staatskapelle Dresden. Giuseppe Sinopoli, dir. Teldec, 1999 [3984-22905-2]. →Vid. páginas 251 y 252. Helen Vanni, mezzosoprano · Glenn Gould, piano. Sony Classical, 1995 [SM2K 52 667]. →Vid. página 257. Südfunk-Chor Stuttgart. Rupert Huber, dir. Arte Nova, 2001 [74321 27799 2]. →Vid. página 258. Aron Quartett. Preiser Records, 2003 [PR 90572]. →Vid. página 264. 9 Segundo cuarteto de cuerda, op. 10/1: c. 1-12 10 Segundo cuarteto de cuerda, op. 10/2: c. 161-187 Aron Quartett. Preiser Records, 2003 [PR 90572]. →Vid. página 265. 595 596 11 Segundo cuarteto de cuerda, op. 10/3: c. 8-13 Índice de pistas del CD 12 Segundo cuarteto de cuerda, op. 10/3: c. 60-64 13 Segundo cuarteto de cuerda, op. 10/4: c. 1-6 14 Sechs Klavierstücke, op. 19/6 Aron Quartett · Anna Maria Pammer, soprano. Preiser Records, 2003 [PR 90572]. →Vid. página 268. Aron Quartett · Anna Maria Pammer, soprano. Preiser Records, 2003 [PR 90572]. →Vid. página 269. Aron Quartett · Anna Maria Pammer, soprano. Preiser Records, 2003 [PR 90572]. →Vid. página 270. Glenn Gould, piano. Sony Classical, 1994 [SM2K 52644]. →Vid. página 293. Hidéki Nagano, celesta · Dimitri Vassilakis, harmonium · Frédérique Cambreling, arpa · Christine Schäfer, soprano. Deutsche Grammophone, 1998 [457 630-2]. →Vid. página 308. BBC Symphonie Orchestra. Pierre Boulez, dir. Sony Classical, 1993 [SMK 48 462]. →Vid. página 320. BBC Symphonie Orchestra · BBC Singers · Siegmund Nimsgern, barítono. Pierre Boulez, dir. Sony Classical, 1993 [SMK 48 462]. →Vid. página 329. Südfunk-Chor Stuttgart. Rupert Huber, dir. Arte Nova, 2001 [74321 27799 2]. →Vid. página 345. BBC Symphony Orchestra · BBC Singers · Orpheus Boys’ Choir. Pierre Boulez, dir. Günter Reich (Moses) · Richard Cassilly (Aron). Sony Classical, 1993 [SM2K 48 456]. →Vid. página 385. →Vid. página 399. →Vid. página 415. →Vid. página 420. →Vid. página 426. 15 Herzgewächse, op. 20: c. 23-30 (final) 16 Die Jakobsleiter : c. 1-16 17 Die Jakobsleiter : c. 585-601 18 Vier Stücke für gemischten Chor op. 27/1 «Unentrinnbar»: c. 1-12 19 Moses und Aron: I,1 c. 1-8 20 Moses und Aron: I, c. 1-97. Obertura y primera escena. 21 Moses und Aron: I,2 c. 123-129 22 Moses und Aron: I,2 c. 176-186 23 Moses und Aron: I,3 c. 399-400 24 Moses und Aron: I,4 c. 622-634 25 Moses und Aron: I,4 c. 707-716 →Vid. páginas 430, 431 y 544. →Vid. páginas 428, 429, 430 y 543. 597 26 Moses und Aron: I,4 c. 778-788 27 Moses und Aron: I,4 c. 893-899 28 Moses und Aron: II,1 c. 84-105 29 Moses und Aron: II,1 c. 166-181 30 Moses und Aron: II,3 c. 502-523, c. 458-468, c. 823 y c. 956-957. 31 Moses und Aron: II,3 c. 358-400 32 Moses und Aron: II,3 c. 861-873 33 Moses und Aron: II,3 c. 945-966 34 Moses und Aron: II,4 y II,5 c. 967-992 35 Moses und Aron: II,5 c. 1000-1009 36 Moses und Aron: II,5 c. 1053-1060 37 Moses und Aron: II,5 c. 1108-1036 (final) →Vid. página 459. →Vid. páginas 457 y 551. →Vid. páginas 456 y 551. →Vid. página 452. →Vid. páginas 451 y 551. →Vid. páginas 450 y 551. →Vid. páginas 448 y 449. →Vid. página 447. →Vid. páginas 442 y 443. →Vid. páginas 440 y 551. →Vid. páginas 432, 447 y 544. →Vid. páginas 432 y 544. 38 Moderner Psalm, op. 50c: c. 69-86 (últimos compases compuestos por Schönberg) BBC Symphony Orquestra · BBC Symphony Chorus · John Shirley-Quirk, voz. Pierre Boulez, director. Sony Classical, 1990 [S2K 44571]. →Vid. páginas 502 y 514. Vínculo web a los audios: https://www.dropbox.com/sh/1joitd3j5zxd2cj/cpW_DS3xRV